sábado, 9 de abril de 2016

PEPITA TUDÓ. LA MUSA ESCONDIDA EN UN NICHO OLVIDADO

PEPITA TUDÓ. LA MUSA ESCONDIDA EN UN NICHO OLVIDADO


INTRODUCCIÓN

Paseamos en esta ocasión, por unos Recuerdos de la Historia en un camino poblado de olvido y odio a la vez, ambición y cortesía, traición o desencanto, y lo hacemos esta vez, de la mano de la galantería, en compañía de la favorita del favorito, la maja romántica, aquella que nos mira de costado, haciendo un guiño desde el interior de un cuadro de Goya, del que hablaremos después. Nos referimos a la singular Pepita Tudó.

Su nombre, viene ligado al de un personaje odiado en la historia de una España en la que el Antiguo Régimen, estaba dando sus últimos coletazos, y cuyo rápido encumbramiento, llamó la atención de propios y extraños, dentro, y fuera de la nación que lo vio nacer. Nos referimos a Manuel Godoy, valido de Carlos IV.

Desde luego, su historia de amor con Godoy, podría haber sido uno de esos argumentos que don Leandro Fernández de Moratín plasmó en la comedia “El sí de las niñas”, en un matrimonio de conveniencia más que de otra razón, y nos podemos trasladar en sueños a aquella época, viendo desde la plaza de toros de un Madrid en su recién estrenado periodo decimonónico, cómo el maestro Pepe Hillo, en su competencia con Costillares y el inolvidable Pedro Romero, le brindara a la dama el toro “Barbudo” en aquel nefasto día de su cogida mortal, mientras el picador Juan López cargaba contra el toro a caballo levantado.


Pepita Tudó es, digámoslo así, el arquetipo de la desvergüenza en un mundo en el que la vergüenza dejaba mucho que desear donde las majas y los manolos frecuentaban la arboleda de Delicias hablando sin molestarse en hacerlo en baja voz, sobre la montura real del valido de Maria Luisa de Parma y la impopularidad de un Carlos IV incapaz, algo antes  del desastre de Trafalgar, y de que los españoles de a pie, se partieran su curtido cuero en defensa a muerte por la piel de toro que los dio a parir, mientras nuestros hermanos en América, nos decían adiós para siempre.  El poder en la sombra de la de Parma, al igual que la Tudó, y la masculina fogosidad del “Choricero” Godoy,  eran motivo de hablillas a viva voz antes de cada representación en el Teatro del Príncipe, antiguo Corral de la Pacheca, en los previos a que María del Rosario Fernández, “La Tirana”, dejara mudos de asombro al público que observaba su arte antes de que acabara sus días en el madrileño convento de las Recogidas.


La Tudó, se mantenía en pie, esbelta, bella hasta la rabia, morena y fina, insinuante y ruborosa en apariencia, abriendo la caja de pandora del deseo del llamado Príncipe de la Paz, y jugando con la suerte, tal y como lo hizo el amor en su vida, desde el romanticismo, hasta la liviandad,  para que al final, la justa sentencia haga valer su espera en una vida de novela encerrada en un nicho olvidado. En la imagen siguiente, miniatura anónima de Josefa Tudó, condesa de Castillofiel, en el Museo Lázaro Galdiano.



LA PERSONALIDAD DE UN PERSONAJE Y SU ESTIGMA.

Josefa Tudó, conocida con el diminutivo de Pepita, es una de esas biografías que la historiografía a marginado al silencio, ya que, mujer a la sombra de un hombre de cuyo nombre no quiero acordarme, como diría el manco de Lepanto, le ha cosido a su imagen el estigma de la mala reputación, y posiblemente con razón o sin ella, al igual que el título de un grabado de Goya de la serie “Los desastres de la Guerra”, condena su historia al fusilamiento de las plumas de escritura pese a la abundancia de sátiras mordaces sobre su influencia con el valido de Carlos IV y sobre una vida inmoral y libidinosa.

No tenemos, pues, otro camino a seguir, que el del odiado valido, posiblemente muy a su pesar, (y digo muy a su pesar, por parte de nuestra dama) para abordar la esencia y vida de este personaje que adopta Josefa Tudó en su papel de mujer diplomática, madre soltera, oportuna administradora, ilustrada, sociable con descaro pero sobre todo, muy interesante y valiente, ya que enarboló la bandera de su propia conveniencia sin menguar en su afán, pasando por las difíciles vicisitudes que le presentó la historia. Hermosa, desde luego, y enérgica por demás,  Pepita Tudó, fue la amante clandestina, o quizás no tan clandestina, que acompañó a un Godoy envenenado por la ambición, incluso en su ruta progresiva hacia los peldaños del trono tras prometerse con una infanta real, y al exilio, después, sin más o menos remedio, quizás, y señalada por la maledicencia que entre guiños de salón y chismes de barrio le propinaban las majas manolas y las duquesas a la “señorita del pan pringado” como la llamaban, seducida por Godoy.


EL NACIMIENTO Y EL PRINCIPIO DE UN ENCUENTRO BUSCADO.

Hija de Antonio Tudó y Alemay y de Catalina Catalán y Luesia. María Josefa Petra Francisca de Paula de Tudó y Catalán alemany y Luesia, Señora Doña Josefa Tudó y Catalán, como consta en la lápida del nicho de su tumba, no se está totalmente seguro si nació en Cádiz, o en Málaga, lo que sí sabemos es que fue en 1779, y que falleció, trágicamente dice la historia, como si ya de por sí cualquier muerte no fuese trágica, en 1869.

Huérfana de un artillero gaditano que posteriormente habría ocupado el puesto de Gobernador del Real Sitio del Retiro, vivió desde los 16 años junto con su madre, Catalina, y sus hermanas Magdalena y Socorro en una casa del propio Godoy, a quien su madre habría acudido reclamándole al parecer, unos pagos atrasados por viudedad, aunque ciertamente ya se habían conocido antes de que este ocupara el puesto de Primer Ministro en noviembre de 1792, tal y como se desprende de la abundante literatura epistolar de la época y del diario de Leandro Fernández de Moratín poco después de su llegada a Madrid procedente de su viaje por Europa para ocupar el cargo de Secretario de Interpretación de Lenguas.

Cuando Godoy la observa por primera vez, espolvoreada por el salero y la gracia, está hastiado de duquesas livianas, de majas algo más que procaces y del amor-ambición y vicio de María Luisa de Parma, aburrido por el gusto de las manolas del Sotillo de aquel Madrid viejo que tan bien describía Ricardo Sepúlveda, aquel Madrid casquivano y bullanguero, rico en picardías, frondoso en sutilezas y complicado en la relación entre los diferentes estamentos sociales, donde el sistema absolutista se ocupaba en drenar cualquier corriente de inconformismo, pero donde comenzaba a fraguar una evolución lenta pero firme de una anquilosada cultura tanto en lo pictórico, como en lo literario, y en este último campo, era donde triunfaba Leandro Fernández de Moratín, el mismísimo Inarco Celenio protegido por Godoy, autor pensionado de “El viejo y la niña”, élite intelectual de la otra escuela, el teatro, y a quien Luciano Francisco Comella le regalara un pasquín literario para ensartarle en el costado tres o doce puñaladas de frases cargadas del veneno de una prosa hostil. En la imagen siguiente, Leandro Fernández de Moratín pintado por Goya.




Pepita Tudó, ya una bella mujer, se encuentra con Godoy de una manera que cualquiera puede medir y valorar el nivel en la casualidad buscada, y es ella quien escapa primero, pero unos días después, se insinúa ante el dicho, abriendo de par en par las puertas del idilio. El mismo Moratín, protegido después por la protegida del valido, nos cuenta en su diario que ya en abril de 1797, se encuentra con Godoy en todo su apogeo tanto político como amoroso, ya que está a punto de contraer matrimonio con María Teresa de Borbón y Villabriga, Condesa de Chinchón y prima de los reyes, con quien se casará finalmente en octubre de ese mismo año, pero que en su fortuito encuentro con Moratín, le pide que escriba unos versos en honor a su amante, Pepita Tudó,  y que Moratín, de forma precavida y conocedor, como lo era toda la Corte de Madrid, de España y parte del extranjero, de la relación íntima entre Godoy y la reina María Luisa de Parma, declinó, por desconocer las consecuencias que pudiera ocasionar. En la imagen, María Luisa de Parma.


UNA AMBICIÓN CONSENTIDA Y UNA DESDICHADA BODA.

Godoy, como ya hemos comentado con anterioridad, era un personaje ambicioso, su historia es bien conocida, pese a que haya intereses familiares creados en desmentir lo indesmentible y lavar lo inlavable, dueño y señor de una personalidad, catalogada como el primer dictador de nuestro tiempo, en palabras de su principal biógrafo Roger Madol. En 1787, no se sabe muy bien cómo, logró su ingreso en la Guardia de Corps. Argumentamos esta última afirmación, ya que se trata de un personaje de orígenes oscuros, y en 1784 se trasladó a Madrid para preparar su ingreso en una Institución Armada para el servicio real donde se ingresaba con gran dificultad, ya que durante aquella época sólo había 1.000 plazas disponibles, sólo, para miembros de la nobleza, cosa que únicamente pudo demostrarse haciendo caso de su palabra, en un tiempo en el que el nombramiento y la compra de derechos nobiliarios, hacían compañía a un marcado nepotismo como signo y seña de la decadente sociedad del momento, merced a una indigna monarquía.

En 1787, logra el ingreso y al año siguiente, se sucede el conocido acontecimiento de la accidental caída del caballo cuando escoltaba el carruaje de la entonces Princesa de Asturias, Mª Luisa de Parma, la cual, quedó impresionada con la virilidad con la que se repuso Godoy, y entre 1788 y 1792, se produce un ascenso vertiginoso tanto en lo militar, como en lo político y social del mencionado personaje, un ascenso que no vamos a analizar aquí en circunstancia pues para ello ya hay un artículo dedicado, cuyo título corresponde a “GODOY. EL VALIDO SIN MESURA”, pero lo hasta ahora significado aquí, sirve para comprender los designios de una época en la que el capricho altruista de una reina y la desidia de un rey, marcaba para siempre el destino de una España cuyos enredos en la corte daban rienda suelta a la impopularidad y al desastre.

Godoy se casó con Maria Teresa de Borbón y Villabriga en octubre de 1797, como hemos dicho antes, Condesa de Chinchón, prima de los ya ahora reyes, Carlos IV y Mª Luisa de Parma, un matrimonio del que tuvieron una hija, Carlota, un matrimonio muy azaroso debido a las más que rumoreadas relaciones entre Godoy y Mª Luisa de Parma y los ya escandalosos amores con Pepita Tudó.  Goya había pintado a la esposa de Godoy,  hija de don Luis, unos años antes como la niña curiosa del cuadro “La familia del Infante don Luis.


Criada en un convento desde los cinco años, a los dieciocho Maria Teresa fue apremiada a casarse con Godoy, que ya tenía algo más de treinta,  para sofocar la pasión que éste sentía por Pepita Tudó, una relación impropia que complicaba el vínculo que tenía el propio con la reina, como si la propiedad o lo propio, fuera o fuese capricho del pecado, capaz de cubrirse con la ignominia de un matrimonio amañado cuya desdicha alude a la imagen de una pobre mujer que aparece limpia de alma cuando fue retratada por segunda vez por Goya, cinco meses antes de dar a luz a su primer vástago, Carlota, ya mencionada, y aparece sentada tímidamente en una habitación vacía en franca alusión al vacío de su vida y a la ingenuidad en sí misma, al sentirse incapaz de competir con la amante de su esposo, modelo de la Maja desnuda como veremos después. En la imagen, La Condesa de Chinchón pintada por Goya.


La mirada ausente, como lo fue una vida al lado de la infamia y la vergüenza, resignada ante el designio de sentirse objeto de uso y disfrute del capricho, sola en su soporífera soledad de mujer, como ninguna mujer pueda sentirse tan sola, vacía, como ya se ha visto, en un rincón del vacío del alma, con la esperanza rota en su vientre mancillado, mal sentada como si esperara la orden de saltar del cuadro, y dejar el lugar para ser llenado por el color pardo de la liviandad, o la muerte, la resignación, o el olvido. Mª Teresa abandonó por fin a su libidinoso marido, cuya infidelidad o el grado de la misma se descubre mejor en el elocuente relato de Jovellanos, Ministro de Carlos IV, quien escribe que habiendo sido invitado a una de las cenas, se sentó con la esposa de Godoy a la derecha del mismo y su amante, Pepita Tudó, a la izquierda, argumentando en su frase que era más de lo que su corazón podía soportar al observar la escena, de la cual se escapó ya que ni podía hablar, ni comer, ni pensar. El abandono se produjo al precipitarse los acontecimientos del conocido como Motín de Aranjuez, y María Teresa, seca ya de corazón, huía a Toledo al lado de un hermano, abandonando para siempre a su odiado esposo, y a su hija, a quien dejó con los reyes, para que se la llevaran después al exilio, donde se reuniría con Godoy, su padre.

El ambiente de amor pasional nos habla de un duelo de baile que se dejaba ver tras los paneles traslúcidos de un salón o en la antesala de un teatro en la que se adivina la figura fina y callada de María Teresa, observando en silencio la escena en la que un baile castizo es el arma punzante que determinará el fin o el principio, añadiendo a la acción la figura noble de la Duquesa de Alba en pugna con la caracterizada gitana de Cádiz Pepita Tudó, en el que la primera en escena es Cayetana con su indumentaria afrancesada representando la defensa de Maria Teresa, marcando los primeros pasos provistos de la delicadeza sublime que la estirpe noble otorga a una dama de cuna elevada, en un minué que deja su clase en el reflejo de un salón silenciado a la fuerza del decoro, y contraataca Pepita, descalza, morena y gitana, salvaje y vestida a medio lucir, salpicando con el flagelo de su pelo suelto el ambiente, en una danza embrujada y brutal, expresiva como un jadeo nocturno en una luna de amor, que despierta la pasión del deseo erigiéndose como vencedora sublime del corazón del favorito Godoy…es como si tiempo adelante, la hubiera recordado Julio Romero de Torres, y hubiera pintado la copla que hizo famosa a la musa gitana, “La mujer Morena”,  o como si Lorca, hubiese inspirado su imagen en sus bodas de sangre casi ciento cincuenta años después…



EL RETRATO DE UNA ÉPOCA

La popularidad del valido de Carlos IV, se derrumbaba por momentos debido a que algunos de los partidarios del príncipe Fernando (luego Fernando VII) se preparaban para deponer al propio favorito, Godoy, y al mismo rey, debido a las consecuencias de la derrota de Trafalgar, el descontento de la nobleza, la impaciencia del propio príncipe por reinar, la acción de los agentes de Napoleón que quería aprovechar la circunstancia para hacerse con el trono de España, y las intrigas de una corte cuyo lugar de conspiración eran las tabernas del Madrid castizo…las tabernas, si,  aquellos lugares donde la mentira ofensiva o simplemente fútil,  abre paso a la verdad inspirada por la credencial del resentimiento que abrasa la atmósfera,  y la murmuración que alimenta el vacío cuando no hay asunto que ocuparse,  se genera en un pasquín invisible donde el rumor se levanta de golpe envalentonando el aliento al recordar la herejía de un vividor de la Corte, del traidor, del mantenido, del falso Príncipe de la Paz que vio morir a los hombres valientes que se dejaron morir antes que traicionar a su patria en un rincón de la bahía de Cádiz de nombre Trafalgar.

Una tierra de motines, y también de jardines que como decía aquel, ¿para qué jardines cuando faltan jaulas?...y es precisamente desde aquellos jardines de Aranjuez, donde tuvo su origen uno de aquellos motines famosos donde de nuevo se alzaban las voces instigadoras de las intrigas de la Corte sin escrúpulos para medrar y alcanzar el poder, que horas antes habían comenzado a fraguar en la famosa “Taberna del Tío Malayerba”, donde al calor de un caldo peleón, y posiblemente algo aguado a partir de la tercera o quinta ronda, se preparaba un motín por el conocido partido fernandino, integrado por el príncipe heredero Fernando, su confesor Escoiquiz y un grupo de nobles conocidos como “la camarilla”, entre los que se encontraban personajes como los duques del Infantado y San Carlos, el marqués de Ayerbe y los condes de Orgaz, Teba y Bornos, quienes con su actitud y su prestigio social legitimaban la oposición y lograban se sumaran al movimiento sectores sociales muy diversos. 

Éste grupo pretendía que el rey abdicara en favor de su hijo primogénito. Unos meses antes, los miembros de la camarilla del príncipe habían sido sometidos al Proceso de El Escorial,  siendo todos ellos absueltos, excepto Escoiquiz que fue desterrado a Toledo.  Las tropas de Napoleón estaban repartidas por gran parte de España; por lo que las tropas francesas controlaban de hecho el país. Manuel Godoy intentaba convencer a los reyes para que escaparan de La Corte y se fugaran a México, donde podrían recuperar la libertad de movimientos. Como primer paso, Godoy consiguió que el 15 de marzo los reyes abandonaran el palacio de El Escorial  y se dirigieran hacia Sevilla, poniendo como   excusa que habían decidido pasar allí la primavera, como habían hecho en otras ocasiones. Al día siguiente los monarcas y Godoy llegaron a Aranjuez. Los reyes se hospedaron en su palacio en tanto que el valido se quedó en el palacio que allí tenía.

La guarnición se cambió un día antes, concretamente el día 16 de marzo, y fue trasladado desde Madrid al Sitio un número indeterminado de alborotadores convenientemente retribuidos por los organizadores, entre los que destacó nuevamente el conde de Teba, también conocido como el Conde de Montijo, que se disfrazó de labriego y  utilizó para esta ocasión el alias de Tío Pedro,  para identificarse entre sus secuaces.

Pepita Tudó, acompañó a Godoy, como también lo hizo la esposa de éste, la condesa de Chinchón, y la hija de ambos, Carlota, pero al llegar a Aranjuez, Manuel Godoy fue informado por sus espías de que los miembros de la “camarilla” del príncipe Fernando estaban preparando un motín. Al atardecer del día 16 Godoy se acercó a Palacio para informar a los reyes. Envalentonado por su creencia de que el descubrimiento del complot de El Escorial se había debido a la protección divina, y que esta iba a continuar, Carlos IV le contestó así a Godoy: “Duerme en paz por esta noche, Manuel mío, yo soy tu escudo, y lo seré toda la vida”. Célebre frase que impidió abortar a tiempo el motín e Aranjuez, pero no fue así, y la turba  asaltó el palacio de Manuel Godoy. Los amotinados no encontraron al Valido, solo a sus dos mujeres y a su hija a quienes llevaron entre muestras de entusiasmo al Palacio del Rey. De su infeliz esposa gritaban: “¡Viva la inocente! ¡Viva la cándida Paloma!” (por la condesa de Chinchón) delante de su rival, Pepita Tudó. Al llegar a palacio le entregaron a la Guardia Real a las dos aterrorizadas mujeres y a la niña, Godoy fue encontrado después escondido entre unas esteras, y fue agredido por los amotinados, y el propio Fernando VII le salvó la vida, siendo entregado a Murat, a petición de la reina Maria Luisa. El resultado fue la abdicación de carlos IV en su hijo, como ya se conoce en la historia, al igual que los sucesos que vinieron después, y que no reseñamos aquí, puesto que lo que interesa son los avatares en el trasiego de los acontecimientos de nuestra protagonista, Pepita Tudó. En la imagen, el Motín de Aranjuez.


LA FUGA DE ARANJUEZ

Godoy era preso, y Pepita, tomó la decisión de salir de la Corte lo más rápido posible en vista de los acontecimientos, en dirección al Puerto de Santa María, para embarcarse y salir de España al igual que se le había aconsejado a la familia real, por temor a la entrada de los franceses, que era esperada de un día a otro.

En su viaje, optaron por pernoctar en Almagro, donde Pepita Tudó y sus familiares (su madre y sus hermanas) fueron retenidas por las autoridades ya que no llevaban ni guía ni pasaporte necesario en aquella época para trasladarse de un lugar a otro, a la espera de ser identificadas, puesto que llegaron al lugar con dos carruajes y varios criados, siendo confiscadas sus pertenencias. Al ser interrogadas, contestaron haber salido de Madrid el día 16, antes de los acontecimientos del Motín, e iban la madre, Catalina, las dos hermanas de Pepita, además de los dos hijos de ésta, Manuel y Luis Tudó, que lo eran también de Godoy, aunque no con su apellido, ya que permanecía casado con su primera esposa. En el séquito, iba además Diego Godoy, hermano del Príncipe de la Paz, que permanecía prisionero en la Corte.

Las autoridades pasaron entonces a registrar sus pertenencias entre las que se contabilizaron hasta 103 joyas de distinto tipo y valor, y pasaron a informar directamente al rey, el cual, contestó el 24 del mes de marzo haberse dado por enterado tanto de las detenciones, como de la confiscación de los bienes, y del gasto ocasionado por la manutención del séquito que ascendió finalmente a 48.373 reales de vellón.

La detención de Josefa Tudó y su familia, terminó finalmente el 12 de Mayo de 1808, una vez que los franceses habían tomado Madrid, por orden del propio duque de Berg, Murat, cuñado de Napoleón, comandante del Ejército francés y Gobernador de Madrid, que ordenaba que Diego Godoy, Duque de Almodóvar del Campo, Josefa Tudó y toda su familia fueran puestos en libertad y que todos sus bienes fueran devueltos, dándoles el dinero que fuera necesario para trasladarse a Bayona, además de los pasaportes pertinentes y necesarios, y partieron inmediatamente a Bayona el 25 de Mayo de 1808, un mes y un año en el que días antes Madrid se retorcía por el amargo sabor de la muerte, un Madrid que se había levantado en armas, pintado en el horror de la guerra como reflejo fiel a la realidad en las estampas goyescas de los Desastres de la Guerra, donde aquellos hombres que levantaron a toda una nación, serán convertidos en leones de bronce que guardan la entrada de un futuro Congreso de los Diputados, en el mismo tiempo que Manuela Malasaña se dejaba la sangre y la vida en una esquina de la calle San Andrés, desparramando en el suelo la cobertura bizarra que daba a los héroes del parque de Monteleón, soliviantando a la turba que ingrata, se alza y vocifera aferrando las primeras armas que les regaló Caín…un Madrid por el que días antes, se paseaba morena y radiante Pepita Tudó, por la Puerta del Sol, observada en la envidia de la fuente de la Mariblanca en el centro de un trajín de personas, caballería y mercancías que nunca paraba, donde las tiendas, tabernas y carros son un escenario perfecto para pasar desapercibido, pero la Tudó, belleza y clase esmerada, rubor escondido detrás de una mirada serena, deja su huella ante el silencio a voces de los que la ven pasar, imposible de plasmarse en una de esas estampas al aguafuerte de los tristes presentimientos de lo que ha de acontecer.


CIRCUNSTANCIAS DE UN EXILIO

Como si de un paisaje humano se tratara contemplado en la distancia por los ojos del destino, porque desde la distancia se observa de forma más natural la verdadera perspectiva de las esencias, la tierra caminada conserva las huellas de las pisadas del que marcha en compañía del silencio y la contrariedad del destierro, hacia el solar en el que la esperanza se convierte en hábito y la paciencia en costumbre de compañía diaria, en un cuadro permanente en el que el tiempo, abre la puerta de par en par a la desesperación. Como un mal sueño convertido en pesadilla, el despertar abofetea con la cruda realidad de la frialdad que ha condenado al proscrito, apremiado en la urgencia que la incertidumbre ahoga aferrada a la sentencia fatal sin lugar a protesta so pena de sepulcro, o entrega a la muchedumbre sedienta de sangre, el mismo gentío que mañana protagonizará las láminas de los desastres de una guerra escritos por Goya en un aguafuerte, a punta seca, buril, y bruñidor.



Ya entonces, Pepita Tudó se convertiría en la compañera inseparable en el exilio de Godoy, quien había solicitado en tiempo atrás los títulos de condesa de Castillofiel y vizcondesa de Rocafuerte con el fin de que ambos títulos pudieran ser transmitidos a los dos hijos extramatrimoniales que había tenido con ella, en compañía también de  los que fueran sus protectores reales, Carlos IV y Mª Luisa de Parma, y junto con ellos, y sus dos hijos nacidos de su relación extramatrimonial con el mal llamado Príncipe de la Paz, la madre de Pepita, y sus dos hermanas, acompañando a Godoy y a los reyes desde Bayona, Fontainebleau al Palacio de Compiègne, Marsella tras una breve estancia en Aix en Provence, hasta Roma, donde se beneficiaron de la hospitalidad del Papa Pío VII, a quien anteriormente habían apoyado cuando se encontraban en condiciones de hacerlo.

El destino de Pepita, como el de otros, se decidía por cuestiones políticas y de relaciones entre Godoy y Fernando VII, ya que la nueva división de Europa tras la caída de Napoleón que vino marcada en el Congreso de Viena, y la notable enemistad que mantenía Fernando VII con Godoy, forjó que cuando el nuevo rey ocupara el trono de España, hiciera todo lo posible para amargar la existencia de Godoy, logrando que el Papa le obligase a abandonar Roma, lo cual fue un duro golpe tanto para Godoy, como para Pepita Tudó, ya que no concebían su existencia sin estar al lado de los monarcas protectores, pero Fernando VII estaba preocupado porque su padre, Carlos IV, quien ya había renunciado al trono a favor de su hijo a cambio de una considerable suma de dinero, volviera a reclamar el trono español, y esa fue la razón por la que intentaba alejar a Godoy de los reyes exiliados de forma que no influyera en ellos, intentando repatriar a Godoy a España para procesarlo y condenarlo.

Pepita recordaba su desesperación en los momentos del Motín de Aranjuez, e imploró a María Luisa para que pidiera ayuda a Murat, General francés y cuñado de Napoleón que ocupaba Aranjuez, para que librara a Godoy y le trasladara a su presencia en Bayona, y fue liberado, encontrándose en un estado lamentable, tal y como lo describe el propio Murat a Napoleón, sin camisa, sin vestido y sin limpieza alguna, con la barba crecida y mugrienta, descalzo y varias de sus heridas sin cerrar. Recordemos que Godoy llega a Bayona el día 26 de abril de 1808, unos días antes lo había hecho Fernando temeroso de que su padre hablase con Napoleón antes que él, los reyes con la hija de Godoy, Carlota, el 30 y Pepita Tudó con su familia el 1 de mayo, el 2 de mayo, el levantamiento popular,  todo un vergonzoso espectáculo por una parte, y un acto de descomunal heroísmo por otra.



En tales condiciones, Pepita Tudó tenía muy claro que si quería permanecer fiel a Godoy, debía tener en cuenta que iba a pagarlo muy caro, y se le presentaban tres problemas de forma especial e inmediata, que eran por un lado, la nulidad del matrimonio de Godoy con la Condesa de Chinchón, la partida de Pepa, Godoy y sus hijos hacia Viena, en un intento de huir del control de Fernando VII y obtener la nacionalidad austriaca para este fin, y la orden de restituir las joyas reales que supuestamente poseían. La Tudó, tuvo un papel muy activo en estas cuestiones, como lo había tenido en otras a lo largo de su relación con Godoy, pero ahora, de forma y manera especial.

Incitó insistentemente a Godoy para que hablara con el Papa con el fin de que éste acordara su nulidad matrimonial, y así poder casarse legalmente, pues en ese momento ella se encontraba realmente enamorada de Godoy, y en este sentido, estaba también preocupada por reconocer la paternidad de sus hijos Manuel y Luis, y resolver el problema hereditario con su hija legítima, Carlota, fruto de su unión con María Teresa de Borbón y Villabriga, pero es que además, se preocupaba particularmente de asegurar sus fuentes de manutención para sí misma y para su familia en caso de fallecimiento de Godoy, muestra de su carácter cauteloso.

Su sueño era vivir, como lo había hecho hasta el momento, es decir, con todo lujo de bienestar y acomodo, acorde a su rango de señora con títulos de nobleza, pero el Papa, tras las presiones de Fernando VII, desestimó la petición de nulidad matrimonial de Godoy, con lo que no podía casarse, pero ella, insistió entonces en conseguir la naturalización austriaca para ellos con el fin de salir del control férreo de Fernando VII, quien le separó de Pepita Tudó. Ya en 1814, recordemos que Fernando VII obligó a Manuel y a Pepa junto con sus dos hijos y su madre a abandonar Roma y trasladarse a Pesaro, y a petición de los antiguos reyes, Carlos IV y Maria Luisa, Godoy regresó a Roma, y a Pepita Tudó le fijaron la residencia separada de Godoy en Génova, luego en Pisa y posteriormente en Luca, de ahí la intención de Pepita Tudó en  comprar bienes raíces en algún lugar del Véneto, con la intención de instalarse allí con sus dos hijos, y adquirir un cargo de nobleza en el Imperio para Godoy, ya que Fernando VII desbarataba constantemente sus planes matrimoniales y de vida libre, ya que ordenó la reapertura de la causa judicial contra Godoy.

EN BUSCA DE UNA PÁTRIA O LA DESESPERACIÓN REENCARNADA

Pepita pensó que como ciudadano austriaco, Godoy sería libre, tanto de la jurisdicción española, independiente de Carlos IV y María Luisa de Parma y del Papa de Roma, e intentaba escapar a toda costa del control enfermizo que se mantenía sobre ellos, con una amenaza constante de prisión, o incluso de muerte, de ahí que a partir ya de 1817, intensificaran sus contactos bajo un estricto secreto con el Emperador Francisco II del Sacro Imperio Romano Germánico, conocido también como Francisco I de Austria, con el que había sido embajador de Austria en España, Alois Wenzel Von Kaunitz-Rietenberg, y con el que, a través del Congreso de Viena, se convirtió en el arquitecto de la “Europa de Hierro”, defensor a ultranza del Antiguo Régimen o monarquías absolutas en parte de Europa tras la caída de Napoleón, Klemenss Von Metternich.

Por cierto, como curiosidad que viene al caso, me gustaría decir que este Von Kaunitz, llegó a la embajada de Austria en Madrid en 1815, pero su trabajo como embajador no duró demasiado, ya que el duque de San Carlos, embajador de España en Viena, dio noticias de la conducta reprobable del austriaco, y en diciembre de 1816 cesó en sus funciones, y ya en enero de 1817 salió del país. En la Imagen, Pepita Tudó por Vicente López.




Como si de un presidio se tratara, las calles la aprisionaban cada vez más…el cielo se le venía encima por momentos, desesperaba ante la impaciencia, apremiaba al sol de medio día para que cesara de alumbrar el camino, y no dar pistas de su ir y venir, anhelaba la noche para dar descanso a su alma, para dar aliento a su conciencia, para dar sentido al sinsentido en el que se había convertido su vida de doncella invitada al manjar del reino…señorita de compañía a su pesar, amante prohibida declarada al azar de un Madrid viejo a su visión, un Madrid hastiado y anclado en la historia, como un libro antiguo, que conserva su cubierta de fina vitela, ostentando un grabado a su imagen y semejanza de la bella olvidada en un rincón de la corte donde el arte es espejo del verdadero facsímil de su holgada personalidad…se preguntaba a si misma si acaso alguien había olvidado la figura de Josefa Tudó, la señora del valido en esencia, como si la historia que escribe la vida pasara de puntillas por el marco que guarda la imagen desnuda y vestida de un cuadro mudo, que desde la distancia del tiempo, evoca el lugar convertido en leyenda que la poesía se ha olvidado de escribir.

Con personajes como Metternich, Francisco II, Von Kaunitz, negociaba Pepita día y noche, noche y día sin fin, sin tregua, siempre con la esperanza, y siempre, con la traición del espionaje que Fernando VII hacía valer con persecución total y absoluta merced a su desconfianza, pero Pepita trabajaba sin descanso, con una intensidad casi enfermiza, casi febril… era ella quien redactaba las cartas a Metternich, mandaba a Godoy las instrucciones para sus conversaciones con Von Kaunitz, atendía al secreto de la correspondencia, descifrando sin pausa las informaciones recibidas de las personas que creía de su confianza, y demostrando una orientación privilegiada en el desarrollo de los acontecimientos, adoptando una postura de dominio frente a Godoy a quien criticaba o reprimía con dureza y severidad por su pasividad en muchas ocasiones, incansable hasta la saciedad, imperturbable ante las contrariedades, firme como una roca, imbatible, pertinaz, dura y sobria siempre, pero confiada como nunca, con quien nunca debió de confiar, buscando la esperanza entre los escombros de su desdicha.



Pepita aconsejaba a Godoy en la distancia, que procurara no hablar con nadie sobre los planes con Metternich, que el propio Metternich no contaba todo al resto de interlocutores por temor a espías de terceros, y aconsejaba a Godoy que no tratara incluso con los antiguos reyes, y empezó a sospechar, y culpaba a Carlos IV de no haber sabido proteger la inocencia de Godoy, y excluía de culpa a quien más la tenía…tal y como se desprende de la correspondencia de la época, nos lleva a preguntarnos el verdadero papel de Pepita Tudó en el pasado de acontecimientos y toma de decisiones importantes donde pudo quizás tener más protagonismo del que se le dio a Godoy. En la imagen, Metternich.



Tanto el Emperador Francisco II, como el propio Metternich, al igual que Von Kaunitz estaban convencidos de que los planes de Godoy y Pepita Tudó estaban conformes con la intención de Fernando VII de separarlos de los monarcas Carlos IV y Maria Luisa en el exilio, y aceptaron en consecuencia el proyecto de establecerse en Austria, pero Fernando VII, enterado del asunto, desplegó una intensa actividad para desbaratar los planes bajo la sospecha de que Godoy y Pepita Tudó se habían apropiado de las valiosas joyas reales temiendo  que al salir de la península de los Apeninos, se perderían para siempre, y el Emperador Francisco II, queriendo conservar las buenas relaciones con España, revocó el acuerdo del traslado a Austria.

Al tiempo, Pepita no sabía nada de las decisiones que se habían tomado, y fue víctima de un agotamiento psíquico total, y Fernando VII y Martínez, del que volveremos a hablar, decidieron  recuperar lo que supuestamente se había robado, e impusieron una severa vigilancia tanto en la residencia de Godoy en el palacio Berberini de Roma como en la casa de Pepita Tudó en Pisa donde ésta, desesperada, trataba en vano de convencer de su inocencia y solicitaba la intervención de María Luisa, siendo confiscadas sus joyas personales, que después le fueron devueltas al no encontrarse entre el inventario de las joyas reales, las cuales, fueron  llevadas por las tropas napoleónicas durante la invasión, pero Fernando VII, preso o recluido en Valençay, lo desconocía, otra cuestión muy diferente es la forma en que se pudieron adquirir sus joyas personales, como las obras de arte que poseía Godoy, además, un informe de la policía parisina de 1831 (época en que pepita y Godoy residían en París), indica que Pepita exhibe joyas valoradas en 4 millones de francos, así mismo enajenando algunas joyas adquirió un palacete, una casa de campo y aún pudo aportar dinero para auxiliar a varios compatriotas y avalar un cuantioso préstamo, garantizado con parte de unas joyas no de su propiedad, sino de unos compatriotas amigos refugiados en Francia…pero también de esto hablaremos después.  


EL ACOSO DEL ESPIONAJE

En sus cartas, Pepita se quejaba a Godoy sobre el insoportable acecho de los espías de la Corte española, y es que Fernando VII no descansaba en su acoso, ni dejaba descansar. Una vez logrado el fracaso de su naturalización en Austria, persistió con más ahínco si cabe en su intención de mantenerlos separados a ambos e impedir que cualquier corte europea les enviara su apoyo, convirtiéndolos en sus propios prisioneros dentro de la península de los Apeninos, y para esto, aumentó el número de agentes secretos reclutados en el entorno más cercano a los amantes.

Pedro Cevallos, primo político de Manuel Godoy, antiguo ministro de Carlos IV, como también lo fue de José Bonaparte e incluso de Fernando VII, por aquel entonces, diplomático en Viena, por extraño que parezca…el marido de su mejor amiga, José Martínez, del que antes hemos hablado,  empleado de cargos diplomáticos durante el reinado de José I (Pepe Botella), un caso excepcionalmente doliente, ya que Pepita era amiga íntima de su esposa, y tenía plena confianza con él, pero ahora fue ella misma la que se prestó a la traición, si, su mejor amiga, Rosina,  la esposa de José Martínez, a cambio de importantes cantidades de dinero, como también lo hicieron Nicolò Vivani, gobernador de Pisa, posiblemente el mismo de los versos de Shelley en su “Epipsychidion” , capaz de encerrar a su hija en un convento por negarse a un amor pactado, donde el dinero es dueño y señor de los corazones ciegos, el Cónsul del Gran Ducado de Toscana en Roma, el Embajador español en Torino Eusebio de Bardají y Azara, colaborador inmediato de un mal pagador de favores como lo fue Antonio Vargas Laguna, plenipotenciario y espía de Fernando VII en Roma, sembrador de la discordia entre los soberanos en el exilio y su cortejo, entre los que se encontraba Godoy y Pepita, aquel que con anterioridad había sido Alcalde de Casa y Corte gracias a su paisano el valido extremeño en el apogeo de su poder, el propio Manuel Godoy, y ahora, como Judas, por un puñado de monedas, pagaba su gracia…el propio Cardenal Ercole Consalvi, ministro plenipotenciario del Congreso de Viena, gobernante virtual de Roma durante el papado de Pio VII, aquel con tanto poder en sus manos, que sostenía con ellas las llaves del purgatorio y el mismo Papa tendría que esperar a las puertas del paraíso hasta que Consalvi llegara…la viuda del Mariscal de Campo y antiguo Mayordomo de Carlos IV, Maria del Carmen Álvarez de Faria, prima hermana del propio Godoy, y hermana de la mujer de Cevallos, cuñados del Príncipe de la Paz, porque como dice el refrán, poderoso caballero es don dinero…el actual Mayordomo Real de Carlos IV nombrado Marqués, don Ramón de San Martín…el Aya de Carlota, la hija de Godoy, quien era además azafata de la reina, de nombre Maria Ignacia Lavari…los preceptores de Manuel y Luis, los hijos de Godoy…las mismas hermanas de Pepita Tudó, Magdalena y Socorro, y además, el esposo de esta última, el marqués de Stefanoni y su familia, y como caso más doliente, el de la propia hija de Godoy, Carlota, tras un fallido intento de su padre y la reina  por casarla con Francisco de Paula, hijo de Carlos IV y Maria Luisa de Parma, posiblemente inducida por el engaño, pero es que  la sombra de la traición acecha en la esquina, agazapada a la espera de su oportunidad. La traición, vestida de oscuro, se confunde con el misterio y la gracia que la noche tiene para disfrazar de ingenuo al paseo nocturno a la luz de la luna de la confianza ciega, y de sabor dulce, engaña a menudo el paladar ávido de gusto inofensivo y amigo, escondiendo en su esencia el amargo veneno de la cicuta mortal, a cambio, recibe el pago de treinta monedas de plata, arrojadas al suelo y cubiertas del polvo de la apostasía. En la imagen, Carlota Luisa de Godoy y Borbón.



EL TRISTE CAMINO DE UN DRAMA.

El año 1818 fue especialmente crudo para Pepita, ya que si sus esperanzas de ir a Austria se habían visto apagadas, en marzo, sufrió la muerte de Luis, su hijo menor, con apenas once años de edad, víctima de una tisis incurable…de los cuatro hijos que había tenido con Godoy, le habían sobrevivido dos, Manuel, y Luis…Se había visto forzada a trasladarse a Pisa, por orden de Fernando VII,  y de allí, a Génova, la capital de Liguria en un Reino de Cerdeña restaurado por el Congreso de Viena bajo el poder de Víctor Manuel I de la dinastía saboyana. Pero para aumentar la mala situación, vino la negativa del ministro austriaco en Toscana de facilitar a Pepita Tudó los pasaportes para atravesar Venecia y Milán, que por aquel entonces pertenecían a Francisco II de Austria, y con toda probabilidad, debido a una intervención de Fernando VII desde Madrid, con lo que Pepita, su madre y su hijo tuvieron que hacer el camino por mar…

Pero Pepita, no se achicaba, la muerte primero de su hijo menor,  le produjo un terrible dolor, una rosa negra clavada en lo más profundo de su corazón la desgarraba por dentro, escuchaba de nuevo la campana triste que anunciaba al mundo su desdicha, se vestía de nuevo de polvo para pasar desapercibida en el camino incierto ladeado por los abismos por el que el destino le obligaba a arrastrarse tirando de ella con la soga de la muerte más triste, la muerte más trágica, la más insoportable de las tristezas que la pérfida dama negra se obstina en presentar sin remedios ni orden establecido, arrancando de su seno lo que de su seno vino con todo el amor que una madre puede esperar, y que sólo una madre puede sufrir y llorar…buscaba a ratos el consuelo en los recuerdos del alma, y estos se empapaban en una imagen opaca que se desvanecía profiriendo gritos de angustia desde lo más profundo de su corazón…el día se vestía de luto y la noche escupía la esperanza del sueño reparador en el que sus pasos en la penumbra de un candil buscaban el rincón del aire para respirar serenidad y silencio, firmeza y sosiego…pero todo era en vano, el tiempo, jamás le dio la tregua que un alma atormentada necesita para no ser forzada a lanzarse al vacío de la desesperación.



Durante los últimos meses de vida de su hijo menor, ella se encargaba de sacar de la palúdica ciudad de Pisa al mar de Liorna, donde el pequeño Luis jugaba al aire libre respirando la ansiada salud…Pepita no lo abandonaba ni un momento, alegrándose de sus leves mejorías y temblando de terror ante sus crisis, descuidando hasta su propia persona y su salud…pero pese a no olvidar nunca a su hijo, pues después de muchos años pasados desde su muerte, cada aniversario como el día de su santo, el día de su cumpleaños, el día de su desaparición ella perdía el apetito y sufría ataques de insomnio y migraña…pero como aquel ave de rojo plumaje, anaranjado y amarillo incandescente, de pico y garras fuertes y apariencia fabulosa, resurgía de nuevo con todo su esplendor de las cenizas de su desgracia para imponerse de nuevo a la vida, vivir o reventar decía…vivir o reventar muriendo en vida.

La correspondencia entre los amantes era constantemente censurada y la lucha contra los espías era incansable, daba instrucciones tanto a sus hermanas en Roma, como a Godoy, para tratar de evitar en lo posible el acoso, pero era misión imposible…tanto por su educación como por su ambición personal, Pepita se veía empujada a la necesidad de dar una educación sólida para su hijo Manuel, que le sirviera de base para iniciar una vida adulta de provecho. Desde finales de 1818 comenzó a recibir renta de sus bienes en España, pero a pesar de ello, no dejaba de agobiar a Godoy con peticiones de dinero, cada vez, más elevadas. Conviene recordar que a Pepa le gustaba la vida mundana, el bienestar y jamás se resignó a otro tipo de vida, pero también hay que decir que  era ella quien se encargaba de mantener vivas además no sólo la educación de su hijo, si no su situación material y financiera, de ahí que el asunto sobre la paternidad de Godoy se convirtiera en un asunto de vital importancia, pero además de la negativa papal a regularizar su situación, y el fracaso del proyecto austriaco, se unió un empeoramiento de la salud de Carlos IV, al tiempo que la reina Maria Luisa, y del propio Godoy, que enfermó de paludismo, con lo que Pepa se vio obligada a tomar medidas más incisivas, ya que Godoy, en su testamento otorgado a finales de ese mismo año de 1818 durante su enfermedad, declaró como heredera universal a su hija legítima Carlota, mientras que a ella misma y a su hijo Manuel les otorgaba una pensión vitalicia que a ella le pareció escasa. Además, se sumaba a esto la evidencia de que Godoy recibía a diario en su casa tanto a su hija Carlota como a la reina Maria Luisa, con lo cual, Pepa empezó no ya a rogar a Godoy que cumpliera con su deber de padre con respecto a su hijo, si no que exigía ese deber de reconocimiento paternal con una perseverancia incesante argumentando además reglamentación judicial, pero, se necesitaba el acuerdo de Fernando VII, su principal enemigo. En la imagen, Fernando VII.



Ya en 1819, con muy poco tiempo de diferencia, mueren los reyes Carlos IV y María Luisa de Parma, con esta última era con quien mantenía una estrecha amistad, pero Pepa, no confiaba demasiado en ella a pesar de las promesas de afecto, ya que la consideraba culpable de que Godoy no abandonara Roma y se uniera a ella. Cabe recordar que sus relaciones con Godoy se caracterizaban por sus continuos reproches dirigidos a él por causa de su extrema fidelidad para con los antiguos reyes, pero tras la muerte de estos,  Pepita ve cómo se van esfumando todas sus esperanzas para el reconocimiento paterno de su hijo Manuel, pero no renuncia a continuar los trámites, y tomaba forma la personalidad de una mujer muy activa en el campo de la economía, tanto era así, que el propio Godoy le confiaba los recursos para administrar la economía familiar e incluso personal que iba menguando de forma alarmante y ella fue un alivio para las finanzas de la familia, además de demostrar que era una mujer ilustrada, educada según las ideas del Siglo de las Luces, de una presencia impresionante, con una excelente memoria, la cual, le facilitaba el aprendizaje de lenguas extranjeras que hablaba con soltura como el francés, el alemán y el italiano y a la que gustaba la literatura, la poesía y el teatro., aunque su vida mundana durante aquella época sólo se limitaba esencialmente a los miembros de la Corte del Gran Duque de Toscana Fernando III, aunque también mantenía contactos con Carlos I de Borbón y Parma, nieto de los reyes Carlos IV y María Luisa a quien Napoleón había arrebatado el reino de Etruria, y a su vez,  mantenía una gran amistad con los últimos representantes de la familia Medici.

 En noviembre de 1828 falleció María Teresa de Borbón y Vallabriga, condesa de Chinchón, desapareciendo así el obstáculo para que se celebrara el matrimonio entre Manuel Godoy y Josefa Tudó, que tuvo lugar finalmente en Roma el 7 de enero de 1829. Para vencer los obstáculos que interpondría Fernando VII era necesario liberarse de su jurisdicción adquiriendo la ciudadanía romana. Manuel Godoy compró en diciembre de 1829 a la familia Giustiniani el feudo de Bassano del Sutri, cercano a Roma, por una suma importante, en un momento en que su economía comenzaba a resentirse.  Días después el recién elegido papa Pío VIII expidió un breve declarándole príncipe romano con el título de Bassano. Otros dos breves posteriores les declararon ciudadanos romanos.


Pepita convenció a su esposo para abandonar esta ciudad y trasladarse a París, cosa que hicieron finalmente el 17 de enero de 1830, dando comienzo así a la etapa del exilio parisino. Entre los años 1830 y 1834, el matrimonio vivía en París, donde se habían instalado  junto a su hijo Manuel y su esposa, la dama irlandesa   María Carolina Crowe y O'Donovan O'Neill, dama de honor además de la Emperatriz Eugenia de Montijo, y Manuel Godoy, por prudencia (o insensatez, según se mire), había puesto todos sus bienes a nombre de Pepita Tudó, que como administradora general de los bienes de su esposo, comenzó a adquirir numerosas propiedades, y a solicitar diversos créditos a la banca ofreciendo como garantía dichas propiedades y algunos cuadros de su colección, y fue la propia Pepita Tudó quien arrendaría un palacete en la Calle de Saint Honoré, una de las calles más emblemáticas y exclusivas de la ciudad, y una amplia casa campestre en Montigny.  Asimismo obtuvo un préstamo de 600 000 francos del parisiense Banco Rollac, garantizado con parte de unas joyas no de su propiedad, sino de unos compatriotas amigos refugiados en Francia. Durante aquellos años, concretamente en 1831, en un informe secreto, la policía francesa atribuye a Madame Godoy en 1831 suntuosas joyas ampliamente exhibidas en brazos y generoso escote, por valor de más de cuatro millones de francos. En algún periodo durante el matrimonio, la pareja no vivían juntos en París bajo el mismo techo, y pese a que no existen evidencias de que pasaran algún tipo de crisis matrimonial, de hecho, se les conoce haber ocupado el 29 bis del Bolulevard Beaumarchais, pues es de sobra conocido que tenían diferentes puntos de vista en varios temas, como por ejemplo el económico, en el cual, Pepa quería vivir como toda una dama de la burguesía parisina y Manuel Godoy siempre aconsejaba una prudencia en los gastos.


En 1832 gozaban de una buena posición en el París de Luis Felipe, pues a las propiedades parisinas había que añadir las de los Estados Pontificios. Pronto aparecieron las deudas. Godoy se vio obligado a empeñar cuadros y más tarde sus propiedades tanto en Francia como en Roma. En 1835 Pepita abandonó París y viajó primero a Italia y luego a España para iniciar los contactos que posibilitaran al levantamiento del secuestro de los bienes, además de ocuparse de la publicación en España de unas Memorias en gestación,  mientras Godoy alquiló un apartamento en París, en la calle Michodière, en cuyo cruce con el Boulevard de los italianos se halla el edificio donde Gracchus Babeuf organizó la “Conspiración de los iguales”, en un pobre apartamento  donde se instaló con su hijo Manuel  y su ya numerosa familia. Esa sería la última y definitiva separación de la pareja, que ya no viviría nunca en común. En París Godoy se convirtió en un simple exiliado. No hacía vida social y se vio obligado a pedir ayuda económica al gobierno francés, que le concedió un socorro de 5000 francos. El pago de las deudas y el mantenimiento y la educación de sus nietos acabaron con sus reservas económicas. En la imagen, Pepita Tudó pintada por José Madrazo en 1813.


Mientras tanto, Pepa que había viajado a Madrid para restaurar la posición social de su esposo,  vive su sueño en una vigilia trasnochada por el recuerdo de los desencuentros que no quiso buscar, pero altiva y brillante, se presenta ante la sociedad como la señora de Godoy, aquel que ha quedado enterrado en sus memorias escritas una y otra vez para darle sentido al atrevido destino que quiso inquirir, en un duelo a muerte entre la ambición y la modestia, la razón o el desengaño, la justicia o el olvido perenne a que es condenado aquel que buscando, se encontró sin querer con lo que nunca quiso encontrar.

 Pepa jamás regresó junto a Godoy, como hemos dicho ya,  pese a que finalmente todos esos largos años de trámite finalizaron con éxito, y el Gobierno español devolvió a Godoy todos los títulos y honores que le habían quitado en 1808, y le permitieron regresar a la patria en 1847, gracias a la energía y vitalidad de Josefa Tudó, demostrando una enorme perseverancia y paciencia durante todo el proceso de rehabilitación de su esposo, sin cesar de enviar peticiones a los políticos y diplomáticos y a la misma reina Isabel II, pero es menester aclarar que todo ese esfuerzo, no era resultado exclusivo de su amor a Manuel Godoy, sino más bien el de favorecer sus intereses comunes con la final intención de salvar no sólo el honor y la fama del propio Godoy, sino también el de ella misma. La salud no permitió a Godoy regresar, o por lo menos, aunque al principio si hubiera podido hacerlo, el caso es que no lo hizo, ni tuvo intención, y después, la enfermedad, no se lo permitió y falleció en París en 1851 en total y absoluta miseria.

Por otro lado, Pepita vivió dieciocho años más permaneciendo activa hasta el final de su vida, manteniendo numerosas relaciones mundanas y gozando de las representaciones teatrales que tanto le gustaban, así como su interés por la política del momento, y no fue más que una pura ironía del destino que no falleciera de vejez, si no que lo hizo en su piso de la Calle madrileña de Fuencarral, en el año 1869, a los 92 años de edad, desgraciadamente por ser víctima de las quemaduras de un brasero que incendiaron sus ropas en un mal accidente, y fue enterrada en el Cementerio de la Sacramental de San Isidro en un triste nicho en la fila superior de la galería número 4 en el patio de la Purísima Concepción, en la actualidad de difícil localización ya que una descuidada limpieza de mantenimiento lo ha blanqueado con una capa de cal. Su hijo Manuel fallecería dos años después también en Madrid.


LA HISTORIA ESCONDIDA EN UN LIENZO

Siempre se ha pensado que la protagonista de los famoso lienzos de Goya, “La Maja vestida y La Maja desnuda” había sido la Duquesa de Alba, la cual tenía una gran amistad con el pintor, pero en 1872, la Academia de San Fernando solicitó a Pedro de Madrazo,  uno de los grandes nombres de la historiografía de la pintura española en las décadas centrales del siglo XIX, y uno de los historiadores espa­ñoles de su época que contribuyeron más intensamente al estudio de las obras del Prado y a la difusión de su conocimiento, la dirección de un segundo catálogo descriptivo e histórico de las obras más importantes del Museo del Prado referentes a la escuela española e italiana. Madrazo cedió los comentarios a varios autores, y se reservó para si las referentes a las Majas de Goya, para hacer su exposición documental e histórica.

Madrazo tenía que escribir un texto, claro y sencillo, sobre el personaje representado, veraz pero que no hiriese sensibilidades de personas vivas y con poder, decidiéndose hacerlo en un perfecto claro-oscuro pictórico, solo inteligible para conocedores de la historia de la familia de Carlos IV. Madrazo hace un primer comentario sobre la Maja Vestida: “Pintó Goya, este hermoso retrato al aire libre, en el bosque del Pardo. Debemos la noticia, nunca publicada hasta ahora, a persona verídica que la adquirió de una ilustre señora contemporánea, que acaba de fallecer y cuyo nombre pertenecía a la historia de una época desgraciada de nuestra patria desde mucho antes de volver su deslustrada belleza a la madre tierra. La alusión es clara pero tremendamente confusa, la ilustre señora contemporánea que acaba de fallecer (1872), superviviente de una época pasada hacia más de 70 años, era una clara referencia a una dama vinculada a Godoy desde su primera juventud, fallecida en Madrid en 1868 a los 92 años de edad, a causa de un accidente fortuito…”

Posteriormente, Madrazo dirige la atención con otro comentario cerrado y sin clarificar demasiado, hacia la Duquesa de Alba, y sus relaciones personales con Goya, de la siguiente manera: “No sabemos quien fuese esa despreocupada y linda perezosa, que por no molestarse en sostener una decorosa negativa, condescendió con el capricho del que la quiso retratada en semejante postura, ya con la ropa pegada a las carnes, como la vemos en este lienzo ya sin ropa alguna y en sencillo atavío de Eva en el Paraíso terrenal.... hubo quien dijo ser el retrato de una gran dama de la corte de María Luisa muy conocida por su vida galante y romancesca, que distinguió al pintor con su intimidad: suposición maliciosa desmentida por los retratos auténticos de aquella dama…”

Pido disculpas al lector, y confío en que no pierda la atención, porque seguidamente, Madrazo vuelve de nuevo a cambiar de opinión, desdiciéndose de lo dicho, y cita la relación de la modelo con un relevante caballero de la época, Godoy sin duda, dado el lugar donde habían sido encontrados los lienzos, en su propia casa: “No falto quien golosmeando en el vedado archivo de la crónica escandalosa de aquellos tiempos, averiguase que esta graciosa muchacha era la amiga de cierto sujeto que, por el carácter de que se hallaba revestido, debió abstenerse de semejante calaverada.”…en este punto, cabe aclarar una cuestión, y creemos que es muy importante, ya que se encuentran registradas con el nombre de Gitanas en el inventario de su palacio. Más tarde, cuando la Inquisición secuestró su colección, convocó a Goya para saber quién era la dama y de quién provenía el encargo, pero no se conoce la respuesta del pintor. En la imagen siguiente, la Duquesa de Alba pintada por Goya.


Madrazo continúa con su confusa exposición sobre la modelo, pero indicando la situación que los cuadros tenían uno encima del otro, como un juego visual que podía verse al desplazar la Vestida, dejando al descubierto el lienzo de la Desnuda: “Es que la maja echada fue no más que una bonita pelandusca, porque el mismo Goya la retrato en cantidad y en igual postura, como queda dicho, en otro lienzo que la academia conserva y que el primer propietario tuvo oculto debajo de este por algún tiempo, con el pecaminosos objeto de contemplar a sus solas la rosa sin la hojarasca…”

Finalmente,  menciona al poseedor del juego erótico, Godoy, el Príncipe de la Paz, pero continua enmascarando los hechos, y hábilmente cita una rocambolesca historia para justificar su ocultación a las miradas ajenas atribuida a parecidos físicos entre damas de muy diferente cuna, refiriéndose de nuevo a Pepita Tudó, con la que se caso oficialmente Godoy a la muerte de su primera esposa La condesa de Chinchón, en 1829: “Ambos retratos pasaron a poder del Príncipe de la Paz quien se supone los adquirió, para tenerlos en perpetua reclusión, por cierta enojosa semejanza que creyó descubrir entre el liviano modelo y una respetable dama de cuyo decoro era guardador…”

Con este texto, Madrazo se libra de represalias inoportunas argumentando todo lo que en realidad se puede hacer público, pero únicamente las personas bien entendidas en historia puedan ver la verdad de los hechos y así, nadie pueda resultar perjudicado, ni sentirse agraviado por las manifestaciones, y el motivo es que al matrimonio, le sobrevivió un hijo, como hemos visto ya, Manuel, el cual, emparentó con una familia de la alta sociedad y cuyos descendientes contrajeron  matrimonio con dignatarios españoles.
Finalmente, fueron los hermanos Madrazo los que  escondieron el cuadro de la desnuda detrás de la vestida en los almacenes de la Academia de San Fernando, teniendo que esperar hasta la muerte de Pedro de Madrazo en 1898 para que esta obra se presentara en público en 1900 y a partir de 1901 pudiera contemplarse en el Museo del Prado.

Ya en una época más reciente,  Luis Martínez de Irujo, Duque de Alba, consiguió permiso para realizar la autopsia a los restos mortales de la Duquesa María Teresa de Silva, con el fin de aclarar las causas de su fallecimiento, y una vez realizada la exhumación para proceder a la autopsia  aparecieron extrañas evidencias,  tales como la desmembración de un pie, para conseguir que entrara el cadáver en el ataúd, hecho que ocurrió en 1843, cuando se realizó el traslado del cadáver desde el primer lugar de enterramiento hasta la Sacramental, (en lugar de conseguir un féretro más grande se optó por hacer que el cadáver fuera más pequeño), el cadáver presentaba un estado de momificación cuya causa se desconocía y después de pertinentes pruebas se documentó que se debía a causas naturales. En las pruebas practicadas no pudieron encontrarse indicios de veneno alguno, dando por descartado que el fallecimiento se realizara por este hecho.

 El 2 de Mayo de 1975, en la ciudad de Cáceres y como consecuencia del II Congreso de Nacional de Médicos Escritores, el doctor, Hernández Gómez, da a conocer el examen forense que se realizó a la duquesa de Alba en 1945, y en el que se pone de manifiesto que las causas de la muerte fue una meningoencefalitis de origen tuberculoso, como final a un proceso anterior que duraba más de diez años. Además se señala la destrucción casi total del riñón izquierdo, y la confirmación de una pleuresía serofibrinosa sufrida por Cayetana en 1792. En su estudio anatómico aparece una marcada escoliosis hacia el lateral derecho que producía una marcada elevación del hombro del mismo lado, es decir en los últimos años de vida la Duquesa presentaba un aspecto físico muy depauperado, con lo cual en las fechas en que se realizaron los lienzos, la duquesa estaba muy enferma, además de que su edad no correspondía con la representada por la joven modelo…de hecho, el primer gran biógrafo de Goya, el francés Charles Yriarte, en 1867, se alza contra esta identificación con argumentos convincentes sobre la diferencia total de facciones. Observemos que, en 1800, la duquesa tenía cuarenta años y estaba ya muy enferma, y Jeannine Baticle, la gran biógrafa de Goya, lo manifiesta así también, pero si en verdad nos paramos a comparar el rostro de Josefa Tudó del Museo Lázaro Galdiano con el de las Majas de Goya, podremos observar que el parecido es sorprendente, como consta en este artículo.


FINAL, JUICIO Y SENTENCIA

La personalidad de Josefa Tudó va mucho más allá de una mujer que se limitaba únicamente a sus hijos y a su casa, como hemos visto…Amiga y amante durante tantos años del favorito Godoy, dama de la Corte de la pareja real española, mujer con muchos contactos en el mundo de la política y la cultura, así como de varias familias de la realeza en Europa, y con un carácter marcado y fuerte, nos hacen vislumbrar que tuvo que ver algo más que una mera presencia virtual en decisiones importantes dentro de la política española. Sabido es que en ningún momento descuidó sus obligaciones de madre, y que participaba de forma muy activa en asegurar el porvenir familiar, incluso muy por encima del propio Manuel Godoy, y que su deseo de éxito era tan grande, que a pesar de las presiones intervencionistas del espionaje a que estaba sometida junto con la familia real en el exilio y el propio Godoy, y el gran número de contratiempos, en ningún momento se apartó del camino que fijaba para sus objetivos.

La pelea constante contra todos los contratiempos que se encontraba de frente, la hacían ganar una habilidad especial en el campo de la alta política, la diplomacia, el comercio, las finanzas y la medicina. Casi siempre privada del apoyo principal del hombre, tuvo que verse forzada a contar exclusivamente consigo misma, y aprendió a actuar con extremada cautela, pese a que en muchas ocasiones era traicionada por su intuición y de forma inconsciente, se dejaba llevar por la amistad con quienes eran enemigos potenciales de sus propósitos, pero en cada momento que era víctima del brutal espionaje, siempre buscaba la solución más adecuada.

No podemos decir que a Pepa y a Godoy, no les uniera un verdadero amor, pese a que pueda finalmente aparentar un interés de supervivencia, ya que permaneció fiel a su amigo y amante sin perder en absoluto la esperanza de llegar a ser su esposa legítima en algún momento. Así lo atestiguan los documentos epistolares conocidos en los que rememoraba y contaba a su hijo Manuel el orgullo que sentía al recordar antiguas proezas como fue el caso de la Guerra de Las Naranjas que recuperaron felizmente Olivenza y sus territorios  en venganza por el indecoro y el engaño del antiguo Tratado de Alcañices, y el inteligente papel de Godoy frente a las pretensiones napoleónicas de apropiarse de todo Portugal,  y rememorar para su hijo  su entrada triunfal en Badajoz.  En la imagen, Manuel Godoy retratado como vencedor en la Guerra de las Naranjas.



Pepa sufría por Godoy, le amargaba su situación, se sentía con una nostalgia y tristeza terribles que le partían el corazón, y se sacrificaba y sufría privaciones por causa suya, pero, sin embargo, su amor no estaba libre de toda condición, y ciertamente en más de una ocasión le había dado a entender que estaba en plena disposición de traicionarle si los planes que ella misma había trazado no prosperaban finalmente de forma adecuada, o si el mismo, Godoy, no respondía de forma positiva a sus peticiones, por otro lado, lógicas.

No corresponde al autor juzgarla, esta es tarea del lector, pero nos permitimos dar una cierta valoración de prueba a favor de Pepita Tudó, y es que ella, jamás había renunciado a una vida de la que se creía merecedora a toda costa, y que veló siempre por los intereses de sus hijos, y del propio Godoy, aunque fuera también en interés particular. Su decisión final, no forma parte más que de esas circunstancias de una vida de mujer fatal, por así decirlo, a quien las circunstancias habían obligado de alguna manera a tomar la decisión menos mala de todas por su propio bien.


Como si del primer acto de “Pan y Toros” se tratara, y Francisco Asenjo Barbieri nos paseara por la música de la vida de esta mujer de oscuro pasado escrita en el libreto de José Picón, la comedia y el drama de Pepita Tudó es narrada sobre las tablas del Teatro de la Zarzuela por un exuberante Gaspar Melchor de Jovellanos primero, y los primeros Episodios Galdosianos después, pasando por “Volaverunt” de Antonio Larreta,  para alumbrar la vertiente amatoria de la profusa leyenda goyesca,  en un periodo de la historia de España de gran convulsión política y de una riqueza ideológica,  que marcará un antes y un después en la agonía de un régimen,  cuyos últimos estertores se manifestaban con toda su cruda realidad.


El hada de Aranjuez, favorita del favorito, la que no duerme, pero sueña despierta en un sueño sin fin ni fronteras, camina por el sendero de la oscura burguesía del retiro, como diría Cristóbal de Castro, hasta el esplendor del Salón Real, acompañando a los reyes al destierro, y persiguiendo la sombra del valido sin sombra que un día fue su luz, muere por las traidoras brasas de un brasero, como dijo aquél, al incendiarse el vestido de noche con una traidora bujía, símbolo de la mariposa que perece atraída por la luz de la tragedia. Aquella que sazonaba el amor con todos los decoros aristocráticos y todas las gracias callejeras bajo el odio procaz de las duquesas manolas y las picadas castañeras. Medio gitana, graciosa, altiva y entera bajo las miradas de acoso que desde los jardines acechan inmisericordes para reclutar después a las camarillas de damas y señores de mediana y alta cuna pero mérito menguado, nos dice adiós en este recuerdo de la historia aventando su mano diestra, pues con su siniestra esconde el arma de su venganza fatal, y recostada, desde el interior de un marco antiguo, nos observa risueña y graciosa como ella sabe observar, sabedora del eterno engaño que nos condena por siempre a contemplar su figura vestida y desnuda con la ingenua mirada del que observa, sin conocer la verdad… y que escondida entre los cojines, asoma la empuñadura de una daga que espera su turno en el acto final.






Aingeru Daóiz Velarde.-





BIBLIOGRAFÍA

Fernando VII, rey constitucional: historia diplomática de España de 1820 a 1823.  Escrito por W. R. de Villa-Urrutia


La historia inédita: estudios de la vida, reinado, proscripción y muerte de Carlos IV y María Luisa de Borbón, reyes de España.  Escrito por Juan Pérez de Guzmán.

Obra de teatro Pepita Tudó.   Ceferino Palencia Álvarez.

Proceso a Godoy. Novela histórica. Carlos Rojas Vila.

Revista PASEA POR MADRID Nº 3. Junio de 2014. Editor Luis García.

Novela VOLAVERUNT.  Antonio Larreta.