jueves, 26 de junio de 2014

RODERICO Y LAS DOS ESPAÑAS, RECUERDOS DE LA HISTORIA

RODERICO  Y LAS DOS ESPAÑAS

La historia política de los reyes visigodos, que marcaría el final del imperio romano de occidente,  es penosa y deplorable. De los treinta y cinco reyes (a falta de investigaciones posteriores), si contamos a Akhila, el hijo de Witiza, o treinta y seis, si decidimos sumar el reinado de Ardón, cuyos reinados argumentamos más adelante,  diez murieron asesinados, perdiendo la corona y la vida la mayoría, a manos de sus propios hermanos. Siete fueron destronados, pero salvaron la vida, y solamente quince acabaron de muerte natural o en batallas (diecisite de tener en cuenta a estos dos últimos).

Muchos de estos monarcas escalaron el trono valiéndose de la traición y de la sublevación, y otros tantos, jamás pisaron España,  y además, cabe el detalle de que la monarquía y la nobleza visigoda, jamás se mezcló con la población hispano romana, y argumentamos esto ya que había una diferencia en las jerarquías o clases sociales: por un lado, estaban los "señores" a los que pertenecían la nobleza visigoda, y los senatores, a los que pertenecía la nobleza hispano-romana. También existían los hombres libres que eran colonos, patrocinados, labradores, industriales y obreros, y una clase intermedia denominada "bucelarios" que eran hombres libres puestos bajo la protección de un noble y contaban asímismo con vínculos que les obligaban a prestaciones personales, recibiendo a cambio protección, tierras y armas, pero para tener acceso a la sucesión al trono, se debía  ser godo, de noble estirpe y buenas costumbres: no tener origen servil, no haber recibido la tonsura ni sufrido la pena de decalvación, que para los godos era peor que la de muerte.

Para contar el porqué del hundimiento de una monarquía  de dos siglos en una sola batalla, es conveniente explicar las vicisitudes de la misma, las leyendas que engendraron una invasión de ocho siglos,  las vicisitudes de un cambio de religión, las costumbres de la elección de un rey, y el poder, no sólo de una iglesia si no de una nobleza interesada solamente en liderar los designios de la historia en su propio beneficio.


EL MORBUS GOTHORUM O ENFERMEDAD DE LOS GODOS.


Ataulfo es asesinado en Barcelona, a instancias de Sigerico, que le sucede, y a los siete días muere por consejo de Walia, que le substituye en el trono. Turismundo es asesinado por su hermano Teodorico, que pierde, a su vez, corona y vida en manos de su hermano Eurico. Gesaleico arrebata el cetro a su hermano Amalarico y es a su vez destronado y asesinado a manos de sus tropas; Teudis cae a golpe de puñal, y Teudisclo pierde la vida en un escandaloso banquete. Al año, Agila es destronado y asesinado. Liuva II perece a manos de Witerico, que le sucede, y pierde la vida violentamente y su cadáver es arrastrado por las calles de Toledo. Suintila es destronado por Sisenando, que le reemplaza. A Tulga y a Wamba les arrebatan la corona con malas artes y los encierran en conventos. Ervigio es un usurpador y Witiza y Akhila fueron destronados. En la imagen, Wamba renunciando a la corona.



Esta  era la realidad de una monarquía de dos siglos, que a decir verdad, estaba gravemente herida en 711. Rodrigo sólo fue el último de una dinastía que se había debilitado de forma cada vez más escandalosa en beneficio de una nobleza liberada cada vez más, del vasallismo real, y los monarcas, para asegurarse apoyos dentro de la nobleza, se intentaban rodear de "fidelis regis", nobles leales al rey, a los que a cambio concedía privilegios, tierras y un poder cada vez mayor.


LA RELIGIÓN Y SU INFLUENCIA

El arrianismo es el conjunto de doctrinas cristianas desarrolladas por Arrio, sacerdote de Alejandría, quien consideraba que Jesús de Nazaret no era Dios o parte de Dios, sino una criatura.  Hoy en día, la cristología de los Testigos de Jehová guarda similitudes con el arrianismo, aunque mantiene ciertas diferencias. Esta era la religión oficial hasta los  tiempos de Recaredo, y por la que hubo pugnas importantes con la población católica hispano-romana. Los Concilios tuvieron vital importancia en la vida política y social del Reino visigodo. Estas  asambleas político-religiosas de la monarquía visigótica eran convocadas por el Rey y presididas por el Arzobispo más antiguo (posteriormente por el de Toledo), donde la representación se reducía a las altas jerarquías eclesiásticas y a la nobleza. La iglesia era la que solía legitimar a los nuevos monarcas en los Concilios Generales y sancionaba su elección mediante la unción real, otorgando un carácter sagrado a la realeza.



 Aquí es donde aparecen las dos Españas por primera vez en la historia, la división de la iglesia entre el arrianismo, y el catolicismo, a quien Leovigildo, en su lecho de muerte, encargó a su hijo Recaredo a que se convirtiese. Una España reaccionaria y otra revisionista, una España oficial, y la otra real, a pesar del enorme esfuerzo integrador y pacificador del propio Recaredo, el enfrentamiento entre los dos bandos se haría más cruento después, entre las familias de Chindasvinto y Wamba, como veremos después.
Conversión de Recaredo


LA ELECCIÓN DE RODERICO (RODRIGO)

La sucesión electiva de la monarquía era el verdadero sistema legal de la realeza visigótica, si bien, la monarquía hereditaria era una práctica comúnmente consolidada. Esto último fue lo que procuraron los reyes, por ejemplo, asociando a sus hijos al trono para asegurar el traspaso de poderes. Así paso con el mismo Witiza, que fue asociado al trono por su padre Egica, primo de Wamba, y creemos que es interesante dar a conocer que este mismo Egica, hizo sacar los ojos al hijo de Khindasvinto (Chindasvinto) Teodofredo, padre del futuro monarca Rodrigo (Roderico). Aquí se puede apreciar claramente el enfrentamiento de los dos clanes, el de Wamba, y el de Chindasvinto, importante tenerlo en cuenta para entender los acontecimientos posteriores.

  El propio Witiza también, asoció al trono a su hijo Akhila II.  Witiza falleció a principios de 710. Murió joven,y muy jóvenes serían todavía los hijos que dejó. La mayor parte de la aristocracia gótica procedió a la designación de un sucesor a la corona. Magnates y obispos se reunieron en asamblea electoral -senatus- y, mediante una acción tumultuosa, pero de legitimidad irreprochable, elevaron al trono a Roderico (Rodrigo), Dux de la Bética, y decimos lo de acción tumultuosa porque fue de por sí conflictiva y sólo lo habrían apoyado algunos sectores de la nobleza más rancia, localizados principalmente en Toledo y hacia el sur, tanto en las tierras de la Bética, como era de esperar, como en la región de Mérida. De hecho, no se conservan monedas acuñadas ni en la Tarraconense ni en la Narbonense, en cambio, si se conservan acuñaciones de Akhila II en ambas provincias, por lo que debió reinar en ambas zonas fieles al clan de Witiza una vez se había iniciado la conquista islámica, es más, podemos datar el fin del reinado de Agila II (Akhila II) con las victorias árabes  en el Valle del Ebro y cerca de Zaragoza, en 713, y tras su muerte en combate, el reinado de  Ardón, que parece ser que gobernó entre siete u ocho años,  de quien se han encontrado monedas acuñadas en la zona del Rosellón, pudiéndose preveer que los historiadores hayan preferido inmortalizar como último rey a quien gobernó la totalidad del territorio del Regnum Visigothorum.



Deberíamos hacernos pues la siguiente pregunta ¿fue entonces Roderico (Rodrigo) el último rey visigodo, y el responsable de la pérdida de España?. A la primera parte de la pregunta, podemos insinuar que no a la respuesta, y a la segunda parte, nos mantenemos en la prudencia del silencio, para que el intérprete juzgue por sí mismo. Lo que podemos asegurar es que la aceptación de Rodrigo como rey fue sólo aparente, por parte del clan de Witiza, pero con una abierta hostilidad al principio, como es de presumir, ahora bien, ¿cómo podríamos catalogar la actuación de los partidarios de este clan (Witiza) en los acontecimientos que vinieron después?. En la imagen, don Rodrigo en Guadalete.



LA CAVA, CRÓNICA DE UNA LEYENDA O EL PRINCIPIO DEL FIN

A la caída de la monarquía visigoda va unida una interesante leyenda que su popularidad nos impulsa a tratar de ella, nos referimos a la "Leyenda de la Cava". La violación hecha por el considerado históricamente último monarca del Regnum Visigothorum a la hija del conde don Julián, la que fue la causa,  según el decir popular de los romances medievales, del "injusto forzador", don Rodrigo, de la traición del Conde don Julián (Olián-Olbán), su padre, y de la pérdida de España. Se cuenta en las diversas crónicas que seguidamente estudiaremos de forma esquemática pero comprensible, que el conde don Julián, un personaje enigmático y poco o nada contrastado históricamente, fue gobernador de Ceuta y uno de los "fideles" del clan de Witiza, quien entró en contacto con los musulmanes del norte de África para pedir ayuda y luchar contra Rodrigo, traicionando al rey facilitando la entrada a la Península de las tropas de Tariq.
El primer autor que hace mención de la hija de don Julián y de haber sido corrompida por don Rodrigo, es el egipcio Ibn Abd al-Hakam, en el siglo IX, siguiendo con la leyenda otros historiadores árabes posteriores como Isá y Abén Alkutiyá, y de los autores cristianos, el primero que lo admite es el silense ( Crónica Silense, escrita en latín en la primera mitad del siglo XII, 1110, nos relata el linaje real desde los reyes godos hasta el rey de León y Castilla Fernando I, y se la denomina silense al ser atribuida, en primera instancia, a un monje del monasterio de Silos), y la divulgan luego Jiménez de Rada, Lucas de Tuy y Alfonso el Sabio.

 Pedro del Corral en la "Crónica Sarracina" es el primero que la llama Cava en 1430, Miguel de Luna , médico morisco y traductor de árabe, es una de las figuras prominentes de la sociedad morisca granadina de finales del siglo XVI, y  su obra, de evidente carácter enaltecedor de los árabes, es considerada como falsaria en sus argumentos investigadores, quien, sabiendo que en árabe "Cahaba" significa ramera, inventó el poético nombre de Florinda.

 Fernández Guerra y Menéndez Pidal han estudiado concienzudamente la leyenda, y aunque no lo digan claramente, rechazan todo valor histórico al relato. En cambio, el sesudo arabista Francisco Codera y Zaidín dice que no debe extrañar que Olbán (don Julián), enviase a la Corte a su hija, y que el silencio del Pacense (historiador contemporáneo) no es bastante, pues sólo constituye un argumento negativo el hecho de que los árabes invadieran España gracias a una traición, ¿por qué?, pues por que el Cronicón Pacense es una crónica latina publicada por Flórez en la España Sagrada, este Cronicón es de autor desconocido y que se supone vivió entre el 649 y el 754, y por tanto contemporáneo de los hechos que relata. Se le atribuye la obra tanto a Isidoro Pacense (o de Beja), como a algún autor anónimo de Córdoba o Toledo. En este cronicón no se menciona la Batalla de Covadonga ni a Pelayo.

 El Marqués de Mondéjar interpretó que en el Cronicón Pacense, el príncipe llamado Teodomiro que en el año 712 mató muchos árabes en algunas partes de España" es Pelayo, pero esta tesis es infundada y ningún otro dato del libro la apoya. Para Antonio Alonso Rodríguez, el hecho de que la batalla no aparezca reflejada en el pacense se debe a que ha desaparecido un epitome, una parte del Cronicón, en la que se enumerarían los hechos importantes no recogidos por la crónica, entre los que se encontraría la batalla de Covadonga. Para Bernardo Acevedo, el hecho de que la batalla de Covadonga no aparezca mencionada obedece únicamente, a que no hubiese sido prudente para el autor, si residía en tierras musulmanas, haber recordado la ofensa de Covadonga, por lo que no quiere decir que no existiese sino que fue ocultada.

Lo mismo ocurre pues con la Leyenda de la Cava, la cual, entre los autores mozárabes se atribuye la maldad a Witiza, y en la historia de Jiménez de Rada la deshonrada no es la hija, sino la mujer del conde.  En la imagen, elección de Rodrigo como rey de los visigodos.



La versión que argumentan las crónicas mozárabes escritas más trescientos años después  en  la llamada Chronica Pseudo-Isidoriana (Isidoro de Sevilla, eclesiástico católico y erudito polímata hispanogodo de la época visigótica. Fue arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas 599-636 y canonizado por la Iglesia católica), cuenta lo siguiente:
"Mientras tanto, en el palacio real de Sevilla comenzaron a hablar, entre otras cosas, sobre la hermosura de las mujeres. Uno de ellos rompió a hablar diciendo que en toda la tierra no había ninguna más hermosa que la hija de Julián. Al oír esto Witiza hizo un aparte con uno de los otros tratando de cómo podría hacer llegar hasta ella un mensajero en secreto para que la trajera cuanto antes. El otro le dijo: "Envía por Julián. para que venga. Y quédate con él unos cuantos días de francachela, comiendo y bebiendo". Mientras Julián andaba de banquete, Witiza escribió con el nombre de Julián una carta que envió lacradas con el sello de éste a su esposa la condesa para que le trajera enseguida a su hija Oliba a Sevilla (Aquí se cambia el nombre de la supuesta Florinda, de la que anteriormente hemos hablado). Mientras Julián estuvo entretenido en aquel festín de bebida y comida, Witiza la tuvo y la violó durante varios días".
Es importante recordar que esto es según las  crónicas mozárabes, para situarlas en el contexto argumental de una realidad más o menos interesada, debido a lo que se ha comentado anteriormente en referencia al interés de si el hecho de la invasión de España pudo ser fruto de una traición, y facilitada por ésta, como se argumenta en el silencio que asimismo se hace en el Cronicón Pacense.
En la imagen, conde don Julián.  



Es difícil entender que fuera Witiza el supuesto forzador, ya que   no residía en Sevilla sino en Tuy y, además, porque de haber sido el ofensor el conde Julián nunca se habría puesta del lado de sus familiares en la lucha sucesoria. Podría resultar más cierta la versión de que fuese don Rodrigo el presunto forzador, pues  la historia resulta más creíble que fuera en Sevilla que enToledo; la capital de la Bética estaba bastante más accesible para los ceutíes y era muy importante como para que la hija se educase en el refinamiento cortesano. No había ninguna necesidad de que Julián fuese o enviase a nadie de su familia a Toledo, debido a las intrigas por la lucha al poder del reino, y es más creíble que don Julián la habría mandado para completar su educación y preparar un buen matrimonio con algún noble visigodo a  Sevilla y no a Toledo, por lo que de ser cierta la leyenda, que podemos pensar que lo fue, se produjo mientras Rodrigo no era rey electo, sino dux de la Bética, y con esto, no  podemos ni es nuestra intención deshonrar la ciencia de  Fernández Guerra y Menéndez Pidal, ni mucho menos, pues nos encontramos a años luz de mentes como las suyas.

Ahora bien, si Rodrigo accedió al trono en el verano de 710 y Tariq cruzó el estrecho hacia abril-mayo del 711, hay un espacio de tiempo muy corto para que suceda la historia de la leyenda, el aviso al ofendido padre y el viaje de éste a la capital visigótica para llevar de vuelta a Ceuta a la hija deshonrada por el reciente rey, parece todo demasiado ajustado en tiempo. Teniendo en cuenta  además, que los fieles de Akhila (Agila II) que escaparon de Toledo al coronarse Rodrigo lo hicieron, según suele aceptarse, o sería lo más  normal, al norte de África, para ser acogidos en  Ceuta donde gobernaba el conde don Julian, y eso tuvo que ocurrir lo más tarde en el otoño del 710,   así que no sería lógico que don Julián mandase a su hija a la corte de un rey al que consideraba como enemigo, ni tampoco que fuera a buscarla cuando ya se había declarado como tal.

 Es más probable que Julián prefiriese disponer de la amistad de los ejércitos  islámicos antes que de la conflictiva monarquía española, con muchas intrigas por el trono como para asegurarle un buen futuro, y aunque poco o nada está contrastado históricamente sobre el conde don Julián, gobernador de Ceuta, podemos suponer de su existencia, como tampoco lo es una supuesta incursión en 710 a cargo de unos cuatrocientos hombres en una expedición de reconocimiento, en cuatro naves puestas a su servicio por el conde Julián, que desembarcaron en Charizat Tarif o isla Tarif, la actual Punta de Tarifa cuyo Comandante era un tal Tarif ibn Malluk, que desde aquella fecha quedó bautizada con su nombre. Todos estos datos son suposiciones no contrastadas, que no hechos fundados. Tengamos en cuenta que las crónicas, silenciadas durante casi ocho siglos, dejan lugar a conjeturas que sólo pueden ser esclarecidas por un ordenado análisis del contexto histórico de la posibilidad real. En el buen juicio de un agudo lector, cabe la veracidad y el grado tanto de la Leyenda de la Cava, como de la existencia del conde don Julián, aunque el Ajbar Maymúa, que es una recopilación de la historiografía árabe sobre el período omeya en al-Andalus, reconoce su existencia, aunque no deja de ser una obra polémica, pero podríamos considerar dos preguntas necesarias, ¿existió el tal conde don Julián?, posiblemente sí, aunque no con ese nombre, y ¿puede ser cierta la leyenda de una violación o entendimiento interesado de la leyenda?, podemos pensar que también, pero no cuando Roderico era rey, si no dux de la Bética.  Lo único fundamentado es lo que vino después.

BATALLA DE GUADALETE O DE LA JANDA

En la primavera del 711 (se cree que hacia el 27 de abril) un ejército musulmán mandado por tariq ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador del norte de África, Musa Ibn Nusayr, desembarcó en las costas españolas, concretamente fue escogido el promontorio de Calpe, que desde entonces pasó a llamarse Chabal al-Tariq (monte Tariq), es decir, Gibraltar, para prestar la ayuda solicitada por los herederos de Witiza con el fin de derrocar a Rodrigo, al que ellos consideraban usurpador. Coinciden las crónicas de la época que la finalidad de este ejército, en un principio, y según las órdenes de Musa Ibn Nusayr, no era efectuar una invasión en toda regla, pero al parecer, Tariq, actúo por su cuenta, y efectúo un desembarco tras el cual,  quema sus barcos y se dirige a sus hombres en una arenga que todavía sigue siendo coreada por los escolares árabes y musulmanes 14 siglos después:  Al bahru wara'akum ual ad'duo amamakum» («el mar está detrás de vosotros y el enemigo está frente a vosotros»), posteriormente fue castigado y severamente reprendido después por el propio Musa Ibn Nusayr.

Las tropas invasoras se componían de unos 12.000 hombres en total, y en un principio se emplearían en consolidar sus puntos de apoyo en la costa, estableciéndo el grueso de sus fuerzas en la que denominaron en un principio Isla Verde (Al-Chazirat al-Jadra), hoy la actual  Algeciras. Teodomiro, lugarteniente de Roderico, al mando del ejército godo, hace frente con mil setecientos jinetes a los doce mil hombres mandados por Tareg-ben-Zain (Tariq) a quienes no puede contener en Algeciras. La petición de ayuda a Roderico lo sorprende en el norte luchando contra los partidarios de Witiza: “intentó inmediatamente aliarse con ellos frente a aquellos que él, ignorante de la traición, llamaba el enemigo común… Roderico envió rápidamente lo que le quedaba de la caballería para reforzar el insuficiente ejército de Teodomiro. Esta ayuda, de por si escasa, llegó agotada e incapaz de detener las incursiones que ya habían alanzado Medina Sidonia”. Dejamos constancia de que este tal Teodomiro, fue un noble visigodo con un gran patrimonio territorial al sureste de la península, centre Murcia y Alicante actualmente, y que después de la batalla de Guadalete y la desaparición de Rodrigo, pactó con los musulmanes, concretamente con  Abd al-Aziz ibn Musa, hijo del Gobernador Musa Ibn Nusayr, para garantizar la posesión de sus propiedades.

Rodrigo (Roderico) se encontraba entonces sitiando Pamplona contra los vascones sublevados en una bagauda (una rebelión de campesinos), tal vez, apoyados por partidarios de la dinastía de Wamba, cuando se le informó de los nuevos acontecimientos que se estaban dando en el transcurso de la guerra civil, que enfrentaba a los leales de Agila II, hijo de Witiza, y heredero al trono, según éllos, y los partidarios de la dinastía de Chindasvinto, o sea, leales a Rodrigo. Las informaciones que recibió sobre el asentamiento musulmán en el sur, hizo que partiera a marchas forzadas, dejando parte de sus tropas en el asedio a Pamplona, no sin antes enviar emisarios a los partidarios de  Agila II, para hacerle saber que el enemigo  eran los musulmanes, y hacer causa común, ignorante de la realidad de los hechos. Los dos ejércitos se encontraron a orillas del Guadalete cerca del lugar donde más tarde se elevaría Jerez, por eso la denominan "Batalla del Lago", el Wadi Lakka, como se nombra en algunas crónicas, y teniendo en cuenta que Xeric (Jerez) significa lago, pero su determinación no se ha fijado, pues no se sabe si es el Barbate o el Salado, aunque estudios realizados por autores Aurelio Fernández Guerra y Eduardo Saavedra se inclinan más que pudo ocurrir entre Medina-Sidonia y Vejer de la Frontera, junto a la Laguna de La Janda  y el río Barbate, lo más preciso es que puede hablarse del Valle del Guadalquivir como escenario de la misma.

EL DESASTRE DE UNA TRAICIÓN Y LA LEYENDA DE UNA MALDICIÓN

Parece ser que el choque tuvo lugar el 19 de junio del 711, y debió prolongarse durante más de una jornada. No sabemos con absoluta claridad la certeza de quién comandaba las dos alas del ejército visigodo, no muy numeroso, pero unos autores atribuyen a que eran capitaneadas por Oppas y Sisberto, hermanos de Witiza, que es la versión más creíble, mientras que existen otros autores que dicen fueron los hijos menores de Witiza los que estaban al mando de esas posiciones, no sería de extrañar que estuvieran ambos, tanto los hermanos, como los hijos, lo cierto es que ambas alas, en el momento de la primera carga, hicieron defección (deserción o abandono), lo cual dejó a Rodrigo en una situación desesperada de desamparo, que aún así hizo frente como mejor pudo hacerlo, pero la derrota visigoda fue absoluta.

Los testimonios más antiguos que se conocen afirman la muerte del rey en la batalla, ya que encontraron su caballo muerto, así como parte de sus enseres de guerra, sin embargo, hay quién cree que escapó llegando a la localidad lusitana de Viseu, ya que en la Crónica de Alfonso III se menciona que allí se encontró una lápida que decía “Hic requiescit rodericus rex gothurum” (Aquí yace Rodrigo rey de los godos), además, investigaciones más modernas como las de Aurelio Fernández Guerra y Eduardo Saavedra niegan que muriera en la batalla, y creen que organizó la defensa de  Mérida y dirigió la batalla de Segoyuela de los Cornejos, cerca de Tamames, donde perdió la vida. Es esta supuesta  batalla librada en 713 d.C., en el lugar citado de Segoyuela de los Cornejos,  en la prov. de Salamanca) entre el rey visigodo Rodrigo y los caudillos musulmanes Tariq y Muza. Según la hipótesis de Eduardo Saavedra en sus Estudios sobre la invasión de los árabes (1892), después de la derrota de Guadalete (711) el destronado rey se habría retirado con parte de su ejército hacia el norte, refugiándose en la Sierra de Francia. Allí, en la cercana localidad de Segoyuela, habría sido localizado, derrotado y muerto por las tropas Tariq y Muza a fines del verano del año 713.
 Esta reconstrucción histórica fue desacreditada en su día por Sánchez Albornoz por estar apoyada únicamente en la Crónica del moro Rasis, conocido en el mundo musulmán como Ahmad ibn Muhammad al-Razi, o como al-Tariji (el Cronista), ya que fue  un historiador andalusí que desarrolló su labor literaria en tiempos del Califa Abderramán III del  Ajbar Muluk Al-Andalus (Noticias de los reyes de al-Ándalus)  que tradujo el clérigo lusitano Gil Pérez en el año 1300, y cuya traducción original al portugués Saavedra identificó Saguye con Segoyuela en un manuscrito castellano de esta crónica precisamente defectuoso, eligiéndolo entre otros también redactados en el s. XV pero que se refieren al río Sangonera. Concretamente se conservan tres escritos en castellano de entre los siglos XV y XVI, aunque parece poco cierto, de hecho, lo más probable es que tras la conquista de Mérida (30-VI-713) y el encuentro con Tariq en Talavera, Muza ben Nusayr se dirigiera directamente a Toledo para tomar posesión de los tesoros reales y de los bienes confiscados a las iglesias.

Otra de las leyendas sobre el reinado de Rodrigo, es la que se cuenta relativa a una maldición y que habla sobre una cueva excavada por el héroe griego Hércules. Los reyes visigodos construyeron un palacio que cerraron para que nadie pudiera entrar, cada nuevo rey añadía un nuevo candado o cerradura, hasta que años más tarde llegó Don Rodrigo que no haciendo caso a la leyenda abrió dicho palacio, encontrando en una de sus salas una mesa, supuestamente la mesa de Salomón, y un cofre, que pensando que estaba lleno de joyas lo abrió, sin embargo en su interior solo había un pergamino en el que había dibujos de unos guerreros de piel oscura y turbantes en la cabeza, con una leyenda que decía “Cuando la mano del tirano abra la puerta del palacio y profane su secreto, guerreros como éstos penetrarán en España y se apoderarán del reino” .

  En la imagen, retirada de las tropas visigodas en la batalla de Guadalete.


Posteriormente a la batalla de Guadalete,  pese a la insistencia de los hijos de Witiza de recuperar el trono, Tariq, debido a la facilidad de la victoria y a la posibilidad de poder presentarse ante muchos más como libertador que como conquistador, debieron alentar sus pretensiones e impulsarlo a desatender las instrucciones de Musa al confiarle el mando, persiguiendo a los restos del ejército visigodo y propiciando una nueva victoria en Astigi (Écija), mandando un destacamento contra Córdoba y entrando en  la capital, Toledo. No vamos a extendernos aquí sobre el fabuloso tesoro real del que se hizo cargo, incluyendo la famosa mesa de Salomón, a la que parece ser que cortó una pata, y por la que fue doblemente reprendido por Musa, pero éste, al contemplar el fabuloso botín, calmó los ánimos no pasando a mayores con su lugarteniente.

Si los partidarios de Witiza (Agila II) podrían tener alguna esperanza de ser restituidos en el trono, ésta acabó desmoronándose al ver que Musa se instalaba en Toledo como un auténtico soberano, enviando al Califa Al-Walid una embajada ratificándole su sumisión con la del territorio conquistado, y acuñando moneda. Triste final para un triste principio. La población hispano-romana, impasible ante los primeros acontecimientos de la invasión, empezó entonces un camino que duraría ocho siglos en recorrer, un camino en muchas ocasiones bañado de sangre, terror y muerte, pero también de pasión y gloria para un pueblo demasiado acostumbrado a sufrir.

Aquí hay un documento en PDF, sobre diversas crónicas de los hechos que dieron origen a la invasión musulmana en España.

http://www.alqantir.com/10.pdf


Aingeru Daóiz Velarde.-

http://navegandoenelrecuerdo.blogspot.com.es/










lunes, 23 de junio de 2014

ÁLVARO DE BAZÁN Y GUZMÁN. EL ALMIRANTE INVENCIBLE.

  
ÁLVARO DE BAZÁN Y GUZMÁN. EL ALMIRANTE INVENCIBLE.

Toda nación que se precie debe conservar fresca la memoria de las ilustres personalidades que, de una u otra manera, ayudaron a fortalecer la idiosincrasia y esplendor de su aventura vital. Tanto intelectuales, guerreros o gobernantes son figuras que inspiran la historia, y una de esas figuras es Don Álvaro de Bazán y Guzmán, no en vano se dijo de él que peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe y murió como santo.





De familia ilustre de guerreros y marinos, fue el más importante hombre de mar del rey Felipe II de España. Tanto su abuelo como su padre habían sido destacados soldados, del primero se sabe que participó en la Guerra de Granada al servicio de los Reyes Católicas y el segundo fue un importante general al servicio de Carlos I. En 1529, con apenas dos años de edad, su padre marcó el camino de su vida al solicitar para él el hábito de caballero de Santiago, siendo armado como tal al año siguiente en Guadix, aunque dada su corta edad, no asumió su cargo hasta 1568. La Orden de Santiago fue una orden religiosa y militar surgida en el siglo XII en el Reino de León. Debe su nombre al patrón nacional de España, Santiago el Mayor. Su objetivo inicial era proteger a los peregrinos del Camino de Santiago y hacer retroceder a los musulmanes de la Península Ibérica.


El mejor marino español de todos los tiempos nació en Granada el 12 de diciembre de 1526, y como se ha dicho, hijo de Álvaro Bazán y de Ana de Guzmán (hija de Diego Ramírez de Guzmán, primer conde de Teba) ,  en un tiempo, en que la España del emperador Calos I de España y V de Alemania,  avanzaba sin oposición ninguna por todas y cada una de las latitudes del planeta, haciendo de aquel siglo XVI tan decisivo para la historia de España, pero las propias costas peninsulares eran sometidas de forma constante al ataque de corsarios franceses e ingleses y a los golpes de los piratas berberiscos. Fue precisamente su padre, de idéntico nombre, a quien la historia nombra para no confundir con el apelativo de “el viejo”, el máximo responsable de la armada de galeras reales que se encargaban de custodiar las difíciles aguas del estrecho de Gibraltar, y es precisamente aquí, donde Álvaro el joven obtiene sus primeros conocimientos marineros navegando y luchando junto a su padre, y conociendo sus primeras historias sobre la épica del mar, ese mar que tan importante era para los intereses de España, comprobando cómo la llamada del océano encuentra eco en su inquieta alma. Cuadro de Carlos I de España pintado por Tiziano.




Fue educado en Gibraltar, después de que en 1535, con tan sólo nueve años, y gracias a los meritos de su padre,  se le concediese los cargos de alcaide y capitán del castillo de esta plaza (los cuales mantendría toda su vida), gobernando su padre hasta su mayoría de edad.
Siempre a bordo de poderosas galeras, va creciendo mientras combate a los enemigos del rey Carlos. En 1544, con apenas diecisiete años, la escuadra de don Álvaro el Viejo, su padre, intercepta una flota corsaria francesa en aguas de Galicia. El combate fue feroz, con resultado favorable para los intereses de España, y en el que nuestro protagonista interviene de forma activa tanto en la lucha, como en las maniobras navales. Es la primera gran batalla para don Álvaro de Bazán, y no será la última, pues, desde entonces, luchará sin descanso durante casi cincuenta años, en los que todas sus acciones se contarán por victorias. Aunque no era solo un hombre de armas, además de tener una gran formación militar, también se cultivó en otras áreas, pues recordemos que por aquel entonces el Renacimiento reinaba en Europa, y Don Álvaro de Bazán sería durante toda su vida un apasionado del arte siendo incluso mecenas de algunos distinguidos humanistas y escritores de la época, entre los que se encontraban Góngora y Lope de Vega. Este último le dedicó una poesía que decía lo siguiente:
El fiero turco en Lepanto,
en la Tercera el francés,
y en todo mar el inglés,
tuvieron de verme espanto.
Rey servido y patria honrada
dirán mejor quién he sido
por la cruz de mi apellido
y con la cruz de mi espada.

Y el mismo Luis de Góngora escribía lo siguiente en sus epitafios:

No en bronces, que caducan, mortal mano,
Oh católico Sol de los Bazanes
Que ya entre gloriosos capitanes
Eres deidad armada, Marte humano,
Esculpirá tus hechos, sino en vano,
Cuando descubrir quiera tus afanes
Y los bien reportados tafetanes
Del turco, del inglés, del lusitano.
El un mar de tus velas coronado,
De tus remos el otro encanecido,
Tablas serán de cosas tan extrañas.
De la inmortalidad el no cansado
Pincel las logre, y sean tus hazañas
Alma del tiempo, espada del olvido.

Su escudo de armas representa un tablero de ajedrez, al que se le han añadido ocho cruces de San Andrés, por la costumbre que tenía de jugar una partida antes de la batalla. Como curiosidad, decir que en uno de sus viajes trajo consigo un gigantesco cocodrilo capturado en el Nilo, y que vivió en el palacio hasta su muerte, en la actualidad se encuentra disecado en el interior de la Iglesia de Ntra. Sra. de la Asunción en Viso del Marqués.


En 1554, obtiene el primer mando de cuatro buques con 1200 hombres con la finalidad de proteger los barcos que venían de América cargados de mercancías contra la piratería francesa, siendo su primera acción al mando el apresamiento de un buque enemigo cerca de Coímbra, acción a la que siguieron otras en las cercanías de las canarias o las Azores. En 1156 rindió en el Cabo de Alguer a dos buques ingleses que transportaban armas y material a los musulmanes de Fez, marchando después en auxilio de la guarnición española de Orán.
En 1556 Felipe II sucede a su padre en el trono, y en esos años, las costas mediterráneas españolas son la presa codiciada por los piratas norteafricanos establecidos en Argel o en trípoli. La situación es trágica, y muchas localidades del sureste peninsular están al borde de la zozobra. El nuevo rey decide dar respuesta al eterno peligro de la media luna y convoca a don Álvaro de Bazán, al que le encomienda la difícil misión de acabar con las incursiones corsarias. El ilustre granadino de noble ascendencia navarra del Valle del Baztán, responde con la eficacia encomiable, acosando a los piratas en sus propias guaridas.

El primer acto de la nueva etapa, en la que participa Bazán, al mando de García de Toledo, es la reconquista del peñón de Vélez de la Gomera, que se resuelve satisfactoriamente,  permaneciendo don Álvaro en el fuerte con una guarnición para reparar y reforzar su defensa.  La posesión del Peñón suponía una amenaza para el país bereber de Badis,  surgido en la zona de Gomara,  patria de los Gomeles procedentes del Reino Nazarí de Granada. El dominio de esta cabila impide que desde la misma se ejerciese la acción de piratería, ya que cerca de Bades se encuentra la Alcazaba de Snada. En la imagen, El Peñón de Vélez en la época.



Fotografía del Peñón en la actualidad.



 La desembocadura del río Martín, en las proximidades de Tetuán, es el siguiente refugio pirático a inutilizar, misión que se encomienda a D. Álvaro Bazán, quien al mando de una pequeña flota, que remolca unas barcazas cargadas de piedra y mortero, a las que se hunde en el río, quedando cegado el acceso a la zona de abrigo, en donde quedan embotelladas varias naves enemigas.

Bloquea escuadras enteras en sus puertos, ataca barcos ingleses de suministro. Una actividad febril que le convierte en el azote de los piratas berberiscos, tan temidos hasta su llegada, y a esta tarea se dedicó hasta 1561 sin que perdiese un solo barco, y recibiendo la orden regia de ejecutar a los oficiales apresados y emplear a los marineros como galeotes por incumplimiento de los tratados de paz por parte de Francia e Inglaterra. Ya en 1563 acudió integrado en la flota de Juan de Mendoza al auxilio de Orán, sitiada por el hijo del célebre Barbarroja, obteniendo otra victoria más en su historial.

El rey Felipe II le nombra en 1568,  Capitán General de la escuadra de galeras en Nápoles, y construye una poderosa escuadra de 38 galeras,  y con sus navíos planta cara a la Sublime Puerta otomana, las banderas españolas empiezan a navegar libremente por el Mediterráneo y algunos nombres van quedando unidos a la leyenda del Almirante: Fez, Orán, Mazalquivir, Malta, Sicilia, Génova, Venecia, Nápoles, Corfú, Bizerta… la acción de Malta, por poner un ejemplo, fue que estando en Córcega, se recibieron noticias del asedio turco a Malta, y don Álvaro Bazán trasportó según su propio plan, a varios miles de soldados para auxiliar a los Caballeros de San Juan, siendo un socorro efectivo ya que propició la retirada de los turcos de la zona. Álvaro Bazán es el nuevo héroe de los ejércitos españoles, su nombre, junto al de los Gonzálo Fernández de Cördoba, Alejandro Farnesio o Juan de Austria, dará esplendor y seguridad a la España del siglo XVI. En la imagen, una galera de la época:




Como premio a su brillante hoja de servicios, Felipe II le concedió el título de marqués de Santa Cruz. Pero sin ninguna duda, la actuación más brillante de este marino la encontramos el 7 de octubre de 1571, cuando, en la célebre batalla de Lepanto, supo estar a la altura de las grandes exigencias con su cuarta flota de retaguardia, compuesta por treinta galeras, asistiendo en todo momento a las necesidades de la escuadra aliada, lo que supuso, a la postre, la victoria incontestable de los navíos cristianos, al mando de don Juan de Austria. La Infantería de Marina de los Tercios tuvo su bautismo de fuego en la Batalla de Lepanto. El siguiente cuadro representa uno de los momentos críticos de la batalla, cuando se enganchan la nave real de don Juan de Austria (destacado en el cudro) con la sultana de Alí Pachá.




En 1582, destrozó en las islas Terceiras (Azores), una escuadra francesa bajo el mando de Philippe Strozzi, que navegaba rumbo al archipiélago portugués para reforzar las posiciones del prior Antonio de Crato, aspirante al trono de Portugal. Con esta victoriosa batalla naval, la primera que se dio entre galeones, Felipe II aseguraba el trono de Portugal y sus colonias. El propio Strozzi murió en la batalla junto con 3000 de sus hombres, habiendo perdido diez de sus buques. La conquista total de las Azores se produjo al año siguiente, y Felipe II recompensa el buen hacer del marqués de Santa Cruz con el título de Grande de España así como la encomienda mayor de León y el nombramiento de Capitán General del Mar Océano Atlántico Fue la última campaña bélica para don Álvaro Bazán. Poco tiempo después, sugirió al rey la invasión de Inglaterra, al que veía como principal enemigo, ya que era la forma de solucionarse el problema que suponían los constantes ataques corsarios a cargo de los británicos, decidiendo que lo más conveniente para todos era finiquitar el asunto y destruir el origen de tantos desbarajustes para el reino de España El propósito de la expedición no era otro sino enlazar con las tropas de infantería que, desde Flandes, dirigía don Alejandro Farnesio, y una vez unidas las dos fuerzas, desembarcarían en la isla británica para doblegar la ambición de la reina Isabel I. Hay que recordar que Inglaterra estaba continuamente apoyando a los rebeldes holandeses, además de ser un estado protestante, pero el llamado rey Prudente, en un primer momento, no le hizo caso ni escuchó su petición y consejo. En enero de 1586, tras un desembarco del pirata inglés Francis Drake en Galicia, insistió al rey Felipe II sobre el plan que le había presentado con anterioridad, y esta vez, el rey Prudente si lo escuchó, con lo que Tres años más tarde del éxito en las Terceiras, el rey Felipe II encarga a don Álvaro la creación de una inmensa flota, con el propósito de asaltar y conquistar Inglaterra, plan que redactó en sólo tres semanas.  En la imagen, Felipe II.



Una vez ya decidida  la invasión, se nombró generalísimo de las fuerzas españolas al duque Alejandro Farnesio, quedando el duque subordinado a él con el mando de la armada. Pero los preparativos sufrieron muchos retrasos, notificando por ello sus quejas al rey. Para más desgracia, a mediados de 1587 Drake quemó los buques que encontró amarrados en el puerto de Cádiz, sin que el marqués, que se encontraba por entonces en Lisboa, pudiese hacer nada para impedirlo. El rey, impaciente y algo distanciado y molesto con Santa Cruz, no atendió a sus consejos sobre cómo ejecutar el plan (sugería escoger primavera, o en su defecto, enero; para efectuar el desembarco, con algún puerto de Zelanda como base).

  
La flota de Inglaterra, más tarde llamada Armada Invencible, se gestó en el puerto de Lisboa, donde fue creciendo un auténtico bosque de madera sobre las aguas en el que se podía distinguir toda suerte de buques con variado tonelaje. La operación no parecía descabellada, pero a principios de 1588 todo se trastocó cuando don Álvaro de Bazán contrajo unas fiebres tifoideas que le ocasionaron la muerte el 8 de febrero de ese mismo año. Es sabido que el plan de la Armada Invencible siguió adelante bajo el mando inexperto del duque de Medina Sidonia (Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, llamado habitualmente Alonso Pérez de Guzmán el Bueno y Zúñiga, VII duque de Medina Sidonia), y hay que decir que quién sabe si de haber dirigido aquella flota don Álvaro de Bazán no estaríamos ahora hablando en otros términos sobre la historia de España. En la imagen, Alonso Pérez de Guzmán y Sotomayor, VII duque de Medina Sidonia.





  
De lo que no cabe duda es que el marqués de Santa Cruz, gracias a su audacia, inteligencia y habilidad, hizo de las aguas españolas un lugar mucho más seguro para los habitantes de esas costas. Un ejemplo de tesón y abnegación sin límite.

Fueron miles los hombres que sirvieron a su lado, ayudándole a consumar decenas de victorias. Rindió al enemigo cientos de buques, ciudades e islas, le arrebató casi dos mil piezas de artillería y liberó a moles de esclavos cristianos. Algunos de los soldados que lucharon junto a él alcanzaron posteriormente fama universal, tales son los casos de Lope de vega o del propio Miguel de Cervantes, el llamado manco de Lepanto, quien después de luchar en la batalla famosa, llegó a escribir sobre el Almirante en estos elogiosos términos:

(cap. XXXIX de El Quijote: la capitana de Nápoles, llamada La Loba, regida por aquel rayo de la guerra, por el padre de los soldados, por aquel venturoso y jamás vencido capitán don Álvaro de Bazán, marqués de Santa Cruz), era de buena presencia, moreno, de cara alargada y ojos grandes, y de barba poco espesa. De gran valor e inteligencia, dio muestras de su capacidad en las acciones en las que participó. Por otra parte, fue él el autor del diseño de los grandes galeones que realizaban el largo viaje atlántico hasta Nueva España (México). Un hombre para recordar en la historia, y una historia que debe recordar al hombre.








domingo, 15 de junio de 2014

OLIVENZA, HIJA DE ESPAÑA Y NIETA DE CASTILLA.

OLIVENZA, HIJA DE ESPAÑA Y NIETA DE CASTILLA.

El origen de Olivenza es castellano y está ligado a la definitiva reconquista de Badajoz por el último rey de León, Alfonso IX, en la primavera del año 1230.
Para recompensar la participación que los templarios a su servicio tuvieron en esa campaña, Alfonso IX les concedió los enclaves de Burguillos y Alconchel. Desde este punto, hacia el año 1256, la Orden creó la encomienda de Olivenza, por entonces apenas un conjunto de huertos, chozas y algunas casas surgidas alrededor de un generoso manantial. Allí, en la actual Fuente de La Corna, se reunían a menudo los pastores y sus rebaños. En los veinte años aproximadamente que ejercieron su dominio, los templarios erigieron un templo a Santa María, levantaron un castillo y organizaron la explotación del término. A todo esto, aunque de derecho hubiera pertenecido a los templarios, siempre habría sido bajo soberanía de los reyes de Castilla, no siendo cierta la teoría de que los Templarios eran independientes y formaban un Estado dentro de otro Estado, dependiendo exclusivamente de la Santa Sede.


La expansión ilícita de las órdenes militares del Temple y Santiago , durante el reinado de Fernando III el Santo, fue pareja a la ocupación portuguesa de la margen izquierda del bajo Guadiana. Alfonso X el Sabio sería el encargado de poner orden en la abandonada retaguardia extremeña. De su reinado, para los fines de la presente exposición, nos interesa destacar dos realizaciones:


La Convención de Badajoz de 1267, que superpuso a la línea fluvial de los ríos Caia y Guadiana la frontera política entre los reinos de Portugal y Castilla.
El desalojo de la poderosa orden del Temple del rincón fronterizo de Olivenza y la entrega de sus tierras al Concejo y Obispado de Badajoz.

Este equilibrio de poderes entre Portugal y Castilla, con una clara y estable divisoria política en la corriente de los ríos Caia y Guadiana, se alteró profundamente durante el reinado de D. Dinis de Portugal. En esos años, Castilla acumula una serie de adversidades que la conducen a una situación crítica: muerte prematura de Sancho IV (1284 - 1295), regencia de Dª María de Molina, minoridad del rey Fernando IV y, como consecuencia de todo ello, la sublevación de la nobleza, la guerra civil y la ofensiva musulmana.En la imagen, María de Molina.





 LA USURPACIÓN DEL TRATADO DE ALCAÑICES

D. Dinis de Portugal supo aprovechar en su favor el mal momento interno que atravesaba el reino vecino para, combinando la presión militar con la diplomática, conseguir: Recuperar las tierras que habían sido portuguesas en la margen izquierda del Guadiana, el triángulo Mértola-Noudar-Mourão (1295, Convención de Ciudad Rodrigo).
Neutralizar estratégicamente a Badajoz clavando una cuña en su flanco Norte (Campo Maior, por delante del río Caya) y otra en su flanco Sur (Olivenza, por delante del río Guadiana). Esta fue una de las anexiones territoriales que legalizó el Tratado de Alcañices del año 1297. Un tratado en el que Castilla hubo de comprar cara la paz cediendo pueblos y más pueblos, mientras que a Portugal tocó solo renunciar a dudosos derechos.
El Tratado de Alcañices de 1297 fue un auténtico golpe de timón en el destino de la pequeña aldea castellana de Olivenza a la que los Templarios dotaron de personalidad histórica. De ser una escala en el eje vertical N/S Badajoz - Alconchel, pasó a ser un enclave além-Guadiana en el eje horizontal E/O Elvas - Badajoz.
                                              

La anexión de Olivenza por el Tratado de Alcañices, del cual, hablaremos en otro artículo de forma más concreta,  supuso la revalorización estratégica de sus tierras, en oposición directa e inmediata al hinterland de Badajoz, es decir,  el medio geográfico en el cual se desarrolla y expande el Estado, influye en la seguridad y el desarrollo del núcleo vital en razón de dar espacio, para absorber cualquier peligro por rompimiento de las fronteras. Este concepto se aplica específicamente a una región situada tras un puerto o río, donde se recogen las exportaciones y a través de la cual se distribuyen éstas. Pero si es necesario, aunque como ya se ha comentado anteriormente que se hablará en otro artículo sobre el tema, pormenorizar un indicio de lo que fue el citado tratado de Alcañices, y es que, aunque en realidad, ya hemos hablado de las principales causas del Tratado de Alcañices, de la debilidad del reino castellano a la firma de este acuerdo y los conflictos fronterizos. Vamos a centrarnos ahora en el contenido de este Tratado firmado el 12 de septiembre de 1297 en la villa zamorana de Alcañices, que retocaba la línea divisoria entre Castilla y Portugal en tres zonas principales: Sierra Morena, Badajoz y Riba-Côa. Portugal obtiene la posesión de algunos enclaves como Olivenza, Campo Mayor, Ouguela, Moura y Serpa, además de los que ya tenía ocupados en Riba-Côa y la aldea de San Felices de los Gallegos. A cambio, Castilla logra el control definitivo sobre Esparragal, Herrera, Valencia de Alcántara, Aracena, Aroche y Ayamonte, cuyos derechos estaban en parte a favor de Portugal, aunque eran de Castilla.

Digamos que el Tratado de Alcañices fue ciertamente un monumento de hipocresía curialesca y de la mas refinada perfidia en el que se pretende tapar un sucio fondo con el manto jurídico de cambios voluntarios y de compensación de imaginarios derechos, considerando que es verdaderamente extraordinario que en este Tratado, todos los derechos estuvieron de parte de Portugal y todas las usurpaciones de parte de Castilla, y que a ésta le correspondiese ceder pueblos y más pueblos, mientras que Portugal no cedió ninguno y sólo renunció a derechos que, caso maravilloso, no aparecen en ningún documento, pero, como ya se ha comentado, sobre este tratado, se hablará en artículo aparte, al igual que de otro de la misma índole como fue el de la Concordia de Ciudad Rodrigo.


De esta manera, desde el lado castellano, el Tratado de Alcañices fue una paz necesaria para romper la alianza luso-aragonesa que estaba haciendo tanto daño. Para Portugal, en cambio, fue más bien un tratado de definición de fronteras, mediante el cual salía ampliamente beneficiado. Salvo la todavía reciente y aún protestada recuperación española de Olivenza (hecho que tuvo lugar durante la Guerra de las Naranjas, en 1801), la línea fronteriza pactada en Alcañices ha durado, en líneas generales, hasta hoy, aunque ninguno de los protagonistas del hecho podría haberle supuesto tanto éxito. En la imagen, Don Dinis de Portugal.



Un segundo punto tratado en 1297 fue la ratificación del matrimonio entre Fernando IV y Contanza, hija de D. Dinis, que se casarían finalmente en 1302. También se celebraron los esponsales entre la hermana de Fernando IV, Beatriz, y el infante heredero de Portugal, Afonso. Por último, el tratado hace referencia a un acuerdo eclesiástico entre la Iglesia portuguesa y la castellana para defenderse de los posibles ataques a sus fueros y libertades.

Asisten a la firma, en calidad de testigos, lo más sobresaliente de la nobleza castellana y la totalidad del obispado portugués, mientras que del bando castellano solo asiste el obispo de Tuy. Los protagonistas más relevantes del lado castellano son objeto de un estudio por parte de M. García Fernández: Fernando IV, la reina María de Molina, el infante don Enrique (también tutor del rey), los infantes don Pedro y don Felipe, Diego López de Haro, Sancho (hijo del infante don Pedro), Juan (obispo de Tuy), Juan Fernández (Adelantado Mayor de Galicia), Fernán Fernández de Limia, Pedro Ponce de León, García Fernández de Villamayor, Alfonso Pérez de Guzmán, Fernán Pérez (Maestre de Alcántara), Esteban Pérez (Adelantado del reino de León), Tello (Justicia Mayor del Rey) y la Hermandad de Castilla y León.
Así pues, observamos una lista de confirmantes en donde aparecen actores políticos muy importantes con diferentes intereses en la frontera, en su mayoría nobles o funcionarios muy próximos a la corte, beneficiarios de las concesiones regias. ¿Por qué se firma en Alcañices? Tradicionalmente se ha venido apuntando que quizás se deba a la importancia que quería darse a la Orden del Temple, ya especialmente relevante en la historia portuguesa, de ahí que se firme en uno de sus castillos.


En relación a las relaciones diplomáticas, 1297 es más bien un punto y seguido en las relaciones entre Castilla y Portugal, ya que la alianza de paz no será muy duradera. La fijación de la frontera tendrá dos repercusiones interesantes: la salida al mar por parte de Portugal, en palabras de Fonseca, y la fortificación de la línea fronteriza, más visible en el caso portugués.
El principal promotor de esta política será el rey D. Dinis, al que el cronista Rui de Pina le atribuye la construcción o restauración de 44 castillos y murallas en el bajo Guadiana, la frontera de Badajoz, en Beira alta y Riba-Côa, así como en las comarcas de Tras-os-Montes y Entre Douro e Minho, de ahí que se le conozca como el Rei Lavrador. Para Portugal era especialmente importante defender su única frontera terrestre de un vecino tan grande en tamaño y en recursos, de ahí que el rey diseñe todo un sistema de torres, castillos, ciudades amuralladas, iglesias fortificadas, etc.
Del otro lado, la fortificación fue mucho más tenue. Quintanilla Raso nos dice que las fortalezas de frontera fueron utilizadas por los reyes castellanos como tenencias con que agradecer favores políticos y no como verdaderos instrumentos estratégicos. En Galicia, por ejemplo, observamos algunas villas y fortalezas regias que se refuerzan a finales del XIII y comienzos del XIV, pero en opinión de Romero Portilla son de escasa importancia debido a que la peculiar relación entre Galicia y el norte del Portugal hacía innecesarios los baluartes defensivos. De todas maneras, conviene tener presente que el proceso de construcción y renovación de fortificaciones fue general en los reinos hispánicos por esta época y que la fortificación abaluartada de época moderna será más numerosa.

CONSTRUCCIONES DEFENSIVAS

 A partir de 1297, Badajoz intentará arrancarse de su flanco sur la espina de Olivenza en cuantas ocasiones se le presenten. Olivenza, por su parte, irá acrecentando de forma progresiva sus defensas, así en las épocas de paz como en las de guerra. De ahí que la historia de la Olivenza portuguesa equivalga, en buena medida, a la historia de sus fortificaciones.

En 1306 D. Dinis reconstruye las defensas del templo, definiendo un cuadrilátero con 14 torres. Su sucesor, D. Afonso IV, las completa en 1335 erigiendo en su interior el recinto del alcázar. 

En las guerras fernandinas del último tercio del s. XIV, Olivenza hizo frente al conflicto cercando sus arrabales con una nueva muralla de forma oval y cinco puertas. No han quedado restos materiales de esta segunda muralla porque fue demolida íntegramente, pero su huella pervive de forma inequívoca en la estructura urbana.

En 1488 D. João II levantó en el recinto del alcázar la torre de homenaje más alta de toda la frontera (35 m.), rodeando el conjunto por una cava inundable. A lo alto de aquel ojo siempre vigilante sobre Badajoz se accedía mediante 17 rampas que permitían la subida de piezas artilleras. Esta obra, en una época de paz con Castilla, suscitó el lógico recelo de los Reyes Católicos, que no pudieron impedir su terminación. Nuevas obras defensivas se llevan a cabo en los primeros años del reinado de D. Manuel. La barreyra fernandina es derribada por Afonso Mendes de Oliveira para construir, con parte de sus piedras, una tercera muralla de la que nos dejó el siguiente testimonio gráfico Duarte de Armas en 1509:



El rey D. Manuel fue también el impulsor de una importante obra de ingeniería militar: la construcción de un puente fortificado sobre el Guadiana para asegurar la operatividad de las tropas portuguesas en la margen izquierda. El puente de Ajuda tenía 380 m. de longitud y 5'5 de anchura, 19 arcos y una gran torre defensiva central de tres pisos. Todo Portugal contribuyó a su construcción, menos los oliventinos. Imagen actual del puente de ajuda, donde se observa su restauración por la parte española.



La importancia estratégica y militar que Olivenza tenía para la Corona portuguesa se acrecentó al convertirse en sede episcopal del Obispado de Ceuta. La residencia en Olivenza del obispo Fray Henrique de Coimbra, compañero de Cabral en el descubrimiento del Brasil, propició la construcción del bellísimo templo manuelino de Santa María Magdalena, réplica monumental del Convento de Jesús de Setúbal. Otras notables construcciones de la época fueron el Convento de San Francisco, la Casa de Misericordia, el portal manuelino de las Casas da Câmara o, realizaciones ya más tardías, el convento de clarisas y la nueva iglesia matriz de Santa María del Castillo.

Tras el ciclo de paz que hace posible la Unión Ibérica, en el que florece la arquitectura religiosa, Olivenza entra con la Restauración de 1640 en un nuevo ciclo bélico. Las piedras de la muralla manuelina se reaprovechan, una vez más, para dar forma a una cuarta muralla que cuenta con nueve baluartes. Conquistada en 1657 por el Duque de San Germán - después de cuatro tentativas frustradas - fue devuelta a Portugal al firmarse el Tratado de Lisboa de 1668.


El paréntesis de paz que sigue a este tratado se aprovecha para perfeccionar las murallas y reconstruir el puente de Ajuda, cuyos arcos centrales son dinamitados por última vez en el año 1709 en el transcurso de una nueva guerra, la de Sucesión a la Corona española. La militarización del espacio urbano oliventino se incrementa durante la primera mitad del s. XVIII con obras tan significativas como los cuarteles de caballería e infantería, el llamado Cuartel del Asiento (Panadería del Rey), el polvorín de Santa Bárbara, el Hospital Militar de San Juan de Dios, las puertas del Calvario, los revellines y demás obras exteriores de la fortificación.

En la segunda mitad de ese mismo siglo XVIII, sin embargo, Portugal redefine la orientación de su política militar frente a España. De una estrategia de inspiración ofensiva se pasará a otra puramente defensiva. Este cambio de orientación tendrá importantes consecuencias para el enclave portugués de Olivenza. Todos los informes de los estrategas extranjeros que la visitan en esos años a petición de la Corona (Rainsford, Valleré, el Príncipe de Waldeck, Myremont) aconsejan su abandono por tres motivos:
La numerosa artillería, munición, equipos y hombres necesarios para mantener en estado de defensa una plaza con nueve baluartes - Badajoz tenía ocho-.

La interrupción logística que para el enclave suponía la voladura del Puente de Ajuda.
La comprometida situación en que se vería envuelto el ejército que pretendiera auxiliarla, con su única línea de retirada cortada por la corriente del Guadiana.
(Véase al respecto VICENTE, António Pedro.- Manuscritos do Arquivo Histórico de Vincennes referentes a Portugal. París : Fundação Calouste Gulbenkian , 1971. Vol. I y, del mismo autor, Memórias políticas, geográficas e militares de Portugal : 1762-1796. Lisboa :[s.n.], 1971.)

LA GUERRA DE LAS NARANJAS

No tiene nada de extraño, pues, que en la nueva crisis bélica que estalla al apuntar el nuevo siglo (Guerra de las Naranjas), Olivenza fuera por completo abandonada a su suerte. El Gobernador de entonces, Julio César Augusto Chermont, prohibió que se disparara contra las tropas de Manuel Godoy. Olivenza no valía ya la vida de un solo soldado portugués. Después de cinco siglos ocupando una posición insostenible, cayó ingloriosamente como fruta madura ante la sola presencia del ejército español. En la imagen, Manuel Godoy, el llamado Príncipe de la Paz, favorito de Carlos IV.


Artículo III del Tratado de Badajoz de 1801: " Su Magestad Católica conservará en calidad de conquista, para unirla perpetuamente a sus dominios y vasallos, la plaza de Olivenza, su territorio y pueblos desde el Guadiana; de suerte que este río sea el límite de sus respectivos Reinos."
Después de cinco siglos por delante del río Guadiana, Olivenza regresó a sus orígenes. En 1801, podríamos decir, la Historia se reconcilió con la Geografía, tal y como había previsto Alfonso X el Sabio en la Convención de Badajoz del año 1267. La frontera natural volvió a ser una con la frontera política.

Española de hecho y de derecho en virtud del Artº III del tratado de Badajoz, Olivenza se mantiene todavía hoy para una exigua minoría de portugueses como una reclamación histórica y jurídica frente a España. Esta circunstancia obliga a esclarecer los fundamentos legales de la soberanía española, las razones de España sobre Olivenza.

Si la historia de la Olivenza portuguesa se confunde en gran medida con la crónica de sus fortificaciones sucesivas, la historia de la Olivenza española (desde 1801 hasta hoy) resulta a su vez inseparable de la crónica de una obstinada reivindicación. Portugal, que no disparó ni un solo cartucho en la defensa de Olivenza, ha hecho sin embargo correr ríos de tinta durante siglo y medio exigiendo a España su devolución. Causa de ello, el irredentismo portugués del GAO.

Y es que las fronteras del Portugal continental experimentaron una sola variación desde el Tratado de Alcañices a finales del s. XIII: la pérdida de Olivenza en 1801. Esa amputación, insignificante desde el punto de vista territorial, constituye sin embargo una especie de trauma para el subconsciente colectivo de la nación, herida voluntariamente abierta. En la pancarta ¡Olivença é nossa! la historiografía portuguesa tiene uno de sus más recurrentes y arraigados mitos. Un mito surgido a mediados del siglo pasado como consecuencia de la interpretación unilateral de la reclamación gestionada por el Duque de Palmela (1814 - 1819), pero que se fue acrecentando con el paso de los años, alimentado a partes iguales por un nacionalismo de raíz sebastianista y el siempre despreciativo, orgulloso silencio español.

Renunciando a entrar de lleno en el complejo trasfondo histórico y político que frustró la devolución de Olivenza a Portugal en los años de la tormenta napoleónica, vamos a centrarnos aquí en los aspectos jurídicos del problema de Olivenza. ¿Está legalmente obligado el Estado español a devolver Olivenza a Portugal? ¿Existe algún fundamento de Derecho en razón del cual pueda sustentarse la tesis de que la soberanía española sobre Olivenza es ilegítima?

Hemos visto ya que Olivenza fue conquistada a Portugal por las armas españolas (10 de mayo de 1801) y formalmente anexionada más tarde (6 de junio) mediante el correspondiente título jurídico (Tratado de Badajoz). "La conquista constituye tan solo un modo de adquirir cuando el conquistador, tras haber consolidado de manera firme la conquista, anexiona formalmente el territorio." (OPPENHEIM, Tratado de Derecho Internacional Público. Barcelona, 1961. Vol. II, p. 127).

LA SINRAZÓN DEL IRREDENTISMO PORTUGUÉS

El título jurídico en que fundamenta el Estado español la legalidad de su soberanía sobre Olivenza, sin embargo, es impugnado por la literatura irredentista portuguesa (GAO) esgrimiendo siete argumentos que, a continuación, refutamos uno por uno.





Olivenza había sido conquistada por España en la Guerra de la Naranjas, fruto ésta de una obligación adquirida por España ante Napoleón en el Tratado de Madrid de 1801 (España atacaría a Portugal de seguir éste comerciando con los ingleses). Era una vieja disputa fronteriza, y Portugal quiso aprovechar la caída de Napoleón para que se condenase la ilegalidad de aquella guerra siéndole devuelta Olivenza. Antes de inaugurado el Congreso de Viena, Castlereagh mostró a Labrador la necesidad de restituir Olivenza a Portugal, como muestra de amistad con el príncipe regente de Portugal.
Labrador (Pedro Gómez Labrador, Marqués de Labrador) pidió instrucciones y el entonces secretario de Estado, duque de San Carlos, respondió que las negociaciones tendrían que llevarse de manera bilateral, el Congreso no debía tomar decisión alguna sobre esto. A pesar de esto el Acta Final de Viena recogió en su artículo 105 la siguiente recomendación:

“Conociendo las Potencias la justicia de las reclamaciones hechas por S. A. R. el Príncipe Regente de Portugal con respecto a la ciudad de Olivenza y demás territorios cedidos a España por el Tratado de Badajoz de 1801, y mirando la restitución de ellos como uno de los medios propios a asegurar entre los dos Reinos de la Península aquella buena armonía, completa y permanente, cuya conservación en toda la Europa ha sido el objeto constante de sus estipulaciones, se obligan formalmente a emplear, por medios conciliadores los más eficaces esfuerzos a fin de que se efectúe la retrocesión de dichos territorios a favor de Portugal, y reconocen en lo que a cada una perteneciente, que este arreglo debe hacerse cuanto antes.”




A España, esta injerencia de las demás potencias en un asunto considerado bilateral le sentó mal, y Labrador expuso a los plenipotenciarios portugueses que habían seguido el peor camino para la restitución de Olivenza.
El Congreso supuso en general un enorme fracaso para España y un ejemplo de cómo no hay que dirigir las negociaciones internacionales. El Gobierno español negoció a tres bandas; con Francia, con Gran Bretaña y con Rusia. Intentó conseguir favores diplomáticos de las tres Cortes, pero Francia y sobre todo Gran Bretaña recelaron del intento de alianza con Rusia, y esta potencia, lejos de ayudar a España, entorpeció enormemente el asunto de los tres ducados. En el momento clave, ninguna potencia apoyó a España, no se sentían obligadas a hacerlo al negociar España caóticamente sin incluirse en ningún bloque de fuerza, oscilando según su interés pero sin finalmente decidirse. El emplazamiento de la reina de Etruria en un territorio importante italiano hubiera sido interesante para España por motivos estratégicos y comerciales, pero se dio una imagen de una diplomacia ambigua recordándose constantemente, para avalar las tesis españolas, la época y los tratados que pactábamos con Napoleón (fue en esta época, recordemos, cuando España obtuvo el Reino de Etruria para la hija de Carlos IV) lo que creaba mala fama para España y borraba, en cierta forma, sus sacrificios en la Guerra de Independencia. Se hizo bien no obstante en no firmar, pues es cierto que Toscana fue arrebatada injustamente a Austria por el Tratado de Luneville, pero Parma, Plasencia y Guastalla no era lógico que quedaran también en manos austriacas, menos en las de la esposa de Napoleón, y menos todavía después de roto el Tratado de Fointenbleau con la aventura de los Cien Días. Labrador hizo bien en no firmar por decoro nacional, estaba claro que se había marginado a España completamente de todas las decisiones importantes, pero de todas maneras, ¿cuáles eran los intereses?




Las aspiraciones que tenían Rusia, Gran Bretaña, Austria, Prusia y Francia, ya que finalmente fueron las cinco que decidieron prácticamente todo. Rusia quería anexionarse el Ducado de Varsovia y quedar bien con la opinión pública francesa, no exigiendo compensaciones de guerra ni la recuperación de las obras de arte expoliadas por Napoleón. Prusia pretendía doblar su tamaño; como compensación a los territorios perdidos en Polonia (en beneficio de Rusia) quería la Sajonia entera y territorios cerca del rio Rhin, hubiera deseado además despojar de más territorios a Francia. Gran Bretaña aspiraba a preservar sus derechos marítimos no entrando en conversación sobre ellos en Viena, también quería un equilibrio de poderes en el continente que preservara la paz por muchos años; para ello era fundamental no castigar demasiado a Francia pero colocar estados tapones a su alrededor, esto último
para frenar el expansionismo del que había hecho gala este país desde Luís XIV. Para Austria el norte de Italia era su aspiración; mediante la colocación de príncipes austriacos
en el mayor número de reinos que pudiera establecería su influencia sobre esta zona, estaba también contra el fortalecimiento excesivo de Prusia y Rusia. Prusia le restaba
influencia dentro del cuerpo germánico y Rusia era su enemigo natural en los Balcanes, además era un país en clara expansión con el que se tenía frontera; que Rusia adquiriera demasiada fuerza no le convenía. Francia quería ser castigada lo menos posible por sus guerras de conquista y, en cuanto a sus miras geoestratégicas, quería evitar que Sajonia
cayera en manos de Prusia o que, como mucho, sólo obtuviera una parte. Recelaba del agrandamiento de Rusia hacia occidente; sus fuertes vínculos con la población polaca
(reforzados durante la época de Napoleón) hacían que quisiera evitar su completa dominación por parte de Rusia.

¿Y cuál fue el resultado?
Rusia se anexiona parte de Polonia, Finlandia y Besarabia.
Austria se anexiona la región de los Balcanes.
Inglaterra se queda con la estratégica isla de Malta, Ceilán (Sri Lanka) y la Colonia del Cabo, lo que le garantiza el control de las rutas marítimas.
El Imperio Otomano mantiene el control de los pueblos cristianos de Europa Suroriental.
Noruega es anexada a Suecia.
Prusia se queda con parte de Sajonia, Westfalia, Polonia y la Confederación del Rin.
Bélgica es obligada a unirse con los Países Bajos, formando el Reino de los Países Bajos.
Los principados alemanes forman la Confederación Alemana de 38 estados; Prusia y Austria participan en esta Confederación.
España y Portugal no son recompensados con ganancias territoriales, pero son restauradas sus antiguas dinastías.
San Marino consigue que su independencia sea reconocida por todos los estados europeos.




Pero aquí, aparece la cuestión que el irredentismo portugués se obstina en olvidar, o no lo hace más que de pasada.  Entre 1811 y 1812, primeramente, y 1816 en segundo intento, Portugal ocupa la Provincia Oriental, actual Uruguay, desde Brasil. Este hecho provocó que se rompiesen las conversaciones sobre la devolución de Olivenza. España exigió a Portugal la devolución de la Provincia Oriental para continuarlas, pero entonces Brasil se independizó impidiendo que se cumpliesen estos acuerdos. Y cabe preguntarse, ¿qué quería Portugal entonces?.



El artículo 105 del Tratado de Viena, del que enseguida hablaremos,  carecía para España de fuerza legal suficiente para obligarla a que devolviera Olivenza. Y hay que recordar, que era una recomendación.  Sin embargo, Portugal continuó utilizando este argumento. Cuando Portugal y España decidieron en 1864 la demarcación de su frontera común, al llegar a la desembocadura del río Caya en el Guadiana, la Comisión Mixta de Límites se vio obligada a interrumpir sus trabajos por la negativa portuguesa a reconocer la soberanía española en el territorio de Olivenza. Dichos trabajos se reanudarían en 1926, pero por debajo de Olivenza, a partir de la desembocadura del arroyo de Cuncos en el Guadiana.

En la actualidad, Portugal no plantea abiertamente la reclamación de Olivenza y Táliga, pero tampoco renuncia a su reclamación, como es evidente. Algunas fuentes indican que "Olivença" sería uno de los territorios a los que se refiere el artículo 5-A de la Constitución de la República Portuguesa (Portugal abrange o território históricamente definido no continente europeu e os arquipélagos dos Açores e da Madeira.) En 1995, las autoridades portuguesas enviaron a las españolas un informe sobre el impacto que se esperaba que el proyectado Embalse de Alqueva tuviese sobre territorio español. En dicho informe no se recogían los efectos en el territorio de Olivenza. Una semana después, enviaron un nuevo informe que sí incluía a este municipio, pero con el título de «Territorio de España y deOlivenza», lo que evitaría reconocer que Olivenza sea territorio español. Las instituciones portuguesas utilizan mapas del país que no incluyen a la localidad reclamada.

Pero, si me permiten, quiero dejar claro algunos aspectos que de forma interesada, pasamos por alto, y nos remitimos simplemente a lo que de forma personal, nos interesa. Y esto no es así, hay que dejar claro el contexto general de las cosas:
Volvemos otra vez al art.105:
“Conociendo las potencias [firmantes] la justicia de las reclamaciones hechas por SAR el Príncipe Regente de Portugal con respecto a la ciudad de Olivenza… se obligan a emplear [las potencias firmantes], por medios conciliadores, los más eficaces esfuerzos a fin de que se efectue la retrocesión de dichos territorios.”

Pues bien, España no fue “Potencia Firmante”. Por supuesto, eso provocó la presión de Francia, Rusia, Austria y Reino Unido para que lo hiciera, lo que se efectuó a finales de 1816, año y medio después, con la salvedad de que España rechazó expresamente el artículo sobre Olivenza:
“Don Pedro Gómez Labrador… Consejero de Estado de SM y su embajador extraordinario y plenipotenciario… ha declarado: que SMC accede por el presente acto al citado tratado de 1815, e igualmente a todas las convenciones y artículos a él anejos, a excepción de artículo 11º de dicho tratado que confirma los artículos 99º (entrega de Parma y Plasencia a Austria) y 105º (devolución de Olivenza) de las Actas del Congreso de Viena, el cual no ha admitido hasta ahora SMC.”
Ni hizo en lo sucesivo ni él ni ningún otro soberano (real o nacional) español posterior, y quiero que esto quede bien claro, luego, viene la parte más interesante, y posiblemente, más importante, y es que en primer lugar, no fue un tratado, sino un Congreso Internacional. El artículo 105 del Acta Final del Congreso de Viena obliga “formalmente a dedicar por medio de la conciliación, sus mayores y más eficaces esfuerzos a fin de que se lleve a cabo la retrocesión de los citados territorios a favor de Portugal”. Por tanto, se obliga a que exista una negociación entre ambas potencias, España y Portugal. Llegado el momento de la negociación a Portugal no le interesaba ponerse sobre una mesa a negociar, porque había conquistado en América un territorio de 90.000 kilómetros cuadrados a España, en el contexto de la Guerra de las Naranjas. Se trataba de un territorio casi equivalente al Portugal peninsular. Además, el Tratado de Badajoz que determinó el cambio de soberanía para Olivenza, sólo podía ser modificado por otro Tratado bilateral entre España y Portugal, circunstancia que no se produjo. En la imagen Don Pedro Gómez Labrador.




Llama poderosamente la atención que Portugal, no haya reclamado formalmente que se lleve a cabo lo que establece el mencionado artículo. Pero es más, ahora quiero remitirme al derecho internacional, que creo que deja las cosas más claras todavía, pero quiero recordar una cosa, y es que  Portugal, que no disparó ni un solo cartucho en la defensa de Olivenza, ha hecho sin embargo correr ríos de tinta durante siglo y medio exigiendo a España su devolución.

Hemos visto ya que Olivenza fue conquistada a Portugal por las armas españolas (10 de mayo de 1801) y formalmente anexionada más tarde (6 de junio) mediante el correspondiente título jurídico (Tratado de Badajoz). "La conquista constituye tan solo un modo de adquirir cuando el conquistador, tras haber consolidado de manera firme la conquista, anexiona formalmente el territorio." (OPPENHEIM, Tratado de Derecho Internacional Público. Barcelona, 1961. Vol. II, p. 127).
Ahora bien, vamos a resumir jurídicamente los puntos más importantes:
El título jurídico en que fundamenta el Estado español la legalidad de su soberanía sobre Olivenza, sin embargo, es impugnado por la literatura irredentista portuguesa esgrimiendo una serie de argumentos que, a continuación, refutamos, como ya hemos dicho antes, uno por uno.

ARGUMENTOS ESENCIALES



Primero:
Olivenza es una posesión legalmente española en virtud del Artº III del Tratado de Badajoz del 6 de junio de 1801 que puso fin a la denominada Guerra de las Naranjas. Dicho tratado no ha sido positivamente anulado ni derogado por ningún otro de igual rango o naturaleza. 



Segundo:
No existe fundamento alguno de Derecho que determine para España la obligatoriedad de la devolución de Olivenza a Portugal. En el supuesto de que Portugal plantease la reclamación de Olivenza ante el Tribunal Europeo de Justicia o el Tribunal Internacional de La Haya, el caso sería considerado como "no justiciable", ya que no corresponde a la ciencia jurídica examinar el fondo moral de acontecimientos históricos". Es más, el Derecho Internacional impide que un tratado en el que se haya establecido una frontera pueda ser considerado nulo atendiendo a la apelación que haga una de las Partes contratantes de un cambio fundamental operado en las circunstancias. La cláusula rebus sic stantibus, que complementa la conocida pacta sunt servanda, sólo puede invocarse en los tratados denominados de tracto sucesivo - pago de indemnizaciones, compromisos de desarme, etc... - Pero nunca puede invocarse en aquellos, como el de Badajoz de 1801, en los que se haya establecido una frontera. Si así fuera, caeríamos en el absurdo de exigir la reposición de las cosas al statu quo ante bellum. Y es que el territorio, como ha escrito Reuter, "define el ser mismo de los Estados. Lo que a él se refiere está desprovisto de todo carácter circunstancial." (REUTER, P..- Introduction au droit des traités. París, 1972; p. 181.) Luego, claro está, existe otra Convención de Viena, la del año 1969, que regula el derecho de los tratados establece el reconocido principio de irretroactividad, según el cual "todo acto jurídico debe apreciarse a la luz del Derecho de la época". En otras palabras: no se pueden revisar los actos del Ayer apelando al Derecho de Hoy.

Tercero:
No cabe impugnar la legalidad del Tratado de Badajoz alegando que fue solemnemente declarado nulo por el Príncipe Regente en el manifiesto que hizo público en Rio de Janeiro el 1 de mayo de 1808 : " S.A.R. declara nullos e de nenhum effeito todos os Tratados que o Imperador dos Francezes o obrigou a assignar, e particularmente os de Badajoz e de Madrid em 1801, e o de neutralidade de 1804, pois que elle os infrigiu e nunca os respeitou."

¿En qué puede afectar a la plena validez del Tratado de Badajoz hispano-portugués, y por ende a la legalidad de la soberanía española sobre Olivenza, la declaración unilateral de nulidad de un tratado que, al no contar con la ratificación de una de las partes, nunca llegó a entrar en vigor? Aun en el supuesto de que los tratados de Badajoz luso-español y luso-francés hubieran constituido un único tratado y hubiera sido ratificado por todas las Partes ¿puede considerarse legalmente derogado un tratado que establece una frontera por el hecho de que una de las Partes perjudicadas lo declare nulo en un manifiesto solemne? El argumento es ingenuo.

Desde la muerte del Duque de Palmela en 1840, Portugal no ha vuelto a reclamar a España ni oficial ni extraoficialmente la entrega de Olivenza. Todos los tratados suscritos entre España y Portugal con posterioridad al Congreso de Viena consagran como la primera de sus obligaciones el respeto mutuo a las fronteras establecidas. En el Artº 2 del Tratado de Amistad y Cooperación de 1977, las partes contratantes "reafirman la inviolabilidad de sus fronteras comunes y la integridad de sus territorios". La pertenencia de Portugal y España al espacio político de la Unión Europea establecido en el Tratado de Maastricht, con la consiguiente abolición de las fronteras entre los países miembros, hace del todo punto irrelevante la negativa portuguesa a reconocer formalmente en Olivenza el río Guadiana como frontera común.



Cuarto:
La "reclamación" de Olivenza constituye una especie de tradición secular que la cancillería portuguesa mantiene de forma pasiva y en estado de latencia, en el ámbito más técnico que político de la Comisión Mixta de Límites. Mito historiográfico con hondas raíces en el subconsciente nacional portugués, a su alrededor se han articulado diversos movimientos irredentistas: Sociedade Pro-Olivença (1938), Grupo dos Amigos de Olivença (1944) y Comité Olivença Portuguesa (1988).

Quinto:
Aunque todos estos grupúsculos irredentistas carecen de peso político y han fracasado en su principal objetivo - obligar a la diplomacia portuguesa a retomar de forma activa la reclamación de Olivenza frente a España - despliegan no obstante una intensa labor de propaganda falseando de forma sistemática la historia deOlivenza y escamoteando su posición geográfica. El irredentismo reduce la historia de Olivenza a una mera cronología en la cual, previamente despojados de su contexto, se incluyen los hechos y textos que favorecen sus tesis. Los que la contradicen, sencillamente, se omiten.

Toda la reclamación de Olivenza se basa en el artículo 105 del Congreso de Viena de 1815, celebrado tras la derrota de Napoleón en Waterloo, donde se reúnen las grandes potencias para reordenar el mapa de Europa, las fronteras. Aprovechando que España está en el peor momento de su historia porque ha ganado la guerra a Napoleón, pero la diplomacia española está hecha unos zorros, Portugal cuela con la habilidad de sus diplomáticos un artículo, negociado con Metternich y con los franceses, por el que, como el espíritu de ese momento es volver a las fronteras anteriores a la revolución, Olivenza vuelva a Portugal y la frontera retorne al estado anterior a 1801. España firma el acta final del Congreso de Viena y se compromete a negociar la devolución de Olivenza, no a devolverla. Hay una conferencia en París de 1817 a 1819, que es la primera que se hace para solucionar los enfrentamientos de manera pacífica, tres años de reuniones intermitentes para devolver Olivenza a Portugal, y ya hemos comentado antes lo que pasó con la invasión portuguesa desde Brasil, anexionandose 90.000Kilómetros cuadrados de la actual Uruguay.  Esto aparece recogido en cualquier libro de historia de Brasil, Argentina o Uruguay, pero en los libros portugueses de historia, este episodio está tapado. Cuando se firma la paz, la diplomacia española reclama ese espacio, pero los portugueses dan largas, que en eso son maestros los portugueses, hasta que estalla la guerra en 1808.

En la Guerra de Independencia, el ejército anglo-luso intenta reconquistar Olivenza antes de la batalla de La Albuera y levantan la bandera portuguesa en el castillo de Olivenza, pero el duque de Wellington, jefe del ejército anglo-luso dice que cuando empezó la guerra, Olivenza era española y tiene que seguir siendo española. Que cuando se derrote a Napoleón y se expulse a los franceses, entonces se hablará de todo lo que haya que hablar. En la conferencia de París, España dice que se devuelve Olivenza a Portugal, pero que entonces, por el mismo principio, la frontera en América del Sur tiene que volver también al estado anterior a 1801. Portugal no está dispuesto a eso. La cosa se enreda, En 1820 el golpe de Riego, el Trienio Liberal y hasta hoy. Brasil invadirá toda la banda oriental de Uruguay entre 1811-1812 y por segunda vez en1816, y en 1823, los uruguayos proclaman su independencia no frente a España, sino frente a sus invasores portugueses.

Cuando España negocia con el Reino Unido sobre Gibraltar, los Amigos de Olivenza establecen un paralelismo entre el caso de Gibraltar y el de Olivenza argumentando que España se cargaría de autoridad moral para reclamar Gibraltar en el momento que devolviera Olivenza. La prensa británica le dio pábulo a ese argumento, publicando varios artículos en 1958. Hay uno del Times que se titulaba así: "Olivenza, un esqueleto escondido en el armario de Franco".

El irredentismo portugués es pionero, ya que a partir de ahí empieza la reivindicación de Puente Ajuda. En esa época, que estaba el puente roto, teníamos más relaciones con Portugal que ahora. Aquí parece que al construirse el puente nuevo, ya no hay nada más que hacer.
Para hacer una interpretación jurídica del Tratado de Badajoz, las posiciones más nacionalistas portuguesas hacen un vacío previo, excluyendo de forma interesada el contexto histórico sin el cual no se puede tener en cuenta ningún argumento mínimamente creíble. 



Es sabido que la Guerra de las Naranjas estuvo motivada por la presión que ejerció Napoleón, entonces ya primer Cónsul, sobre España, para que ésta obligase a Portugal a cerrar sus puertos a la escuadra británica. Aunque el escenario fue ibérico, el conflicto no fue peninsular. La campaña de 1801 constituyó en realidad un precedente a pequeña escala de la lucha a muerte que se iba a desarrollar años más tarde entre las dos hegemonías que por entonces polarizaban las relaciones internacionales: la continental francesa, contra la marítima inglesa. Tres fueron, pues, las potencias beligerantes en aquella guerra relámpago: Francia y España, como aliadas, contra Portugal, abandonado a su suerte por Inglaterra, esto último es muy importante, y cabe recordarlo ya que, la convención de Viena,  ya que su principal aliado, Inglaterra, tenía como principal argumento de la Convención, el tema de los esclavos, pero por intereses particulares, pero sigámos.




Antes de que el Ejército francés llegara a Portugal, España ya había decidido el curso de una guerra que realmente, fue corta, y los aliados ingleses no hicieron ni aparecer, ¿cuál fue la razón?, lo normal, olvidándonos por el momento de la amigable Inglaterra, que por cierto, después en la Convención hizo su papelón interesado, decimos que lo ideal, hubiera sido que se firmara un único tratado de paz, con el vencido Portugal, pero no fue así, ya que se acordó celebrar dos tratados - uno entre las Cortes de Portugal y España, otro entre Portugal y la República Francesa -, pero vinculados en los preliminares para salvar formalmente las apariencias de la alianza y "sin que en la parte esencial sean más que uno sólo, pues la garantía es recíproca".


LA CUESTIÓN DE VILLARREAL DE OLIVENZA


En los últimos tiempos, se ha suscitado además un debate y una controversia sobre el término de Villarreal de Olivenza, y en realidad no se trata más que de entender la cuestión, que trataremos de explicar, pese a que es bien sencilla…Olivenza, comprende los núcleos de población de Olivenza, San Benito de la Contienda, San Francisco de Olivenza, San Jorge de Alor, San Rafael de Olivenza, Villarreal y Santo Domingo. Villareal, perteneció al termino municipal de Juromenha y por ende a Portugal, hasta que tras la Guerra de las Naranjas se firmó el Tratado de Badajoz de 1801 donde fue asignada junto con Olivenza a la Corona de España a cambio de devolver a la Corona de Portugal las plazas tomadas por España, Arronches, Castelo de Vide, Juromenha, Barbacena, Ouguela, Portalegre y Campo Maior. Estas plazas, se tomaron en el momento de la guerra, no después del Tratado de Badajoz, y la aldea de Villareal, pasó entonces a ser pedanía de Olivenza, al igual que los demás que se han comentado, pues son y eran núcleos muy pequeños de población, que entre todos, por aquel entonces no se si llegarían al centenar de habitantes, y estaban en un radio muy próximo a la ciudad de Olivenza.

Ya hemos explicado las razones de la urgencia con la que se firma el Tratado de Badajoz, y el disgusto que se llevó Napoleón, además de lo que le costó a España, pero bien, debe quedar claro lo que Godoy pretendía, y era que  el Guadiana sea la frontera entre España y Portugal, es decir, que España se quede con Olivenza/Villarreal y desde Monxaraz hasta Alcoutim. Pinto de Sousa se niega a ceder la zona Sur (de Monxaraz a Alcoutim), pero accede a la entrega de la parte norte (Olivenza/Villarreal), en definitiva, el principal objetivo de Godoy era terminar con los bandidos y el contrabando de esta zona. Ambos firman el Tratado pensando que Villarreal pertenecía a Olivenza. Solo después de firmado y ratificado y terminada la guerra el Gobernador de Elvas avisa a Sousa de que Villarreal no pertenecía a Olivenza, sino a Juromenha. 

Aún así, se realiza la entrega de esas tierras porque el Tratado dice que la frontera de Olivenza con Portugal tiene que ser el Guadiana, si fuera con Villarreal se incumpliría el Tratado, pero en 1802, cuando se empieza a negociar el cambio de Olivenza por la América Española tomada por los portugueses (Siete Pueblos), cosa que parece que se olvida el irredentismo portugués,  sus representantes plantean la cuestión de Villarreal. Godoy explica que el espíritu del Tratado es que el Guadiana tiene que ser la frontera en esa zona. Portugal insiste hasta el punto en que el embajador inglés Mr. Frere en 1803 insiste sobre este tema.
En esos momentos de la historia, Francia e Inglaterra estaban a punto de volver a la guerra tras la Paz de Amiens, y Godoy, le contesta al embajador inglés en los siguientes términos:
“Desearían los ingleses que la España y Portugal quedasen neutrales y con este motivo me ha hablado de los Límites de aquella Potencia (Portugal), asegurándome en estos términos: si V. dice a los portugueses que se fixen, asegurándoles de su amistad y buena voluntad, lo harán al momento. Mi respuesta ha sido que pues se negaban , me costaría muy poco volver a tomar sus Provincias, que se acordasen de ser Yo el autor de su existencia y de deberme la Paz que han gozado con la Francia, sacándola del cautiverio a que los habían reducido hasta sus mismos amigos los ingleses. Convino en todo y siguió nuestra conferencia.”  Es decir, que si se volvía a insistir sobre el tema, conocedor como era del carácter portugués y del interés británico conocido por su falta de interés en el tema ya que tenía más que perder que de ganar, invadiría otra vez Portugal, y lo decía muy en serio…recordemos nuevamente que Portugal no gastó ni un solo cartucho en la defensa de Olivenza…

De todas maneras, pidiendo disculpas por la extensión, me gustaría explicar bien el tema ya tratado de Los Siete Pueblos que el irredentismo se obstina en obviar… En 1801 Portugal adoptó en la América Meridional una política de inspiración ofensiva, al contrario que en la península, porque factores de diversa índole le empujaban hacia el Sur. En primer lugar, la afanosa búsqueda del estuario del Plata, anterior incluso al establecimiento de la punta de lanza de Sacramento por Manuel Lobo en 1680. Esa ambición no había quedado ni mucho menos olvidada tras la firma del Tratado de San Ildefonso.

El territorio de Misiones era una especie de tapón que obstruía el camino hacia el Sur. No podía desaprovecharse la ocasión que se presentaba para rebasarlo. Pero además ese obstáculo era una tentadora isla de riqueza en medio de las llanuras orientales, por su abundancia en dos productos con gran demanda: la yerba mate y el ganado mular. De hecho, los contrabandistas portugueses dominaban el comercio de los Siete Pueblos antes de la expulsión de los Jesuitas. Faltaba solo el golpe de gracia para restablecer la frontera acordada de 1750. Ahí tenemos los tres impulsos esenciales que, unidos a la oportunidad, motivaron la intervención portuguesa: el interés estratégico, la atracción económica y el precedente jurídico del Tratado de Madrid.

Contra el candoroso pacifismo del bienintencionado Artº XXI del Tratado de Madrid, renovado en San Ildefonso, lo cierto es que Portugal elaboró planes muy precisos para expandir Brasil a costa de la América española ante el menor asomo de crisis en escenario europeo. Esos planes tienen como fecha límite el 31 de enero de 1800. Fueron elaborados sobre la base de un amplio y detallado informe de las posiciones españolas en la cuenca del Plata que redactó el Teniente-Coronel Joaquim Xavier Curado, cumpliendo órdenes enviadas desde Lisboa por D. Rodrigo de Sousa Coutinho3. El hecho de que al final, y ante la carencia de recursos oficiales, fuese la iniciativa privada espoleada por la ambición y el lucro quien, de forma espontánea, ejecutase los planes de invasión, no invalida ni debe hacernos olvidar la existencia de dichos planes.


La crisis de 1801 constituye, bajo muchos aspectos, un claro precedente no solo de la invasión francesa de 1808, sino también del traslado de la Corte portuguesa a Rio, de la toma de Cayena y de la total anexión de la Banda Oriental en 1816 (inspirada, dicho sea de paso, por el mismo D. Rodrigo de Sousa Coutinho).

No es ninguna casualidad que el 30 de mayo de 1801, recién conquistada Olivenza, el Marqués de Alorna le recordase al Príncipe Regente: “ V.A.R. temum grande império no Brasil, e o mesmo inimigo que ataca agora com tanta vantagem, talvez que trema, e mude de projecto, se V.A.R. o ameaçar de que se dispõe a ir ser emperador naquele vasto território adonde pode facilmente conquistar as colônias espanholas e aterrar em pouco tempo as de todas as potencias da Europa.” ¡Aserto profético, presentido muchos años antes por el olfato del genial Alexandre de Gusmão! “ Se perdía una ciudad en Europa y se ganaba una provincia en América”…

Todo esto, no deja de ser anecdótico, como ya se ha dicho y escrito hasta la saciedad en diversos foros de debate y en innumerables intervenciones culturales, ya que Villarreal es legalmente española porque así lo establece el espíritu y la letra del Tratado de Badajoz de 1801, pero permítaseme otro inciso, y es que El territorio de Olivenza está en una frontera consolidada históricamente desde que la estableció el Tratado de Alcañices de 1297, ¿le interesa al irredentismo portugués debatir sobre los mismos términos en este Tratado?, seguramente no…pero como decíamos, no deja de ser una mera anécdota el tema de Villarreal de Olivenza, no ya sólo por el Tratado de Badajoz de 1801, puesto que ha habido otro, pero cabe recordar el Tratado en su articulado “ Su Magestad Católica conservará en calidad de conquista, para unirlo perpetuamente a sus
Dominios y Vasallos, la Plaza de Olivenza, su territorio y Pueblos desde el Guadiana, de suerte que este río sea el límite de los respectivos Reynos en aquella parte que únicamente toca al sobredicho territorio de Olivenza." Por tanto, la resolución de esta controversia sobre Villarreal supone forzar el espíritu y la letra del art. III del Tratado de Badajoz ... ¿ dos siglos después?...Instituciones jurídicas como el reconocimiento,la aquiescencia o el estappel conducen a que las normas jurídicas atribuyan a determinados hechos consecuencias jurídicas, como la pérdida de derechos…silencio o aquiescencia, pero, la  clave del asunto se encuentra en la frase que dice que el Guadiana tiene que ser la frontera entre los dos Reinos en la zona de Olivenza, si Villarreal hubiera quedado en pose portuguesa, el Guadiana no sería la frontera entre los dos Reinos, si consultamos un mapa, la cuestión está muy clara…y no hace falta ser demasiado suspicaz para poder verlo, ya que observando el mapa, vemos que antes de la guerra el Guadiana hacía frontera desde Badajoz hasta las tierras de Olivenza, y Cheles/Alconchel hasta llegar a Monxaraz, y Pinto de Sousa se niega a dar tanto terreno a Godoy, y acepta que el Guadiana sea frontera en la parte norte de la demanda, es decir, Olivenza, lo que incluye a Villarreal, pero no en la parte de Moura, Mouraoy el resto,  por eso incluyen eso de “en lo tocante a Olivenza”, ya que no se trata más que de un simple juego de palabras hábilmente colocadas con la sutileza necesaria para que se interprete y se acepte desde el Guadiana , lo que deja a Villarreal en pose española, y así lo entendieron también  los gobernantes portugueses, porque luego de 1802, cuando se discutía sobre América, no esgrimieron este argumento, ni siquiera en el Congreso de Viena, de este modo se explica lo que se ha definido como  la aquiescencia portuguesa.





PRINCIPALES AUTORES IRREDENTISTAS

Estacio da Veiga, que puede ser considerado como el primer llanto del irredentismo portugués, atreviéndose a comparar el caso falaz entre Gibraltar y Olivenza, un tema que se recurre hasta nuestro días, y es que, aun siendo un eminente arqueólogo, es total y absolutamente lego y necio en el campo del derecho, al igual que un eminente jurista de reconocida competencia en su campo, sería totalmente  profano en el campo de la investigación de la prehistoria y la Arqueología, pudiendo ser considerado como un mero folletista, y piedra angular de la Olivenza usurpada.


Gustavo de Matos Sequeira, que germina sus escritos en un Portugal frustrado por el saldo de su participación en la denominada Gran Guerra, y un desmesurado patriotismo, que aprovechando la creación de la Sociedad de Naciones que trajo consigo la esperanza de un mundo donde el Derecho, y no el ejercicio de la guerra, marcara las relaciones entre los países, argumentado el mito de una Olivenza ocupada de forma ilegal por España, mito que ha sido tradicional en el descarado victimismo portugués, y precisamente de eso mismo está forjado el carácter nacional portugués, de un exagerado victimismo, que quiso aprovechar el ambiente moral de los años 20, y que contó con la posibilidad de incluir la reclamación de Olivenza en la Conferencia de Paz posterior a la Gran Guerra, pero fue desechada al carecer de argumentos legales para su planteamiento.


Ricardo Rosa y Alberty, quien en la década de los años 50, en la que en Portugal  quedó marcado como el momento culminante del movimiento irredentista portugués con el GAO fundado por Ventura Abrantes en Lisboa en el año 1944, y que el escritor irredentista recoge el despliegue infatigable de la labor de propaganda de una inmensa mayoría de opúsculos y folletos sin sentido común ni alarde legal y serio, que con ligeras y escasas variantes en el tono, repiten de forma machacona los mismos conceptos tomados y copiados de forma insultante en lo que a la intelectualidad se refiere  del propio José María Quiroz Velloso, uno de los 40 miembros fundadores de los GAO,  o Matos Sequeira. Este es el paradigma de la esencia del irredentismo cansino y pedante portugués, lleno de intransigente y desconocedora legalidad jurídica, histórica y social de Olivenza, un grupúsculo de publicaciones irredentistas sin pies ni cabeza que, visto uno, vistos todos, de echo, absolutamente nadie en el campo internacional y menos en Europa, claro está, se tomó la molestia de refutar los alegatos publicados este autor, con Gibraltar al fondo, como siempre, y además, el irredentismo contó con un silencio culpable sobre el asunto que tenía mucho de desprecio, y de ignorancia casi infantil.



J. Baptista Pinheiro de Acevedo, un estrafalario político portugués, de profesión Almirante,  que presenta una curiosidad bibliográfica que muestra la descomposición del GAO y que en sus últimos día tuvo el honor de presidir, y que fue un frustrado candidato a la presidencia de la República siendo anteriormente Primer Ministro de los efímeros gobiernos que sucedieron a la llamada Revolución de los Claveles, que para crear interés personal, preconizó una especie de marcha verde similar a la del Sahara para liberar el territorio, según el, ocupado en la margen izquierda del Guadiana. Un pobre hombre, político, como ya  he dicho antes, defenestrado, autor de un libro cuyo objetivo personal e íntimo era encontrar el consuelo necesario de una popularidad precaria y temporal, con un desorden mental en sus palabras que más que interés, causan verdadera pena. A la postre, símbolo de lo que es el irredentismo portugués.


Carlos Luna, escritor o eso es lo que pretende, muestra real del resurgimiento irredentista portugués al igual que el Ave Fénix, de una marcada ideología política de izquierda, y que en sus párrafos, al igual que otros autores, plasma y copia a la perfección los mismos elementos en común que guarda con la inestimable saga de sus predecesores en la tarea irredentista, o lo que es lo mismo, una dolorosa y estigmática ficción o invento de una Olivenza española de hecho, o como a usted, amigo Filipe más le gustaría que lo dijera, de facto, y portuguesa de iure. Este hombre nos muestra un gusto exacerbado de las cronologías sesgadas, y como puede ver, si quiere leer sus escritos en los caminos de Olivenza, en una técnica artística que consiste en ensamblar elementos diversos en un tono unificado en cuanto a sus documentos se refiere, y que se deleita de forma exagerada con el saudosismo, una especie de alma de la Reinaixença Portuguesa, ombligo del mundo en forma y manera espiritual, y que, como tengo entendido, parece ser que ha desaparecido actualmente como corriente literaria y espiritual, mantiene todavía ciertos ecos en la obra de algunos autores y pensadores ligados al análisis del carácter nacional portugués y de sus rasgos característicos, como es el caso de este autor, pero es curioso de leer, y además, gracioso de interpretar. Otro más del GAO, ciego seguidor de Ventura Ledesma Abrantes, que fue el líder nacionalista portugués fundador del GAO.




CONCLUSIONES


Godoy, a mi modesto entender, ha sido una de las personas más despreciables de la Historia de España, y eso ha quedado patente en muchas ocasiones, y ha sido criticado hasta la saciedad en muchos de sus actos, pero aquí, al igual que en algún otro que no voy a comentar, tengo que decir que acertó, ya que  ideó esta estratagema para evitar que el tratado luso-español, una vez hecho separadamente, no necesitara la ratificación francesa. España, en el pacto de agresión contra Portugal que precedió a la Guerra de las Naranjas, se había comprometido con Francia a ocupar las provincias septentrionales portuguesas. Consciente de que Napoleón necesitaba conquistas para poder cederlas luego en las negociaciones de paz con Inglaterra, Godoy puso rápido fin a la guerra una vez que Portugal accedió formalmente al cierre de sus puertos a la escuadra inglesa. El tratado de paz fue doble porque tenía la certeza de que Napoleón se negaría a ratificar el tratado franco-portugués negociado por su hermano Luciano Bonaparte, embajador de Francia en Madrid, sin que el Norte de Portugal estuviese ocupado. Prueba de ello, fue el gran enfado que le ocasionó a Napoleón cuando se enteró, y la muestra la tenemos en la carta que le envió a su Ministro de Exteriores Talleyrand (luego estuvo en la Convención de Viena, por cierto) al saber que Luciano había firmado la paz sin que el Norte de Portugal estuviese ocupado, Napoleón montó en cólera. A su, escribió diciéndole que miraba el tratado "... comme un des revers le plus éclatants qu'il ait éprouvés dans sa magistrature... Que cela déshonore entièrement le cabinet et que j'aimerais mieux, pour l'honneur de ce gouvernement, avoir perdu une province que de ratifier ce traité..." (FUGIER, A.- Napoleón et L'Espagne. París : F. Alcan , 1930.; p. 158.) Como quiera que Godoy se mantuvo firme en su tratado de paz y las columnas francesas llegadas hasta Ciudad Rodrigo no se bastaban por sí solas para ocupar Portugal, a Napoleón no le quedó otra alternativa que imponerle un nuevo y más oneroso tratado, concluido en Madrid el 29 de septiembre de aquel mismo año, el cual no contiene en sus preliminares ninguna cláusula que lo vincule a cualquier otro.


Al ver que el valido español, se había mantenido en su idea de dar efectividad al Tratado, y que las tropas francesas llegadas a España no eran suficientes para ocupar Portugal, Napoleón no tuvo más remedio que imponer un nuevo tratado  concluido en Madrid el 29 de septiembre de aquel mismo año, el cual no contiene en sus preliminares ninguna cláusula que lo vincule a cualquier otro.
Para comprender el origen de la reclamación portuguesa de Olivenza, es fundamental dejar bien sentada previamente la total independencia del tratado hispano-portugués firmado en Badajoz el 6 de junio de 1801 (ratificado por D. João VI y Carlos IV) del tratado luso-francés de la misma fecha, mero documento histórico que no llegó nunca a gozar de existencia legal propia, al faltar la ratificación de una de las partes.




En otras palabras: la no-ratificación del tratado luso-francés de Badajoz no afectó suspensivamente al tratado hispano-portugués, ni mermó en consecuencia la plena juridicidad de la cesión de Olivenza estipulada en el Artº III del mismo. Y ello por mucho que en los preliminares de ambos tratados leamos y releamos que las tres potencias beligerantes "convinieron en firmar dos tratados, sin que en la parte esencial sean más que uno solo, pues la garantía es recíproca, y ésta no será válida en ninguno de los dos si se verifica infracción en cualquiera de los artículos que en ellos se expresan."
Rigen siempre en la interpretación contractual dos principios implícitos: el de que lo útil no debe ser viciado por lo inútil, y el de atender antes a la verdad que a lo escrito - in contractibus rei veritas potius, quam scriptura perspici debet.- Así lo entendieron Godoy y el plenipotenciario portugués en aquellas jornadas de Badajoz, al escribir respectivamente:
- "...la determinación del Rey mi amo es conforme en todo a sus principios y, ratificando su tratado, da por no existentes los preliminares..."
- "...anuncio a V.ª Exc.ª que o Primeiro Cónsul não quiz retificar o tratado que aqui se concluiu entre Portugal e a República Francesa, e por consequencia tudo fica anulado a respeito desta potencia." ( Negociação de Badajoz, - códice propiedad de la Casa do Alentejo en Lisboa - fols. 91 y 60.vº)
En conclusión : la Guerra de las Naranjas se cerró con varios tratados, de los cuales solo subsiste jurídicamente el del 6 de junio de 1801 por el que Portugal cedió a España la plaza de Olivenza y todo su territorio hasta el río Guadiana. El tratado luso-francés de Badajoz de la misma fecha nunca llegó a gozar de existencia legal, al no haber sido ratificado por Napoleón. Y el de Madrid del 29 de septiembre de 1801, sin ninguna cláusula en sus preliminares que lo vincule a cualquier otro, fue solemnemente derogado catorce años más tarde por el Tratado de París. La Convención de Viena, no anuló ni derogó el Tratado del 6 de junio de 1801, ni lo especifíca, ni lo contradice, simplemente, reitero, manifiesta una voluntad de negociación, hablar de otra cosa, es inventar una realidad que no existe.

Podríamos hablar de la nulidad del Tratado de Badajoz, que es lo que hace el nacionalismo portugués, acogiéndose a varios efectos, primeramente, se habla de  que en los años siguientes a 1801 se verificaron infracciones no en uno, sino en varios artículos del Tratado de Badajoz, alegando de que el estado de guerra anula los tratados de paz anteriores.  ¿Cabe imaginar, por otra parte, mayor infracción al Artº I del Tratado de Badajoz - "habrá paz, amistad y buena correspondencia, etc..." - que el Tratado de Fontainebleau y la posterior invasión franco-española de Portugal en el otoño de 1807...? ¿en qué forma se podría considerar nulo el Tratado de Badajoz?, Esto es lo que dice una de las bases jurídicas de la época:
Wattel había escrito en 1758 : " La lesión no puede hacer un tratado inválido. Si se pudiese deshacer un tratado, porque en él se hallase lesión, nada habría de estable en los contratos de las naciones." (VATTEL, E..- El derecho de gentes / tr. M.P. Hernández. Madrid : Cruz y Miyar, 1820. T.º II, p. 173), pensamiento que en su momento ya reafirmaron otros pensadores, pero es mas, el Derecho Internacional impide que un tratado en el que se haya establecido una frontera pueda ser considerado nulo atendiendo a la apelación que haga una de las Partes contratantes de un cambio fundamental operado en las circunstancias. La cláusula rebus sic stantibus, que complementa la conocida pacta sunt servanda, sólo puede invocarse en los tratados denominados de tracto sucesivo - pago de indemnizaciones, compromisos de desarme, etc... - Pero nunca puede invocarse en aquellos, como el de Badajoz de 1801, en los que se haya establecido una frontera. Si así fuera, caeríamos en el absurdo de exigir la reposición de las cosas al statu quo ante bellum. Y es que el territorio, como ha escrito Reuter, "define el ser mismo de los Estados. Lo que a él se refiere está desprovisto de todo carácter circunstancial." (REUTER, P..- Introduction au droit des traités. París, 1972; p. 181.)

Luego, existe otro argumento, y es la nulidad del ya mencionado Tratado de Badajoz alegando que fue solemnemente declarado nulo por el Príncipe Regente en el manifiesto que hizo público en Rio de Janeiro el 1 de mayo de 1808: " S.A.R. declara nullos e de nenhum effeito todos os Tratados que o Imperador dos Francezes o obrigou a assignar, e particularmente os de Badajoz e de Madrid em 1801, e o de neutralidade de 1804, pois que elle os infrigiu e nunca os respeitou." Recordemos que esta declaración fue hecha de forma unilateral, y al no contar con la ratificación de una de las partes, nunca llegó a entrar en vigor, aun en el supuesto de que los tratados de Badajoz luso-español y luso-francés hubieran constituido un único tratado y hubiera sido ratificado por todas las Partes ¿puede considerarse legalmente derogado un tratado que establece una frontera por el hecho de que una de las Partes perjudicadas lo declare nulo en un manifiesto solemne?

Otro argumento es que el Tratado de París de 1814, anula el de Badajoz de 1801, y eso no es cierto, ya que el Artº adicional nº 3 del Tratado de París: " Aunque los tratados, convenciones y actos concluidos entre las dos Potencias con anterioridad a la guerra queden anulados de hecho por el propio estado de guerra, las Altas Partes contratantes creyeron, no obstante, conveniente, declarar de nuevo expresamente que los citados tratados firmados en Badajoz y en Madrid en 1801 y la Convención firmada en Lisboa en 1804, quedan anulados y sin ningún efecto, en lo que se refiere a Portugal y a Francia." Quiere decir que aunque los Tratados de Badajoz francés y español fuesen un instrumento jurídico único, el artº adicional nº 3 del Tratado de París no anularía más que la parte referida a Portugal y Francia, y en este sentido se expresa claramente, aquí no vale anular lo que nos interesa.



En resumidas cuentas, Portugal no tiene ahora, como tampoco lo tuvo en su momento, demasiado peso específico ni razonamiento jurídico para reclamar Olivenza. Es más, quiso aprovechar el escenario diplomático  multilateral del Congreso de Viena para plantear en él su reclamación. Era una oportunidad única: la reunión de las potencias vencedoras de Napoleón estaba presidida, justamente, por el principio de que las cosas, fronteras incluidas, debían volver a su anterior ser y estado, pero aquí surgen algunos problemas de fondo, y es que Olivenza no había sido una conquista francesa, sino española, y como hemos visto, la reacción del Emperador tras la firma del Tratado contra su hermano y su Ministros fue evidente. Otra constante es que España acudía a Viena como vencedora de Napoleón, no como aliada. España acudía a Viena para resarcirse de daños y pérdidas, no para desprenderse de territorios legítimamente adquiridos en los que no había habido participación militar francesa.

La única potencia que hubiera podido apoyar en firme la reclamación portuguesa - Inglaterra - estaba precisamente interesada en que esta devolución nunca se llevase a cabo. La paz franco-británica de Amiens (octubre de 1801) había sancionado no solo la conquista española de Olivenza a Portugal, sino también la conquista inglesa de la isla de Trinidad a España. Revisar el estatuto fijado en Amiens por lo que se refería a Olivenza era abrir la puerta para que España exigiese a Inglaterra la devolución de la Trinidad. De manera que, por una de esas paradojas que depara la Política, España tuvo en el aliado por excelencia de Portugal, la pérfida Albión,  el mejor garante de la conservación de Olivenza.


Por lo tanto, me tomo la libertad de opinar de que El cancionero popular no acierta cuando dictamina  en una conocida tonadilla que "las muchachas de la Olivenza no son como las demás, porque son hijas de España y nietas de Portugal", si no que más bien Olivenza, es hija de España, y, en todo caso, nieta si no de Castilla, bien de León, que en su momento fue lo mismo.
Eso en lo que toca a este lado de la raya, en el otro una minoría irredentista ligeramente enloquecida mantiene encendida la llama de la reclamación pasándose por el arco del triunfo 200 años de historia, la voluntad de los oliventinos y hasta el sentido común. Comparan el caso de Gibraltar con el de Olivenza, sin percatarse de que el primero fue ocupado y el segundo cedido.

Para finalizar, decir que el territorio conquistado en el año 1801 sobre el reino de Portugal y de los Algarbes existen la noble, leal y notable ciudad de Olivenza, y las aldeas de San Jorge de Alor, Santo Domingo, San Benito de la Contienda, Villarreal y Taliga, nombradas por el orden de su mayor proximidad a la ciudad,  las demás poblaciones que fueron usurpadas mediante el Tratado de Alcañices, siguen en poder de Portugal, a excepción de Taliga.

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BIBLIOGRAFÍA

Ayuntamiento de Olivenza.

Proyección americana de la Guerra de las Naranjas. LUIS ALFONSO LIMPO PÍRIZ

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LIMPIO PÍRIZ. Encuentros (Revista hispano-portuguesa de investigadores en Ciencias Humanas y Sociales). Tres números aparecidos (1989, 1993 y 1997), con interesantes artículos sobre geografía, arqueología, historia, arte, etnografía, etc.

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SANZ LÓPEZ, Víctor.- La Conferencia de París sobre la Banda Oriental :1817 - 1819. Madrid : Universidad Complutense, 1985.