sábado, 2 de octubre de 2021

LA CIUDAD ROMANA DE CÁPARRA, POR LOS CAMINOS DE HISPANIA.


LA CIUDAD ROMANA DE CÁPARRA, POR LOS CAMINOS DE HISPANIA.

A pocos kilómetros de la ciudad de Plasencia, concretamente en el término municipal de Olova de Plasencia, se encuentra este cautivador e interesante yacimiento de Cáparra, una ciudad que, bajo dominio romano, llegaría a convertirse en un importante nudo de comunicaciones en el eje Norte-Sur entre las ciudades romanas de Emerita Asugusta (Mérida) y Artúrica Augusta (Astorga) que forma la conocida Vía de las Plata, o Camino de la Plata. Esta situación estratégica le aseguró un lugar preferente entre los municipios romanos de La Lusitania, impulsando su desarrollo y su paulatina monumentalización, de la que dan fe los numerosos restos arqueológicos hallados en la zona.

De origen Vetón, la población de Cáparra llegó a convertirse en muncipium de Roma en época de Vespasiano: Municipium Flavium Caparense. De los restos que se conservan destaca su impresionante arco, tetrapylum, el único de sus características en España, que se ha convertido en el símbolo más representativo de la ciudad.





El arco cuadrifronte se ubica próximo al centro del recinto de lo que conformaba la ciudad romana, a modo de cardo de la ciudad, por lo que también lo atravesaba el decumanus cruzándose bajo este ambas vías. La función primordial de este era la de ser un arco de paso de un punto de importante tráfico.

El monumento cuenta con una planta cuadrangular irregular y está realizado en granito, de procedencia local, midiendo 13 metros de altura y con una anchura de las fachadas principales de unos 8 metros. En cuanto a la estructura constructiva que sigue, nos encontramos con un zócalo, un cuerpo intermedio y la zona de arquivolta, además del núcleo del opus caementicium que conformaría el entablamento y ático, y se trata de un arco de tipología única en la Península por el uso de la planta cuadrangular; así mismo es uno de los pocos ejemplos que conservamos, especialmente si hablamos de las provincias, que pueden fecharse con seguridad en el siglo I, gracias a la presencia de un par de inscripciones de la zona, entre ellas la del propio arco, convirtiéndose en un ejemplo excepcional en el arte romano.

Gracias a la inscripción que encontramos, sabemos que sobre los pedestales que flanquean el arco se encontraban unas estatuas que representaban a dos de los integrantes de la familia de los Fidii Macri. Uno de los constituyentes de esta familia, concretamente Marco Fido Macro o Marcus Fidius Macer, ya difunto en el momento de realización, parece que ordenó construir el arco, realizando una donación privada de lo necesario para que se llevase a cabo su realización, mostrando así la importante influencia de esta familia en el tercer cuarto del siglo I d.C, un arco cuadrifronte en el que incluyó dos pedestales con inscripción para erigir estatuas en honor de sus difuntos padres y de su esposa.

Además, también para engalanar su ciudad, debió levantar un edificio relacionado con las aguas, tal vez un ninfeo o fuente monumental, que dedicó a la diosa lusitano-vetona de las aguas Trebaruna, a la añadió el epíteto de Augusta, clara alusión al culto imperial y al genius imperatoris, con lo que asociaba un culto prerromano con el culto imperial, indicio claro de compromiso con Roma, y la romanización.





La ciudad de Cáparra era conocida por griegos y romanos. Claudio Ptholomeo la cita como Kapasa y la situaba en la zona de Lusitania y que pertenecía a los pueblos vettones, lo que indica que probablemente se encontraba en la frontera difusa entre los dos pueblos. Parece que los caparenses eran de origen vetón, que fueron conjunto de los pobladores prerromanos de cultura celta que habitaban un sector de la parte occidental de la península ibérica y que compartían un denominador más o menos común. Su asentamiento tuvo lugar entre los ríos Duero y Tajo, principalmente en el territorio de las actuales provincias españolas de Ávila, Salamanca y Cáceres, y en parte de las de Toledo y Zamora. El concepto Vetonia como ente etno-político es probablemente un producto posterior fruto de la nueva organización territorial de la Hispania romana que realizó Augusto en los últimos estertores del siglo I a. C.

Los romanos concedieron inicialmente a Cáparra el estatus de ciudad estipendiaria. Es decir, la población tenía que pagar un canon y contribuir al ejército romano, pero tenía derecho propio, su propia moneda y sus tierras. Finalmente, en el año 74 dC, Vespasiano le otorga a Cáparra el estatus de Municipium, con lo que sus habitantes pasaban a ser ciudadanos romanos. A partir de ese momento Cáparra entra en una etapa de crecimiento y desarrollo como ciudad, siguiendo la arquitectura propia de las ciudades romanas.





Amurallada en su totalidad, Cáparra tenía tres puertas de acceso, situadas respectivamente al Sureste, Este y Oeste. Dos eran vías principales que vertebraban la ciudad, el Cardo y el Documano. Ésta última coincidente con la Vía de Plata, a su paso por el trazado urbano, y delimitada en sus extremos por las puertas del Este u del Oeste.








Con una extensión aproximada de 15-16 ha, hoy apenas quedan unos cimientos que definen la vía, viviendas y, en el centro, un arco cuadrifonte sobre el que ya hemos hablado, único en España por sus características.

El yacimiento se puede visitar siguiendo un itinerario que comienza junto al Centro de Interpretación, en una de las tres necrópolis descubiertas por el momento, para llevarnos después a los restos del anfiteatro y la puerta suroeste. El arco, da paso al foro, un espacio abierto que fue el centro político y religioso de la ciudad. En él, aún son visibles los restos de los edificios principales como son la basílica, donde se impartía justicia, la curia y otros tres templos.








Junto al Arco y el foro, se encuentran las termas, también al pie de las dos vías principales. Aquí se puede ver el sistema de conducción de aire caliente que pasaba a una sala que se llamaba Caldarium, la palestra dedicada al ejercicio, y las tiendas o tabernae adosadas al edificio y abiertas al decumano, además de la calzada.





En las Termas, el edificio, de planta cuadrada, contaba con todas las estancias típicas de estos establecimientos lúdicos, salas de agua caliente (caldarium), templada (tepidarium) y fría (frigidarium), la zona de vestuarios (apodyterium), y, en su lado sur, la palestra, o zona de ejercicios físicos. En su lado norte se ha identificado la existencia de varias tabernae. La mayor parte del espacio termal se encuentra protegida por una moderna estructura de madera que, no obstante, gracias a los cristales instalados en la misma, nos permiten ver sus vestigios.











El puente está muy reconstruido, sobre todo por la cara que mira aguas abajo. La zona que mira al norte conserva mejor los caracteres de su construcción romana y de todos los arcos el mayor es el que mejor se conserva. Las excavaciones actualmente están paradas, pero se sabe que hay muchos tesoros en su subsuelo, un teatro a extramuros, arquitectura domestica y elementos de tipo escultórico y decorativo. Este puente sobre el río Ambroz se hallaba junto a la Vía de la Plata. Se trata de un puente de origen romano que ha sufrido distintas modificaciones a lo largo del tiempo. Se encuentra al noroeste de las ruinas de Cáparra, en el municipio de Guijo de Granadilla.





La ciudad romana de Cáparra está bastante bien comunicada, a pocos kilómetros de la autovía A66, se llega fácilmente prácticamente desde cualquier zona del norte de Extremadura.

Los romanos concedieron inicialmente a Cáparra el estatus de ciudad estipendiaria, como ya se ha dicho antes, es decir, la población tenía que pagar un canon y contribuir al ejército romano, pero tenía derecho propio, su propia moneda y sus tierras. A partir del año 74, cuando el emperador Vespasiano proclamó el Edicto de Latinidad para las provincias hispanas, la ciudad accedió a la categoría de municipio de derecho latino -municipium con ius latii minor-, aunque se desconoce el momento exacto bajo la Dinastía de los Flavios en el que fue promocionada a este estatuto. Sus habitantes, al adquirir la ciudadanía romana por desempeñar magistraturas, quedaban adscritos a la tribu Quirina. A partir de ese momento, Capara comenzó su verdadero despliegue y desarrollo como ciudad siguiendo la arquitectura propia de las ciudades romanas, quedando de ese periodo numerosos restos, entre ellos el famoso arco, su símbolo inequívoco.


En 198, tras la victoria de Septimio Severo sobre Clodio Albino, al que habían apoyado las autoridades políticas romanas de Hispania y buena parte de las comunidades cívicas, el Ordo Caparensium erigió una inscripción, posiblemente con estatuas, en honor de la mujer del nuevo amo del Imperio, Julia Domna, señalando su condición de esposa de Severo y madre del joven César Caracalla y de los soldados, como Madre de los Campamentos Militares.

Durante la Alta Edad Media, la ciudad empieza a despoblarse, acentuándose el abandono a partir de la invasión musulmana, y posteriormente no existen datos de que fuera repoblada una vez que el territorio fue conquistado por los reinos cristianos. Entre la época romana y el siglo XII prácticamente no existente información. La invasión musulmana no proporciona ninguna mención ni siquiera como lugar de tránsito hacia la Meseta pese a estar enclavada en plena vía de comunicación. Existe la posibilidad de que la ciudad fue repoblada por un corto periodo de tiempo durante la reconquista, pero puede desprenderse por las bulas de Lucio III de 1144 y la de Urbano III de 1145, que estos repobladores no tenían conocimiento de la realidad en que se hallaba la antigua ciudad, ya que casi todas las incursiones y repliegues de tropas cristianas se realizaron desde Ciudad Rodrigo hacia Coria a través de la Sierra de Gata, por la denominada vía Dalmacia.


En una añoranza poética, diremos que entre olivos y lomas rojas, así se aparecen las ruinas de Cáparra ante el romántico visitante de un siglo que muere de entre penas y calamidades, y traspasa alelado uno de los umbrales de sus murallas, casi ciclópeas, aun cuando apenas se han empezado a extraer de la tierra que las cubre, y el manto de polvo de su historia, creada y grabada en aquellos lares de Hispania, justo en aquella época de sangre y fuego, pero también de identidad latina no perdida, que nace en las venas del tiempo. Capera, como así se llamaba, hoy forma parte de esas ciudades desiertas que antaño tuvieron su esplendor, y que hoy, resurgen entre el sol abrasador del olvido, y las cenizas de una historia que insiste en sobrevivir en la huella de la memoria, pese al hastío de la indiferencia.