domingo, 17 de mayo de 2020

UNA ESTRELLA DETRÁS DE LA LUNA


UNA ESTRELLA DETRÁS DE LA LUNA


Había sucumbido a la necesidad. El hambre y el amor propio le habían desterrado a los suburbios de una gran ciudad, a la que había acudido en busca de la fortuna de lucir su voz y su encanto en los escenarios de sus sueños. Cantaba bien, y le habían prometido una carrera de fama y superación detrás de la voz de un auricular en una mala noche de otoño. Sólo su prima Sofía conocía el amargo sabor de su destino, y a la que le había hecho jurar por lo más sagrado de su vida y su muerte, no revelarlo jamás.


Con la mirada perdida en un lejano pensamiento, a través del humo de un cigarrillo da color a un suspiro del recuerdo, intentando rememorar lo que la ha traído hasta aquí, tras una noche dura de calle y poco calor de humanidad, más que el estrictamente necesario para mal ganar unos pocos cuartos.


Ya pronto regresaría como todos los días a su cubil, una habitación oscura, en un lúgubre piso de una calle con nombre de marino antiguo como la historia, que le había alquilado la Paca, una rancia compañera de oficio ya retirada a fuerza de años y pellejo, y que todas las mañanas le preparaba con cariño maternal un café con leche con su copita de anís, y sus dos tajadas de panceta ahumada y un huevo frito.



Pensaba en aquel novio gris de la pubertad, cuya única intención asomaba de vez en cuando por la descarada bragueta del pantalón ajustado, y se lo quitaba de encima de peor que mala manera, para regresar al siguiente día disfrazado de lágrimas y una barata flor arrancada seguramente del primer jardín del desencuentro.



Los tacones finos de aguja le habían jugado ya un par de malas pasadas, pero era la indumentaria perfecta para dar un aspecto de glamour , al que acompañaba el tatuaje de un pequeño corazón oscuro en el empeine del pie, mientras sus pensamientos se iban aclarando al frescor de la brisa de la mañana temprana, a la vez que le hacía una peineta con el dedo corazón a un transeúnte madrugador en busca de algo de comer en los contenedores de la basura, que le había soltado algún escarnio del color de la verdura.






Se acordaba del aroma de azahar y una mezcla sensible de jazmín del primer perfume que le regaló aquél segundo novio, Óscar, que la quiso de verdad, pero ya era tarde, y la vida se vestía en aquellos tiempos del color de los sueños inmortales que al final, nunca se terminan de hacer realidad, y pese a las promesas de amor eterno y un anillo barato, prefirió abrirse camino buscando otra oportunidad, que ya nunca llegó más allá que el pago de un puñado de billetes tras un alocado rato de 15 minutos en un camastro oscuro en el bajo de una mala pensión. La vida del campo en un miserable pueblo de la montaña nunca le había gustado, y había visto perderse a su padre detrás de la piel azulada de la silicosis en aquella tierra de su Asturias natal.


La sombra de maquillaje oscuro de su mirada había emborronado la multitud de colores de luz y esperanza que había puesto en el cuadro de la ilusión de su vida, y rota su alma insensible ya por el paso de las horas recorriendo las calles en la noche, se veía así misma inerme de volver a imaginar en la oscuridad de su corazón, la luz del amor que intentaba llegar un día sin buscarla, una luz tenue y cálida que se apagó en cualquier esquina de su vida sin que nada pudiera hacer para remediarlo hoy, puesto que ya el destino había puesto boca arriba sus cartas, y a ella le había tocado la mano mala esta vez.

En alguna ocasión, casi siempre después de servir su cuerpo al desahogo del mejor postor, había pensado en vestir su vida del tenebroso disfraz del suicidio, incapaz de juzgar a un mundo en el cual intentaba sobrevivir a precio de coste, huyendo del consuelo de su propio reflejo en blanco y negro, colgado en una burda y sucia habitación barata.




El espejo retrovisor de un coche aparcado, le sirvió de reflejo para retocar el maquillaje de su imagen de chica mala, a pesar de que los moratones del alma no los tapa el rímel, como tampoco hay costura que cosa las grietas del corazón, ni suficiente alcohol que ahogue los recuerdos de aquellos fantasmas que se empeñaban en aparecer siempre a la misma hora, y bajo la misma luz centelleante de un semáforo, o a veces, después del sabor de sangre en la boca cuando algún degenerado le daba por cruzarle la cara por no poder superar la impotencia de su propia precocidad, y así, sentirse más hombre, en un mundo donde el hombre, surge del barro de la apestosa procacidad.


Había emborronado su nombre, Paula, para cambiar la firma de su ficha de trabajo por el de Lilith, le parecía más embaucador, o a lo mejor, era un simple guiño a la dignidad de su persona, ya que era preferible que arrastrara por la suciedad de una alcoba de pago el nombre de la reina de la noche, la mujer del diablo, que aquel que con tanta ilusión le había puesto su madre al nacer.


Hacía ya cinco años que estuvo en su entierro, el de la madre buena, la madre amada, y todavía podía escuchar el sonido del féretro raspando el cemento lucido del nicho, donde dormiría su sueño eterno a salvo de la crueldad de la existencia, de la feroz realidad de la niña de sus ojos disfrazada de chica decente a la luz del día, tapando el fracaso de la meretriz de la noche, o del oficio de puta de turno. Daba gracias a Dios de que se hubiera ido, sin saberlo, si es que podía darle las gracias a Dios por algo.




Una cálida lágrima resbaló por su mejilla alumbrada por el destello que a esta hora de la amanecida, todavía asomaba en el cielo la luna, y sorprendida, se fijó que detrás de la misma, aparecía valiente e insensata, la luz de una estrella perezosa, o quizás, como ella misma, inconforme con su destino. Agachó la mirada sentada en la acera hacia el asfalto empapado por el rocío, y el poder de una sonrisa la desarmó del duro envoltorio de mujer fatal …un coche negro con las luces apagadas, paró a su altura, y maldijo la hora de encamar a su último cliente de la noche, puesto que ya le había dado la paz a su espíritu, y ahora buscaba el momento de pasar con un mal trago de whisky los remordimientos de la noche, a los que ya, había empezado a acostumbrarse.


Se puso como bien pudo de pie, y se bajó lo que la miniatura de vestido negro entallado le permitía bajar con algo de decoro, y se aproximó al vehículo para poner su precio de fin de jornada, al tiempo que bajaba la ventanilla automática del mismo, y una mirada de fantasma del pasado la hizo detenerse en seco, y llevarse las manos a la cara con un grito de espanto y dolor que le atravesó el corazón, o lo poco que quedaba vivo de él…


-Paula, he venido a buscarte, llevo dos años detrás de tu sombra, y por fin, una casualidad, me ha llevado hasta aquí, una rubia teñida que con muchos años de oficio, me ha dado la dirección de esta esquina maldita, y vengo a recordarte que todavía conservo el anillo que me devolviste un mal día, recargado de algún que otro kilate, y el dibujo magenta de un corazón acristalado engarzado a su promesa…vuelve conmigo, no vayamos al pueblo de nuestra niñez, perdámonos allá donde nadie nos conozca, si no te gusta el olor de azahar, te he traído uno de jazmín, que el recuerdo de aquellos años había pintado el zócalo de tu ventana, cuando todavía había luz en tus ojos. Déjame que pinte el brillo de aquella estrella que asoma indiscreta al lado de la luna dormida, esa es tu estrella, y que con mis manos seque el fuego de esas lágrimas que emborronan la expresión de tu sonrisa, pocas cosas hay en este mundo que me puedan apartar de tu recuerdo, y no he sido capaz de guardar en el cajón del olvido la última caricia del calor de tus manos, Paula, sube, y apartémonos de esta cloaca en la que un mal sueño nos ha hundido a los dos, a ti por mal subsistir en la desolación, y a mí por apagar el tiempo en tu ausencia con el dulce sabor de la bebida, no culpes a Sofía de un pecado del que no debe responder.


Un llanto roto y amargo salió de sus entrañas, y se dejó caer en la acera, a la vez que uno de esos traidores tacones baratos se quebraba con la misma sensación que se quebraba ahora el sustento de su espíritu, roto, vencido sin remisión, quebrado en la miseria de su apoyo, deslucido en la belleza de su sencillez, incapaz ya de sustentar el peso de de su aliento, y sobre todo, de apagar con aquel llanto el fuego de su conciencia.


Al otro lado de la calle, el acompasado sonido de unos botines se acercaban a la ya casi incipiente claridad de la mañana, y la silueta en el claro oscuro dejaban adivinar la llegada al lugar del encuentro de aquel que subiste del sacrificio del placer de la carne puesta a la venta en las noches de la gran ciudad, alarmado por el llanto de su mercancía.


-¿Qué pasa aquí, Lilith, hay algún problema que yo pueda solucionar?


La voz rasgada por el alcohol y el tabaco del chulapo hizo temblar la figura de Paula abrazada a la señal de tráfico anclada en la acera, a la vez que Oscar salía del vehículo con la mirada puesta en el amor de su vida.
-¿Qué problema tienes amigo, que le has dicho a mi usufructo que está tan desconsolada?...¿acaso no te ha servido bien o te ha parecido caro su trabajo?


Había vuelto a irrumpir la voz ronca, que encendía con parsimonia un nuevo puro con una cerilla, que alumbraba ahora un rostro siniestro atravesado de norte a sur con una cicatriz. Oscar apartó la mirada sobre Paula, para fijarla fría, solemne, directa y expresivamente hacia su interlocutor, que permanecía en la distancia de seguridad profesional adecuada.


-Yo, no soy tu amigo, ni tú tienes más usufructo que la porquería que llevas en tus tripas, tampoco puedes solucionar más problema que intentar salir por tu propio pie sin tropezar con tu mala sombra. Me la llevo de aquí, te guste o te disguste, y debes saber que ya no vas a vivir más de ella, ni la conoces, y más te hubiera valido no haberla conocido jamás, porque una sola palabra más, y te tragas entero ese habano que te acabas de encender.




Paula se había recompuesto, y se puso de pie a duras penas, manteniendo como pudo el difícil equilibrio, se quitó los zapatos, y se abrazó al cuello de Óscar como un náufrago se aferra al salvavidas en medio de un mar en tempestad, a la vez que se giraba de repente hacia la figura del chulo que con la boca abierta y los ojos fijos en la escena, no daba crédito a lo que venía a escuchar.


- Me voy con él, estoy asqueada de mi mala fortuna, la luz de aquella estrella, me ha alumbrado la vida, y si no es así, que me la quite, porque no estoy ya dispuesta a seguir vendiendo ni mi cuerpo, ni mi alma al mejor postor. Una última oportunidad se me ha presentado en este repugnante camino, que nunca debí tomar, y aquello que empezó como una promesa, termina hoy aquí con un juramento de no volver a recordar ni siquiera el nombre de esta maldita calle en la que perdí mi dignidad, y en la que he vuelto a encontrar la vergüenza, aunque sólo sea por última vez.


El sonido seco de dos disparos de un Mateba, había dejado en el suelo del asfalto un reguero de dos sangres mezcladas en la horrible cara de la tragedia, agarradas dos manos con la fuerza del amor, que ni la muerte cruel es capaz de secar el último suspiro de un nombre, ante el brillo de una estrella esforzada, en el ocaso de la luna, al albor del amanecer.





Aingeru Daóiz Velarde.-

EL COCO

EL COCO
 
Duérmete mi niño, que viene el coco y se lleva a los niños que duermen poco. Duérmete niño, duérmete ya que viene el coco y te comerá. Así cantaban los padres españoles, desde hace siglos,    con voz melosa, la famosa nana para acunar a sus niños pequeños, hablando de un hombre malvado, que a veces se convertía en el hombre del saco, que vendría a llevárselos o a comérselos si no se dormían pronto. Cabría preguntarse el porqué de esa crueldad, y  qué clase de padre querría asustar a su pequeño con una amenaza hecha canción. La respuesta es bien sencilla: un padre cansado, agotado por el trabajo del día, con ganas de llevarse algo al estómago, y descansar para afrontar la mañana siguiente, cuando todavía no se contaba con la incondicional ayuda de los pequeños de la familia Telerín…


El miedo ha sido desde siempre un arma de control efectiva, incluso en el ámbito doméstico. Es también una herramienta de aprendizaje que cristaliza en personajes escalofriantes. El Coco enseña a los niños a dormir a su hora; el Hombre del saco, a volver a casa antes de que caiga la noche; y el Lobo feroz, a no fiarse de extraños. Los niños los temen, pero los adultos delegan en su persona (o personaje) una función pedagógica. Para eso han quedado los monstruos, no tanto para asustar como para enseñarnos valiosas lecciones vitales para educarnos y para controlarnos mejor…ya sé que algunos estarás pensando en siniestra, adaptando la oportunidad al panorama incierto de la política actual, pero no es hora de políticas, si no de artes, y de cocos.




En el centro de la estampa de Goya, nuestro universal pintor, de la colección “Los Caprichos”, aparece  ligeramente desplazado hacia la derecha, a un personaje completamente cubierto con una túnica que mira a una madre sentada que sujeta a sus dos hijos. Uno de ellos alza los brazos y parece querer huir despavorido, mientras que el otro se aferra a la figura materna buscando protección.


Goya ha empleado el aguatinta para el fondo y con aguafuerte ha realizado los pliegues de la túnica de la figura que amedrenta a los niños, así como a la madre con los pequeños, con la que parece dialogar.


En los manuscritos sobre el significado de Los Caprichos se hacen varias aclaraciones acerca del significado de esta estampa. En el del Museo Nacional de Prado se dice que esta obra "representa el abuso funesto de la primera educación. Hacer que un niño tenga más miedo al Coco que a su padre y obligarle a temer lo que no existe". En el manuscrito de Ayala se apunta que Goya ha representado cómo "las madres meten miedo a sus hijos con el Coco para hablar con sus amantes", mientras que en el de la Biblioteca Nacional se señala que "las madres tontas hacen medrosos a los niños figurando el Coco; y otras peores se valen de este artificio para estar con sus amantes a solas cuando no pueden apartar de si a sus hijos".


El coco era una figura que servía para reprender y amedrentar a los niños cuando no se comportaban adecuadamente. En una canción del siglo XVII en la que se alude a este personaje, de cuya morfología no tenemos noticias, decía lo siguiente: "Duerma y sosiegue/ que a la fe que venga el coco/ si no se duerme". El pintor aragonés, desde la perspectiva de un ilustrado, pone de manifiesto en esta imagen la importancia de la educación y la necesidad de que los niños crezcan alejados de la superstición y de los fantasmas.


A su vez, esta obra admite una segunda lectura que tendría que ver con los delincuentes que se aprovechaban de las supersticiones del pueblo para cometer sus fechorías entrando en las casas de noche, disfrazados de seres espectrales, entrando en el espíritu de aquellas familias compuestas generalmente por gente fácilmente crédula, donde el embuste triunfa con facilidad, salvo que algún accidente lo manifieste, como asó lo decía Fray Benito Feijóo allá por el siglo XV, y el mismo Miguel de Cervantes utilizó a este personaje en su epitafio de Don Quijote, cuando decía aquello de Yace aquí el hidalgo fuerte que a tanto extremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó de su vida con su muerte. Tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo en tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco…no confundirla con otro de Los Caprichos de Goya “Lo que puede un Sastre”, del que hablaremos en otra ocasión.
 


El Coco es el Espíritu de las Tinieblas, por las que tiende sus invisibles brazos, conteniendo las lágrimas del niño, y decía Unamuno que cuando desaparece bajo toda forma y todo nombre, aún queda su aliento, la sombra que le rodea, y desde el más recóndito hondón de la conciencia agita a ésta, y que  el cuarto oscuro es el infierno poblado por la fantasía con toda clase de cocos. En él el niño se tapa los ojos y se vuelve contra la pared para que el coco no le vea. Y ni aun así deja el niño de verle, es decir, ni aun así deja el Coco de ver al niño. Más claro le ve cuanto más oscuro está…Unamuno lo conocía bien, ¿quién no se ha dormido pronto, bajo la amenaza del coco?
 
 Antonio Machado afirma que ese ente surge de la oscuridad y es hijo del color negro, pero existe esa  costumbre tradicional de asustar a los niños mediante un personaje misterioso se extiende por toda España e Hispanoamérica y ciertamente el nombre del asustador varía según las regiones y las localidades, como por ejemplo “bobo”,  “camuña”, al “hombre del saco”, al “tío del sebo”, al “pobre”, al “médico”, a la “bruja coruja”, a la “pantaruja”  y a otros personajes variopintos que las nodrizas crean en un momento determinado… El “pobre” era el mendigo que antaño iba pidiendo de puerta en puerta cubierto de harapos, y causaba miedo en los más pequeños por su aspecto. El “médico” provocaba pavor cuando era el encargado de poner las inyecciones u otras prácticas dolorosas en las localidades rurales.

 El “hombre del saco” es muy popular en toda España y en Hispanoamérica, aunque recibe diferentes nombres: “home de sac” en Cataluña, “hombre de la bolsa” en Argentina, “viejo del costal” en México, “sacoman” en la zona del spanglish en EE.UU.
Una variante es la Mano Negra que se da en Asturias, Cádiz y en otras regiones españolas, también en Asturias se temía mucho al Papón. La Mano Negra en Andalucía era una organización clandestina que se dedicaba a distorsionar e incluso a asesinar, se decía, a los poderosos, en León era La Mora, que decía así:  Duérmete, niño chiquito,  Antes que venga la mora , Porque anda de casa en casa , Por saber qué niño llora, en las tierras vascas y el norte de Navarra era el Onentzero, un gigante de cara tiznada, ojos rojos y aspecto feroz, que se introducía en las casas por las chimeneas. ¿qué nombre, querido lector, tenía el coco en su tiempo, y quién no recuerda, aun siendo adulto, haber mirado debajo de la cama, o vigilar la puerta del armario, cerrando a cal y canto la de la habitación?...No olviden que El coco es imprevisible, y a veces, se disfraza con una siniestra coleta.
 
Aingeru Daóiz Velarde.-