domingo, 22 de febrero de 2015

EUGENIA DE MONTIJO. LA EMPERATRIZ DESDICHADA.








EUGENIA DE MONTIJO. LA EMPERATRIZ DESDICHADA.



LOS PRIMEROS AÑOS DE UN DESTINO

En este recuerdo de la historia, rememoramos la figura de una de esas mujeres tantas veces olvidadas en la andadura de la vida a su paso por los tiempos, figura clave del momento que le tocó vivir, y que un mutismo de la hipocresía histórica ha robado, una vez más, ocultándolo en el silencio, pese a los ríos de tinta que sobre ella se han escrito, y algunos de ellos convertidos en meros arroyos dedicados más a efectos de moda y costumbres de alto realengo que a la figura de una mujer carismática como tantas otras mujeres, y posiblemente capaz en este caso de lo más grosero políticamente hablando, como de lo más heroico y valiente, pero sin duda, una mujer que ha dejado una huella en la historia siendo de las muy pocas mujeres que hayan tenido tanto poder en sus manos como lo tuvo ella. Nos referimos a Eugenia María Palafox-Portocarrero y Kirkpatric, conocida de forma coloquial como Eugenia de Montijo, o como las malas lenguas han venido a llamar como Eugenia de Mérimée.



Nació en Granada el 5 de mayo de 1826, Eugenia María fue la segunda hija de don Cipriano Palafox Portocarreo Idiaquez, Conde de Montijo y Teba con grandeza de España, quien también utilizó el apellido Guzmán por herencia de Doña Inés de Guzmán, condesa de Teba. Fue militar y político liberal, masón y afrancesado que combatió en la guerra de la Independencia española al lado de José Bonaparte, y al que no hay que confundir con otro militar español de la época de nombre José de Palafox, puesto que nada tenían que ver, ya que éste último combatió al lado de la resistencia aragonesa en la misma guerra. Su madre fue Enriqueta María Manuela Kirkpatrik Closeburn y de Genvignée, aristócrata española de ascendencia escocesa al ser hija de un exiliado en España en su juventud por apoyar a la casa de Estuardo en sus pretensiones dinásticas. 


Vino al mundo, en aquella fecha en la que la noble Ciudad de la Alhambra sufría un importante terremoto que presidía el momento del alumbramiento adelantado un par de semanas debido al susto del seísmo, en una tienda de campaña habilitada para el caso en el exterior del palacio por temor a un derrumbe fatal, teniendo Eugenia su primera experiencia vital sobre una tierra que se resquebrajaba a modo de saludo ante los primeros alientos de su vida, y como ella misma diría más adelante, bajo un árbol en un bosquecillo de laureles y cipreses. Azaroso fue su nacimiento, como azarosa fue la larga vida de esta mujer, arquetipo de dama andaluza que nunca utilizó el apellido Guzmán como su padre, aunque se sentía orgullosa de su ascendencia con Alonso de Guzmán, más conocido en la historia como Guzmán el Bueno.



Su padre, como ya hemos dicho, había luchado en los ejércitos de Napoleón Bonaparte y el espíritu afrancesado de aquella época lo trasladó lógicamente a su círculo familiar de forma fiel, así pues Eugenia, al igual que su hermana Francisca, futura Duquesa de Alba y más conocida como Paca de Alba, recibió una educación reservada a las señoritas de clase de la época. En la imagen siguiente, Eugenia de Montijo.







Su hermana fue   Duquesa de Alba al contraer matrimonio con Jacobo, Fitz-James Stuart y Ventimiglia, XV Duque de Alba y doce veces Grande de España,  un año mayor que nuestra protagonista, acabaría siendo Paca de Alba, como ya hemos comentado, y cuyo matrimonio unió ambas Casas nobiliarias, siendo considerada Eugenia entroncada familiarmente con los Alba, y siempre trató a sus sobrinos casi como si fueran hijos propios, pese a las lenguas malignas que apostaron en una eterna y pertinaz envidia que Eugenia sufría hacia su hermana, por la razón que el Duque hubiera preferido a esta, de carácter más afable, frente a Eugenia, más viváz y de carácter más fuerte, no es menos cierto que siempre disfrutó de un cariño familiar durante largas temporadas tanto en el Palacio de Las Dueñas, en Sevilla, como también en el Palacio de Liria, en Madrid, en compañía de su hermana y sus sobrinos, ya que cabe resaltar que  muchas veces dijo sentirse Sevillana de adopción y disfrutar considerablemente de la cariñosa acogida de sus hermanos Paca y Jacobo no sintiéndose como invitada, si no como una hermana más. En la imagen, María Francisca de Sales Palafox-Portocarrero Kirkpatric, conocida como Paca de Alba, hermana de Eugenia de Montijo.







Por su casa pasaron grandes intelectuales del momento, viajeros ilustrados que ofrecían noticias de los acontecimientos de la Europa más rancia y refinada, se ofrecían grandes fiestas a las que acudían diplomáticos, escritores, músicos, toreros y grandes celebridades de la época, y uno de esos escritores fue Prosper Mérimée, quien se convirtió en un personaje asiduo a las reuniones que se mantenían en el domicilio familiar de nuestra protagonista, y que pronto trabó una amistad especial con la adolescente Eugenia, con quien cambiaba impresiones sobre las costumbres e historias de un pueblo español acostumbrado a debatirse por sus pasiones de forma incontrolada tanto en el amor, como en la guerra, y fruto de una de esas conversaciones se habló del romance protagonizado por una cigarrera, un torero español y un soldado, una historia y una pasión que Mérimée supo argumentar en su novela “Carmen”, la obra que le proporcionó la inmortalidad, y en la cual se basó la famosa ópera homónima posteriormente. Recordemos que a Mérimée le gustaba el misticismo de forma particular y sus historias, llenas del misterio, muchas veces tienen lugar en una España llena no ya sólo del misterio de su profundidad esencial, si no de la pasión heredada de la conciencia latina en su forma de vida. Pasados los años, la amistad tanto de la madre de Eugenia como de la propia con el escritor, influyó para que, en 1853, Mérimée fuera nombrado senador de Francia, y no cabe ninguna duda de que el peso social y político de la Emperatriz, fue decisivo en tal envidiado nombramiento. En la imagen siguiente, Prosper Mérimée.




Su niñez transcurrió en Granada pero, iniciada la adolescencia, los padres la envían a París, donde se educa en Montmartre en el Colegio del Sacre Coeur, con profunda formación católica, que la acompañaría hasta el final de su vida. Su época de colegiala en París fue nuncio de su ulterior vida como Emperatriz de Francia.

Sin pretender a ello, la joven Eugenia empezaba a marcar tendencias culturales que se afianzarían con un viaje a Francia con la pretensión de mejorar su formación académica en vistas de un inevitable ascenso social. Una Francia que hacía lo posible para sobreponerse a la Revolución de 1848 en la primavera de los pueblos cuyo objetivo fue acabar con la Europa de la Restauración absolutista del Congreso de Viena de 1814-1815. Una Francia a la que llegaba al poder un impulsivo Carlos Luis Napoleón Bonaparte, supuesto sobrino nieto de Napoleón, primero como Presidente, y posteriormente, como Emperador de una Francia de Carta Otorgada de corte cesarista. Para el avispado lector al que no se le ha pasado de largo la suspicacia, aclararemos que lo de supuesto sobrino nieto del primer Napoleón es que existen evidencias más que contrastadas de que el propio Napoleón fuera el padre del mismo, pero esto, es otra historia, ya que nos interesa seguir con la de nuestra protagonista, de quien se dan por ciertas las circunstancias de que cuando contaba con 12 años, una vieja gitana del Albaicín granadino, se acercó a ella pera leerle las líneas de su mano, y predijo que llegaría a ser reina, y diez años más tarde, ya en París, el Abate Brudinet, que ejercía el ministerio pastoral junto a la quiromancia, visionaba en la misma mano una Corona Imperial. Curiosas coincidencias esotéricas, que llegarían, con el paso de los años, a confirmar predicciones de juventud.


UN EMPERADOR Y UNA BODA


Huérfana de padre en el año 1839, residió entre Granada y Madrid, y viajó junto a su madre y hermana por Italia, Francia, Inglaterra y Alemania hasta que ya en 1850 fijan su residencia en la ciudad del Sena, donde inducidas por la suspicacia maternal, frecuentan los salones de la ciudad de París, una suspicacia casi convertida en obsesión maternal de casar a sus hijas con lo más granado de la Europa palaciega, hasta el punto de levantar no ya sólo envidias palaciegas, si no cotilleos de la más burda finalidad, rumores, burlas desmedidas por la crueldad que iban precedidas por las historias de las que su madre había sido protagonista en Inglaterra donde había conseguido acceder al cargo de camarera de la propia reina, e incluso acusada de amoríos con los amantes de su propia madre, haciéndola a su vez partícipe de una vida libertina y desenfadada, apodándola con fines burlescos como “la señorita de Montijo” con ánimos oscuros, en reuniones y bailes de alta sociedad donde empezaba a ser mal mirada. Posiblemente arrebatada por el supuesto ultraje de verse repudiada por una primera ilusión de matrimonio y desalentada por el engaño sufrido posteriormente, de los que hablamos seguidamente, se negó en redondo a recibir las cortesías de más pretendientes, cosa que originó un serio conflicto con su madre, pero París y la sombra de la ciudad del amor, persiste y la atenaza con perseverancia.


Es allí donde la princesa Matilde Bonaparte, prima de Luis Napoleón, la presenta al que sería el futuro emperador y es en una de de las muchas reuniones sociales de la alta alcurnia francesa, donde el enigmático y flamante Napoleón III, se fijó en la elegante exuberancia e inteligencia de Eugenia María, de una belleza difícil de desapercibir y mucho menos, para un afamado mujeriego como era el caso del galo, cortejándola de forma vehemente, como correspondía a un personaje con, además, varias amantes oficiales que quedó al principio hechizado por un rostro esbelto de cabello rojizo y que Eugenia se negó a sucumbir a sus encantos de cazador de corazones y amante de pasiones, posiblemente desengañada por sentirse traicionada por un supuesto pretendiente anterior José Isidoro Osorio y Silva-Bazán, uno de los mejores solteros del momento, conocido como Pepe Osorio o Pepe Alcañices, que antaño había estado enamorado de su hermana Francisca y que había entablado amistad con Eugenia con la intención de acercarse a su hermana, pero se enamoró de él, y al conocer la realidad, intentó quitarse la vida con una cocción de leche y fósforo.

El citado Napoleón, sobrino nieto, como ya hemos dicho del primer Bonaparte, aunque con la particularidad comentada, hijo de facto de Luis Bonaparte, rey de Holanda y de Hortensia Behauharnais, por circunstancias rebuscadas en una azarosa vida, se convertiría en Presidente de una República en la que él mismo buscaba su segunda y más ambiciosa finalidad, llegar a convertirse en el Emperador Napoleón III. En la imagen, Napoleón III.

Desde Madrid Eugenia pudo seguir las vicisitudes de su tenaz pretendiente que, una vez coronado Emperador, solicitó reiteradamente que las Montijo acudiesen a sus propiedades parisinas. Allí, en una recepción en el Palacio de las Tullerías, en el que la Princesa Matilde la alojó con su madre, viéndola asomada a un balcón del Palacio, junto al Salón inmediato a la Capilla, se acercó a ella y con inusitado descaro, encelado de amor y deseo hacia aquella preciosa mujer, la preguntó:


"Necesito verla. ¿Cómo puedo llegar hasta Vos a su alcoba?" Eugenia, con ingeniosos y rápidos reflejos, y ante todo, recatada y pudorosa, le contestó: "Por la Capilla, Señor, por la Capilla".

El 30 de enero de 1853, Eugenia de Montijo se convertiría en emperatriz de los franceses al cambiar la Capilla de Tullerías por el solemne Altar mayor de la Catedral de Notre Dame ante el Arzobispo de París, dando comienzo así a uno de los periodos más sobresaltados e interesantes de la historia de Francia, con una copla popular convertida en lamento que desde España decía “Eugenia de Montijo, qué pena, pena que te vayas de España para ser reina. Por las lises de Francia Granada dejas, y las aguas del Darro por las del Sena. Eugenia de Montijo,qué pena, pena...” Una reina de 26 años y un Emperador de 45, esa era la edad que tenían al casarse.




Ya desde el primer momento y haciendo gala de su carácter perseverante, da la primera muestra en el intento de conquistar a un pueblo francés que no la quiere, y desde el mismo atrio de la Iglesia se vuelve hacia el gentío que la observa ostentando en su cabeza la diadema que perteneció a sus dos predecesoras Josefina y Maria Luisa se inclinó haciendo una elegante reverencia de sumisión hacia su pueblo en uno de esos actos de cortesía y entrega que la harían famosa, en el que las gentes del pueblo llano empezaron a amarla en un fraternal sentimiento arengado posteriormente por otro acto de la flamante Emperatriz de los franceses cuando donó para la caridad los seiscientos mil francos que el municipio de París le hizo entrega como regalo para joyas, con el cual se fundó un asilo para chicas pobres que lleva su nombre de casada, Eugenia Napoleón. La misma generosidad tuvo con una cantidad de doscientos cincuenta mil francos que le regaló su marido, el emperador Napoleón III. El Emperador y su esposa ocuparon la carroza imperial que había conducido a Napoleón y Josefina a Notre Dame el día de su coronación. Eugenia llevaba un precioso vestido de satén blanco y una diadema de brillantes y zafiros. Resultaba como la mujer soñada por un poeta. Los recién casados pasaron la luna de miel en Saint-Cloud, donde la emperatriz quiso ocupar las habitaciones de la reina mártir, María Antonieta. Entretanto, la condesa de Montijo se preparaba para volver a España. Su obcecada misión estaba ya cumplida.



Pese a la diferencia de edad, como ya hemos comentado, podemos adivinar conociendo a nuestra dama que el Emperador pudo haber inspirado en Eugenia un sentimiento que posiblemente no fuera de amor, pero si una tierna estimación mal recompensada por las continuas aventuras del Emperador que irritaban a la esposa engañada, y acogida en el silencio tal vez no por celos, sino por el escándalo, que Eugenia no podía transigir por los principios de su educación católica y porque identificaba la lealtad con el honor.


UNA ESPAÑOLA EN EL TRONO DE FRANCIA


La dama española, “La española” como la llamaban de forma mal intencionada, nunca llegó a ser bien recibida por los franceses por su condición de extranjera y por un cierto afán de protagonismo que dificultaron en demasía las relaciones sociales en el Imperio, pero Eugenia de Montijo supo cómo utilizar no sólo su inteligencia desmedida, si no su don de gentes y su exuberante belleza para destacar ante la adversidad que la acechaba constantemente, siendo como era, amante de los libros, de la belleza, y de una perseverancia fuera de lugar, una mujer que pese a no haber nacido princesa, pronto supo ponerse a la altura de las circunstancias.



Intervino con voz y voto en las importantes decisiones que se adoptaron sobre la política internacional en un mundo vetado a la mujer, y presionó, aunque sin éxito, al gobierno español para que se sumara a la coalición aliada entre Turquía, Gran Bretaña, Francia y el Reino de Cerdeña contra Rusia en la Guerra de Crimea, aunque si bien es cierto, alrededor de unos 900 soldados españoles combatieron y murieron en aquella guerra provenientes del ejército carlista en el destierro tras la segunda Guerra Carlista y que se alistaron en la Legión extranjera de Francia, entre los que podemos destacar a Antonio Críspulo Martínez, que llegó a General del Ejército francés, condecorado con la Legión de Honor.


En diciembre de 1854, sufrió un aborto, y pese a las constantes infidelidades de su esposo, mujeriego empedernido como ya se ha comentado, volvió a quedarse embarazada al poco tiempo, y volvió nuevamente a sufrir otro aborto, hasta que finalmente, el 16 de marzo de 1856, tras un largo y penoso parto, nació el que sería su único hijo, el heredero deseado, el Príncipe Imperial, el hijo de Francia, Napoleón Luis Eugenio Juan José Bonaparte. Fue el niño de sus ojos, la criatura que le daría la vida que su esposo le quitaba con sus infidelidades, al que se aferró como madre, el niño de su deseo, de su vida, la pasión de su corazón y como emperatriz de una Francia a la que miraba también con tal sentimiento, pese a que nunca olvidaría su España natal. En la imagen siguiente, Eugenia de Montijo y su hijo Luis Eugenio.






LA CONJURA DE UN ATENTADO


Poco tiempo después del nacimiento de su hijo, los emperadores sobrevivieron a un terrible atentado perpetrado por el revolucionario italiano Felice Orsini, hijo de un antiguo oficial de Napoleón Bonaparte en la campaña de Rusia, que se había unido a una sociedad secreta llamada Carbonería, más concretamente a un grupo denominado Conjura Italiana de los Hijos de la Muerte, cuya finalidad era la independencia italiana frente a Austria, y el ideal del liberalismo. Llegó a viajar a Inglaterra para poner a prueba la fabricación de una bomba que lleva su nombre, la cual se activaba por contacto por medio de unos resaltes llenos de mercurio que rodeaban parte del artefacto.








Su idea era asesinar a Napoleón III, convencido de que este era el obstáculo principal para las finalidades independentistas de Italia, y el causante de las reacciones antiliberales en Europa.



En Enero de 1858, el emperador y su esposa, la emperatriz Eugenia, se dirigían en una carroza camino del teatro Rue Le Perletier donde iban a presenciar la ópera titulada Guillermo Tell, de Rossini, y en el trayecto, Felice Orsini y otros dos cómplices de nombre Antonio Gómez y Charles DeRudio lanzaron sendas bombas de las cuales, la primera explosionó donde se encontraba el chófer al lado del carruaje, la segunda dañó a los caballos y rompió los cristales de la carroza imperial y la tercera explosionó debajo del propio carruaje que hirió de gravedad a un policía que acudía en socorro. Las explosiones llegaron a causar 156 heridos, de los cuales 8 murieron, y el mismo Orsini llegó a ser herido en la sien por la metralla, y curado, regresando a la posada donde se alojaba, y siendo detenido al día siguiente. Los emperadores salieron ilesos del atentado, y continuaron hacia el teatro sin perder la compostura, aunque sufrieron pequeñas heridas sin consideración seria. A los emperadores se les ocultó el alcance del atentado en cuanto a las víctimas se refiere, y una vez en el Teatro, son recibidos con entusiasmo y adhesión.




Los culpables, fueron condenados a penas que oscilaban entre la muerte, y la reclusión perpetua, y la Emperatriz Eugenia, en un arranque de misericordia, solicitó al Emperador que los indultara de su sentencia a muerte, pero tanto los Jueces como el Gobierno, ante la magnitud del atentado, no atendieron las súplicas de la soberana.



LA POLÍTICA Y LAS REGENCIAS.


Los abortos sucesivos y el parto, le distanciaron de la vida social y política, pero su carácter y sus ganas de hacer vida activa aceleran una tediosa recuperación hacia la vida pública y política de Francia. Podemos decir que Eugenia no fue en realidad una mujer de estado que de alguna manera daba parte primordial a las guerras, pero las asumía con la responsabilidad que todo líder o gobernante asume las mismas, y la entereza necesaria a su vez para hacerse cargo de la eventualidad negativa y el sufrimiento de las derrotas, como la alegría de las victorias. Se hizo cargo de la regencia del Imperio en tres ocasiones, durante las campañas de Italia, en 1859; con ocasión de una estancia del Emperador en Argelia, en 1865, y en los últimos momentos del Imperio, ya en 1870, como veremos seguidamente.


Eugenia,  fue la instigadora de la presencia francesa en México, en apoyo del emperador Maximiliano, aunque resultara un desastre ya que llegó a costar miles de vidas del ejército francés, y las culpas de tal catástrofe recayeron en la emperatriz, siendo un episodio que vivió con angustia y pena no sólo por el número de vidas de compatriotas franceses y por el fusilamiento del Emperador Maximiliano, pero también vivió con alegría junto a su esposo la victoria francesa en la Guerra de Crimea, de la que antes hemos hablado, y rige el Imperio en ausencias de su esposo como su intervención en 1859 en Italia en apoyo al Conde de Cavour, Ministro de Piamonte, en la guerra de unificación de Italia, donde  se opuso a apoyar la unificación saboyana de Italia, al opinar que implicaría la disminución del poder del Papa,  y lo hace con una gran eficacia de Regente digna, y dejándose aconsejar oportunamente tanto por Ministros de Gobierno, como por Senadores y otros asesores políticos de renombre, aunque sus detractores políticos y personales dijeran que actuaba con soberbia desmedida, lo cierto es que al margen de falsas envidias, fue una con unas dotes políticas excepcionales, pese a que no fue lo único en lo que resaltó, ya que como hemos visto en el episodio del atentado, la clemencia y la misericordia acompañan a la dignidad de esta gran mujer en un tiempo convulso lleno de todo tipo de ardides para dar cumplimiento al interés político particular de una manera febril. Mecenas de la cultura, como mujer culta que era,    protegió a escritores y artistas de la época, aumentó de forma considerable el esplendor de una Corte rancia, decadente y casi siempre hostil hacia su persona, propulsora de la industria de la alta costura en Francia con quien fuera su pionero más relevante, Charles Frederick Worth, además,  fundó asilos, orfanatos, hospitales, y sin ningún tipo de reparo en ella misma, visitó y ayudó a los enfermos de enfermedades contagiosas de barrios miserables, a la vez que su grandiosa generosidad, convenció al Emperador para el indulto de más de 3.000 presos políticos, consiguiéndolo en muchos casos.

Fue parte importante y fundamental en la construcción del Canal de Suez, y tuvo un excepcional protagonismo político y social al asistir como el más alto representante de Francia a la inauguración del mismo, a bordo del barco L´Aiglon. El creador y constructor de esta genial obra de ingeniería, era su primo segundo Fernando de Lesseps, que no era ingeniero sino Diplomático, pero con vocación de ingeniería. Aunque las relaciones de Eugenia y Lesseps nunca habían sido buenas, éste agradece su presencia por el honor que supone que la Emperatriz de Francia se encuentre presente en los actos de la inauguración del Canal. Prácticamente no se dirigieron la palabra, pero la Soberana calentó la frialdad de trato, con la diplomática alabanza de la Obra, ante todas las autoridades internacionales presentes en el acto. Entre los fastos de la Inauguración figuró la singular representación, a orillas del Nilo, de la célebre Ópera de Verdi, Aida, considerada como episodio excepcional y único. En la imagen siguiente, desfile inaugural de barcos que recorrió el Canal de Suez en noviembre de 1869, según un grabado de la época.



A finales de 1860, fallece su hermana Paca de Alba a causa de un cáncer de mama. La muerte de su querida hermana le afectó sobremanera, viéndose incluso afectada en su propia salud, que siempre fue realmente buena pese a tener una constitución delicada.


HACIA EL PRINCIPIO DE UN TRÁGICO FINAL


Ya en septiembre de 1870, finalizó la guerra contra Prusia que culminó con el desastre de la Batalla de Sedán, en la que fue capturado el Ejército francés, junto con el Emperador Napoleón III. En la imagen siguiente, Napoleón III y Bismark en Sedán.



Este acontecimiento provocó que el Emperador fuera destronado, y el ánimo de Eugenio decreció al igual que su ilusión, viendo cómo todas aquellas personas en las que había confiado, la abandonaban a ella y a su familia hacia un exilio incierto en Inglaterra, y fue allí, donde se agravó la salud del Emperador con una suerte de dolores en el abdomen, y finalmente falleció en enero de 1873.


Cuando la luz del destino, sucumbe ante el opaco brillo de la voraz dama negra, las lágrimas del llanto no apagan el ardiente fuego de la tristeza profunda allá donde el alma pierde  la existencia soñada. En un mar de sombras y luces, la vida se aferra a la dicha hasta que la desdicha plaga el ensueño de la efímera supervivencia con la fragilidad de un suspiro arrebatado a la fuerza. Su amado hijo, el niño de sus ojos, un joven de considerable talento, caracterizado por una vida privada intachable y una gran simpatía, parecía destinado a ser un formidable pretendiente al trono francés en la eventualidad de una restauración imperial, decidido primero a hacer carrera en el ejército, se unió a las tropas británicas que marchaban a Sudáfrica llevándose con él la espada de su tío abuelo durante la segunda Guerra Anglo-Zulú y en una emboscada tendida por los zulúes el 1 de junio de 1879, cayó de su caballo mientras huía junto a su destacamento y murió abatido a lanzazos tras un breve combate con sus perseguidores. Más triste que la muerte, es la manera de morir.  Tenía 23 años.
 





Es preferible ahorrar al lector una prosa que desvele el sentimiento en que quedó finalmente sumida esta extraordinaria mujer,  madre y esposa, puesto que otras mujeres,  madres y esposas pasan por la vida experimentando dolores parecidos, pero la imaginación es libre de cada cual, al igual que sufrir o alegrarse, pero una imagen a veces, vale más que mil palabras, cuando no mil palabras, no son capaces de dibujar un sentimiento de fatal pervivencia a la vida pese a que ésta, ha dejado de tener ya todo interés, y observamos la mirada fijada y ausente a través del color opaco de una imagen cazada en un tiempo en blanco y negro, que el devenir de la vida nos hace recordar que la ventura y la desventura, van subidas siempre en el mismo tren, y por lo general, cogidas de la mano, pero al final de la vía que cruza este valle de lágrimas, siempre permanece esperando paciente la esperanza de que la muerte,  no es el final, de que la vida no termina en silencio, en la oscuridad, y en la nada, y el recuerdo, da calor al espíritu amargo sumido en la tristeza, alentando de nuevo la fragilidad del anhelo.








Gran amiga de la reina Victoria I de la Gran Bretaña, la ya ex Emperatriz Eugenia pensó casar a su hijo Luis Napoleón con la menor de las hijas de la soberana inglesa, la princesa Beatriz, más adelante Princesa de Battenberg por su matrimonio con el Príncipe Enrique. A pesar de que este proyecto se frustró por la prematura muerte del Príncipe Imperial, Eugenia guardó siempre un especial cariño a esta rama de la Familia Real británica y, especialmente, a la hija de la Princesa Beatriz, Ena, quien llegaría a ser reina de España, conociéndosela en su nueva patria por Victoria Eugenia. La Emperatriz siempre se comportó como si fuese madrina de Victoria Eugenia (a quien pusieron este segundo nombre en honor de la soberana francesa) aunque no es cierto que actuase realmente como tal en su bautismo, ni tan siquiera por representación, y se tomó gran interés en el destino de la bella Princesa de Battemberg, en la que veía una especie de nieta que nunca tuvo, constando que maniobró activamente para hacer culminar en boda el noviazgo de Ena con Alfonso XIII, una boda y una vida a la postre, tan triste en el amor, como la de nuestra protagonista.En la imagen siguiente, la Reina Victoria Eugenia, esposa de Alfonso XIII.




Finalmente, acabó sus días curada de una ceguera, pero víctima de una insuficiencia renal severa, cuando se encontraba en Madrid y preparaba su regreso a Inglaterra, falleciendo a los 94 años de edad, en 1920. Sus restos mortales fueron trasladados desde Madrid, con parada en Austerlitz donde fue despedida por su otro pueblo, el francés, y desde allí, hasta la Abadía de St. Michael`s Abbey en la localidad inglesa de Farnborough Hill, en una cripta donde se construyó un Panteón para la Familia Real. Allí la esperaban su esposo, el Emperador Napoleón III y su hijo Luis Napoleón, Príncipe Imperial. Y allí fue enterrada ella con honores reales.


Fue una mujer generosa en vida, y después de su muerte, pese a los embustes interesados de un pueblo francés cuya prensa se lamentaba de que apenas había dejado nada para Francia, cuando la realidad era bien distinta, puesto que en  Francia dejó un total de quinientos mil francos para diferentes Obras benéficas, entre ellas la Institución que albergaba en París a los soldados ciegos y convalecientes de la batalla de Vicennes, y para la ciudad corsa de Ajaccio ,que fuera cuna de los Bonaparte, legó ciento cincuenta mil francos, tuvo el recuerdo sentimental de regalar a Sir John Burgoyne , un valioso cuadro de Grenze, con motivo de gratitud a quien en septiembre de 1870, puso a su disposición el yate Gazelle, para llevarla a Inglaterra huyendo de la hostilidad francesa, y así lo argumentaba su biógrafo, Fernando Diaz Plaja que allí, efectivamente lo tuvo todo, pero también le quitaron todo, hasta la buena fama.

Desde luego, favoreció la industria textil francesa creando la marca París como capital del lujo, pero también es conocida por apoyar las investigaciones de Louis Pasteur que culminaron con la vacuna contra la rabia, a la vez que trató por todos los medios de mejorar la situación de la mujer, la educación y la justicia social.



Cabe destacar la historia de una mujer que llevó en sus manos el destino y la responsabilidad de una nación que amó, pero que no supo amarla a ella, e inducida por la pretensión de una madre obcecada en la grandeza sabedora de que la más simple humildad no pervive en el tiempo más allá de lo que persevera un recuerdo cercano. La azarosa vida de esta mujer española que fuera emperatriz de Francia, su figura tan popular por la aureola romántica y legendaria que la envolviera siempre, las horas felices, cuando el Imperio estaba en el auge de los tiempos, la tristeza de los días amargos del exilio, de la muerte del hijo, y un temperamento apasionado y entereza ejemplar que la convirtieron en un mito de leyenda inspiradora de leyendas.

Eugenia de Montijo es una historia que perdura en el tiempo pese a la suspicaz zancadilla que el destino aplica en una vida de cuento de hadas terminada en tragedia, sumida en el dolor del desencuentro fatal, aunque acogida en estos recuerdos de la historia con el cariño que merece la Emperatriz desdichada.


Dedicado para Cenizas del Alma, quien desde mi tierra hermana de Argentina, tan bien supo desentrañar el mensaje oculto entre las líneas de la historia, con la pasión que merece una respuesta a la ingeniosa sutileza de la goyesca magia de una pregunta, como si Goya, hubiera pintado hoy la vida de una casa de Alba con un color sepia que la distancia del tiempo no supo dejar atrás.









Aingeru Daóiz Velarde.-


http://navegandoenelrecuerdo.blogspot.com.es/


BIBLIOGRAFÍA


Eugenia de Montijo, Emperatriz de los franceses. Biografía. Fernando Díaz Plaja.


Eugenia de Montijo, Emperatriz de los franceses, novela Geneviève Chauvel.


Eugenia de Montijo, Novela. Almudena Arteaga.


Pasión Imperial, Novela. Pilar Eyre.


CINE


Violetas Imperiales, de Richard Pottier.


Eugenia de Montijo, José López Rubio.