viernes, 28 de febrero de 2020

LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD


LA SOBERBIA Y LA HUMILDAD

La soberbia, con su  mirada altiva y provocadora de desprecio y superioridad, envenenada por la rabia y el exagerado  enfado por la contrariedad de no ser la protagonista esencial en la danza de la vida, reta a la humildad en un duelo a muerte sobre las tablas de un escenario, en el cual, escondidas entre las bambalinas, se encuentran la impudicia y la obscenidad, dispuestas a jalear el ánimo de la soberbia en su danza. El premio para la vencedora, es el amor del tiempo y de su historia, la derrota, lleva consigo la infamia y el olvido.



 Segura de su éxito, la soberbia se engalana en su camerino, en el que un cirio negro alumbra la estancia vacía, y apoyadas sus manos frente al aparador del espejo, se observa así misma radiante, llena de júbilo, saboreando en la comisura de sus labios el dulce sabor de la victoria, jadeante de gozo, casi se diría que incluso contrariada por tener que pasar el trance innecesario de salir a la escena, incluso molesta por no ser reconocida la consecuencia de su superioridad, pero a la vez, anhelante de que llegue el momento de lucir sus encantos ante un público que abarrota el salón, enfervorizado ante su presencia, ciego ante su majestad. Sueña la soberbia, que vencedora y dueña del amor del tiempo en su poder, manipulará la Historia a su imagen y parecido, y podrá así ser dueña de las generaciones venideras, sintiéndose inmortal, puesto que siendo la dueña del tiempo, la eternidad le pertenecerá, y se observa ya llena de la energía vital del triunfo, ante la mirada de un reflejo cuyo marco de madera vieja, guarda un secreto, y es que la luz de un cirio negro, ante el reflejo de un espejo en la noche, arman de sueños las formas de la vanidad, y sin saberlo, vemos enfrente la imagen de lo que no somos capaces de alcanzar. 



En otra estancia, la humildad, vestida de sencillez, preocupada no por el triunfo o la fatalidad de la derrota que la condene a la indiferencia, si no por aprender algo de la situación y mostrar en la danza una enseñanza para sí misma y para el mundo que nos haga recordar no dónde estamos, si no de dónde venimos, y lo que no resulta menos importante, que es nuestro destino,  donde vamos y las vivencias inolvidables llenas de sensaciones agradables del camino de la vida, a pesar de la naturaleza de cada cual, y llenar de color agradable los recuerdos, para que el olvido no alcance su fatal desenlace en el tiempo y en la historia.

 Ensimismada en la melancolía, la humildad piensa en recrear su danza en la remembranza de aquellos que no han tenido la oportunidad de vivir después de haber nacido, u observar la mirada de la vida postrados en la soledad de la indiferencia.  Mientras tanto,  en la encimera de una mesa, una orquídea blanca alumbra la estancia, y un reflejo de esperanza, da color en un espejo cuya imagen, desprende todas las tonalidades en verde y azul como si de una composición de sinfonía musical en color se tratara.




En el foro del escenario, sola, se debate en angustia la honestidad, deseosa del triunfo de la humildad, pero desconfiada ante los movimientos de la soberbia, ya que segura de sus maquinaciones, se inquieta temerosa en los fondos del teatro, conocedora que desde el foso, manipulada por el temor, la música, con su arte de combinar los sonidos y el tiempo, dando a las notas su valor y duración, sonará pletórica y radiante ante la demostración del movimiento de la soberbia, y lo hará desacompasada fuera del libro de la buena armonía cuando la humildad de comienzo a su interpretación. La honestidad, mantiene apenas el anhelo de que el tiempo, y la música, son capaces de juzgar la gracia de una danza agradecida por la sabiduría del corazón, y no por la arrogancia ignorante de la soberbia, y la sencillez plástica de los movimientos que salen de un alma limpia, sean valorados ante la desfogada danza embriagadora del deseo y la mala intención escondida detrás del arte.

 La palabra, será Juez, pero a veces, la palabra, se confunde y ensucia con un interés adornado detrás de un beneficio oscuro y siniestro, en el que unas frases engalanadas con la pretensión de un propósito de mala intención, confunden las Leyes del decoro y la limpieza, y la imagen de la justicia, inclina su balanza hacia el lado del interés, apartando   de sus ojos la venda con la mano que antes asía la espada, y ahora recoge las monedas de oro del perjurio.



La murmuradora y aborrecida fatalidad, mira de reojo a la implacable grandeza de la hidalguía y el valor, y el ambiente apasionado y pasional, nos habla de un duelo de baile que se deja ver en un teatro en el que se adivina la figura fina y silenciosa de la humildad que sale a escena, pudorosa pero firme, en un minué fantástico y de ensueño, provisto de una delicadeza sublime que la estirpe de la nobleza otorga a la humildad, en un salón de butacas repleto, silenciado por la fuerza del arte…Contraataca la soberbia, descalza, morena y gitana, salvaje, vestida a medio lucir entre el escándalo y la lujuria salpicando con el flagelo de su pelo suelto el ambiente, en una danza embrujada y brutal, expresiva como un jadeo nocturno en una luna de pasión que despierta el deseo.



 El público, enfervorizado y ciego, jalea el frenesí aplastante de la soberbia, que ya se ve vencedora, y se permite una mirada de sonrisa de burla a su paso al lado de la humildad…ya saborea su sangre, ya lame su sudor y el sabor de su carne, que confía en devorar con ansiedad, casi con gula,  sin ni siquiera dejar que acabe la función, en un afán de mostrar su apabullante triunfo, brutal, feroz, con una crueldad tal, que deje el recuerdo del horror, como estigma para que la humanidad, sepa recordar eternamente su superior clase…pero de repente, de forma totalmente inesperada, la humildad reacciona en un frenético cambio de ritmo, en un movimiento corporal y armónico insuperable e imposible de cuerpo, piernas, manos y pies que ni siquiera rozan las tablas del suelo, e invaden el patio de butacas de un silencio sepulcral, seguido de un atronador aplauso final, en el que la soberbia, cae de bruces, humillada y vencida, incapaz de reaccionar, y con un estremecedor llanto de rabia y horror, se deja caer rodando en el foso, donde un estruendo del Allegro final, dictan la sentencia de la que hablan los Proverbios, que con el orgullo de la soberbia, viene el oprobio, con la humildad, la sabiduría, la prepotencia y la soberbia te hacen sentir fuerte solamente un instante en el que masticas casi la victoria, pero la grandeza de la humildad, te hará fuerte toda la vida…Es en ese momento, cuando atónito, el público levantado de sus asientos, guarda de nuevo un silencio absoluto en el que ni siquiera el sonido de la respiración se atreve a salir, y observa a la humildad, tender la mano hacia la soberbia, para alzarla del foso en el que la música, silenciada ya, da paso a la palabra de la generosidad en la victoria de la nobleza, escribiendo el epitafio en una serie de frases que la insensible humanidad, se había empeñado en olvidar.





 El tiempo y la Historia, nos recuerdan que aquel que la olvida, se condena a repetir el pasado, y con el orgullo de la humildad, nace el hombre desnudo que viene al mundo entre llantos no de protesta, si no de temor, y el calor del cuerpo materno, dan la tranquilidad a un alma que se debate por vivir, y que debe aprender desde ese momento, a que la fidelidad y el respeto, son fundamentos básicos ante el desprecio de la arrogancia y la insolencia. La muerte, nos suele llevar sin nada más que cargar, que el peso de nuestra conciencia. El brillo de la luz de la humildad, vestida de blanco de la victoria, lleva en sus manos el color de una orquídea, ante el sublime aplauso de la humanidad,  que la ve pasar.

Aingeru Daóiz Velarde.-