martes, 23 de noviembre de 2021

LAS VACUNAS DEL RESPETO

LAS VACUNAS DEL RESPETO


Un poco ya cansado de este asunto, tengo que confesar que me vacuné, y lo hice con Pfizer, porque era la que me tocaba en suerte. Probablemente si me vuelve a surgir, lo haga otra vez, aunque si bien es cierto, también tengo que decir que no estoy en condiciones de conocer qué tiene esta vacuna, ni tampoco aquellas que me pusieron cuando era un chiquillo, ni después en el Servicio Militar, ni ya cuando he sido más mayor, y al no ser ni médico, ni científico, desconozco también todo ese tipo de tratamientos para la larga lista de esas terribles enfermedades que asolan las vidas, y las almas de tanta gente, ni los efectos secundarios que producen, como también desconozco, a pesar de que intente leer y comprender esos largos prospectos, los efectos secundarios y demás circunstancias de todo tipo de medicamentos que se suelen utilizar de forma habitual tanto para las dolencias más comunes, como las más graves, pero ahí están, y también tengo que confesar que cuando los he necesitado, los he utilizado, pues a pesar de los pesares, no soy mucho de hierbas y esos tratamientos milagrosos a base de medicinas naturales, o como quieran llamarse, la verdad sea dicha.






Como leí no hace mucho por ahí en un documento parecido, y sobre el cual me apoyo para dar mi explicación, también desconozco lo que contienen las tintas para esos tatuajes tan significativos que acostumbra a dibujarse la gente en la piel, desde un simple nombre, una frase, o una bonita imagen. No se tampoco, y casi hasta prefiero no saberlo, lo que realmente contienen las salchichas de Frankfurt, o las longanizas frescas, las exquisitas hamburguesas, las masas de las pizzas, la coca cola, la rica ginebra del Gin Tonic de algún sábado, el contenido de otros refrescos u otros licores y no tengo ninguna intención de volverme abstemio, ni conozco el tratamiento de la carne de los mataderos, la morcilla, la txistorra, la forma en que alimentan a esos animales para el consumo y el comercio, el pescado o el marisco con sus metales pesados, dicen y hablan de mercurio o incluso arsénico, ni siquiera si las verduras u otros alimentos del campo han sido tratados con sustancias transgénicas o no transgénicas, al igual que frutas sin hueso cuando deberían tenerlo, o uvas sin pepitas y un largo etcétera.


Tampoco tengo en cuenta la elaboración del vino en sus distintas variedades, ni si su conservación o almacenamiento lleva consigo algún tipo de manipulación que pudiera resultar preocupante, o si la curación del jamón y su manipulación lleva un proceso higiénico adecuado, ni conozco hasta qué punto puede resultar perjudicial por sus ingredientes el jabón o el champú, el desodorante de varios tipos, las cremas corporales o las colonias y perfumes, porque mi Invictus es intocable.

También desconozco, ya que estamos en ello, el efecto del uso a largo plazo de la telefonía móvil, del ordenador, de Internet, o de las propias redes sociales y sus consecuencias, o de los mismos males de la televisión. No se tampoco, y me resultaría muy difícil saber si en el restaurante donde casi siempre invito yo a comer o cenar, se ha cocinado con la higiene adecuada, y la calidad de los alimentos es la que debe ser, o si el cocinero o el ayudante se han lavado las manos después de orinar entre plato y plato, o si el agua embotellada tiene todos los requisitos de salubridad, o los ingredientes del arroz o la pasta son naturales o no, y un sinfín de cosas que aparentan hacernos la vida más fácil y placentera.





No estoy de acuerdo con que se le cuelgue una estrella de David a todas esas personas que han decidido no vacunarse, como hicieron con los judíos en su momento, ni que se les obligue a hacerlo, ni mucho menos que se les trate como apestados, o se les culpabilice de la expansión de este bicho que en vez de unirnos, nos separa, no, y lo digo con mayúsculas, NO. Pero, dicho esto, tampoco me gusta que me comparen con ovejas, o rebaños, o que me traten como un ignorante de la vida, porque no sería justo, de hecho, no lo es, y es lo que en muchos casos, casi todos los días y a todas horas, intentan hacer aquellos que han tomado la libre decisión de no vacunarse, y si me permiten, me voy a ahorrar el adjetivo con que se les suele conocer, porque no me gusta, la verdad sea dicha.


Si conozco, y sí se, como decía aquel artículo en el que me he inspirado intentando elaborar este, que quiero poder vivir, y por esa razón, confié en la ciencia y en mi doctora cuando dijo que la vacunación era necesaria. Estoy vacunado, no para complacer al gobierno, porque al gobierno actual, le pueden dar por aquel sitio donde la espalda pierde su noble nombre, no sé si me entienden…Y no soy ninguna oveja, ni formo parte de ningún rebaño, y me considero un buen español que ama a mi patria, tanto como el que más, porque estoy en condiciones de asegurar que mi nuca ha podido formar parte del blanco de tiro de algunos hijos de…Pero me vacuné, y lo hice para poder disfrutar de tomarme una cerveza en un sitio a gusto, con buena música y mejor compañía, y poder bailar mis sevillanas, salsas o bachatas, y olvidarme de esta mierda, con perdón, que sacaron de algún lugar en China y se les fue de las manos, y de eso estoy tan seguro, como de que en verdad, existe, y mata, y lo hace además mucho, ya que por desgracia, lo he podido ver muy de cerca, y no con casos con patologías previas, ni por asomo de la casualidad.


Me vacuné, porque quiero vivir sin el morral que nos imponen las circunstancias, irme de vacaciones, besar, abrazar sin miedo o precaución, y un sinfín de cosas que hoy por hoy, hago, con demasiadas restricciones e inconvenientes.






Finalmente, antes de despedirme, quisiera recordar un hecho histórico que ocurrió hace tres siglos, cuando la viruela, se llevó la vida de más de 60 millones de personas solo en Europa, y un español, Francisco Javier Balmis, a bordo de la corbeta María Pita, el nombre de una heroína española, llevó en una expedición con el nombre del doctor Balmis, con la ayuda de su colega José Salvany y de la enfermera Isabel Zendal. Una expedición que logró una proeza técnica: mantener la vacuna activa durante viajes transoceánicos. Fue la primera expedición sanitaria de ámbito mundial, en la que 22 niños huérfanos, serían el recipiente humano de la vacuna. Al llegar a América, la expedición Balmis llevó la vacuna a la ruta del Caribe: Puerto Rico, Cuba y México, durante tres años. A continuación, la expedición se dividió. El grupo de Balmis, con Isabel Zendal y 26 niños mexicanos partió hacia Filipinas, Macao y Cantón, llevando la vacuna a Asia. El otro grupo, dirigido por el segundo de Balmis, el doctor José Salvany, puso rumbo a Latinoamérica, a Venezuela, Colombia, Bolivia, Perú y Chile, a través de la cordillera de los Andes. Todos los países conocían la vacuna de Jenner, su descubridor, contra la viruela, pero ninguno puso en marcha un proyecto tan ambicioso, pero la corona española sí, orgulloso de mi patria por delante. Balmis consiguió dar la vuelta al mundo y vacunar a la población en solo dos años y medio. Mientras que Salvany extendió la vacunación por Sudamérica. Con la difusión de la vacuna se frenó la mortalidad y, por tanto, se favoreció el crecimiento económico de los territorios. No hay en la historia de la Humanidad un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como este de la Expedición Balmis, a pesar de que a lo mejor algún día, los presidentes de naciones hermanas nos exijan pedir perdón, o lo hagan podemeríos y otras basuras que pululan por el gobierno de nuestra nación, queda advertido.





Los que se niegan a las vacunas, pueden decir lo que más les plazca, y conjeturar todo lo que quieran esas personas que son reacias a la vacunación, son libres para hacerlo, y merecen mi respeto, por eso, yo, también pido ese mismo respeto, y sobre todo, pido comprensión…Que no nos separe este virus, y respeten mi decisión, igual que yo respeto a los que deciden lo contrario. No involucren a nadie con la idea de no vacunarse, o de hacerlo, que cada cual se informe en los medios adecuados, y no por internet, o Facebook, consulten a sus médicos, y por favor, eviten esas propagandas baratas que sólo se utilizan en muchas ocasiones para desinformar. Muchos grupos de las redes sociales, están repletos de gente que ejerce la función de divulgar el miedo y la inseguridad, y eso es una gran pena. Déjenme vivir, y decidir, por favor. Pido humildemente disculpas si alguien se ha sentido ofendido. El que crea interesante mi pensamiento, que lo comparta, y el que se sienta ofendido, que pase de largo, y que si lo considera necesario, que me borre de su amistad, o me condene al bloqueo, allá cada cual con su conciencia, Facebook lo hace de vez en cuando, así que estoy vacunado también de espanto. Sé que pierdo muchos amigos ahora, y que se convierten en mis enemigos para siempre, pero soy un caballero cortés, y si delante del enemigo, la cortesía puede llegar a ser heroica, delante de la incomprensión, para mí, es sublime, y me aferro al ideal del Glorioso para hundirme en la miseria, o en el memorable recuerdo, así que ya pueden disparar. Muchas gracias.

Aingeru Daóiz Velarde.-









sábado, 20 de noviembre de 2021

LA LEYENDA DE LA TORRE DE LA MALMUERTA, Y ALGO MÁS.


LA LEYENDA DE LA TORRE DE LA MALMUERTA, Y ALGO MÁS.



La Leyenda de los comendadores de Córdoba o leyenda de la torre de la Malmuerta está basada en un hecho histórico ocurrido en 1448 en la ciudad de Córdoba.




Fernando Alfonso de Córdoba era uno de los caballeros más relevantes de la ciudad de Córdoba, donde destacaba por sus enormes posesiones y su inmensa fortuna, y además gozaba de la amistad del rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica, lo que le proporcionaba una sólida y respetable posición en la Corte castellana.


Este noble estaba casado con Beatriz de Hinestrosa, dama muy joven y de gran belleza, a la que amaba profundamente. La dama era respetada y admirada a causa del lujo y posición social que había alcanzado con su matrimonio. Pero a pesar de ello, la pareja tenía una frustración, y era la de no haber tenido hijos, lo que enturbiaba la felicidad del matrimonio.
Las crónicas de la época señalan que ambos cónyuges hicieron todo lo posible por lograr descendencia, desde solemnes votos y promesas religiosas hasta conjuros de adivinos orientales y sortilegios de hechiceros mahometanos.



Un día recibieron la visita de dos primos de Fernando Alfonso, los comendadores Fernando Alfonso de Córdoba y Solier y Jorge de Córdoba y Solier, que eran hermanos de Pedro de Córdoba y Solier, obispo de Córdoba. Ambos visitantes eran caballeros de la Orden de Calatrava y cada uno de ellos era comendador en una localidad. El comendador Jorge de Córdoba se enamoró perdidamente de Beatriz y pronto ese amor pasó a ser una incontrolable pasión. Los comendadores continuaron durante algún tiempo en Córdoba y nada hacía sospechar que Jorge tuviera ni siquiera la posibilidad de declararle sus sentimientos a la bella esposa de su primo, aunque un acontecimiento totalmente imprevisto modificó sustancialmente el devenir de los protagonistas de esta historia.

El caballero tuvo que desplazarse a la Corte del monarca a petición del ayuntamiento de Córdoba. Su estancia en la Corte se alargó y las cartas de Beatriz comenzaron a ser menos frecuentes hasta que un día recibió una Corte de un fiel criado solicitando urgentemente su presencia en Córdoba por la infidelidad de su esposa con su primo, y sorprendiéndoles, los asesinó.





La leyenda de la torre de la Malmuerta, también conocida como leyenda de los comendadores de Córdoba, está basada en un hecho histórico del que da fe un cuadro de José María Rodríguez de Losada fechado en 1872 y que se exhibe en la Diputación de Córdoba. La venganza de Fernando Alfonso también alcanzó a otros individuos, entre otros a varios criados y familiares suyos.

No obstante lo anterior, hay una versión que cuenta que Fernando Alfonso de Córdoba mató a su esposa, creyéndola erróneamente adúltera, por lo que, arrepentido, solicitó perdón al rey Juan II de Castilla, quien según la leyenda le ordenó construir una torre en Córdoba como expiación por su crimen, llamándose desde entonces dicha torre la Mal-muerta. No obstante, la torre de la Malmuerta.

Ahora llega la curiosa historia, vestida de política, y es que resulta que la Diputación de Córdoba ha decidido cambiar de sitio, a peor sitio, un cuadro que se refiere a la leyenda de una de las torres albarranas mejor conservadas de Córdoba, la torre de la Malmuerta o torre Malmuerta, según sean los usos populares.

Se trata del cuadro del pintor sevillano José María Rodríguez Losada que representó en 1872 el crimen pasional legendario de Fernando Alfonso de Córdoba, caballero Veinticuatro de la ciudad de la Mezquita, que asesinó a su esposa, Beatriz de Hinestrosa, y a sus propios primos, los comendadores Jorge y Fernando de Córdoba y Solier, por creer que el primero había seducido a su esposa y el segundo a una sobrina. Ocurrió en la primera mitad del siglo XV, seguramente en 1448, hace casi 600 años.






En el cuadro, ahora "exiliado" desde el salón de Plenos de la Diputación, donde ha estado tradicionalmente, a una pared de escalera, puede verse al asesino con cara de loco, pertrechado con una espada en la mano derecha y un puñal en la izquierda, contemplando los cuerpos acuchillados de quienes suponía eran una infiel esposa y un desvergonzado primo.


El motivo del "exilio" del cuadro, decretado por el gobierno que en coalición, sustenta la Diputación cordobesa, ha sido que el salón de Plenos no era el mejor lugar para exhibir una pintura que retrataba un "crimen machista", por lo que los encargados del Patrimonio de la institución obedecieron y trasladaron el cuadro a una escalera del edificio. La perfecta idiotez de la vida política, convertida en Leyenda, por esa razón, la política, sea del color que sea, jamás se debe mezclar con la cultura.