sábado, 26 de abril de 2014

LA REVOLUCIÓN Y LA INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS HISPANOAMERICANAS



LA REVOLUCIÓN Y LA INDEPENDENCIA DE LAS PROVINCIAS HISPANOAMERICANAS


Lo que podríamos definir como Revolución Liberal Burguesa, no se limitó exclusivamente al ámbito peninsular en sí, sino que también tuvo otra versión al otro lado del Atlántico, en Hispanoamérica, muy posiblemente por no decir con total seguridad, auspiciada por Gran Bretaña desde tiempos atrás, no ya como Revolución en sí, si no como colaboración directa con la emancipación hispanoamericana.


En Hispanoamérica, el desarrollo de una burguesía blanca, los criollos, compuesta por terratenientes y comerciantes que no participaban en un gobierno destinado a una burocracia procedente de la Península, tuvo un papel fundamental en la independencia hispanoamericana, algunos historiadores lo han definido como el complejo criollo de frustración, pero esta interpretación, según estudios recientes como los de Pierre Chaunu, ponen en evidencia las falacias de tal interpretación, aunque si bien es cierto que pudo tener algo que ver, el motivo principal no fue sólo las pretensiones de la clase criolla, sino más bien un sentimiento que desarrolla el movimiento revolucionario que ya se había iniciado en América del Norte en 1767 y se cierra con la emancipación de las colonias españolas en 1810, a lo que hoy, se puede definir una vez conocidos los resultados de la nefasta política y el interesado resultado británico de la misma, como la Involución Hispanoamericana.


Aquí yace el primer error de la política llevada a cabo desde la metrópoli, y del que ya dejó constancia Malaspina en su informe científico-político y por el que fue acusado de traidor, encarcelado, y desterrado de por vida. La falta total de apoyo y de colaboración con un territorio que se sentía español, pero también abandonado a su suerte lejos del amparo real de una monarquía decadente a la que sólo interesaba el beneficio comercial para engrandecer las arcas de los intereses creados, por mucho que pueda parecer sesgada esta información para aquellos autores que pretenden con una fecunda imaginación y atrevido falseamiento y equivocada interpretación de textos de ingenuo y patriótico fraude, el ideal de que la emancipación colonial, fue culpa exclusiva de la Revolución Liberal promovida por la Constitución de 1812, ya que en realidad fue una acumulación de despropósitos o desaciertos no carentes de un interesado intervencionismo extranjero que desencadenó en la independencia colonial que se sentía tan española como cualquiera de las otras provincias españolas. En la imagen siguiente, Alejandro Malaspina.





EL LIBERALISMO EN HISPANOAMÉRICA


La historia, además de aprender y saber del pasado, es conocimiento anticipado del futuro, y hay quienes se obstinan en cambiar el pasado y adaptarlo a su estilo, porque controlando el pretérito se controla el presente y la posteridad pendiente, sin importar que su falsificación en un quimérico sentimiento de vanidad nacional, es el camino que conduce al fracaso y a la destrucción de las naciones, y adaptando las palabras de Eurípides al amor patrio, cuando hay un exceso de amor, el hombre pierde su honor, y su valía.

A Rousseau le interesó especialmente el tema de la independencia americana, desde su concepto de que la conquista no es un derecho, aunque cabría analizar en este mismo contexto el propio derecho de conquista de unos pueblos precolombinos sobre los demás. Dos de las obras del propio Rousseau, el Discurso sobre el origen y fundamentos de la desigualdad entre los hombres en 1753, y El contrato social o principios de derecho político en1762, funcionan, en el horizonte de espera de los pensadores de América, como respuesta a los interrogantes sobre la libertad individual y el ser social, el destino de los pueblos, su forma de gobierno, pero es adyacente el liberalismo económico que no es desde luego una doctrina o una ideología, sino más bien una metodología de conquista, de sojuzgamiento y de dominación del país o de las naciones recién nacidas bajo el manto del ideario de los pensadores revolucionarios que desde Hispanoamérica, observan un horizonte de independencia muy diferente a los fines de su realidad, e incluso, al sacrificio de un pueblo engañado que observa su libertad convertida en humo de novedosa sumisión, y ejemplos, tenemos todos los que queramos, baste mirar la historia de libertad que dieron cada uno de los llamados libertadores, y el final de cada uno de ellos, así como la marea de guerras civiles, traiciones y desengaños adyacentes a la propia emancipación.


En este sentido, y sin querer extenderme en demasía, quiero dejar en evidencia los resultados finales de algunos de esos próceres y héroes de la libertad, posiblemente los más significativos, y quiero dejar además una pregunta intermitente en el aire al final de cada párrafo de paso sobre cada uno, ¿Cuánto tiempo se tardó en hacer efectiva esa libertad?...en algunos casos, a día de hoy, no ha llegado…¿o quizá si?...posiblemente cabría preguntarles a quienes ven en sus manos el vacío sangrante del presidio, el exilio, la muerte o el olvido, como si cambiar de dueño, según advirtiera Martí, equivaliera a ser más libres.


Ya lo advertía Malaspina en su informe, e incluso aquellos a quienes les importaba más el futuro y el bienestar de una España nación, y la de todos sus súbditos tanto en la metrópoli como en América, que su propia seguridad en un sistema caduco y un nepotismo adaptado a las circunstancias del mismo sistema, que dio como resultado final aprovechando el estado de guerra en que se encontraba España contra el napoleónico invasor, el levantamiento en varias fases de la España americana, gracias a la formación de la Legión Británica y su intervención en la lucha, así como la actitud de Inglaterra a lo largo de la misma. Por un lado, muchos miles de soldados, en dique seco, tras las campañas napoleónicas, ingleses, escoceses e irlandeses buscaron la fortuna en América, con desigual resultado. Gran Bretaña veló siempre por sus intereses, fue sucesivamente aliada y enemiga de España y su diplomacia se caracterizó por su duplicidad, en todo momento, y de esto, no cabe ya ninguna duda, pues pruebas, hay como para escribir toda una biblioteca extensa.


La población hispanoamericana en su máximo exponente, no entendió nunca el término de la emancipación o independencia, y una prueba de ello, puede darse en que por ejemplo en el Congreso de Tucumán el 9 de julio de 1816, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, donde se declaró la independencia de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli sólo se conoce únicamente el acta de ese día en concreto, mientras que los libros de actas donde se debieron debatir los pormenores de los beneficios y las causas y cuestiones que se plantearon desaparecieron y nadie dejó constancia en fechas anteriores y posteriores de haberlos leído. Este es sólo un ejemplo, pero existen muchos más que no pretendemos enunciar aquí, pues no es causa principal del tema, que no es otro que el resultado y la causa del pretendido interés de una Constitución Liberal, y de los acontecimientos de una época, aunque es importante explicar el punto de vista de lo que se ha afirmado en este capítulo, y sobre esto vamos a tratar en adelante, sin dar más trámite pormenorizado de cada una de esas independencias, limitándonos a dar una visión globalizada del episodio, intentando hacer ver cada una de esas causas que desencadenaron tal desastre. En la imagen, el Congreso de Tucumán, por Francisco Fortuny.





Los acontecimientos iniciados en 1808 como resultado de la hasta entonces pésima política del Antiguo Régimen en manos del cuarto de los borbones o más bien su favorito el mal llamado Príncipe de la Paz Godoy, creó una situación crítica al ser requerida la Administración colonial por el gobierno usurpador afrancesado para que se reconociese la autoridad de este. Esta situación desembocó con el unánime apoyo y reconocimiento a Fernando VII y a los poderes establecidos en la metrópoli frente a los franceses, con las promesas que se hicieron en un manifiesto redactado por Quintana en el que se insistía en proyectos reformistas del nuevo poder que comenzó declarando la igualdad de derechos entre españoles de ambos lados del océano, para convocar luego por primera vez en la historia a los diputados de las colonias para las Cortes de Cádiz, en un intento por remediar los desatinos del pasado, pero ya era tarde, y como se suele decir, tarde y mal, dos veces mal, pues el germen de la emancipación ya había comenzado algún tiempo atrás.


Las Cortes de Cádiz, no se puede decir que fueran hábiles en cuanto a la política americana se refiere. Los diputados hispanoamericanos que fueron convocados para participar en las sesiones de las Cortes, lo hicieron con el mismo ímpetu y entusiasmo en los debates que los peninsulares, pero no están orientados políticamente de una forma definida, y podemos observar como ejemplo a Blas de Ostolaza, de quien ya se ha hablado en el capítulo titulado LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA, y que merece la pena recordar, sobre todo, por su cambiante actitud política, considerado entre los realistas como el más radical, o un tal Mejía Lequerica, ya por entonces afiliado a las logias, pero hay que decir que la representación americana fue claramente restringida porque o bien los diputados gaditanos, o quien quiera que fuera que formalizara las convocatorias, quisieron evitar a toda costa una mayoría de elementos de ultramar.

Con motivo de esta vicisitud, está claro que en las Cortes de la Constitución de 1812, no existió, por tanto, representatividad proporcional entre los peninsulares y los americanos, siendo elegidos éstos últimos con el sistema de los suplentes, dando como resultado que la América española, no se sintiera en ningún momento auténticamente representada, y generalmente, sus peticiones no se vieron atendidas. Además, las pretensiones de la burguesía peninsular y las de la criolla eran contrapuestas, y las medidas favorecedoras en una eran contrapuestas en la otra. Las Juntas americanas vieron con tanta desconfianza a las Cortes gaditanas como a la administración afrancesada. Ya al regreso de Fernando VII se dio cuenta de que el poder establecido en América era en buena parte insumiso o equívoco, y que el movimiento emancipador estaba ya en marcha, con mayor fuerza si cabe en los virreinatos más jóvenes, como el de Nueva Granada, y especialmente en el área de Venezuela, y en el Río de la Plata, mientras que por el contrario, el de Nueva España y Perú mantenían, en líneas generales, fidelidad a la Madre Patria.





Los criollos fueron, efectivamente los protagonistas del proceso emancipador, pero es necesario aclarar que constituían sólo una minoría en la mayor parte de las sociedades hispanoamericanas, favorecida, además, por una posición de dominio. El censo de Lima de 1791, o el de Méjico de 1794, por ejemplo, junto con otras estimaciones, la población americana española se estimaba aproximadamente en un 20 por ciento de población blanca, casi todos criollos, pues los peninsulares apenas llegaban al 2 por ciento de esta cantidad. El 26 por ciento eran mestizos, el 8 por ciento negros y el 46 por ciento indios, y a decir verdad, en muchas ocasiones los propios criollos tuvieron que sostener la causa de la emancipación contra elementos indígenas no criollos que en un primer momento no secundaban la insurrección criolla, así lo manifiestan algunos historiadores americanos de prestigio reconocido como Julio Icaza Tigeriano, Indalecio Liévano Aguirre y además, es muy recomendable leer al erudito Julio C. González para comprender el significado y las causas de este movimiento independentista, entre otros.

Una prueba la encontramos en la extracción social de los dirigentes de la emancipación, como Miranda, Bolívar, San Martín, Pueyrredón, Rivadivia, Sucre, Lezica, O´Hggins, que son miembros de buenas familias de lo mejor de la sociedad criolla, donde también abundan los intelectuales, los militares, los comerciantes y los grandes propietarios como la Junta de Hacendados de Buenos Aires, mientras que por el contrario, los elementos más modestos de la sociedad, es decir, los mestizos e indios, permanecen fieles a la metrópoli y en muchas ocasiones constituyen el grueso de las fuerzas realistas que combaten a muerte a favor del poder de siempre al mando de oficiales españoles en contra de la insurgencia criolla, y lo hacían convencidos, por temor al mismo elemento que se temía en la península, el liberalismo y su ideal, igual que hicieron los campesinos metropolitanos, por temor a que la consagración de un status social, económico y político emancipador, fuera peor que el del Antiguo Régimen, que a vistas a día de hoy, en la actualidad política, social y económica americana, cabría sopesar la el fundamento de sus temores, y lo que en un principio se idealizó como lo hizo Bolívar pretendiendo unos Estados Unidos Hispanoamericanos, cuando la realidad ha sido a la postre bien distinta, la creación de una serie de patrias diferentes y hasta contrapuestas. En la imagen siguiente, Simón Bolívar.






Por lo tanto, como ya hemos visto, el hecho de que los criollos fueran los protagonistas del proceso libertador en una posición de minoría pero con dominio fundamental, no fue siempre respaldado ese dominio por la mayor parte de la población indígena, por llamarla de alguna manera, entre mestizos, negros e indios, que ocupaban un censo que rondaba el 80 por ciento de la población. Una población que en muchas ocasiones tuvo que sostener el elemento criollo ya que no secundaban la emancipación de la metrópoli, y que, al final, lo único que cambió fue el dueño, ya que Miranda, Iturbide, O´Higgins, San Martín, y el “mantuano” Bolívar, entre otros, eran ricos y potentados, ellos financiaron sus ejércitos para liberarse de los altos dignatarios como ellos, pero peninsulares, y como contraste entre los libertadores, cabe añadir un ejemplo que explica muy bien la cuestión, y es que el principal enemigo de Bolívar en Venezuela fue un asturiano llamado José Tomás Boves también conocido como el León de los Llanos, el Urogallo, la Bestia a caballo o simplemente Taita, quien reunió 14.000 hombres entre negros, mulatos y zambos de los llanos venezolanos y atacó a Bolívar y le destruyó su famosa Primera república precisamente con el mismo argumento que expuso Bolívar en sus proclamas, y con el mismo ideal y consecuencia que argumentaban los principios progresistas de la Masonería que tanto influyó a su vez en el proceso de emancipación, y era que Bolívar y Miranda y sus segundos eran los ricos que solo querían liberar a Venezuela de España para seguir dominándolos, cosa que al final, así ocurrió, si tenemos en cuenta a día de hoy, las consecuencias de esa entrecomillada liberación, una liberación que, ateniéndonos otra vez a la actualidad política y social de nuestros días, el fenómeno, tal y como así lo tacha el Doctor Julio C. González, se podría definir como la balcanización de Hispanoamérica. En la imagen, José Tomás Boves.







Otro de los muchos ejemplos olvidados es el de Agustín Agualongo, quien logró levantar varias veces sendos  ejércitos de campesinos indios y mestizos, restablecer la alianza con los patianos y asestar algún que otro golpe  al ejército republicano, contra el que se levantaban una y otra vez, y que da paso a la  historia nefasta de la actuación de Bolívar en la capital nariñense de Pasto. En la imagen, Agustín Agualongo en un grabado de época.



Otra teoría en la que se basan algunos autores sobre el movimiento emancipador en América es la tendencia tradicionalista y el desarraigo de la metrópoli provocado por la política de reformas en ésta, es decir, el paso del Antiguo Régimen al Nuevo régimen, y que los criollos americanos imitaron las reformas constitucionales españolas utilizándolas como instrumento de separación de la metrópoli.


Lo cierto es que la independencia se estaba viendo venir desde bastante tiempo atrás, como se ha dicho anteriormente, pero más concretamente a partir del Decreto de Libre Comercio de 1778, el cual había contribuido al desarrollo de una burguesía americana paralela a la que estaba establecida en la metrópoli y que los negocios del tráfico habían desarrollado, y esta misma burguesía criolla hispanoamericana vio claro que el librecambismo que había liberado una serie de barreras intervencionistas no había roto el monopolio metropolitano y sólo podía negociar con o a través de la Península, con lo cual, sus aspiraciones para enriquecerse más y de una forma más rápida estaban mermadas.

No es incoherente la idea de que el interés anglosajón, y la recién creada independencia de sus colonias, vieron clara también la oportunidad de intervenir de una forma más directa en la economía de los territorios españoles en América. Prueba de ello, es que a día de hoy, tantos años después de su independencia, los intereses intervencionistas ingleses y norteamericanos, siguen prevaleciendo de forma importante, y la población autóctona, por llamarla de alguna manera, no ha mejorado tanto, ni al mismo nivel. También debemos tener en cuenta otra cuestión, y es que podemos suponer que la razón criolla, no era la falta participación económica frustrada, como causa única, pues realmente los criollos eran gente rica. Ni tampoco era causa principal la pretensión de empleos en la política y la Administración, sino, más bien, debemos considerar muy seriamente un trasfondo de racismo social establecido por los propios criollos, quienes afirmaron en América la idea de la superioridad racista del blanco sobre los demás grupos de la sociedad multirracial, poniéndose en la cúspide de la pirámide, y estableciendo al mismo tiempo la superioridad de los llamados peninsulares sobre ellos, ya que cualquier español llegado de la propia Península era cien por cien blanco, cosa que no ocurría con la mayor parte de los criollos por el inevitable fondo mestizo en un Continente en el que, a todo lo largo del siglo XVI, sólo hubo aproximadamente un 3 por ciento de inmigración femenina blanca.


De este modo, la idea del complejo de frustración de los criollos se desplaza del plano económico o político al plano racial. A todo esto, y aunque pequemos de reiteración, hay que añadir el apoyo en todo momento por Inglaterra, que ya venía intentando esa misma política desde principios del siglo XVIII de una forma más agresiva, utilizando un arma letal, que era la ingenuidad causada por la buena fe, que a la postre, destruyó a España y a las provincias españolas de Hispanoamérica. Mediante el Tratado de Apodaca-Cannig de 1809, España había contratado la ayuda británica para expulsar a los franceses, concretándose bajo la conducción de los generales Sir Arthur Wellesley, duque de Wellington, quien más tarde fuera vencedor de Napoleón en Waterloo, y William Carr Beresford, conquistador de Buenos Aires en 1806. Estos organizaron regimientos de españoles dirigidos por oficiales ingleses para combatir a los franceses y a los españoles bonapartistas de ideas novedosas. A su vez, las Provincias Hispanoamericanas fueron sublevadas por oficiales disidentes y desertores del Ejército Español que con asesores británicos los indujeron a luchar contra Napoleón primero y a separar Hispanoamérica de España después. Mediante el mencionado tratado, los británicos se aseguraron las ganancias de un comercio, mediante el engaño tanto a los criollos, como a la Junta Central española. Este Tratado otorgaba a Inglaterra facilidades para el comercio en los dominios hispánicos, a cambio de pertrechos bélicos y el apoyo de sus ejércitos a las tropas y guerrillas españolas. Imagen de la portada del Tratado llamado Apodaca-Caning.





El hecho de que la emancipación de los territorios hispanoamericanos se veía venir ya desde el último tercio del siglo XVIII y de que esos mismos territorios estaban cobrando una personalidad propia con ayuda de Inglaterra y con la propia independencia de los EE.UU con respecto de ésta fueron un claro ejemplo del camino a seguir, nos encontramos como prueba que en un primer momento, desde la metrópoli española se pensó en tomar alguna medida de previsión para adelantarse a los hechos, y el propio Conde de Aranda primero, y Godoy después, pensaron crear en América varios reinos independientes en cuyos tronos estarían príncipes de la rama borbónica bajo la común corona de España, en una especie de concordato vinculado con un pacto de familia, que al final, debido a la complicada situación, y posiblemente a lo avanzado del movimiento independentista auspiciado por la burguesía criolla junto a la injerencia inglesa, se quedó en un simple proyecto que las autoridades españolas no supieron cuajar en debida forma y tiempo.


El considerar al ideal de la Ilustración como una de las causas motrices de la independencia no es descabellado, ni mucho menos. Sí lo es que fuera la causa principal, ya que la participación hispanoamericana en el movimiento de ideas de la Ilustración es algo tardía y además llega desde la España metropolitana en los navíos de la Ilustración de la Real Sociedad Guipuzcoana de navegación, y llegan traducidas al español. Aunque también es cierto que la obra del padre Feijoo (Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro) ya estaba siendo leída y divulgada por todo el continente americano después del primer tercio del siglo XVIII, pero en realidad, sólo una pequeña parte de la élite criolla leía, y lo hacía casi exclusivamente en español. Por lo tanto, debemos asegurar que el ideal Ilustrado llega de España, y aunque no debemos pensar en que fuera la principal esencia de la emancipación, si sirvió su ideal para concretar el carácter del movimiento independentista, y lo hizo a través de la sociedad criolla.


El criollismo insurreccional tiene más respuesta en las zonas de Buenos Aires y caracas que en Méjico y Chile, y sobre todo, su alcance fue todavía menor en el resto de Centroamérica y América Andina, donde los efectos de la Ilustración tienen menos fuerza, coincidiendo con un criollismo más escaso. El ideal norteamericano pudo tener una influencia cierta, pero en realidad, muy escasa, debido a que era un continente lejano, y casi incomunicado, por lo que el ideal, no tenía fácil acceso en el sur, aunque el germen de James T. Adams, Jefferson o Payne, no cabe duda de que tuvo su calado en el resto continental.



El procedimiento que los británicos emplearon para conquistar Hispanoamérica ya venía previsto concretamente desde 1711, año en el que ya se había publicado un Plan, y que siguiendo todos y cada uno de sus pasos al pie de la letra, se hizo efectivo su inicio en 1804 concluyendo en 1806 con la toma de Buenos Aires. Este procedimiento estratégico se basaba en cuatro puntos de fundamental importancia, que eran:



1.- Divide et impera.


2.- No comerciar, si no traficar


3.- Ejercer el poder, sin exhibirlo.


4.- Inducir a los enemigos de Inglaterra ha hacer lo que Inglaterra necesita que hagan para que se destruyan solos.


Y les funcionó a la perfección. La paciencia y el saber hacer de los distintos gobiernos británicos en el tiempo, todos con un mismo ideal, con una misma finalidad casi enfermiza, vieron claro que la debilidad de España iba a llenar no ya sólo sus arcas, si no sus espíritus, durante muchas generaciones, y así lo hicieron. Se dedicaron a seguir todos y cada uno de los puntos en su estrategia de forma ordenada, se preocuparon de fortalecer su poder en el mar, porque sabían que el mar era el medio para llegar al poder. Instruyeron a sus marinos de forma eficaz y considerada, el mar significó para ellos el eje motriz sobre el que giraban sus aspiraciones, y unido a una clase de políticos fuera de lugar, y a un espíritu obsesionado con el objetivo final de convertir y humillar a España, fue conseguido ante una nación débil, más preocupada en cambios y defensas de tradiciones, en asegurar reinados y enriquecer sus haciendas sin preocuparse demasiado de quién proporcionaba esa riqueza, ni el modo de transportarla. En definitiva, una nación de políticos débiles pero ambiciosos de poder aunque carentes de visión, y de una monarquía no ya corrupta, que lo era, si no despreocupada total y absolutamente por los designios de una nación, que mataba y se moría por ella con una fe ciega, carácter indiscutible del espíritu del español de a pie. Imagen alegórica de Inglaterra y Francia repartiéndose el mundo.






La restauración fernandina en el trono en 1823 no sirvió absolutamente para nada, en este campo. Los intentos del realismo español de que en el tratado de Verona se hiciese sitio a la causa de la insumisión de los territorios americanos fracasó de forma rotunda, pese a ser incluido el tema en el orden del día, y el fracaso lo hizo posible la oposición de Inglaterra y la total y absoluta indiferencia de las potencias continentales, a quienes no interesaba en absoluto el restablecimiento del prestigio español, sino más bien, preservarse de la amenaza del liberalismo. Fernando VII lo intentó negociando con Francia, pero el temor y la amenaza de Inglaterra de una guerra de carácter universal, dieron al traste con el intento. A partir de entonces, una España sin escuadra, y sin motivos para tenerla, grave error del que no se había preocupado de arreglar en su momento, volvió la mirada tierra adentro. La pérdida de América fue un desastre de dimensiones inconmensurables, y además, se produjo en el momento más inoportuno, donde un país esquilmado por la guerra de la independencia no sólo en el tema económico, si no en el de escasez de artículos, perdió de un solo golpe la posibilidad de recuperarse. La nación española, se vio falta de pronto de una vocación definida ante el mundo, y sin nada que defender, y sin ninguna aspiración fuera de su ámbito interno, se alejó del concierto de las naciones y paso a contar entre los países de tercera o cuarta fila, viviendo en adelante con una pasión desmesurada su propia historia como constante indeleble del propio temperamento español, una historia ensimismada e introvertida de riñas de familia, dando la espalda al mundo, que ya se la había dado a España mucho tiempo atrás. Imagen de Fernando VII.






Entre 1760 y 1810 no cabe duda que la América Española sufrió una época de cambio en la que la monarquía española hizo un gran esfuerzo para reformar la economía y la administración del imperio con algunas reformas como el monopolio del tabaco y el aguardiente, el establecimiento de nuevos tributos, la disminución de la presencia criolla en cabildos y cargos públicos con las reformas del llamado Régimen de castas que daban más posibilidades de ascenso a los descendientes de esclavos que fueron rechazadas por muchos criollos tan ilustrados como Francisco Antonio Moreno y Escandón, Pedro Fermín de Vargas, Antonio de Narváez, Antonio Nariño o José Antonio de Pombo, entre otros. Unas reformas que se frenaron a partir de las revueltas de Haití de 1791 y además, después de la muerte del rey Luis XVI en Francia, y ya, desde 1793, muchos criollos tenían pocas esperanzas sobre la administración española, y empezaron a dar ánimo a sus espíritus animados por el ejemplo de los Estados Unidos, pese a que la mayoría se mantuvo fiel a la corona.

No cabe duda de que los próceres de la independencia americana, lucharon por ideales ambiciosos con la confianza de independizarse de España, con la base de un ideal político de Ilustración, pero a su manera, ya que el “Progreso de las Luces” tenía una visión compleja sobre el espectro de un sistema de representación y de derechos de los ciudadanos que aunque en un principio era entusiasta, pronto comenzó a dar problemas de adaptación, y así lo manifestó Bolívar ya en 1821 al respecto del ideal de establecer gobiernos federales promovidos por José Ignacio de Márquez y otros tantos, que acabó en derrota debido a la insistencia del mantuano en que no estaban preparados para ello, dejando el proyecto apartado o aplazado para un periodo de 20 años y así, dar tiempo a que la educación siguiera, al fin, su curso restringiendo el voto, como fácilmente podemos comprobar.


Se remarcaba de forma insistente una educación verdadera para todos y además, pública, pero la consecución de guerras civiles sobre todo entre 1829 y 1845 frenaron las reformas en este sentido que llevó a un estado de pesimismo concretándose ya en 1886 con una serie de gobiernos centralistas, autoritarios y basados en un sufragio restringido en un evidente vínculo con la tradición colonial, y permítame decir que no me gusta este término, pero llevó a una serie de repúblicas hispanistas, de raza blanca y católica, en una exótica idea del liberalismo primigenio, ese del que antes hemos hablado.



El voto efectivo de TODOS los VARONES, no ha sido generalizado hasta más o menos 1910, pero sólo, PARA ALGUNAS ELECCIONES CONCRETAS, ya que sin restricciones, no se haría efectivo hasta mucho más tarde. Extraña consecuencia del Liberalismo que más de 200 años después de las independencias, y tras guerras civiles internas, el desarrollo, la soberanía del pueblo, los derechos individuales, la libertad de comercio, la educación, la igualdad y el respeto al pueblo indígena, la prosperidad económica y la felicidad absoluta, se han convertido en muchos casos en promesas y frustraciones que convierten la ilusión, en un amargo desencanto, con lo cual, cabría preguntar si la masonería liberal, hizo bien su trabajo, o finalmente, ha sido el proyecto de la Pérfida Albión quien se ha llevado el triunfo.


EL TRISTE DESTINO DE LOS PRÓCERES DE LA LIBERTAD

Francisco Miranda, Simón Bolivar, José San Martín, el propio Bernardo
O´Higgins, Thomas Cochrane, Agustín Itúrbide y Pedro I de Brasil y un extenso etcétera de próceres libertadores a los que la sublevación de Riego fue la puntilla final para las esperanzas españolas de permanecer en el continente americano.

Carrera, O´Higgins, Portales o Balmaceda alcanzaron, mantuvieron o perdieron el poder político en circunstancias violentas en pro de una libertad que a la sazón, cabría estudiar en tiempos y en formas, pero supongo que esto no se enseña demasiado en las Universidades interesadas en engendrar mitos de leyenda donde la leyenda en si misma pasa por la premisa de controlar la historia a su imagen de interés creado, y la razón, ya la hemos expuesto al principio, en la misma cabecera del presente artículo, el control.

Simon Bolivar: Quien a pesar de ser un héroe de la independencia de Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, de haber luchado en las circunstancias mas terribles para liberar a todas estas naciones en pro de una libertad que les llegó desbordada, y siendo hijo de una familia ilustre y adinerada de Venezuela, es triste decir que murió en la pobreza, soledad, y en la casa de un español en la quinta de San Pedro Alejandrino en la ciudad de Santa Marta. Su ultimas palabras tal vez reflejan su desilusión al ver las dificultades políticas y sociales que las nuevas repúblicas enfrentaban: "Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la Unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro". Pues no, va a ser que no bajó tranquilo al sepulcro, es más, fue sacado del mismo en un alarde de sacrílega profanación, pero se llevó consigo a todos aquellos que profanaron su tumba en la antesala de una maldición. Además, un aspecto curioso, fue el decreto de libertad propuesto por el mismo Bolívar, para no ampliar más el arco de los próceres, que definía el principio de libertad decretando que todos los hombres fueran libres “al acto de nacer”, pero decidió conservar la esclavitud al tiempo que morían los esclavos existentes, y en un afán, según sus propias palabras, por proteger de una luz intensa a quien acaba de recibir la luz de la libertad a unos esclavos para cuya libertad no estaban preparados.


Curiosa definición de la Libertad, ideada por un hombre que sentía el mayor desprecio por negros o mulatos y el origen de la sublevación americana debe buscarse, dicen los sabios, en el hecho de que la Corona Española empezara a dar y vender cargos a los morenos. No se puede dudar de que molesta la verdad, y esta no es otra que la familia de Bolívar era una de las más ricas de Venezuela y tenían cientos de esclavos negros, aparte el mismo decía Quiteños y Peruanos eran indios traicioneros, tramposos ect. aparte del tributo indígena que puso algo que había sido derogado por San Martin cuando era protector de Perú y eso está en la historia, y el hecho de que muchos historiadores hayan quitado ese lado oscuro de Bolívar para idealizarlo como alguien perfecto es otra cosa. De hecho, cuando Fernando VII inicia la represión en América, enfrentó a negros contra criollos y las columnas de Boves se componían esencialmente de negros y mulatos, lo que en el Caribe llaman despectivamente la negrada, es el mismo Bolívar que mandó decapitar a los españoles prisioneros, el mismo Bolívar que decretó la Guerra a muerte, es decir, el exterminio sistemático de todos aquellos españoles que no tomaran las armas contra España, el Bolívar que traicionó a Miranda, o el mismo Bolívar que declaraba sobre las rebeliones pastusas con Agustín de Agualongo al frente que “Los pastusos deben ser aniquilados, y sus mujeres e hijos transportados a otra parte, dando aquel país una colonia militar. De otro modo, Colombia se acordará de los pastusos cuando haya el menor alboroto o embarazo, aún cuando sea de aquí a cien años, porque jamás se olvidarán de nuestros estragos, aunque demasiados merecidos (Carta de Simón Bolívar a Francisco de Paula Santander, Potosí, 21 de octubre de 1825)”.




En Colombia, en algunas zonas, se habla del  llamado “LIBERTADOR” que fue en realidad un tirano y genocida, con cerca de 5.000 habitantes de Pasto muertos por su culpa, sólo en Pasto, y se habla por parte de algunos autores de una persona con ansias de poder y dominación total de América, y quien paradójicamente tenía 3.000 esclavos negros, a los cuales nunca liberó.

Hay quienes se preguntan quién fue más sanguinario si San Martín o Bolívar, y es que ambos, mandados por los ingleses, cometieron atrocidades contra la población civil con lo que no sorprende que los nacionales (peruanos) se unieran a los realistas para combatirlo. En la imagen siguiente, Simón Bolívar.






José de San Martin (1778-1850): El protector del Perú, el libertador con permiso de O´Higgins de Chile y como no, de Argentina. Poco tiempo después de regresar a Argentina desde el Perú fue relegado al ostracismo político a raíz de que la lucha entre unitarios y federales, era un nuevo escenario en el cual el ya no era protagonista. Muere en el exilio en Francia, olvidado por los políticos argentinos, a pesar de la gran labor que se supone que hizo, sus restos no regresaron a la Argentina hasta 1880. Después hablaremos algo más de el. En la imagen siguiente, José San Martín.







Vicente Guerrero, el héroe de la independencia de Mexico, combatió a los españoles tanto en lo militar como en lo espiritual, a tal punto, que fue incluso capaz de negar a su padre (realista consumado) en nombre de la patria, su proclama de la abolición de la esclavitud en 1829, le trajo mas enemigos, hasta que finalmente fue traicionado, sucedió que el 15 de enero de 1831 en la playa Tlacopanocha, en Acapulco, recibió la invitación a almorzar con el capitán del bergantín El Colombo, Francisco Picaluga, siendo apresado sorpresivamente, ya que fue traicionado por 50.000 pesos por Anastasio Bustamante. De ahí lo llevaron al puerto de Huatulco, Oaxaca y fue entregado a los capitanes Miguel González y José María Yañez, capitán del batallón activo de Jamiltepec quien fue fiscal en el consejo de guerra en la playa que hoy se denomina La Entrega, donde fue condenado a pena de muerte y fusilado. En la imagen siguiente, Vicente Guerrero.






Agustín de Iturbide, hijo de un terrateniente español y una criolla, que defendió la ciudad de Valladolid (hoy la actual Morelia) cotra las fuerzas revolucionarias, y cuya vida refleja como pocas los vaivenes del proceso que condujo a la emancipación de México. En 1810 condenó la temprana insurrección independentista del cura Hidalgo, y desde el bando realista combatió y derrotó a sus seguidores. En 1821 se unió al bando independentista: acordó con Guerrero el Plan de Iguala y, tras la rápida victoria de su Ejército Trigarante, puso fin a tres siglos de dominación española. Proclamado emperador con el nombre de Agustín I con gran júbilo de la población, en 1823 se vio obligado a abdicar y al año siguiente fue fusilado por los republicanos. De realista a patriota, de emperador a traidor: naturalmente, las vueltas y revueltas de tan tortuoso camino no se deben únicamente a las circunstancias históricas. Carismático y de temperamento conservador, pero sin ninguna ideología concreta, Iturbide tendió siempre a adherirse a la opción que juzgaba ganadora, encarnando el paradigma del político excesivamente pragmático y oportunista. Pero, pese a no ser tan admirado como otras figuras de la emancipación, México le debe la independencia efectiva, cuya efectividad cabría valorarla hoy. En la imagen, Agustín de Iturbide.







Antonio José de Sucre (1795-1830): Mariscal de Ayacucho, el hombre que Bolivar decía que podía ser el que le disputara la gloria, vencedor de diversas batallas en Venezuela, Colombia, Ecuador, Peru, Bolivia. Con su victoria en Ayacucho, acabo con el último reducto realista en America del sur, su triunfo y la popularidad que tenia con el pueblo y los soldados, lo llenaron de enemigos. Su asesinato fue como una “Crónica de una muerte anunciada”, ya que el mismo fue planificado y ejecutado en las Montañas de Berruecos- Arboleda (Nariño) el 4 de junio de 1830 con alevosía, ensañamiento, ventaja y premeditación, allí permaneció su cadáver por más de 24 horas hasta que los pobladores de las localidades cercanas le dieran cristiana sepultura. En la imagen, Antonio José de Sucre.








Bernardo O´Higgins (1778-1842): Libertador de Chile (con permiso de San Martín), organizador de la fuerza expedicionaria que llego al Perú, relegado del poder político en el Chile independiente, se exilio en el Perú donde murió en 1842, sus resto no se trasladaron hasta 1869. Sus palabras al dejar el poder tal vez reflejan lo melancólico que se sentía; " Siento no depositar esta insignia ante la asamblea nacional, de quien últimamente la había recibido; siento retirarme sin haber consolidado las instituciones que ella había creído propias para el país y que yo había jurado defender; pero llevo al menos el consuelo de dejar a Chile independiente de toda dominación extranjera, respetado en el extranjero, cubierto de gloria por sus hechos de armas".


O´Higgins gobernó de forma autoritaria y, desde el primer momento, imprimió un sesgo revanchista a su administración, creando tribunales para juzgar a todos aquellos que no hubieran apoyado el independentismo con vigor, confiscando sus bienes y privándoles de todo derecho político, cuando no desterrándolos. “El gobierno de O´Higgins degeneró en una dictadura de mano de hierro”, y se negó a crear un Senado que tuviera competencias legislativas. Cuando, en 1822, se decidió a dotar al país de una nueva Constitución, ésta no fue sometida a ningún tipo de refrendo popular, sino que fue otorgada directamente por el general. Trató, en suma, de crear un régimen cesarista. Su vinculación a la Logia Lautaro, a la que también pertenecía San Martín, e incluso Bolívar, despertó recelos y animadversiones entre los chilenos, que creían que la logia era el verdadero poder en la sombra, a la que el Director Supremo debía consultarle todos los nombramientos y las decisiones del gobierno. los hermanos Carrera, habían de encontrar un trágico fin en 1818: detenidos Luis y Juan José en Mendoza por conspirar para hacerse con el poder en Chile, O´Higgins fue reacio a interceder en su favor y, cuando cedió a las presiones de San Martín al respecto, ya era demasiado tarde: ambos habían sido fusilados por el gobernador de Mendoza, contra cuya autoridad también habían inducido desórdenes los Carrera.


Estas ejecuciones fueron devastadoras para el prestigio político de O´Higgins: la aristocracia chilena en bloque se volvió contra él, ya que creían que había representado una comedia, fingiendo perdonarles y buscando a propósito que el mensajero que llevaba las órdenes correspondientes llegara tras haberse realizado el fusilamiento de ambos hermanos. Una responsabilidad similar se le atribuyó en relación con la ejecución sumaria del guerrillero carrerista Manuel Rodríguez. La tragedia de la familia Carrera continuaría con el fusilamiento del propio José Miguel, cuando desde su exilio argentino, al frente de una heterodoxa fuerza armada, denominada Legión Chilena -que cometió todo tipo de atrocidades, incluido el saqueo de Salta- trataba de cruzar los Andes para regresar a Chile y hacerse con el poder. Capturado por el gobernador de Mendoza, el 4 de septiembre de 1821 fue fusilado en esta ciudad, la misma en la que habían sido ejecutados en 1818 sus dos hermanos.


Entre 1820 y 1823 O´Higgins gobernó como “un dictador paternal, que pretende hacer la felicidad de su pueblo, sin permitirle que decida por sí mismo sus propios asuntos”. La comedia representada para aprobar la Constitución de 1822 acabó con el prestigio y la popularidad que aún conservaba O´Higgins. La situación llegó a tal punto que una rebelión estalló en Concepción, la propia “patria chica” del Director Supremo, donde el general Ramón Freire, que había dirigido la larga campaña contra los reductos realistas del Sur del país, solicitó a San Martín que mediara para forzar la renuncia de O´Higgins. Poco después el cabildo de Santiago de Chile pidió al general que dimitiera. Forzado por las circunstancias, el héroe de la independencia dimitió y se embarcó hacia Perú, donde habría de vivir exiliado durante el resto de sus días, hasta que la muerte le sorprendió el 24 de octubre de 1842, sin haber vuelto nunca a pisar el suelo del país a cuya independencia había contribuido de forma tan destacada.


En palabra de Robert Harvet, “Hizo milagros en la administración y en la guerra, pero a pesar de su prestigio y de la fuerza, nada pudo fundar estable”. Su vinculación a la Logia Lautaro, a la que también pertenecía San Martín, despertó recelos y animadversiones entre los chilenos, que creían que la logia era el verdadero poder en la sombra, a la que el Director Supremo debía consultarle todos los nombramientos y las decisiones del gobierno. En la imagen siguiente,
Bernardo O´Higgins.






José Gervasio Artigas (1764-1850): El precursor del federalismo en el Río de la Plata La Asamblea del Año XIII, presidida por Carlos María de Alvear, temía que la incorporación de los artiguistas produjera una virtual alianza entre el caudillo oriental y San Martín para apurar una declaración de independencia, que el grupo alvearista, en consonancia con los intereses de Gran Bretaña, ahora aliada de España, pretendía retrasar lo más posible.


La clase alta porteña temía que la influencia del caudillo oriental y su enorme popularidad se extendieran al resto de las provincias. Veía en la acción de Artigas un peligroso ejemplo que propugnaba un serio cambio social. El reparto de tierras y ganado entre los sectores desposeídos concretado por Artigas en la Banda Oriental, bien podía trasladarse a la otra margen del Plata y poner en juego la base de su poder económico.


Sus caudillos firmaron a espaldas de Artigas el Tratado del Pilar, abandonando a su suerte al caudillo oriental. Ante la traición, Artigas decidió unir sus escasas fuerzas con las de Corrientes y Misiones. Entró en Entre Ríos dispuesto a someter a opositor Francisco Ramírez, pero fue derrotado definitivamente en Las Huachas y debió marchar hacia el exilio en el Paraguay. En el Paraguay vivió humildemente, bajo la protección de los sucesivos gobernantes paraguayos, Después de tres décadas de exilio paraguayo, Artigas murió, a los 86 años, el 23 de setiembre de 1850. Sus restos fueron repatriados al Uruguay en 1855.

Artigas, en el fondo, fue realmente un bandolero autoritario, epítome de los cabecillas gauchos que abominaban y desconfiaban de todo lo que viniera de las ciudades y dominaron durante mucho tiempo los campos como si fueran feudos personales. En la imagen siguiente, José Gervasio Artigas.






Francisco de Miranda, el Precusor de la emancipación americana, el personaje más famoso que participó en la defensa de Melilla durante el sitio de 1774/75, tuvo un final indigno de su gran trayectoria en defensa de la Libertad tanto en Europa como en América.


Tras diversos destinos y su partición en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos tuvo que huir de España perseguido por la Inquisición debido a sus ideas liberales. Viajó por Estados Unidos y gran parte de Europa hasta unirse a los ejércitos revolucionarios franceses cuando dicho país fue invadido por las potencias contrarias a la revolución. llegó al grado de mariscal de campo del Ejército de la República Francesa tomando parte en la batalla de Valmy el 20 de septiembre de 1792 donde los ejércitos austriacos y prusianos fueron derrotados con lo que se salvó la Revolución Francesa y, como dijo Goethe, nació una nueva era de la Historia de la Humanidad. Otra importante victoria conseguida por Miranda fue la toma de Amberes.
Su lucha por la independencia de Venezuela se inicia en 1806 con una primera expedición que desembarca un pequeño contingente militar en las costas caribeñas con la intención de servir de espoleta de un levantamiento general de la población que no tiene lugar y obliga a Miranda a huir de Venezuela. La bandera tricolor que enarbolaban los expedicionarios será la base de la posterior bandera de las repúblicas de Venezuela, Colombia y Ecuador.


Con la ocupación napoleónica de España se reactivan los movimientos independentistas latinoamericanos y Miranda es reclamado en Venezuela por los republicanos locales. Es nombrado miembro del Congreso de las Provincias Unidas de Venezuela en junio de 1811 pese a la oposición de las élites criollas, que lo consideraban muy izquierdista, pero aquí me surge una pregunta…¿qué querían las élites criollas entonces, más poder, o más libertad? El caso es que apoya la proclamación de la independencia que finalmente es declarada el 5 de julio de 1811. Al estallar el conflicto armado entre republicanos y realistas leales a la Corona Española, Miranda es apartado del mando del ejército pero ante las derrotas sufridas por los republicanos en abril de 1812 acaba siendo designado generalísimo de los ejércitos de la República logrando algunos éxitos frente a los realistas pero no pudiendo evitar la derrota tras la pérdida de Puerto Cabello que era la principal base republicana y que estaba bajo el mando de Simón Bolívar. Miranda considera que la guerra está totalmente perdida y el 12 de julio de 1812 firma la capitulación de la República con la promesa de que no hubiera represión y se permitiera exiliarse a todo aquel que lo quisiera. Él es uno de los que optan al exilio pero en la noche del 31de julio en el puerto de La Guaria un grupo de oficiales venezolanos encabezados por Simón Bolivar lo detiene a traición y lo entregan a los realistas, sus últimas palabras en libertad fueron “Bochinche, bochinche, esta gente no es capaz de hacer sino bochinche.


Miranda es enviado a España y encerrado en el penal de La Carraca donde muere de enfermedad el 14 de julio de 1816. Fue enterrado en una fosa común. En la siguiente imagen, Francisco de Miranda.






El legado de José Gaspar Rodríguez de Francia a sus sucesores fue el de un país independiente en lo político y económico, pero que difícilmente podía evolucionar hacia una democracia tal como se la entendía en la América Latina en el siglo XIX, donde sólo una reducida elite podía votar, o a la integración económica con el exterior bajo las reglas del liberalismo económico neocolonial imperante. Por esa razón Carlos Antonio López, que se puede considerar su legítimo sucesor en lo político, mantendrá el modelo del doctor Francia sin modificaciones esenciales. Se declaró Dictador Perpetuo, posiblemente en una clara alusión al cinismo sobre la libertad por la que había luchado, e incluso al final de su vida, descartó nombrar un sucesor. Los enemigos del modelo político-económico del doctor Francia se mantuvieron en la sombra por muchos años. Desde antes y durante el congreso de octubre de 1814 ya existían grupos que conspiraban contra él. Artigas había intentado conectarse con ellos en el año 1815. Fue víctima de numerosas conspiraciones e incluso intentos de asesinato.






Desde luego, que faltan algunos, y sobre otros, he escrito más aspectos por la sencilla razón que conforme iba construyendo el presente artículo, más me asombraba, siendo consciente de no agradar a una concurrencia no muy incumbida en conocer más la verdad, y si seguidora de la pasión disfrazada bajo el tupido velo negro del silencio interesado, aquel que no nos deja ver la larga lista de traidores que se agarra a la común esencia de la naturaleza hispano-americana y latina, desde Riego, que lo fue, aunque no fue el único, hasta el cura Hidalgo promotor de la emancipación mexicana, que desde el púlpito arengaba a la feligresía contra la Corona de Fernando VII en 1810, mientras en la península se luchaba contra los franceses, siendo una figura singular de los movimientos emancipadores de los países americanos, ya que trata de realizarla de espaldas a los criollos y apoyándose únicamente en las clases más desfavorecidas de la sociedad, con lo cual su fracaso fue estrepitoso, siendo atacado por las propias clases dominantes autóctonas que al verse desbordados se unieron a las autoridades españolas. Posiblemente, podemos hablar que se aprovechó la coyuntura eficaz de ver como en la metrópoli se peleaba a muerte dando la cobertura bizarra que desde la esquina oriental del Parque de Monteleón, o desde cualquier otro punto cardinal en el que España, ha hecho siempre lo mejor que ha sabido hacer, pelear hasta el final, y morir por la traición.

Es curioso que en un principio, estos próceres de la libertad se mostraron favorables a la unidad del continente con posterioridad al momento independentista, lo cierto es que pronto declinaron de sus aspiraciones hispanoamericanistas e incluso en algunos casos extremos, como los del conservadurismo mexicano, llegaron a favorecer la intervención de potencias extrañas, como fue el caso de la invasión francesa a México, o como lo fue la inglesa en Argentina, cuya soberanía, en el caso de la primera, declinó en una invasión norteamericana en todo su esplendor tras la usurpación de la guerra de cuba del que hablamos en el artículo EL HUNDIMIENTO DEL MAINE, UN CASO DE BANDERA FALSA, y en el caso de la segunda, no hay más que ver el número de empresas inglesas en Argentina para aclarar si realmente el proceso acabó en emancipación, o nueva sumisión.

EL PLAN PITT-MAITLAND

Este Plan Estratégico inglés habría sido concebido y escrito por el Mayor General Sir Thomas Maitland (1759-1824), y entregado a Henry Dundas (desde 1804 Primer Lord del Almirantazgo como Lord Melville), que entonces se desempeñaba como Secretario de Guerra en el primer gobierno de William Pitt (hasta 1801), llamado El Joven (1759 – 1806), durante el reinado de Jorge III (de 1760 a 1820), Rey de Gran Bretaña e Irlanda. Con anterioridad había sido secretario de su padre, Pitt (1708-1778), El Viejo (Lord Chatham), quien fuera Primer Ministro de los reyes Jorge II y Jorge III, y cuyos fines están recogidos en 47 hojas manuscritas por el propio Maitland, y cuyo fin consistía en un plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito.


CONCLUSIONES FINALES

No podemos concluir sin citar que la diferencia del pensamiento liberal, cuyo germen se incubó en la América española proveniente de una Europa donde la finalidad del espíritu masón fue inculcar en el ánimo de las mentes más procaces y recelosas del soñado poder, la ambición de liderar un proyecto, a pesar incluso del pueblo que lo sustenta. Ciertamente, el liberalismo americano difiere del europeo, por cuanto en el Viejo Continente, era una expresión de una clase social en ascenso; en cambio en el Nuevo Mundo fue un repertorio doctrinario que sectores ilustrados minoritarios utilizaron para fundamentar la revolución independentista y proyectar su propio ascenso y consolidar su hegemonía. Esto se refleja en la conocida frase de Cecilio del Valle: “proclamemos la independencia, antes que el propio pueblo la declare”.


Ya hemos hablado de que muchos oficiales escoceses estuvieron envueltos durante el Siglo XIX en planes para atacar a España o ayudar a las colonias en sus luchas por la independencia, y lo que realmente querían hacer los ingleses y su falange de amigos con la América Española, y cuya intención ya la manifestó Castlereagh, Ministro de Guerra, en septiembre de 1807), tal cual ocurrió finalmente de 1826 (empréstito con la Baring Brothers del que se recibió 1/4 del total -1/8 en metálico y 1/8 en papeles negociables-, y se pagó cuatro veces en efectivo, finalizando en 1905), hasta el 2007 con el establecimiento del Nuevo Virreinato del Río de la Plata desde 1955, con Islas Malvinas incluidas (1833 y 1982) que, según algunos autores argentinos de forma deliberada, se perdieron, para siempre, aunque me resisto a creer que fuera de forma deliberada.


Preocupado el entonces presidente de los EE. UU (de 1821 a 1825), James Monroe (1758-1831), por las rápidas acciones lanzadas por el Ministro de Asuntos Exteriores (1823) de Inglaterra, George Canning sobre los despojos del antiguo Imperio Español, reconoció también a las jóvenes repúblicas americanas como habían hecho los ingleses, y proclamó la famosa Doctrina Monroe (1823), que en extrema síntesis dice: América (del Norte) e Hispanoamérica (Africa Blanca) para los Americanos (los EE.UU.); y Europa y África (Negra) para Inglaterra. Es decir: pide subrepticiamente que se respete lo acordado y proclamado después de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) y el fin del Imperio de los Cien Días. Monroe no practicaba el arte declamatorio; era un viejo expansionista: en 1803 fue el motor de la compra de Luisiana y poco después de la compra de la Florida (1818). Finalmente, por decreto y deseo, Hispanoamérica fue incorporada al patrimonio privado de la gran nación Norteamericana.

Respecto a los oficiales escoceses, cabe decir que muchos fueron amistades de San Martín en España primero y en Inglaterra después. No es una casualidad que, cuando el prócer elige el camino del ostracismo voluntario, volviese a Londres de donde había salido 12 años atrás, cumpliendo así la ley que dice que todo libertador que se precie de tal debe salir de Inglaterra y luego regresar a ella.

Podemos definir pues, finalmente, que las causas de la emancipación de la América española, fueron en mayor o menor medida la posibilidad de la influencia de la independencia de los EE.UU, desde luego, también la influencia del ideal liberal, el deseo de una sociedad criolla en convertirse en eje de la economía y administración de su propio destino, y del de los demás, la injerencia de Inglaterra y el desarraigo del resto de Europa, pero sobre todo, la falta de preocupación de una clase política española, constitucional y no constitucional desde tiempo atrás, que se había limitado simplemente a limitarse a no hacer nada por preocuparse un mínimo de esa otra parte de España que incluso hoy, sigue calando profundamente en nuestro sentimiento.

Aingeru Daóiz Velarde.-


http://navegandoenelrecuerdo.blogspot.com.es/



BIBLIOGRAFÍA


Los Libertadores. Robert Harvet.


Bolívar, libertador y enemigo número 1 del Perú, Herbert Morote.


La Involución Hispanoamericana. Julio C. González.


























EL FALSO TRATADO DE VERONA

Rosario de la Torre del Río,  es Catedrática titular de la Universidad Complutense de Madrid en el Departamento de Historia Contemporánea. Es especialista en Historia de las Relaciones Internacionales de los siglos XIX y XX, cuestión sobre la que ha impartido numerosos cursos y ha publicado también numerosos trabajos. Ha investigado de forma muy particular la historia de la política exterior española en la transición del siglo XIX y XX y sobre ello ha publicado numerosos trabajos de investigación. Desde 1981 imparte clases a su vez en la Universidad Complutense y en los cursos de posgrado de la Escuela Diplomática. He tenido el placer de hablar con esta ilustre catedrática personalmente sobre este tema, y me ha dado gustosamente el permiso para publicar el presente trabajo, lo cual es un honor para mí, puesto que pienso que es un tema importante que debe salir a la luz.



* Con esta nota bibliográfica deseo pedir disculpas a mis antiguos alumnos de la Universidad Complutense de Madrid y de la Escuela Diplomática a los que he impartido las asignaturas “Historia de la política exterior de la España contemporánea” e “Historia de las relaciones internacionales”, y a los que he explicado de manera equivocada, curso tras curso, el significado del tratado de la Santa Alianza y el proceso de toma de decisiones que condujo en 1823 a la intervención francesa en España.
Si la única justificación que me asiste es “la fuerza del principio de autoridad” en una cuestión que no fue nunca objeto directo de mi investigación, descubierto el error, sólo me queda pregonar a los cuatro vientos que el tratado secreto de Verona de 22 de noviembre de 1822 no es más que una falsificación periodística y que siento muchísimo no haberme dado cuenta antes.

Rosario de la Torre del Río
Universidad Complutense de Madrid


El falso tratado secreto de Verona de 1822

La escasa atención que la historiografía española ha prestado a la historia del sistema internacional europeo de 1814-1815, que se manifiesta en el sorprendente hecho de que bascule entre el lejano punto de partida que suponen las obras del marqués de Villa-Urrutia1 y de Jerónimo Bécker2 y la mucho más reciente e intensa atención recibida por la intervención francesa de 1823 que puso fin al Trienio Liberal3, ha dejado entre nosotros a la dimensión internacional de lo ocurrido entre 1814 y 1823 en una cierta imprecisión. Ello es producto de la escasez de monografías concretas asentadas en la consulta de los archivos, algo que no pueden remediar los estudios de carácter general que se fueron apoyando fundamentalmente en lo ya publicado4. Posiblemente, el hecho de que la historiografía española ─con la excepción de la citada María Victoria López-Cordón─ no haya abordado en las últimas décadas el estudio del papel jugado por España en el nacimiento y evolución del sistema internacional pos-napoleónico explica también las escasas referencias de nuestros generalistas a la historiografía extranjera especializada que, por el contrario, sí estaba prestando la necesaria atención a esa etapa de la historia del sistema internacional5.

Pero pasemos del problema historiográfico general, que afecta a nuestra historiografía sobre el sistema internacional pos-napoleónico, al más concreto de nuestra interpretación del significado internacional de la represión del liberalismo español en 1823.

La cuestión puede ser presentada en muy pocas líneas: tras la agitación internacional causada tanto por las revoluciones liberales de 1820 en Cádiz, Oporto, Nápoles y Turín como por el desarrollo de las independencias de Grecia y de la América española, la reunión del Congreso de Verona entre el 20 de octubre y el 14 de diciembre de 1822 colocó la cuestión española en el centro de la diplomacia de las grandes potencias.

Muy poco después, el 7 de abril de 1823, un ejército francés de unos 90.000 hombres ─los cien mil hijos de San Luis─ atravesó la frontera de los Pirineos y, tras una rápida campaña militar, restableció a Fernando VII en la soberanía absoluta de la que le habían privado los liberales españoles tras la revolución de 1820.

En la imagen, desembarco de Fernando VII, tras la llegada de los Cien Mil Hijos de San Luis.



Aunque la historiografía española y, con ella, una buena parte de los manuales y de los docentes universitarios han venido considerando que esa intervención se realizó  de acuerdo con un tratado secreto firmado el 22 de noviembre de 1822 en Verona por los plenipotenciarios de Austria (Metternich), Rusia (Nesselrode), Prusia (Bernstorff) y Francia (Chateaubriand); un tratado que habría ampliado y concretado los muy vagos compromisos incluidos en el tratado de la Santa Alianza de 1815 que, de esa manera, habría encomendado a Francia su aplicación en España y Portugal, existen motivos muy fundados para pensar que ese tratado es una falsificación periodística posterior a la intervención francesa en España. Es más, aunque Chateaubriand negase siempre que la guerra de 1823 fuera decisión de la Santa Alianza y reivindicase siempre esa victoria de Francia sobre España como una empresa exclusivamente suya6, sus desmentidos no fueron tenidos en cuenta durante mucho tiempo ni por la historiografía europea y ni por la norteamericana, que siguieron considerando que la publicación por la prensa del supuesto tratado secreto de Verona era un alarde periodístico y no una falsedad. La historiografía española ha mantenido el error posiblemente bajo la influencia tanto del marqués de Miraflores como de Antonio Pirala y de Modesto Lafuente; el primero, en sus Apuntes histórico-críticos para escribir la historia de la revolución de España desde el año 1820 hasta 1823, reproduce el texto de ese supuesto tratado secreto traducido al español7; los otros dos siguieron con tanta fidelidad a Miraflores que incluso repitieron su error en la grafía del nombre del firmante prusiano y escribieron Berestorff en lugar de Bernstorff8.


Según T. R. Schellenberg9, la historia de la falsificación periodística comenzó en Londres, donde la actitud de las potencias continentales absolutistas hacia España estaba causando preocupación en el gobierno liberal británico y en la prensa, también liberal. Las notas diplomáticas de Austria, Rusia y Prusia urgiendo al gobierno español a dar marcha atrás en sus medidas más revolucionarias y a obedecer a Fernando VII provocaron una tremenda indignación popular en Inglaterra. En ese marco, cuando pareció que Francia podría invadir España con el patrocinio de las tres grandes potencias absolutistas, los periódicos británicos se pusieron a especular sobre lo que podría ocurrir.


Entre los periódicos británicos, el londinense Morning Chronicle fue el más persistente con sus conjeturas diarias sobre los futuros acontecimientos. Durante abril y mayo de 1823, ese periódico informó erróneamente de “una concentración enorme” de tropas rusas “reunidas de acuerdo con los compromisos de Verona” y afirmó que la determinación del gobierno francés de intervenir en España era “una prueba, equivalente a una certidumbre moral, de la existencia de un entendimiento, un compromiso específico de cooperación y un organizado plan de espoliación entre ese partido y los miembros de la Santa Alianza”. Cuando, durante el mes de mayo, resultó evidente que no le estaba llegando a Francia ninguna ayuda militar desde el exterior, un no identificado corresponsal del periódico envió muy oportunamente a la redacción de Londres el texto del supuesto tratado secreto de Verona que el periódico publicó en inglés el 11 de junio10.


Schellenberg considera que las apócrifas circunstancias en las que se publicó el tratado secreto y lo absurdo de su estructura y contenido deberían haber alertado a todos los historiadores sobre su falsificación11. El documento, que de acuerdo con el Morning Chronicle había sido comunicado por un corresponsal que tenía razones para creer que era auténtico, se presenta como una adición al tratado de la Santa Alianza. El primer artículo, atacando las formas representativas de gobierno, estipula que las potencias firmantes “del modo más solemne se obligan a emplear todos sus medios, y a unir todos sus esfuerzos, para destruir el sistema de gobierno representativo de cualquier Estado de Europa donde exista, y para evitar que se introduzca en los Estados donde no se conoce”.


Por el artículo segundo, las potencias se prometen recíprocamente adoptar todas las medidas para suprimir la libertad de imprenta, no sólo en sus propios Estados, sino también en todos los demás de Europa. El tercero involucra la religión y el papado en la causa de la legitimidad de los soberanos absolutistas. Los últimos artículos establecen la manera en la que se cumplirán los objetivos del tratado no sólo en España, sino también en un Portugal bajo la protección de los británicos12.


En cada uno de los artículos encuentra Schellenberg evidencias internas del origen espurio del tratado. El primer artículo, atacando el gobierno representativo, expresaba el convencimiento popular británico del carácter unánimemente reaccionario de las potencias continentales. El tercer artículo, mezclando religión y papado con la defensa de la legitimidad, ofrecía el espectáculo del herético rey de Prusia y el cismático zar de
Rusia declarando junto a los católicos emperador Habsburgo y rey Borbón:
“… que su intención es la de sostener cada una en sus Estados las disposiciones que el clero en su propio interés esté autorizado a poner en ejecución para mantener la autoridad de los Príncipes, y todas juntas ofrecen su reconocimiento al Papa por la parte que ha tomado ya en este asunto, solicitando su constante cooperación con el fin de avasallar las naciones.”


El cuarto artículo colocaba a Austria, Rusia y Prusia en la onerosa obligación de proporcionar a Francia un subsidio de “20 millones de francos anuales cada una desde el día de la ratificación de este tratado, y por todo el tiempo de la guerra”. El sexto contenía una anacrónica referencia a una “guerra con España”, que todavía no había estallado el 22 de noviembre de 1822, cuando supuestamente se firmó el tratado13.


El 11 de junio de 1823, cuando el Morning Chronicle publicó el supuesto tratado secreto de Verona, los representantes en Londres de las cuatro potencias supuestamente firmantes afirmaron que era una falsificación que no merecía una refutación seria, e insertaron el documento espurio en el londinense Sun, un periódico vespertino, con un comentario anónimo en el que justificaban la inserción del documento cuya veracidad negaban, “simplemente para mostrar a nuestros lectores lo fácil que puede ser colocar la más chapucera fabricación, incluso entre gentes con sentido, cuando su juicio ha sido deformado por el calor de animosidades políticas”. Un comentario similar apareció al día siguiente en el londinense New-Times, un periódico matutino. El conde Marcellus, amigo y colaborador de Chateaubriand y, en ese momento, encargado de Negocios de Francia en Londres, no consideró que la cuestión mereciese un comentario en su correspondencia con su jefe. Dos días después de su publicación, el Morning Chronicle, en respuesta a algunas cartas de sus lectores sobre el supuesto tratado secreto, mostró su extrañeza por tanto revuelo y aseguró que el tratado que habían publicado “no contiene nada que no esté contenido en varias circulares y declaraciones”. Cuatro días después de su aparición en Londres, el supuesto tratado secreto fue traducido al francés y publicado por el parisino Pilote. Bajo la ley de prensa francesa de 13 de marzo de 1822, que colocaba los periódicos bajo la estrecha vigilancia del gobierno, su editor fue sentenciado sumariamente por un tribunal correccional a un mes de prisión y al pago de una suma de dos mil francos; el periódico fue suspendido por quince días. El Morning Chronicle, a pesar de que lo más lógico era suponer que el Pilote había traducido su texto, afirmó muy ufano que la condena en Francia autentificaba el documento publicado por ellos14.

En la imagen, Chateaubriand.




En 1834, el documento fue perpetuado tanto en la historiografía norteamericana como en la historiografía española; en la historiografía norteamericana lo perpetuó Jonathan Elliot15 y su influencia se dejó sentir en la interpretación que hizo esa historiografía de la doctrina Monroe; en la historiografía española lo perpetuó el marqués de Miraflores y su influencia se dejó sentir en la interpretación que hemos hecho numerosos historiadores españoles de la Santa Alianza. Y, sin embargo, los desmentidos tendrían que haber hecho reflexionar a unos y otros, sobre todo cuando, diez años después, el 15 de febrero de 1844, el falso tratado volvió a revivir, ahora por obra del corresponsal en Lisboa del mismo Morning Chronicle, que debía estar familiarizado con el documento, y que informando de las decisiones tomadas por el gobierno portugués contra los insurrectos, afirmó su convencimiento de que el rey de Francia estaba mediando en un espíritu anti-republicano similar al del tratado secreto de Verona de 22 de noviembre de 1822, del que reproducía algunos artículos. El National de París retomó el asunto y expresó sus dudas acerca de la autenticidad del tratado secreto. Y es que Chateaubriand, que por primera vez tenía conocimiento del asunto, escribió entonces al director del periódico dándole las gracias por dudar de la autenticidad del documento y afirmando: “No sé si existe ese documento, pero estoy seguro de que nunca he firmado ningún pretendido tratado secreto de Verona”16.


 El desmentido de Chateaubriand no sirvió de nada; en 1846, cuando se produjo la revuelta polaca, el National de París atacó al gobierno señalando que la política francesa bajo Luis-Felipe era similar a la que había seguido la rama primera de los Borbones porque las obligaciones que incluía el tratado secreto de 1822 estaban en vigor. El revuelo causado en la prensa francesa fue tan grande que el conde de Marcellus, indignado, dio publicidad a los documentos franceses que contenían las discusiones de Verona. Pero los argumentos de Chateaubriand y de Marcellus no fueron tenidos en cuenta y la polémica siguió a pesar de todas las explicaciones que daba Marcellus en el libro que publicó en 185217.


Algunos repertorios de documentos lo siguieron incluyendo; también lo incluyeron Modesto Lafuente en su Historia General de España publicada entre 1861 y 1864, y Antonio Pirala en su Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista publicada en 1864. Como la apertura a los historiadores de los archivos de las grandes potencias referidos a los años posteriores al Congreso de Viena no se produjo hasta después de la Gran Guerra, sólo los libros sobre el Congreso de Verona aparecidos a partir de ese momento podían documentar la existencia del tratado, lo que hasta ahora no ha sucedido.


Seguramente no es sencillo probar la no-existencia de un determinado documento ya que pudo no haber sido clasificado para ser conservado en los archivos de Asuntos Exteriores o enviado a un departamento normalmente no usado para la conservación de ese tipo de actas; pero es muy significativo que ninguno de los autores que han investigado la historia de la Santa Alianza sobre la base de documentos de archivo haya encontrado el supuesto tratado secreto de Verona. En cualquier caso, los argumentos a favor de la falsedad del documento son múltiples. Irby C. Nichols señala, por ejemplo, que no se celebró ninguna conferencia diplomática el 22 de noviembre de 1822 en la que pudiese firmarse un compromiso que, por otra parte, al implicar el pago de subsidios a Francia, parece improbable dada la situación financiera en la que se encontraban las potencias de la Santa Alianza18. Ulrike Schmieder, que llama la atención sobre el buen número de historiadores españoles que consideran verdadero el tratado secreto de Verona, argumenta en contra de su veracidad señalando su contradicción con la política de Austria y Prusia y su condición de acto superfluo ya que el derecho general de intervención de las grandes potencias ya había sido afirmado en el protocolo de Troppau de 19 de noviembre de 1820 y el apoyo a Francia ya se había establecido por el acuerdo de Verona de 18 de noviembre de 182219. Y es que lo que ha sido documentado por la historiografía es completamente distinto de lo que se desprende del supuesto tratado. Para empezar, conviene no perder de vista que durante el Congreso de Troppau (octubre-diciembre de 1820), y a iniciativa de Metternich, los representantes de Rusia, Austria y Prusia firmaron el protocolo de 19 de noviembre en el que afirmaban:
States which have undergone a change of Government due to revolution, the results of
which threaten other states, ipso facto cease to be members of the European Alliance,
and remain excluded from it until their situation gives guarantees for legal order and stability. If, owing to such alternations, immediate danger threatens other states, the Powers bind themselves, by peaceful means, or if need be by arms, to bring back the guilty state into the bosom of the Great Alliance20. Este texto, traducido, viene a decir lo siguiente:
Estados que se han sometido a un cambio de gobierno debido a la revolución, de cuyos resultados amenazan a otros estados, ipso facto dejarán de ser miembros de la Alianza Europea, y permanecen excluidos de ella hasta que su situación de garantías de orden legal y la estabilidad. Si, debido a esas alteraciones, un peligro inminente amenaza a otros estados, las Potencias se comprometen, por medios pacíficos, o si es necesario por las armas, para traer de vuelta el Estado culpable en el seno de la Gran Alianza.
En la imagen, Metternich.


Más tarde, tras el fracaso del Congreso de Laybach (enero de 1821), durante la reunión del Congreso de Verona (octubre-diciembre de 1822), fue haciéndose cada vez más evidente que no sólo el rey Fernando VII y el zar Alejandro querían una intervención internacional en España, que también podía desearlo el gobierno Borbón de Francia que, dispuesto a rehacer su prestigio, parecía ofrecer los servicios de las tropas francesas para restaurar la autoridad de la monarquía Borbón española aunque existiesen serias diferencias entre los dirigentes franceses sobre la conveniencia de dicha intervención. Como era de esperar, las otras potencias se opusieron a la intervención unilateral de Francia temiendo que su gobierno utilizase esa oportunidad para restaurar su control sobre la Península Ibérica y quién sabe si también sobre las colonias españolas y portuguesas en América. Para neutralizar los peligros de la intervención francesa, el zar propuso una intervención colectiva que llevase tropas rusas a través de Europa, lo que sin duda no resultaba aceptable ni para Francia ni para las demás potencias; en concreto, el gobierno francés declaró que bajo ninguna circunstancia permitiría que una tropa extranjera atravesara su país. El gobierno británico mantuvo su oposición mientras Austria y Prusia, que apoyaban claramente el principio de intervención, insistían en que no disponían ni de las tropas ni del dinero necesarios para participar en ella.


Metternich propuso entonces que las cinco grandes potencias dirigieran de manera simultánea notas formales al gobierno de Madrid anunciando su acuerdo de principio de intervenir en España si no reconducía su política radical y liberaba a Fernando VII; un gesto diplomático que el canciller austriaco esperaba que intimidase a los revolucionarios españoles y que los llevara a restaurar la autoridad del rey haciendo innecesaria la intervención internacional. Mientras el gobierno británico rechazaba participar en la acción diplomática propuesta por Metternich y se retiraba formalmente del Congreso, el gobierno francés, que no deseaba que se frustrase su oportunidad de intervenir en España, rechazo enviar a Madrid una nota de manera simultánea con las otras grandes potencias. En el marco de un Concierto de Europa claramente dividido, los revolucionarios españoles no prestaron demasiada atención a las notas separadas que recibieron exclusivamente de las tres cortes absolutistas.


Finalmente, el 18 de noviembre de 1822, a través de un procès verbal21, Austria, Rusia y Prusia se comprometieron en secreto a ayudar a Francia si ésta decidía atacar a España exclusivamente en tres casos: (1) si España atacaba directamente a Francia, (2) si el rey de España era desposeído del trono o si corría peligro su vida o la de los otros miembros de su familia; y (3) si se producía cualquier cambio en la línea de sucesión de la familia real española. Terminado el Congreso, establecido el acuerdo entre las potencias continentales, Gran Bretaña intentó minimizar los peligros potenciales que se derivaban para sus intereses de la intervención francesa en España; éste es el sentido de su comunicación formal al gobierno de París de abril de 1823 por la que afirmó que no se opondría a la entrada de tropas francesas en España si éste cumplía tres condiciones:
(1) si las tropas francesas salían de España tan pronto como alcanzasen sus objetivos;
(2) si Francia se abstenía de cualquier interferencia en los asuntos internos de Portugal, algo que Gran Bretaña había prometido defender; y (3) si Francia no hacía ningún intento de ayudar a España a recuperar su imperio colonial en América. El gobierno francés se mostró de acuerdo con las condiciones británicas e intervino en España sin que se cumpliera ninguna de las condiciones puestas por las tres potencias absolutistas para contar con su alianza. Como es lógico, no hubo ninguna referencia a la Santa Alianza en la proclama que el duque de Angulema dirigió a los españoles desde su cuartel general de Bayona el 2 de abril de 1823. París no justificaría formalmente la intervención de su ejército en España ni en el marco de acuerdos de la Santa Alianza ni en nombre de su seguridad nacional, sino como respuesta del primero de los Borbones a las peticiones de ayuda de un primo en apuros, reeditando así, en la práctica, un pacto de familia que no gustó nada a Londres.


Una última reflexión para terminar. Aunque la falsedad del tratado de Verona de 22 de noviembre de 1822 no contradiga el hecho cierto de que Francia invadió España en abril de 1823 con el objetivo de reponer a Fernando VII en el poder que había perdido, entiendo que el asunto del falso tratado secreto de Verona no es una cuestión menor a
la hora de interpretar el significado de la Santa Alianza. Y es que todos los historiadores que hemos dado por bueno ese tratado hemos intensificado ciertas concepciones erróneas sobre la política internacional europea del primer tercio del siglo XIX: al presentar el tratado secreto de Verona como una adición al tratado de la Santa Alianza, todo el sistema internacional de paz que siguió a las guerras napoleónicas se confundía con ese tratado que, a su vez, era interpretado de manera errónea al darle retrospectivamente una importancia que no tenía sin el falso tratado, exagerando, además, su carácter reaccionario.


En realidad, a estas alturas de mi conocimiento de la cuestión, estoy completamente de acuerdo con el diplomático, político e historiador francés Louis-Pierre-Édouard Bignon (1771-1841), que en un interesante libro que publicó en 1822-182322 fue capaz de comprender que Austria no podía desear una intervención armada de la Santa Alianza en España por consideración a sus intereses italianos; que, por razones inversas, Rusia buscaría la intervención internacional en la confianza de poder comprometer a una Austria que le estaba frenando en los Balcanes; y que Inglaterra no podía aceptar una intervención de los gobiernos de San Petersburgo, Viena y Berlín en la Península Ibérica. Demostrando un excelente conocimiento de lo que estaba pasando, Bignon consideró que el Congreso de Verona estaba siendo la tumba de la Santa Alianza; creo finalmente que la historiografía no ha hecho otra cosa que darle la razón.


ANEXO
Tratado secreto de Verona celebrado por los Plenipotenciarios de Austria, Francia, Prusia y Rusia, en 22 de Noviembre de 1822.
Los infrascriptos Plenipotenciarios autorizados especialmente por sus Soberanos para hacer algunas adiciones al tratado de la Santa Alianza, habiendo canjeado antes sus respectivos plenos poderes, han convenido en los artículos siguientes.

ARTÍCULO 1º.
Las Altas Partes Contratantes plenamente convencidas, de que el sistema de gobierno representativo es tan incompatible con el principio monárquico, como la máxima de la Soberanía del Pueblo es opuesta al principio de derecho divino, se obligan del modo más solemne a emplear todos sus medios, y unir todos sus esfuerzos para destruir el sistema del gobierno representativo de cualquiera Estado de Europa donde exista, y para evitar que se introduzca en los Estados donde no se conoce.

ARTÍCULO 2º.
Como no puede ponerse en duda, que la libertad de la Imprenta es el medio más eficaz que emplean los pretendidos defensores de los derechos de las Naciones, para perjudicar a los de los Príncipes, las Altas Partes Contratantes prometen recíprocamente, adoptar todas las medidas para suprimirla, no solo en sus propios Estados, sino también en todos los demás de Europa.

ARTÍCULO 3º.
Estando persuadidos de que los principios religiosos son los que pueden todavía contribuir más poderosamente a conservar las Naciones en el estado de obediencia pasiva que deben á sus Príncipes, las Altas Partes Contratantes declaran, que su intención es la de sostener cada una en sus Estados las disposiciones que el Clero por su propio interés esté autorizado a poner en ejecución, para mantener la autoridad de los Príncipes, y todas juntas ofrecen su reconocimiento al Papa, por la parte que ha tomado  ya relativamente á este asunto, solicitando su constante cooperación con el fin de avasallar las Naciones.

ARTÍCULO 4º.
Como la situación actual de España y Portugal reúne por desgracia todas las circunstancias a que hace referencia este tratado, las Altas Partes Contratantes, confiando   a Francia el cargo de destruirlas, le aseguran auxiliarla del modo que menos pueda comprometerlas con sus pueblos, y con el pueblo francés, por medio de un subsidio de 20 millones de francos anuales cada una, desde el día de la ratificación de este tratado, y por todo el tiempo de la guerra.

ARTÍCULO 5º.
Para restablecer en la Península el estado de cosas, que existía antes de la revolución de Cádiz, y asegurar el entero cumplimiento del objeto que expresan las estipulaciones de este tratado, las Altas Partes Contratantes se obligan mutuamente, y
hasta que sus fines queden cumplidos, a que se expidan, desechando cualquiera otra idea de utilidad o conveniencia, las órdenes más terminantes a todas las Autoridades de sus Estados, y á todos sus agentes en los otros países, para que se establezca la más perfecta armonía entre los de las cuatro Potencias contratantes, relativamente al objeto de este tratado.

ARTÍCULO 6º.
Este tratado deberá renovarse con las alteraciones que pida su objeto, acomodadas a las circunstancias del momento, bien sea de un nuevo Congreso, ó en una de las Cortes de las Altas Partes Contratantes, luego que se haya acabado la guerra de España.

ARTÍCULO 7º.
El presente será ratificado, y canjeadas las ratificaciones en Paris en el término de dos meses.

Por el Austria, METTERNICH.
Por Francia, CHATEAUBRIAND.
Por la Prusia, BERESTORFF (sic).
Por la Rusia, NESSELRODE.

Dado en Verona a 22 de Noviembre de 1822.



(MIRAFLORES, Manuel Pando Fernández de Pinedo, marqués de: Documentos
a los que se hace referencia en los apuntes histórico-críticos sobre la Revolución
en España (2 vols.), Londres, 1834, vol. 2, nº L, pp. 97-99).
NOTAS:

1 VILLA-URRUTIA, marqués de: España en el Congreso de Viena según la correspondencia oficial de D. Pedro Gómez Labrador marqués de Labrador, Madrid, 1907, Revista de archivos, bibliotecas y museos; segunda edición corregida y aumentada, Madrid, 1928. Con posterioridad, del mismo autor: Fernando VII rey constitucional: historia diplomática de España de 1820 a 1823, Madrid, 1931, segunda edición en 1943.

2 BÉCKER, Jerónimo: Historia de las Relaciones Exteriores de España durante el siglo XIX (Apuntes para una Historia diplomática), tomo I (1800-1839), Madrid, 1924.

3 SÁNCHEZ MANTERO, Rafael: Los cien mil hijos de San Luis y las relaciones franco-españolas, Universidad de Sevilla, 1981. FUENTES, J. F., “El trienio liberal en la correspondencia del duque de Wellington”, en Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo CLXXXVI (1989), pp. 407- 442. Intervención exterior y crisis del Antiguo Régimen, Universidad de Huelva, 2000. LA PARRA LÓPEZ, Emilio: Los cien mil hijos de San Luis: el ocaso del primer impulso liberal en España, Madrid, Síntesis, 2007.

4 JOVER, José María, “Caracteres de la política exterior de España en el siglo XIX”, en Homenaje a Johannes Vincke, Madrid, 1962-1963, Vol. II, pp. 751-797, reproducido en Política, diplomacia y humanismo popular, Madrid, Turner, 1976, pp. 83-138, ampliado en España en la política internacional
siglos XVIII-XX , Madrid, Marcial Pons, 1999, pp. 111-172; y “España en la transición del siglo XVIII al XIX”, Introducción a Guerra y paz en tiempos de revolución, 1793-1830, tomo IX de la Historia del Mundo Moderno dirigido por C. W. Crawley, Barcelona, Sopena, 1972, pp. V-LXXXII, reproducido en Política, diplomacia y humanismo popular, Madrid, Turner, 1976, pp. 139-227. AZCÁRATE, Pablo de: Wellington y España, Madrid, 1960. PELOSI, Hebe Carmen: “La política exterior de España en el Trienio Constitucional, 1820-1823”, en Cuadernos de Historia de España, Universidad de Buenos Aires, números XLIX-L (1969), pp. 214-293; “La política exterior de España en el Trienio Constitucional, 1820-1823”, continuación, en Cuadernos de Historia de España, Universidad de Buenos Aires, números LI-LII (1970), pp. 316-413; “La política exterior de España en el Trienio Constitucional, 1820-1823”, apéndice documental, en Cuadernos de Historia de España, Universidad de Buenos Aires, números LXI-LXII (1977), pp. 387-443. SCHOP SOLER, Ana María: Un siglo de relaciones diplomáticas y comerciales entre España y Rusia, 1733-1833, Madrid, CSIC, 1984. MENCHÉN, María Teresa: “Las relaciones internacionales españolas en el reinado de Fernando VII”, en Juan-Bautista Vilar (ed.), Las relaciones internacionales en la España contemporánea, Universidad de Murcia, 1989, pp. 13-35. LÓPEZ-CORDÓN, María Victoria, “España en la Europa de la Restauración (1814-1834)”, en La España de Fernando VII. La posición europea y la emancipación americana, tomo XXXII/2 de la Historia de España Menéndez Pidal-Jover, Madrid, Espasa-Calpe, 2001, pp. 1-147.

5 El mejor “estado de la cuestión” en SCHROEDER, Paul W., The Transformation of European Politics 1763-1848, Oxford at the Clarendon Press, 1994; del mismo autor: Metternich’s Diplomacy at its Zenith, 1820-1823, Austin (Texas), 1962, una monografía que venía a revisar los clásicos SRBIK, Heinrich von: Metternich der Staatsmann und der Mensch (2 vols.), Munich, 1925 (Traducción al español: Metternich, el político y el hombre, 2 Vols., Madrid, 1925); WEBSTER, Charles: The Foreign Policy of Castlereagh (2 vols.). Vol. I, 1812-15, Britain and the Reconstruction of Europe, Londres, 1931; Vol. II, 1815-22, Britain and the Alliance, Londres, 1925; TEMPERLEY, Harold: The Foreign Policy of Canning 1822-1827: England, the Neo-Holly Alliance and the New World, Londres, 1925; RENOUVIN, Pierre: Histoire des Relations Internationales, Paris, 1955 (Traducción al español: Historia de las relaciones internacionales siglos XIX y XX , Madrid, 1982); BERTIER DE SAUVIGNY, Guillon de: Metternich et son temps, Paris, 1959 y Metternich et la France après le Congrès de Vienne (3 vols.), París, 1968-1971; KISSINGER, Henry: A World Restored: Metternich, Castlereagh and the Problems of Peace, 1812-22, Boston, 1957 (Traducción al español: Un mundo restaurado. La política del conservadurismo en una época revolucionaria, México, FCE, 1973). Schroeder ha reinterpretado la historia del sistema internacional europeo del siglo XIX; véase en este sentido: “The Nineteenth Century International System: Changes in the Structure”, en World Politics, 39 (1986), pp. 1-26; “The Nineteenth Century System: Balance of Power or Political Equilibrium”, en Review of International Studies, 15 (1989), pp. 135-153; y “Política internacional, paz y guerra, 1815-1919”, en T. C. W BLANNING (ed.), El siglo XIX. Europa 1789-1914, Barcelona, Crítica, 2002, pp. 185-244.

6 CHATEAUBRIAND, François-René de: Congrès de Verona. Guerra d’Espagne. Negotiations; colonies espagnoles (2 Vols.), Bruselas, 1838. (Traducción al español: El congreso de Verona: guerra de España: negociaciones, colonias españolas (2 Vols.) Madrid, 1839). De mismo autor: Memoires d’outre-tombe (2 Vols.), Paris, 1862. (Traducción al español: Memorias de ultratumba (4 Vols.), Barcelona, 2006).

7 MIRAFLORES, Manuel Pando Fernández de Pinedo, marqués de: Apuntes histórico-críticos de la Revolución de España, desde el año 1820 hasta 1823, Londres, 1834; y Documentos a los que se hace referencia en los apuntes histórico-críticos sobre la Revolución en España (2 Vols.), Londres, 1834, Vol. 2, Nº L, pp. 97-99. El texto completo del tratado en al anexo con el que termina esta nota bibliográfica.

8 PIRALA, Antonio: Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, 1864, tomo I, pp. 33 y ss.; LAFUENTE, Modesto: Historia general de España, Barcelona, 1922, tomo XIX, p. 24.

9 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona: A Newspaper Forgery”, en The Journal of Modern History, Vol. 7, No. 3 (Sep. 1935), pp. 280-291.

10 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, p. 282.

11 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, p. 283.

12 Todas las citas textuales del tratado secreto siguen el documento traducido y publicado por el
marqués de Miraflores reproducido en el Anexo.

13 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, pp. 283-284.

14 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, pp. 284-285.

15 ELLIOT, Jonathan: The American diplomatic code embracing a Collection of treaties and conventions
between the United States and foreign Powers from 1778 to 1834, 2 Vols., Washington, 1834,
II, p. 179.

16 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, pp. 287-288.

17 SCHELLENBERG, T. R., “The Secret Treaty of Verona…, pp. 288-289. MARCELLUS, Comte de, Politique de la Restauration en 1822 et 1823, Paris, 1853.

18 NICHOLS, Irby C., The European Pentarchy and the Congress of Verona, 1822, Den Haag, 1971, pp. 317-318.

19 SCHMIEDER, Ulrike: Prusia y el Congreso de Verona. Estudio acerca de la política de la Santa Alianza en la cuestión española, Madrid, Ediciones del Orto, 1998, pp. 135-143. Los historiadores españoles señalados por la autora con citas textuales de sus obras son: Palacio Atard, Fernández-Cordero, Comellas y Tuñón de Lara. Se puede añadir a esa relación otro historiador español que también considera verdadero el tratado secreto: JOVER, José María: “España en la transición del siglo XVIII al XIX”, Introducción a Guerra y paz en tiempos de revolución, 1793-1830, tomo IX de la Historia del Mundo Moderno dirigido por C. W. Crawley, Barcelona, 1972, pp. V-LXXXII, reproducido en Política, diplomacia y humanismo popular, Madrid, Turner, 1976, pp. 139-227, cit. p. 216.

20 “Troppau, Congress of”, en The Encyclopaedie Britannica (Eleventh Edition), Cambridge University Press, 1911, Vol. XXVII, p. 307.

21 De manera general, un procès-verbal es un acto jurídico escrito que transcribe declaraciones o situaciones. Como pasa generalmente con los términos del mundo de la ciencia y del derecho, el término procès-verbal debe ser entendido en su sentido culto, no corriente; en este caso, verbal no significa “verbalizado”, “pronunciado en voz alta”, sino “anotado” ya que verbal viene del latín verbum, “palabra”.

22 BIGNON, Louis-Pierre-Édouard: Les cabinets et les peuples depuis 1815 jusqu’à la fin de 1822, Paris, 1822 (2ª y 3ª ediciones corregidas y aumentadas en los primeros meses de 1823).