sábado, 30 de mayo de 2020

UNA VELADA EN LA ÓPERA DE PARIS.


UNA VELADA EN LA ÓPERA DE PARIS. 


¿Qué se siente la primera vez que se va a la ópera?...Lo primero es emoción, sentimientos encontrados, de originalidad unos, morbosos otros, de expectación y cierta incomodidad ante la inexperiencia de un espectáculo de las élites más pudientes de la sociedad, recordando las palabras del propio Molière, que de todos los ruidos que se conocen del hombre, la ópera, de seguro, es el más caro. 

La insufrible visión de un teatro lleno de butacas vacías, daba la sensación de frustrada ilusión de aquellos que como yo, no estaban muy seguros de aguantar un drama largo, tedioso, incomprensible y postergado en la más absoluta soledad, ante la atenta observancia y formal cumplido de respeto de los palcos y el patio vestidos con sus mejores galas, pero esta vez estaba asegurado el lleno más absoluto, y además, como a mí me gustaba, se me presentaba la ocasión de mostrar la sensible elegancia de caballero culto y erudito, disfrazado de esa pegajosa petulancia de crítico entendido en materia, arropado además por la falsa credencial de cierta cadena de prensa, y por supuesto, de traje de Gala de estreno, color gris marengo, camisa de seda, y rompiendo la pauta con una característica pajarita, a la que llevaba adosado el disimulado micro grabador, compañero de oficio, al igual que la micro cámara de alta resolución y visión nocturna adosada discretamente en el interior de la manga izquierda de mi elegante americana, además de una refinada y bien disimulada mini cámara espía de 12 Mega Pixel con leds infrarrojos invisibles, ideal para la vigilancia encubierta, capaz de hacer video en Full HD con una resolución de 1920 x 1080… 

Bien preparado para mi misión encomendada por una Señora esposa de Echevarria, y dos caballeros cuyos nombres y oficios voy a obviar no por lo peligroso de su oficio para su propia seguridad, si no para la seguridad de quien cayera entre sus cavilaciones.  Ambos caballeros extranjeros, napolitanos para más gracia, uno hermano gemelo de Pavarotti en sus mejores años, y el otro, absolutamente clavado a Enrico Caruso en su personaje de “Canio” de la ópera “Pagliacci”, payasos en español, aquel drama en dos actos y su prólogo del compositor Ruggero Leoncavallo, que relata la triste tragedia de un esposo celoso y su esposa en una compañía teatral de la Comedia del arte italiana, solo que, en este caso, el Pavarotti y su compañero Canio, eran a mi parecer, unos peligrosos buscadores de justicia en asuntos oscuros, y los celos, venían por parte de la Señora Echevarría, que era la que pagaba.



¿Mi oficio?, bueno, primero mi nombre, Alberto Riquelme, de los Riquelme de toda la vida como se suele decir, un poco buscavidas, conocedor de todo, apasionado de la literatura, materia de la que me ganaba la vida dando clases particulares antaño, amante de la música, sobre todo del romanticismo llevado al sonido en el arte de Chopin. Mi credencial era ser maestro de nada, pero con la cara tan dura y muy escasas contemplaciones y escrúpulos que me habían hecho ganar una muy buena reputación en el oficio ancestral de Detective Privado…¿Mi misión?, largo de contar, pero no menos interesante, ya que era la de vigilar y sacar conclusión de los movimientos de un rico hombre de negocios, que al parecer estaba en amores de hotel y cama con una indeterminada dama, a la que yo pretendía descubrir. 

El empresario, vasco de origen, y de nombre Joaquín Echevarría, había sido investigado, que no condenado, por una trama en la que sí había sido condenado otro empresario, este de origen catalán, el cual al parecer financió el envío de armas a Guinea Ecuatorial con objeto de llevar a cabo un golpe de Estado contra el Gobierno del presidente Teodoro Obiang después de que el opositor guineano en el exilio Severo Moto le prometiera "un trato de favor en explotaciones empresariales en caso de llegar al poder en Guinea Ecuatorial", al parecer, este hecho no era la primera vez que ocurría. Es curiosa la historia, cuando a veces, la tentación se repite, y retorna al sendero oscuro donde el poder del dinero, vierte de burda traición la gloria del que muere por su patria, puesto que el abuelo del tal Echevarría, ya había tenido sus negocios en aquella Guerra del Rif con un tal Mohamed Abdelkrim, líder rifeño, y al parecer según investigaciones de la época y de un expediente llevado al efecto, se habían vendido armas a los rifeños, si bien alegaba en su defensa que éstas habían sido vendidas sin percutor, pero de esto, sólo son testigos mudos los miles de muertos en aquel conocido como Desastre de Annual, y la tragedia del Monte Arruit, y cuyas consecuencias quedaron impunes a la espera de ser juzgadas en los libros de historia, mal contadas por gobiernos cobardes hasta la saciedad, negocios a la sombra de las minas, en aquellos años en que los nacionalismos regionalistas recién nacidos, ganaban dinero a costa de otros sacrificios y prebendas…Poderoso caballero es don dinero, pero el problema es que el pueblo que olvida su historia, tiene su severa condena, y lo triste, es que no hacemos más que repetirla.



Al parecer, la empresa para la que trabajaban el Pavarotti y Canio, tenían cierto interés comercial, y lo de empresa, interés y comercial, me gustaría resaltarlo entre comillas para que se sobre entienda, en el negocio de la venta de armamento no demasiado legalizada, y la Señora, tenía interés también de tipo comercial entre comillas, en encontrar cierta, digamos, razón, o mejor dicho, justificación o excusa, para darle un jaque a su infiel marido, y sacarle gran parte de la inmensa fortuna familiar, todo esto en el mejor de los casos, ya que en el peor, se quedaba con toda la fortuna, mientras el infeliz infiel, pasaba a mejor vida, en el supuesto de que a los señores Pavarotti y Canio se les fueran las manos en el asunto, y esto hubiera supuesto un determinante jaque mate.


Joaquín Echevarría, había tenido la nada agradable tarea de tener que viajar a París, por un tema de negocios en el que debería por fuerza ir solo, y daba la causalidad o la casualidad, de que se estrenaba una Ópera, una nueva Traviata para el siglo XXI, con todas las garantías de conquistar París, en la que la nueva adaptación de la clásica ópera de Verdi la protagonizaba en primicia una “Violetta”, que es el nombre de la protagonista femenina de la ópera, pero en esta ocasión, caracterizada por una flamante y bellísima mujer sudafricana, magnífica soprano de nombre Pretty Yende, acompañada en su debut por el tenor francés Benjamín Bernheim quien cautivará con total seguridad a su lado en el papel de Alfredo Germont, su trágico amante en la obra. Era toda una grandísima ocasión de ver y escuchar una ópera cuyo drama se centra en la protagonista, Violetta Valéry, y que a diferencia de la novela de Alejandro Dumas “La Dama de las Camelias”, en la cual se basaba el libreto de la ópera escrito por un amigo íntimo de Verdi, y que fija su atención en su amante Alfredo Germont, el libreto de la Ópera hace de ella un retrato aún más idealizado y la muestra como un ser casi angelical...la Señora de Echevarría, al parecer apasionada de la opera, le había propuesto a su marido acompañarle, y disfrutar de la ocasión, pero don Joaquín, era muy avispado al parecer, ¿o quizá no?, y había insistido en que a él no le gustaba la ópera y que no tendría tiempo para ese tipo de libertades, puesto que el negocio era muy importante, y lo absorbería en gran medida...daba la casualidad de que había encargado con anterioridad dos entradas principales a un amigo, y éste, se le había ido la lengua, quizás como pago de algún otro favor, a la señora de Echevarría...el caso es que la muy señora, había descubierto el pastel, y ahora requería tiempo, pruebas, y la bandeja de plata en la que se sirve la cena fría de la venganza, y ahí entraba yo, y nada más y nada menos que en la Ópera Garnier, también conocida como Palacio Garnier u Ópera de París, en uno de los edificios más característicos, bellos y emblemáticos del paisaje urbano de la capital de Francia, y del que Napoleón III ordenó su construcción al arquitecto Charles Garnier, aunque de todas y con total y absoluta seguridad, la idea fue de su flamante esposa, española de cuna, la emperatriz Eugenia de Montijo...





Un edificio de estilo opulento, casi ostentoso, adornado con frisos de mármol en distintos colores, estatuas y columnas de estilo clásico pero lujosamente adornadas, de interiores muy ornamentados, repletos de terciopelos dorados, arañas de cristal impresionantes, un sinfín de extraordinarias pinturas, y con un exterior en los que destacan bustos de bronce representando a los mayores compositores, toda una ocasión, toda una escapada, y toda una fortuna el coste de la entrada, y la imposibilidad de adquirirla, pues el lleno estaba ya garantizado incluso muchos meses antes de su estreno, pero daba la casualidad de que los señores Pavarotti y Canio tenían muchos conocidos, y favores hechos, y la Señora de Echevarria, dinero para aburrir, con lo cual, mi entrada estaba garantizada en el mejor de los sitios, para ejercer mi labor.


Esperaba no sucumbir en el intento, y maldecir al autor de Dafne y Euridice, padre del género, pero en mi favor, jugaba un as en la manga, en una fugaz experiencia unos años atrás, acompañante de mi flamante amiga con cierto derecho íntimo e inconfesable,  Nohelia, a su pudiente y octogenario padre, y desde luego, a la luciente y nueva esposa de éste, ya que había enviudado hacía diez años, y el tilín del amor había llamado a su puerta en la figura de Selene, precioso nombre de una cuarentona dama de muy buen ver, de origen chileno, enfermera especialista de profesión, recién llegada de Paris, donde según nos contaba había conocido el profundo amor de su vida, la Ópera, y donde trabajaba como asistente de un reconocido doctor también chileno como ella, especializado en urología, un tal Carlos Lobo.

 Selene conoció allí a don Luis, en una visita privada, y entablaron muy buena amistad, tanto que había pasado de reconfortar sus males del sistema urológico para pasar ahora a los de corazón del Señor Luis, que así se llamaba el padre de mi amiga. Un liceo repleto aquella vez, cuatro o cinco años atrás, donde la espléndida voz de un mexicano de nombre Javier Camarena, hacía saltar las lágrimas en aquella Ópera L´elisir d´amore de Donizetti, en cuya romanza “Una furtiva lácrima”, el aria más célebre de la obra, había dado rienda suelta por un lado a la siniestra mano de mi apasionada Nohelia bajo el manto oscuro del palco de proscenio al lado del escenario, y a mi izquierda, también pude escuchar un leve suspiro y la cálida caricia de una furtiva lágrima abriéndose camino por la suavidad del rostro de Selene, mientras don Luis, había caído presa de las manos de Morfeo, siendo tentado más por Hipnos, y que durante la octava escena de aquel inolvidable segundo acto, representaba la ingenuidad de Nemorino. 


Selene, pelirroja natural, según decía ella de buen humor, siempre atenta, divertida, apasionada con cualquier frase, con cualquier tema, muchas tardes y algunas veladas, nos quedábamos a solas hablando de temas mundanos, o de música clásica, sobre todo de Chopin, que nos apasionaba a los dos, o de Ópera, o de literatura, que le entusiasmaban…Alejandro Dumas padre y “El Conde de Montecristo”, “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, “Guerra y Paz”, de Tolstoi, Crimen y castigo, de Fiódor Dostoievski, Victor Hugo y “Los Miserables”, Charles Dickens y “David Copperfield”, “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert,y sobre todo, “La Dama de las Camelias, que la apasionaba, en incluso la hacía llorar, y protestaba con ese característico acento suyo apremiándome a que le pusiera deberes para nuestro próximo encuentro literario, siempre le gustaba que le pusiera deberes… nuestras charlas eran tan amenas, que pronto congeniamos, y su mirada, se perdía entre las nubes de los sueños más profundos de la imaginación, charlas que dormían al honorable don Luis, y aburrían y aturdían a mi querida Nohelia, que optaba por retirarse, casi siempre, de mal humor, lo suyo eran las novelas de televisión.





A don Luis, a buen seguro ni le interesaba Nemorino, ni Javier Camarena, ni aquel famoso elixir que no era tal, comprado al lenguaraz y embaucador doctor Dulcamara, el cual había convencido al pobre e ingenuo Nemorino, persuadido de que ingiriendo el elixir de amor, podrá conquistar los pensamientos y el corazón de Adina, que con esa corta “cavatina” que titula y canta “Quanto è bella, quanto è cara”, demuestra los sentimientos de la amada, todo lo contrarios hacia Nemorino, caprichosa e indiferente en aquel magnífico dúo “ Una parola, o Adina”, cruel desamor de una bella rica, pudiente, inteligente mujer, si es que la inteligencia se puede medir por el poder del dinero. 

No hacía calor aquella noche, pero una cierta combustión me ardía por dentro con vehemencia, y difícilmente podría imaginar tanto el final de la función, como el de la situación en la que allí me encontraba, y de la que sólo contaré que desde aquella noche de gala, elixir de amor y lágrima furtiva, no olvidaré jamás el nombre del tenor, ni del autor de la ópera, y aunque al parecer la treta del elixir no pareciera causar el efecto deseado en el protagonista Nemorino, ya que lo que le vendiera el doctor Dulcamara no era si no vino de Burdeos, no es menos cierto que al trasluz de una botella de un tempranillo Pingus de Rivera del Duero, diera su fruto, y dejara en mi recuerdo el aroma de la pasión, con la música de fondo de Donizetti, en una alcoba cuyo suelo enmoquetado sirviera aquella noche de nido de amor. 


Aquella dulce noche, tenía mi recuerdo en el tiempo, y en la preciosa canción que me llevó al éxtasis de la pasión, recordando la historia de “Una Furtiva Lacrima”, en la que la ingenuidad de Nemorino le hace adquirir un supuesto elixir de amor a un palabrero doctor Dulcamara, convencido de que al ingerirlo podría conquistar el corazón de Adina, una bella y rica terrateniente, pero la astucia no parece causar el efecto deseado, ya que el timador en vez del supuesto elixir le vendió vino de Burdeos y Adina, por el contrario, anuncia su compromiso con otro pretendiente, el sargento Belcore. Desesperado y con el fin de conseguir dinero para adquirir otra dosis del supuesto elixir, el enamorado se alista como soldado en el regimiento de su rival Belcore. Las doncellas de la villa se enteran de que ha muerto un tío de Nemorino, dejándole una enorme fortuna, por lo que todas empiezan a rodearlo y coquetearle, lo que el ingenuo campesino interpreta como un efecto del elixir…debía dejarme de elixires y de cambiar ya mis costumbres de buscar la aventura ocasional, e intentar sentar mi cabeza en el cálido acomodo de la sensatez, y me decanté por poner mis cartas boca arriba, declarando mi disposición de dejar el juego de las pasiones convenidas, y pasar a una realidad más seria, aprovechando la ocasión de la intimidad, le propuse a Nohelia casarnos, y disfrutar de todos esos avatares de la vida, los buenos, y los malos, pues nuestro tiempo pasaba deprisa, y la situación de vernos durante una semana cada mes, me parecía un contrato de conveniencia, no de sentimiento…


Su respuesta me sorprendió, más que nada, por su infausta rapidez, ya que me dejó bien claro que no tenía pensado ni por asomo, rendir su vida a una relación perpetua. Para ella, según me dijo, la cadena de un compromiso, era la condena que sancionaba la libertad del corazón, y aunque sí consentía y creía necesario el respeto y la fidelidad pactada, todo debería tener un límite en la forma de convivir con un sentimiento común…a decir verdad, no entendí bien sus palabras, pero me dejó claro que las ligaduras de un compromiso, no eran lo que buscaba, con lo que sentía que debía de tomar una decisión. 


La búsqueda del cálido acomodo de la sensatez me había salido mal, y la noche siguiente, decidí retirarme solo a otra habitación…tras la acostumbrada charla, esta vez más corta con Selene sobre las inquietudes literarias, Nohelia, posiblemente aturdida por el inesperado instante de mi declaración del día anterior, se sentía indispuesta, y distante. Me miraba de forma intensa a ratos, en silencio, pero la notaba diferente, como incrédula, retirada de la realidad, no sabía bien si molesta, pero seguramente sorprendida por lo inesperado de mi proposición. En la penumbra de mis pensamientos, de repente, se abrió la puerta de mi habitación, y me quedé frío del asombro, era Selene, quien me indicaba silencio. Por lo visto, había escapado del pesado y ruidoso sueño del bueno de don Luis, como he dicho, el padre de Nohelia, y aquella noche, la necesidad de buscar una luz en el desengaño, nos llevó a los dos a encontrar remedio en la indignidad de la traición.


A la mañana siguiente, pensé que para la delicada salud de mi espíritu no era muy aconsejable permanecer allí, y me marché casi sin despedirme, no pude sostener la mirada de Nohelia, me agarró con firmeza de las manos, abrió los labios como para decir algo, pero sus palabras se quedaron en una muda intención, donde los sentimientos se habían visto desbordados por la incertidumbre…Don Luis, ausente, ni se inmutó, es como si jamás me hubiera conocido, y Selene se puso a llorar, y me dijo que procuraría llevar siempre una flor de camelia amoldada a su blusa en mi recuerdo…Le regalé uno de mis libros, “La dama de las camelias”, no sabía bien porqué, posiblemente, como dispendio por haberme abierto la puerta de una realidad, o a lo mejor, como penitencia por lo de la noche anterior, no lo sabía bien, pero de ahí, que decidiera buscar la suerte en la seguridad y vigilancia privada, apadrinado por mi primo José Luis , otro de los Riquelme, mi mentor, y el mayor sinvergüenza de Barcelona, justo es reconocerlo, pero en lo más profundo de mi alma, desde aquel día nefasto, juré cambiar, y tomarme el amor como un sentimiento pasajero, donde lo que hoy sirve de apoyo y compañía, mañana se convierte en el siniestro sustento de una noche al abrigo del calor del placer, o eso me creía yo.

Volviendo de nuevo a las vivencias de mi estancia en París, en estos recuerdos del pasado estaba, alimentados por el ambiente de la gran ópera, me distraía en la trama del libro de Alejandro Dumas hijo, inspirada en un hecho real de su propia vida, en cierto romance que tuvo con una cortesana de Paris, Marie Duplessis, la cual tuvo a su vez varias relaciones con importantes personajes de la sociedad parisina del momento, y saber que Verdi y su amigo, el autor del libreto, habían adaptado la ópera de la Traviata de la misma novela, lleno mi curiosidad romántica, hasta el punto de volver a leer la novela de Dumas, en la que la protagonista se llama Margarita Gautier, tanto fue así, que incluso en los días previos al estreno de la función, visité la calle donde vivió, y donde víctima de la tuberculosis murió, en el número 15 del Boulevard de La Madeleine, cuyos bajos están ocupados hoy por el que fuera el banco más antiguo del mundo, Banca Monte dei Paschi di Siena, y su tumba en el cementerio de Montmartre, visita obligada de todo visitante romántico, y donde desde  su entierro hasta hoy, nunca faltan camelias en su tumba que manos anónimas van dejando cada día…una de esas manos fue la mía.




La Traviata era la ópera más representada en el mundo, y esta versión moderna, contaba con el atractivo de la novedad, pero seguía narrando en acordes la historia de una mujer extraviada, perdida sin rumbo, una meretriz que disfruta de cada uno de los momentos de la vida, hasta que de repente un día, se enamora, y es correspondida, y que al final, acabará muriendo en los brazos de su amado…todo un poema pasional del al más puro estilo del drama romántico…Aunque mi trabajo era muy diferente, eso no me impediría recordar el perfume de azahar de un recuerdo que me perforaba la mente día sí, y noche también…

En esta versión moderna, Violetta es una influencer de las redes sociales, una celebridad de Internet, con millones de followers y su propia marca de perfume, Villain. Vive pegada al móvil, a whatsapp, a los emoticonos y los selfies, que se proyectan en una gran pantalla. Pero los mismos seguidores que le otorgaron la fama a base de likes, ahora  le dan la espalda. Una obra moderna que subraya la soledad e hipocresía de estos tiempos de egocentrismo, y lo enlaza  a la perfección con la crítica social que Verdi lanzó en su momento, ya que él mismo fue víctima de lo que pretendía denunciar, pues viudo durante después de unos cuantos años, se enamoró de la famosa soprano Giuseppina Strepponi, madre de tres hijos ilegítimos, y convivieron durante un tiempo sin casarse, un pecado que los vecinos no les perdonaron, y entonces, decidieron irse a vivir a París, donde Verdi quiso reclamar la figura de la mujer caída en desgracia que se supera en la vida, y por esa razón, le interesó ‘La dama de las camelias’. La furtiva lágrima me inspiraba tiempos de amor y desamor, a lo mejor, jamás había estado realmente enamorado de Nohelia, y me sentía culpable por ello, pero La Traviata, me infundía algo más, algo que no sabía bien donde encuadrar. 


La hora de la función había llegado ya, y como ocupaba un lugar privilegiado como crítico, mi panorámica era excelente, y pude localizar entre el gentío y la gala, a Joaquín Echevarría, quien embutido en un elegante traje negro, le hacía señas a su izquierda a una distinguida dama vestida con un traje también negro, de cóctel entallado  hasta las rodillas, y un collar de perlas blancas al cuello, y aunque no pude distinguir bien su rostro en la distancia, mi cámara haría bien su trabajo, que luego podría ampliar…La intención ahora era acercarme lo más posible una vez terminada la función pero había demasiada policía tanto de paisano como de uniforme, como para acercarme en mala hora, y levantar sospechas, por lo que decidí grabar un vídeo en panorámica directa a mi objetivo, me dirigí a mi sitio, con la esperanza de salir un poco antes aprovechando la sesión de aplausos, y poder controlar la salida de Echevarría y su compañera, e intentar seguirlos hasta el lugar donde tenían su nido de amor pasional, y para ello, contaba con un chófer particular contratado al efecto…suponía que el marido infiel habría de tener pactado un taxi, con lo cual, debía estar listo y ligero si no quería fracasar. 


El ambiente era espectacular, y en ese mismo instante, fue cuando sentí esa emoción primaria de la que he hablado al principio, que se instala en la boca del estómago y que acelera nuestros pasos, ya que la Ópera Garnier, el suntuoso edificio construido sobre un lago subterráneo, es de esos lugares que se quedan asidos a la historia, de los que pronto llega a la memoria mucho antes de que se levante el telón, el recuerdo de aquel personaje real, y su historia, en la que se basa la novela "El fantasma de la Ópera", una novela de Gastón Lerroux, el mundo oculto de Erik que lo secunda y protege de un mundo cruel que lo aparta por su fealdad deforme oculta debajo de una máscara, sobre la cual, se contempla ese sentimiento que mueve a la vida de la humanidad, el amor...Porque por amor y de amor, se escriben novelas, canciones, poemas, óperas e historias que ponen y quitan tronos, guerras, oberturas, sinfonías y sobre todo, pasiones que irremediablemente no podemos olvidar, y nos obliga a quitarnos la careta bajo la que escondemos nuestra horrible fealdad ante el mundo, al que nos mostramos tal y como somos, abriendo la imagen de nuestro interior...




Buscaba entre los palcos la localización de uno muy concreto, el palco número 5, el único que permanece ocupado eternamente, por mucho tiempo en que permanezca caído el telón, la figura sempiterna y solitaria confundida entre las sombras de El Fantasma de la novela de Lerroux, camuflado en su dolor, vencido por el amor, irremediablemente sumido en su condena, obcecado en componer todas las óperas que allí se representan, carcomido por los celos, quizás, contrariado por esta nueva versión moderna de la Traviata, mientras Cristine, la joven diva y soprano de la que está enamorado, lo observa en silencio desde el recuerdo, avivando las aprensiones de su condena. Me imaginé como Erik, el Fantasma de la Ópera, escribiendo el libreto de mi vida, poniendo acordes, compases de una obertura en si bemol menor, donde la magia de la armonía daba al traste con la cruel realidad en la que me encontraba, pero no conseguía encontrar del todo la melodía perfecta, y en su lugar, me salía una desgarradora cadena de sonidos tristes, casi dramáticos, con unos cambios de ritmo y compás en un allegro demasiado vivo, que amenazaban en sucumbir ante una cadencia en la que el acorde de tónica, era entonado por la voz y el recuerdo de Nohelia...En aquel momento, me di cuenta de que no era esa la voz, ni el tono que yo quería componer, me resistía a admitir que el telón de mi escenario hubiera caído, dando fin a la ópera, en un silencio frío tras el drama, donde los aplausos, hacía tiempo que habían dejado ya de sonar.




Efectivamente, la sesión fue un éxito impresionante, y ciertamente, me gustó, ya desde los primeros acordes que hacía sonar la magnífica orquesta en aquel ambiente excepcional, hacían denotar, casi respirar en el trasfondo de cada nota el sentimiento que el propio Verdi quiso hacernos degustar en un emotivo preludio, dando comienzo con una fiesta en aquel parís, ciudad de las luces y el amor, con un brindis donde se ensalzan la alegría del vino, el amor libre y los placeres de la vida, y en un momento, la protagonista, Violetta, delante de un espejo, se da cuenta de que la tuberculosis la está sentenciando poco a poco, cada día más, y es cuando Alfredo, el protagonista masculino, le declara su amor, al que ella misma se pregunta si realmente eso puede ser realidad. La obra sigue con la feliz pareja viviendo juntos, pero atravesando problemas en la economía, y es el momento en el que Alfredo debe marcharse por las deudas que le atosigan, y al quedarse sola, aparece el padre de Alfredo, que en un primer momento impone, y luego ruega, que abandone a su hijo, por el bien de la familia, y ella, accede y retoma su vida anterior de cortesana. 

El drama sigue su curso en un nuevo encuentro entre la pareja, en otra fiesta, en el que Alfredo, arroja a los pues de Violetta un puñado de dinero que acaba de ganar a las cartas, como pago por sus servicios, humillándola profundamente delante de toda la concurrencia, culminando en un apoteósico final que, sin lugar a dudas, hace saltar las lágrimas del más duro de los corazones, y derrama en el interior de cada alma, la esencia de lo que en realidad, merece la pena caminar en este valle en el que a veces el sol, se viste de tinieblas, y la adversidad y la tristeza, se empeñan en darnos una bofetada cruel, de la que nunca imaginamos podernos recuperar...La mejor representación de La Traviata, fuera posiblemente la que representaron como protagonistas Alfredo Kraus y María Callas en el Teatro Nacional de San Carlos en Lisboa un 27 de marzo de 1958, por lo menos, eso decían los entendidos en la materia, pero yo imaginaba otra diferente Traviata, una muy particular, con la esperanza de que el final, no fuera tan infeliz. 


Me adelanté a la salida, pero no me dejaron abandonar la ópera por motivos técnicos de seguridad, cosa que me contrarió, y me dispuse entonces a controlar más de cerca a la pareja de mi objeto, pero había más de 2000 personas entre los asistentes a la velada y los miembros de seguridad, con lo cual poco más pude hacer, que controlar a malas penas la salida de la pareja, los cuales, efectivamente se montaron en un taxi, y los seguimos lo más discretamente que pudimos hasta su llegada al majestuoso Hôtel Lutetia, en el 45 del Boulevard Raspail, muy cerca al parecer del Museo de Louvre y la Catedral de Notre Dame, y pude captar de espaldas la imagen de video de Echevarría y su flamante pareja, cuando entraban en el Hôtel agarrados de la mano. No estaba seguro de si esta información, le bastaría a la traicionada esposa, por lo que opté por llamarle por teléfono y comunicarle mis averiguaciones, a lo que me contestó que en una hora, me volvería a llamar para darme instrucciones. Debía esperar allí, en las inmediaciones, el tiempo necesario, y cerciorarme de que continuaban allí o seguirles por si se les ocurría salir a algún otro lugar…Imaginé que no se les ocurriría salir, y que don Joaquín, disfrutaría de una cena privada en su habitación, con una botella de Möet y Chandon para apagar los fuegos pasionales, o mejor, para encenderlos, en compañía de la excelente figura de señora que le acompañaba. 


No era cuestión de estar dando palos de ciego por los alrededores, puesto que ya era una hora nocturna, y enfrente del hotel se encuentra el Banque de France, y el Square Boucicaut, un parque, que a esas horas debía de estar ya cerrado, y tuvimos la suerte de poder aparcar enfrente del hotel, a cierta distancia, justo en la Rue de Babylone, al lado de un café ya cerrado también, y fuera de miradas indiscretas, más que las de algún que otro transeúnte que se nos quedaba mirando al pasar, seguramente pensando mal, y sin acertar, de que se trataba de una pareja de palomos en busca de cierta intimidad. Recibí pasada ya la hora y media de nuestra llegada, la llamada de la doña, dando cuenta de la situación, y dejando claro que deberíamos esperar allí, y asegurarme de seguir a su marido y acompañante, e informar de los movimientos a los amigos Pavarotti y Canio, cuyo teléfono me enviaba, y a los cuales debía de entregar las imágenes disponibles a su llegada a parís, puesto que saldrían de Barcelona en el primer vuelo de la mañana con destino al aeropuerto de Paris-Charles de Gaulle, a una media hora de la ciudad de la luz…aquello no me dejó de muy buen humor, y además, me intranquilizó bastante, primero porque debía estar toda la noche de guardia, vigilando la salida del Hotel, bien desde el vehículo, o a ratos a pie, e informar de los movimientos si se producían, a aquellos dos napolitanos que tan mala espina me daban, y a los cuales debía de entregar las imágenes que tenía, así por la buenas.

 Todo esto me olía a encerrona barata, y de la cual, no tenía muchos visos de salir bien parado, es decir, una Señora engañada con mucho dinero, casi hasta aburrirse de contarlo, paga a dos individuos, para que una vez localizado al marido y a su amante, le `provoquen un mal encuentro con la dama negra, y en medio de todo este jaleo, unas imágenes sacadas justamente en la Opera, y en las inmediaciones del Hotel, con el valor añadido de que en la misma Opera había cámaras de seguridad en los accesos, y al intentar salir fuera de hora señalada por el protocolo de seguridad, lo más probable es que hubiera salido en primer plano, y de producirse un desencuentro fatal, la investigación tenía muchos visos de terminar en mi persona…Luego, estaba también el chófer, al que ni conocía, ni hablaba su idioma, puesto que ya había sido contratado por la Señora de Echevarría, y en caso de salpicar alguna suciedad, de buen seguro que podría tratarse de una especie de apoyo o comodín en mi contra. 



No sabía si realmente estaba exagerando la situación, y a lo mejor, no era todo tan oscuro como a mí me parecía, pero la presencia de los napolitanos no me daba demasiada libertad de pensamiento, y mucho menos tranquilidad, debía de pensar rápido, y actuar, lo más fácil, hubiera sido salir de allí de la forma que mejor pudiera, y desaparecer, era lo que mi conciencia me gritaba a viva voz, pero por otro lado, tampoco se seguro si esto arreglaba el problema. Otra, era ir a avisar a Echevarría, pero, ¿qué le iba a decir?, y además, lo más seguro es que hubiera acabado detenido, puesto que en la recepción, no me hubieran dado la más mínima información o acceso. Pensaba en el tiempo que tendría para poder actuar, el vuelo de los napolitanos desde Barcelona hasta el Aeropuerto de Paris- Charles de Gaulle con Iberia salía a las 11:50 horas, y llegaba a aeropuerto a las 13:50, y aproximadamente desde el aeropuerto hasta la capital había una media hora de trayecto por carretera, más el tiempo de recoger el equipaje y todo lo demás, posiblemente tardarían una hora y media más, es decir, como pronto, antes de las 15 horas no los volvería a ver, no se me ocurrió otra idea más que llamar a mi primo José Luis, contarle la situación, y a ver si se le ocurría alguna solución, o me daba otra visión diferente de la mía…Lo hice durante cuatro veces, pero no contestó, tenía el teléfono apagado, o fuera de cobertura, por lo menos eso me dijo la simpática voz de Movistar que me atendió…


Eran ya las 2 de la madrugada, y mis opciones se apagaban, opté por llamarle a un amigo íntimo de mi primo, y a la segunda vez, cogió el teléfono de muy mal temple, y su respuesta me dejó aturdido, ya que José Luis hacía ya tres días que había desaparecido sin dejar ni rastro, ni señal, y su teléfono había sido encontrado en su apartamento estampado contra el suelo, y al parecer, se había puesto una denuncia de su desaparición. Paco, que así se llamaba el amigo de vaso y noche de mi primo, me dijo que no me había avisado, porque pensaba que ya era consciente de lo que ocurría, y me dio una serie de excusas y palabreo que no me convencieron en absoluto, conociendo del pie que cojeaba, estaba seguro de que se había quitado de en medio por si acaso, y no quiso complicarse la vida, por lo menos, eso para él, le evitaba preguntas y problemas añadidos, tal era el amigo Paco, en fin, la situación me daba mucho que pensar, José Luis no tenía más familia que yo, algo estaba pasando. 


Los napolitanos vendrían a Paris, ¿para qué?, ¿con qué fin?, les tendría que informar del paradero de Joaquín Echevarría y de su posible amante, y entregarles el material que hubiera podido grabar, ¿no podría esperar la señora Echevarría a que regresara a Barcelona, con algo más de información complementaria, y allí hacer lo que fuera menester?. El chófer francés, dormido como un tronco, ¿qué papel jugaba en todo este tema?, ¿qué papel jugaba yo, en el libreto más complicado de esta ópera, cuyo final se me antojaba tragedia?...Las respuesta a esta última pregunta, respondía todas las demás cuestiones, a mi entender, mi papel solo podía ser cabeza de turco, en el mejor de los casos, y con suerte, no llegaría a ser víctima también, no creo que ni Pavarotti ni Canio tuvieran muchos escrúpulos a la hora de evitar testigos, y a cada minuto que pasaba, más indispuesto me encontraba, no se me ocurrió otra solución, ¿salir de allí por piernas y a lo loco?, ¿a dónde podría ir, y en qué condiciones, si por la razón que fuera, a los napolitanos les daba por asesinar al empresario Echavarría?, también podría ir a la policía, pero, ¿con qué argumento?. Al día siguiente era domingo, la embajada estaba cerrada, el ir a la policía podría levantar algún tipo de sospecha sobre mi persona, y no estaba seguro de que mi historia fuera del todo creída, y además, no tenía ningún tipo de contrato o archivo o prueba que justificara mi vinculación con la Señora Echevarría, y de presentarles las imágenes que tenía grabadas en la entrada al Hôtel Lutetia y en la Ópera Garnier, podrían constituir delito de intimidad, además, sabía que si me pillaban en Francia trabajando como detective sin la licencia gubernativa francesa, se me iba a caer el poco pelo que tenía, y a todo esto, cabía también la posibilidad de que si a la policía francesa, le daba por ponerse en contacto con la española, como era habitual, y preguntar por mis huesos, saliera a la luz la desaparición de José Luis Riquelme, mi primo preferido, y por cierto, único, un canalla de fama, y eso habría traído suspicacias, José Luis había desaparecido justo el mismo día que yo había cogido el vuelo a París… debía tomar una decisión, y el tiempo, no me sobraba. 


Nohelia, qué diferente hubiera sido todo, si Nohelia hubiera accedido a mi propuesta, llegué en aquel momento y en aquella hora a plantearme mi ópera particular, en la que el tema del libreto, era un interés del padre de mi amiga a apartar a un tipo buscavidas como yo, de las faldas de su herencia, y posiblemente tuviera razón, pero yo no le había dado ningún motivo, me mantenía con mis clases de literatura, y alguna otra cosa que salía al encuentro de la oportunidad de forma honesta, no desde luego para hacerme rico, pero si para subsistir honradamente de la mejor manera que sabía hacerlo, pero mucho me temo que la reputación de mi primo José Luis, no contara mucho en mi favor, la música, la ponía la circunstancia del momento, de seguro un ritmo de Adagio o tiempo lento, casi tétrico, en una tonalidad de modo menor, triste y dramática, donde los instrumentos de cuerda hicieran de acompañamiento a una melodía donde el metal de viento hiciera erizar los poros de la piel…


A buen seguro que de ser yo Erik, el Fantasma de la Ópera de la novela de Gastón Lerroux, enamorado de algo que no sabía bien, pero tenía mis sospechas, hubiera escrito la Obertura más maravillosa jamás compuesta, y de ahí, la ópera que hubiera sido recordada por toda la eternidad, como la obra maestra de las óperas, y me habría arrancado la máscara que cubría mi fealdad, para arrojarla al mundo, y que éste viera la realidad de mi alma, que no era otra que la de un payaso al servicio del capricho del destino, sin más finalidad que la risa, o el olvido. Se me vino a la cabeza la célebre aria “Vesti la Giubba”, ponte el disfraz en español, de la ópera Paglicci, Payasos, de Ruggero Leoncavallo, traicionado, al servicio de la gente que paga, transformando en bromas la congoja y el llanto, y recordé que al principio de este asunto, me lo tomé como un juego de esposa celosa, un fondo de dinero que posiblemente no fuera más allá de un divorcio pactado, y cada cual a lo suyo, y teniendo en cuenta el ambiente operístico de por medio, quise seguir el hilo poniendo nombres a los dos napolitanos, buscando su parecido con célebres figuras del género de música teatral, el célebre Pavarotti, y el famoso Enrico Caruso, pero todo apuntaba a que en este tema, bromas, las justas. Debía descartar opciones, y la primera que tenía a mano, era la del chófer. 




En la entrada al Square Boucicaut que queda un poco más delante de la Rue de Babylone, donde teníamos aparcado el coche, había un baño público, que esperaba que no estuviera cerrado, justo enfrente de la fachada lateral de Le Bon Marché, porque el plan era salir con la escusa de hacer aguas menores, e ir a la policía, y darles conocimiento del asunto y de mis sospechas…era lo mejor que se me había ocurrido, y no me fiaba nada del chófer francés, ya que cada vez que salía para controlar un poco el acceso principal del Hôtel Lutetia, silencioso, salía detrás de mí, supongo que recibiría ordenes de Madame Echevarría, lo pude comprobar durante un par de veces, e incluso se me ocurrió ir en dirección al Hôtel, ya que un poco antes, casi en la misma fachada de la entrada principal, había una parada de taxis, y podría meterme en uno de ellos, y pedir auxilio y que me llevara a la policía, pero me temía que el tipo fuera armado, y me descerrajara un tiro en el intento, con lo cual, opté por ir directamente a la cuestión, y jugar con las cartas boca arriba, como así fue.

 Le hice saber mediante un chapurreo en mi mal francés de colegio, la necesidad fisiológica de orinar, a lo que sin mirarme, me dijo que les toilettes est fermé à ce moment, o algo parecido, pero que comprendía enseguida. Salió del vehículo, y justo a la izquierda, un poco más adelante de donde estábamos aparcados, había un parking de motos, y aprovechando la oscuridad y la hora salió y se arrimó al muro con barrotes de hierro del parque, y allí hizo sus necesidades el francés, regresando de nuevo y haciéndome indicación de que le siguiera el ejemplo...me fijé que el muro y la verja no eran demasiado altos, y que había una moto apoyada contra el propio muro, con lo cual, si andaba listo, podría subir encima de ésta, y saltar el muro con facilidad, e intentar encontrar escondite dentro del parque, y una vez libre de su incomoda compañía, pensar en la mejor solución...así o hice, salí, me giré una última vez con una mirada y sonrisa de circunstancias haciendo ademán de bajar mi bragueta, y con una media carrera rápida, me encaramé encima del asiento de la moto, y salté la verja del muro del parque, corriendo lo más deprisa que pude hacia una zona de arbustos tras la cual, me tiré en el suelo, y me escondí en la zona más oscura que pude encontrar...escuché a lo lejos al francés, seguramente con algún improperio que no entendí, y a la luz de una de las farolas cercanas al muro, lo vi parado, intentando adivinar hacia dónde me habría podido dirigir. 


Quieto como un muerto, tumbado de medio lado, intenté recuperar el resuello de la carrera en el mayor de los silencios, buscando con la mirada en la oscuridad, y aguzando el oído para intentar adivinar los movimientos del gabacho, que al parecer, se había desconcertado lo suficiente como para mantener de momento mi seguridad, pero el parque no parecía demasiado grande, y esperaba que el francés imaginara que me hubiera dirigido al otro extremo, y saltar de nuevo la valla para salir del parque y escapar, que posiblemente hubiera sido lo más lógico…de pronto, escuché su voz a la izquierda de donde me encontraba, avivé lo que pude el oído, e intenté levantar con mucho cuidado un poco la postura para ver si lo podía localizar, y efectivamente se encontraba a unos veinte metros caminando en mi dirección, y hablando con alguien, quise suponer que con la Señora de Echevarría, ya que aunque no estaba seguro, por dos veces le escuché claramente un Oui Madame. Llegó a mi altura, y vi que mis temores se habían vuelto realidad, el francés llevaba algo en la mano, que aunque no pude ver bien entre los arbustos y la oscuridad, me pareció que no era ningún buen regalo. Se mantuvo de nuevo quieto, como al acecho, estático y atento como un sabueso de presa, mientras en mi subconsciente sonaba trágicamente la voz de María Callas interpretando el aria de Violetta, “Addio del passato”, de la ópera de Giuseppe Verdi La Tarviata, viniéndome a la memoria, no sabía si como buen o mal presagio, mi visita al cementerio de Montmartre, a la tumba de Marie Duplessis, la auténtica Dama de las camelias.





El chófer o lo que Dios quiera que fuese, se puso de nuevo en movimiento, pasó un poco de largo a unos cuatro o cinco metros de mi posición, y conteniendo la respiración, e intentando acomodar mi postura, la bendita suerte que hasta ahora me había negado el destino, me daba ahora la cara con la casualidad del descuido de algún cuidador del parque, que había dejado una herramienta, lo que pude palpar como una especie de pala pequeña de jardinería, poco peso, fácil de manejar, y muy apreciada en el trabajo de repartir la gravilla en zonas reducidas de jardín, pero no tanto como la apreciaba yo en aquel momento, y bendecía el olvido del jardinero, o quizás, intercesión ante el mismo Dios de Alphonsine Duplessis, agradecida por el pequeño ramo de camelias que le había ofrecido dos días antes. 

Sonó de repente el teléfono, y me dio un vuelto terrible el corazón, no era mi móvil, si no de nuevo el del chófer francés, el cual se detuvo, y contestó…fue el momento en que tomé la segunda decisión a vida o muerte de la noche en aquel bendito parque del Square Boicicaut, estaba seguro que el espíritu de Alphonsine me acompañaba, no podía ser obra de la casualidad, y con el mayor de los sigilos, me aproximé hasta el individuo y efectivamente en la mano derecha, llevaba una pistola. Pala en mano, le di con el canto de la misma en la muñeca y acto seguido sin pestañear un solo instante, le metí un palazo directo a la cara con todas las fuerzas que pude. La pistola desde luego la soltó y un reguero de sangre brotaba de su mano, su teléfono salió disparado hacia atrás, y el francés cayó como un saco de patatas de espaldas, todavía consciente y agarrándose la cara con una de las manos, a la otra le faltaban al menos tres dedos del golpe con el filo de la pala, me miró exclamando con dolor:

-Merde. Va te faire foutre!

Cogí la pistola que se había desplazado con el golpe tres o cuatro metros, y todavía tenía engatillado uno de los dedos del infortunado chófer, el cual se había medio incorporado sentado en el suelo, espantado al ver la tragedia, con la mano debajo del brazo haciendo presión, y mirando por el suelo con la cara ensangrentada también del palazo, no sabía si buscando los dedos que le faltaban, o la pistola que yo llevaba ahora en la mano, y la cual le mostré apuntando directamente a su cara…

-No se si me entiendes, francés, pero si no me entiendes, será peor para ti…así que sólo te lo voy a preguntar una vez, lo segundo que voy a hacer, si no me respondes, es pegarte un tiro en la cara aquí mismo, donde a estas horas nadie nos va a venir a reclamar nada en este sitio…¿entiendes lo que te estoy diciendo?.

Sorprendentemente una de dos, o el chófer había aprendido español a consecuencia de las circunstancias, o ya sabía algo del idioma y me comprendió a la perfección, porque al escuchar que había quitado el seguro del arma y notar el tacto frío del cañón en su frente, asintió que si, y en un español con acento mal pronunciado, seguramente por la falta de algún diente también,perdido por el golpe, puesto que tanto los labios de la boca como la nariz eran algo más que un drama, me dijo que él era un mandado, un tueur à gages, algo así como una especie de sicario.

-¿sabes rezar?...

Le pregunté, y me miró con una cara de espanto que más pareciera estar viendo al mismo demonio…

-Oui…si, si Monsieur, S'il vous plait, por favor, señor, yo no quería matar yo…

- Silencio, habla sólo lo que te pregunte, clarito, y en español…te lo repito, ¿sabes rezar?...

-Si, Señor, algo.

-Pues reza a Nuestra Señora de Lourdes, porque si no me respondes como espero que lo hagas, esta noche vas a tener la última oportunidad de hablar con ella…te voy hacer sólo unas preguntas muy sencillas, y dependiendo de tus respuestas, que yo ya conozco y quiero asegurar, una advertencia final, muy seria, o un pasaporte para la eternidad a tu nombre…dame con mucho cuidado y sin parpadear, la documentación tuya, antes de nada.

Me dio la cartera, y la guardé en el bolsillo lateral de la americana. Me armé de valor, puesto que viendo la situación tal y como estaba, y lo que podría esperarme habida cuenta de lo que hasta ahora estaba barruntando, poco tenía ya que perder, y posiblemente mucho que ganar, así que con toda seguridad, mi mirada fija, clara y directa, aparte de la firmeza del cañón de la pistola apoyada en la frente del desgraciado, fuera suficiente argumento para el propio, como para contestar lo que le preguntara, y así lo hice…

- Primera pregunta…¿quién te ha contratado y cuál es el, plan?, dos cuestiones en una, responde, porque yo ya conozco la respuesta, por eso me he escapado, y si no aciertas, no vas a tener la oportunidad de responder a la segunda pregunta, te lo juro, así que hazlo claro, y pronto, y procura que no sospeche ni por un instante que intentas engañarme…¡ya!.

-Dos, dos señores, dos primos de Nápoles, dos primos de un primo mío, napolitanos, yo soy de Marsella, y sus nombres son un tal Guiseppe Montalbano, y Laureano Provenzano, vienen hoy a París, y el plan es asesinar a un comerciante español y a su amante y hacerlo de tal manera, que cargue usted, señor, Monsieur, señor…con la culpa, no sé yo como, le juro que no lo sé, Je ne sais pas, monsieur, je ne sais pas, s'il vous plaît…

La camorra napolitana, o algo parecido, y la mafia de Marsella o dos cuadrillas de baja estofa vinculadas de alguna manera con la delincuencia, no sabía bien, y no pensaba que la Señora esta, la tal esposa de Echevarría, se fuera a meter en un berenjenal de tal magnitud…no la conocía, pero si podría sospechar de la malicia de una mujer despechada, con mucho, mucho dinero de por medio, y una buena dosis de avaricia y veneno suficiente en las entrañas, y haberlo madurado todo durante un largo tiempo…estaba empezando a sudar desesperación, y el chófer, a sacar unos lagrimones no ya solo de dolor, que seguro que lo tenía, si no también de miedo, porque mi mano empezaba a temblar un poco de nerviosismo, con lo que fui directo a la segunda fase de las preguntas…

- No tengo mucho tiempo, estás jodido, estás herido, necesitas un médico, y yo tengo ahora mismo tu pasaporte a la vida, o a la muerte, pero tú elijes tu camino, ¿ Seguro que lo entiendes bien?...

-Oui Oui Monsieur, si Señor por favor Señor, si lo entiendo bien, por favor Monsieur yo no, matar no, Señor yo…

-¡Calla!...te he dicho que respondas a lo que te pregunte. ¿Perteneces a la mafia marsellesa, y aquellos dos que me has nombrado, a la mafia napolitana?, y la penúltima, ¿quién os paga a todos?...te advierto que conozco la respuesta,  a mi me ha contratado la misma persona que a ti, si no me respondes con claridad, estás listo.

Acto seguido, nada más terminar la última palabra, con toda la frialdad que me fue posible en aquel momento, y conocedor de las armas por mi oficio, y mi afición al tiro, y en mi mano, una  Beretta semiautomática 9000S, diez cartuchos de 9 milímetros, de seguro con una sorpresa en la recámara, la amartillé, y se puso a llorar…

-Señor, no, no mafias, yo solo trabajos más de atracar y asustar pero no de mafias, mafias es peligroso, los napolitanos sí, pero yo no, nunca, no Monsieur, ni mi primo tampoco Señor, solo algo de drogas y otras cosas, no mafias Monsieur, y no sé quién paga a nadie, solo conozco a esos dos napolitanos y a mi primo Michel Arnaud, yo soy Silvain Arnaud, 3000 euros, napolitanos, mi primo, señor no sé Monsieur…

En fin, no le creí, y le dije que se pusiera boca abajo, para asegurarme de que no iba a reaccionar víctima del pánico, lo calmé diciéndole que iba a mirar su documentación, y pude ver en su cartera que era cierto su nombre, además de dos fotografías de tamaño carnet de dos chicos pequeños…

-¿tienes hijos?...

-Oui Monsieur, si, dos…

-¿Quieres volver a verlos mañana otra vez?...

-Si Monsieur, por favor, mis hijos, yo…

-Te he dicho que contestes solo a lo que te pregunte, y te voy a hacer la última pregunta y de tu respuesta depende si te haré la advertencia…¿entiendes?

-Oui Monsieur…si.

- Si cojo ahora tu teléfono, ¿voy a encontrar el número de una Señora española, aparte del contacto de tus primos napolitanos?

-No, no Monsieur, no Señor, solo el número de Michel, primo Michel, y el de Guiseppe Montalvano, Mosieur, no señora de España, España mi madre, María Espalter, de Barcelona Monsieur no otra señora de España Monsieur, Señor…mis hijos, yo…

-Vale, calla, te vas a ir a un hospital, y vas a decir que has tenido un accidente, que te ha atropellado una moto, y se ha dado a la fuga…has perdido la cartera en el golpe, la cartera, con tu dirección, y la foto de tus hijos, me la voy a quedar yo, para dársela a un amigo que me enseñó muy bien como manejar esta bonita Beretta italiana de 700 euros, y algunas algo más caras, y con pocos respetos…si vuelvo a tener noticias de ti, de tu primo, o sospecho, tal siquiera desconfío o recelo lo más mínimo, tal vez hoy no, ni mañana, ni dentro de un mes, pero puedes estar absolutamente tan seguro de que un día vas a morir, de que tus hijos, recibirán una visita muy especial…¿has entendido bien?. 

El chófer o sicario o lo que fuera, casi  me dio hasta pena, gemía de angustia y dolor, de sufrimiento inesperado, fraseaba en francés, no entendía casi nada de lo que gemía, pero al mismo tiempo pensaba que el tipo, venía ya con una bala de 9 milímetros alojada ya en la recámara, y supuse que con las instrucciones bien claras, y por supuesto, la cantidad de su penitencia rebasaba seguramente los 3000 euros que me había dicho. Posiblemente no fuera un mafioso, un tipo de esta calaña no llevaba fotos su familia en la cartera, ni tampoco demasiada documentación, fuera aparte de un puñado de billetes para gastos, y poco más, ni un móvil personal, del cual deduje que era cierto lo que me había contado…Asintió entre sollozos a todo lo que le dije, y lo dejé allí tirado, sin el teléfono móvil, ni su documentación, ni la Beretta, y me escondí para observar su reacción…pasados un par de minutos, se levantó, rebuscó gimiendo en el suelo, posiblemente lo que pudiera encontrar de sus dedos y sin mirar a ningún lado, se marchó de allí, en dirección al coche aparcado, y desapareció, seguramente al hospital.

No quería que ninguna ronda policial nocturna en busca de drogadictos u otros menesteres del mundo clandestino me pillara por allí, no vi cámaras de vigilancia en el entorno, aunque si las había en las proximidades de una especie de mercado cercano al parque, Le Bon Marché, y en la entrada al metro casi en la misma puerta de los baños públicos y acceso al metro, eran ya casi las cinco de la madrugada, y mi mejor opción era de momento esperar, e intentar contactar con Echevarría, y contarle la verdad de lo que estaba ocurriendo, pero de repente se me ocurrió un plan mejor, aunque podría tener sus riesgos…por de pronto, la urgencia era salir del recinto del parque, y lo lejos vi una especie de linterna enfocando por el camino, lo que deduje que sería alguna ronda de vigilancia privada nocturna, y me dispuse a salir por la valla lateral que daba a la Rue Babylone, por donde había entrado, puesto que era muy arriesgado hacerlo por el lado opuesto en la Rue de Sèvres, cercana al acceso al Hotel, donde estaba también el Banque de France, y seguramente con cámaras de seguridad alrededor, sobre todo, después de las amenazas terroristas del mundo islámico radical…la Rue Babylone era de única dirección, muy estrecha, oscura, y la mejor opción. 

Di unas cuantas vueltas por las calles adyacentes para no levantar sospechas. La temperatura era fresca, pero soportable en Paris en aquel mes de junio, y las calles ya hacía rato que habían empezado a despertar, las ocho de la mañana en un domingo parisino hubiera sido una excelente hora para pasear, desde luego, pero no eran muy favorables las circunstancias, y tampoco me fiaba mucho de que el sicario o lo que fuera, no se hubiera ido de la lengua, y ahora me estuvieran vigilando o directamente apareciera la policía en cualquier momento a detenerme…posiblemente fuera lo mejor, pero mi vida corría peligro, y la de Echevarría y su acompañante más, y desde luego, era un entramado complicado de explicar en un país extranjero, así que mi opción era intentar contactar con Echevarría, y explicarle lo sucedido y la situación, antes de que aparecieran los napolitanos, y poder tomar medidas. En estas cavilaciones estaba, cuando en el transcurso de mi ronda, casi llegando a la parada de taxis del Hôtel Lutetia, salía una figura muy conocida e inesperada, que me dejó total y absolutamente perplejo, congelado, turbado por la aparición de un espectro del pasado, alguien a quien no había conseguido olvidar, y perduraba en mi recuerdo como salida de un ensueño, o quizás fuera de una esperanza, un recuerdo añorado, o una broma de la casualidad, que me obligaba a detener mi asombro en una elegante chaqueta vaquera abierta, falda lápiz azulada, blusa blanca que lucía adosada una camelia, y una media melena pelirroja, con la mirada cubierta por unas bonitas gafas de sol, y una maleta pequeña de fin de semana a juego con un pequeño bolso de mujer de color azul...La espontánea sorpresa turbó mi sentido común, a la vez que un impulso del subconsciente me traicionó de forma inesperada y clandestina…

-¿Selene?...¿eres tú?.

Se quedó paralizada a la puerta del taxi, absorta, indecisa, atónita, con la boca abierta, se quitó las gafas de sol para ver mejor, dejó la maleta en el suelo, acercándose hacia mí despacio, y alzando la mano como para tocarme y cerciorarse de que era real…

-¿Alberto?...Dios mío, no es posible, no puede ser, has cambiado, has perdido pelo, y peso, y…

-No hablemos más de mis pérdidas, porque si no me voy a quedar en números rojos, no llevo una vida fácil, y aunque el pasivo me apremia, mi activo personal, a pesar de que mi atractivo haya perdido enteros, cuenta con un fondo propio y un patrimonio neto, de momento, todavía en positivo, la única financiación que gratifique mi ánimo, la tengo ahora mismo delante de mí, con lo que me doy por satisfecho, y si hacemos balance entre tu presencia y la mía, desde luego, sales ganando por goleada…Estás guapísima, radiante, fantástica, soberbia, maravillosa, y no sé cuántos adjetivos ponerte más, porque todavía no se han descubierto los que de verdad te hacen justicia. ¿Qué haces aquí?, ¿has venido con Nohelia y su padre a la consulta del urólogo ese chileno tan famoso, con el que trabajabas? ¿Cómo estás?, bueno, ¿cómo estáis todos?...Cuánto tiempo, me he acordado mucho últimamente de aquellos días, sobre todo en la Ópera de ayer, la nueva versión de La Traviata…Llevas una camelia en la blusa.

Me hizo un ademán de callar, demasiadas preguntas, para unas inesperadas respuestas…dijo que había venido sola, y que también había estado en la función de La Traviata, no me lo podía creer, y que precisamente iba a coger un taxi para volver a su casa, por lo visto, vivía ahora en Paris. Le propuse ir a desayunar, y hablar, estaba absolutamente cegado por la sorpresa, tanto, que me olvidé por completo de Joaquín Echevarría y su historia, de los napolitanos, y de todo aquello que hasta hace apenas un par o tres de horas, me atosigaba y me agobiaba de tal forma que había perdido la esperanza en volver a levantar de nuevo la ilusión en salir bien de todo este embrollo. Le propuse ir allí cerca, para no salir demasiado del entorno, e intentar volver para encontrar a Echevarría, pero ya casi me daba igual, ahora mi prioridad era Selene, lo demás, había dejado de existir.
Era como si ella se hubiera convertido en esa balsa de salvación en medio de la terrible tormenta que se me había presentado, y amenazaba seriamente con hundir el navío de mi vida, que ya hacía tiempo que había empezado a hacer agua.


 La simple remembranza de nuestras charlas nocturnas sobre literatura, sobre la música, la ópera y sus pormenores, las arias más bonitas, los temas de sus libretos, las tragedias, y esos deberes que me demandaba divertida para una próxima vez…Selene. Cogimos un taxi, más que nada, por no llevar arrastrando la pequeña maleta, puesto que mi propuesta era tomar un buen desayuno, y afrontar lo que me esperaba con fuerza suficiente, y allí cerca, en la misma Rue de Babylone con el cruce con la Rue du Bac, estaba una cafetería restaurante, Les Mouettes, donde nos acomodamos para tomar algo con sustento y poder hablar.


Le conté todo, absolutamente todo lo que me había acontecido, y el estado de mi situación la alarmó, pero además de por mi seguridad personal, resulta que mi sorpresa y mi desconcierto fueron todavía mayores si es que pudieran serlo más…Ella era la mujer con la que el señor Echevarría había tenido la aventura. Selene, me contó que don Luis, había fallecido de un cáncer de próstata, poco tiempo después de haberme ido yo, y la convivencia con Nohelia, se hizo insoportable, tanto es así, que como no tenía medios para subsistir, al haber una separación de bienes al contraer matrimonio en segundas nupcias, no le quedó más remedio que volver a Paris, a subsistir de la mejor forma que podía, hasta que pudo regresar de nuevo a su antiguo oficio de enfermera asistente del doctor Carlos Lobo, el urólogo de don Luis, y que ahora lo era de Joaquín Echevarría, y este último le había propuesto irse con él, pues tenía pensado divorciarse de su mujer. Así pues, estaba el estado de las cosas. Todavía me llevaba en su recuerdo Selene, y por ello, lo mantenía vivo en su memoria, con una camelia adosada en su ropa, y con ese recuerdo, el de tantas tardes y veladas nocturnas con las que pasábamos horas debatiendo sobre Mozart o Beethoven, Verdi o Wagner, Chopin, sobre todo Chopin, o Verdi, Dickens o Poe, Alejandro Dumas padre o hijo, La traviata, Madame Butterfly, Madame Bovarry, La Dama de las Camelias, Guerra y Paz y un largo etcétera que nos hacían pasar veladas inolvidables, donde casi sin querer, se iba fraguando algo que poco a poco, nos hacía sentir culpables, e inocentes conducidos por un camino paralelo de nuestra vida en el que la vuelta atrás, ya resultaba imposible.





Era algo más que un simple sentimiento pasajero, una mera atracción, una fuerza superior a una válvula de escape ante una situación del alma oprimida o prisionera de en su propia particularidad, era una irresistible atracción no ya física, si no espiritual, que resulta más fuerte todavía, un alma gemela en la distancia insalvable del decoro, eso era Selene, y de ello, sin querer iba huyendo, y me atormentaba muchos días por el pecado de la traición, del amor prohibido, ella era Maria Callas en mi Traviata, mi Violetta velada, la Margarita Gautier de la Dama de las Camelias, Dina en El Elixir de Amor de Gaetano Donizetti, era Nedda, la esposa de Canio en la Ópera Pagliacci de Ruggero Leoncavallo, eso y mucho más era Selene. El día que fui a llevarle un ramo de camelias al cementerio de Montmartre a Marie Duplessis, pensé en Selene, con la angustia de haberla perdido, me di cuenta la noche del estreno de la nueva Traviata imaginándome como el fantasma de mi propia Ópera en aquel palco maldito de la Ópera Garnier, y me daba cuenta hoy, pero ya era tarde otra vez. 


Selene propuso lo que me temía, que era ir y contárselo todo a Joaquín Echevarría, y llevarle las grabaciones, y era lo que yo esperaba también, así que hizo una llamada, y nos pusimos en camino hacia Basilique du Sacre-Coeur de Montmartre. Cogimos un taxi hasta la boca de metro de Anvers, y de allí, coger el funicular para salvar los casi doscientos empinados escalones , y esperamos en un lugar previsto, en silencio, absortos en nuestros propios pensamientos, hasta la llegada de Echevarría. La cita en aquel maravilloso lugar, había sido idea del empresario vasco, por motivos de seguridad, después de lo que le había medio contado Selenne por teléfono, no se fiaba demasiado del posible sicario francés, ni de los napolitanos, no fuera a ser, según me contó Selene, que hubiera alguien más de por medio, y aquel lugar, parece ser que ofrecía la suficiente garantía. Echevarría llegó al cuarto de hora, y eran aproximadamente las 10:30 horas, el avión desde Barcelona, salía a las 11:50 horas, le volví a contar con más detalles, todo lo que había ocurrido, y le entregué la grabación de la cámara, y me dijo que, aunque en un principio le repugnaba mi trabajo, entendía que había actuado correctamente y con la mejor de las intenciones, ya que desde luego, hubiera sido más fácil quitarse de en medio a lo mejor, así que me juró solemnemente que este asunto, lo iba a solucionar antes de que el avión de Iberia saliera en dirección a Paris…Se apartó unos metros, y estuvo hablando alrededor de una media hora por teléfono, y regresó a nuestro encuentro. 


Me pidió que me deshiciera de la pistola del francés, y que le entregara la documentación del mismo, que ya él sabría lo que hacer, sin que resultaran más problemas y complicaciones, que los napolitanos no cogerían en absoluto el vuelo a Paris, lo harían con destino a Roma, y con la mayor brevedad posible, sin levantar demasiado ruido, por la cuenta que les traía, puesto que tenía los contactos suficientes en cierta organización de su tierra que ya habrían contactado con ellos en aquellos momentos, ya había hablado con Nekane Madariaga, que así se llamaba su mujer, y le había, por lo visto, dejado bien claro algunos términos de su particular solución a los problemas. Joaquín Echevarría, desde luego, me dio la impresión de ser un hombre absolutamente convincente en sus argumentos, sin demasiado esfuerzo, acostumbrado al devenir de las circunstancias cuando éstas, venían con cara de pocos amigos. Mirada fija, seria, más que seria, grave, resolutiva, ni un solo gesto de manos al hablar, más que apuntando con el dedo índice de su mano derecha directamente a su interlocutor, en este caso yo, y una voz pausada y grave, que hasta el mismo demonio se habría pensado dos veces el intentar embaucarlo. 





No hubo nada más, le di la documentación del francés, y me despedí de Selene, y del señor Echevarría, al cual esperaba no volver a verlo jamás, a Selene, pues eso, un frío hasta siempre, ya suponía que algo le habría contado al que ahora, era su protector…como dicen en Francia, C´est la vie. Cogí un taxi, y me propuse dar una última vuelta por las inmediaciones del Sena, donde mes deshice por un lado del cargador de la Beretta, y luego hice lo propio con el arma, pero todavía conservaba el teléfono del chófer, busqué en su lista de contactos y en sus llamadas, hasta localizar el número del tal Guiseppe Montalvano, y pude comprobar que coincidía con el que me había dado la señora de Echavarría, Nekane Madariaga, y le llamé…su contestación fue escueta, y clarificadora, la questione è risolta, non parleremo di nuovo, ¿capito?, y colgó…desde luego, Joaquín Echevarría tenía un excelente poder de convicción, pero todavía no lo tenía todo demasiado claro, así que me deshice del teléfono del francés, del que ya no quería saber nada más, y le llamé a Madame Echevarría…su respuesta fría, y con pocos argumentos más que al día siguiente, me haría llegar la trasferencia con la parte restante de mis honorarios, puesto que de los gastos ya me había abonado en metálico una buena cantidad, y casi sin dejarla hablar más, le dije que se ahorrara la molestia, que se guardara su dinero, y que se olvidara de mí, porque en caso de que en un futuro me ocurriera algún accidente, ya me había encargado yo de dejar claras unas instrucciones de cuyos resultados, no la iba a librar ningún sicario por muy marsellés o napolitano que fuera. Allí, acabó mi historia con aquel asunto, de lo cual di mil gracias a Dios. Desde luego, la noche en la Ópera me había salido cara, eso pensé en aquel momento, pero la vida, sí que es cierto que te da sorpresas.





A las 9:10 horas del martes, salía mi vuelo con Air France desde Paris, con destino a Barcelona, todavía podría disfrutar de lo que quedaba de domingo, no tenía sueño, posiblemente fruto de los nervios, y mi intención era buscar algún lugar tranquilo donde escuchar si se podía algo de música, comer, y encontrar la paz que tanto me había ganado, además de poner en orden mi cabeza…no habían transcurrido ni quince minutos, y sonó el teléfono con la llamada de Paco, el amigo de mi primo…al parecer, Juan Luis había tenido un desencuentro con una prostituta, y estaba en un hospital de Gerona, donde había aparecido y había sido intervenido con la amputación genital de un testículo debido a una mala patada de la fulana en cuestión, maldije la hora en la que su madre lo echó al mundo, y lamenté que no le hubieran amputado los dos en un principio, pero enseguida me repuse, y me alegré de que mis sospechas no estuvieran fundadas. 

Recordé a Chopin, y la pasión con la que vivió el amor en su vida, también él sufrió el desprecio de la primera mujer que amó, María Wodzinca, y también abandonó la esperanza, y también después conoció a una liberada novelista, apasionada por la música y por la literatura, George Sand  cuyo verdadero nombre era Amandine Aurore Lucile Dupin...Chopin soñaba en su música con un amor que la vida le negó, y ciertamente el amor, es como un ideal que nunca se nos da hecho, que es preciso trabajarlo todos los días en cada esquina de la vida, y a veces ocurre que cuando nos damos cuenta, nuestra cabeza se ha llenado de canas, o vaciado de pelo, y no hay más espacio que a la propia resignación de habernos equivocado para siempre…Me informé de qué hacer aquella mañana en París, para no esconderme en la penumbra de la melancolía de una habitación de hotel, y decidí ir al Parc de Bagatelle, más concretamente Jardin botanique, en cuyo invernadero se representaba el Festival Chopin, en un entorno a medida en este bucólico marco, y cuyo evento rendía homenaje al compositor polaco a través de múltiples conciertos y conferencias que reunían a los principales especialistas en la obra del pianista romántico. 


Era una especial oportunidad de puertas abiertas para descubrir de nuevo a Chopin, si no para poner mi alma en paz, y decidir si empezar de nuevo, o quizás, acabar con todo de una vez…a lo mejor no debía haber tirado el arma del francés al Sena, pensé, y hubiera sido darle un clamoroso homenaje al destino socavando en mi cabeza el percutido fuego de una de esas diez balas del calibre 9…Pero me acordé de aquel preludio número 15 de Frédéric Chopin, conocido por “La Gota de lluvia” con su repetitiva nota en acorde de La bemol, como una gota de lluvia en la soledad más absoluta, cuya melodía encantaba al propio Nietzche. Esa misma soledad que gritaba en el silencio bajo los acordes vivos en su Fantasía Impromptu, como no dejarse morir escuchando su sonata número 2 para piano en si bemol menor al sonido de su marcha fúnebre en su tercer movimiento con un sonido trágico y el consuelo de una melodía pura por su simplicidad que acaba con la más dramática de las inspiraciones del alma en un arrollador empuje de su formidable genio, o quizás, con la mejor melodía que se ha escuchado jamás, capaz de sacar un lágrima de misericordia allá donde el odio campa a sus anchas en la más absoluta crueldad, nuestra preferida, la incomparable melodía de su Nocturno número 9…


Chopin, tantas noches Chopin, tantas tardes en su recuerdo, tantos momentos despedazado en sus acordes, roto en la inmensidad de sus preludios moderados al amanecer de la luna, en una fría noche de invierno, donde soñaba bailar el vals del minuto en re bemol Mayor, en una época que no era la mía, en la que alguien me había colocado allí por error del destino, un mundo que apestaba, y una sociedad sucia de pensamiento, palabra y obra, porque la omisión, se la dejaba en los silencios a humanidad. Hice una visita aquella misma mañana de domingo, al otro cementerio parisino más emblemático, el Pere Lachaise donde descansaban sus restos, dejando un pequeño ramo de flores en su tumba, coronada por Euterpe, la musa de la música que llora sin consuelo la pérdida del más profundo de los romanticismos en la conmovedora pasión y la emoción de la poesía, hecha sonido en su nocturno de Opus póstumo número 7 en do sostenido menor, cuya evocación que escuchaba a través de los auriculares de mi teléfono móvil, acabaría por convencerme de que la vida, merecía una nueva oportunidad. 




Sonaba una pieza épicamente inmortal, la balada en sol menor, que rememoraba aquella escena de El Pianista, la película de Roman Polanski en la que el músico placo judío Wladislaw Szpilman, la interpreta ante los oídos de Wilm Hosenfeld, aquel oficial alemán de la Wehrmacht , que salvó a tantos judíos polacos en la segunda guerra mundial, cuando una caricia en mi hombro izquierdo, me despertó del éxtasis, y un gesto de silencio con su dedo índice en mis labios, me dejó aparte de turbado y mudo, casi sin respiración…Era Selene. Acabado el repertorio, busqué con la mirada la figura de Echevarría, pero Selene me advirtió de que don Joaquín no se encontraba allí, que en esos momentos, se dirigía hacia España, más concretamente a Bilbao, en un coche particular con su chófer, con la intención de terminar de arreglar el asunto que ya conocía, y que me había traído hasta París. 


Selene, me invitó a que la acompañara aquella noche a cenar, y supo escoger el sitio perfecto, a la luz de una luna de Paris, con la música de fondo de las mejores composiciones musicales de todos los clásicos, y en un momento dado, le solicitó el favor al Metre, al que por cierto debía de conocer muy bien, para una petición muy particular…Mientras sonaba Puccini, y su Madame Butterfly , esa preciosa y particular aria de un bel di vedremo, Selene me contó la realidad de su historia, bueno, la otra realidad, y era que se moría…la voz de Madame Butterfly sonaba como jamás la tragedia esperada en un acto final había sonado, Selene tenía un tumor cerebral que la condenaba desde dentro, no había posibilidad de salvación, y Echevarría, según me dijo, le había dado la oportunidad de varios tratamientos privados, pero su oportunidad se cerraba, tal y como se cerraban las alas de Madame Butterfly, y ya lo último que podía hacer por ella, lo había hecho en un acto final, quizás de heroísmo, quizás de misericordia tal vez, como un último deseo de una condena, y me pedía a mi una última oportunidad, de encontrar una última luz en un mundo de tinieblas, con la música de fondo de un réquiem en re menor de Mozart.


Viví en París, los últimas días con Selene, que apenas fueron algo más de seis meses, sufragados por la magnificencia de don Joaquín Echevarría, un hombre cuya esplendida personalidad, nos daba la póstuma oportunidad de escuchar de nuevo la Ópera de nuestra vida, un drama inspirado en el amor reencontrado y la muerte, un espectáculo final con la mayor efusión de los sentimientos en la remembranza de nuestros escritores favoritos, y la música de fondo no de un Réquiem de Mozart, si no con todo el repertorio de la cálida mano de Chopin. Mi Traviata, Selene, se apagó en la Noche Buena de un diciembre cualquiera, y me dejó el sabor amargo y dulce de la pasión vivida hasta sus últimas consecuencias, no con la triste melancolía de una tragedia, si no con la dulce voz de una aria en solitario, dando gracias a Dios por la oportunidad, de haber revivido una velada de ensueño en aquella ópera de la vida, en la que la literatura y la música, daban la oportunidad cautiva en la inmortal comedia del sentimiento más puro de la pasión.

Aingeru Daóiz Velarde.-




domingo, 17 de mayo de 2020

UNA ESTRELLA DETRÁS DE LA LUNA


UNA ESTRELLA DETRÁS DE LA LUNA


Había sucumbido a la necesidad. El hambre y el amor propio le habían desterrado a los suburbios de una gran ciudad, a la que había acudido en busca de la fortuna de lucir su voz y su encanto en los escenarios de sus sueños. Cantaba bien, y le habían prometido una carrera de fama y superación detrás de la voz de un auricular en una mala noche de otoño. Sólo su prima Sofía conocía el amargo sabor de su destino, y a la que le había hecho jurar por lo más sagrado de su vida y su muerte, no revelarlo jamás.


Con la mirada perdida en un lejano pensamiento, a través del humo de un cigarrillo da color a un suspiro del recuerdo, intentando rememorar lo que la ha traído hasta aquí, tras una noche dura de calle y poco calor de humanidad, más que el estrictamente necesario para mal ganar unos pocos cuartos.


Ya pronto regresaría como todos los días a su cubil, una habitación oscura, en un lúgubre piso de una calle con nombre de marino antiguo como la historia, que le había alquilado la Paca, una rancia compañera de oficio ya retirada a fuerza de años y pellejo, y que todas las mañanas le preparaba con cariño maternal un café con leche con su copita de anís, y sus dos tajadas de panceta ahumada y un huevo frito.



Pensaba en aquel novio gris de la pubertad, cuya única intención asomaba de vez en cuando por la descarada bragueta del pantalón ajustado, y se lo quitaba de encima de peor que mala manera, para regresar al siguiente día disfrazado de lágrimas y una barata flor arrancada seguramente del primer jardín del desencuentro.



Los tacones finos de aguja le habían jugado ya un par de malas pasadas, pero era la indumentaria perfecta para dar un aspecto de glamour , al que acompañaba el tatuaje de un pequeño corazón oscuro en el empeine del pie, mientras sus pensamientos se iban aclarando al frescor de la brisa de la mañana temprana, a la vez que le hacía una peineta con el dedo corazón a un transeúnte madrugador en busca de algo de comer en los contenedores de la basura, que le había soltado algún escarnio del color de la verdura.






Se acordaba del aroma de azahar y una mezcla sensible de jazmín del primer perfume que le regaló aquél segundo novio, Óscar, que la quiso de verdad, pero ya era tarde, y la vida se vestía en aquellos tiempos del color de los sueños inmortales que al final, nunca se terminan de hacer realidad, y pese a las promesas de amor eterno y un anillo barato, prefirió abrirse camino buscando otra oportunidad, que ya nunca llegó más allá que el pago de un puñado de billetes tras un alocado rato de 15 minutos en un camastro oscuro en el bajo de una mala pensión. La vida del campo en un miserable pueblo de la montaña nunca le había gustado, y había visto perderse a su padre detrás de la piel azulada de la silicosis en aquella tierra de su Asturias natal.


La sombra de maquillaje oscuro de su mirada había emborronado la multitud de colores de luz y esperanza que había puesto en el cuadro de la ilusión de su vida, y rota su alma insensible ya por el paso de las horas recorriendo las calles en la noche, se veía así misma inerme de volver a imaginar en la oscuridad de su corazón, la luz del amor que intentaba llegar un día sin buscarla, una luz tenue y cálida que se apagó en cualquier esquina de su vida sin que nada pudiera hacer para remediarlo hoy, puesto que ya el destino había puesto boca arriba sus cartas, y a ella le había tocado la mano mala esta vez.

En alguna ocasión, casi siempre después de servir su cuerpo al desahogo del mejor postor, había pensado en vestir su vida del tenebroso disfraz del suicidio, incapaz de juzgar a un mundo en el cual intentaba sobrevivir a precio de coste, huyendo del consuelo de su propio reflejo en blanco y negro, colgado en una burda y sucia habitación barata.




El espejo retrovisor de un coche aparcado, le sirvió de reflejo para retocar el maquillaje de su imagen de chica mala, a pesar de que los moratones del alma no los tapa el rímel, como tampoco hay costura que cosa las grietas del corazón, ni suficiente alcohol que ahogue los recuerdos de aquellos fantasmas que se empeñaban en aparecer siempre a la misma hora, y bajo la misma luz centelleante de un semáforo, o a veces, después del sabor de sangre en la boca cuando algún degenerado le daba por cruzarle la cara por no poder superar la impotencia de su propia precocidad, y así, sentirse más hombre, en un mundo donde el hombre, surge del barro de la apestosa procacidad.


Había emborronado su nombre, Paula, para cambiar la firma de su ficha de trabajo por el de Lilith, le parecía más embaucador, o a lo mejor, era un simple guiño a la dignidad de su persona, ya que era preferible que arrastrara por la suciedad de una alcoba de pago el nombre de la reina de la noche, la mujer del diablo, que aquel que con tanta ilusión le había puesto su madre al nacer.


Hacía ya cinco años que estuvo en su entierro, el de la madre buena, la madre amada, y todavía podía escuchar el sonido del féretro raspando el cemento lucido del nicho, donde dormiría su sueño eterno a salvo de la crueldad de la existencia, de la feroz realidad de la niña de sus ojos disfrazada de chica decente a la luz del día, tapando el fracaso de la meretriz de la noche, o del oficio de puta de turno. Daba gracias a Dios de que se hubiera ido, sin saberlo, si es que podía darle las gracias a Dios por algo.




Una cálida lágrima resbaló por su mejilla alumbrada por el destello que a esta hora de la amanecida, todavía asomaba en el cielo la luna, y sorprendida, se fijó que detrás de la misma, aparecía valiente e insensata, la luz de una estrella perezosa, o quizás, como ella misma, inconforme con su destino. Agachó la mirada sentada en la acera hacia el asfalto empapado por el rocío, y el poder de una sonrisa la desarmó del duro envoltorio de mujer fatal …un coche negro con las luces apagadas, paró a su altura, y maldijo la hora de encamar a su último cliente de la noche, puesto que ya le había dado la paz a su espíritu, y ahora buscaba el momento de pasar con un mal trago de whisky los remordimientos de la noche, a los que ya, había empezado a acostumbrarse.


Se puso como bien pudo de pie, y se bajó lo que la miniatura de vestido negro entallado le permitía bajar con algo de decoro, y se aproximó al vehículo para poner su precio de fin de jornada, al tiempo que bajaba la ventanilla automática del mismo, y una mirada de fantasma del pasado la hizo detenerse en seco, y llevarse las manos a la cara con un grito de espanto y dolor que le atravesó el corazón, o lo poco que quedaba vivo de él…


-Paula, he venido a buscarte, llevo dos años detrás de tu sombra, y por fin, una casualidad, me ha llevado hasta aquí, una rubia teñida que con muchos años de oficio, me ha dado la dirección de esta esquina maldita, y vengo a recordarte que todavía conservo el anillo que me devolviste un mal día, recargado de algún que otro kilate, y el dibujo magenta de un corazón acristalado engarzado a su promesa…vuelve conmigo, no vayamos al pueblo de nuestra niñez, perdámonos allá donde nadie nos conozca, si no te gusta el olor de azahar, te he traído uno de jazmín, que el recuerdo de aquellos años había pintado el zócalo de tu ventana, cuando todavía había luz en tus ojos. Déjame que pinte el brillo de aquella estrella que asoma indiscreta al lado de la luna dormida, esa es tu estrella, y que con mis manos seque el fuego de esas lágrimas que emborronan la expresión de tu sonrisa, pocas cosas hay en este mundo que me puedan apartar de tu recuerdo, y no he sido capaz de guardar en el cajón del olvido la última caricia del calor de tus manos, Paula, sube, y apartémonos de esta cloaca en la que un mal sueño nos ha hundido a los dos, a ti por mal subsistir en la desolación, y a mí por apagar el tiempo en tu ausencia con el dulce sabor de la bebida, no culpes a Sofía de un pecado del que no debe responder.


Un llanto roto y amargo salió de sus entrañas, y se dejó caer en la acera, a la vez que uno de esos traidores tacones baratos se quebraba con la misma sensación que se quebraba ahora el sustento de su espíritu, roto, vencido sin remisión, quebrado en la miseria de su apoyo, deslucido en la belleza de su sencillez, incapaz ya de sustentar el peso de de su aliento, y sobre todo, de apagar con aquel llanto el fuego de su conciencia.


Al otro lado de la calle, el acompasado sonido de unos botines se acercaban a la ya casi incipiente claridad de la mañana, y la silueta en el claro oscuro dejaban adivinar la llegada al lugar del encuentro de aquel que subiste del sacrificio del placer de la carne puesta a la venta en las noches de la gran ciudad, alarmado por el llanto de su mercancía.


-¿Qué pasa aquí, Lilith, hay algún problema que yo pueda solucionar?


La voz rasgada por el alcohol y el tabaco del chulapo hizo temblar la figura de Paula abrazada a la señal de tráfico anclada en la acera, a la vez que Oscar salía del vehículo con la mirada puesta en el amor de su vida.
-¿Qué problema tienes amigo, que le has dicho a mi usufructo que está tan desconsolada?...¿acaso no te ha servido bien o te ha parecido caro su trabajo?


Había vuelto a irrumpir la voz ronca, que encendía con parsimonia un nuevo puro con una cerilla, que alumbraba ahora un rostro siniestro atravesado de norte a sur con una cicatriz. Oscar apartó la mirada sobre Paula, para fijarla fría, solemne, directa y expresivamente hacia su interlocutor, que permanecía en la distancia de seguridad profesional adecuada.


-Yo, no soy tu amigo, ni tú tienes más usufructo que la porquería que llevas en tus tripas, tampoco puedes solucionar más problema que intentar salir por tu propio pie sin tropezar con tu mala sombra. Me la llevo de aquí, te guste o te disguste, y debes saber que ya no vas a vivir más de ella, ni la conoces, y más te hubiera valido no haberla conocido jamás, porque una sola palabra más, y te tragas entero ese habano que te acabas de encender.




Paula se había recompuesto, y se puso de pie a duras penas, manteniendo como pudo el difícil equilibrio, se quitó los zapatos, y se abrazó al cuello de Óscar como un náufrago se aferra al salvavidas en medio de un mar en tempestad, a la vez que se giraba de repente hacia la figura del chulo que con la boca abierta y los ojos fijos en la escena, no daba crédito a lo que venía a escuchar.


- Me voy con él, estoy asqueada de mi mala fortuna, la luz de aquella estrella, me ha alumbrado la vida, y si no es así, que me la quite, porque no estoy ya dispuesta a seguir vendiendo ni mi cuerpo, ni mi alma al mejor postor. Una última oportunidad se me ha presentado en este repugnante camino, que nunca debí tomar, y aquello que empezó como una promesa, termina hoy aquí con un juramento de no volver a recordar ni siquiera el nombre de esta maldita calle en la que perdí mi dignidad, y en la que he vuelto a encontrar la vergüenza, aunque sólo sea por última vez.


El sonido seco de dos disparos de un Mateba, había dejado en el suelo del asfalto un reguero de dos sangres mezcladas en la horrible cara de la tragedia, agarradas dos manos con la fuerza del amor, que ni la muerte cruel es capaz de secar el último suspiro de un nombre, ante el brillo de una estrella esforzada, en el ocaso de la luna, al albor del amanecer.





Aingeru Daóiz Velarde.-