domingo, 4 de julio de 2021

LOS MISTERIOS DE LA GIOCONDA DEL MUSEO DEL PRADO

 LOS MISTERIOS DE LA GIOCONDA DEL MUSEO DEL PRADO


La Gioconda siempre levanta pasiones. Incluso una copia. El Prado lo sabe muy bien. Desde su apertura, hace 200 años, figura en su inventario un retrato anónimo que reproduce el famoso cuadro de Leonardo da Vinci procedente de la Colección Real. No se sabe cómo llegó a España, pero si sabemos como lo hizo la Gioconda de Da Vinci a Paris, donde se ha convertido tal vez el cuadro más popular del mundo. Esta obra cumbre del renacimiento es conocida universalmente, incluso mucho más allá de las fronteras del arte. Los motivos de este éxito son inescrutables. No se trata de la obra más bella de Da Vinci, ni del Renacimiento italiano. No es la más grande, ya que se trata de un pequeño cuadro de 77 x 53 cm pintado entre 1503 y 1506, ni la más luminosa. La Mona Lisa fue comprada por el rey francés Francisco I, rey que además de invadir recurrentemente la península italiana para ser capturado, nunca cumplía sus acuerdos y reincidía en sus correrías trasalpinas. Rey al que han de agradecer parte de su fama Francia y el Museo del Louvre.

Ahora, nos permitimos detenernos en La Gioconda del Museo del Prado de Madrid. Esta Mona Lisa no resultaba del todo fidedigna, porque la figura se mostraba sobre un fondo negro. El paisaje de montañas enigmáticas pintado por el genio florentino brillaba por su ausencia. A pesar de ello, esta copia, atribuida a un artista flamenco, destacaba junto a los Velázquez, los Goya o los Greco, hasta tal punto que era uno de los cuadros que a principios del siglo XX contaba con su propia postal en la primitiva tienda del museo.




Hasta que saltó la sorpresa, y es que hace aproximadamente una década, la copia de la Mona Lisa fue reclamada por el Louvre para que formara parte de la exposición L’ultime chef-d’oeuvre de Léonard de Vinci, la Sainte Anne prevista para marzo de 2012. El Prado reaccionó. Si salía de casa, mejor asearla un poco para la ocasión. Los trabajos previos a la restauración supusieron toda una revelación. De hecho, cambiaron la historia no solo de la copia sino también de la famosa pintura de París.

Una de las primeras revelaciones es la más conocida. El fondo negro de la copia de Madrid en realidad escondía el mismo paisaje que envuelve la Gioconda de Leonardo. 



Pero el cuadro escondía otra sorpresa mayúscula, ya que una reflectografía mostró que el dibujo era muy rico en detalles, algo impropio de una copia y que era una obra realizada desde dentro hacia fuera, con lo cual, se comparó con el dibujo subyacente de la Gioconda y se descubrió que ambos tenían las mismas correcciones en los mismos lugares.

Sólo había una conclusión posible, y era que los dos se habían pintado al mismo tiempo, en el mismo lugar y utilizando la misma modelo, lo que quiere decir con total rotundidad que Leonardo creó su Gioconda codo con codo con el colaborador que ejecutó la que está en el Museo del Prado en Madrid. Se habla de que podría ser Salai, su más querido discípulo, aunque no se descartan otras manos cercanas al artista. Esto, sin duda,  cambia totalmente el conocimiento de ambas obras y supone un auténtico hito adentrarse en ese momento clave de la historia del arte, ya que se pasa de tener una copia,  a una obra original del taller de Leonardo. 


Pero, la Gioconda de Madrid todavía depara más sorpresas fascinantes, aunque antes  debemos profundizar en las diferencias entre las dos pinturas, que también las hay. Si bien es cierto que la sonrisa es exactamente la misma y que la mirada persigue tanto al observador de Madrid como al de París, la Mona Lisa del Prado tiene cejas y pestañas. Aunque parezca extraño, Leonardo omitió estos dos elementos, ya que buscaba una belleza idealizada, abstracta, en cambio, la obra del taller, es un rostro identificable, un verdadero retrato.


Se realizó un calco mientras se restauraba la obra y resultó que  el contorno de ambas cabezas es exactamente igual. En cambio, cuando se las compara, algo no encaja. Y la respuesta está en la frente. La pintada por Leonardo es más alta, buscaba un rostro más esbelto. Con este mismo propósito, el artista florentino pintó un horizonte algo más bajo. Todo esto sumado con el hecho de que la tabla de Madrid es tres centímetros más baja y cuatro más ancha, proporciona a la Mona Lisa de Leonardo una mayor airosidad.



Otros detalles aparentemente menores: el velo de la Gioconda de París es negro, mientras que el de la de Madrid es blanco. Además, su vestido es rojo, un color que Leonardo substituyó por el amarillo.

Lo más altamente significativo, es que  el cuadro del Prado carece del famoso esfumato, la técnica pictórica inventada por Leonardo, y que es  propio de su última época. La Gioconda fue retocada numerosas veces por Leonardo Da Vinci, lo que añadido a la maestría de su sfumato, le otorgó su más grande esplendor. Este efecto que se logra al superponer varías capas finas de pintura, reproduce la bruma vaporosa tan común en la Toscana, en Provenza, consecuencia de los cambios de temperatura. Ese sfumato, al difuminar los contornos concede mayor realismo a la pintura, escapando del dibujo excesivamente delimitado que caracterizó al periodo prerenacentista. ¿Será el sfumato de Da Vinci el motivo de la fama mundial de la Gioconda?, no lo sabemos, pero si podemos asegurar que  cuando pintó la Gioconda todavía no lo aplicaba. La obra de Madrid nos muestra el momento en que se separaron Leonardo y su colaborador. Él maestro se lleva la Gioconda y sigue trabajando en el cuadro, de ahí que pudiera incorporar después el esfumato. De hecho, gracias a este descubrimiento, el Louvre ha cambiado la fecha de finalización de la Mona Lisa. Antes figuraba entorno a 1507 y ahora se ha trasladado a 1519, el mismo año de la muerte del artista, lo que constata que no dejó de pintarla hasta el final.


Ahora vayamos al último gran descubrimiento. La Gioconda de Madrid está ejecutada sobre una tabla de roble de máxima calidad y con los pigmentos más valorados de la época, entre los que destacan laca roja y lapislázuli. Demasiada riqueza para que un discípulo practicase siguiendo los pasos de su maestro.




A esto hay que sumar el análisis que hace el también artista florentino Giorgio Vasari de la Mona Lisa en su célebre obra Las vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos de 1550, todo un referente en la historia del arte. “Siempre había sorprendido que describiera con todo lujo de detalles las cejas y las pestañas. Cómo podía hablar así de algo que no existía en el cuadro...”, comenta Almudena Sánchez, la restauradora encargada de realizar los sondeos que dieron con el hallazgo.. “Ahora nos tenemos que plantear qué Mona Lisa describe Vasari”, expone. “La de Leonardo no la pudo ver porque se la llevó consigo a Francia, en cambio la del taller seguramente se quedó en Florencia”, prosigue.

La conclusión es que La Gioconda de Madrid tiene los mejores materiales y seguramente es la que debía responder al encargo. Si se entregó o no, es un detalle para nada menor que se desconoce. Además, resulta que es un verdadero  retrato con sus cejas y pestañas y su frente más baja, mientras que Leonardo se dedicó a ejecutar un ideal de belleza”.


Para la restauradora Almudena Sánchez, algunas incógnitas podrían desvelarse si el Louvre restaurase la Gioconda, ahora velada bajo capas de barnices oscuros y oxidados que le proporcionan ese tono amarillento y ese halo de misterio. “Ya no vemos el espacio, ni el aire ni la profundidad que sí muestra la de Madrid”, analiza. “Lo ideal sería que se limpiase y que se pudieran comparar las dos”. Para la restauradora, su delicado estado no sería una excusa. “Es una obra emblemática y da miedo tocarla porque se produciría un cambio enorme”, justifica. ¿El Louvre correrá algún día ese riesgo?...


se conocerá a partir de ahora a un cuadro que ha reposado olvidado y tranquilo durante casi 400 años. Redescubierta y restaurada recientemente, el Museo del Prado ha hallado una joya que poseía sin saberlo. Se trata de una copia, o duplicado, realizado a la par que el original en el mismo taller de Da Vinci. Probablemente alguno de sus discípulos y ayudantes, casi con seguridad varios, participaron en el cuadro. Una manera de aprender y de intentar emular al maestro. Después el fondo fue tapado y el cuadro se olvidó en los fondos de la corona española.


Siempre ha pertenecido a las colecciones reales españolas, hay referencias desde 1666, pero sólo en 2010 cuando fue prestado al Museo del Louvre se descubrió el origen y valor del mismo. Restaurado y limpiado su fondo original reapareció y los materiales del marco, la madera, la tela y las pinturas permitieron datarlo como contemporáneo a la obra original de Leonardo. Existían múltiples copias de la Gioconda, pero ninguna tan antigua ni mucho menos contemporánea del original.




El cuadro es mucho más luminoso y brillante que el original pero carece del sfumato mágico del que hablábamos antes, lo que le resta calidad, la calidad de Da Vinci, pero, sin duda,  La Mona Lisa esboza ahora su mejor sonrisa, en el Museo del Prado de Madrid, y es que, como decía Leonardo, la belleza perece en la vida, pero es inmortal en el arte.

Aingeru Daóiz Velarde.-