domingo, 24 de enero de 2021

SALVADOR DALÍ, LA MUERTE VOLUPTUOSA, Y UN MISTERIOSO FINAL.

 SALVADOR DALÍ, LA MUERTE VOLUPTUOSA, Y UN MISTERIOSO FINAL. 


La genialidad extravagante y por momentos tortuosa de Dalí se hizo patente en In Voluptas Mors, una escultura viviente en la que el genio surrealista hizo una especie de conjunción, uniendo la muerte con la vida, en incluso una cópula entre el cuerpo y el espíritu. Su personalidad, era de un carácter egocéntrico, narcisista y extravagante, con una vida fuertemente marcada por la existencia de un Salvador Dalí anterior a él, su hermano, Salvador Gallo Anselmo Dalí, fallecido a los 2 años por meningitis, lo que le generó una inestabilidad emocional, sobre todo al tener que llevar de pequeño flores a una tumba con su nombre. Nació doble, con un hermano de más, al que tuvo que matar para ocupar su propio lugar, y su propio derecho a la muerte, pero también obsesionado con la sexualidad. su padre fue quien le generó miedo y rechazo a tener relaciones con mujeres, buscando prevenirlos de los peligros que implican las relaciones sexuales, y al poco de morir su madre, su padre se casó con la hermana, su tía, lo que supondría la clausura de su infancia y primera adolescencia, para convertirse en un hombre en el que el mito y la realidad se entremezclan hasta confundirse. Obsesionado con el sexo, por el que nunca perdió el interés, su inclinación por el mismo fue casi enfermiza, vivía inundado de fantasías sexuales infantiles ya que el curso por las etapas del desarrollo psicosexual sufrieron grandes perturbaciones. 





Onanista de toda la vida, es decir, que practicaba a menudo la masturbación, tímido e inhibido para la relación heterosexual plena, solo se complacía con la observación de lo erótico sin embargo su genialidad y arte le permitieron sublimar su frustración, trasladando al lienzo todo su drama interior. En un cuadro que se exponía en París, el joven Dalí había escrito que escupía sobre un retrato de su madre para entretenerse. Su padre, enfadado, le pidió públicamente que se disculpara, a lo que el pintor se negó. Su progenitor le desheredó, y él respondió con un preservativo usado acompañado de una nota en la que decía: “Ya no te debo nada”.

La pieza, titulada literalmente Muerte voluptuosa, fue creada con siete modelos femeninas que fueron expertamente guiadas para alcanzar en conjunto la silueta de un cráneo; la cabeza de un muerto, en la que sin embargo, se aprecia un delicado placer. Líneas frías y blancas horadadas por la negra oscuridad de los orificios de la cara y a un lado Dalí, el hechicero y dandi, el mago de la muerte, el observador del sexo, cuyo enigma del deseo, según él, era su madre, como un juego lúgubre que rechazaba lo convencional y lo establecido.
 

Dalí trabajó con el fotógrafo Philippe Halsman para crear estas imágenes de una pintura viviente. Para llegar a la definición del cráneo se necesitaron unas 3 horas de arreglo posicional siguiendo un dibujo de Dalí. No obstante, lo fascinante de esto es que parece ser una nueva versión de una visión previa. En su juventud Dalí frecuentó mucho los burdeles y aprendió mucho de su convivencia con prostitutas y matronas, compartiendo jovialmente con ellas. En una ocasión, Dalí tuvo un sueño enigmático de una forma geométrica; en su locuacidad, para poder asir esta figura, la dibujó, pero haciendo una torre humana de prostitutas con las que trazó el enigmático símbolo.





Lo que al principio puede parecer un mero ejemplo de memento mori, que en latín nos recuerda que tenemos que morir, es en realidad una fusión más compleja o interacción entre las nociones de sexo, amor y muerte.


La representación se basa en la tradición simbólica del vanitas que en latín significa que literalmente vacío de sustancia, un estilo artístico que sirvió como un recordatorio de la fugacidad de la vida, la insignificancia del placer, y la certeza o la inevitabilidad de la muerte. 

Lo que es inusual aquí, es la incorporación del voluptas o voluptuosidad, expresada a través de los desnudos femeninos, ya que "voluptas" es un personaje de la mitología griega, hija de Eros y Psique, y la diosa de la "voluptuosidad", dentro de la estructura física constitutiva del símbolo del vanitas en sí mismo, el cráneo humano, símbolo final de la vanidad del hombre. 

La imagen presenta una fusión del eros, amor erótico o sexual, según se mire, y el thanatos, la muerte, en un solo objeto que, literalmente, representa el encuentro del amor en la reencarnación después de la voluptuosidad de la muerte. 




Ahora, viene la sorpresa final, que muchos o casi nadie conoce…¿Se acuerdan del cartel promocional de la película EL SILENCIO DE LOS CORDEROS? Sobre los labios de la actriz Jodie Foster había una mariposa, la cual tenía una curiosidad, porque resulta que no es una MARIPOSA común, ya que en efecto, la calavera que figura en el lomo de estas polillas ha sido sustituida en la imagen por unos cuerpos desnudos femeninos que conforman un cráneo que acabamos de conocer… Se trata de 'In voluptas Mors', la misma fotografía concebida por Salvador Dalí en 1951 en colaboración con el fotógrafo de Magnum Philippe Halsman.



Esta mariposa nocturna es un insecto de por sí simbólico, llamado también esfinge de la calavera. En El Silencio de los Corderos, Clarice y Hannibal son los protagonistas principales que mueven los hilos de una trama llena de enigmas y de secretos, donde aparece Clarice como la poseedora de las virtudes del ser humano, y Hannibal Lecter como una especie de Caronte, guardián del infierno, que guarda secretos oscuros. A esto hay que conectar el significado de la mariposa de la especie de las Acherontia atropos, es decir Aqueronte, el río que separaba el mundo de los vivos del mundo de los muertos. La historia del doctor Hannibal Lecter se contó antes en una novela de 1988 con el mismo título, del escritor Thomas Harris. En una visión particular y diferente, posiblemente Hannibal Lecter pueda representar mejor el papel del Ángel caído, o el Ángel de la Justicia, el desheredado de Dios por actuar sin su consentimiento, y que en realidad desea mostrarnos otra actitud del alma. La verdadera justicia consiste en dar a cada uno lo suyo y en hacer justicia a todos y cada uno de los seres humanos.



Durante una investigación, Clarice Sterling, la detective, quiere obtener información del Dr. Hannibal Lecter sobre un asesino en serie que anda suelto. Pero el doctor Lecter solamente va a dársela si ella le cuenta a cambio algo personal. Ella le acaba relatando que soñaba con el sonido de los corderos chillando al ser sacrificados, debido a un episodio de su infancia. Cuando hay silencio, es porque han muerto. Si han visto la película y la escena de la jaula del final, entonces saben a qué se refiere Lecter cuando le pregunta a Clarice si los corderos han dejado de chillar.




El sexo, la ofuscación y la muerte, historias y una misma consecuencia, el erotismo de una imagen como una fiera que despedaza el alma de su presa, la sosegada comparación de un mar en calma que de pronto, enfurecido por las promesas incumplidas, se levanta encolerizado y hace naufragar en las tinieblas de su profundidad al amor, que yace dormido en los brazos de la muerte, y una barca de Caronte que lleva a bordo el precio de los que han amado a su destino final, el Hades, el inframundo, la oscuridad del silencio, navega a golpe de remo de aquel que había nacido en un tiempo tan antiguo, que no existe memoria posible para recordarlo. A la vez, la neblina se emulsiona con el vuelo entre las brumas de la mariposa de la esfinge de la muerte, aquella que disfruta asaltando los panales de la miel antes que buscar el néctar de las flores del amor. Mientras, Átropos, una de las personificaciones del destino, corta el hilo de la vida en los labios de la inocencia, al tiempo que su hermana Estigia, decide la longitud de la misma sin tener en cuenta la razón y el sentimiento de la simple ternura. 



Las lágrima de Eros arden en un mundo cercado por la animalidad, donde la intensidad del apetito encuentra la imagen de su irracional libertad, en el que la violencia humana ya no puede volverse hacia atrás en un arrebato de la inconsciencia. El camino de la transgresión entre lo permitido y lo prohibido se confunde arrebatando la razón del amor, y culpando al erotismo del caos, y la génesis del sin sentido. Psique, la mariposa del soplo, del aliento, del ánima, exhala un último suspiro desesperado, tras atravesar una fase de aparente inmovilidad cercana a la muerte, y renace casi mágicamente bajo la forma de insecto alado con dotes de bailarina, de una belleza extraordinaria levantando los celos de Afrodita, y de la Acherontia, la mariposa de la muerte, y es condenada a morir devorada por las fauces del espantoso monstruo del deseo carnal viciado por el desamor, pero ya es tarde, porque el aliento de la pasión de Eros, y la mágica danza de Psique, apagan el fuego libidinoso del vicio, para convertirlo en la sístole y la diástole, los compulsivos movimientos del corazón, y crear en el amor, la ternura galante de la devoción. 



El silencio, no de los muertos, sino de los que van a morir, es la música de fondo del destino de aquel que sin amar, busca el encuentro de eros en el sexo, cuyo sabor, en realidad, amarga el paladar del hado del eterno sentimiento que es capaz de vencer a la agonía del olvido. Una moneda bajo la lengua, es el pago del usufructo de un viaje cuyo confín, separa el mundo de los muertos, del sinsabor de un mal amor, ante la fría mirada impasible del color de un espejo. 

Aingeru Daóiz Velarde.-




















domingo, 17 de enero de 2021

EL LIBRO QUE PREDIJO EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC, Y UNA CONSPIRACIÓN FINAL.

 EL LIBRO QUE PREDIJO EL HUNDIMIENTO DEL TITANIC, Y UNA CONSPIRACIÓN FINAL. 



El trasatlántico más famoso de todos los tiempos, el Titanic, debe su fama a su tragedia. A la que vivió el 14 de abril de 1912 cerca de las costas de Nueva York. En la catástrofe murieron 1.500 personas por el choque del buque con un iceberg que se encontró en la trayectoria de navegación debido a la falta de medios más avanzados por prever lo que podría encontrarse en la ruta.




Pero esa es la historia oficial que todos conocen. Lo que poca gente sabe es que el hundimiento del Titanic, el barco supuestamente insumergible, se produjo ya en la literatura década y media antes. Fue en un libro de 1898 escrito por Morgan Robertson en el que vaticinaba el hundimiento de un barco de similares características a las del Titanic y que para más señas se llamaba Titan. 


Las coincidencias entre ambos barcos van más allá de su nombre. Los dos parten desde el muelle de Southampton en abril, los dos son calificados de insumergibles y por supuesto ambos chocaron contra un iceberg. La novela en cuestión se llama ‘Futility, or the Wreck of the Titan’. La historia es protagonizada por John Lee Rowland, quien es un exteniente de la Marina Real, alcohólico y ha caído a los niveles más bajos de la sociedad. Despedido de la Marina comienza a trabajar en el Titán. El barco se hunde poco antes de la mitad de la historia. Después del naufragio Rowland salva una niña y salta al iceberg con ella; al final, son rescatados por un buque.





Las similitudes entre uno y otro barco van más allá de lo que pueda imaginarse. Como ya hemos dicho ambos naufragaron en su viaje inaugural; ambos fueron calificados por sus constructores como insumergibles e indestructibles; ambos tenían un tamaño muy parecido: 267 metros el real y 244 metros el imaginario; los dos portaban tres hélices y dos mástiles; en ambos casos también se había utilizado en su construcción un sistema de compartimentos estancos semejante; los dos emprendieron su primer y único viaje en abril; el Titanic tenía 20 botes salvavidas por 24 del Titán y en ambos casos su capacidad apenas servía para acoger a la mitad del pasaje; el primero golpeó con el iceberg cuando viajaba a una velocidad de 23 nudos, mientras que el segundo lo hizo a 25; ambos se hundieron aproximadamente 600 kilómetros al sur de Terranova.


También existían, todo hay que contarlo, algunas diferencias entre las dos tragedias, fundamentalmente tres: el Titanic golpeó el iceberg en perfectas condiciones de navegación, mientras que el Titán lo hizo en condiciones climatológicas adversas; en el primero se salvaron 711 personas y en el segundo apenas 13; el barco real navegaba de Europa a Estados Unidos, mientras que el literario lo hacía en sentido inverso. Son muchas las similitudes que existen entre la novela poco conocida de Morgan Robertson con la tragedia real ocurrida años después, y aunque no se trate más que de una impresionante coincidencia, al final la realidad terminó imponiéndose en el registro histórico y la cultura popular.




Pero no termina aquí la cuestión… Resulta que en 1914, publica una novela que anticipa, de alguna manera, el enfrentamiento posterior entre Estados Unidos y Japón en la Segunda Guerra Mundial, con ataque sorpresa de los japoneses a territorio norteamericano incluido, y final con bomba atómica, al menos para quienes interpretan así cierta explosión descrita por el autor al final del libro… La novela se titula Más allá del espectro, pronóstico de una futura guerra entre Estados Unidos y Japón, incluyendo un ataque furtivo de los japoneses. La historia coincide con el enfrentamiento de USA y Japón en la Segunda Guerra Mundial y el ataque a Pearl Harbor por parte de ese país asiático, hechos ocurridos años después de la publicación del libro.


Morgan Robertson Fue un oficial estadounidense de la marina mercante, además de escritor y posible inventor del periscopio. Las predicciones de Robertson recuerdan mucho a las de las novelas de Julio Verne, asociadas con algunas teorías de la conspiración, tales como que el iceberg aquél fue puesto en el camino del buque a propósito, y que la intención fue, desde el principio, hundirlo para robar el oro que llevaba dentro…


Lo que está claro, es que no hay nada más excitante para las imaginaciones futuras que una gran catástrofe de las dimensiones metafóricas del Titanic, la primera gran catástrofe técnica del s. XX, que, como pudo aventurar Robertson , no sabemos por qué medios, estaba a punto de de adentrarse en una nueva edad oscura, de un siglo lleno de tragedias.


¿Quién sabe si Robertson, como tantos otros visionarios del pasado siglo, no fue víctima también de una conspiración?...La razón es que Morgan Robertson acabó suicidándose en la solitaria habitación de un hotel, concretamente el Alamac en Atlantic City, Nueva Jersey, Estados Unidos. Para conspirar un poco más, diremos que en principio la causa de la muerte se debió a una ingesta de sobredosis de yoruro de mercurio, y más tarde, cosas de la conspiración, su muerte fue determinada por una causa de enfermedad cardiaca. 














jueves, 14 de enero de 2021

EL CONCILIO TEMPLARIO DE CLERMONT

 

EL CONCILIO TEMPLARIO DE CLERMONT. 


Hay momentos en la Historia, que marcan un hito en la misma, más allá de creencias e intereses personales o incluso generales, puesto que se trata de hechos que desembocan en acontecimientos que marcan o definen el rumbo de la propia Historia, y los sucesos que imprimen el carácter de determinados personajes que en esencia, componen la propia Historia. Hablamos, hoy, del Concilio De Clermont, que fue el origen de la Primera Cruzada. 


La alocución realizada en el Concilio de Clermont, el 27 de noviembre de 1095, por el papa Urbano II estaría sin duda entre los acontecimientos más significativos que dejan su imborrable huella en la Historia, parte de la misma como clave, para explicar la Edad Media, y que supuso un acontecimiento significativo no sólo ya para definir el rumbo de Europa, sino también del Próximo Oriente, puesto que aquella arenga, aquel sermón razonado, aquel discurso, aquella predicación, fueron los cimientos que dieron lugar a la Primera Cruzada, como ya hemos dicho, incluso a la génesis de otras muchas historias de hombres y mujeres que sostuvieron unos valores y una forma de vida, marcada con el sacrificio del verdadero espíritu templario. 





Eran los Cruce Signati, aquellos que emprendían estos viajes a medio camino entre la expedición de guerra y el servicio religioso bajo el amparo de la Cruz, eran los cruzados. En el año 1071, cuando la influencia musulmana era cada vez mayor, extendiéndose el Islam en el Medio Oriente y en Jerusalén, el Papa Urbano II reaccionó con furia, ante la noticia de que un ejército cristiano perdió un enfrentamiento contra tropas musulmanas, que pasó a la historia como la Batalla de Manzikert, en el este de Anatolia, hoy Turquía. Sin embargo fueron las noticias provenientes de la Ciudad Santa lo que enfureció al Papa Urbano II. Según los relatos, un grupo de honrados peregrinos cristianos había sido sometido a “insoportables martirios por parte de infieles musulmanes”. En un alegato, quizás algo exagerado pero muy eficaz, las palabras del Santo Padre fueron claras, como veremos después.


Ciertamente, el texto íntegro del discurso no ha llegado hasta nuestros tiempos, con lo cual, también es verdad que no podemos saber la exactitud de sus palabras, pero las fuentes originales del discurso del Papa Urbano II el penúltimo día del citado Concilio de Clermont, nos llegan de parte de el autor anónimo de la Gesta Francorum, Fulco o Fulquerio de Chartres, Roberto el Monje, Baldric de Bourgueil, Guilberto de Nogent, Guillero de Tiro y una carta del propio Urbano II escrita algo después de Clermont, con lo que nos permiten reconstruir lo esencial del discurso, que lo veremos más adelante.


Evidentemente, sin lugar a dudas y alejados de exageraciones literarias, hay que decir que los gobernantes musulmanes cobraban un impuesto de entrada a Jerusalén. Para los peregrinos cristianos, se trataba de una situación insoportable, agravada aún más por la destrucción de santuarios, imágenes religiosas y monumentos en la Ciudad Santa. Solucionar esa situación fue el objetivo de la primera cruzada, en 1096, en la que participaron 300 000 caballeros europeos, que partieron con la esperanza de obtener un botín de recompensa. El Papa Urbano II reforzó la moral de los guerreros cristianos absolviéndolos de todos los pecados cometidos y por cometer sobre la Tierra. Pero ni eso pudo evitar el cuantioso tributo de sangre que tuvieron que pagar los caballeros con la cruz sobre la armadura, incluso antes de su llegada a Jerusalén. Fueron continuamente asaltados por ladrones y bandas locales que los combatieron en su camino.




De las ocho cruzadas contra el Islam mediterráneo, y digo ocho porque la novena cruzada muchos autores la tratan como parte de la octava, ciertamente, la primera fue la única que triunfó. Liberó Jerusalén del dominio musulmán en una expedición de tres años tan épica como llena de terrible violencia. Aproximadamente Cien mil personas se pusieron en camino hacia la Ciudad Santa, pero sólo una de cada diez llegó ante sus muros. Eran los ‘peregrini’ , los peregrinos, o ‘Crucesignati’, llamados así por la cruz cosida en el hombro de la sobreveste, que respondieron al dramático llamamiento formulado por el papa Urbano II. 


No vamos a exponer aquí lo que costó en tiempo y en vidas la toma de Jerusalén, ni la historia o referencia de la gesta de Pedro el Ermitaño, también llamado Pedro de Amiens, un clérigo francés, líder religioso de la llamada Cruzada de los pobres, una peregrinación espontánea y armada que a finales del siglo XI intentó avanzar hacia Tierra Santa en la llamada Cruzada de Los Pobres, que fue anterior a la Primera Cruzada, hasta ser rechazada y que sirvió de preludio a la ya denominada como Primera Cruzada, que realmente consistió en una explosión de fervor que llevó a muchos combatientes hacia el camino a Jerusalén tras la llamada a la Cruzadas del Papa Urbano II en 1095. La expedición, compuesta por 40 000 cruzaron inicialmente y sólo 20 000 en el final terminó con su masacre Civitot el 20 de octubre 1096. También tomó parte Gualterio Sin Haber era el señor de Boissy-sans-Avoir en la isla de Francia. Dirigió a sus tropas hasta llegar a Bizancio, y sus tropas sufrieron una gran masacre al llegar a Anatolia por parte de los turcos. 


El ejército de Gualterio Sin Haber no solo falló por términos logísticos, sino por el desconocimiento de su dirigente, que no supo prever la necesidad de alimentar a su ejército, que recurría al saqueo constantemente. Por otra parte, el ejército de Pedro el Ermitaño alcanzó Constantinopla en agosto, dónde aunaron fuerzas junto con otras bandas de cruzados procedentes de Francia, Alemania e Italia. Hubo otro grupo de cruzados de bohemios y sajones que no lograron superar Hungría y fueron masacrados. 



 El propósito es explicar el umbral de lo que fue esta primera Cruzada, del cómo y cuando se fraguó el argumento de Urbano II que le dio origen, de la tradición histórica que la llevó a cabo, y realmente, de los intereses cruzados que dieron lugar a las otras cruzadas, o incluso a esta misma, hay autores que dicen que no fueron, desde luego, meramente religiosos, sino también económicos, y por ende, políticos, aunque si bien es cierto que las palabras de Urbano II se dirigían al campo estrictamente religioso, y desde luego, sin ninguna duda, generalmente los primeros hermanos templarios  no vivían y luchaban por interés personal, sino por un concepto, el establecimiento de la sociedad cristiana, una civilización dedicada a la gloria de Dios, pero, insisto en que también ese fue el origen de este Concilio de Clermont, y de la Primera Cruzada…Posteriormente, aunque el dogma religioso era el principal, también hay que decir que hubo otros intereses, por otra parte, lógicos, al igual que los tuvo el Islam.


¿Qué razones impulsaron a los cruzados a combatir? Hasta el siglo XIX la respuesta parecía clara: una religiosidad ferviente. Movidos por su fe, los caballeros europeos pretendían recuperar para la cristiandad los lugares en los que vivió Jesús. Los historiadores posteriores, sin embargo, añadieron otro tipo de causas.


El factor económico, consistía en que las repúblicas del norte de Italia participaron en las cruzadas para defender sus intereses mercantiles. Venecia, Pisa y Génova controlaban las rutas comerciales por las que llegaban a Europa los productos de lujo orientales, cada vez más solicitados por una población urbana en auge.

Al servicio de Roma, la Iglesia impulsó las expediciones a Tierra Santa para consolidar su autoridad política sobre los reinos cristianos, amenazada por las rivalidades con el Imperio germánico. Además, los papas querían recuperar el control sobre la Iglesia ortodoxa bizantina, separada del catolicismo romano desde el cisma (por cuestiones de dogma) de 1054.

Los hijos de nobles que no recibían herencia, ya que solo la adquiría el primogénito, razón por la cual se dedicaron a combatir en Tierra Santa. Así, se ganaban la vida y canalizaban su ímpetu guerrero. Las clases humildes también vieron en las cruzadas un medio para mejorar su nivel económico. Preferían probar suerte en tierras lejanas y desconocidas a llevar una vida mísera en los campos de Europa.


Para el espíritu caballeresco de la época, las cruzadas constituían una oportunidad de defender a los cristianos orientales del islam. El entusiasmo colectivo fue tal que los caballeros vendían parte de sus pertenencias para adquirir un equipo militar y costearse la expedición. Me gustaría que, por encima de todo lo dicho anteriormente, resaltar el valor templario y la justicia social de los caballeros. En la siguiente imagen, Urbano II.




Existen, como hemos dicho, seis documentos al respecto, y entre todos, hemos escogido el de Fulquerio de Chartres, quien estuvo presente en el Concilio, y participó en la Cruzada de Esteban de Blois y Roberto de Normandía que viajó por el sur de Francia e Italia en 1096, pasando al Imperio bizantino desde Bari. Llegaron a Constantinopla en 1097, donde se unieron a los demás ejércitos de la Primera Cruzada. Viajó por Asia Menor hasta Marash, poco antes de la llegada del ejército a Antioquía en 1097, donde fue nombrado capellán de Balduino de Boulogne. Siguió a su nuevo señor cuando este se separó del cuerpo principal camino de Edesa, donde Balduino fundó el condado de Edesa. Tras el sitio y toma de Jerusalén en 1099, Fulquerio y Balduino viajaron a la ciudad para cumplir su voto de peregrinación. Cuando Balduino pasó a ser rey de Jerusalén en 1100, Fulquerio se trasladó con él a la capital y siguió siendo su capellán hasta 1115. Después de esta fecha, fue canónigo de la iglesia del Santo Sepulcro y probablemente responsable de las reliquias allí conservadas. Murió posiblemente en la primavera de 1127. Como muy pronto, empezó su crónica a finales del otoño de 1100, pero no más tarde de la primavera de 1101, en una versión que no nos ha llegado, pero que pasó a Europa durante su vida. Esta versión la terminó hacia 1106 y es la fuente de Gilberto de Nogent. Entre sus fuentes se cuentan la Historia Francorum de Raimundo de Aguilers y la Gesta Francorum, para aquellos asuntos de los que no fue testigo presencial. A diferencia de los demás, su obra no termina con la toma de Jerusalén en 1099, sino que se extiende durante los primeros 28 años en los que Tierra Santa estuvo constituida como un Estado Latino, lo cual nos brinda mucha información fidedigna. En la imagen, entrada a Jerusalén.




En su camino a Jerusalén, la resistencia ofrecida a las tropas cruzadas fue muy débil a su paso por la costa del Mediterráneo, realizando pactos de paz puntuales con los gobernadores locales a cambio de suministros varios. Su llegada a Jerusalén se produjo en junio de 1099, y el asedio de esta ciudad provocó un gran número de bajas debido a la falta de comida y agua en los alrededores de Jerusalén. En términos cuantitativos podríamos hablar de unos 12000 hombres, de ellos 1500 dedicados a la caballería.


 El primer asalto resultó ser un auténtico fracaso, debido de nuevo a la falta de abastecimientos, y el único aliciente lo constituyó la fe, cómo se pudo ver cuándo cuando un sacerdote con el nombre de Pedro Desiderio afirmó tener una visión divina en la cual el fantasma de Ademar o Ademar o Ademaro de Monteil, Obispo de Le Puy, y uno de los principales personajes de la Primera Cruzada muerto en 1098, les ordenó ayunar durante tres días y luego marchar en una procesión descalzo alrededor de las murallas de la ciudad, tras lo cual la ciudad caería en nueve días, siguiendo el ejemplo bíblico de Josué en el sitio de Jericó. Finalmente la ciudad caería en manos cristianas el 15 de julio de 1099, gracias a una ayuda inesperada. Las tropas genovesas dirigidas por Guillermo Embriaco, se habían dirigido a Tierra Santa en una expedición privada. Se dirigían en primer lugar a Ascalón, pero un ejército fatimí de Egipto les obligó a marchar tierra adentro hacia Jerusalén, ciudad que se encontraba en ese momento sitiada por los cruzados. Los genoveses habían desmantelado previamente las naves en las cuales habían navegado hasta Tierra Santa, y utilizaron esa madera para construir torres de asedio. Estas torres fueron enviadas hacia las murallas de la ciudad la noche del 14 de julio entre la sorpresa y la preocupación de la guarnición defensora.

 A lo largo de esa misma tarde, la noche y la mañana del día siguiente, los cruzados desencadenaron una terrible matanza de hombres, mujeres y niños, musulmanes, judíos o incluso los escasos cristianos del este que habían permanecido en la ciudad. Dos mil judíos fueron encerrados en la sinagoga principal, a la que se prendió fuego. En la imagen, entrada de las tropas cruzadas después del asedio.




Pero volvamos atrás…Como ya hemos podido saber, en el año de la Encarnación de 1095, se reunió en la Galia un gran concilio en la provincia de Auvernia y en la cuidad llamada Clermont. Fue presidido por el Papa Urbano II, cardenales y obispos; este concilio fue muy célebre por la gran concurrencia de franceses y alemanes, tanto obispos como príncipes. Después de haber regulado los asuntos eclesiásticos, el Papa salió a un lugar espacioso, ya que ningún edificio podía contener a aquellos que venían a escucharle. Las decisiones del Concilio de Clermont fueron la Indulgencia plenaria a aquellas personas que fueran hacia el este para defender a los peregrinos, ya que el Papa agregó prometer la salvación de todos los que muriesen en combate contra los paganos, la mayor parte constituida por los musulmanes. De esta forma pidió a los europeos occidentales, pobres y ricos, que acudiesen en auxilio del cristiano imperio bizantino, pues Deus vult, ‘Dios lo quiere’. La Primera Cruzada Cristiana atiende a dos objetivos: Ayudar a los cristianos ortodoxos orientales La liberación de Jerusalén "Tierra Santa" del yugo Musulmán. En la imagen siguiente, Urbano II dirigiéndose a la multitud en el exterior. 




Las palabras de Urbano II siguieron el siguiente contexto:

"Mis más queridos hermanos: urgido por la necesidad, yo, Urbano, con el permiso de Dios obispo en jefe y prelado de todo el mundo, he venido hasta estos parajes en calidad de embajador, portando una admonición divina a vosotros, servidores de Dios. He guardado la esperanza de encontraros tan fieles y celosos en el servicio del Señor como es de esperar. Pero si hay alguna deformidad o flaqueza contraria a la ley divina, invocando su ayuda haré lo más que pueda para erradicarla. Porque el Señor os ha puesto como servidores ante su familia.


Felices seréis si os encuentra fieles a vuestro ministerio. Sois llamados pastores, esmeraos por no actuar como siervos. Pero sed buenos pastores, llevad siempre vuestros báculos en las manos. No durmáis, sino que guardéis todo el tiempo al rebaño que se os ha asignado. Porque si por vuestra negligencia viene un lobo y os arrebata una sola oveja, ya no seréis dignos de la recompensa que Dios ha reservado para vosotros. Y después de haber sido flagelados despiadadamente por vuestras faltas, seréis abrumados con las penas del infierno, residencia de muerte. Ya que vosotros habéis sido llamados en el Evangelio la sal de la tierra , pero si faltáis a vuestros deberes, cómo, se preguntarán todos, ¿se podrá salar la tierra? En todo caso, es necesario que vosotros corrijáis con la sal de la sabiduría a todos aquellos necios que están entregados a los placeres de este mundo, no sea que el Señor, cuando quiera dirigirse a ellos, los encuentre putrefactos en medio de sus pecados apestosos y sin curar. Pues si Él encuentra dentro de ellos gusanos, es decir, pecados, porque vuestra negligencia os impidió asistirlos, El los declarará como inservibles, merecedores únicamente de ser arrojados al abismo donde se dejan las cosas sucias. Y ya que vosotros no pudisteis evitarle al Señor estas graves pérdidas, seguramente El os condenará y os apartará de Su dulce presencia.




Aunque, ¡Oh! hijos de Dios, vosotros habéis prometido más firmemente que nunca mantener la paz entre ustedes y mantener los derechos de la Iglesia, aún queda una importante labor que debéis realizar. Urgidos por la corrección divina, debéis aplicar la fuerza de vuestra rectitud a un asunto que os concierne al igual que a Dios. Puesto que vuestros hermanos que viven en el Oriente requieren urgentemente de vuestra ayuda, y vosotros debéis esmeraros para otorgarles la asistencia que les ha venido siendo prometida hace tanto. Ya que, como habréis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado vastos territorios de la tierra de Romania (el imperio bizantino), tan al oeste como la costa del Mediterráneo y el Helesponto, el cual es llamado el Brazo de San Jorge. Han ido ocupando cada vez más y más los territorios cristianos, y los han vencido en siete batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y han devastado el imperio. Si vosotros, impuramente, permitís que esto continúe sucediendo, los fieles de Dios seguirán siendo atacados cada vez con más dureza.




En vista de esto, yo, o más bien, el Señor os designa como heraldos de Cristo para anunciar esto en todas partes y para convencer a gentes de todo rango, infantes y caballeros, ricos y pobres, para asistir prontamente a aquellos cristianos y destruir a esa raza vil que ocupa las tierras de nuestros hermanos. Digo esto para los que están presentes, pero también se aplica a aquéllos ausentes. Más aún, Cristo mismo lo ordena.


Todos aquellos que mueran por el camino, ya sea por mar o por tierra, o en batalla contra los paganos, serán absueltos de todos sus pecados. Eso se los garantizo por medio del poder con el que Dios me ha investido. ¡Oh terrible desgracia si una raza tan cruel y baja, que adora demonios, conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo! ¡Con cuántos reproches nos abrumaría el Señor si no ayudamos a quienes, con nosotros, profesan la fe en Cristo! Hagamos que aquellos que han promovido la guerra entre fieles marchen ahora a combatir contra los infieles y concluyan en victoria una guerra que debió haberse iniciado hace mucho tiempo. 




Que aquellos que por mucho tiempo han sido forajidos ahora sean caballeros. Que aquellos que han estado peleando con sus hermanos y parientes ahora luchen de manera apropiada contra los bárbaros. Que aquellos que han servido como mercenarios por una pequeña paga ganen ahora la recompensa eterna. Que aquellos que hoy en día se malogran en cuerpo tanto como en alma se dispongan a luchar por un honor doble. ¡Mirad! En este lado estarán los que se lamentan y los pobres, y en este otro, los ricos; en este lado, los enemigos del Señor, y en este otro, sus amigos. Que aquellos que decidan ir no pospongan su viaje, sino que renten sus tierras y reúnan dinero para los gastos; y que, una vez concluido el invierno y llegada la primavera, se pongan en marcha con Dios como su guía".

Centenares de guerreros rasgaron sus ropas y cosieron en ellas una cruz, jurando abandonar sus tierras y aceptar el desafío lanzado por el Papa de acudir a Oriente, bien para ayudar al Imperio Bizantino contra el avance de los turcos selyuquíes, como dejaron escrito algunos de los testigos de la época, bien para recuperar los Santos Lugares, como afirmaron otros. Con estas palabras, dio comienzo la Universitas Christiana que unió a Europa durante un largo período de tiempo. El sentimiento de unidad de los europeos se basó en el rechazo religioso de los creyentes de otra fe. No fue una identidad con algo, sino contra algo, y a partir de entonces, ya nada sería igual. Personalmente creo firmemente, que la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén, fue sin duda la más representativa, y pido disculpas a aquellos más estudiosos sobre el tema que opinen lo contrario, y lo digo por una razón, por la prevalencia del interés espiritual de la misma.


Desde luego, el espíritu templario de hoy, cabría preguntarse si sigue existiendo dentro de discreción, tradición, espíritu caballeresco, espíritu nobiliario caracterizado por la buena educación así como la nobleza del espíritu de humanidad dentro de la Orden a la que pertenecen apartando de si el pecado o la malicia de medrar a costa de la falacia y la traición de los principios básicos, y del daño causado a otras personas. Nos permitimos dudar en algunos casos del espíritu de tradición de aquellos que dicen ser continuadores del espíritu del Temple, de su nobleza y costumbres sanas fuera del egocentrismo, de lealtad y dedicación, de fe y de cultura, y sobre todo, de valor y distinción humana hacia los demás, apartando la impiedad y la prevaricación. De ahí nace el verdadero espíritu templario, lo demás, es un engaño y una estafa, y lo peor de todo, no es que engañan a quienes les siguen, sino que se engañan a sí mismos, y sólo Dios sabe con qué fin, por lo tanto que sea el propio Dios quien se lo tenga en cuenta. Para lucir el espíritu Templario, no sólo es menester la palabra, sino también los hechos. Luchar contra el materialismo, la impiedad y la tiranía en el mundo, defender la santidad del individuo, la humildad, y afirmar la base espiritual de la existencia humana. Este es un tremendo objetivo, pero esta es la elección de la caballería. Muchas personas que de buena voluntad se acercan al Temple y se encuentran con un enorme fraude de muchos que han hecho del mismo fraude su forma de vida y no una forma de vivirla. Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini Tuo Da Gloriam. No a nosotros Señor, no a nosotros. Pero a tu nombre dale Gloria. 


Aingeru Daóiz Velarde.-






 

BIBLIOGRAFÍA

 La Primera Cruzada. Daniel Pérez Sierra Historia de las Relaciones Internacionales.

 La primera cruzada novecientos años después : el Concilio de Clermont y los orígenes del movimiento cruzado. Jornadas Internacionales sobre la Primera Cruzada, Universidad Autónoma de Madrid. Editores: J. L. García-Guijarro.

PEDRO EL ERMITAÑO Y EL ORIGEN DE LAS CRUZADAS. Jean Flori.

 ABACUS, Revista digital de la asociación BAUCAN, filosofía de las armas templarias.

 

 




















jueves, 7 de enero de 2021

JUANA I DE CASTILLA. UNA INSISTENTE LOCURA.

JUANA I DE CASTILLA. UNA INSISTENTE LOCURA. 


Juana I de Castilla. La primera en reinar en los territorios que juntos conformaron España. Una de las mujeres más poderosas de su tiempo, cuya historia aún sigue cautivando. Una reina que, aunque nunca mostró ni el hambre ni el talento político de su madre, tuvo tiempo para la grandeza. Juana la Loca. De entrada, como apodo, conjura una inmediata escala de fascinación, pero si esa locura es fruto de una pasión delirante, de un amor fou, que llamó Bretón a ese fervor que es vértigo y estrago, el sobrenombre resulta arrebatador. Con él ha pasado a la Historia pero, ¿realmente lo fue?...





Tradicionalmente se ha insistido en sus actos de locura, su suciedad, su no comer o su reclusión. Para empezar, ya desde niña dio muestras de indómita conducta. Los historiadores cuentan que se encaraba frecuentemente con su madre, Isabel la Católica, quien dejó escrito que nunca llegó a entenderla ni a dirigirla. Juana se negaba a comer cuando se disgustaba y se resistía a confesarse o a ir a los oficios religiosos, actitud esta última que mantuvo toda su vida. Como tercera en la línea de sucesión de los Reyes Católicos, no estaba llamada al trono, pero sí lo estaba a afianzar el poder geopolítico que ambicionaba su madre. En una alianza estratégica contra Francia, Isabel la promete con el hijo de Maximiliano de Austria, que pasaría a la historia con el nombre de Felipe el Hermoso. Recién cumplidos los dieciséis años, acompañada por quince mil soldados y noventa oficiales, Juana viaja a la corte de los Países Bajos para casarse con él. Su prometido ni siquiera fue a recibirla pero, al conocerla, cuentan que se enamoraron de inmediato. Poco después, él mismo la bautizó como Juana la Terrible.





A la muerte de su esposo Felipe “el Hermoso”, la Reina Juana de Castilla inició una larga procesión por todo el reino con el ataúd del Rey a la cabeza. Durante ocho meses, Juana caminó pegada al catafalco de su esposo en un cortejo fúnebre que despertó asombro e incluso miedo entre la población. Este supuesto arranque de locura provocó la reclusión de la Reina en Tordesillas (Valladolid) hasta su muerte cuarenta y seis años después. En la actualidad, los historiadores se plantean si Fernando “el Católico”, padre de Juana y responsable de su cautiverio, aprovechó la enajenación transitoria de su hija para apartarla bruscamente de la Corona…Eso es lo que cuentan los pseudo-historiadores, pero es importante concentrarse en los aspectos políticos de su reacción frente a la muerte del archiduque en Burgos. Al día siguiente, cuando el presidente del Consejo de Castilla fue a ver a la reina, la soberana en persona le abrió la puerta del palacio donde se alojaba, la llamada casa del Cordón, y le dijo que volviera más tarde. Cuando los miembros del Consejo se presentaron de nuevo tuvieron que perseguir a Juana por toda la casa y, finalmente, despachar a través de una reja que comunicaba la capilla con sus aposentos. Al negarse a tratar los asuntos urgentes, independientemente de que fuera por falta de interés o por enfermedad, Juana de Castilla había demostrado una vez más su incapacidad para el gobierno.






Nacida en Toledo el 6 de noviembre de 1479, Juana de Castilla recibió una educación esmerada de orientación humanista por empeño de su madre, Isabel “la Católica”, quien bien sabía lo complicado que era para una mujer progresar en una sociedad dominada por los hombres. Pronto, la Infanta castellana destacó en el dominio de las lenguas romances y el latín, en interpretación musical y en danza. Era, en consecuencia, la educación típica de un miembro secundario de la Familia Real. No en vano, Juana de Castilla fue una niña normal que no dio prueba de sufrir ningún tipo de trastorno mental hasta la madurez.


Con la intención de aislar políticamente a Francia, los Habsburgo cerraron una serie de alianzas con los Reyes Católicos que incluían el matrimonio de Felipe I de Austria, llamado "el Hermoso", con la Infanta Juana. Curiosamente, el apelativo de “el Hermoso” se lo dio el Rey Luis XII de Francia cuando la pareja viajaba hacía España para ser coronados y se detuvieron en Blois. Allí el rey los recibió y al verle exclamó: He aquí un hermoso príncipe.


En 1496, Juana de Castilla contrajo matrimonio a los 17 años. Daba comienzo una vida conyugal marcada por las infidelidades de Felipe “el Hermoso” y por la absoluta soledad. Como respuesta, la hija de los Reyes Católicos mostró un carácter obsesivo en lo referente a su marido y dejó distintos episodios de ira. Aunque a ella le duraría de por vida, el fervor de Felipe no tardó en evaporarse. Aprovechando unos coléricos ataques de celos –cimentados en el hecho de que su marido comenzó pronto a retozar con cualquier mujer que se le antojaba– y el ansia de poder que el de Flandes compartía con Fernando el Católico, ambos comenzaron a alimentar la leyenda de que Juana no estaba en sus cabales y que, por tanto, no era apta para ocupar el trono. Curiosamente, Isabel, en vísperas de su muerte en el año 1504, no cedió la regencia de Castilla a ninguno de los dos. Confió en su hija, pese a indicar en el testamento que no reinaría si algo la incapacitaba y a que el temperamento airado de Juana , con tendencia a incurrir en el desacato, también le acarreó numerosos disgustos en los últimos años de su vida. Un carácter que la muerte de su hermano Juan, heredero al trono, y de su hermana mayor Isabel en 1497 hizo todavía más inestable.


No mucho tiempo después, en 1504, el fallecimiento de Isabel "la Católica" inició una disputa entre Fernando “el Católico” y Felipe “el Hermoso” por hacerse con el control de Castilla, donde Juana quedó atrapada entre el fuego cruzado. Para rematar una década minada de muertes de gente cercana a ella, Felipe I , que llegó a ser Rey de Castilla por dos meses, falleció súbitamente en 1506. Según las fuentes de la época…“Se encontraba Felipe en Burgos jugando a pelota cuando, tras el juego, sudando todavía, bebió abundante agua fría, por lo cual cayó enfermo con alta fiebre y murió unos días después”.


La actitud de la Reina durante el cortejo fúnebre que llevó el cuerpo de su marido por buena parte de Castilla extendió entre la población la creencia de que tenía graves problemas mentales. Sea como fuere el grado y naturaleza de locura de la Reina, su padre no estaba dispuesto a dejar pasar otra vez la ocasión de hacerse con la Corona de Castilla y recluyó rápidamente a su hija en Tordesillas, donde residiría hasta su muerte. Hay que aclarar que de hecho, después de tratar de reinar por sí misma en Castilla, alegando su supuesta locura, Fernando la confinó en Tordesillas, un encierro que también evitaba unas segundas nupcias que su padre no deseaba. Pretendientes no le faltaban a Juana, entre otros el díscolo Enrique VII, fundador de la dinastía de los Tudor. 




La Reina Juana permaneció cuarenta y seis años en Tordesillas (Valladolid) y ni siquiera la llegada al trono de su hijo Carlos I rebajó las condiciones de su cautiverio. En 1520, el movimiento comunero que exigía a Carlos I más respeto por las instituciones castellanas se dirigió a Tordesillas a liberar a Juana y a pedirle su ayuda. Y aunque la todavía Reina rehusó apoyar el movimiento, la mujer que hallaron los cabecillas comuneros estaba lejos de la figura trágica que Fernando «el Católico» y Carlos I habían difundido entre la población, su conversación era inteligente y su mente era clara. De hecho, la descripción que hicieron los comuneros de la Reina ha llevado a que en la actualidad muchos historiadores pongan bajo sospecha su hipotética locura, que bien pudo ser solamente de carácter transitorio a causa de la muerte de muchos seres queridos en poco tiempo.




El carácter de Juana "la Loca" oscilaba rápidamente entre la euforia y la melancolía. Los expertos se inclinan por pensar que pudiera sufrir algún tipo de trastorno obsesivo compulsivo o incluso una bipolaridad, nada lo bastante grave como para ser privada del trono, eso argumentan algunos, pero si que es cierto era propensa desde depresión severa hasta esquizofrenia o psicosis, e incluso en vida se planteó que estuviera endemoniada, la mayoría de las líneas investigadoras apuntan a que las circunstancias en las que vivió influyeron profundamente en un carácter ya inestable desde niña. Sin embargo, Juana nunca fue declarada incapaz por las Cortes de Castilla, por lo que mantuvo el título de reina y aunque ella no ejercieron como tal, oficialmente, ambos correinaron. La imagen de la loca de Tordesillas era conveniente para justificar su apartamiento del poder. La locura de Juana era una táctica para desautorizarla y para justificar las discrepancias que en algunos momentos de su vida aparecían al entrar en conflicto los dos cuerpos que debía de soportar y que en su caso estaban en conflicto. Para Isabel, la locura justificaba las desobediencias de su hija y su escaso interés por el poder político. Para su marido, era la vía necesaria para llegar al gobierno de Castilla. Para Fernando, la locura de su hija le facilitaba el cumplimiento del testamento de Isabel la Católica y su ejercicio del poder en Castilla.





La dinastía de los Trastámara tiene un antecedente directo de alguien con problemas mentales en la figura de Isabel de Portugal, madre de Isabel "la Católica”. Muerto Juan II y tras la ascensión al trono de Enrique, Isabel sintió tanto su pérdida que fue supuestamente acometida de una enajenación mental, por lo cual fue confinada junto a sus dos hijos, su madre y un pequeño número de sirvientes, al castillo de la villa de Arévalo. Muy similar al caso de Juana la Loca, su abuela Isabel de Portugal también presentaba un clínico de depresiones y actitud melancólica. Y de la misma forma, también es complicado saber si existió realmente algún tipo de trastorno mental tras su súbita reclusión.

En conclusión, existen sin duda innumerables pruebas que sugieren que Juana de Castilla era efectivamente demasiado inestable para confiarle el gobierno. Muchas veces se ha argumentado que Juana heredó su locura de su abuela materna, Isabel de Portugal. Aunque no hay indicios suficientes para emitir un diagnóstico clínico, si nos limitamos a decir que Juana era excesivamente imprevisible para gobernar, entonces las evidencias de un comportamiento fuera de lo normal resultan abrumadoras. Lo cierto es que su actitud fue tan anómala que hasta sus últimos días su familia temió sinceramente que estuviera poseída por el diablo. 

Aingeru Daóiz Velarde.-







BIBLIOGRAFÍA



Luis Cantalapiedra Cesteros. Juana la Loca: reina de España.

Manuel Fernández Álvarez. Juana la Loca, la cautiva de Tordesillas.

Juan Luis González García . Saturno y la reina "impía". El oscuro retiro de Juana I en Tordesillas.

Bethany Aram. Marcial Pons. La reina Juana: gobierno, piedad y dinastía. 





 


viernes, 1 de enero de 2021

LA ÚLTIMA ESPERANZA.

LA ÚLTIMA ESPERANZA. 

La casa diminuta, está compuesta de una pequeña estancia, como única dependencia de una vivienda, donde la humildad, la entrega y el esfuerzo diario por robarle el sustento a la tierra, componen el pan de cada amanecer, que untado en la sopa de la estrechez aplaca el hambre del día, pero hoy, no es una mañana habitual. La escasa cosecha, no había sido buena, pero había dado casi lo suficiente para salir arañando a la vida un suspiro más de aliento, un hálito que habría regalado e insuflado Miguel para ver de nuevo la luz en los ojos de la pequeña María, y apartar la sombra de la pavorosa enfermedad que llevaba ya seis días y sus noches amenazando con abrir las puertas a la expiración, bajo el manto negro y siniestro de la muerte, que con sus huesudas garras, pretendía arrancar con su desgarro fatal, no solo una vida que apenas acababa de empezar, sino convertir en más miseria y desaliento lo poco de ilusión que albergaba el corazón entregado de unos padres abocados al sacrificio, Miguel, y Edelvina… 



Edelvina se había percatado hacía ya un par de semanas, de aquellos accesos de calenturas tercianas y de esa falta de entusiasmo en los juegos de la pequeña María, alma y aroma de la casa y del corazón abnegado de sus padres, pero la distancia de la ciudad, y la falta de peculios para recurrir a un médico le habían obligado a utilizar los medios que desde su niñez había aprendido para combatir las dolencias comunes de aquellos a quienes la miseria y la obligación, les otorgaba el don del ingenio de la naturaleza y sus recursos, para salir de las cuevas de la afección y la enfermedad, pero en los últimos días, el episodio había ido a peor. Miguel, que ya desde antes del canto del gallo rasguñaba la dureza de la tierra y escrutaba en el entorno la forma y el camino para llevar el sustento a su casa, maldecía en silencio su desamparo, con la resignación y fe puestas en la esperanza, pero con el pensamiento recelando en la angustia y el terror de la tragedia, un pensamiento que procuraba ahogar en la turbación desesperada del silencio en las noches de llanto de la pequeña María, y los desvelos que le procuraba la consternación, mirando al techo bajo cuyas vigas de madera descubiertas, parecían resquebrajarse y desplomársele encima, aplastando lo poco que le quedaba de ánimo y consuelo para su alma. La casa entera se le venía encima, una casa donde reinaban la escasez y la modestia, y en la que Edelvina había puesto algo más que la imaginación y el esfuerzo en procurar adecentar como un hogar, mínimamente habitable.





El suelo de tierra prensada, lo había vestido con algunas esteras ya desgastadas por el tiempo. Unas telas viejas, adquiridas en la tienda del lejano pueblo en un día de compras de menesteres necesarios, las había convertido en dos manteles para una mesa pequeña, y un aparador rescatado del abandono, daba cobijo a la escasa cubertería y a la precaria lencería que sustentaban las mínimas necesidades de la modesta humanidad. Dos cortinillas para la única ventana de la morada, adornada con dos macetillas que regaba y cuidaba con mimo para que sus flores dieran cierto color de alegría, eran los únicos enseres que distinguían el humilde habitáculo de una mera covachuela …Pero su única alegría, yacía ahora en un improvisado lecho de dos sillas diferentes, puesto que no existían dos sillas iguales en aquel menesteroso hogar, de cuyas oscurecidas paredes colgaban dos viejos retratos enmohecidos por la humedad, representando a los padres de Miguel y Edelvina, símbolos del único recuerdo que les quedaba ya de su presencia, puesto que sus tumbas las había borrado ya el tiempo del cólera algunos años atrás. Una pequeña gatita, a la que María había puesto el nombre de Luna, blanca como el mismo astro de la noche y cuyo brillo iluminaba por fases las emociones de cada rincón de aquella modesta morada, se encontraba acurrucada hecha una bola de pelo, en un resguardo al lado de fogón de la chimenea de la estancia, quieta, cuando siempre andaba saltando y jugueteando alrededor de la niña. El pequeño animal, silenciosa y expectante, como si augurara la terrible desdicha que parecía presentarse de un momento a otro sin remedio, emitía a veces tímidos maullidos de reclamo como para intentar despertar el interés de la pequeña amita, que postrada bajo el vapor de la destemplanza, yacía en aquel improvisado lecho. 



Los episodios de fiebre iban a más, igual que la desesperación, y de una de las paredes de la casa, de un tendedero, colgaban unos viejos trapos que habían servido para apagar los vapores de fuego que emanaban del cuerpo de la pequeña María, para aliviar su mal.





María se consumía poco a poco, ya, ni abría sus ojuelos, siempre iluminados del brillo cegador de la ilusión y el encanto, luz de alegría como el sol de primavera, que hacía brotar la dicha y el júbilo en cada momento del día, alborozo, entusiasmo y aleluya en esos desencuentros del quehacer cotidiano, y que con la llegada de la pequeña Luna, componían en el duro ambiente, un cuadro de candor, anhelo y aliento de cada jornada. 



Un jarrón con agua limpia del nacedero, y una vasija con un brebaje de hierbas hervidas con el aguardo del consuelo y el crédito de la sanación, descansaban en una banqueta de madera a la cabecera del improvisado camastro, al lado de unas brazadas de leña que almacenaban debajo de la mesa. En el fogón, donde todavía lucían unas brasas, reposaba un caldero en cuyo interior Edelvina había preparado un caldo de gallina, aderezado con unas hierbas silvestres que le daban un gusto especial. Habían probado la ayuda de Juan el boñigas, cuyo apodo le venía porque era lo más parecido a un médico que había en el lugar, ya que su especialidad era analizar los excrementos de los animales para adivinar sus dolencias, o palpar el abdomen de las bestias, e incluso ayudarlas a parir, y también escudriñar en el aliento las posibles enfermedades, y algunas veces acertaba, pero pese a que el hombre, con toda su buena fe, intentó examinar a la pequeña, tuvo que rendirse a la evidencia de que su presencia era allí absolutamente inútil para el fin que requería, y el mejor servicio que les pudo dar, fue su propio tiempo, aunque no sirviera de mucho. Aun así, el ceño fruncido de su rostro, no daba lugar a mucha esperanza. 



Un párroco flaco y desaliñado, que solía llegar a los lugares alejados a lomos de una mula para dar alivio a las almas y recordar la palabra de Dios, se había acercado a dar aliento a la familia tres veces al atardecer en los últimos días, y concretamente su última visita no fue demasiado del agrado de Miguel, porque despertó el llanto amargo y abatido de Edelvina, ya que ante el empeoramiento de la pequeña María, propuso una oración para el alma de la criatura y la buenaventura de los ángeles llegados al cielo de la mano de Dios, y Miguel, visiblemente conmovido, le rogó de buenas formas que no era el momento adecuado y que de rogar a Dios, ya lo harían ellos en la intimidad, agradeciendo al cura su iniciativa. 



Edelvina era todo corazón de buen alma, siempre alegre pese a sus escasos recursos, ama de su casa, y compañera de los suyos, bondadosa y habladora, cosa que había heredado la pequeña María, que ahora se debatía en un sepulcral silencio, roto a veces por amargos llantos. Edelvina era la consagración sacrificada de la benevolencia, compasiva y generosa, dulce y misericordiosa, alegre y afable, pero estos momentos borrascosos la iban hundiendo cada vez más no ya en un estado de desesperación, si no de amarga y sombría tristeza …Miguel, era serio, aunque la pequeña María le vencía siempre sacándole una alborotadora risa con sus cosas. Trabajador hasta el agotamiento, buen hombre , buen marido y mejor padre, pero de un carácter seco, acostumbrado y hecho a la rudeza del campo. Su suerte no le había favorecido en los últimos tiempos en cuanto a sus esfuerzos sobre sacar el fruto de aquella tierra, y se culpaba a sí mismo de la situación, por no poder pagar a un médico para salvar la vida de la niña de sus ojos, más que de sus ojos, de su alma y de su corazón. Un ponzoñoso sentido de culpabilidad le torturaba en cada instante del día, y de la noche, y su mente en las últimas horas, de forma subconsciente, había empezado a albergar un oscuro sentimiento que conforme iban pasando las horas, se iba haciendo más y más sólido en su corazón.



En más de una ocasión, en los últimos días, había caído de rodillas en un rincón apartado en el campo, apoyando sus manos en el suelo, y derramando lágrimas amargas como la retama. Compartía el arado y el mulo con un lindero, Luis, cargado de hijos y tan pobre como él, con lo cual, su única posesión eran aquel pedazo de tierra ingrata, un corral con unas cuantas gallinas y un gallo, dos cabras, cuatro herramientas para la tierra y aquellas cuatro paredes miserables y el techo, que guardaban lo que más quería en este mundo, con lo cual, no estaba seguro de poder soportar el dolor que amenazaba en su pensamiento, y había albergado en el mismo, la esperanza en una soga colgada en un grandioso algarrobo que estaba a una media hora de camino, al lado de un nacedero de agua, para colgarse del cuello y quitarse lo que más lamentaba de sí mismo…su propia vida. Aquel árbol era su última salida, su última esperanza… El suicidio no era cuestión de valentía o cobardía, era cuestión de desesperación, de insoportable sufrimiento ante la adversidad, una adversidad que pesaba como una losa, oscura y fría como la noche de invierno, en un momento definitivo en el que la voluntad se abre paso cargando con el peso de la existencia, arrastrándose entre un camino de sombras amargas, cada vez, más y más difícil de caminar. Ciertamente no era egoísta, y pensaba en el doble sufrimiento de Edelvina al perder no sólo a su pequeña, sino también de una forma trágica, a su marido, pero el dolor era tan intenso e insoportable, que no albergaba otra solución…pensaba en Edelvina, y que llegado el momento, ella acudiría al socorro de una hermana, al menos, eso le confortaba en cierta manera, pero él, no tenía ya la fortaleza suficiente como para plantar cara al atroz y cruel desenlace que albergaba el horizonte, ni a nadie a quien acudir, y se aborrecía a sí mismo por determinar apartarse de aquella manera del lance que la vida le imponía, sólo esperaría su momento, pues para nada soportaría irse de este mundo después que lo hiciera el dulce fruto de su corazón, María.




En las postreras horas de la tarde, sonaron tres golpes en la puerta, y Miguel abrió pensando que era de nuevo el cura, que volvía con su misal, a repartir sus oraciones. Abrió con desgana la puerta, y resultó ser Juan el boñigas…Juan era también hombre de pocas palabras y menos letras, enseñado y aprendido también la rudimentaria vida del campo. Ya tenía unos años encima, y una mujer gruesa, la manuela, casi con más mostacho y barba que el propio Boñigas…La Manuela, discutidora como ella sola, amarga e inconforme siempre con todo, incluso hasta con los rayos del sol, tan agradecidos en aquellos fríos parajes.  Una mujer amarga como la hiel, rencorosa hasta consigo misma, de malas entrañas, a la que Juan no se había terminado de acostumbrar. Fatua y engreída, su máximo placer era dar toda la amargura posible hacia aquel pobre hombre consumido en la más profunda de las amarguras. Le había dado dos hijas que no sabía donde casar, puesto que eran la viva imagen de su madre, y cualquier marido no tendría la paciencia que tenía él. Apagaba a veces su desengaño con una botella de vino que guardaba en una covacha junto a un barrilete que había comprado hace ya unos años, y que se procuraba rellenar a escondidas de su mujer y sus dos hijas de vez en cuando, las veces que tenía que viajar al lejano pueblo con su mulo, para hacer compra de menesteres. Hasta ahora la suerte le había acompañado y no le habían descubierto su secreto, con lo que daba gracias a Dios, puesto que si insoportable era su vida, el infierno sería mejor morada si lo llegaban a descubrir. En sus soledades, contemplaba con resignación una gran cruz de oro muy valiosa, que guardaba celosamente en recuerdo de su madre, la Cruz de la consolación.


- ¿Qué te trae por esta triste casa boñigas?, la cuestión sigue en los mismos trances que tú mismo viste la última vez, solo que oscureciendo más si cabe el final, pero pasa si quieres y lo ves por ti mismo amigo. 


- No, no quiero molestar, y para ver y sufrir, prefiero sufrir lo que ya sufro en mi casa, que ya es bastante… 


Sus ojos se habían enturbiado, sumergido en las profundidades de la aflicción. Muchas veces pensaba en abandonar todo, coger lo poco que poseía, y marcharse, huir, escapar de aquel averno al que cada medio día y cada noche regresaba una y otra vez, siempre el mismo reproche, siempre la misma humillación, siempre al límite de la paciencia, el silencio, el llanto en soledad… 


- Venía a pedir perdón por no poder hacer más de lo que en aquella tarde hice, puesto que uno ni es entendido en animales, ni mucho menos en la salud de las personas, pero te traigo una botella de vino, para que lo calientes, y le des a beber a tu criatura, a ver si le bajan esos males, dicen que el vino caliente…no sé, o te la bebas tú para templar tu espíritu… 


Miguel se quedó en silencio mirando fijamente a aquel hombre de boina calada, barba, mirada grave y palabras sinceras, la angustia escenificada en un cuerpo afligido por un dolor del alma, víctima del tormento más inhumano que existe. Miguel le dio un abrazo sin poder contener sus lágrimas…Juan se marchó de allí sin entrar en la casa, escondiendo el rostro con su mano, seguramente cubriendo el llanto ácido que trae la desconsolada tristeza también. Miguel guardó la botella, y desde luego, no le dio por seguir el consejo de aquel hombre al que llamaban el boñigas...Boñigas, único mérito en una vida de tristeza y desolación.



La noche fue mala, y como de costumbre, se pasó en un duermevela, y desde su lecho, observaba la desesperación de Edelvina, palpando continuamente el cuerpo de su pequeña María, y llorando en silencio para no despertar más inquietudes, ni desde luego, los ratos de sosiego de la criatura. Luna, la gatita, se acercaba de vez en cuando y se sentaba en el suelo mirando directamente a la figura de la pequeña niña, y permanecía allí largo rato, como si esperará que abriera los ojos y la llamara, y alternaba la mirada con Edelvina, como inquiriendo una razón. Después, al no ver reacción, se marchaba de nuevo a su rincón, para volver de inmediato al lado de Miguel, como reclamando solución. 


La tarde noche siguiente, se escucharon de nuevo unos golpes en la puerta, y otra vez Miguel pensó que sería el sacerdote que regresaba a conocer noticias y hacer su labor, y en verdad, no tenía muchas ganas de rezos, pero fue a abrir la puerta, y vio la imagen de un desconocido, bien vestido, con una especie de maleta grande, y un maletín pequeño, y un carruaje con conductor. 


-Disculpe usted, mi nombre es don Santiago Céspedes, doctor en medicina, y vengo con motivo del encargo de un tal doctor de animales Juan Boñigas, que me ha contado y explicado el caso y la urgencia con todo tipo de detalles, entregándome como pago una cruz enorme,  herencia de su madre, con el cuerpo de Cristo de oro, que por supuesto, no he aceptado en ningún caso al conocer la gravedad y las circunstancias, así que si usted me permite, vengo con la intención de examinar a la pequeña María, que así me ha dicho el tal doctor que se llama la enferma, y ver si el resultado de la ciencia es capaz de remediar el trance en el que se encuentra, si es que todavía hay tiempo para ello…Es difícil encontrarme puesto que yo resido en la ciudad capital de esta provincia, y por desgracia, casos graves y desesperados hay muchos, y la ciencia médica es poca, pero el tesón de este tal doctor Boñigas ha sido casi insufrible, si me permite que le diga, y aquí estoy, puesto que no le ha faltado más que traerme hasta aquí a rastras, a punta de fusil o navaja, así que bien, si usted me permite, me gustaría hacer mi trabajo lo antes posible. 


Juan Boñigas se había arrastrado por la ciudad en busca del mejor de los médicos hasta dar con él, y a fuerza primero de ruegos, y el ofrecimiento de lo más preciado que poseía, intentaba comprar la salud de aquella criatura que se debatía en un aterradora lucha contra la enfermedad que la consumía, y la muerte. El médico, corazón de buen alma, no lo dudó un instante, y rechazó el pago viendo la limpieza de un alma que ofrecía todo, a cambio de la humildad frente a la soberbia de la ponzoñosa humanidad, la grandiosa generosidad de un noble corazón contra la avaricia de no dar nada para quien más necesita, la castidad de la nobleza de un sentimiento hacia una criatura que se consumía y la desolación de unos padres desgarrados en la miseria contra la lujuria del abandono más cruel delante de la suerte del destino, la paciencia de soportar cada día la mala fortuna de la desdicha, la templanza de conservar en su corazón los resquicios del amor a los demás, frente a la gula de la mezquindad, la caridad en su máxima expresión entregando como pago de la vida de una criatura inocente, un ángel de Dios alegría de su humilde familia, frente a la envidia de un incierto y casi oscuro presagio de muerte que arrebata lo más preciado de la vida y la diligencia de encontrar pese a la adversidad de la pereza del destino, la solución a la ponzoña de la cruel enfermedad. 


Derrumbada en su asiento sobre la mesa, Edelvina se desgarró en un llanto, y Miguel se desplomó de bruces, al tiempo que el doctor Céspedes se adentraba en la pequeña morada, y se dirigía de forma directa al pobre lecho donde descansaba María. La examinó meticulosamente durante largo tiempo, la observaba con mucha atención también a largos periodos, y ya entrada de largo la media noche, le dispuso un brebaje que él mismo preparó con algunos contenidos de su maleta, y dispuso un líquido en el contenido de un aparato con aguja, el cual, después de unos preparativos previos y con la ayuda de Edelvina, y ante la expectante mirada de Miguel, cuyo silencio se podía cortar, le inyectó el preparado en el cuerpo de la niña, y se mantuvo sentado a su lado, observando si había alguna reacción. La noche pasó con cierta inquietud, y una extrema dosis de angustia, y la amanecida llegó con oscuros presagios, don Santiago Céspedes, levantó sin demasiado ánimo el rostro hundido en el cansancio y el evidente desencanto de la contrariedad, argumentando sin palabras que el tiempo había corrido más de la cuenta en contra de la salud, y el mal llevaba demasiado trecho por delante. 




Pasó todo el día, y toda la noche siguiente, tiempo en el cual el doctor Céspedes administró otro brebaje de su maletín, de un color más oscuro que el anterior, y ya a la amanecida, comunicó que ya nada más se podía hacer. La ciencia médica había dado todo lo que la circunstancia requería, pero el resultado no era el deseado para el bien, y casi con lágrimas en los ojos, el buen doctor, conocedor de los trances, comunicó que sólo cabía esperar, y que la espera, posiblemente trajera un desenlace final trágico…Ya nada más se podía hacer, todo intento resultaba ya vano, sus cansados ojos denotaban la angustia de la desesperación y el desencanto de la contrariedad, erudito en el rostro del padecimiento y el dolor, el médico era también experimentado en la oscuridad de la ciencia para lidiar con la oscura esperanza de las personas, y abriendo una puerta al anhelo, dejaba mostrar tras ella también la aguarda del desaliento de un mal final.


Miguel y Edelvina se quedaron solos con María, y la pequeña Luna, mientras el doctor Céspedes, que se resistía a abandonar a la criatura mientras un halo de vida habitara en el pequeño cuerpo de la chiquilla, salía un rato a apagar la zozobra que lo desesperaba. El amargo trance de la agonía de una criatura tan pequeña, era algo que en todos sus años de experiencia, no había logrado soportar. Al rato, regresó de nuevo a su sitio, tomó la temperatura con la comisura de sus labios, y administró de nuevo otro preparado con el aparato provisto de una aguja, aunque no confiaba demasiado en la nueva reacción. El día surgió sin cambios, y la noche acudió con negros espasmos de llantos y desesperación. Todavía no había amanecido, cuando sonó de nuevo la llamada en la puerta…era el asistente del doctor, que venía a buscarlo ya que al parecer, se había presentado un caso de extrema urgencia en un parto mal avenido, y corría peligro la vida de la madre, y de la criatura que llevaba en sus entrañas, con lo que no tuvo más remedio que partir con la premura y el desasosiego como compañía. Miguel tomó la decisión del negro augurio, y salió de casa ante el amargo desconsuelo de Edelvina, y el silencio de María que parecía no querer despertar ya más, y sin fuerzas ni para llorar. Cogió la soga que guardaba en el corral, y despacio, pero firme, encaminó sus pasos a la luz de una tea hacia su última esperanza, la determinación del árbol en el que acabaría la angustia en aquel amanecer. 


Llegó al lugar en el justo momento en el que la luz del astro del día empezaba a asomar en el horizonte, perezoso, pero sereno y determinado para dar comienzo a una jornada más, en el que las almas humanas habían empezado a despuntar los designios de un nuevo día, para algunos, y para otros, el último estertor de una vida. Al mismo tiempo, la claridad del sol empezaba a entrar por la ventana de la casa, María abrió los ojos, y el albor de la vida asomaba de nuevo en aquel humilde lar, donde una explosión de risas infantiles y las cabriolas de una gatita blanca apagaron los pavores, y encendieron las luces de una eterna gratitud…la fiebre había desaparecido, y un abrazo de esperanza fundió a Edelvina, que se había quedado adormilada junto a su pequeña, formando un cuadro en el que los colores de las risas de la niña, se fundían con los llantos agradecidos de una madre, al tiempo que Luna, la gatita, salía a toda prisa del humilde hogar por la ventana abierta para ventilar los malos vapores nocturnos, y dar paso al frescor. 


Miguel estaba en el segundo intento en ajustar el nudo corredizo de la fatal soga, y se disponía a colocarla en una de las ramas del algarrobo, asegurándose que resistiría el peso de su cuerpo, cuando en la lejanía escuchó maúllos estridentes del pequeño y albino animalito que venía corriendo torpemente a la desesperada, y aferrándose a la pernera de su pantalón, emitía impacientes sonidos de angustia. Miguel, temiendo ya lo peor del desenlace, cogió en brazos a la pequeña e impacientada gatita, acariciándola con cariño, y decidió tomar el retorno a su humilde hogar para afrontar lo que parecía haber llegado a su fin. Se vislumbraba el conjunto de moradas rurales, y en la distancia la figura de Juan boñigas que se alejaba cabizbajo de casa de Miguel, y éste, aceleró el paso, pero lo perdió de vista.




Al llegar a su casa, la primavera de los sentimientos había iluminado su corazón con un alborozo de felicidad…María había vuelto a la vida, y aunque todavía postrada en su pequeño lecho, saltaba la luz en sus ojillos, y las risas al ver a Luna que saltaba encima de ella. Edelvina se abrazó a su marido , y le entregó un envoltorio con un papel escrito con mala caligrafía, en el cual Juan Boñigas, le entregaba la Cruz de oro de su propia madre, y le decía que la aprovechara, que saliera de aquella tierra ingrata, dejara todo atrás, y que buscara una nueva oportunidad fuera de allí, lejos, y con el precio que pudiera sacar de aquella cruz, diera comienzo a una nueva vida…Salió de casa consternado por el ofrecimiento de aquel hombre que tanto había hecho por él y su familia, para darle un abrazo, pero no estaba en su casa. Lo busco hasta ya llegada la tarde, y nadie sabía su paradero. Volvió de nuevo a casa de Juan a preguntar otra vez a su mujer, y lo recibió de malos modos, argumentando palabras malcaradas contra su marido. Juan le dejó recado de que quería verle, a lo que recibió una cruda mirada como respuesta. Se hacía ya tarde, y cansado de buscar a aquel hombre que tanto bien le había hecho, pensó en ir a recoger la soga del mal augurio que había dejado en el algarrobo de la desesperación, agraviado por el oscuro pensamiento que lo llevó hasta allí, y de regreso, intentar encontrarlo de nuevo en su hogar, pero un oscuro presentimiento cruzo por su mente…Temía que a su llegada al lugar, encontrase con el más espantoso y triste cuadro de la desolación, que era ver a Juan boñigas colgado del árbol de la maldición, con la soga del desahucio, y a sus ojos, abiertos en torno a la mirada de la muerte, reflejando la conformidad y la resignación de su angustia, pero vio la soga recogida, y una nota bajo una piedra encima de ella, que decía asi:


“Intentar sobrevivir a cualquier precio, es dejarse morir poco a poco, y dejar de hacerlo quitándose uno mismo la vida ante la desesperación, no es un acto de valentía, sino convertir en víctima a todo lo que en esta vida se ha amado, y juzgarse asimismo, sin dejar lugar al arrepentimiento. El verdadero valor, es conservar la vida haciendo frente a la adversidad, y no quitarse lo más preciado que hay, que es la existencia y la oportunidad, acuchillando a quienes te han amado y sobreviven a tu final, por eso pensé en hacer lo que he hecho, que es dar la oportunidad de la existencia, aunque no soy capaz de conservar la valentía de ir dejándome morir poco a poco sobreviviendo a la adversidad. Recojo tu soga, Miguel, y dejo el camino para encontrar otra vereda, otro rumbo que me aparte de la decisión que tú habías tomado con el final de este cabo, cuyo lazo siniestro nunca será la mejor decisión. Mereces la suerte del buen hombre, y yo la dicha de salir de esta gruta, con la satisfacción de que tengas la oportunidad de ver la luz del aliento al abrigo de una nueva ilusión”. 

Miguel se quedó un rato pensando, mientras una lágrima rebelde, resbalaba por la mejilla, escribiendo con tinta invisible una muda misiva de eterna gratitud. A los pies, un maullido blanco como un claro de luna, lo observaba en la mirada felina e inocente de la última esperanza, a la luz del anochecer. 


Aingeru Daóiz Velarde.-