lunes, 30 de agosto de 2021

SAN GINÉS DE LA JARA. UNA LEYENDA Y UNA TRADICIÓN QUE SE CONVIERTEN EN POLVO.

SAN GINÉS DE LA JARA. UNA LEYENDA Y UNA TRADICIÓN QUE SE CONVIERTEN EN POLVO.


La antigua carretera MU-321 que nos conduce al Cabo de Palos, aquel que tanto se implicaron en enseñarnos en nuestros tiempos de colegio, corta en su punto kilométrico once con las estribaciones de la Sierra Minera de la ciudad histórica de Cartagena, que descienden de forma suave casi que se deslizan, hacia la salada laguna del Mar Menor, la "Inmensa Palus" de la que hablaba el historiador y geógrafo griego Estrabón.





A la izquierda, las tapias del Monasterio de San Gines de la Jara, respaldado por el antaño frondoso huerto de frutales, entre los que destacan limoneros, naranjos y palmeras, en un impresionante casamiento de naturaleza, y vida e historia, la historia y la leyenda del célebre monasterio del Campo de Cartagena, cuyos antecedentes se pierden en la noche de los tiempos, enredados en un cúmulo de fantasías y relatos de ficción, que han entorpecido mucho a los historiadores cuando han pretendido reconstruir la verdad del pasado del monasterio y de la devoción a San Ginés de Arlés en el Campo de Cartagena.

A la derecha, el Cerro o Monte Miral, jalonado por pequeñas ermitas, en las que los peregrinos hacían parada en su ascensión al noble retiro del Santo Ermitaño, en un entorno cubierto de plantas perennes capaces de resistir las calores y las sequías de la zona, en la que antaño, allá por los tiempos de más gloria, se extendían frondosos bosques en las proximidades de la antigua Carthago Nova, la Qart Hadasht o Ciudad Nueva, fundada por el general cartaginés Asdrúbal el Bello, yerno y sucesor del general Amílcar Barca, padre de Aníbal.





San Ginés de la Jara puede tener sus orígenes en el siglo XIII y fue ocupado por los agustinos. Parece ser que durante la Baja Edad Media estaba compuesto por una pequeña ermita adosada o embutida en una sólida construcción a modo de torre fuerte, que servía de habitáculo y refugio a religiosos, ermitaños y, probablemente, a las rondas a caballo que, desde la ciudad de Cartagena, acudían cuando se daba aviso de la llegada de barcos berberiscos.





La leyenda dice Cuenta la leyenda que San Ginés de la Jara, de nombre Adelardo, era hijo de los reyes de Francia: Roldán Magno y Oliva, hermano del legendario Roldán y sobrino por lo tanto de Carlomagno. Siendo ya monje, se propuso peregrinar hasta Compostela por el camino que arranca en Cartagena. Tomó un barco para dirigirse a la antigua Cartago Nova, pero se vio sorprendido por una tormenta que amenazaba seriamente con hundir la embarcación. A fin de calmar la tempestad se lanzó al mar y no se hundió milagrosamente, valiéndose de su hábito como nave para llegar a las costas de Cabo de Palos.

Con su sayal de eremita, capucha calada y cayado de ermitaño; comenzó su camino, pero una sorpresa le esperaba nada más iniciar su peregrinaje: unos ángeles le construyeron una ermita en el Monte Miral. Lo que le convenció para instalarse en estas tierras del Mar Menor. Favoreció con sus milagros tanto a moros como a cristianos, lo que le valió el reconocimiento de los musulmanes. Motivo este por el cual el Monasterio de San Ginés de la Jara mantuvo su culto durante el periodo islámico.





En 1250 era restaurado el Obispado de Cartagena, por Alfonso X el Sabio. Colocó éste a fray Pedro Gallego, su confesor y hombre de gran cultura, como Obispo de la Diócesis. Es por estos años, cuando el Rey Sabio establece a los monjes Agustinos de Conflent en San Ginés de la Jara. Un monasterio de larga tradición, anterior a la conquista musulmana. Lugar sagrado antes y después en el que se mantenía la devoción de unos y otros, aunque no al mismo santo.

Después de su muerte vino el propio Roldán, su hermano, en busca de sus restos. Pero en su sepulcro el santo portaba en la mano un papel escrito. En él se negaba al traslado de sus restos a cualquier otro lugar.

El Liber Peregrinationis, libro V de la compilación del siglo XII llamada Liber Sancti Iacobi, es una guía para el peregrino medieval en la que se incluye una serie de datos de gran utilidad para la peregrinación a Santiago de Compostela a través del Camino francés. En ella, en un capítulo dedicado a las visitas a los cuerpos de los santos, se menciona la leyenda de San Ginés y la localización de parte de sus restos en las proximidades de Cartagena.

Este lugar ubicado en el sureste peninsular se convirtió en un centro de devoción de toda la cristiandad por la fama de milagrero del santo. Pero, ¿solo lo fue para la creencia cristiana y a partir de la conquista castellana del Reino de Murcia en el siglo XIII? Existen un gran número de evidencias que parecen demostrar la existencia de un culto musulmán a una mártir o santona islámica enterrada en este mismo lugar, siendo una posible continuación de un culto mozárabe anterior al siglo XI, o incluso de origen visigodo o hispanorromano.

La historia y la leyenda del célebre monasterio del Campo de Cartagena, cuyos antecedentes se pierden en la noche de los tiempos, enredados en un cúmulo de fantasías y relatos de ficción, no esconden la verdad del pasado del monasterio y de la devoción a San Ginés de Arlés en el Campo de Cartagena, una historia que nos muestra de forma definitiva la relación del monasterio con la leyenda del caballero medieval, sobrino de Carlomagno, el célebre Roldán, Roland u Orlando, según la época o la fuente literaria que se consulte.





Así queda plasmada la historia de este lugar y la relación de sus fundadores con el camino de Santiago y con las leyendas épicas del ciclo carolingio y la existencia, ya en los siglos XIV y XV, de un culto popular a San Ginés, con una romería muy concurrida en su festividad, y sobre todo una leyenda y una tradición, una tradición que está a punto de convertirse en polvo, como tantas tradiciones en este país de caínes.





Fuera aparte de la visión idílica del sitio, ese oasis de verdor que observaba el Licenciado Cascales en el siglo XVI ante la imperante aridez de la zona. Hoy el monasterio de San Ginés de la Jara, abandonado a su suerte, ha quedado relegado a una situación que no merece, ni por su valor artístico ni, sobre todo, por el importantísimo legado cultural que atesora entre sus paredes y su entorno, testigo de la devoción y de las creencias de las dos principales religiones que durante el Medievo poblaron el sureste peninsular.