sábado, 28 de diciembre de 2019

LA MALDICIÓN DE NOTRE DAME



Fue en uno de esos baches de la vida, en los que el tedio y la desolación se habían propuesto hacer guardia y enclaustrarme dentro del presidio de mi conciencia, para buscar ahí alguna lógica a ese paso del tiempo en el que uno, empieza a hacerse demasiadas preguntas a las que no puede contestar…me dio entonces por indagar en la lectura, por la que había perdido un poco de afición, y retomar de nuevo la senda de las letras, esta vez, en clásicos franceses como la comedia humana de Honoré de Balzac, Madame Bovary de Gustave Flaubert, Alexandre Dumas y el Conde de Montecristo, Víctor Hugo, con quien hice doblete con Nuestra Señora de París y Los miserables, y algunos poemas de Charles Baudelaire, del cual me quedé con una frase que dice que hay un invencible gusto por la prostitución en el corazón del hombre, del cual procede su miedo a la soledad...y quizás fue ese miedo a la soledad, lo que me hizo tomar la decisión de salir en busca de algo que ya había perdido la ilusión de encontrar. 





Tengo que reconocer, que nunca me apeteció demasiado viajar a París, pero la esperanza se había abierto de nuevo paso de entre las malezas del desengaño, y la decepción por uno mismo empezaba a plantearse más como un yerro del destino, al cual lo separa un pequeño paso de la casualidad, o la mala suerte, con lo que empecé a creer más en aquel pensamiento, no sé de quién, que dice que del único destino que podemos estar seguros, es el de la muerte, y recordé e hice mía una frase de Mahatma Gandhi que leí en uno de esos libros sobre los pensamientos negativos para intentar ahuyentar a los cuervos de mis reflexiones, que dice que el hombre se convierte en lo que él cree de sí mismo…



No estaba como se dice, el horno para bollos, pero tras una amigable y entretenida charla nocturna en compañía de un doctor escocés de doce años de nombre Cardhu, me templó el espíritu, y acepté la invitación de Agnes, una entrañable señora, algo ya entrada en años, como un servidor, y que intentaba aferrase, quizás por última vez, al tren de la esperanza, también como un servidor, y con la que tuve ciertas aspiraciones sentimentales tiempo atrás, que por razones de intendencia emocional, se habían quedado en otra estación… Agnes había estudiado y dado clases de danza en Londres… bella como la luna, menuda y morena, pero de una mirada radiante cuya gracia envenenaba de pasión el corazón. La llegué a conocer gracias a cierta negociación de compra y venta de antigüedades, en este caso, de una serie de libros, de los que su padre, era propietario, y el cual, era de origen español, cosa que avivó el interés de nuestra simpatía. 


Agnes me había invitado a París, donde sus padres residían, y con los que hice una buena amistad, como ya he dicho. Me dijo que no era el mejor de los momentos para ver París, puesto que la ciudad estaba sumida en la tristeza por el incendio sufrido por el alma de la ciudad, la Catedral de Notre Dame, pero siempre sería buen momento recordar que París era la ciudad del amor, y no Agra, con su espectacular maravilla del mundo, el Taj Mahal, gran palacio que fue construido en honor a la esposa favorita del emperador Shah Jahan, como pensaba yo.


El encanto del río Sena, un beso pasional frente a la Torre Eiffel, el Temple Romantique que se sitúa en Île de Reuilly, un lugar para susurros prohibidos en mitad de un pequeño lago, el barrio bohemio de Monmartre y su muro de “los te quiero”, e incluso un puente del que no recuerdo su nombre, lleno de candados, pero sobre todo, la Catedral de Notre Dame…




Una fina lluvia, casi imperceptible, bañaba la tarde noche de París, y a lo lejos, en las alturas de Nuestra Señora, nos observaban las gárgolas, esos animales fantásticos que prolongan los canalones, y más arriba, las quimeras que nacen de la imaginación y las lecturas de Eugène Viollet-Le- Duc, que miran de reojo a su reina, la Stryge, esa vampiresa insaciable que representa a la lujuria…





Agnes, me miró en silencio, divertida ante mi admiración, al observar y tocar con mis manos los muros de la Catedral de Notre Dame atacada por la quimera del fuego. Mi dulce compañera se apiadó de mí, y me contó la hazaña de esta hija de campesinos, que comenzó con la aparición del arcángel Miguel que protegía el reino de Francia. Juana de Arco escuchaba los mensajes divinos que en su día la incitaron a la acción; debía unirse al ejército del rey de Francia y recuperar los territorios ocupados por los ingleses. Se limitó a cumplir la voluntad de Dios, según confesó posteriormente ante los jueces de la Inquisición que la sentenciaron.

La joven doncella se desplazó a Chinon, donde se encontraba la corte de Carlos VII, y ataviada con ropas masculinas, tal y como le habían indicado las voces, convenció al delfín de que ella era la enviada para ayudarle a reconquistar Francia. Equipada con una armadura blanca y portando un estandarte, como ha sido representada en numerosas pinturas, se puso al frente de las tropas y obligó a los ingleses a levantar el sitio de Orleans, derrotó al general británico Talbot en Patay y, ese mismo año, Carlos VII fue coronado rey en Reims, el 17 de julio de 1429. Sin embargo, un año después, y tras el fracaso de la ofensiva contra París, fue hecha prisionera y entregada a los ingleses, que la acusaron de herejía y la condenaron a morir en la hoguera.


Juana de Arco no se retractó, sino que reafirmó sus revelaciones y atada a una estaca y condenada por herejía, fue quemada viva en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, al noroeste de Francia, y sus cenizas fueron arrojadas al río Sena… Por cierto, Juana de Arco, jamás fue beatificada en Notre Dame, pero en su interior, la imagen de la joven santa, daba un calor especial al alma de las gentes que la observan en silencio.



Recordé las palabras de Nostradamus, “Un símbolo de la cristiandad en Francia o España arderá en fuego purificador. Nuestra Señora llorará por todos nosotros y brillará en la lejanía. Con la entrada de la primavera una iglesia de todos los tiempos arderá por los pecadores”…


La Isla de la Cité, a orillas del Sena, estaba desierta, y el manto oscuro de la noche empezaba apenas dejar pasar la luz del cuarto menguante de luna… paseábamos en silencio, con el único sonido del compás de los zapatos de Agnes, y con el pensamiento en la evocación de nuestro último encuentro un par de años atrás, cuando salí de París por un incendio del espíritu, y regresaba de nuevo tras un incendio del alma de la ciudad, no podía recordar quién dijo alguna vez que la casualidad, es la otra cara del destino, ¿o era que el destino, era una simple casualidad?...


En estas cosas estaba, mientras Agnes, con la mirada perdida en el ocaso de las emociones, se atrevió a tararear una canción para un recuerdo de tiempos, para no olvidar en el mejor de los casos, o para borrar para siempre de la memoria y romper el disco, cuyo título era “Venecia sin ti” de un tal Charles Aznavour, víctima de un proyecto en común que jamás pudimos llevar a cabo, cuando de repente, desde un lateral de la Catedral, se entreabrió la puerta del Diablo, bautizada como puerta de Santa Ana, y desde cuyo interior salió una fantasmagórica figura , presentándose como el cerrajero Biscornet, quien vendiera su alma al diablo para que le ayudara en su trabajo de orfebrería, puesto que según nos dijo él era el artesano del trabajo en la citada puerta…miramos hacia uno y otro lado sin saber qué hacer, y Agnes, aterrada, se aferró a mi brazo con fuerza, y la impresión, nos dejó mudos a los dos…




Nos invitó a pasar con un gesto de silencio, y en susurros, nos contó la maldición de Notre dame. Al poco de su muerte, tras unos días después de haber terminado su trabajo, nadie sabía cómo abrir la Puerta del Diablo que llevaban la ornamenta de Biscornet… pero cuando comenzó la ceremonia de apertura, un sacerdote, contratado para bendecir la catedral, oró y arrojó agua bendita a sus puertas para finalizar la bendición. Ahí, para sorpresa de todos, las puertas se abrieron…el Diablo, contrariado, colocó con su mano las gárgolas como símbolo de su poder y escupió sobre ellas, dando la sentencia a la Catedral que unía los caminos de Francia, y por ende, de la Europa entera…el alma de Biscornet, quedaría condenada eternamente a vagar por las inmediaciones de la Catedral.


Más allá, desde las apagadas tinieblas del interior, se escuchó un gemido, un llanto tenue, casi un lamento, y de entre las cenizas de la Catedral de Notre Dame, surgió sucia y ennegrecida la imagen de una legendaria mujer, con una espada en el flanco izquierdo, y una bandera entre sus brazos, cuyas manos unidas en un gesto de plegaria, levantaba su mirada hacia el cielo desde el mismo pedestal de roca adherida a las paredes de la Iglesia…su suerte de campesina, se unió a la historia que Víctor Hugo le diera a su vez a la gitana Esmeralda, rompiendo el corazón, y avivando la llama de la leyenda. 


De pelo corto, y un vestido casi masculino, casi parecía hablarnos, para contarnos la maldición del diablo, después de que fuera condenada viva a la hoguera por el duque Juan de Bedford, y las gárgolas cobraran vida al caer la noche, abandonando su caparazón de piedra para vengar su muerte y arrasar la ciudad, por la injusticia de su ejecución. 





Vencido ante la majestad del dolor, imploré al Reino de los cielos, para que desde allí, Juana de Arco tocara mis oídos para que yo también pudiera escuchar la voz de Dios y cumplir los cometidos que Él envía a la humanidad carente ya de corazón. Pedí a la imagen de piedra, que me observaba ahora desde la tenue luz de mis pensamientos, que me prestara su espada para librar a los enemigos de mi alma, y que la sombra de su escudo me protegiera de los golpes del enemigo traidor, y con el dulce calor de su aliento, cuidara mis heridas. Supliqué a la dama de roca, para que acariciara mis ojos, y alumbrara la luz que dejara ver el camino de la justicia a aquellos desprotegidos por la crueldad del mundo, y me ayudara a socorrer a los necesitados. Rogué aferrado a sus fríos pies de mármol, que me diera un beso en los labios, y con él, el aliento y la sabiduría necesaria para albergar el espíritu de la verdad, y defenderla de los ataques de la infamia y la traición, y dar testimonio con mi ejemplo a todas esas almas perdidas en las tinieblas del infierno.

Oré sin voz, desde lo más profundo de mi alma, para que Juana acariciara con su pétrea mano mi corazón, y supiera tener el valor de defender la Cruz de Cristo con el coraje necesario hasta el último rincón del dolor y la muerte. Apelé a la dama de Arco, cuya mirada de piedra dejaba resbalar una lágrima en mi honor, para que me acompañara en su espíritu, por todos esos malos trances que el camino de la vida se empeña en ponernos como piedras con las que tropezamos una y otra vez. Insté a mi Señora, cuyas cenizas habían dado alimento a mi espíritu esparcidas en el Sena, que intercediera por mí en el reino de Dios, cuando llegando ya al final de mi peregrinar en el camino de mi vida, me llegara la hora de rendir cuentas, y pidiera por mí compasión al Altísimo para purgar mis deudas y mis muchos pecados, y pudiera reencontrarme con todos mis antepasados y allegados en el dulce calor de la eternidad.

Levanté al final la mirada, me puse de nuevo en pie, y observé a Agnes, seria, con los ojos humedecidos quizás, por el llanto apagado de la tristeza, o de la misericordia del alma, al observar la magnitud del desastre del fuego, y no pude sino recordar en su imagen la misma de Esmeralda, aquella a la que Víctor Hugo inmortalizara para siempre en “Nuestra Señora de París”. 




Observando la dulce belleza morena de Agnes, y en los pensamientos aturdidos por el entorno y la noche, albergué cierto temor en volver a caer en las redes de Eros o Cupido, ya que a cualquiera de los dos les guardaba el mismo resentimiento, y como si de un pasaje novelado de Víctor Hugo se tratara, cuya mirada nos observaba en silencio en mitad de unas imágenes de devastación y soledad que pasmaban los sentidos, me sentía a la vez como uno de esos personajes de su novela “Los miserables”, con la clara idea que alguien dijo alguna vez de que la raíz del sufrimiento, es el deseo, así que para no sufrir, hay que librarse de los deseos, y si el amor es uno de ellos, mejor olvidarlo, dar media vuelta, y salir en la oscuridad de la noche, de la ciudad de la luz…

Al instante un sobresalto terrible espantó el silencio con la atronadora irrupción de un ser de aspecto pavoroso, como bajado de la Galería de las Quimeras que une las dos torres de la Catedral, descolgándose de una oscura balaustrada del fondo, y el mismo aspecto de la muerte, con unos ojos abiertos a la demencia, que se le salían casi de las órbitas, enrojecidas como la sangre, y de mirada, no amenazadora, si no más bien de sentencia firme de expiración, vestido con una especie de toga de Juez o sotana larga, negra como su propia alma y una especie de gorro o birrete del mismo color, y unas manos huesudas de dedos largos y afilados como los de una guadaña, sacando espumarajos de cólera por su deformada boca, vociferando no se qué angustias incomprensibles en latín, y en cuyas manos, llevaba una alarmante soga trenzada, con la que sujetó brutalmente a Agnes por el cuello a la vez que bramaba:

- Me han cerrado las puertas del infierno por terror a mi presencia, Belial, el demonio del amor estéril y la pasión inconfesable ha sucumbido a mi ira, Agramon, el demonio del miedo, me rinde pleitesía, Araziel me ha vendido su secreto por mi alma, solo yo he probado la esencia inmortal de la Piedra Filosofal…lo juré en el pasado, si no es mía para siempre, no será de nadie…




Me quedé exánime y aterrado por un momento, el cual aprovechó el aparecido para darme un zarpazo descomunal que me tiró de espaldas al suelo, y lo vi desaparecer con una viveza asombrosa casi inhumana, arrastrando tras de sí a la pobre Agnes detrás del monumento a la Piedad.

Me levanté medio aturdido y agarré la pata rota de un banco destruido para salir lo más rápido posible intentando rescatarla de las fauces de la bestialidad, cuando al instante, vi derrumbarse la cruz de oro de detrás de la Piedad, con el consiguiente estruendo que me estremeció, todo lo poco que me quedaba por estremecer…un silencio absoluto después, y al instante, una voz dulce y serena, dijo detrás de mi…

- He escuchado tus súplicas desde más allá de donde el entendimiento de las almas vivientes puede siquiera imaginar, y como desde este Sagrado lugar, elevaron las plegarias por mi devoción, y me elevaron a los altares del cielo, también desde aquí se ha cumplido por dos veces el castigo de la injusticia, una, por el fuego de la maldición, otra, por mi súplica durante el martirio, para que sostuvieran la Cruz en alto, y así poder verla a través de las llamas de mi muerte…hoy, esa Cruz forrada de oro, ha hecho la justicia de Dios en mi nombre, y el maligno volverá al abismo del averno para su eterno encierro...




Me giré, y aún pasmado como estaba, no vi a nadie…sólo la estatua de la Doncella de Orleans a la que antes me había encomendado, y me rehíce al instante como pude, para salir tras La Piedad, donde estaba la Cruz caída, y Agnes, en el suelo, desmayada, pero sana… ni sombra de la aparición que se la intentó llevar; Claude Frollo, el archidiácono que Víctor Hugo inmortalizara en su novela, había pagado su pecado. Recogí del suelo a Agnes, que aterida de horror, empezaba a despejarse, y nos recostamos en el Altar que permanecía intacto pese al fuego de las fechas pasadas, para recuperar el aliento, y entrar en lucidez, pero abrazados, nos quedamos dormidos los dos.

Cuando desperté recostado en el sofá, miré alrededor para cerciorarme de que no estaba soñando, y pude garantizar de realmente estaba en mi hogar, y me había quedado dormido leyendo a Nuestra Señora de París, y con la compañía algo inmoderada del doctor Cardhu vestido de vidrio, al que le censure su comportamiento guardándolo en el mueble aparador bajo llave, al tiempo que hice lo propio con el acomodo en su estantería de Nuestra Señora de París y toda la literatura francesa que tenía esparcida por el salón, y que me dio por pensar si no estaría yo en las costumbres y cabales de un caballero andante inmortalizado por un manco de Lepanto, de cuyos nombre no me puedo acordar, y que debió tener sus vivencias allá por un lugar de La Mancha…sonó el teléfono y lo cogí, era Agnes, recién llegada de Londres, y tras un intercambio de recuerdos, buenos argumentos y parabienes, me invitaba a visitar Paris en su compañía, y así, recuperar el tiempo perdido…

El sol, empezaba a entrar por el ventanal del salón de mi casa, y me paré a pensar un instante mientras recordaba una frase de Paulo Coelho que dice “No dejes que la persona imaginaria que está dentro de tu cabeza te impida amar a la persona correcta que está delante de ti”, consentí en olvidar a Esmeralda y me propuse aceptar la invitación de Agnes, con la condición de que, como le decía Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en "Casablanca", siempre tendremos París, pero de momento, prefería tener el recuerdo de un reencuentro en Venecia, y sus paseos en una góndola romántica por los canales de la ciudad…Por la causalidad, Esmeralda había nacido con el nombre de Agnes en la novela de Víctor Hugo, y había acaparado mi corazón en una fantasía, y era ahora la verdadera Agnes de mi conciencia, quien tomaba posesión de la digna necesidad del sentimiento, y recordé que había olvidado  la casualidad de haberla conocido en un sueño.

Aingeru Daóiz Velarde.-











lunes, 2 de diciembre de 2019

LA LEYENDA DEL NEGRO DE TRIANA


LA LEYENDA DEL NEGRO DE TRIANA

Las leyendas nunca mueren, sobreviven, y se transmiten en la memoria, de generación en generación, como si de un caro regalo se tratara del pretérito de la historia, envuelto en el misterio de la tradición y el credo, como un dulce que mezcla el sabor del pecado a veces, la lucha contra la resignación las más, y siempre, todas, con el calor de la esperanza.

El rey Alfonso X, que tenía una enfermedad en la vista que se le denominaba el dolor de clavo, los glaucomas actuales, era muy devoto de Santa Ana, la madre de la Virgen María, y le pedía cada día por la desaparición de su dolencia. Le prometió llevar a cabo algo grande en su nombre si conseguía mejoría y así ocurrió en 1266, haciendo construir la Iglesia de Santa Ana, la más antigua de Sevilla.

La Parroquia de Santa Ana es conocida también como la Catedral de Triana, y la razón es que durante siglos, la iglesia de Santa Ana fue a Triana lo que la catedral era a Sevilla. Hasta el XIX era destino de la estación de penitencia de las hermandades del barrio de Triana que partían en procesión de Semana Santa, en tanto que las de la otra orilla del río se dirigían a la Catedral. En 1.830, la Hermandad de Nuestra Señora de la O fue la primera en cruzar el puente de barcas para hacer estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral, a lo que en años sucesivos se sumarían el resto de las hermandades trianeras. El puente de Isabel II, conocido popularmente como puente de Triana, se terminó de construir en 1.852, lo que permitió una más fácil comunicación entre Triana y Sevilla. Aunque a simple vista si la observamos a pie de calle no nos parezca tan antigua, esto se debe a las muchas reformas exteriores que ha vivido a lo largo de la historia, especialmente la que sufrió a causa del famoso Terremoto de Lisboa (1755) que dañó gravemente su estructura externa. 




Sin embargo adentrándonos en su interior, entre sus secretos, tiene entre sus muros un gran número de obras de arte de gran importancia histórica fruto de sus más de 700 años de antigüedad, pero en la nave derecha del templo, junto a la capilla de la Divina Pastora, a poca distancia del suelo se encuentra un sepulcro con una lapida de azulejos de la que es fruto una de las leyendas más particulares de Sevilla, pero no por ello es muy conocida.

Cuenta esta leyenda popular, que en el año 1842 , después de un invierno de terrible crudeza, un alfarero del barrio de Triana, acudió a la parroquia trianera de Santa Ana para dar gracias a la Santa por ser curado de unas fiebres que lo habían tenido postrado varios meses, casi al borde mismo de la muerte, y para ofrecer para bautizar a un nieto suyo, estando rezando frente al altar de las Ánimas del Purgatorio lo que hoy es actual capilla de la Virgen del Carmen junto a la capilla de la Divina Pastora, un anciano apareció de la nada junto a él y le dijo enérgicamente mientras señalaba el altar de Santa Cecilia: – “Ahí está enterrado el esclavo asesinado por un Marques... Sorprendido por tal repentina intervención, el alfarero giró la cabeza y miró donde apuntaba la mano del hombre pero cuando volvió la vista a éste no se encontraba nadie en dicho lugar.

Aterrado y confundido, Castro , que así se llamaba el alfarero, salió de la Parroquia y volvió a su taller para intentar olvidar esta aparición, y debió pensar que con total probabilidad, se trataba de una especie de ofuscamiento fuera de la realidad, debido a la enfermedad y las fiebres que había sufrido hacía poco tiempo, con lo cual, ya creyendo que estaba totalmente repuesto de fiebres y de visiones, pasadas unas semanas, decidió regresar a la Parroquia, para acabar de dar las gracias con sus oraciones, y mientras rezaba en el mismo altar de las Ánimas, en la misa de doce, notó que lo agitaban del hombro y el mismo hombre de la anterior vez le refería aun con más excitación: -“ ¡Castro, Castro! Ahí está el esclavo asesinado, el que te dije la última vez, debes comunicárselo al Señor Cura… ¡Ahí está!”- .

En esta ocasión, convencido de la veracidad de dicha aparición, Castro corrió a comunicarlo a los curas de la Iglesia obteniendo solo burlas y respuestas incrédulas, siendo pronto extendida esta historia por el barrio acompañada de la fama de loco y embustero sobre el alfarero, mácula que perduró hasta que murió el pobre hombre al poco tiempo.

Después de tres años y ya fallecido el señor Castro, se llevaron a cabo unas obras de restauración y ajuste de dicho altar de Santa Cecilia, para las cuales se debió retirar la parte inferior de éste, descubriéndose detrás un sorprendente sepulcro…Ante tal descubrimiento, de forma inmediata, todo el mundo empezó a recordar la historia del alfarero y las apariciones, con lo cual, el cabildo de la Parroquia decidió retirar permanentemente el altar y dejar al descubierto la susodicha lápida. Además de ello se comenzó a investigar la identidad de dicho personaje y se dio con unos legajos que hacían referencia al tal Íñigo Lopes…como así consta…En la imagen siguiente, antigua foto de la Lauda (Lápida) sepulcral de Iñigo Lopes, aun con el rostro reconocible, sin sufrir los pormenores de los que hablaremos seguidamente.




La sepultura que guarda una curiosa historia, tiene una altísima calidad artística, y cuyo autor no es otro que Francisco Niculoso Pisano, uno de los más grandes ceramistas de la historia, el cual tiene muy pocas obras documentadas y que introdujo el oficio de la alfarería en el arrabal, y es una historia que se cuenta en la obra de José Gestoso y Pérez, “Sevilla monumental y artística”, la cual se compone de tres tomos, y cuya primera edición data de 1889, y aquí dejo constancia de la curiosidad…

En la páginas 186 y 187 del Tomo I, el cual he podido inspeccionar, se lee lo siguiente… (sic) En el ángulo opuesto al en que se halla la capilla de San Francisco, hay otra igual á ésta y de tan desatinado gusto que no contiene nada notable, y pasada la inmediata, en el trozo de zócalo que desde ella se comprende hasta la puerta lateral del templo, hay una laude de azulejos ante la cual hemos de detenernos. Es de forma rectangular, mide de largo 1 Metro 43 de largo y 0,71 de alto, y se representa en ella sobre fondo azul muy oscuro la figura yacente de un hombre con un bonetillo morado en la cabeza, el cabello cortado á la usanza del siglo XVI, las manos cruzadas sobre el pecho y vestido de una loba ó sotana amarilla, calzas verdes y zapatos negros. Por dos aberturas laterales, aparecen los brazos con mangas de tela morada. En la parte lateral derecha de la figura tiene el siguiente letrero con caracteres góticos:

ESTA FIGURA ES DE IÑIGO LOPES

Otros han leído en vez de Iñigo mingo como contracción de Domingo.

Siguen unas carclinas de estilo ojival, y después En caracteres romanos esta fecha:

EN EL AGNO DEI MIL CCCCCIII

En una cartelilla sobre la cabeza de la figura;

NICVLOSO FRANCISCO—ITALIANO ME FEClT 

Curiosa tradición corre acerca de esta sepultura, asegurándose por ella que en el espacio destruido en el epitafio después del apellido del difunto, Lopes, se leía la palabra esclavo, la cual se destruyó, quizá, para evitar las hablillas del vulgo, que señalaban al sugeto allí sepultado como víctima del asesinato del Marqués de…y aquí, enlaza con la Leyenda antes comentada del Alfarero.

De los legajos encontrados, se pudo conocer la historia que aquí dejamos. El 16 de noviembre de 1493, las naves españolas comandadas por Colón avistaron la isla caribeña de Borinquén, lo que hoy se conoce como el actual Puerto Rico. Los españoles no tardaron en encontrar un poblado habitado por indígenas, gentes dóciles y ermitañas, que se sometieron a los que entendían ellos que eran dioses. Colón dispuso su marcha y pidió como tributo a algún joven que le sirviera de ayudante, lejos de negarse el jefe de la tribu le ofreció a su propio hijo. Colón a su vuelta a España lo manda a un convento Sevillano de San Francisco. Allí el Negro, como así le apodaban, aprendió a seguir la llamada de Dios a amarlo y como buen fraile permaneció en el convento, algo más de 8 años. Durante ese tiempo, fue bautizado por su padrino y benefactor de la orden franciscana, un Marqués, cuyo nombre desconocemos, por las razones que luego, vendremos a dar…

Poco a poco, el Marqués fue consiguiendo que el Íñigo Lopes “el Negro“, confiara en él, hasta tal punto que consiguió un día arrancarlo del convento para ponerlo a su servicio. Íñigo no tardó en adaptarse al nuevo cambio, disponía de todo lo que podía desear, ese mismo deseo fue lo que le costó la vida…Una mañana, Íñigo se estaba bañándose desnudo en un estanque de la casa, cuando el Marqués le asaltó y le pidió, o más bien le obligó, a que le dejara estar junto a él para bañarse juntos, lo que Íñigo por su educación de castidad que había recibido en el convento se negó. Poco acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, lo mató a golpes acabando así con la vida de Íñigo. Arrepentido de dicho acto, el Marqués estableció que el esclavo tan amado por él debía ser enterrado en el suelo sagrado de la parroquia con una lápida lujosa y con azulejos renacentistas.

Debido a esta historia que se escuchaba por Triana del amante asesinado, se extendió el rumor que las mujeres solteras en busca de maridos, tendrían que ir a la tumba del popularmente conocido como Negro de Triana, y que dieran siete patadas con el zapato a la tumba y en poco tiempo se casarían. Es por ello que desde su descubrimiento hacia 1850, mujeres de todo el barrio se han acercado al sepulcro de Íñigo Lopes a cumplir dicho ritual, con el consiguiente daño sufrido por los azulejos. En las imágenes siguientes, se puede observar el estado actual de la lápida sepulcral.





En los años 70 del siglo XX se coloco una reja protectora para que de esta manera no dañara así la tumba de unos de los personajes más conocido en toda Triana.




A continuación del apellido Lopes, algo está borrado, como ya se ha comentado, y además, intencionadamente y no como consecuencia de las patadas...la pregunta sería, ¿pudo haber otro apellido, y otra sería ¿Quién lo borró? A buen seguro la historia real sería más interesante que esa siniestra leyenda. La cabeza es la parte más deteriorada del cuerpo, posiblemente también de una forma intencionada. Según testimonios como el de Antonio Murillo, coadjutor de la parroquia, corroboran la certeza de las patadas de costumbre, aunque también dice que posiblemente ninguna moza llegó a darle las siete patadas de rigor, porque allí estaba, al quite, El Mudo, que se había convertido en fiel vigilante y guardián de la lauda sepulcral del negro o esclavo.

Aparte de la leyenda, invita la posibilidad puede realizar un breve estudio histórico artístico del sepulcro.

En realidad no se sabe si dicha tumba es efectivamente del sirviente o de dicho Marqués, ya que ha desaparecido la palabra que prosigue al nombre “Iñigo Lopes” y no se tiene constancia de la razón de dicha pérdida aunque se piensa que fue eliminada intencionadamente por algún interesado en el desconocimiento del dato que ella ofrecía, y que ya hemos podido exponer con anterioridad, como también se ha expuesto que aparece un hombre de apariencia joven de piel oscura, con ropajes tardo medievales y de buen aspecto, con una cruz en el pecho y un gran almohadón bajo la cabeza...No aparece por tanto ningún elemento que dé a pensar que se tratara de un caballero ni de un clérigo. Tampoco existe algún elemento característico de alguna familia nobiliaria de la época, pero las ropas y la novedad de la técnica de la sepultura para dicho momento da a pensar que se trataría de un miembro de alguna familia importante de Sevilla ya fuese legitimo o no, y es que la ausencia de elementos que ayuden a su identificación hacen decantarse más por esta segunda opción. 


En relación a la cara del difunto, a pesar de ser conocido como el Negro se debe decir que Niculoso Pisano efectúa la misma técnica en toda su obra para reflejar el color de la carne humana siempre de un tenue color azulado por lo que no se puede extraer de esta que fuese un hombre de otra etnia diferente a la europea. Por último se debe indicar que algunos historiadores del arte piensan que no se encuentra en su lugar original por las diferentes marcas que muestran los azulejos en sus bordes, siendo probable su origen en el suelo y posteriormente su traslado a la pared donde hoy se sitúa…De ahí, surge una incógnita, pues no se sabe si está enterrado Íñigo López o uno de sus sirvientes negros, a quien asesinó. De ahí el nombre de la leyenda.

Ésta es la legendaria historia de aquel indio conocido como El Negro, que murió asesinado, fue enterrado como un noble y acabó recibiendo patadas de las trianeras sin novio, quién sabe si como recuerdo a ese amor no correspondido hacia el marqués, que le provocó la muerte… tal vez como consecuencia de siete patadas recibidas…en conclusión, leyendas de enamorados, que como muchas de sus historias, acaban con un final trágico y regado de la tragedia cruel, pero retraigámonos en el tiempo para culpar a la diosa Astarté, estrella de la tarde, diosa del amor apasionado, la cual huyendo de la persecución amorosa de Hércules, fundador mitológico de Sevilla, vino a refugiarse en la orilla occidental del Guadalquivir fundando Triana, y aquellos que navegan la historia del río Guadalquivir, conocen bien interesantes historias de las leyendas del amor y el desamor que sus aguas atestiguan, ahí tenemos el ejemplo de dos alfareras trianeras, Justa y Rufina, que al no sucumbir a los deseos de Diogeniano, las asesinó, o el de Florinda, la hija del conde don Julián, cuyo palacio se encontraba en la vega de Triana, y el ardor no correspondido de don Rodrigo, último rey visigodo, la convirtió para siempre en La Cava, y en mito y leyenda de España a costa de una traición…no creo que las muchachas casaderas de Triana, necesiten darle siete patadas a compás a una lauda sepulcral, para oler el aroma eterno del azahar, el simple brillo del espejo del río, es testigo directo de su belleza, y ésta, navega más allá de su imagen, justo en las profundidades del sentimiento sincero de su corazón, y sus leyendas.

Aingeru Daóiz Velarde.- 

















domingo, 3 de noviembre de 2019

UN ATARDECER EN COMILLAS



UN ATARDECER EN COMILLAS


La desolada mirada de una antigua mansión abandonada, donde la naturaleza devora el entorno,  y va tomando de nuevo posesión de lo que en su día fue suyo, abre el recuerdo de un viejo columpio oxidado en el tiempo, que nos observa en silencio evocando las risas de un canto infantil que en la memoria despiertan de nuevo las alegres sensaciones que en la niñez, daban paso al primer amor de verano.


Dejando atrás la elipsis de la prosa de un llanto contenido, avanzaba de nuevo a la siniestra del camino, acometiendo la subida final al destino de nuestro reencuentro, más allá del tiempo, más allá del espacio, más allá del anhelo por remediar otra vez la angustia saboreando de nuevo el aliento de su recuerdo en mis labios, con la imperecedera imagen de un encendido rubor en sus mejillas, testimonio claro de la pureza del alma, robada en la oscura noche de un otoño fatal, en el que un arrebato de ira me hizo alejarme del mundo aborrecido, maldiciendo la suerte y a Dios, condenado a la pena de la oscuridad perpetua, y a la sempiterna tristeza del recuerdo y la añoranza del amor robado por la muerte…


Un ángel preside la cúspide de un atardecer en el cantábrico como si de un guardián perpetuo se tratase,  testigo silencioso de una pasión prohibida, símbolo a su pesar de un abismo sin fondo, a la espera de un apocalipsis que nunca parece llegar.




En mi compañía,  la hermosura de un corazón al que jamás podré desvelar mi secreto, vestida de negro, pelo corto recogido con gracia, falda larga que deja asomar la elegancia de la imaginación, y cuya mirada triste, se desgarra entre el silencio y las sombras de la melancolía.

Al final de la tarde, cuando el sol empieza a bostezar, busco  algún sitio alejado del cementerio donde juntos, podemos ver la magnitud del  guardián y de fondo,  el mar. Una Fotografía espectacular y sobre todo, un sitio perfecto para disfrutar de las vistas y quizá para darle vueltas a algún pensamiento, o a lo mejor, para buscar una respuesta ante el dulce sabor del silencio, ese mismo silencio que nos ensordece el alma, cómplice compañera de nuestra propia soledad, silencio sepulcral que solo es quebrado por el romper de las olas en la costa cercana.


Azrael nos observa sin fijar su mirada, consciente sabedor del destino, y de la importancia del sabor de la vida, que nos empecinamos en vivir como si nunca tuviera final, sin detenernos a degustar el placer de su caricia. Abadón, al otro lado del abismo, espera  el pago de un pacto con el demonio, por haberme dado de nuevo la oportunidad de volver a revivir el recuerdo por una última vez.



Desde lo más profundo de mi pensamiento , observo en gótico la representación de  los elementos desordenados de la esencia del hombre, casi poco dignos, dotados de escasa racionalidad y sentido, en contraposición con la magnífica esencia del amor, que a menudo el humano ser,  suele asociar al morboso y siniestro sentido animal del deseo y la brutal posesión, y pasea por mi mente  una trama que se desarrolla en la imaginación, y en la cual, me atrevo a confesar el sentimiento que me arde por dentro, ante la mirada de una lágrima que resbala por la mejilla y me ahoga la razón, en un paisaje,   cuyo único testigo mudo son los muros pétreos del cementerio, elemento arquitectónico fundamental, del que exhala una atmósfera de misterio y profecía final que marcará el devenir de una pasión reprimida, proscrita por las circunstancias de la vida, y que la persona amada, a la que me he atrevido a brindar una flor prohibida, jamás llegará a conocer.




El choque brutal de la apasionada ambientación romántica, y el lúgubre paisaje de la tenebrosidad de las ruinas, me hacen mirarla a los ojos, cuyos pasadizos secretos que conducen a la profundidad de su alma, me condenan a la tortura perpetua del mudo silencio, y la cobarde conmiseración de la sufrida conformidad, de una mirada fotografiada en la espesura de un marco de plata en la soledad de un sepulcro.

El ocaso se tiñe ya más de tiniebla, y mis pensamientos enredados en los cabellos del recuerdo, luchan a muerte por salir al encuentro de la luz, o buscar a escondidas un rincón donde escribir un epitafio en el que la desolación y el desamor no se vuelvan a mirar jamás a los ojos.

El estruendo de un relámpago en la lejanía, es la señal de aviso de que ha llegado la hora de pagar mi deuda con el dueño del tártaro, y va evaporándose de nuevo la imagen de la razón de mi regreso a estos lares olvidados y repudiados, para poder de nuevo gozar del último suspiro de la esperanza, en un nuevo reencuentro en el más allá, donde la crueldad del destino no nos vuelva a separar jamás.

En el perfil de su cuello en mi memoria, cuelga el  presente del último verano de nuestra promesa, como carta jurada de nuestra unión , antes de que la tragedia marcará para siempre un hito en el destino de nuestras vidas, y la inmisericorde dama de la triste guadaña segará de un tajo la esperanza de un nuevo amanecer.



Dirigiendo mis pasos a la soledad en la lejanía de un acantilado balcón del mar, aspiro por última vez el soplo del viento que empieza a anunciar la galerna en la noche, y lanzo mi cuerpo al vacío de su recuerdo, seguro, decidido, ciego y resuelto a terminar para siempre con la angustia perenne de su evocación, pero de pronto, algo me retiene asido a mi espalda, y un llanto apagado sujeta mi brazo, asiendo con desesperada fuerza mi hombro, y mi destino…me vuelvo hacia atrás en señal de desesperada protesta, y su imagen se presenta de nuevo, pálida como la faz de la luna que empieza a asomar, hermosa como siempre, cálida como nunca, y sin palabras, me conmina a mantener de nuevo vivo su recuerdo un año más, en un nuevo lustro de su memoria en mi soledad.






Como si de un descuido silente del hado se tratara, la discordia entre la fantasía y la realidad termina con la única decepción predecible de una fatal profecía, y un destino roto ante la inmutable mirada del Ángel Exterminador.

Aingeru Daóiz Velarde.-





domingo, 27 de octubre de 2019

LA HISTORIA DE UNA EMBAJADA RESCATADA DE LA MEMORIA



LA HISTORIA DE UNA EMBAJADA RESCATADA DE LA MEMORIA

La Embajada de España cerca de la Santa Sede tiene el doble honor de ser la Misión Diplomática más antigua de cuantas existen en el mundo y de mantener su residencia a través de los siglos en el mismo edificio. Hasta el siglo XV los Embajadores desempeñaban misiones temporales específicas como negociar acuerdos comerciales, tratados de paz, o fijar las estipulaciones de matrimonios entre príncipes. Es la República de Venecia el primer Estado que designa un Embajador permanente, precisamente aquí en Roma por la importancia espiritual y temporal del Papado. El Rey Católico Fernando de Aragón, por su condición de Rey de Nápoles y al ser Venecia su gran rival, establece también una Embajada permanente y designa para el cargo en 1482 al Caballero de la Orden de Santiago Don Gonzalo de Beteta, cuyos restos reposan en la Iglesia Nacional de los Españoles de Santiago y Montserrat.
Beteta inició la prestigiosa nómina de 151 Embajadores, del mundo de la diplomacia, la milicia, la nobleza, la política e incluso la Iglesia, que durante más de quinientos años han representado y defendido los intereses de nuestra patria en una misión diplomática marcada por su singularidad e importancia.



Tenemos que dirigirnos a documentos del siglo XV, para ver como se denominaba dicha Embajada, y concretamente en uno de esos documentos, de los cuales hay varios, me referiré al de  18 de septiembre de1484, que se refieren a la valoración que hicieran los Reyes Católicos ante la duda de a quién dejar en depósito los papeles de Beteta ordenando tomar ciertas medidas, ya no sólo referentes a este asunto concreto, sino que afectaban también a la propia institución de la Nación Española en Roma" de la Embajada.
"El Rey e la Reyna. Reverendo Padre Alfonso de Paradinas, obispo de Ciudad Rodrigo e demás diputados de la Nación Española en Roma. Ha llegado aquí Blas del Pino, Camarero e Secretario del honrrado cavallero e nuestro embaxador Don Gonzalo de Veteta, que santa gloria haya, e nos ha entregado vuestra atenta e cumplida carta de 29 de marzo de este año, con la qual nos participades la muerte de dicho Don Gonzalo, que decides siguió el día 27, dos días antes del despacho, refiriendo lo que havía declarado en su testamento acerca de los papeles pertenecientes a nuestro real servicio, decides que sin embargo, que dicho Don Gonzalo havía dispuesto en su testamento acerca de los papeles pertenecientes a nuestro servicio, decides que sin embargo que havía declarado que los testamentarios cuydasen de entregarlos a quien fuere nos servidos mandar, e que siendo vos. Reverendo Padre, uno de ellos, e haviendo considerado no haver en Roma persona que goze el character de nuestro criado, en quien poderlos fiar, con prudente reflexión, e para el mexor resguardo de ellos, dudaste cómo lo havíades de executar e facer, e por ende tubistes por conbeniente de juntar como juntástedes tres principales sugetos de la Nación..." Fol. 37rv.
Este es solamente un ejemplo, aunque hay más pero alargaría mucho el post donde claramente, a la Embajada se le denomina: “Embajada de la Nación Española en Roma”, simplificándolo numerosas veces con el nombre de “Nación” solamente; recuerdo que estamos hablando de 1480-84.
"Y assi se tomó por expediente por Monseñor Paradinas el juntar tres o quatro de los principales de la Nación para discurrir sobre la materia, y resolvieron que tres de los principales sugetos de la Nación fuesen con Notario a la casa de Don Gonzalo, difunto, y recogiendo todos los papeles, se pusiessen en un saco, y ligassen....., Ibid., fol. 36r.
…........... jamás de esta prerogativa e distinción, e que en juntas e funciones presidades e presidan a qualesquiera personas, estando inmediatamente al hombro izquierdo de nuestro embaxador e cardenales e otros perlados e eclesiásticos de la Nación". Fols. 40rv.
…......... para los casos graves, también nuestros embaxadores hayan de combocar a los diputados de la Nación referida, como los que representan el cuerpo entero de ellas …...,Fols. 42rv.
E en todas las consultas graves que os hicieren e para las quales os llamaren e representaredes al dicho embaxador e subcesores las necesidades de la Nación, los agravios que padeciere e la prevención del remedio, para lo qual teneredes irremisiblemente un día de cada semana entero para las audiencias de nuestra Nación e para oyr la necesidades de ella …..., Fol. 46rv.
Aparte de en castellano antiguo, también los hay en francés:
Gonzalo de Beteta est considéré comme un des premiers ambassadeurs permanents de l'histoire d'Espagne et le premier ayant assumé cette charge auprès du Saint-Siège. Son décès, survenu au cours de l'accomplissement de sa mission en 1484, donna lieu à l'intervention de la "Nación Española de Roma", chargée de la sauvegarde des intérêts royaux à Rome jusqu'à la arrivée du novel ambassadeur. Ces faits seraient manipulés historiquement et documentairement des siècles plus tard, en plein XVIIF siècle, au cours des revendications de prérogatives royales sur les églises nationales espagnoles à Rome. En s'appuyant sur un manuscrit de la Bibliothèque Menéndez y Pelayo de Santander, cet article tente d'aborder la
Parece ser que aunque ahora hay escépticos que lo discuten o niegan, en el siglo XV con los Reyes Católicos, se denominaba Nación Española, al menos eso dicen los documentos…sirvan estos como simples ejemplos.

HISTORIA DE LA EMBAJADA

En sus años iniciales (1480), los Embajadores se albergaban en palacios alquilados a cardenales o nobles romanos (Orsini, Altemps, Aldobrandini, Doria Pamphili, Urbino, De Cuppisy), hasta que en 1647, el nuevo embajador del Rey Felipe IV, Íñigo Vélez de Guevara, Conde de Oñate, adquiere por 22.000 escudos romanos el Palacio Monaldeschi, el cual había sido sede de la Embajada desde 1622, hoy conocido como Palacio de España.

La compra tuvo sus embrollos, los propietarios del Palacio, una vieja familia noble romana, la familia de los Monaldeschi, lo sacó a subasta pública, a través de un agente italiano, Bernardino Barber, el conde de Oñate, hizo una oferta por el palacio, pidiendo permiso de compra a la Congregación de Barones del estado pontificio, que tenía la potestad para aprobar la venta de palacios importantes. Posteriormente, se compraron otras cuatro casas junto al palacio para ampliar el edificio, en 1654 el rey Felipe IV envió 19.000 ducados para su mantenimiento y reparación.

El Palacio Monaldeschi, es un palacio barroco que alberga la sede de la Embajada de España ante la Santa Sede desde 1622. No alberga, por contra, la Embajada de España ante Italia, ya que esta se encuentra en la primera planta del Palacio Borghese de Roma.



La Embajada interviene en la elaboración por parte del Papa español Alejandro VI Borja de la Bula «Intercaetera», que da lugar al Tratado de Tordesillas y reparte el Nuevo Mundo entre los reinos de España y de Portugal. Después del «Saco de Roma» los Embajadores consiguen la reconciliación con el Papado, organizan la importante visita de Carlos V a Roma y logran el apoyo de los Estados Pontificios a las guerras de religión del Emperador. En la Embajada se negocia la llamada «Liga contra el Turco», la alianza entre España, los Estados Pontificios y Venecia, que permitiría derrotar en Lepanto a la flota otomana, librando a Europa de la amenaza turca.


Hay también capítulos desconocidos como el ofrecimiento que el Rey Alfonso XIII hace en mayo de 1915 al Papa Benedicto XV del Monasterio de El Escorial como residencia con extraterritorialidad para evitar los riesgos de la Primera Guerra Mundial y garantizar la libertad de su sagrado ministerio.



Los Embajadores se albergaban en palacios alquilados a cardenales o nobles romanos hasta que en 1647 el Conde de Oñate, Embajador del Rey Felipe IV, adquiere el actual edificio, cuya rehabilitación encarga al gran arquitecto Borromini quien fuera el rival de Bernini, y quien construye la maravillosa escalera de honor, una de las más armónicas de la ciudad. El Palacio de España custodia importantes obras de arte como las dos esculturas de Bernini, «El alma condenada» y «El alma beata», la magnífica colección de tapices o los cuadros de Madrazo, Vicente López, Wieldens, Mario de'Fiori, Mengs, Nattier, Palmaroli, etc.
Durante cuatro años fue residencia del pintor Velázquez, venido a Roma para adquirir obras de arte para la colección real. Aquí pintó «La fragua de Vulcano» y «La túnica de José», tomando como modelos al personal de la Embajada. Por encargo real, los Embajadores adquirieron más de dos mil pinturas de los clásicos italianos, que pasaron al Museo del Prado.




 Durante los siglos XVI, XVII y XVIII el palacio fue el centro de un mundo fastuoso, siendo escenario de los acontecimientos más brillantes de su tiempo en la ciudad de Roma, su pequeño teatro de madera fue un 20 de noviembre de 1782, escenario del estreno de Antígona de Vittorio Alfieri; durante cuatro años fue residencia del pintor Velázquez, venido a Roma para adquirir obras de arte para la colección real. Aquí pintó “La fragua de Vulcano” y “La túnica de José”.

La embajada alberga una colección de tapices gobelinos del siglo XVII, tapices de lana y seda del siglo XVIII originarios del Palacio Real de Madrid; cuadros del Museo del Prado de autores como Federico Madrazo, Vicente López, Nattier, Mengs, Mario di Fiori; numerosas esculturas donde destacan dos bustos de Gianlorenzo Bernini de 1619, "El alma beata" y "El alma condenada"...en la imagen, el Alma Beata.



El 8 de septiembre de 1857, el papa Pío IX inauguró la columna de la Inmaculada Concepción que preside la Plaza de España, plaza que lleva ese nombre en honor a la Embajada y en recuerdo de la definición del dogma de la Inmaculada del que España fue tenaz defensora durante siglos.


La Embajada esta, cerca de la Santa Sede,  y no ante la Santa Sede, como equivocadamente se la denomina. El diccionario de la Real Academia Española define la segunda acepción del término «cerca» diciendo que en lenguaje diplomático designa la «residencia de un ministro en determinada corte extranjera, y cita como ejemplo el del «Embajador cerca de la Santa Sede». Además el adverbio «cerca» recoge el antiguo privilegio de cercanía al Pontífice que tenía el Embajador del Rey católico de España frente al Embajador del Rey cristiano de Francia, eternos rivales durante esos siglos; el Embajador de España, estaba más cerca de la Santa Sede que el francés, ahora no tendría mucha importancia pero por aquel entonces, era toda una victoria para España.




EL ESCUDO DEL VESTÍBULO

En cuanto a lo referente al escudo de su vestíbulo, aclararemos lo siguiente…
Como hemos mencionado, el Palacio Monaldeschi donde se encuentra la Embajada, fue adquirido en 1647 aunque fue sede desde 1622.
La primera inversión que se hizo de mantenimiento y restauración, fue realizada en 1654, Francesco Borromini, arquitecto suizo-italiano, considerado uno de los máximos exponentes del barroco romano diseñó la ampliación del palacio y trazó la escalera principal de la embajada y el vestíbulo donde se encuentra el escudo en honor a los fundadores de la Embajada “los Reyes Católicos”, obra que continuo el arquitecto Antonio el Grande.

Entre 1827 y 1834 se introdujeron decoraciones de estilo neoclásico y pompeyano y desapareció del salón de baile y el pequeño teatro de madera.

Cualquiera que sepa un poquito de historia y sea mínimo observador, en un simple vistazo, diferenciara el escudo Católico frente al franquista; ya no digo que sepa distinguir la diferencia en sus alas, pico y en la posición de la cabeza del Aguila de San Juan, aunque es ya evidente; tampoco me atrevería a pedir, que se fijara en las columnas de Hércules que acompañan al escudo franquista y que eso lleva a que el escudo heráldico de los Católicos, sea de un tamaño más grande; sería mucho pedir, que lo pudieran diferenciar por la diferencia gráfica del yugo de Fernando y las flechas de Isabel; pero es totalmente imperdonable no darse cuenta la diferencia en la heráldica del segundo y tercer cuadrante que corresponde a Aragón y Dos Sicilias en los Reyes Católicos, y a Aragón y Navarra en el franquista.

Diferencia que hasta los inventores y nuevos fanáticos de la mal llamada Memoria Histórica, ciegos por un rencor sin sentido siguen sin diferenciar, persiguiendo y eliminando escudos anteriores al nacimiento de Franco; pero es que  en el siglo XVII, fecha de construcción del escudo en la Embajada Española ante la Santa Sede, Franco todavía no había nacido, como tampoco lo había hecho la persecución sin sentido de símbolos históricos como el Águila de San Juan y los restantes símbolos del escudo.

SU ACTUALIDAD Y ALGUNAS CURIOSIDADES

Como los palacios más exclusivos de Roma, la Embajada tiene fantasma propio, el llamado «Fray Piccolo», un antiguo capellán que siglos atrás fue muerto a espada por el Embajador castigando sus requiebros amorosos a la Embajadora. También el aventurero Casanova trabajó en la Embajada durante varios años como traductor de francés, hasta que tuvo que abandonarla abruptamente por un lío de faldas con la hija de un comerciante, pero de todo esto, hablaremos en otro post…En la imagen siguiente, busto del “Alma condenada”, de Bernini.






Entre los salones del Palacio destaca el precioso oratorio construido por Paradisi y adornado con pinturas de Constanzi y Bianchi. Bajo el altar se encuentra el cuerpo incorrupto de un joven mártir, San Letancio, miembro del grupo de mártires de Cartago cuya devoción impulsó San Agustín.
El «Privilegio del baldaquino» que preside el «Salón de los Palafreneros», rememora la presencia de un Papa el 8 de septiembre de 1857 cuando Pío IX bendijo desde el balcón de la Embajada la columna de la Inmaculada que preside la Plaza de España, a la que los Pontífices acuden cada 8 de diciembre, siendo recibidos por el Embajador.
Cabe destacar, sin duda,  la restauración de las fachadas, gracias al mecenazgo de Don Amancio Ortega, propietario de Inditex, cuya generosidad ha permitido acometer una rehabilitación urgente por el estado de deterioro del edificio, y que necesariamente debe ser ahora continuada por el Estado para recuperar esta joya y evitar el riesgo real de su ruina.




Durante los siglos XVI, XVII y XVIII, la Embajada fue el centro de la vida social, política y cultural de Roma, compitiendo en prestigio con la corte del Papa. En su condición de Palacio real, cuenta con dos cámaras permanentemente preparadas para la estancia de Sus Majestades, y entre las salas de recepción hay un espectacular Salón del Trono, construido en tiempos de Carlos IV.
La Embajada lo es también ante la Soberana Orden de Malta y el Embajador de España desempeña el cargo de Gobernador de las «Obras Pías de los Establecimientos Españoles en Italia», una institución vinculada a la Iglesia que administra en Roma y Palermo los bienes fruto de donaciones de españoles para construir albergues, asilos, hospitales y sepulturas para los peregrinos.
La Embajada sigue siendo escenario de encuentros importantes que contribuyen a superar tensiones y abrir cauces de diálogo en las siempre complejas relaciones Gobierno e Iglesia. Cumple así hoy también este viejo y antiguo Palacio su función principal, nacida de su larga historia, cual es la de servir de sereno lugar de encuentro y de acuerdo, pero también, para recuperar la memoria de la historia.

Aingeru Daóiz Velarde.-

Fuentes
Corona de Aragón
Historia de España