martes, 25 de mayo de 2021

EL ÁNGEL DEL DOLOR

 



EL ÁNGEL DEL DOLOR





Con las alas tristemente recogidas, dejando caer un ramillete, sin apenas fuerzas para contener una figura que se desvanece postrada ante la bruna mirada del vacío y la desolación, languidece el Ángel del Dolor sin aliento y roto de tristeza, intentando comprender la razón de tu ausencia, mientras se escucha de fondo un nocturno de Chopin al piano, donde unos dedos yertos por aflicción, hacen sonar en re menor los arpegios de tu reflejo, que pervive en mi recuerdo, y le otorga ese halo de desolación.



Mientras, el postrado, con los brazos esconde una lágrima, vencido y abandonado por la insoportable consternación, ese sentimiento más profundo que rompe el alma en un millón de añicos, intentando hacer valer una respuesta a la reflexión sobre la insufrible ausencia de tu aliento, ante la frialdad de la piedra que esconde tu nombre.



El viento, barre a su paso las hojas muertas que asesina el otoño, y un gélido rocío trata  de sofocar el sollozo encendido de mi corazón,  al tiempo que intento estérilmente encontrar las palabras que pinten de color tu memoria, más allá del tiempo, más allá de la áspera sensación de agonía, más allá, incluso del sueño que conmigo yace todas esas noches que en vano, busco el calor de tu piel marfil, bajo las sábanas blancas de la nostalgia.



En un rincón de la memoria, mientras el Ángel del Dolor ahoga su llanto en un suspiro, rememoro el sonido dulce de tu voz, y casi palpo el calor de aquellas frases que nos dijimos aquel ayer de primavera, bajo la luz de un cielo azul índigo,  a cualquier hora cuando la tarde empezaba a bostezar. 



Si cierro los ojos fuertemente, todavía hoy, puedo escuchar el sonido de tu risa en el vacío de esta soledad que me apuñala, me mortifica y me lastima, y me condena a vivir tu añoranza  sin darme el final de la muerte, para acompañarte allá donde tu imagen, haga florecer el color de tu mirada otra vez.



Todavía hoy, aun conservo aquella flor disecada por el tiempo, que de niño te diera en la puerta de tu casa, y que tú guardaste en aquel libro de cuentos, mientras nos jurábamos en silencio aquel amor eterno, más allá del tiempo y de la vida y la muerte, más allá de un beso en la distancia,  donde el color intenso del crepúsculo, brillaba solamente para nosotros dos.



Los lirios rotos al pie de la losa, son la signatura que el Ángel del Dolor esculpe en el epitafio de mi anhelo, mientras el murmullo de unas aves, intenta poner algo de vida en el silencio entre el llanto apagado y el desamparo de la melancolía, al abrigo del susurro de tu nombre  al anochecer.



Aingeru Daóiz Velarde.-