jueves, 25 de septiembre de 2014

EL TRIENIO CONSTITUCIONAL




EL TRIENIO CONSTITUCIONAL

Cabe recordar los que en un principio fueron los parámetros en los que se basó la Constitución de 1812 de la primera época, por llamarlo de alguna manera, para compararlos con los de esta segunda, para que poco a poco, vayamos  desgranando la declaración de derechos que, posiblemente tal vez por oportunismo, aparece repartida a lo largo de la Constitución, y comprobar que en ninguna de las dos etapas se resolvieron los problemas de los que adolecía la Nación, ni los resolvió tampoco el gobierno absolutista durante la primera época de su reinado, llamada sexenio absolutista.  De esta declaración de intenciones, pues no la podríamos definir de otra manera, se desprenden la libertad civil, propiedad y demás derechos legítimos según su artículo 4, además de la libertad de imprenta (131), igualdad ante la Ley (248) y derecho de petición (373). La soberanía Nacional que recoge el artículo 3 es uno de los que mayores suspicacias atrae por parte de las líneas absolutistas además de la división de poderes, confiando el legislativo a las Cortes con el rey (15), el ejecutivo al propio rey (16 y 170) y el judicial a los Tribunales (17 y 242). La colaboración de la Corona en las tareas legislativas se realiza en virtud de la iniciativa legal (171), y del veto suspensivo, durante dos legislaturas, de los proyectos aprobados por las propias Cortes (142 a 152).

Fuera de estas intervenciones que en realidad tienen un alcance limitado, la capacidad de decisión pertenece a las Cortes en cuya composición predomina la burguesía, y se excluye asimismo a quienes no tengan una cierta posición económica al exigir a los diputados una renta anual procedente de bienes propios (art.92). Este último artículo, parece chocar de forma especial con el propio ideal del liberalismo, pues si se declara como principio fundamental la igualdad de derechos, parece algo controvertido que se exija una cierta riqueza para acceder a la representación en las Cortes, en cierto sentido la búsqueda de una sociedad justa no casa con la exigencia de que se debe tener cierta posición económica.  Las órdenes del monarca, deberán estar suscritas por el ministro del ramo correspondiente, al que se declara responsable de su gestión ante las Cortes, y aquí surge el otro de los principales problemas con los partidarios del absolutismo, además de que en lo referente a las relaciones del rey con las Cortes, se establece que el monarca no podrá impedir, suspender ni disolver sus sesiones.
El llamado Trienio Constitucional (1820-1823), o Trienio Liberal, es una de las etapas más complicadas del siglo XIX en España, y se podría decir que por primera vez, entraba en vigor plenamente la Constitución española de 1812, y lo hace con incertidumbre y no carente de problemática, igual que lo hizo al principio de su nacimiento y al igual que lo hizo después del mismo la restauración de la monarquía absoluta. Primeramente, ya no era una unión liberal como lo fue en sus principios.

La crisis de la economía nacional, en aquel año de 1820, pasaba por su peor momento, además de que las antiguas colonias americanas, aprovechaban la debilidad de la gran metrópoli para afianzar su independencia, en contra de lo que pensaron los ingenuos revolucionarios liberales, y pronto sobrevino la primera guerra civil de la historia contemporánea de España, que provocó una intervención extranjera, símbolo, una vez más, de la impotencia del pueblo español por resolver sus propios problemas.


Pero empecemos por el principio. No podemos hablar en términos constitucionales de instauración, si no de restauración, ya que se hizo en nombre de algo previo, que ya se había declarado en su momento, y, precisamente aquí, surge la primera controversia, la familia liberal, se divide en dos facciones, los moderados y los exaltados, o doceañista y veinteañistas, con el tiempo, estas dos facciones representarían al partido moderado, los primeros, y al partido progresista, los exaltados. Los moderados o doceañistas fueron los que asumieron el poder, también eran llamados gaditanos, o facción templada,  intentando un cambio con la corona, es decir, los “doceañistas” pretenderán modificar la Constitución buscando una transacción con el Rey. Para ello, defendieron la concesión de más poder al monarca y la creación de una segunda cámara reservada a las clases más altas,  pero los exaltados o veinteañistas  pretendían una ruptura con el Antiguo Régimen, pedían simplemente la aplicación estricta de la Constitución de 1812. Así empezaron los partidos políticos.


 La división liberal, se produce precisamente por eso mismo, ya que los que suben al poder no son precisamente los que hicieron y pelearon la revolución, si no los antiguos idealistas patriarcas del liberalismo español, los hombres de las Cortes de Cádiz, y a esto se limitó su capacidad legislativa en un primer momento, su acción se redujo a reproducir al pie de la letra todos y cada uno de los decretos de las Cortes de Cádiz de 1812, estuvieran o no conformes con los nuevos tiempos, con lo que podemos decir que no fueran demasiado originales, aunque de forma general el gobierno liberal restableció gran parte de las reformas de Cádiz: la supresión de señoríos jurisdiccionales y mayorazgos, de los gremios, de las aduanas interiores, desamortizaciones de tierras de monasterios, libertad de creación de industrias, abolición de la Inquisición, restablecimiento de las libertades políticas y de los ayuntamientos constitucionales, modernización de la política y la administración bajo los principios de la racionalidad y la igualdad, la amnistía de los firmantes del Manifiesto de los Persas y el cierre de las Sociedades patrióticas, la «Ley de reforma de comunidades religiosas» (1820), mediante la que  se suprimen los monasterios de algunas órdenes religiosas y los conventos y colegios de las órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara; se prohíbe fundar nuevas casas religiosas o aceptar nuevos miembros. Y concedía cien ducados a todos los religiosos y monjas que desearan abandonar su orden.



 Crearon la Milicia Nacional, cuerpo de voluntarios de clases medias urbanas para garantizar el orden y defender las reformas constitucionales, hay que decir que las más drásticas de todas estas medidas se tomaron en la última fase del Trienio Liberal liderado por los exaltados o veinteañistas, van a aplicar una política claramente anticlerical: expulsión de los jesuitas, abolición del diezmo, supresión de la Inquisición, desamortización de los bienes de las órdenes religiosas... Todas estas medidas trataban de debilitar a una poderosísima institución opuesta al desmantelamiento del Antiguo Régimen. El enfrentamiento con la Iglesia será un elemento clave de la revolución liberal española. La división de los liberales introdujo una gran inestabilidad política durante el Trienio, asimismo, hay que volver a recordar que los diputados liberales españoles concibieron la nación como un sujeto indivisible, compuesto exclusivamente de individuos iguales, al margen de cualquier consideración estamental y territorial. Solo en ella, la nación, de forma exclusiva e indivisible, recae la soberanía, a diferencia de lo postulado por los realistas (en el rey y las Cortes) o los diputados americanos (en el conjunto de individuos y pueblos de la monarquía). Tal idea de nación suponía suprimir los estamentos y los gremios, eliminando los privilegios y fueros y las diferencias territoriales que existían entre los españoles. La nación española no sería ya un agregado de reinos o provincias con códigos diferentes, aduanas y sistemas monetarios y fiscales propios, sino por el contrario un sujeto compuesto exclusivamente de individuos formalmente iguales, como soporte de la unidad territorial legal y económicamente unificada.

En la imagen, sesión de las Cortes.




Al hablar de las medidas desamortizadoras de este periodo, cabe decir que , los gobiernos liberales del Trienio tuvieron que hacer frente de nuevo al problema de la deuda que durante el sexenio absolutista (1814-1820) no se había resuelto. Y para ello las nuevas Cortes revalidaron el decreto de las Cortes de Cádiz del 13 de septiembre de 1813 mediante el decreto de 9 de agosto de 1820 que añadió a los bienes a desamortizar las propiedades de la Inquisición española recién extinguida. Otra novedad del decreto de 1820 sobre el de 1813 era que ahora en el pago de los remates de las subastas no se admitiría dinero en efectivo sino sólo vales reales y otros títulos de crédito público, y por su valor nominal (a pesar de que su valor en el mercado era muy inferior). Por eso Francisco Tomás y Valiente lo consideró como el decreto "más extremista" de los que vinculaban desamortización con deuda pública.


A causa del bajísimo valor de mercado de los títulos de la deuda respecto de su valor nominal, "el desembolso efectivo realizado por los compradores fue muy inferior al importe del precio de tasación (en alguna ocasión no pasó del 15 por ciento de este valor). Ante tales ventas escandalosas, hubo diputados en 1823 que propusieron su suspensión y la entrega de los bienes en propiedad a los arrendatarios de los mismos. Uno de estos diputados declaró «que por defecto de la enajenación, las fincas han pasado a manos de ricos capitalistas, y éstos, inmediatamente que han tomado posesión de ellas, han hecho un nuevo arriendo, generalmente aumentando la renta al pobre labrador, amenazándole con el despojo en el caso de que no la pague puntualmente». Pero no obstante aquellos resultados y estas críticas, el proceso desamortizador siguió adelante, sin modificar su planteamiento.

En términos generales hay que decir que las medidas de desamortización  tuvieron como consecuencia final la consolidación del régimen liberal. Pero sus sombras fueron muy importantes. No se produjo un aumento significativo de la producción agraria y la propiedad se concentró más, por lo que el escaso desarrollo agrario impidió una profunda revolución industrial. Se recaudo menos dinero del previsto pues la mayor parte de las compras se hicieron en Deuda Pública y esta se devaluó pronto, hubo bastante corrupción. En definitiva, la desamortización no cumplió las grandes esperanzas de realizar una profunda reforma agraria, ni condujo a la industrialización. Pero la desamortización fue inseparable de las dificultades de consolidación de un Estado liberal amenazado por los partidarios del Antiguo Régimen y con unos ingresos fiscales absolutamente insuficientes para hacer frente a los gastos, pero para comprender la importancia y el alcance de las medidas desamortizadoras pueden servir de orientación las cifras dadas por García Ormaechea y que fija la superficie sometida a señoríos eclesiásticos y órdenes militares en 9.093.400 aranzadas, lo que equivale a un 16'5 por 100 del total de la superficie cultivada. Aunque a estas cifras haya que añadir las correspondientes al clero secular, y los bienes de propios, baldíos y comunales, difíciles de calcular, no cabe duda de que las distancias con respecto a las dadas para la nobleza eran considerables. Quizá sólo cabría resaltar el hecho de que las propiedades eclesiásticas, muy inferiores en cantidad respecto a las nobiliarias, eran sin embargo, mejores en calidad.

Godoy ya se planteó en su momento la desamortización una finalidad estrictamente económica como era la de sufragar los gastos de la guerra y amortizar la creciente deuda pública.
Pero una cosa es el planteamiento y otra la realización que, según Richard Herr, vino a ser un reparto de tierras a bajos precios entre la nobleza, altos cargos de la administración y amigos de Godoy.

 Se puede decir que el rendimiento de la operación fue más bien escaso entre 1.430 y 1.600 millones de reales. Pero tal vez más importante que el éxito financiero fue que no creó una nueva clase social, ni reforzó el poder de la burguesía, sino al contrario vino a aumentar la prepotencia de la aristocracia. Por otra parte dejó a los beneficiados e institutos benéficos en la miseria y a los campesinos que venían trabajando dichas tierras en una situación más inestable y precaria.

En tiempos de José I  tuvo unas características muy especiales. Nacida a imitación de la francesa, no pudo superar las dificultades planteadas por la guerra y terminó en una farsa sin sentido. La mayoría de los conventos y monasterios fueron clausurados y sus propiedades repartidas entre los ministros y fieles servidores del rey incluso sin que llegaran siquiera a subastarse.

Con el triunfo del pronunciamiento de Riego y la instauración de la Constitución de 1812 es lógico que se restableciera la legislación emanada de las Cortes de Cádiz. Efectivamente el decreto de la Regencia de 13 de septiembre de 1813 se convirtió después de una breve discusión en las Cortes, en la ley de 9 de agosto de 1820. Las primeras Cortes del Trienio se declaraban así fieles seguidoras de sus predecesoras las de Cádiz. No es por ello de extrañar que siguiendo el camino
marcado por los diputados doceañistas, reintegrados a la vida política tras varios años de encarcelamiento o exilio, aprobarán rápidamente la ley con la finalidad de amortizar la deuda pública, aumentar la base burguesa del nuevo régimen  y propiciar en alguna medida la mayor participación ciudadana en la desamortización al admitir el pago en dinero lo que al mismo tiempo beneficiaría al erario y, finalmente, reformar el clero regular.


 Si en un principio los diputados estuvieron obsesionados por el peso de la cuantiosa deuda pública, estimada en 14.000 millones de reales, y por la defensa de la propiedad individual para ampliar la base burguesa,  pronto surgiría entre ellos un grupo de exaltados liberales entre los que destacaban Sancho, Díaz del Moral y Ezpeleta que reclamarían la atención del Congreso sobre la proyección social de la desamortización. Así el valenciano Sancho defendió los beneficios que reportaría al país la posibilidad de que el pago de las fincas se hiciera en cinco años con el recargo de un interés módico. Díaz del Moral, Ezpeleta y Cepero llevaron más allá la proyección social al pedir que en las subastas se debía dar preferencia a los colonos o inquilinos, por el precio en que fuera rematada la finca. Sin embargo, estas proposiciones fueron consideradas por los diputados como inadmisibles por varias razones, entre otras, porque ello supondría el origen de innumerables fraudes y pleitos y porque era un privilegio para los entonces arrendatarios y enfiteutas (La enfiteusis es el derecho real por el cual se entrega en forma perpetua o por largo tiempo el dominio útil de un inmueble, reservándose el propietario su dominio directo a cambio del pago de un canon o pensión anual que le efectúa el enfiteuta) y lo que es más relevante Romero Alpuente replicó que podía significar el que la nación se quedara sin tierras y además con la deuda.


Pero pronto cambiaría la postura del gobierno y de las Cortes. A primeros de marzo de 1821 el ministro de Hacienda Canga Argüelles daría la voz de alarma ante la inestabilidad política y del hundimiento de la economía, escasos rendimientos de las exacciones fiscales, depreciación de la deuda y propondría una serie de medidas encaminadas a aumentar la base popular del régimen mediante la concesión de largos plazos para el pago de las fincas y la aceleración de la venta por la simplificación de los trámites. En un esfuerzo por favorecer a los colonos, Alvarez Guerra propuso un mes más tarde el que las propiedades eclesiásticas les fueran concedidas en censo redimible. 
Estas nuevas orientaciones se vieron plasmadas en el decreto de 29 de junio de 1821 por el que se volvía a insistir en la subdivisión de las fincas y la venta de las pequeñas (valoradas en menos de 6.000 reales) por dinero metálico pagando dos terceras partes de su tasa o todo en diez años. Así mismo se daba la oportunidad a los colonos de los bienes del clero regular de convertirse en propietarios pagando la valoración oficial en veinte años, con recargo del uno por ciento, de interés anual.


Sin embargo, estas medidas quedaban anuladas al aplicarse sólo en el caso de que las fincas no tuvieran postor en deuda pública. Estaba claro que tanto los diputados de Cádiz, como los del Trienio, en sus medidas desamortizadoras no iban más allá de una Reforma agraria liberal. Por otra parte era comprensible en un sector social tan preocupado por la propiedad privada individual y por la amortización de una deuda pública cada vez más apabullante y, además, era lógico que la burguesía, a la que había costado tanto conquistar el poder, tratara de consolidarse en él a costa del clero regular, de los colonos y pequeños y medianos propietarios rurales. Los remordimientos fueron escasos, por no decir nulos, a pesar de las protestas de los colonos. Las consecuencias más importantes de la Desamortización de 1820- 1823 fueron, en el aspecto económico, el poder amortizar parte de la deuda pública, si bien su enorme cantidad sepultó los posibles efectos beneficiosos de la operación.



En cuanto al término de la división liberal, no hay que mirar esta división entre doceañista y veinteañistas como una división generacional, ya que no existía por así decirlo un diferencia en edad, pues doceañistas como Argüelles, Toreno o el propio Martínez de la Rosa son realmente tan jóvenes como Riego, Quiroga o Antonio Alcalá Galiano ( hijo del marino Dionisio Alcalá Galiano, muerto en la batalla de Trafalgar) que representan a los veinteañistas. El término doceañista proviene del arraigo a los constitucionalistas de las Cortes de 1812, y el de veinteañistas de la Revolución de 1820, por lo tanto ni unos ni otros representan épocas distintas.


 Sí existe una diferencia en cuanto a la cultura y las formas, es decir, los hombres que toman el poder, los que forman el primer gobierno como Argüelles, Canga, García Herreros, Pérez de Castro fueron diputados constituyentes doceañistas, que en su mayor parte intelectuales, educados en el ámbito dieciochesco de la Ilustración prerrevolucionaria, cultos, teóricos y dotados de una espléndida facilidad de palabra que manejan las ideas con soltura, cosa que admiraban los veinteañistas, pero que ya no entendían, ni participaban de ello. Entre éstos últimos, los veinteañistas, se encontraban militares como el propio Riego, Quiroga, López Baños, Evaristo San Miguel, y otros civiles como el propio Antonio Alcalá Galiano, comerciantes como Istúriz, Romero Alpuente o Álvarez Mendizábal, que no eran gente inculta, pero ninguno frecuentó la Universidad, y eran de una educación algo mediocre y de un nivel social inferior a los doceañistas. Los veinteañistas eran gentes que habían conspirado en las logias y en los regimientos, habían arriesgado sus vidas para triunfar casi de milagro, eran más activos e inquietos, más aventureros, algo más parecido a lo que luego se llamaría el Romanticismo, en definitiva, contrarios a la parte doceañista que luego representaría el conservadurismo liberal, o el liberalismo conservador.



Se formó,  pues, el primer ministerio constitucional, presidido por un hombre que se encontraba, como otros, en prisión, integrado por doceañistas ilustres que como hemos dicho, algunos pasaron desde los presidios desde los que cumplían injusta condena, y en su mayoría habían participado en las Cortes de Cádiz.
Eran propietarios, grandes comerciantes e industriales. Defendían la participación de la Corona en el proceso reformista, el sufragio censitario y unas cortes de doble cámara. El rey, que nunca acató con sinceridad el régimen constitucional, llamaba a sus ministros "los presidiarios", Agustín de Argüelles, apodado "El Divino", fue el primero a quien el Rey le había nombrado ministro de la Gobernación,  para su sorpresa. En el mismo Gabinete estaban Pérez de Castro, Canga Argüelles, García Herreros, Antonio Porcel y Pedro Agustín Girón, el Marqués de las Amarillas. Fernando VII denominó a este primer Gobierno liberal, como ya se ha comentado,  el de "los presidiarios", ya que todos menos Girón habían sido presos políticos después de 1814. El Ejecutivo se mantuvo entre junio de 1820 y marzo de 1821, ni siquiera un año, después vinieron otros doceañistas  presididos por Martínez de la Rosa, (llamado «Rosita la pastelera» por su espíritu conciliador). Esta facción moderada gobernó hasta 1822.


Durante aquellos meses Argüelles y el resto del Ministerio tuvieron que enfrentarse a la tensión y a la violencia tanto de los que, a su izquierda, creían que la revolución no había terminado, los exaltados, como de los que, a su derecha, pretendían la vuelta al absolutismo, los realistas. El mismo Argüelles confesó  que tenían que gobernar "conteniendo la revolución".

En la imagen, Agustín de Argüelles.





Tanto este gobierno, el de Argüelles, como los presididos por Felíu, Martínez de la Rosa, Bajardí, y el de don Evaristo San Miguel trataron de acreditar el gobierno constitucional pero se encontraron no sólo obstaculizados por las pasiones políticas de los propios liberales que ya se encontraban divididos, si no por la más grave de las dificultades, que fue la resistencia del rey y los absolutistas. El rey boicoteó de forma sistemática las reformas liberales, tanto en la primera legislatura (9 de julio de 1820 a 9 de noviembre de 1821), como en la segunda de 1822-1823. Por ejemplo, vetó la ley de abolición del régimen señorial en 1821 y 1822, aprobándose muy tarde en mayo de 1823, de manera que no tuvo ningún efecto para el campesinado. De hecho, el nombramiento en el mes de noviembre de 1820 del nuevo capitán general de Castilla la Nueva, José de Carvajal, sin el refrendo del Secretario de Despacho, como era preceptivo, significó la primera infracción del monarca a la Constitución. Trataba despectivamente a sus ministros, derramaba el oro en conjuras anticonstitucionales, levantaba partidas que se titulaban Ejércitos de la Fe, que alentados por las conspiraciones del rey y espoleados por la grave crisis económica pronto surgieron movimientos de protesta contra el gobierno liberal en Madrid.



 Para más penurias que sumar, aparecieron nuevas sociedades secretas, los Comuneros, a cuyo frente se hallaba Riego, y era una sociedad secreta cuyo nombre, Comuneros, lo toman de la sublevación del siglo XVI. La sociedad trataba de ser una alternativa radical a los masones, y entre sus ideales estaban los de tratar de rescatar las luchas por las libertades. Su pensamiento puede catalogarse de democrático radical y republicano. Contaron con un periódico con el significativo nombre de El eco de Padilla, y tenían su propio himno, el himno de Riego, que era el himno que cantaba la columna volante del entonces Teniente Coronel Rafael de Riego tras la insurrección de éste contra Fernando VII el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan, aunque también había quien cantaba  el Trágala, que fue la canción que los liberales españoles utilizaban para humillar a los absolutistas tras el pronunciamiento militar, a principios del Trienio Liberal.


 También apareció la sociedad de  los carbonarios, que aspiraban sobre todo a la libertad política y a un gobierno constitucional. Pertenecientes en gran parte a la burguesía y a las clases sociales más elevadas, se habían dividido en dos sectores o logias: la civil, destinada a la protesta pacífica o a la propaganda, y la militar, destinada a las acciones armadas, también hubo nobles entre sus miembros, y también aparecieron ciertas sociedades patrióticas modeladas al estilo de los clubs de la Revolución francesa, como la del Café de Lorenzini (Puerta del Sol), o La Fontana de Oro,   aunque posteriormente fueron suprimidas para evitar algaradas como ocurrió con la aparición de Riego en Madrid,  con el argumento de no ser necesarias para el ejercicio de la libertad.
Más influyentes que las sociedades patrióticas fueron las sociedades secretas entre las que destacó la masonería que, como reconoció en su tiempo el marqués de Miraflores, perdió su objetivo filantrópico para sustituirlo exclusivamente por el político.

Los llamados Veinteañistas o liberales exaltados, eran en su mayoría jóvenes seguidores de Riego, entre los que estaban el propio Riego, Quiroga, Mendizábal y Alcalá Galiano (hijo).
Su lema era "Constitución o muerte", es decir pretenden conservar íntegramente la Constitución de 1812 ampliando al máximo el liberalismo, y la monarquía debía limitarse a funciones simplemente  ejecutivas. Defienden el Sufragio Universal masculino, Cortes de una sola cámara y libertad de opinión. Gobernaron  entre 1822 y 1823, a partir de la Revolución Exaltada, y una vez en el poder (desde el verano de 1822 y presididos por Evaristo San Miguel, primero y Flores Estrada, después) moderan sus actitudes, que hasta el momento habían sido de tensiones, sublevaciones y revueltas, pudiendo calificarse de una Revolución dentro de otra Revolución.  Sus principales medidas fueron la Libertad de industria y abolición de los gremios, que restablecían los decretos de las Cortes de Cádiz de 1813, la Supresión de los señoríos jurisdiccionales y de los mayorazgos. Sin embargo, los antiguos señores se convierten ahora en los nuevos propietarios y los campesinos en simples arrendatarios que podían ser expulsados si no pagaban sus rentas, la  Reforma fiscal. Se trató de imponer una contribución única sobre la propiedad de la tierra, que no llegó a ponerse en vigor debido a la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis.

La Política religiosa, estuvo marcada por el anticlericalismo produciéndose la supresión de la Inquisición, expulsan a los jesuitas, redujeron el diezmo al 50% a favor del Estado.  De esta forma, pretendía rebajar la deuda pública y ganarse la confianza de los acreedores,  y pusieron en venta tierras de los conventos y monasterios de menos de 24 frailes, o en pueblos de menos de 450 vecinos, incluidos los monasterios de Montserrat y Poblet, aunque esta medida no llegó a ser totalmente puesta en práctica, en un año, los 2000 conventos españoles se reducen a la mitad.

Las consecuencias de toda esta política eclesiástica fueron graves. Los conflictos con Roma, la ruptura de la Iglesia y el Estado Liberal, el desgobierno de las diócesis por la expulsión de ocho Obispos que se opusieron a la aceptación de tales medidas, otros cinco obispos huyeron al ser perseguidos, uno fue apresado y otro asesinado (fray Ramón Strauch, Obispo de Vich). En 1823 había quince diócesis vacantes por defunción, once tenían sus obispos exiliados y seis se hallaban en situación cismática por la designación anticanónica de sus vicarios. También en 1823 se procedió a la expulsión del Nuncio.  Además de todo esto, dentro del clero se produjo una escisión interna ya que hubo eclesiásticos liberales radicalizados y, en las listas de unos cuatro mil individuos pertenecientes a la masonería, se encuentran hasta ciento noventa y cuatro eclesiásticos. Por otro lado, hay que decir que la mayor parte del clero realista se radicalizó también, sumándose de hecho o de forma potencial a la insurrección armada de la Regencia de Urgell, produciéndose asimismo algunas divisiones dentro de los propios conventos o de las mismas comunidades fomentándose la discordia. La exacerbación de parte del clero y de los fieles contribuye a revestir de apariencia religiosa la guerra civil de la que seguidamente hablaremos, pues en gran medida, los realistas de entonces se proclamaban defensores de la libertad de la Iglesia y los liberales invocan al carácter pacífico del Evangelio no respetado por los otros. El conflicto estaba servido.



En cuanto a las Reformas militares, se mejoran los sueldos del ejército y se reforzó la Milicia Nacional, que tras la sublevación de Riego, llegó a contar con 120.000 hombres afiliados. Obligaba a disciplinas, a guardias nocturnas. Con el tiempo se dirigen contra los moderados (no contra los realistas) provocando un ambiente de preguerra civil.

La mayor libertad de opinión permitió el desarrollo de una potente prensa de signo liberal (La Avispa, El Patriota, El Vigilante Constitucional o el Sabañón) y junto a ellos de panfletos y hojas volanderas.




En 1822, la situación del país se deteriora y la guerra civil, buscada por los absolutistas y por la cada vez más insostenible situación política en que se hallaba la Nación,  estalla como un  previsible incendio, sus comienzos fueron cuando  el 7 de julio se sublevaron los cuatro batallones de la Guardia Real que estaban en el Pardo y entraron en Madrid vitoreando al rey absoluto, pero fue rápidamente aplastada por la Milicia Nacional, que  era una guardia cívica creada por el nuevo régimen, como ya se ha comentado,   y los enfrentamientos entre la mayoría exaltada de diputados y el gobierno moderado se incrementaron aún más. En medio de la división del liberalismo, se desató esta guerra civil en el verano de 1822 con los levantamientos realistas de Cataluña, Navarra y el País Vasco, de las que hablaremos y nombraremos a algunos de sus protagonistas. En mitad de todo esto, los exaltados o veinteañistas, que ya habían dado muestras de su influencia en el gobierno, accedieron por completo al poder,  y el rey se vio obligado a nombrar el 5 de agosto un nuevo gobierno encabezado por Evaristo San Miguel, que si bien, como ya se ha dicho, intentó poner algo de orden en la situación, lo cierto es que la misma se radicalizó de forma brutal, y prueba de ello fue que las represiones contra los realistas fueron en aumento. Un ejemplo fue la de don Matías Vinuesa,  cura de Tamajón, acusado de conspirador, fue asesinado a martillazos en la cárcel y su cadáver arrastrado por las calles.

Por esas fechas se haría tristemente famosa la Tartana de Rotten, así la definiría una publicación de la época:


" el Brigadier liberal Antonio Rotten, de origen suizo, y de la secta comunera, se excedió en crueldades. Encarcelados en Manresa graves ciudadanos y sacerdotes (uno había 'de ochenta años), pretextó cambiarlos de prisión. Conducidos en tartanas hasta «los tres roures» de La Guardia, asesinaron a los veinticuatro santos varones, a tiros y bayonetazos (17 de noviembre de 1822). El procedimiento de fingir un traslado para llevarles a morir, se vinculó de tal modo en Rotten, que, ya en Barcelona, cobró fatídica fama «la tartana de Rotten".



 La contrarrevolución realista se concretará en la aparición partidas de campesinos fuertemente influenciados por la Iglesia en el País Vasco, Navarra, Aragón y Cataluña. Alentados por estas protestas, la oposición absolutista se aventuró a crear Regencia Suprema de España en Urgel, cerca de la frontera francesa. Trataban así de crear un gobierno español absolutista, alternativo al liberal de Madrid.  El fracaso de la Regencia de Urgel hizo evidente para Fernando VII y los absolutistas que la única salida para acabar con el régimen liberal era la intervención de las potencias absolutistas europeas, empezaba a plasmarse el ideal de solicitar la ayuda internacional en la intervención del devenir de la historia contra la Constitución de 1812.


 Por ejemplo, en Cataluña la partida más importante era la del llamado "Trapense",(Antonio Marañón “el Trapense”),  fraile arrojado y valeroso, con aire de asceta, que llevaba el crucifijo al pecho y al cinto el sable y la pistola,  famoso por su crueldad y fanatismo, conquistando un pueblo tras otro y matando despiadadamente a cualquier prisionero liberal. Su más conocida hazaña fue la del asalto y ocupación de Seo de Urgel, en 1822, llevada a cabo por el levantamiento absolutista de Romagosa en contra del Gobierno liberal de Rafael de Riego, a pesar de estar defendida por numerosas tropas y sesenta piezas de artillería.
Imagen alegórica del Trapense.





Otro famoso puede ser Jerónimo Merino Cob (Villoviado, Burgos 1769 - Alençon, Francia, 1844), conocido como «El Cura Merino», fue sacerdote y guerrillero español, quien no se debe confundir con su contemporáneo Martín Merino, también apodado "el cura Merino".




A este último, como hemos avisado, no hay que confundirlo con Martín Merino y Gómez (Arnedo, 1789 - Madrid, 7 de febrero de 1852), llamado el cura Merino o el apóstata, fue un religioso español y activista liberal, hijo de una familia de labradores castellanos del Valle de Arnedo, a principios del siglo XIX ingresó en un convento franciscano de Santo Domingo de la Calzada, que abandonó al estallar la guerra de independencia para unirse a una partida de guerrilleros que actuaba en la provincia de Sevilla; se ordenó como sacerdote en 1813 en Cádiz; al terminar la guerra volvió al convento hasta 1819, fecha en la que debido a sus ideas liberales se exilió en Agens (Francia). En 1821 regresó a España y se secularizó; en 1822 fue amonestado por increpar e insultar al rey Fernando VII y poco después tomó parte en los sucesos de julio de ese mismo año en Madrid, por lo cual estuvo preso durante unos meses, fue más conocido por haber llevado a cabo un intento de regicidio contra la reina Isabel II en 1852, quien se salvó de una cuchillada gracias a las ballenas de su corsé, y por cuyo atentado fue ejecutado. Este hombre no podría considerarse más que un pobre loco de la época.
Imágen de Martín Merino:





En este estado de cosas y de sucesos que se iban agrandando hasta constituirse en un problema de gran magnitud, dio comienzo lo que sería la primera guerra civil de la historia contemporánea de España. A las guerrillas realistas, de las cuales ya hemos comentado alguna, cabría añadir la de Manuel Adame de la Pedrada, más conocido como El Locho, la de Pedro Zaldívar o Pedro José Bernabé Zaldívar Rubiales, que luego se uniría a la de El Locho, la de  Ignacio Alonso de Cuevillas, la de Agustín Saperes o Saperas, más conocido como "El Caragol", o la de Joaquín Ibáñez, el barón de Eroles, en total, podrían llegar a identificarse unas cuatrocientas partidas insurrectas. Lo cierto es que se trata de una guerra civil generalizada, difusa, pero sin organización, y se trata de aunar aquel movimiento de protesta dotándolo de organización mediante la Junta de Bayona, presidida por Eguía, primero, y la Junta de Toulouse dirigida por el marqués de Metaflorida Bernardo Mozo de Rosales, que desembocó finalmente en la Regencia de Urgell por medio de Don Joaquín de Ibáñez Cuevas y de Valonga, Barón de Eroles, marqués de la Cañada, capitán general del Ejército y del Principado de Cataluña, abogado, miembro de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona, Caballero de la Orden de Carlos III y de la Cruz Laureada de la Militar de San Fernando, comendador de la Orden de San Luis y oficial de la Legión de Honor del reino de Francia, guerrillero y vocal de las Regencias de Urgel y Madrid. El intento de este último por regularizar la guerra, resultó un completo fracaso, teniendo en cuenta que también en el bando realista se escinde en dos facciones, los ultras, o realistas puros, y los aperturistas, más moderados, aunque esto no fuera causa principal del fracaso de regularización de la guerra, la causa fue que las tropas estaba mal pertrechadas, carentes de bases, de mandos experimentados y de una auténtica instrucción militar.



En la imagen, el cuadro de Goya Duelo a garrotazos o la riña. Es una de las Pinturas negras que Francisco de Goya realizó para la decoración de los muros de la casa —llamada la Quinta del Sordo— que el pintor adquirió en 1819.  Esta pintura ha sido vista desde su creación (1819-1823) como la lucha fratricida entre españoles; en época de Goya las posiciones enfrentadas eran las de liberales y absolutistas. El cuadro fue pintado en la época del Trienio Liberal y del ajusticiamiento de Riego por parte de Fernando VII, dando lugar al exilio de los afrancesados, entre los que se contó el propio pintor. Por esta razón el cuadro prefigura la lucha entre las Dos Españas que se prolonga en el siglo XIX entre progresistas y moderados, y en general en las posturas antagónicas que desembocaron en la Guerra Civil Española.






Ateniéndonos a las referencias de algún historiador, podemos definir aunque no de una forma totalmente generalizada, esta guerra civil es un enfrentamiento entre el campo, y la ciudad, ya que el liberalismo es un fenómeno eminentemente urbano y patrimonio de la burguesía, aunque si bien resultaría erróneo decir que todos los ciudadanos de núcleos importantes de población piensan en liberal.



 Por el contrario, el campo mantiene con mayor apego la fidelidad a las viejas tradiciones, prueba de ello es que es en el medio rural donde el clero cumple un papel muy importante en el control de las mentalidades colectivas, debido al malestar por las medidas anticlericales tomadas por el liberalismo más reaccionario al final del Trienio Constitucional, y el fracaso de la política de desamortización eclesiástica que causaron gran malestar en la gente del campo, y en el propio clero en sí. Resumiendo lo que dio de sí esta guerra, podemos decir que el gobierno moviliza las exiguas tropas de que dispone por todo el territorio, pero la resistencia no deja de ser puntual. De esta manera, el centro está defendido por Enrique José O’Donnell, I Conde de La Bisbal (Donosita-San Sebastián, Guipúzcoa, 1776-Montpellier, Francia, 1834). Asturias y Castilla son territorios de Pablo Morillo, y Francisco Espoz y Mina (Idocín, Navarra, 1781-Barcelona, 1836) resiste en Cataluña. Pero esta contención pronto se manifiesta ineficaz, dejando el camino libre hasta Andalucía. El Gobierno y las Cortes recurrirán al cambio de sede que ya practicaran en la Guerra de la Independencia. Se declara incapacitado al monarca, quien es retenido en Cádiz, lugar donde acabarán refugiándose. En 1823, los dos bandos están agotados, y la guerra civil parecía ya endémica cuando de pronto, vino a cambiarlo todo una intervención extranjera.



Más que una revolución frustrada, podríamos definir el final de esta etapa como una derrota militar, de la que hablaremos en algún capítulo más adelante, y una represión política brutal. La propia diferencia entre los constitucionalistas que acabó en una división traumática, así como  una contrarrevolución interna, apoyada por sectores proclives al Antiguo Régimen y los campesinos perjudicados por las medidas liberales, así como el clero, unido a una creciente desconfianza de las clases propietarias de la burguesía que apoyaban al régimen liberal por la falta de profundidad y convencimiento en el mensaje contribuyeron al fracaso de la tentativa constitucional, falto de una administración efectiva en manos de funcionarios carentes de preparación. Se ha dicho que el carácter efímero de la Constitución de 1812 radica en su carácter excesivamente teórico y por su racionalismo utopista. Sin duda el articulado del texto es farragoso e incluso contiene contradicciones y no recoge una declaración completa de derechos, entre otros el derecho de reunión y de asociación, que fueron objeto de debate en las Cortes del Trienio y en la prensa. Aún así, es referente de libertad durante una época de absolutismo heredada de un Antiguo Régimen y arraigada en una sociedad acostumbrada a una tiranía secular, por lo que sería injusto sostener que aquellos liberales fueran todos malos políticos porque fueron incapaces de sostener y afianzar el constitucionalismo, sabiendo como hemos visto, el cariz de la fuerza que se encontraron en frente, pero también es justo decir que no se detuvieron a contar con el apoyo del pueblo llano, o por lo menos, de la mayor parte de la sociedad.


Merece la pena subrayar el papel de la masonería en esta época de revoluciones, levantamientos, pronunciamientos tumultos conspiratorios, a la que contribuyen los cuatro mil oficiales exprisioneros de guerra en Francia, donde habían asimilado las ideas políticas del liberalismo. Algunos habían ingresado en las logias militares masónicas. La Masonería fue, por supuesto, un canal de comunicación entre liberales y militares durante aquel periodo, y de un modo concreto en la fase conspiratoria del alzamiento de 1820, pero cabe aclarar que principalmente, no fuero esto los militares de carrera, como ya se ha explicado anteriormente en este mismo capítulo, resaltando, sobre todo, la masonería gaditana. También, como se ha visto ya, la masonería tuvo su papel dentro, incluso, de la propia Iglesia.


En el próximo capítulo, LA INTERVENCIÓN EXTRANJERA Y LA CAÍDA DEL RÉGIMEN LIBERAL.


miércoles, 24 de septiembre de 2014

EL ASESINATO DE PRIM, EL COMPLOT DEL SILENCIO.

EL ASESINATO DE PRIM,  EL COMPLOT DEL SILENCIO.

INTRODUCCIÓN

Si hay un asesinato que tiene más sombras y teorías en el tenebroso pero real mundo de la conspiración, ese es el del general Prim. En 1870, un año después de ser nombrado presidente, sufrió un atentado mortal. Militar heroico y gran conspirador, tenía muchos enemigos. El crimen no sorprendió a nadie, ni siquiera, se podría decir, que a él mismo, como podremos ver,  pero sí que nunca hubiese culpables condenados por ello. Sus restos han sido analizados de nuevo para intentar esclarecer el crimen, pero los resultados solo han reavivado la polémica, y decimos bien, ya que existen dos versiones para un mismo crimen.

En estos Recuerdos de la Historia, no nos proponemos dar una veracidad a una u otra versión, si no a la cruel realidad, que fue el crimen en si, y limitaremos nuestra intervención en dar una visión generalizada de ambas versiones, y los indicios de lo que podríamos bien llamar la Crónica de una muerte anunciada, con el permiso del ilustre escritor colombiano Gabriel García Márquez, incluida en la lista de las 100 mejores novelas del siglo XX, y si alguien se hubiera atrevido a escribirla antes, posiblemente la de Prim, le hubiera quitado el puesto, por poseer precisamente todos y más argumentos de una novela que a día de hoy, sigue sin terminar. Historia, Traición, Heroísmo, Tradición, Conspiración, Drama, Crimen y silencio.


CARRERA BRILLANTE

Puesto que no se trata aquí de pormenorizar una extensa biografía de Juan Prim, sí tenemos a bien dar unas pinceladas de su vida para esbozar una figura de talla vital e importante en un periodo de la historia, cuyos cuadros han sido pintados muchas veces, o quizás demasiadas, con el color de la conspiración, la traición o incluso el heroísmo llevado a cabo hasta sus últimas y más trágicas consecuencias.

La carrera del General Prim fue de una brillantez excepcional. Nacido en Reus (Tarragona) el 6 de diciembre de 1814, en el seno de una familia de ideología política liberal, y que supo en consecuencia simultanear con desmesurada habilidad la política, con la milicia.

Su padre fue el notario Pablo Prim y Estapé, quien por circunstancias de guerra, llegó a ser  capitán de la Primera Legión Catalana durante la Guerra de la Independencia, y Jefe del Batallón de Tiradores de Isabel II en la Primera Guerra Carlista, por lo que digamos que su infancia y su adolescencia se vieron marcadas por el fuerte carácter de un padre cuya segunda profesión era la de un militar combativo contra las partidas carlistas en tierras catalanas, donde nuestro protagonista ingresó en el ejército en 1834 como soldado, de la mano de un padre idealista, y de una madre, Teresa Prats y Vilanova que le vio partir con el corazón encogido y el alma resignada.



Sin preparación militar, puesto que no procedía de la nobleza, condición indispensable para el ejercicio del empleo, sus comienzos en la milicia empezaron en los primeros peldaños. Como simple combatiente, desde el primer encuentro con los carlistas, demuestra una intrepidez y valor que le llevan al enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el enemigo, empezando a crearse a su alrededor una fama merecida al abatir a varios jefes de partidas. Pocos meses después cambiará su papel, al ser ascendido a oficial, momento a partir del cual, además de seguir dando muestras de valor personal, se convierte en conductor de hombres a los que arrastra al combate, dando numerosas muestras de valor y arrojo extraordinarios de las que eran objeto de comentario en todo el país, siendo aclamado incluso por sus propios soldados, y siendo herido varias veces, gana la Cruz de San Fernando y el grado de Coronel a la edad de 26 años, habiendo tomado parte en 35 acciones, conseguido todos los grados en el campo de batalla, y siendo su nombre un símbolo de valor. Este era Prim, el Prim militar, pero también existía otro Prim, el político. Imagen del General Prim.




El nombre de este ilustre personaje de la historia, se encuentra unido a los más importantes acontecimientos políticos ocurridos en un periodo de la historia de situación convulsa, y es, sin lugar a dudas, una de las leyendas más envidiadas y envidiables que a la sazón, hacen latir el deseo noble de rememorar andanzas de un pasado apasionado y apasionante en las páginas que están escritas en la historia contemporánea algunas con vehemente alegría y otras, con triste recordancia  de acontecimientos políticos que han sido la causa de que estas páginas se hayan escrito para que jamás puedan olvidarse, y con la mirada de la muerte embalsamada, pidan justicia tantos años después de ser condenado al silencio.

Los años que le tocó vivir a Juan Prim y Prats, fueron de una intensidad poco común, ya que  fue héroe de guerra, diputado, revolucionario, conspirador, golpista, gobernador de Puerto Rico, ministro…y, como colofón, el primer presidente de Gobierno español en morir asesinado. Este  hombre de un arrojo extraordinario en lo militar y una maquiavélica habilidad en lo político, murió justo cuando se encontraba en lo más alto del poder. Su ascensión la inició alistándose a los 19 años para combatir a los carlistas, como hemos visto antes, su pechera se fue llenando de galones a fuerza de acciones heroicas y en el ejército se ganó un respeto que le resultó muy útil en el tobogán de cargos, intrigas y exilios que fue su vida política.

 Una vida política a la que entró de la mano de un punto sin retorno, que fue la Revolución Liberal española, durante la cual los propios liberales se habían dividido en moderados y progresistas, o doceañistas y veinteañistas, adhiriéndose a estos últimos en un momento en que su ideal político no estaba bien definido, pero su entorno originario, Reus, le empujó a ello, ya que Reus era la segunda ciudad de Cataluña por aquel entonces, capital comercial de una zona de agricultura de secano, de vino y frutos secos, era una ciudad de absoluto predominio constitucional cuyo radicalismo se acentuaba por la cercanía, el cerco en ocasiones, de un mundo campesino y de pequeñas poblaciones que se levantaron repetidamente, del lado realista primero, y carlista después.

Fue un defensor a ultranza de la industria catalana, así lo demostró en su airada protesta por el bombardeo de Barcelona en diciembre de 1842, provocado por la crisis del sector algodonero, que fue reprimido con dureza por el regente al bombardear la ciudad el capitán general Antonio Van Halen el 3 de diciembre con cuantiosas víctimas, pero también Prim ordenó bombardear Barcelona el 8 de junio de 1843, fecha en la que  hubo otra insurrección de tropas contra el gobierno . El objetivo era conseguir la mayoría de edad de Isabel II y su coronación. El general Prim ordenó un nuevo bombardeo de Barcelona, y el 24 de octubre se inició el bombardeo de la ciudad desde la Ciudadela, el asedio duró unos 2 meses y se lanzaron cerca de 3000 bombas.
                                                                               

Desde el exilio contactó con los que conspiraban contra Espartero y que giraban en torno de Maria Cristina de Borbón que había fijado allí su residencia desde que tuvo que abandonar España en 1840, y uno de cuyos puntales eran los militares de la Orden Militar Española,  encabezada por los generales moderados Leopoldo O´Donnell y Ramón María Narváez.  Al poco tiempo Prim regresó a España y volvió a ocupar su escaño en el Congreso de los Diputados, pero el 30 de mayo de 1843 encabezó un levantamiento en Reus contra el regente junto con Lorenzo Milans del Bosch que fue secundado en Barcelona. Sin embargo, las tropas leales a Espartero encabezadas por el general Martín Zurbano  tomaron Reus y Prim huyó con quinientos hombres leales a Manresa donde se formó una "Junta Central". Mientras tanto los acontecimientos se precipitaron en el resto de España, ya que el general Serrano desembarcó en Barcelona y el general Narváez en Valencia, confluyendo ambos en Madrid entre el 22 y el 24 de julio,  y el regente Espartero se vio obligado a abandonar el país. La intervención de Prim en la caída de Espartero le valió los títulos de conde de Reus y vizconde del Bruch.

Fue increpado incluso por sus propios paisanos por haberles traído la agitación y la represión siguiente, y llegó a entrevistarse en Barcelona con un emisario de la “Orden Militar Española”, lo que le valió nuevos reproches, esta vez de los progresistas. Prim salió hacia la capital, pero los moderados desembarcaron en Valencia y salieron a marchas forzadas hacia Madrid. El general Narváez llegó a Madrid desde Valencia un día antes que Prim y, ascendido a Teniente General, asumió la capitanía general de Madrid. No obstante Prim fue nombrado Brigadier por Francisco Serrano Serrano, que en Barcelona había asumido la cartera de Guerra.

En resumidas cuentas, conspiró contra Espartero, Narváez y Leopoldo O´Donell. Protagonizó levantamientos (entre otros, la  sublevación de Villarejo de Salvanés en 1866,que fue un intento de golpe de estado encabezado por Juan Prim que se produjo el 3 de enero de 1866 en España. Tras los sucesos de la Noche de San Daniel, Progresistas y Demócratas estaban decididos a proseguir su política de acoso a los gobiernos continuistas de la Unión Liberal, en este caso en la persona de   Leopoldo           O´Donnell . Las intenciones no eran ya forzar a la reinaIsabel II a un cambio de gobierno, sino derribar a la propia monarquía que se había convertido, a su juicio, en un obstáculo para el progreso de España.) y otros levantamientos los aplastó sin misericordia (bombardeó y asedió Barcelona para aplacar la revuelta radical conocida como La Jamancia, en la que burgueses liberales se levantaron apoyados en los mismos  trabajadores y gentes humildes que después pasaron por las armas. Vencido el carlismo, el absolutismo ya no era la amenaza. El proletariado pasaba a ocupar ese lugar).











Con los catalanes fue implacable cuando los sometió y, sin embargo, supo ganarse su admiración con acciones posteriores, como cuando liberó Tetuán al frente de un batallón de voluntarios catalanes. En la imagen, Prim en la Guerra de África, concretamente en la batalla de Castillejos, al mando de voluntarios catalanes. Siempre hombre de acción, el episodio que le procuró mayor fama de valiente tuvo lugar, precisamente, durante la batalla de Castillejos (1860). Allí recogió del suelo la bandera que portaba un alférez muerto, y enarbolándola condujo a sus tropas contra el enemigo, peleando por la conquista de un cerro que sería definitivo en el curso de la contienda. A su regreso fue recompensado con el título de marqués de Castillejos, con grandeza de España.




 Muchas veces escuchó los  vítores del pueblo y encabezó desfiles victoriosos, pero también se labró un buen ejército de enemigos, cosa habitual en un conspirador.


En la guerra de Marruecos se ganó el temor reverencial del enemigo, donde dio muestras de su valor con avances, como se suele decir, a pecho descubierto, en inferioridad numérica, en posición desventajosa, y con embestidas a muerte cuerpo a cuerpo, como así lo demuestran los hechos propios de Castillejos o Wad Ras, siendo extraordinariamente sanguinario hasta el punto de que la mención simple de su nombre, creara un terror inusitado. Fue Prim quien decidió la suerte de la batalla de Cabo Negrón y en laBatalla de Tetuán alcanzó el campamento de Muley Abbas. Tras la firma de la Paz de Tetuán el 26 de abril de 1860, Prim volvió a España y desembarcó en Alicante, recorriendo el trayecto hasta Madrid en loor de multitud.

En Puerto Rico fue brutal al reprimir las ansias de libertad de los esclavos. De la guerra de Crimea, a donde acudió como observador, se trajo una condecoración y un sable de honor otorgados por el sultán de Turquía, y también estuvo en México, con ingleses y franceses, cuando Benito Juárez decidió dejar de pagar la deuda externa del país, y aprovechando que la Doctrina Monroe estaba en suspenso a causa de que Estados Unidos estaba en plena guerra civil, en 1861 , cuando franceses e ingleses decidieron enviar un ejército a México para deponer al gobierno de Benito Juárez a causa de los supuestos agravios cometidos contra los súbditos de aquellos países, especialmente por su decisión, como ya hemos dicho, de cancelar el pago de la deuda externa. A esta empresa se sumó el gobierno de O'Donnell que pretendía recuperar la influencia perdida en América por España tras la independencia de las colonias hispanoamericanas veinte años antes. Al frente del cuerpo expedicionario español fue nombrado el general Prim, quien vio en ello una oportunidad de resolver sus aprietos económicos, ya que había dilapidado gran parte de la fortuna de su mujer. Por eso, nada más llegar a México, apoyó la alternativa negociadora propugnada por los británicos, frente a la postura más belicista e intransigente de los franceses, empeñados en acabar con la república mexicana e instaurar la monarquía en la persona de su candidato, Maximiliano de Austria. Para ello contaba con llegar a algún acuerdo con el ministro de Hacienda de Juárez, José González Echeverría, que precisamente era socio de la sociedad Agüero González, origen de la fortuna mexicana de la esposa de Prim.



El delegado francés anunció el apoyo de su gobierno a los conservadores opuestos a Juárez, y acusó a Prim de querer coronarse él mismo como emperador. Prim refutó estas afirmaciones y ordenó la retirada de sus tropas, y lo mismo hicieron los ingleses. La reina Isabel, que se oponía a la candidatura de Maximiliano al trono mexicano, aprobó esta decisión, contra el parecer del gobierno que quería contentar a Napoleón III. Prim pasó a La Habana y de allí hizo un viaje a Estados Unidos entrevistándose con el general George Brinton McClellan comandante del ejército del Potomac. 


Prim era un convencido partidario de la Unión en la Guerra Civil Norteamericana y en su viaje a Estados Unidos, donde visitó Nueva York y Filadelfia, se entrevistó con Lincoln en Washignton Cuando volvió a España fue muy criticado por miembros del gobierno y por destacados políticos de la Unión Liberal por su decisión de retirar el cuerpo expedicionario de México, lo que unido a que el gobierno de O'Donnell, que ya llevaba en el poder casi cinco años, parecía agotado, le decidió a retornar a la disciplina del Partido LIberal Progresista.



Después de multitud de avatares en la política, exilio y conspiración, intentos de huidas y regresos clandestinos, levantamientos, pronunciamientos fracasados, insurrecciones,  proclamas y manifiestos dirigidos a la nación, finalmente, el 12 de septiembre de 1868 salió Prim de Londres en el vapor Buenaventura, disfrazado como criado de los Sres. Bark, que eran amigos suyos durante su exilio londinense. Llegado a Gibraltar embarcó en el remolcador inglés Adelia (enviando como señuelo la embarcación llamada Alegría) con el cual se trasladó a la fragata Zaragoza, anclada junto a otros buques de la escuadra en Cádiz.  El pronunciamiento se efectuaría el siguiente día, 17 de septiembre de 1868. Efectivamente, sublevada la escuadra y secundado el movimiento en Cádiz el día 18 y su provincia el 19, Prim desembarcó y fue saludado con vítores. Se formó una junta bajo la presidencia de Topete, con unionistas, progresistas y demócratas en forma paritaria.

 Luego Prim avanzó por la costa Mediterránea sublevando sus ciudades, siendo aclamado en su recorrido, y ya en su tierra, Prim decepciona a otro grupo de sus partidarios, los republicanos y federalistas, casi todos ellos catalanes, porque decide apostar por una monarquía parlamentaria. Aquella famosa frase de Prim a sus paisanos: "catalanes, queréis correr demasiado. No corráis tanto que podríais tropezaros. Valle Inclán, escribiría luego sobre el General catalán: Prim, aquel ambicioso tan sagaz y de tan pocos escrúpulos, hombre teatral y autoritario, de mucha cautela y cortas verdades, cuya conducta política jamás estuvo alumbrada por la llama de una noble pasión ideológica,  a pesar de sus jactancias revolucionarias, era cínicamente reaccionario..., descubría una genial astucia para ocultar sus propósitos en la vaciedad metafórica y truculenta de una retórica sin ideas..., miraba con instintivo recelo la intervención popular en el movimiento revolucionario, y hubiera querido que fuese únicamente baza de espadas y milagro de cuarteles" y, además, seguía la línea tortuosa de su política ambidiestra. Cuando se entrevistó con los revolucionarios a bordo de la "Zaragoza", sacaba el pecho, se ponía sobre el corazón la mano con anillos brasileros, llenaba el camarote de crasas vocales catalanas..., y con elocuentes palmadas sobre el heroico pecho exigía que aquellos turulatos patriotas aprobasen su ladina cautela. En la imagen, retrato ecuestre de Prim.



La Gloriosa, la llamaron, que envió al exilio a Isabel II y llevó al gobierno a los progresistas que él lideraba, lo que lo convirtió al año siguiente en primer ministro; dilapidó la fortuna de su esposa mexicana, veinte años más joven que él,  Francisca Agüero; ennobleció su linaje (fue nombrado conde de Reus marqués de Castillejos); derribó reyes, y también los hizo, y como cumplimentado final en una historia épica donde las haya, murió asesinado, un final propio del osado aventurero, paradigma de militar y político ambicioso, hábil y valiente,  hombre y héroe, a la postre,  que fue el legendario general Prim. En la imagen siguiente, Isabel II.




EL TRIUNFO DE LA GLORIOSA Y EL GOBIERNO PROVISIONAL

Se hace necesario dar una escueta explicación de las causas de la Revolución de 1868 y sus resultados para llegar a comprender el clima tras el cual se llegó al desenlace que finalmente da motivo a la exposición del presente artículo, que no es otro que el complot de silencio en un crimen sin castigo cuyo resultado hoy, sigue buscando una justicia negada en su momento, pero que intenta servir como línea de demarcación entre la permisibilidad de lo absurdo y el realismo político y social llevado por los intereses creados hasta su última consecuencia, sin que esto, deba servir desde luego, como atenuante o eximente de un echo que marcó el destino fatal de un gran hombre, con sus aciertos y desaciertos, y de una nación que como casi siempre en la historia, se cubría con el grueso manto de las insurrecciones, las revoluciones, los enfrentamientos y porqué no decirlo, las conspiraciones masónicas que una vez más, aparecen en el telón de fondo de una España donde sus monarquías casi nunca han sabido estar a la altura de un pueblo sufridor, frustrado y en ocasiones desanimado que observa como sus dirigentes hacen temblar una y otra vez los cimientos de una nación madre de naciones.

Digamos, pues, que la Revolución del 68, nace de un triple haz de factores políticos, sociales y económicos: la crisis económica da a la crisis política una fuerza social, y esto es un dogma de fe en todas las crisis económicas.

La crisis política era perceptible antes de que estallase la crisis de 1868. El reinado de Isabel II se basaba en un sistema constitucional en el que la Constitución no se cumplía y en el que la representación prácticamente no existía. De los dos partidos que funcionaban dentro del sistema, era el moderado, con mayor poder social y económico, el que recibía un sistemático apoyo de la reina Isabel II, y el que monopolizaba el poder. Un partido moderado con más de veinte años en el poder, que se hallaba desgastado, sin figuras que hubiesen renovado a los antiguos líderes, y sin nuevas ideas en su programa, además desprestigiado por una defectuosa administración, un centralismo falto de agilidad y unos negocios económicos oscuros y demasiados escándalos palaciegos.


 Los progresistas habían tenido que limitarse a permanecer en la oposición y a utilizar el golpe de Estado o el pronunciamiento para acceder al poder. La Revolución de 1854 permitió la aparición de un tercer partido: la Unión Liberal, que pretendía la aglutinación de los dos grupos contrapuestos, aunque lo que consiguió fue la formación de un nuevo grupo de carácter centrista. Pero su escaso contenido ideológico y la falta de doctrina terminarían con su rápida disolución, dejando la situación a merced del moderantismo. Identificados, por lo tanto, en sus propósitos, el trono de Isabel II y el partido moderado, apoyándose mutuamente, aquella revolución que derribase al fin a los moderados del poder, lo haría también con la propia monarquía.


Pero hay que tener en cuenta los factores nuevos, que van a imprimirle a la Revolución caracteres que desbordan a los de una simple protesta. Son factores que nacen no ya del descontento contra los moderados, sino del descontento contra los progresistas. En 1849 nació el partido demócrata como consecuencia de la escisión que se produjo en el equipo progresista con motivo de la revolución del año anterior. Los futuros demócratas no alcanzarían un cierto peso específico en el panorama político española hasta 1854, cuando se dieron cuenta de que la diferencia entre el progresismo y el moderantismo era más de forma que de fondo.

El contenido doctrinal de este partido lo proporcionó el ambiente universitario de aquel tiempo. En los años sesenta aparecieron los demócratas de cátedra, como los llamó Menéndez Pelayo, y fueron las doctrinas krausistas, importadas a la Universidad española desde Alemania por Sanz Río, con su rígida moral social, con su ética de comportamiento, con su austeridad personal, las que adoptaron muchos de estos nuevos elementos de la generación del 68 en su modo de enfrentarse con la realidad social, cultural y política de España. De esta forma se configuró un nuevo movimiento político que proporcionó a la Revolución un contenido doctrinal del que habían carecido otras revoluciones españolas desde 1812.

Para comprender el problema social en la última etapa de la Monarquía isabelina hay que tener en cuenta la estructura social del momento y las tensiones que había provocado la Revolución liberal. España era un país agrícola y la población española continuaba siendo campesina en una abrumadora mayoría. Esta característica diferencia los movimientos de subversión social que se producen en la España del siglo XIX, de los que tienen lugar en el resto de Europa. En España no se produjo nunca una revolución de las estructuras agrarias como ocurrió en Francia a partir de 1789.

La propiedad de las tierras continuó estando en manos de una minoría latifundista, es más, se acentuó a pesar de las desamortizaciones. La consagración de la alta burguesía y la aristocracia como grandes propietarios y la ruptura de las condiciones contractuales de la tradición feudal determinaron el surgimiento de un proletariado rural sin derechos ni recursos (los jornaleros) que van a protagonizar buen número de revueltas a partir de los años centrales del siglo.

Por otra parte, en las ciudades se había producido la proletarización del artesanado. La desaparición de las corporaciones gremiales y el paulatino proceso de industrialización, más modesto en España que en los países de la Europa occidental, daría origen a la aparición de un proletariado urbano cuyas precarias condiciones de vida serían causa de inquietud y malestar crecientes. Desde 1821 se habían producido revueltas campesinas, pero un movimiento generalizado no se produciría hasta que una crisis económica general contribuyese a aglutinar a todos los descontentos. Y eso fue lo que ocurrió en 1868.

La crisis económica reunió en una letal combinación lo peor del Antiguo Régimen y de la moderna sociedad industrial. Efectivamente a una serie de malas cosechas que se suceden desde el año 1866 (crisis de subsistencia propia del Antiguo Régimen), se une una crisis financiera e industrial típica ya del sistema capitalista. En esta crisis se mezclan la escasa rentabilidad de las inversiones ferroviarias y la crisis que la Guerra de Secesión americana provocará en la industria textil algodonera de Cataluña. Esta unión de crisis provoca el paro y la carestía, la caída del consumo que afecta a los empresarios, suelen venir juntos. Los únicos que se benefician de la crisis son los ricos labradores, los amos del suelo y los comerciantes de granos. El resto de la sociedad sufre sus consecuencias.

Ni la crisis de subsistencia por sí sola, ni la crisis financiera eran capaces de generar un movimiento revolucionario como el del 68, pero tuvieron una influencia decisiva. El descontento de las clases populares era compartido por los ahorristas, cuyas rentas disminuyeron; por los banqueros, amenazados por la quiebra; por los comerciantes e industriales, cuyos negocios se paralizaban, e incluso por los propietarios, que veían depreciados sus bienes. Por tanto, fue la confluencia de los tres factores (crisis política,social y económica) lo que proporcionó al pronunciamiento de septiembre de 1868 su verdadera dimensión revolucionaria.
En la imagen siguiente, gobierno provisional de La Gloriosa.


Estas circunstancias desembocaron en la Revolución de 1868. La dirección de la conspiración revolucionaria del partido progresista estaba en manos de Juan Prim. Fue unánimemente aceptado tanto por Progresistas como por Demócratas, firmantes ambos del Pacto de Ostende en agosto de 1866.

A este pacto se van a unir a lo largo de 1867 los militares de la Unión Liberal, cuyos generales habían sido desterrados por la política autoritaria de Narváez y González Bravo. El golpe, preparado en el exilio, tuvo también colaboradores en el interior, como el general Serrano y el almirante Topete.

La Revolución debía comenzar con un pronunciamiento naval en Cádiz, seguida de la declaración de los generales. Y así fue, Topete dio el primer grito a bordo de la escuadra anclada en el puerto de Cádiz el 17 de septiembre. Bajo el lema “¡Viva España con honra!” Los pronunciados manifestaban un espíritu regeneracionista que en aquellos momentos suscitaron una simpatía general.

Dos días después llegaron los generales unionistas como Serrano y algunos civiles como Sagasta. Prim nombró una Junta revolucionaria que pasó a controlar la ciudad de Cádiz.

En Sevilla se formó una Junta provisional revolucionaria que lanzó un manifiesto en el que se recogían los principios fundamentales del programa de los demócratas: sufragio universal, libertad de imprenta, abolición de la pena de muerte, abolición de las quintas, supresión de los derechos de puertas y consumos y elección de unas Cortes constituyentes que realizaran una nueva Constitución. Tras Sevilla, Málaga, Almería y Cartagena, otras muchas ciudades se sumaron a la revuelta.

Las fuerzas leales a Isabel II se organizan, y un ejército al mando del marqués de Novaliches se enfrenta a los revolucionarios que desde el sur marchaban hacía Madrid. En el puente de Alcolea, cerca de Córdoba, se libra una batalla (27 de septiembre), en la que la habilidad de Serrano decantó la victoria del lado revolucionario. El camino hacía Madrid quedaba libre y la reina, de vacaciones en San Sebastián inicia el exilio rumbo a
Francia.

La monarquía de Isabel II se había desintegrado sin resistencia y a primeros de octubre se forma un Gobierno provisional presidido por el general Serrano, y formado por Prim en la cartera de Guerra, Topete en Marina, Ruiz Zorrilla en Fomento y Sagasta en Gobernación. En la imagen siguiente, desfile militar que conmemora el triunfo de La Gloriosa. Como curiosidad documental, hay que decir que a la entrada del Congreso aún no aparecen los leones que se labraron con el bronce fundido de los cañones conseguidos al enemigo en la Batalla de Tetuán en la que venció el bando español, ya que estos se colocaron a las puertas del Congreso en abril de 1872, por lo que podemos fechar este cuadro antes de este año. Debido a la factura del lienzo de pincelada suelta y abocetada hay que atribuir esta obra con casi total seguridad al pintor conquense Joaquín Sigüenza, que se especializó en acontecimientos y batallas históricas. 




EN BUSCA DE UN REY

Después de un largo peregrinaje por las casas regias de media Europa, con el recuerdo en la mente de la rebelión tiempo atrás que dio al traste con el reinado de Isabel II, sostenido hasta ese momento por las bayonetas caladas que pretendían impedir que la Gloriosa barriera de España a los Borbones, para siempre, según aseguraba Prim, y quien ante la insinuación de alguien que le habla de Republica conteste indignado que República en España, jamás…el General catalán, desde la lisonja a la amenaza, cierra el paso a toda manipulación que suponga un retorno a lo que denomina dinastía espuria, no sin razón, lo que le hace merecedor del aplauso popular, y para este fin, el ilustre reusense debe tener en cuenta la complicada situación europea, en cuyo tablero político un hombre apodado como el Canciller de Hierro de nombre Otto Von Bismarck calcula ya la decisiva jugada que favorezca su interés expansionista y le permita llevar a cabo la deseada guerra contra Francia. Las intrigas del germano, desde luego, afectan a España, y Prim lo sabía bien, por lo que se convence de que lo mejor para la nación es un rey alemán, y decide fijarse en la figura de Leopoldo de Hohenzollern Singmaringen, proponiéndole a las Cortes, pero dándose de bruces con el lógico rechazo de Francia y la rotunda negativa del pueblo llano por las calles de Madrid. En la imagen, el Príncipe de Hohenzollern.



A Prim se le planteó un problema, y la solución la encontró tras consultar el Almanaque de Gotha, que sirvió como guía para los matrimonios concertados dentro de la nobleza europea, donde aristócratas de diverso linaje buscaban individuos de similar origen para emparentar a su descendencia, y dio con el nombre de Amadeo de Saboya, duque de Aosta y segundo hijo de Víctor Manuel II, rey de Italia, pero alrededor ya se había concentrado algún que otro candidato en loor a la codicia por el trono, como el duque de Montpensier, el eterno aspirante, o el propio sultán de Marruecos, e incluso se piensa en el General Espartero, a pesar de su avanzada edad y su apacible retiro en La Rioja. En la imagen, Amadeo de Saboya.









Este empeño del general levantó chispas a su alrededor. Numerosos grupos de poder muestran su descontento. Le proponen otros candidatos, como los que ya hemos nombrado, y le crecen enemigos encarnizados, incluso entre sus compañeros revolucionarios, que consideran que ha traicionado la revolución proponiendo la restauración de la monarquía.


Pero Prim permanece firme en su determinación y no teme enfrentarse a las derechas ni a la Iglesia presentando para la corona de España al hijo de un rey que se ha enfrentado al Papa. Tampoco teme decepcionar a los que pensaban en el mantenimiento de la legitimidad monárquica proponiendo a Alfonso, el hijo de Isabel II, a quien aristócratas y servidores isabelinos llamaban ya "Alfonso XII". Tenía una solución original para el Estado que pensaba imponer, a pesar del disgusto de los exaltados de uno y otro bando.

EN EL CÍRCULO DE LA SOSPECHA


Juan Prim y Prats fue asesinado por sicarios, o asesinos a sueldo, aunque el misterio que rodea el magnicidio, es quién o quiénes los contrataron. A los republicanos que lucharon en la revolución del 68, La Gloriosa, que como hemos visto envió a Isabel II al exilio he hizo a Prim Presidente, no les gustó en absoluto que diera el apoyo a un nuevo rey. A los industriales catalanes, les disgustaban sus reformas arancelarias. Los hacendados cubanos estaban recelosos sobre los rumores de venta de la isla a los Estados Unidos. Tampoco estaban del lado de Prim, los carlistas, como podría ser lógico, ni por supuesto, el duque de Montpensier, que había financiado la Revolución con la ambición de ser coronado como Antonio I de Orleans, rey de España, y veía que en el trono se iba a sentar un extranjero, Amadeo I de Saboya. A su vez, los progresistas de Prim, proponían para el trono, a Fernando de Coburgo, padre del rey portugués Luis I, mientras que los unionistas querían a Montpensier.



A tenor de esto, pasemos a presentar las diversas posibilidades que se plantean, y la primera de todas ellas, aunque no necesariamente la más cercana, sea la del periodista jerezano José Paúl y Angulo, quien ya había preconizado el asesinato de Prim en los tiempos anteriores desde las páginas de “El Combate”, partidario de matar a Prim, según decía, como a un perro.

Paúl y Angulo, enemigo declarado del General, a parte de director del periódico que ya hemos citado, era diputado radical, y había sido aliado de Prim en antiguas intrigas, pero el asunto de la monarquía los había enfrentado de manera tajante. De hecho, el propio Paúl y Angulo, le había dicho a Prim cuando salió del Congreso la misma tarde del atentado que “a cada uno le llega su San Martín”, y fue sospechoso desde el primer minuto, incluso hay declaraciones que aseguran que se reconoció su voz ordenando abrir fuego contra Prim. La relación que mantenía con Prim, era de un odio total, además de resentimiento profundo, ya que había estado en la cárcel enviado por el propio Prim, y había cogido unas viruelas en la Cárcel de Jeréz que le dejaron la cara marcada.


Su fuga al extranjero consiguió que aumentasen los recelos contra él. Pero, Paúl y Angulo no había estado sólo en sus pretensiones, ya que de hecho, a mediados de diciembre Emilio Gutiérrez Gamero, periodista, político y escritor español, recibió en la sede de la Bolsa de Madrid la visita de un republicano que le avisó que Prim iba a ser asesinado. El Gobernador Civil de Madrid, Ignacio Rojo Arias, le confirmó las noticias y le confesó consternado que el General Prim se encolerizaba cada vez que se veía acompañado de un escolta.

El propio Paúl y Angulo, había escrito desde el extranjero, un folleto de 159 páginas para justificar quiénes fueron los asesinos del General Prim, y además, existe una publicación sobre los últimos artículos de Valle Inclán, que lo descartan, pero ahí queda el misterio. José Paúl y Angulo murió en1892 de forma misteriosa en París, cuando la causa por la muerte de Prim llevaba 15 años cerrada. Ni el consulado español le reconoció como español ni quiso costear su entierro. Murió Paúl y Angulo como otros muchos implicados en esta causa de Prim. Hasta seis sospechosos dejaron este mundo, estando en la cárcel o en libertad. Otros tuvieron más suerte, perdiéndose su rastro en México o Argentina. En la siguiente imagen, Paúl y Angulo.





Por otro lado, tenemos al duque de Montpensier, Antonio de Orleans, quien, sin ninguna duda, fue autor intelectual del crimen, debido a su frustración. Sin su dinero, desde luego no habría habido revolución, y según algunos historiadores, le prometieron el trono, sin cumplir la palabra dada. Su hombre de confianza, el Coronel Felipe Solís Campuzano, fue detenido. Pero cuando su hija, María de las Mercedes se casó con Alfonso XII desaparecieron del sumario decenas de folios que lo imputaban. Las razones por las que se libró de la cárcel fueron de linaje, ya que era hijo de Luis Felipe de Orleans y de Maria Amalia de Borbón dos Sicilias, y estaba además casado con la hermana de Isabel II. En la imagen, el duque de Montpensier.



El General Serrano, tampoco queda libre de sospecha, y en principio, cuenta como el principal beneficiado del asesinato de Prim. Había sido el principal aliado del General Prim, pero en ese momento era su enemigo, ya que había sido apartado del poder. Podemos argumentar que las sospechas sobre la intervención de Serrano, quien podía haber ideado el atentado con Montpensier, se incrementaron cuando presidió el primer gobierno de la monarquía de Amadeo I de Saboya al mes siguiente, y no mostró ningún interés por investigar el crimen. La viuda de Prim, creía ciegamente en su culpabilidad, e incluso el propio Prim, en sus dos día de convalecencia antes de morir, le llegó a decir a su esposa “No lo sé, pero no me matan los republicanos”. En la imagen, el General Serrano.




El jefe de la escolta de Serrano, José María Pastor, fue otro de los detenidos de forma inmediata, ya que tres delincuentes habituales capturados por la policía, como son Francisco Ciprés, Pedro Burrundarri y Manuel Iturralde, declararon haberse reunido con él en el Café de Correos y haber recibido diez duros cada uno por participar en el atentado.


                  
UNA MUERTE PREVIAMENTE ANUNCIADA


Todo estaba preparado en España para la inminente llegada del nuevo rey, Amadeo I. En el Parlamento, el general Juan Prim y Prats, de 56 años, presidente del Consejo de Ministros y ministro de la Guerra, capitán general de los Ejércitos, marqués de los Castillejos y conde de Reus, acababa de conseguir la aprobación de las últimas propuestas relacionadas con la Casa Real. Nada más le quedaba por hacer en el palacio de las Cortes, y tenía que preparar el viaje a Cartagena, al día siguiente, para recibir al monarca.


Por la mañana, había recibido en su domicilio, la sede del Ministerio de la Guerra, en el Palacio de Buanavista, una impactante advertencia, el periodista Bernardo García, director de La discusión, uno de sus buenos amigos, junto con otro, Ricardo Muñíz, con quien acababa de cenar en el Ministerio, le habían advertido de la existencia de una conjura contra él. El aviso, no es el primero que recibe, por lo que continúa con la agenda prevista. Decimos todo esto, porque había recibido tres anónimos amenazadores, en el último de los cuales le advertían que su fin estaba próximo. Por consejo de su esposa Doña Francisca Agüero, dama mejicana, que estaba muy asustada, se había puesto una cota de malla (los chalecos antibalas de aquellos tiempos) bajo la ropa. El no lo tomó muy en serio, acostumbrado a tener "baraka" voz árabe que significa "bendición divina”, como le decían los norteafricanos cuando estuvo en la campaña de Marruecos. "No se ha fundido aún la bala que pueda matarme", acostumbraba decir. En los combates, y tuvo muchos, fue siempre a la cabeza sin preocuparle las balas que silbaban a su alrededor. Otra de sus frases era: "La bala que silba es que ha pasado".

Eran las 19,30 del 27 de diciembre de 1870. En Madrid caía una espesa nevada, y la visibilidad era mala, ya que el alumbrado público no era potente. Recordemos que aquel invierno de 1870 fue muy crudo en España. Navidades cubiertas de nieve. Entonces las nevadas eran monumentales al no existir radiación de calor como ocurre en la actualidad.


El general se despidió con cortesía de diputados y ministros, se le acercó un Diputado republicano, el Sr. García López que en voz baja le aconsejó que variara su ruta habitual. Sin embargo, Prim no hizo mucho caso de las advertencias que le indicaban que cambiase su itinerario. Tenía una escolta de hombres decididos y bien preparados para su defensa. Les indicaba por medio de una señal el itinerario que iba a seguir. La señal consistía en que si llevaba el bastón en la mano derecha, seguiría ese camino a la derecha y si lo llevaba en la izquierda era que iba a tirar por la izquierda. La verdad es que no tenía mucho donde elegir desde el Congreso a su casa. No había muchos itinerarios. Y se podían haber colocado en los dos posibles itinerarios esperando su paso. Preocupado o distraído llevó el bastón en la derecha y dejó al cochero que tirase por donde quisiera y la ronda de guardaespaldas dejó sin protección la calle del Turco. Esto lo debían de saber sus enemigos y de todas formas debió haber otros grupos que si hubiera marchado por otra ruta estarían preparados para actuar de la misma forma.


Se acercaron en esos momentos Sagasta y Herrero de Tejada que conversaron brevemente con él, y posteriormente, cruzó tensas palabras con el líder de los republicanos, ya que el General, sabedor como era del odio que Paúl y Angulo tenía contra su persona, le dijo cordialmente: "¿Por qué no viene con nosotros a Cartagena para recibir al nuevo Rey?, cosa que encrespó al republicano, y después se dirigió a su coche, una berlina verde de cuatro ruedas tirada por dos caballos que le aguardaba en la puerta del Congreso, con los cristales cerrados para proteger el interior del frío y la tormenta de nieve. El cochero puso en marcha el vehículo en cuanto subieron el general y sus acompañantes: el coronel Moya, que se sentó en la delantera, y su ayudante personal, Nandín, que se acomodó a su lado, en el asiento trasero.

 Son tiempos especialmente convulsos, es inminente la instauración de una nueva dinastía; tras la revolución de La  Gloriosa, que provocó el exilio de Isabel II y llevó al poder a Prim, Amadeo de Saboya ha sido ’elegido’ rey por el nuevo gobierno y llegará a Cartagena (Murcia) en tres días, el 30 diciembre.




La berlina emprendió la ruta habitual, por la calle Marqués de Cubas, hacia el Ministerio de la Guerra (Palacio de Buenavista), donde estaba la residencia presidencial, como ya hemos comentado antes. El general iba tranquilo, intercambiando algunos comentarios con sus hombres de confianza, sin dar muestras de la urgencia que sentía por retirarse pronto a descansar. Estaba tan sumido en sus pensamientos sobre la gran responsabilidad de dotar a España de una nueva monarquía que no pudo darse cuenta de que unos hombres apostados en las esquinas avisaban disimuladamente de su paso, haciendo señales con fósforos encendidos. Tampoco sus ayudantes apreciaron nada anormal, aunque estaban siendo observados desde el momento mismo en que habían abandonado el Congreso. 

Al llegar a la calle del Turco, que habría de convertirse en la calle de Prim por lo que allí estaba a punto de suceder (hoy, calle del Marqués de Cubas), el cochero observó que había dos carruajes de caballos atravesados en el angosto camino, se sobresalta y tira con fuerza de las riendas. Tuvo que detener la berlina en medio de la densa nevada, que caía mansa y espesa, dificultando la visión. Un segundo después el coronel Moya se asomó a la portezuela para tratar de arreglar la situación y contempló con alarma cómo tres individuos vestidos con blusas, sin duda alertados de la llegada de Prim, se dirigían hacia el coche armados con lo que le parecieron carabinas o retacos, aunque uno de ellos llevaba con seguridad una pistola. No tuvo tiempo nada más que para decir: “Bájese usted, mi general, que nos hacen fuego”.


Pero sus palabras quedaron silenciadas. Todo sucede deprisa, unos hombres se abalanzan sobre el vehículo. Abren la portezuela y descerrajan hasta cinco disparos sobre Prim. Los trabucos, de boca ancha, a poca distancia hacen mucho daño: el presidente queda herido en el hombro y el brazo izquierdo; tiene atravesada la palma de la mano derecha y ha perdido el dedo anular. Pero parece que sus órganos vitales están intactos.  Los cristales se quebraron y uno de los asesinos consiguió meter en el interior de la berlina el cañón del arma que portaba; tan cerca del general Prim que la cara de éste quedó tatuada por los granos de pólvora. Su ayudante, Nandín, en un movimiento desesperado, trató de protegerlo interponiendo su brazo. Las balas le destrozaron la mano, y quedaron esparcidos esquirlas y pedazos de carne abrasada.



La agresión duró sólo unos segundos, apenas los mismos que el cochero tardó en reaccionar, golpeando con su látigo casi por igual a los agresores y a los caballos hasta romper el cerco y huir hacia la calle Alcalá, llevándose por delante los carruajes que impedían la salida de aquella ratonera.

Mientras se dirigían a toda prisa hacia el Ministerio de la Guerra, Moya preguntó al general si estaba herido, a lo que Prim contestó que se sentía tocado. Al llegar a palacio los dos heridos descendieron de la berlina, ayudados por Moya y el cochero. El general subió por su propio pie la escalerilla del ministerio, apoyándose en la barandilla con la mano afectada y dejando en el suelo un reguero de sangre. Al encontrarse con su esposa forzó un gesto tranquilizador para decirle que sus heridas no revestían gravedad. En la imagen, el Palacio de Buenavista en Madrid.





Lo suben a sus aposentos. Lo atienden el doctor Losada, su médico personal, y otro colega, el doctor Lladó. Cuando llegaron los médicos apreciaron rápidamente los destrozos en los dedos de la mano derecha, de tal envergadura que fue preciso amputar de inmediato la primera falange del anular, quedando en peligro de amputación el índice. Aunque lo más preocupante era el “trabucazo” que el general presentaba en el hombro izquierdo. Le había sepultado al menos ocho balas en la carne. Los cuidados médicos se prolongaron hasta la madrugada. A las dos de la mañana se le habían extraído siete balas. El presidente no quiere que cunda la alarma. Se acuerda transmitir la idea de que se repondrá, porque parece que eso es lo que sucederá.                              


Nandín, el ayudante, fue trasladado a la casa de socorro más cercana, donde se le diagnosticó que perdería el movimiento de la mano, que le quedaría seca e inservible; pero quizá, le dijeron, no tendrían que amputársela. Entre tanto, las noticias difundidas mentían sobre la gravedad de las lesiones: se quería que fuesen tranquilizadoras, en un momento en que era preciso mantener la calma en el Estado.






Prim mantuvo su proverbial valor durante el largo sufrimiento, que habría de durar tres días. Estuvo siempre a la altura de las circunstancias, aunque contrariado, incluso en sus delirios, por el momento en que se producía el atentado, para él tan inoportuno, aunque por lo mismo buscado por sus asesinos. El hombre más poderoso de España se apagaba lentamente en la gloria de su impresionante biografía.


Como hemos podido observar, al hilo de todo lo anteriormente expuesto en el presente artículo, eran muchos los que, por distintas razones, estaban de acuerdo con el periodista revolucionario Paul y Angulo, que escribió por aquellos días: “A Prim hay que matarle en la calle como a un perro”. Se sospecha que el héroe de Castillejos fue víctima de una amplia conjura, con varios atentados alternativos que habrían sido activados en caso de que hubiera fallado el primero. Detrás estarían gentes de distinto e incluso enfrentado signo político pero que coincidían en lo fundamental: querían que la muerte de Prim obligara a Amadeo a renunciar al trono.


Después de recibir los disparos en la calle del Turco, el general comprendió desde el primer momento que su vida estaba en grave riesgo. Así lo había manifestado a los que le rodeaban. Así, afirmó que, aunque le sobraba espíritu, le faltaba la resistencia material. Adivinó que su situación era desesperada, y su muerte inevitable. “El rey viene, y yo me voy”, se lamentó.


Los días 28 y 29 los pasa relativamente bien. Pero el 30 lo invade una fiebre  alta. Llaman al doctor Sánchez de Toca, pero ya es tarde: una infección letal acaba con su vida. Prim fallece el 30 de diciembre de 1870, entre las 20 y las 20:15 horas, el mismo día de la llegada de Amadeo I de Saboya, el rey que él quiso para España,   tras una larga agonía. Hasta aquí la versión oficial. El suceso provocó gran consternación entre las buenas gentes de todo el país. En Albacete, al paso del rey recién llegado, miles de gargantas proclamaron: “¡Viva el rey Amadeo, que es el hijo del general Prim!”. Apenas se conoció el óbito se sucedieron los pésames y honores. El cadáver fue embalsamado por el doctor Simons “por el sistema de inyección” para que fuera expuesto durante tres días en la madrileña Basílica de Atocha de Madrid.




Se le preparó un entierro suntuoso; el ataúd, que corrió por cuenta de los miembros de la “Tertulia progresista”, fue el de mayor lujo conocido hasta entonces, superando ampliamente el que se dispuso para el duque de Valencia. El primer carruaje que siguió al cortejo fúnebre fue el mismo en que recibió las heridas que le llevaron al sepulcro.

La viuda recibió un anónimo que podría ser de los asesinos. Decía así: “Nos hallamos muy satisfechos del éxito de nuestra obra, y la continuaremos sin descanso”. Entre tanto, la investigación se perdió por vericuetos impenetrables, entre instrumentos de un fanatismo insensato y mercenarios de intereses muy concretos. Los tentáculos de la conjura se revelaron agobiantes y los criminales no fueron hallados: ni los que ordenaron la muerte ni los que la ejecutaron, y hasta aquí, la versión oficial, pero hay más. En la imagen siguiente, Francisca Agüero y González, esposa de Prim.



DOS VERSIONES PARA UN MISMO CRIMEN

En la década de los setenta del siglo XX, el abogado Antonio Pedrol Rius (también nacido en Reus) emprendió una laboriosa investigación sobre el magnicidio. Pedrol Rius manejó miles de documentos, entre ellos el voluminoso sumario, y comprobó que alguien lo había desordenado y manipulado a conciencia. Alguien que, naturalmente, no quería que se esclareciera el magnicidio. Ahora, a casi doscientos años del nacimiento del ex mandatario, una nueva autopsia de su cadáver vuelve a hacer resonar la antigua pregunta ¿quién mató a Prim y cómo? En la imagen, sumario del asesinato de Prim.




El sumario llegó a contar con 18.000 folios, de los que se han expoliado muchos para que nunca se descubra la conspiración que provocó el atentado contra el marqués de Los Castillejos, don Juan Prim y Prats,  hoy día 81 libros, encuadernados, que apenas representan la tercera parte del original, unos seis mil y pico folios, compuesto por hojas mutiladas, emborronadas, agredidas por la humedad y esquilmadas. Para empezar falta el tomo 42 (XLII), al que los criminólogos llaman "el tomo", esto es, el que quizá contenga la mayor cantidad de pruebas y acusaciones desaparecidas.

EI periodista Francisco Pérez Abellán creó la Comisión Prim de Investigación cuando dirigía el departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela. Su intención era, explica Abellán, aplicar las técnicas de investigación más avanzadas para aclarar el magnicidio de Prim, que es el gran misterio de la Historia criminal española. Un equipo se desplazó a Reus, donde se custodia el cuerpo del general embalsamado y, tras realizar una autopsia, concluyó que Prim había sido estrangulado poco después del atentado, al detectarse unos surcos en el cuello. En la imagen, momia de Prim con señales de surcos en el cuello.




Francisco Pérez Abellán nos asegura tras su investigación que además del hecho consabido de que Prim nunca llevó escolta ni pistola, que murió estrangulado en Madrid en su residencia del palacío de Buenavista, sede del MInisterio de la Guerra, a manos de personas de su total confianza. Este terrible magnicidio, aconteció con posterioridad a su atentado del 27 de diciembre de 1870, y sirvió para cambiar el régimen político y la historia de España, apartándonos de la versión oficial había sostenido que Prim murió a causa de las heridas producidas por los disparos que recibió en el atentado después de estudiar su momia, y que en realidad fue estrangulado. 


Pérez Abellán coincide con todas las bases políticas de la época en que el asesinato ocurrió en un momento muy importante, habían transcurrido dos años desde que fuera derribada Isabel II. La intención del parlamento era mantener una monarquía democrática, pero fue deseo de Prim que nunca un Borbón volviera a ser el jefe del estado. Esta opinión quedó manifestada en su famoso discurso de los tres jamases:“ No debe aplicarse la palabra jamás, pero es tal la convicción que tengo de que la dinastía borbónica se ha hecho imposible para España, que no vacilo en decir que no volverá jamás, jamás, jamás.”



Una vez tomada la decisión, se pusieron a buscar Rey, como ya hemos visto anteriormente, hecho que  llegó a desencadenar incluso una guerra entre Prusia y Francia. Al final el parlamento decidió democráticamente y sería un príncipe italiano. El nuevo monarca embarco, el 27 de diciembre en la Numancia rumbo a Cartagena, pero esa misma tarde el general Prim sufriría el atentado de la calle el Turco en Madrid y Amadeo de Saboya nunca llegaría a ver a su gran valedor como rey de España, quedando éste en una difícil situación, y nos enlaza con la hipótesis ya comentada de que fuera el duque de Montpesier el organizador del magnicidio si no el más, uno de los más frustrantes de la historia de España, por todo lo que conlleva sobre su investigación sumarial, y los resultados de la misma.


Es evidente, nos dice Pérez Abellán y además también es público el echo de que Prim era masón, lo mismo que muchos de los sospechosos, y añade que a la salida de las cortes Prim rechazó esa tarde la invitación del gran maestre Morayta para la cena de celebración del solsticio ( el San Juan de Invierno ) en la Logia Masónica del hotel Cuatro Naciones situado en la calle del Arenal, circunstancia que le pudiera haber salvado la vida. El general se excusó alegando cansancio y atendió al gobernador civil de Madrid quien le adelantó una conjura republicana contra su persona. Subieron a su carruaje los diputados Sagasta y Herreros de Tejada pero antes de salir, recuerdan tener que hacer algo y abandonan el coche y dejando al general solo con su secretario personal Nandín.


Coincide también el investigador criminólogo y escritor en los fundamentos en que transcurrieron los movimientos que llevaron al desenlace fatal del atentado y argumenta igualmente que las heridas no fueron mortales y Prim iba inicialmente a superar este terrible atentado de tres descargas de escopeta corta con postas. Una vez consumado el atentado, los terroristas le dieron por muerto y decidieron retirar los coches que cerraban el paso del carruaje del general, permitiendo su huída en dirección al palacio de Buenavista pasando por la calle Barquillo .







También coincide con los hechos de que al coche del general le esperaban en la calle Barquillo un segundo grupo de terroristas, que debieron pensar que el general estaba listo y esta vez le dejaron seguir sin intentar detenerle y que durante este trayecto, Prim estuvo acompañado por su ayudante Nandín, que también sufrió una herida en la mano, como ya es sabido, al igual que lo es el que Prim recibiera ocho impactos directos de bala en el hombro izquierdo dos más en el codo, que le voló la articulación y un tercer disparó en el dedo anular derecho, que tuvo que ser amputado. En la autopsia, se recoge la declaración del forense que dice que la herida grande del hombro es "mortal ut plurimu," es decir "mortal de necesidad”, pero, según la versión del investigador tras el análisis de la momia de Prim, se ha comprobado que las heridas, aunque de importancia y de gran extensión, no eran mortales y nunca deberían haber conducido a Prim al otro mundo.







Se dan asimismo por verídicos los datos consecuentes de que al poco tiempo de llegar el coche al palacio de Buenavista, se presentó el regente, general Francisco Serrano. Según parece y consta en el sumario de la investigación, Serrano impidió al juez instructor poder ver al moribundo para tomarle declaración. El general Serrano decidió que el almirante Topete, partidario de Montpensier, fuera a Cartagena a recibir al Rey de España y le acompañara a Madrid.

Siguiendo el recorrido de los acontecimientos, sabemos que esa misma noche el gobierno emite un mensaje, reconociendo que las heridas sufridas no eran graves y que por lo tanto no hacían sospechar la muerte del general: "El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros al salir de la sesión del Congreso de hoy ha sido ligeramente herido por disparos dirigidos al coche en la calle del Turco. La tranquilidad no se ha alterado".


Además de todo esto, el 28 de diciembre, en la Gaceta de Madrid, le leía lo siguiente: "Ministerio de la Gobernación. El Excmo. Sr. Presidente del Consejo de Ministros ha sido ligeramente herido al salir de la sesión del Congreso, en la tarde de ayer, por disparos dirigidos a su coche en la calle del Turco. Se ha extraído el proyectil sin accidente alguno, y en la marcha de la herida no hay novedad ni complicación".


A las cuatro de la tarde del siguiente día, se da a entender que Prim ha nombrado su substituto y Serrano nombra en el Congreso de los Diputados a Topete como Presidente interino del Consejo de Ministros. El discurso de toma del cargo, decía: "El señor Presidente del Consejo de Ministros, el general Prim, ha sido herido en el día de ayer. No sé si es grave o leve la herida; no lo quiero saber en este momento; aunque lo supiera, no lo diría en este sitio..."


La realidad de la muerte del Presidente del Gobierno se difundió tres días después de su atentado de la Calle del Turco, una vez que Amadeo de Saboya hubiera llegado a España, lo que sucedió el 30 de diciembre. Hasta aquí hemos podido comprobar la coincidencia de datos pero, la realidad, y según las investigaciones del criminólogo Francisco Pérez Abellán, Prim no murió como consecuencia del atentado de la calle del Turco, sino que fue posteriormente estrangulado por personas de su confianza en el palacio de Buenavista , donde residía y que era la sede del ministro de la Guerra; ahora es el cuartel general del Ejército, en Cibeles, Madrid. Abellán sospecha que pudo ser el regente ( el Jefe del Estado en funciones) general Serrano. Los mismo que había participado en el atentado del 27 de diciembre decidieron acabar con su vida al comprobar que no estaba herido en ninguna parte vital.



Las fotos de la momia evidencian en el cuello lesiones externas causadas por un proceso de estrangulamiento. En la parte de la nuca y cuello, se aprecian claramente grandes surcos profundos que prueban que la muerte de Prim fue por asfixia debido a una estrangulación a lazo o cinto o banda de cuero.






Pérez Abellan coincide también, como ya hemos relatado, que el Duque de Montpensier financió la operación. El duque había sido uno de los candidatos a ocupar la Corona Española, pero al haber matado a una persona en un duelo, concretamente, matar a pistola a Enrique de Borbón Dos Sicilias, hermano del ex rey consorte Francisco de Asís de Borbón. Prim pensó que esto le descalificaba para la nominación de ser Rey de España lo que le hizo pensar al duque que tenía que vengarse de Prim.

 El Duque , se sospecha en el sumario de la investigación, pagó a los terroristas del atentado de la calle del Turco y logró indirectamente sus objetivos. Prim murió pero no como consecuencia directa del atentado y aunque él no llego a ser Rey, sí una de sus hijas, María de la Mercedes. Montpensier se jugó mucho dinero para terminar con la vida de Prim, como se deduce del sumario, pagó todos gastos de la operación del atentado, aparte, claro está, de haber llegado incluso a hipotecar su palacio y sus dos grandes fincas en la Banca Coutts y la Compañía de Londres, por un valor de cinco millones setecientas cincuenta mil pesetas para financiar el levantamiento llamado “La Gloriosa”, del que ya se ha hablado. Designó a su secretario personal, Felipe Solís y Campuzano, como referente y organizador del complot. Pero desgraciadamente el tiempo fue en su contra, estaba llegando a Cartagena el nuevo Rey de España.


Francisco Serrano y Domínguez, movió y debió organizar el complot a nivel político. Serrano era el regente ( jefe de estado en funciones), celoso su rival de Prim puso a disposición de los criminales a su jefe de escolta, José María Pastor. Pastor se encargaría de manipular la situación desde el interior del Palacio de Buenavista, mientras Prim agonizaba. "el general Bonito” volvía hacer gala de su realismo y traicionaba a quien había sido su aliado días antes igual que hizo con quien fue su amante, la reina Isabel II. Posiblemente el mismo pudo ser el asesino que estranguló en la cama a Prim.


Francisco Serrano y Dominguez, "el insaciable ambicioso" como le llamaba Paca Agüero, la esposa de Prim, tiene dedicada la mayor calle comercial de Madrid. Solo desde la ignorancia y desconocimiento de quién fue realmente "el general bonito" se puede seguir dedicando en el callejero de Madrid su nombre a esta calle. 



Paúl y Angulo,  fue la mano republicana que tiró del gatillo. Los republicanos estaban decididos a terminar con la vida de Prim. Los que un día le apoyaron activamente para terminar con Isabel II, ahora se sentían traicionados.   José Paúl y Angulo tenía trato personal con Prim, se habían conocido  durante su exilio londinense  e incluso le acompañó en su regreso triunfal a España. Su enfado fue mayúsculo, cuando elegido  diputado en las Cortes Constituyentes  tuvo que asistir   a la aprobación de la Constitución Monárquica de 1869 y aquello le lanzó definitivamente a la acción terrorista. Se alió con los anarquistas y cantonalistas,     trasladándose  a los pueblos de la Sierra de Cádiz.  Dirigió el periódico El Combate, como ya sabemos y hemos dejado constancia anteriormente,  financiado y  manejado por el duque de Montpensier, y finalmente se unió al complot    para derrocara Prim. Participó  directamente en el atentado que  terminaría con la vida del  presidente del Consejo de Ministros de España y posteriormente se exilió en Francia, donde muere  en 1892.


EL PAPEL DE LA MASONERÍA


Aquí dejamos un dato muy importante, y es que la masonería también aparece en el sumario. Prim fue masón grado 18, caballero Rosa Cruz y portaestandarte del Supremo Consejo del Gran Oriente de España. En la noche del 27 de diciembre de 1870 debería haber asistido a la cena celebraba en su logia , con motivo del solsticio de invierno, en el hotel y taberna de Las Cuatro Estaciones situado en la calle del Arenal. Benito Pérez Galdós, en sus Episodios Nacionales implica a masones en el complot, entendiendo que el atentado fue una acción de masones contra masones. Paúl y Angulo fue nombrado presidente de la sociedad secreta El Tiro Nacional el 16 de noviembre de 1870 . 


Nos aferramos por unos momentos a la cuestión del papel que tuvieron los masones en este acontecimiento, ya que según Pérez Abellán del sumario no solo han sido borrados por "la inundación casual" ó la exposición a lo más lóbrego del almacén de los indicios y pruebas contra los poderosos, sino también contra la sociedad masónica y republicana federal, El Tiro Nacional, lo que arroja ciertas pistas sobre algunos posibles autores del gran expolio del sumario.


Aunque no puede atribuirse a una conjura masónica la muerte de Prim, las fuentes masónicas pueden arrojar mucha luz sobre lo ocurrido. Tanto el propio asesinado, como al menos dos de los máximos responsables del crimen, como el ministro de Gobernación y el gobernador civil de Madrid, Bernardo García, el periodista que previene a Muñiz la víspera del atentado, y el propio Muñiz, y hasta el juez del distrito del Congreso, que inicia la instrucción sumarial, son todos masones.


Para Rubio, la filiación masónica de los citados consta en la relación del Gran Maestre Morayta en la memoria de la asamblea del Grande Oriente Español de 1915. Igualmente afirma con solvencia que la pertenencia masónica del juez Fernández Victorio se deduce de la forma en la que firma en el sumario.


El 27 de diciembre el conde Reus estaba invitado al banquete de la Gran Logia del Grande Oriente de España, al que pertenecía en calidad de Soberano Gran Inspector, que celebraba la noche de San Juan Evangelista en la fonda Las Cuatro Estaciones, donde hasta el último momento estuvo a punto de ir. La fonda estaba en la calle Arenal, por lo que para dirigirse allí desde el Congreso había que tomar Floridablanca, calle del Sordo, Cedaceros y Alcalá. Dado que gran parte de los asesinos además eran masones, no puede sorprender que hubieran preparado una tercera trampa con nuevo coche que taponaba el paso y retacos, precisamente en la calle Cedaceros.




En el sumario, Eustaquio Pérez, uno de los supuestos componentes de esta tercera emboscada a Prim en aquella noche, manifiesta que algún miembro del Tiro Nacional había frecuentado la casa de Montpensier en la calle Fuencarral y que el propio secretario general le había aclarado que el objetivo inmediato del asesinato de Prim era "favorecer la causa de Montpensier". Pero además, hay otro dato interesante, y es que en el mismo año de 1870 en el que concluye la vida de Prim también es el del nombramiento como Gran Maestre de la Gran Logia Simbólica de España de Manuel Ruiz Zorrilla, quien un año antes había sido ministro de Gracia y Justicia en el Gobierno de Prim y que a su muerte presidió el Gobierno de Amadeo I de Saboya en dos ocasiones, como líder del recién formado Partido Radical.






DESMINTIENDO MITOS Y LOS SECRETOS DE UN EXPOLIO SUMARIAL


No queda probado el que “El Combate” de Paúl y Angulo dijera que a Prim había que matarlo como a un perro, ni que realmente dijera el propio Paúl y Angulo de que a cada cerdo le llega su San Martín, ni tampoco cosas que se aluden a las palabras del propio Prim como que veía la muerte o que no le mataban los republicanos, ni las supuestas manifestaciones de que el rey llegaba y el moría, ni tampoco que se comunicaran con fósforos, como ya se ha comentado antes, y que subiera las escaleras del Palacio de Buenavista trazando en el camino un reguero de sangre, ni que llevara puesta una cota de malla como algunos argumentan, ni el dato de que la viuda de Prim contestara a Amadeo de Saboya las palabras que la historia nos cuenta sobre los culpables del magnicidio, ya que, lógicamente, los impactos que recibió el General debieron dejarlo si no inconsciente, si semi-inconsciente y moribundo.

 Así queda reflejado en la causa 306/1870 a la que la autoridad política obligó al Juez a instruir sin saber si Prim había muerto, además del dato ya comentado de que muchas son las personas que murieron en circunstancias no demasiado claras por haber declarado en el sumario, unos, por resistirse a cambiar su declaración; otros, solamente por haber contado la verdad. Una fuerza oculta, con un gran poder, ha manipulado las conciencias y los folios de este entramado judicial. En la propia cárcel fueron asesinados Ruperto Merino Alcalde, José Ginovés Brugues, Clemente Escobar y José Roca. José Menéndez Fernández murió de una paliza. Tomás García Lafuente fue muerto a trabucazos al poco de ser excarcelado en su pueblo; y Merino y Mariano González, murieron en la cárcel de El Saladero.


Desde que Pedrol Rius descubrió que en los archivos judiciales había un manojo de folios que eran mucho más que un montón de papeles viejos, la lenta persecución de la verdad hizo que se perdieran, o se destruyeran, grandes partes del sumario que él encontró entero y perfectamente legible. Hasta que el juez decano, José Luis González Armengol, lo puso a salvo en su despacho, el sumario de Prim ha ido cayendo en un abandono favorable a sus enemigos que lo iban royendo, arrancando partes, llevándose incluso los tomos enteros, que han desparecido partes muy valiosas. Algunas han quedado ilegibles, otras han sido borradas, o faltan directamente. Testimonios importantes y declaraciones enteras, partes fundamentales, por lo que es muy difícil creer en una desaparición accidental. La mayoría de los autores que lo han consultado, piensan que ha sido objeto de una agresión premeditada y sostenida a lo largo del tiempo.


Cánovas cuando se enteró del asesinato adelantó que España iba al caos y desde luego que no se equivocó. Al final Amadeo renunció al trono (hecho insólito en la Historia de España) porque los españoles eran ingobernables y se marcho hastiado de un país y de unos políticos que miraban más sus intereses que los del pueblo. No ayudó mucho una comisión parlamentaria con un sumario de más de 18.000 folios todo plagado de irregularidades. Cánovas tuvo razón y el caos llegó con la primera República y ésta más tarde terminó con la Guerra de los Cantones. Después llegó la restauración Borbónica, propiciada por Cánovas del Castillo y es cuando el Duque de Montpensier logra su objetivo porque la esposa de Alfonso XII fue María de las Mercedes, hija del Duque. Se pone a votación el matrimonio del Rey, al ser una monarquía constitucional , las cortes tienen que votar a la esposa del Rey, y los liberales progresistas no quieren votar a la hija del "asesino" de su jefe, que era Prim; entonces Sagasta pronuncio una de las frases famosas "..los ángeles no se discuten.." y entonces todos votaron el matrimonio de Alfonso XII con María de las Mercedes.


Prim pretendió cambiar de forma tajante la dinastía borbónica por la de los Saboya. El problema iba a ser que un príncipe italiano, sin el apoyo de los nobles españoles no tendría viabilidad con un Prim muerto y los organizadores del magnicidio lo sabían. Eran muchos los que querían matar a Prim, era un espadón progresista con un claro comportamiento dictatorial; eso sí, atendiendo y respetando las leyes que él mismo dictaba en el Parlamento. El atentado fue celebrado por casi toda la clase política. Prim tenía a todos en contra: carlistas, isabelinos, republicanos, alfonsinos, unionistas, montpensieristas, a los demócratas moderados y exaltados e incluso a los masones.


En la actualidad, el sumario de la causa 306/1870 instruido por la justicia española para atrapar a los asesinos del general Prim lo componen 78 tomos y 4 volúmenes encuadernados. Falta el tomo XLII, al menos desde 1987. Es el que algunos expertos llaman precisamente “el tomo”, por creerlo lleno de sustancia probatoria. Las anomalías del sumario: desaparición masiva de folios, mutilación y emborronado, conforman un gran escándalo. 


El menoscabo sufrido por la causa no parece fruto del azar. Muchos de los folios perdidos o gravemente deteriorados son correlativos, correspondientes a un mismo asunto. Todos los folios eran legibles y no había emborronamiento cuando Pedrol Rius, de quien ya hemos comentado antes, los leyó, a finales de los años cincuenta del siglo XX. Sólo faltaba un documento, el primero que desapareció: la tarjeta o contraseña triangular que supuestamente comprometía al duque de Montpensier. 


Entre los miles de folios desaparecidos o inutilizados hay información sensible sobre los procesamientos de José María Pastor, jefe de guardaespaldas del general Francisco Serrano, duque de la Torre, y José Solís y Campuzano, secretario de Antonio de Orleans, duque de Montpensier. Las desapariciones o deterioro de los folios resultan una evidencia más que sospechosa.






En resumen, se calcula que el sumario instruido por el asesinato del general Prim, al que se le unen los dos sumarios por las dos intentonas previas, debía constar de catorce mil folios manuscritos, de los que más de diez mil debían ser del sumario principal. En la actualidad quedan unos siete mil quinientos folios en total, habiendo desaparecido del principal más de la mitad. Según estas cuentas no se alcanzarían nunca los 18.000 folios. ¿Pero hubo alguna vez 18.000 folios? La mayoría de los historiadores que hablan de ellos, excepto Pedrol Rius, no han visto el sumario. Pedrol Rius da por buena la cantidad de 18.000, y si está en lo cierto, lo que falta no es la parte manuscrita, sino gran parte de la colección impresa de documentos añadidos. Nos limitamos aquí a dar las opiniones ya citadas por personas que han seguido el rastro del sumario y la investigación, no a dar juicios de opinión particular, aunque sí entendemos que las sospechas tienen un fundamento posiblemente más que probado. 


Por otro lado, Javier Rubio, segundo autor que nos consta que se documentó en el sumario, los folios manuscritos debieron ser alrededor de trece mil porque otra cifra no le parece verosímil. Nos consta un tercer autor, José Andrés Rueda Vicente, que en 142 años se documentó directamente en el sumario. Las anomalías del sumario: desaparición masiva de folios, mutilación y emborronado, conforman un gran escándalo. 


No vamos a valorar aquí ni el contenido ni el contexto del sumario ya que resultaría demasiado largo y podría resultar incluso tedioso para el lector, es esa la razón por la que, como hemos dicho, nos limitamos a dar la opinión de los expertos que han investigado el sumario para dar simplemente a conocer de forma global todo el entramado que se forja alrededor de lo que hemos venido a llamar como el complot del silencio, y para colofón, queda por leer entre líneas la acusación de que el franquismo pudo tener mucho que ver en el expolio y destrucción de partes interesantes del sumario, aunque si bien es verdad, el deterioro se empezó a producir muchos años atrás del mismo.


Hay, además, una serie de datos que creemos de interés para el profano, y en este momento, precisamos la entrada en escena de José Andrés Rueda Vicente, autor de ¿Por qué mataron a Prim ?, que nos dice de igual forma que los asesinos materiales se sirvieron no de trabucos, sino escopetas cortas, tal como revela el sumario, y se desecharon esta vez las bombas y revólveres, que se pensaron en otro atentado frustrado meses atrás, en noviembre, cuando la célebre votación para elegir un candidato a la Corona de España( Amadeo de Saboya ganó por 191 votos por 27 del duque de Montpensier y 2 para el príncipe Alfonso, futuro Alfonso XII), además de que no había policías en la calle del Turco, pues ordenó retirarlos en el último momento el gobernador, Ignacio Rojo Arias, pese a estar advertido del atentado y que conocía incluso la lista de los conjurados. Después del atentado trató de eximir su responsabilidad, cesando al jefe de policía, su subordinado, Andrés Valencia.

En el escenario del crimen se encontraba un hombre siniestro, José María Pastor, jefe de los guardaespaldas del general Serrano, duque de la Torre y amante que fue de Isabel II. Sus enemigos políticos, que eran muchos, le llamaban el corcho por saber mantenerse en el poder en todos los cambios de régimen.

Llegados aquí, y una vez conocidos los datos y las versiones tanto la oficial, como la del investigador Francisco Pérez Abellán, nos permitimos añadir otra que se supone avalada por el hecho de que Prim pudo llegar a morir poco después del atentado, y no a los tres días, debido a la gravedad de las heridas, y que la señal de la inminencia del atentado fue un largo silbido y no la llamarada de un fósforo como recoge Galdós en sus Episodios Nacionales, aunque esto último carezca de importancia, pero pensamos que es interesante añadir que el ataque contra Prim no fue precedido del “Prepárate que vas a morir”, que no aparece en el sumario, aunque sí en el relato novelado de Galdós. Prim trató de defenderse realizando un brusco movimiento de torsión para protegerse con el hombro y codo izquierdo, que recibió de lleno una lluvia de fuego y metralla. La articulación del codo prácticamente desapareció. En el hombro recibió tres heridas de bala y metralla, que provocaron un gran destrozo y un enorme agujero. Prácticamente se podía meter el puño de una mano. En una operación de urgencia sólo se le pudo extraer un proyectil.


Prim también estiró el brazo derecho, quedando destrozado el dedo anular. Tuvo que ser amputado. Su rostro se llenó de numerosos granos de pólvora por disparos realizados a corta distancias, a bocajarro. No fue el único herido. Uno de sus ayudantes trató de proteger a su general, perdiendo la mano. No iban armados, siguiendo las instrucciones del propio Prim. Eso le costó la vida, y tal y como consta en el sumario, la herida era, en pocas palabras, mortal de necesidad, ya que parece ser, a tenor de una segunda autopsia La metralla interesó las arterias humeral y subclavia, provocando la muerte de Prim a las pocas horas, y no a los tres días como afirmó el Gobierno, controlado por el Regente, el general Serrano. Un dato que los médicos no se atrevieron a consignar en la autopsia, pero otra versión totalmente diferente es la de la segunda autopsia realizada por la Universidad Complutense de Madrid. 


El estudio forense realizado por la Universidad, avalada por la Sociedad Bicentenario General Prim 2014 para acallar de alguna manera el elaborado por la Comisión Prim, asegura que el militar no murió estrangulado, esa es a su parecer la principal conclusión, realizada en el Tanatorio de Reus y en el servicio de Radiodiagnóstico del Hospital Universitario de Sant Joant de Reus.


Con la exploración externa y el el análisis de las pruebas de imagen (TAC), se señala que el cuerpo presenta lesiones traumáticas en mano derecha y hombro izquierdo con heridas típicas por arma de fuego. El informe agrega que las marcas que presenta en el cuello se corresponden con fenómenos post-mortem (en relación con la presión ejercida de forma prolongada tras la muerte por elementos de vestimenta", y que no existe ningún elemento apreciado en la exploración externa del cuerpo ni en las pruebas de imagen TAC que indiquen la existencia de una violencia ejercida en vida sobre la zona cervical, según el informe, que concluye también que la muerte sobrevino a raíz de una infección posterior con una fiebre muy intensa, y suscribe que lo enterraron con la vestimenta militar y la posición del cuello y de la chaqueta provocaron las marcas. 

UN CULEBRÓN ACTUAL EN LOS JUZGADOS

La autora de la primera autopsia fue María del Mar Robledo, directora del laboratorio de Antropología Forense e Investigación Criminal de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). La Comisión Prim se creó en la Universidad Camilo José Cela de Madrid en aras a conocer la verdad sobre la muerte del político catalán. Pero la polémica queda servida, y el debate, abierto. Las conclusiones las puede asumir el lector habida cuenta de los datos que se han dado, sólo cabe añadir que los partes médicos que se conservan son solo dos, y el tercero es la declaración de autopsia, que por cierto, carece de firma de los médicos que la efectuaron en su momento. Los primeros revelan que Prim fue atendido de forma insuficiente, como si sus males no tuvieran remedio. Los médicos no redactan informes sino que hacen declaraciones ante el juez, y ya en el segundo parte, confiesan que no les dejan ver al herido.

 El estudio del doctor Lafuente Chaos en el epílogo del libro de Pedrol Rius modifica el sentido de los partes originales y reproduce errores. El peor, posiblemente sea no conceder importancia al informe de autopsia, y como colofón, debemos informar del hecho de que Las profundas diferencias existentes entre los forenses que participaron en la autopsia del general Prim a fecha de la finalización de este artículo, han terminado en el juzgado, quedando como imputada la cúpula de la Escuela de Medicina Legal de la Complutense. Si bien es cierto que la denuncia no guarda relación con los informes relacionados con los restos fúnebres del general, si que demuestra que las disputas entre ellos vienen de lejos y continuarán durante largo tiempo.


La persona denunciante es María del Mar Robledo, doctora en medicina legal y forense que al frente de la Comisión Prim realizó la primera autopsia de la momia en el Hospital Sant Joan de Reus. Su denuncia, parece ser que fue interpuesta en los juzgados de Guardia de Madrid contra el director de la Escuela de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Real Academia Nacional de Medicina, Bernardo Perea; su compañero y director del Museo de la Escuela, José Antonio Sánchez; la secretaria, Teresa Rey y la doctoranda María Benito, e incluso el mismo rector de la Universidad Complutense, pero esto, son datos que servirán o no en el futuro esclarecedor del magnicidio de Prim.


Todo ellos estarían imputados porque, presuntamente, habrían falsificado la firma de María del Mar Robledo en un informe en el que no llegó a participar. Así lo recoge la denuncia. Se da la circunstancia de que Bernardo Perea y José Antonio Sánchez son dos de los seis forenses que participaron en el segundo informe redactado a raíz de la autopsia de Prim. Sus conclusiones, avaladas por la Sociedad Bicentenario General Prim 2014, rezan: “El general Juan Prim murió como consecuencia de la infección de las heridas sufridas por el atentado. No murió estrangulado”. 

CONCLUSIONES DE LA COMISIÓN PRIM


Nos encontramos con diferentes conclusiones digna a tener en cuenta, para que el lector decida la veracidad o no de las mismas, empezando por las generales que enumeramos así:


PRIMERO.- Prim fue suplantado por sus asesinos, quienes, deliberadamente, faltaron a la verdad en su discurso a la nación sobre la gravedad de sus heridas y engañaron al rey Amadeo I a su llegada al puerto de Cartagena. El engaño ha durado hasta hoy, durante 142 años: hasta que la Comisión Prim lo ha puesto de manifiesto.


(Los hallazgos y aportaciones de la Comisión están en la línea de prestigiosos autores como Rubio, Pere Angera, Rueda Vicente, Bertrand Olivar y José María Fontana que señalan como autores intelectuales del magnicidio al duque de Montpensier, y todos menos Rubio, al general Francisco Serrano, duque de la Torre, reforzando pruebas y encajando con precisión en el tempo histórico en el que ocurrieron los hechos).


SEGUNDO.- Prim, aunque recibió otras heridas importantes, después del trabucazo del hombro, un solo disparo desde muy cerca, con nueve impactos de bala muy agrupados según nuestro propio recuento, quedó casi inmediatamente inútil y fuera de la historia.


TERCERO.- Estamos en condiciones de afirmar que en su tiempo no se le practicó autopsia ni nada que se le parezca por lo que el dictamen de la muerte no pudo ser exacto ni científico. (La autopsia incluye necesariamente apertura de cavidades que del estudio del cadáver momificado se infiere que no se realizaron).


Pasamos ahora a enunciar las conclusiones criminológicas de la siguiente manera:


PRIMERA.-Además, el general Prim fue abandonado a sus propias fuerzas por quienes debían protegerle. El Gobierno provisional, bajo el mando del regente Serrano, difundió notas con deliberado engaño sobre el verdadero estado de Prim a los gobernadores civiles, los capitanes generales y los ciudadanos en general, difundiéndolas reiteradamente en la Gaceta oficial.


SEGUNDA.- El Ministro de la Gobernación Práxedes Mateo Sagasta y el Gobernador de Madrid, Ignacio Rojo Arias, conocedores de que habían intentado ya matarlo dos veces (en octubre y noviembre anteriores), y que se preparaba de forma inminente un tercer atentado, del que Arias recibió una lista de diez presuntos asesinos con el diputado Paul y Angulo a la cabeza, se inhibieron del asunto sin tomar medida alguna de protección.


TERCERA.-Especialmente aquel día, la policía dejó sin vigilancia el trayecto habitual que recorría Prim entre el Congreso y el palacio de Buenavista, que solía discurrir por la calle del Turco, lo que muy probablemente hizo posible el éxito del atentado.


CUARTA.- El policía de la zona, inspector Valencia, procesado, que permaneció ajeno a su obligación de vigilancia en todo momento, informó a las diez de la noche (casi tres horas después de atentado) que en su distrito, donde habían herido de muerte a Prim, en todo el día no había habido novedad digna de ser reseñada.


QUINTA.-Probablemente este sea el crimen más caro de la historia, fruto de una fortuna sin fondo, y aunque nunca se celebró el juicio, el sumario inconcluso señala una y otra vez como presunto financiador de los repetidos atentados a Antonio de Orleans, duque de Montpensier.


SEXTA.-Para matar a Prim fueron contratados prácticamente todos los asesinos a sueldo disponibles en España en aquel tiempo, a los que se les ofrecía una cantidad diaria de diez pesetas, un premio de cinco mil duros y la garantía de seguridad de permitirles escapar.


SÉPTIMA.-Los asesinos se comunicaban con los poderosos autores intelectuales mediante una tarjeta cortada en forma triangular, en dos mitades, recordando el triángulo masónico. La desaparición de una de estas contraseñas incautadas, prueba fundamental contra Montpensier, generó en el sumario una investigación especial.


OCTAVA.-El magnicidio buscaba la conquista del poder, produciendo el crimen un enfrentamiento mortal entre masones. Prim era masón grado 33 y también fueron masones la mayoría de sus asesinos.


NOVENA.-El magnicidio no puede atribuirse a una conjura masónica, pero las fuentes masónicas pueden arrojar mucha luz sobre lo ocurrido. La filiación masónica de los implicados consta en la relación de la Asamblea del Grande Oriente Español de 1915.


DÉCIMA.- Es la primera vez en la historia de un magnicidio en la que la víctima, sabedora de que está en el punto de mira, se entrega indefensa, anunciado que está desarmada y es vulnerable, facilitando el crimen.


DECIMOPRIMERA.- El día del atentado había tres dispositivos criminales preparados, uno por cada itinerario que el general pudiera seguir: el primero, en la calle del Turco, por si iba a su casa como lo hacia habitualmente; el segundo, en la calle Barquillo, por si variaba la ruta; y el tercero, en la calle de Cedaceros, por si decidía asistir a la cena de la logia masónica en la fonda Las Cuatro Estaciones de la calle Arenal, donde se celebrada el San Juan de Invierno, uno de los dos días claves del año masónico. Todos los dispositivos constaban de coches para cortarle el paso y mercenarios armados con trabucos.


DECIMOSEGUNDA.- El Gobierno de crisis informó falsamente de que el general Prim había recibido heridas leves y se recuperaba sin complicaciones concediéndose tiempo así para controlar la situación. Los asesinos se sentían amenazados con el cambio de dinastía que había procurado Prim. La llegada del rey Amadeo I les haría perder su posición privilegiada.


DECIMOTERCERA.- Al rey lo fue a recoger, en nombre de Prim, aunque este no lo pudo ordenar, quien de forma más denodada había combatido su designación: el almirante Juan Bautista Topete, partidario del duque de Montpensier para el trono de España, quien poco antes había lanzado un discurso furibundo en el Congreso contra Prim y su monarquía de nuevo cuño. El nuevo rey quedaba así en manos de sus peores enemigos.






En la imagen siguiente, el Almirante Juan Bautista Topete.



Las conclusiones médico-forenses de la Comisión Prim concluyen en lo siguiente:


PRIMERO.- Las heridas de bala recibidas por el general Prim la tarde-noche del 27 de Diciembre de 1870 en la calle del Turco de Madrid (hoy Marqués de Cubas), contrariamente a lo que la historia ha aceptado hasta ahora, según el examen del cuerpo embalsamado, fueron de gravedad sin ninguna duda, dejando en evidencia el falso comunicado del Gobierno de la época, y aunque no alcanzaron ningún órgano vital, los impactos del hombro izquierdo como destaca el "informe de autopsia" del sumario 306/1870 resultarían "mortal "ut plurimum", esto es mortal de necesidad, ( y no el incorrecto "ut plurimunt" como se ha venido difundiendo) lo que sería erróneamente negado de forma acientífica en una dudosa revisión de 1960, noventa años después del magnicidio, en la aportación recogida en la obra del ilustre abogado Pedrol Rius (Ed. Tebas, Madrid, 1960).


Así mismo, en el examen externo del cadáver se evidencian lesiones (mano derecha) que no figuran en la documentación oficial e histórica, así como la ausencia de otras (codo izquierdo) que se describen en dicha documentación.


SEGUNDO.-Se ha comprobado que no se realizó autopsia alguna ni acción que merezca ese nombre a la luz del examen de los restos, hecho este que contradice absolutamente la documentación histórica y oficial ya que existe un "informe de autopsia".


TERCERO.- La gravedad de las lesiones y la entidad de los emplastes aglutinantes internos son de una intensidad muy importante, incompatible con un desplazamiento normal en bipedestación sin ayuda y una imposibilidad de mantener un habla normalizada y fluida. Igualmente, alcanzados por las balas, los dos brazos del general quedaron inútiles. Consideramos de gran importancia precisar en este punto que a partir de sufrir el atentado la tarde del 27 de noviembre de 1870, el general Prim difícilmente podría escribir ni firmar documento alguno.


CUARTO.- El general Prim no murió en el acto tras recibir los disparos. Las curas con emplasto aglutinante a nivel interno demuestran que hubo un intento de cortar las hemorragias y salvarle la vida.


QUINTO.- Las lesiones por arma de fuego dejaron al general impedido desde el momento de la emboscada y es prácticamente imposible que se produjera la supervivencia de tres días. La ausencia de curas efectivas e importantes a nivel del codo izquierdo y dedo de la mano derecha (semi-amputado de un disparo) indicarían que las lesiones inicialmente de menor entidad fueron, como es lógico, postergadas y finalmente no se le realizó esa cura. El cuarto dedo de la mano derecha así lo demuestra.


SEXTO.- Los surcos observados en el cuello "compatibles con una posible estrangulación a lazo" encajan así en una necesidad de los asesinos de Prim de no permitir la recuperación del mismo, del que asustaban tanto su fortaleza física como su fortuna de salir indemne de las peores batallas y recuperarse de las más graves heridas. Los surcos, marcas, etc, sospechosas de estrangulación para los expertos en investigación criminal miembros de la Comisión y los forenses han sido investigadas hasta descartar artefactos postmortem capaces de producirlas y procedimientos de embalsamamiento, aunque en este aspecto la Dra. María del Mar Robledo, Doctora en Medicina Legal y Forense y especialista en Antropología Forense, experta en la materia, seguirá la investigación hasta despejar la última duda y establecer el diagnóstico diferencial.


SEPTIMO.- La Comisión Prim ha descubierto en el cuerpo heridas y rastros compatibles con el asesinato elaborado fruto de una poderosa conspiración que demuestran que desde el momento mismo del atentado hasta su muerte el general estuvo en manos de sus enemigos. La verdadera gravedad y circunstancia de su estado fue en todo momento ocultada a la ciudadanía.


Seguidamente, la Comisión Prim con Pérez Abellán al frente, hace las siguientes conclusiones criminalísticas:


PRIMERA.- Comprobamos que el coche berlina de Prim sufrió un ataque combinado (emboscada) desde puntos diferentes, derecha e izquierda, por lo que se aprecian impactos por ambos lados del carruaje.


SEGUNDA.-En la parte izquierda, donde al parecer se encontraba el general, se observan cuatro agujeros que pudieran corresponder a un solo disparo, con arma cargada con proyectil múltiple.


TERCERA.- Por el lado derecho, se aprecian dos impactos relativamente cercanos de un arma cargada con más de un proyectil. Se encuentran en la hoja de la puerta de la parte derecha. Igualmente se observan otros tres agujeros de diferentes diámetros, lo que lleva a pensar en la existencia de al menos tres armas.


CUARTA.-Al someter a luz forense el interior del coche con el objeto de localizar sangre, se observan restos de una sustancia que pudiera serlo. En varios lugares se observa esta sustancia. Dichas muestras se encuentran próximas a la puerta del lado izquierdo.


QUINTA.-El arma empleada en el disparo de mayor interés pudiera ser cualquiera de las utilizadas en la época: trabuco, trabuquete o retaco. No eran armas de dotación militar, sino empleadas por delincuentes y asaltantes de caminos. A corta distancia, eran letales.


SEXTA.- Dada la disposición de los impactos en el carruaje, se puede apuntar que intervinieron varias armas de las llamadas de avancarga por los dos lados.


OCTAVA.- En los almacenes del museo nos mostraron una levita y levitón que según parece llevaba puestos el general Prim. Una vez observados se pudo comprobar que presentan nueve orificios de entrada sin salida en la parte superior izquierda (a la altura del hombro). Por otro lado presentan un deterioro considerable a la altura del codo del mismo brazo, que pudiera corresponderse con otro impacto.


NOVENA.- Por tanto, por el número de impactos, y puesto que en la época solamente se podía realizar un disparo, y luego había que volver a cargar el arma, siendo esta tarea laboriosa, por los destrozos medidos, se puede manejar la hipótesis de entre cinco y siete armas.


DECIMA.-La distancia del disparo que presenta el general en el hombro izquierdo debió ser muy corta, puesto que a mayor distancia, mayor dispersión de postas, y se encuentran muy juntas; pero tampoco pudo realizarse a cañón tocante, porque le habría arrancado el brazo.


Como es lógico, son necesarias unas conclusiones jurídicas que ayuden a comprender todo el entramado, que pasamos a enumerar:


PRIMERA.- En el proceso judicial de investigación del asesinato de Prim se cometieron irregularidades.


SEGUNDA.- Algunos de los jueces que se ocuparon de la causa fueron presionados por el poder político dificultándoles la instrucción del sumario.


TERCERA.- Al primer juez instructor no se le permitió ver al general Prim después del atentado, supuestamente cuando éste se encontraba herido según la versión oficial.


CUARTA.- El fiscal, Joaquín Vellando, al igual que la mayoría de los jueces que intervinieron en la instrucción, mantuvieron una línea digna y profesional durante la misma. De no ser por la intrusión del poder político se podría haber juzgado e incluso llegar a la condena de los sospechosos, que a pesar del tiempo transcurrido y las mutilaciones sufridas por la causa, aparecen hoy en día suficientemente identificados.


QUINTA.- El Promotor Fiscal, Joaquín Vellando, se atrevió a proponer el procesamiento de Antonio de Orleans, duque de Montpensier, uno de los hombres más ricos y poderosos del momento, candidato al trono de España y presunto autor intelectual y financiero de los atentados contra Prim.


SEXTA.- Esta Comisión encuentra que el sumario de Prim es una de las joyas jurídicas de nuestra historia recomendando que los tomos que aún se conservan sean especialmente protegidos, y puestos a disposición de estudiantes e investigadores, en un lugar más adecuado y accesible que el que hoy ocupa.


Y ya, para finalizar, la Comisión Prim evalúa lo que viene a llamar como conclusiones sumariales de la siguiente manera:


PRIMERA.- En casi siglo y medio han sido muy pocos los autores que han consultado el sumario de Prim antes de escribir sobre él. Y sin pertenecer al grupo de instructores del mismo, únicamente La Comisión Prim lo ha leído pacientemente de arriba abajo, folio a folio.


SEGUNDA.-El sumario que se conoce como la causa 306/1870 es en realidad la suma de tres asuntos diferentes que obedecen a tres intentos distintos de matar a Prim en los meses de octubre, noviembre y diciembre de 1870.


TERCERA:- La causa llegó a tener en total unos 18.000 folios pero hoy sólo conserva alrededor de la mitad. El resto ha sido mutilado, borrado y expoliado. De los 81 libros encuadernados que lo componen falta el tomo 42. Quizá el más importante.


CUARTA.- El sumario está barajado y desordenado hasta el punto de que el Tomo I empieza en el folio 822 y el folio 1 esta en el Tomo 77, se supone que intencionalmente con el fin de desanimar la investigación. Muchas de sus hojas están estropeadas, borradas y mutiladas. El asalto al sumario empezó poco después de que el abogado Pedro Rius alertara de que aquello seguía siendo una bomba política.


QUINTA.- Intervinieron trece jueces, siete titulares y seis sustitutos. Al final se cerró en falso, liberando a todos los imputados, incluso los convictos confesos. El cierre definitivo, como todo en este proceso, fue marcadamente político: cuando Alfonso XII, tras la Restauración borbónica, decide casarse con su prima María de las Mercedes, precisamente hija de Antonio de Orleans, duque de Montpensier.


SEXTA.- Siempre se ha dicho que en el Sumario de Prim estaban los nombres de los asesinos y los pagarés con los que les premiaron. La Comisión Prim encontró la lista original con los doce presuntos asesinos de la calle del Turco y valiosas orientaciones de lo bien que pagaron los asesinos intelectuales a los sicarios contratados. Igualmente el sumario, desde el principio, apunta hacia los poderosos personajes que presuntamente tramaron la conspiración y ordenaron el magnicidio. Ya para siempre serán presuntos puesto que nunca llegará a celebrarse el juicio.

CONCLUSIONES PARTICULARES

Aprovechando la ocasión del segundo centenario del nacimiento del ilustre General Juan Prim y Prats, se ha reabierto un tema que ha permanecido silenciado durante décadas, bajo la incipiente sospecha que abrió en su momento el insigne jurista Antonio Pedrol Rius, acompañada por las suspicacias de que fueron objeto el franquismo en sus últimos años, a tenor de la idea de colocar en la sucesión de la Jefatura del Estado a un rey Borbón, y es de sobra conocido el tema de que Prim proclamó por tres veces que los Borbones jamás volverían a ocupar el trono de España, y no podemos saber que si de haber sobrevivido el General, los Borbones estarían en España, ya que el ejército habría podido aceptar más fácilmente a Amadeo I de Saboya, y no habría tenido que dimitir a los tres años, habiéndose afianzado las alianzas con italianos y franceses. Cabe especular con la idea de que Prim, muriera el mismo día del atentado por unas causas, o por otras, con lo cual, a tenor de todo lo que hemos podido ver aquí, nos da la idea de que el gobierno de Serrano mintió, y el razonamiento nos obliga a preguntarnos la cuestión de porqué lo hizo, y la otra pregunta que nos hacemos es la razón por la que el espolio del sumario, ha sido más escandaloso durante los últimos años del franquismo, opinión que nos permitimos aventurar habida cuenta de que en su momento, Pedrol Rius, que había investigado el sumario, ya había dicho que era una bomba, y Pedrol Rius tuvo la oportunidad de encontrarlo si no completo, sí más entero y menos deteriorado que a fecha más recientes.

Podemos deducir que la muerte de Prim fue un complot en el que intervinieron muchos grupos que así lo deseaban y hacía tiempo que la preparaban. Que precisamente el carácter de Juan Prim y Prats no ayudaba mucho en alejar el peligro de su vida, y que además, como conspirador efectivo que fue, debía esperar el pago con la misma moneda.

Para responder quién fue el asesino de Prim, posiblemente cabría preguntarnos antes ¿Quién no quiso matar a Prim?...en este sentido, podemos muy posiblemente abrir un paréntesis para esclarecer un poco la cuestión, o posiblemente, enmarañarla todavía mas. Tras todo lo que hemos podido ver hasta ahora, estamos en condiciones de pensar que en el magnicidio de Prim estuvieron o pudieron estar implicados, como ya se ha visto antes, de una u otra forma los partidarios de Montpensier, republicanos, los seguidores del General Serrano, desde luego, los partidarios de Isabel II, carlistas, masones, partidarios de Alfonso XII niño, moderados y exaltados, masones, pero, no podemos tampoco olvidar a un poder, nos referimos a la Iglesia católica, y la razón es que Prim había optado por imponer como soberano de España al segundo hijo del primer rey de Italia, Víctor Manuel II, directo responsable de la reducción de los Estados Pontificios, a la Ciudad del Vaticano, un pequeño territorio dentro del cual el Papa Pío IX se autoproclamó prisionero. Todo esto vino a consecuencia de la llamada Cuestión romana” que comenzó con el intento por parte de Italia de anexionarse Roma y la consiguiente extinción del poder temporal de la Santa Sede Apostólica y terminó con los Pactos de Letrán firmados en 1.929 por el gobierno deBenito Musolini y el Papa Pío XI. Durante este periodo los papas se consideraban a sí mismos (según las palabras dePío IX) "Prisioneros del Vaticano". Por lo tanto, podemos decir que poca era la gente que no quería matar a Prim. En la imagen, Alfonso XII, hijo de Isabel II en 1870, pretendiente al trono de España.







El conjeturar posturas sobre si su muerte fue de una u otra manera, no ayuda demasiado a visualizar la realidad que tenemos en frente, pero si desvela otra realidad, que es la mordaza puesta en función del fin deseado que no es otro que lo que aconteció después, y que la historia, nos permite conocer en la sucesión al trono de una nación, acostumbrada a complots callados, traiciones, pero, sobre todo, a una nación que sigue ciega a aquellos hombres y mujeres que de forma algo más que heroica, han peleado no sólo en los campos de batalla de más de medio mundo, si no en los campos que la política ha dejado de arar.


Las heridas que dieron la muerte a Prim, siguen perpetuas en el corazón de los españoles de hoy, con la esperanza de que sean curadas mañana, pese a que en el cuadro de la historia en el que se enarbola la enseña de una nación acostumbrada al heroísmo, se ampute el ideal que nuestro héroe ensalzaba en su momento.

No cabe añadir más pasión desmesurada a una historia que ya de por sí, es apasionada, porque en realidad, no es necesario, pero nos permitimos quizás, pecar de insolencia al proponer que la historia, necesita ser leída e interpretada en su más amplia magnitud, para no cometer el error de errar con la realidad. Prim, fue un hombre valiente, un genio en la batalla, un corazón fiel a sus principios y a los intereses de una nación enferma por la costumbre de ver pasar en sus tronos, a reyes y reinas que no secundaban ni el ideal, ni el paso de un pueblo demasiado acostumbrado a sufrir, pero ante todo, Prim fue un político pertinaz e implacable, al igual que lo fue como militar en los campos de batalla. En la imagen, momia de Juan Prim y Prats.





Desde la distancia lindante entre la vida y la muerte, nos observa solícita la mirada de un hombre que reclama justicia, una justicia que en su momento no supo reaccionar a tiempo, como tampoco lo sabe hacer hoy, y como a su vez, posiblemente no lo ha sabido hacer nunca. El poder de la política interesada, el desdén del sacrificio, los intereses creados en honor de minorías y sobre todo, la conspiración y el silencio, corren paralelos a lo largo del suntuoso camino de la historia, que en ocasiones perdemos de vista tras un recodo en el recorrido, y que a la vez, perdemos también la esperanza en que la finalidad de una idea que consideramos justa no justifica los medios utilizados para llevarla a cabo.



No podemos obviar la figura de Prim en la historia, ni su personalidad, sabedores o conocedores de que era un hombre de carácter autoritario en el sentido más lícito del adjetivo, que no debe confundirse con el de usurpador del interés común de la nación. Era un hombre apasionado, que no dudó un instante en dirigir a sus buenos catalanes en África, ni a sus españoles en cualquier otro lugar que el combate le ofrecía. Tenía claro que la sensatez le conducía a tomar una decisión, sabedor como era de que podría costarle el bien más preciado de su existencia, es decir, su vida. No quería bajo ningún pretexto, permanecer bajo un régimen monárquico que tan malos resultados había dado a España, una monarquía borbónica que auguraba los destinos que la historia había consecuentemente marcado en un estigma decadente que nada bueno auspiciaba en los designios de una nación luchadora en su propia supervivencia.

 No fue desde luego el primer catalán que supo mantenerse de pie ante el destino, como tampoco lo fueron aquellos que permanecieron en Nutka. No fue el único catalán y español que peleó por la pervivencia y el honor de una nación que sabía bien su oficio, como tampoco fueron los catalanes que pelearon en filipinas. Prim fue un hombre capaz, interpretado falsariamente por quienes pretenden una tergiversación de los hechos y de la historia, tendencia de la que por cierto, estamos demasiado acostumbrados en los tiempos que corren hoy. No le pudo el privilegio del poder, símplemente, se aferró a sus sentimientos, para seguir la línea recta que el camino le marcaba como la más directa y sencilla razón de lo que consideraba justo y consecuente en el interés común. Prim fue un héroe al fin, con sus aciertos y sus errores, un héroe, al que a muchos nos gustaría reencarnarnos en posibles vidas futuras, aún a sabiendas del triste final que la sentencia del destino había marcado en el devenir de su existencia, simplemente, por la pasión en la que vivió.

Aingeru Daóiz Velarde.-








BIBLIOGRAFÍA

José Andrés Rueda Vicente, autor de ¿Por qué mataron a Prim? 

Antonio Pedrol Rius. “Los asesinos del General Prim.

Francisco Pérez Abellán. “Matar a Prim”.

José Calvo Poyato. “Sangre en la Calle del Turco”
José María Fontana Beltrán. “El Magnicidio del General Prim”.