sábado, 8 de abril de 2017

LA PRINCESA DE ÉBOLI, LA CONDENA DE UNA TRAICIÓN TRAS LOS MUROS DE UN SEPULCRO EN VIDA.




LA PRINCESA DE ÉBOLI, LA CONDENA DE UNA TRAICIÓN TRAS LOS MUROS DE UN SEPULCRO EN VIDA.





En esta ocasión, para estos Recuerdos de la Historia, una relación de afecto, confianza y simpatía que me allega en estos lares donde la virtualidad nos permite mantener el sosiego de la amistad, nos solicitó contar una historia ya mil veces escrita, pero no en la manera y forma en que uno acostumbra por suerte o por desgracia, narrar…así que puestos a ello, nos trasladamos en el tiempo, y siempre que el espacio lo permita, hacia una comarca denominada La Alcarria, encontrándonos con una Villa de nombre Pastrana, y caminamos despacio bajo una arcada de piedra que permite la entrada a una amplia explanada a la que se abre el Palacio Ducal, desde cuyo interior, adornado por sus artesonados mudéjares y zócalos de cerámica toledana, nos observa en silencio el bellísimo y accidentado rostro de una dama, de cuyo ojo no parcheado por el destino, resbala en silencio una lágrima triste y muda, resignada a su suerte de condena, con la única libertad permitida de asomarse durante un tiempo estimado al gran ventanal que asoma hacia la Plaza de la Hora. Desde este sublime presidio, desde el cual se le permite a diario admirar la luz de un sol que alumbra extramuros durante tan corto espacio de tiempo, nos narra su historia de forma que lo permite la premura, una mujer bellísima, como ya hemos dicho, que tras dar a luz diez hijos, y enviudar, se vio cruzando la historia por los caminos paralelos del conocido como Rey del Planeta, el Señor de Oriente y Occidente, aquel que vistiera el halo de la Leyenda Negra que le acompañó, objeto en su persona de terribles acusaciones sobre su política y su vida personal, pese a ser conocido como el Rey Prudente, Felipe II…



La vida de nuestra dama, es difícil de separar de la del nombrado monarca, como también lo es de quien fuera Ministro de confianza del rey, Antonio Pérez, y a la postre, el que más perjuicio le trajo a la imagen personal del monarca, a la de toda una época, y posiblemente, a la posteridad de la historia y con quien mucho tuvo que nuestra protagonista, una mujer cuyo nombre hemos dejado de mencionar, pero es Ana Mendoza de la Cerda y Silva, Princesa de Éboli, cuya historia, es sinónimo de uno de esos sucesos de un personaje con un apellido secundario en el nombre del protagonismo de la historia real, pero que llama la atención por tratarse de un episodio de realidad o de intencionada invención, de traición, o de idealismo, de intriga o de escándalo fruto de una personalidad rehén del capricho voluble, o de amor y desamor entablado con el propio monarca, con el que fuera Secretario de don Juan de Austria, hijo ilegítimo de Carlos I y hermano entonces de padre del propio rey Felipe II de nombre Juan Escobedo, y del ya nombrado Antonio Pérez…en fin, una historia que trataremos de desentramar lo mejor posible, y que carecería de la vital importancia que por sí misma merecería, en una época en la que fueron protagonistas tantos hechos y consecuencias de notable jerarquía, pero nuestra dama, desde el enrejado ventanal, nos anima a contar una realidad que saque a la luz el carácter verdadero de un monarca a través de una intriga, o de la historia de inquina de un rey que descubre un engaño urdido por su Ministro Principal y la que fuera esposa de su antiguo Privado Ruy Gómez de Silva, dejando a la vista un móvil que conduce directamente a los celos, o la satisfacción de una venganza personal.



Confiamos en que la fortuna nos sonría, y que las musas se aproximen a nuestro lado, para merecer la suerte de contar una historia que agrade, y que relate los sucesos de un tiempo, y la vida y destino de esta enigmática y sublime mujer. En la imagen, Ana Mendoza de la Cierva y Silva, Princesa de Éboli.








Antes de continuar adelante, quiero dejar bien claro que de ninguna de las maneras se pretende aquí, hacer un juicio sobre el rey Prudente, Felipe II, ni mucho menos…para esta razón, ya se hicieron cargo en su momento los que de sobra han sido considerados sus enemigos religiosos y políticos, como es sabido. Y desmitificada su figura como una especie de inquisidor sin perjuicios ya se han demostrado muchas veces con estudios recientes, las constantes calumnias de las que fue objeto él, como rey, y España, como nación de naciones con sus aciertos y sus errores, y así se manifiesta en uno de los artículos del que suscribe el presente, titulado LA LEYENDA NEGRA. EL MITO DE LA SINRAZÓN, pero difícil resulta la recreación de fábulas y fantasías que viniendo de fuera, quisieron aprovechar los traspiés interiores para fomentar la falacia sobre su postura intolerante ante el mundo que gobernaba…el episodio y la historia que tratamos de contar a continuación, forma parte tantas otras historias que, durante el largo recorrido de la vida de la humanidad en la tierra, pasan unas veces con más, y otras con menos acierto, a formar parte de la esencia de la propia humanidad, y como de esa misma humanidad, formó parte Felipe II, quien hasta en los recuerdos más alejados de su realidad y de su persona, forma parte de una especie de ser omnipotente, una personificación del mal en la historia, que ha sido pintado en el mural del recuerdo con un halo de despotismo y excesivo rigor gubernamental, y la sencilla razón de este artículo, no es otra que contar un pasaje de la historia con personajes de proporciones naturales, y con inclinaciones humanas unas veces con más, y otras, con menos acierto, pero desde luego nada fuera de lo habitual, teniendo en cuenta los tiempos que relatamos, ni las circunstancias en que se desarrollaban los acontecimientos, pues para juzgar, y hacerlo bien, es menester tener principalmente en cuenta ambos factores, es decir, el momento histórico, y sus circunstancias. En la imagen, Felipe II.









LA CASA DE MENDOZA

Antes de dar inicio a comentar la vida de quien fuera conocida como la Princesa de Éboli, doña Ana de Mendoza y la Cerda, me gustaría primero hacer acopio de su importancia social en el momento del que hablamos, ya que se trata sin duda de uno de esos ejemplos que ofrece el destino, al cual, no le asusta para nada el hecho de que se trate de la celebridad de un personaje, de su riqueza, o del prestigio pocas veces superable heredado desde una cuna elevada a los más altos niveles de la sociedad…en ocasiones, el capricho del destino y la fortuna, hacen ojos ciegos y tratan de igual manera a todo aquel nacido de mujer.

Ana de Mendoza, nacida de una familia ilustre, como luego veremos, casada después con uno de los hombres más importantes de la Corte de Felipe II, en cuyo reinado no se ponía el sol, pudo disfrutar de una vida plena y distinguida en un paisaje del siglo XV durante el que ya se había derrumbado la Edad Media, y de la cual se heredaron las codicias, las traiciones, las deslealtades y también un paisaje de tierra pobre, clima duro, escasa vegetación de páramos y monte bajo en la mayor parte de un reino en el que las terrosas colinas descarnadas habían sido testigos mudos en el tiempo de la lucha de un pueblo por encontrar el mañana, acreditando un esfuerzo y un valor en las guerras que nadie pudo nunca superar…Ana, una vez enviudada y con cierta edad, se retiró como veremos a una vida conventual agitada al convento de las Carmelitas de Pastrana, casa que había sido fundada a sus expensas, fue obligada por el rey a hacerse cargo, de conformidad con el testamento de su esposo, de la tutoría y la administración de los bienes heredados por sus hijos, viéndose envuelta en una recia tempestad que la arrancó sin piedad de su letargo para arrojarla después al abismo que la llevaría de nuevo a la misma Villa de Pastrana en un encierro forzado que la condujo a la muerte, y que convirtió su nombre en desdicha de acusaciones contra quien fuera el rey Felipe II, y una mesnada con la traición y la codicia usurpadora de un secretario Real de nombre Antonio Pérez del Hierro, contra los intereses de España en un cúmulo de intrigas que culminaron con el delito de asesinato consentido por el propio rey engañado…Imagen de Antonio Pérez del Hierro, Secretario real de Felipe II.




La casa de Mendoza ha constituido, durante algunos siglos, uno de los linajes más poderosos e importantes de España, y se puede asegurar que durante tan largo período de tiempo, son pocos los reinados que podemos encontrar sin que no se hallase desempeñando los más altos cargos de la jerarquía del Estado, e incluso en ocasiones, también al frente de las parcialidades que lo dividieron, y no hace falta acogerse a lecturas sobre biografías particulares para conocer la realidad de lo que hablamos, pero sí podríamos dar inicio con un acontecimiento particular sobre la Casa de Mendoza, que según las crónicas nobiliarias, procede de los antiguos señores de Vizcaya, y que antaño habían sido conocidos por el nombre de Señores de Llodio (valle de la provincia de Alava), ya que fue una familia de hidalgos que era natural de la zona de Llodio, donde eran vasallos de la poderosa Casa de Haro, y una rama secundaria de esta familia, cuyo nombre puede derivar del euskera Mendi hotza, Monte frío, se instaló en el estratégico emplazamiento que hoy ocupa el pueblo de Mendoza construyendo una Casa Torre, y cuya rama familiar pasó a ser la principal cuando se extinguió la rama de Llodio, surgieron una serie de notables personalidades que se distinguieron al servicio de los reyes castellanos, y empezaron a llegar a Castilla al formarse el reino en el siglo XI con don Fernando Sánchez, que al proclamarse rey, pasó a ser conocido como Fernando I el Magno, y se establecieron con Fernando I de Navarra, lo que permitió a la familia establecerse en Castilla, dando origen a uno de los linajes nobles más poderosos e influyentes del país, los Duques del Infantado, título nobiliario español concedido por los Reyes Católicos el 22 de julio de 1475 a Diego Hurtado de Mendoza, II marqués de Santillana. En 1520 se le concedió la Grandeza de España de primera clase, y otorga a su vez nombre a la Casa del Infantado. En la imagen, escudo de la Casa de Mendoza.



Uno de los sucesos originarios de la Casa de Mendoza, lo encontramos precisamente en un episodio glorioso para los anales de la Historia de España, concretamente el lunes 16 de julio de 1212, en un lugar y un episodio que llegó a la historia con el nombre de Batalla de las Navas de Tolosa, donde consta en los anales que un tal Iñigo López de Mendoza combatió valerosamente en la vanguardia del ejército cristiano mandada por D. Diego López de Haro, Señor de Vizcaya, y pariente del anterior, y resultó ser de los primeros que penetraron en el campo enemigo buscando en él blasón con que ennoblecer el escudo de sus armas y desde entonces no cesó de prosperar y engrandecerse…tal y como consta en la Crónica del Arzobispo Don Rodrigo, en castellano, en la Biblioteca Nacional, y en la Crónica General del historiador Florián de Ocampo en su edición de 1541, donde recoge los escritos de la época que hablan del ordenamiento de las haces cristianas en la batalla y que Don Diego López de Haro tomó consigo quinientos caballeros muy bien guisados, y a sus hijos Lope Díaz y Pero Díaz ,y a su cohermano Iñigo de Mendoza y a sus sobrinos...En la imagen, Batalla de Las Navas de Tolosa.




Desde Aljubarrota, pasando por los Reyes Católicos, ocuparon puestos importantes en las más altas esferas del Estado , de la Iglesia con cardenales Obispos y prelados de relevancia, e incluso en movimientos literarios como lo hizo por ejemplo el Marqués de Santillana, poniéndose al frente del renacimiento literario de su época, complaciéndose en el trato de los hombres de ciencia y de los poetas y trovadores de su tiempo, teniendo su casa convertida en Academia de cultura literaria, y sobresaliendo en estos ejercicios tanto como lo había hecho en los campos de batalla, se les ve muchas veces en la historia al frente en tropas, en marquesados, en condados, en ducados, o enarbolando el pendón de Castilla en las torres de la Alhambra el 2 de Enero de 1492, tomando posesión de aquella fortaleza , último baluarte de una invasión de ocho siglos… se les ve en la historia interviniendo constantemente y de la manera más directa en todos los negocios del Estado y en todas las guerras de su tiempo, mezclándose en las turbulencias de Castilla, combatiendo personalmente en la segunda batalla de Olmedo en favor de Enrique IV contra los señores castellanos rebelados (1467) , y en la de Toro, por la Infanta doña Isabel y en contra de los portugueses que apoyaban á la Princesa doña Juana (1476) como es el caso destacado de Don Pedro González de Mendoza, a quien se le llegó a llamar como el tercer rey de España.


Con tan continuada serie de generaciones ilustres, el linaje de Mendoza se engrandeció de tal manera, que llegó á ser uno de los más poderosos de España, siendo también el más extendido y copioso, según la expresión de Salazar, el cual afirma que en su tiempo, a principios del siglo XVII, se componía de más de sesenta mayorazgos, de los cuales cerca de treinta tenían títulos ó grandezas; y que el quinto Duque del Infantado, pariente mayor y cabeza de la casa, de quien se presentará ocasión de hablar por haber vivido en el reinado de Felipe II, poseía en diferentes puntos del reino hasta 800 pueblos, con 90.000 vasallos, y unieron apellidos ilustres como Hurtado de Mendoza, o Salazar de Mendoza entre otros ilustres, y si grandes fueron los hombres Mendoza, no lo fueron menos sus mujeres, claro ejemplo tenemos por poner alguno, como el de Mencía de Mendoza, Beatriz de Mendoza, María de Mendoza, Leonor de Mendoza…en fin, hasta llegar al segundo Conde de Mélito, llamado don Diego de Mendoza y siguiendo la carrera de las armas, llegó a ser Virey de Cataluña y de Aragón , primer Presidente del Consejo de Italia y miembro del de Estado en tiempo de Felipe II , que le premió y acrecentó su casa elevándole á la dignidad de Príncipe de Mélito y creándole Duque de Francavila .

La línea masculina de los Condes de Mélito no pasó más adelante. Don Diego, casado el año 1538 con doña Catalina de Silva , hermana del Conde de Cifuentes, sólo tuvo una hija, que fue doña Ana de Mendoza, y aquí, llegamos a nuestra protagonista. Esta, a grandes rasgos, es la historia de su apellido y de su Casa, la Casa de Mendoza.En la imagen siguiente, Torre-Casa de Mendoza, en Álava.






Abriéndose camino a codazos por la historia, dicen bien que donde no llegaba un español con las manos, llegaba con la punta de la espada, pues no sólo es la historia de una Casa, sino más bien de una raza y una casta que supo dejar bien a sus hijos y descendientes de los hijos de sus hijos hasta en el carácter de nuestra Hispanoamérica, donde tantos apellidos fluyen en la sangre mezclada de sus naturales, y al escuchar en la soledad del llanto del alma, oyen el orgullo en sus venas igual que lo oímos en esta madre patria de hombres dueños del hambre, el sudor y el hacha, que como cantaba Miguel Hernández, van de la vida a la muerte, como de la nada a la nada…

DEL NACIMIENTO, DE LA NIÑEZ Y LA JUVENTUD


Ciertamente, todos aquellos que algo han escrito sobre la vida de esta mujer, coinciden en que poco hay para escribir sobre su niñez o su juventud, e incluso durante su matrimonio, y la razón es bien clara al respecto, ya que se acierta de lleno cuando se dice que la historia de las personas, al igual que la historia de los pueblos, coinciden en ser largas cuando sobre ellas se cuentas guerras y desventuras, o búsqueda de sufragios para cubrir algún que otro dolor cuando no, relatar penas y tristezas socavadas por el llanto de sus condenas…pocas son las alegrías que se cantan a viva voz, más que nada por temor a la envidia hermana que rápidamente despierta de su letargo adormecido cuando escucha al lado el canto de la felicidad, y aunque la etapa menos conocida de su vida es la adolescencia, y pese a que de la matrimonial no hay muchas noticias, la felicidad de su niñez no fue todo lo deseable que pudiera ser.

Nació en Cifuentes provincia de Guadalajara, un pueblo hermoso, alegre, que se distingue por la miel, y el pueblo, capital de La Alcarria, está levantado sobre un manantial. El Cifuentes es un río precoz de poco tamaño y mucha agua, que va a caer al Tajo en la población de Trillo, y por donde se entra por un antiguo camino que a la derecha deja a las viejas murallas de un castillo en ruinas, y a la izquierda, el mismo río… atrás quedan las chatas Tetas de Viana, y enfrente, el altozano Cerro de la Horca…nació en la casa de sus abuelos, concretamente su abuelo materno fue don Fernando de Silva, cuarto conde de Cifuentes, uno de los linajes más poderosos de España, a la par de su rama paterna, los Mendoza, y fue bautizada el 29 de junio de 1540, y como curiosidad, hay que decir que por costumbres de la época, fue bautizada con el nombre de Juana de Silva, que por aquel entonces, se imponían a los recién nacidos diferentes nombres de pila, y principalmente los de sus parientes más cercanos, por lo tanto, en el caso de nuestra señora, además del de Juana , tomado de su tío el Conde de Cifuentes , hermano de la Condesa de Mélito , se la daría también el de su abuela paterna doña Ana de la Cerda, que fue el que utilizó durante toda su vida, y en cuanto a lo de su apellido se refiere, la preferencia concedida al de Silva está, conforme también con las costumbres de la época, en que todavía se aplicaba indistintamente a los hijos el de cualquiera de sus ascendientes, sin necesidad de tener en cuenta la filiación por línea paterna, tal y como se acostumbra en la actualidad, pero por aquel entonces resultaba muy común encontrarse con hermanos, hijos de los mismos padres, pero utilizando apellidos diferentes, con razón obligada impuesta a los sucesores de los mayorazgos, y al objeto de impedir que se perdieran los nombres de sus fundadores… Ana el primer y a la postre, único fruto, del matrimonio de los Condes de Mélito, D. Diego Hurtado de Mendoza y de la Cerda, quien fuera segundo Conde de Mélito, nieto del Gran Cardenal de España Don Pedro González de Mendoza, conocido como “El tercer rey de España”, en los tiempos de los Reyes Católicos, y que ya hemos nombrado anteriormente. 


El padre de Ana, se propondría reservar para los hijos varones su propio apellido, y cedió a su primera hija el apellido de su esposa, Catalina de Silva y Andrade como atención debida a los Condes de Cifuentes, en cuya casa había tenido lugar el nacimiento, como hemos dicho ya… Transcurrido el tiempo, habiendo quedado doña Ana heredera de su casa, como hija única, restableció naturalmente el apellido paterno. 

En la imagen, Ana de Mendoza, de niña. La autoría de la pintura es de Sofonisba Angissola.




Poco podemos decir de la juventud de Ana de Mendoza, lo único que podemos hacer es suponer, y conociendo las costumbres y usos de la época, suponemos casi con absoluta certeza que el mero hecho de haber sido hija única, influyó seguramente en gran medida en su condición y en su personalidad, ya que las atenciones se multiplicaban hacia ella, y se volcaron en una educación del más alto nivel, cosa que no consiguieron ya que era una niña mal criada y consentida de fuerte carácter que la iría forjando poco a poco de una singular fortaleza y entereza, y sin duda, de un alterado comportamiento que a la postre chocara de lleno a la hora de enfrentarse a las adversidades de la vida con las que se vio envuelta…su carácter rebelde, también forjado posiblemente por una infancia atormentada y nada o poco feliz al lado de sus padres en un ambiente familiar hostil debido a la afición de su padre hacia las mujeres, que llevaron al matrimonio hacia el más absoluto fracaso, y una auténtica caldera llena de odios,  persecuciones, calumnias y penurias financieras, que llevaron al duque de Francavilla, título que también ostentaba su padre por aquel entonces, a abandonar Valladolid, ciudad en la que residían dejando a su esposa y a su hija, para trasladarse a Pastrana con su amante, Doña Marina de Porras, una de las damas de compañía de la Regente en la Corte de Valladolid, ciudad que por aquel entonces era sede de la Corte y gobierno de Doña Juana de Austria, o Habsburgo, Regente de España durante los cinco años de ausencia de su hermano, el rey Felipe II, la cual era viuda de don Juan de Portugal, la cual había perdido a su esposo, el enfermizo heredero de la corona de Portugal, antes de dar a luz a don Sebastián, que con tres años de edad reinaba por aquel entonces en Portugal, pese a que quien en realidad ejercía el gobierno era Catalina de Portugal, su tía y suegra…

Juana hospedaba en su Corte a sus otras dos tías, hermanas de su padre Carlos I…la Reina viuda María de Hungría y la Reina Leonor de Francia, las dos con una cierta edad, y las cuales se había retirado a España al mismo tiempo que su hermano el Emperador…el abandono de su padre, fue la razón por la cual, Ana y su madre pasaron cierta escasez económica y de atención. Su madre, era una mujer muy culta, poseedora de una biblioteca de unos trescientos libros, pero mala administradora y gustosa de relacionarse con clérigos y beatas falsamente místicos, y su padre, mujeriego por naturaleza como ya hemos comentado, tuvo una hija (Isabel de Mendoza) con Luisa de la Cerda, hija del segundo duque de Medinaceli, aprovechando los funerales del padre de la misma en 1544. El escándalo se ocultó e Isabel fue cuidada por una tía suya, hermana del padre de Ana de Mendoza. Por otro lado, cabría aclarar aquí otra circunstancia convertida en mito, y es que no se menciona en ninguna parte que la vida conyugal de sus padres fue infelicísima, hecho sumamente propicio para explicar la formación del carácter de Ana, más tarde tan desagradable. No se había sabido que su infancia fuera poco dichosa, pues sus biógrafos han escrito de ella que se había criado pacíficamente en casa de sus abuelos maternos, pero debieran haber considerado que el Conde de Cifuentes, padre de Doña Catalina, era ya viudo cuando nació Ana, viviendo en la Corte como gobernador de las Infantas Doña María y Doña Juana. Este abuelo falleció cuando Ana tenía cinco años por lo que a Ana de Mendoza, la crió su madre. En la imagen siguiente, Juana de Austria, hermana de Felipe II.




UN MATRIMONIO CONCERTADO 

Ya hemos hablado del carácter peculiar de la Princesa de Éboli en su juventud, que con el tiempo, se fue haciendo más peculiar si cabe, y desde luego, poco o muy poco frecuente en las mujeres de aquella época…y lo que más llama la atención, es que ese mismo carácter, lo mostrara sin tapujos de forma pública y reivindicativa además, y si se me permite, posiblemente se le podría tachar de temeraria, con la salvedad del tiempo que duró su matrimonio, ya que, como veremos más adelante, tuvo que endurecer un carácter ya de por sí rebelde y una personalidad adelantada a su tiempo, para hacerse cargo de sus hijos y de su hacienda para asegurar el porvenir al enviudar, e incluso resolvió tomar partido en contra de los intereses de Felipe II, y esta última circunstancia, a toda seguridad, fue la que realmente marcaría su desdicha.

Ya conocemos que por la época en que le tocó vivir a nuestra dama, había por costumbre concertar matrimonios a edades cada vez más tempranas, o incluso casarlos demasiado pronto sin ningún tipo de consideración ni miramiento, con el único objetivo de asegurar los bienes de sus casas y los intereses que mejor les convenían a las familias en temas de blasones de armas y nobleza, a la vez que económicos y con interés claro de ganar posiciones en torno a una corte voraz, pero esto, no sólo ocurría en las clases más pudientes de la alta sociedad del momento, sino también en las menos elevadas, y con cada vez más frecuencia, lo que ocurría es que se actuaba con mayor diligencia a la hora de concertar matrimonios de conveniencia sin tener en cuenta ningún tipo de circunstancia personal, ni tal siquiera de edad, para evitar que otros se anticipasen, y de esta forma, se llegaba a muchos casos en que los contrayentes no tenían la edad necesaria para el matrimonio, y esto mismo es lo que le ocurrió a nuestra dama, Ana de Mendoza, una niña por entonces pero muy codiciada por su posición social, proveniente de las familias más influyentes de España, y por aquel tiempo, destacaba en la Corte real un personaje que fue durante toda su vida muy apreciado por el rey Felipe II, tanto es así, que no hay recuerdo alguno de que hubiera existido en la historia, ningún valido o privado que hubiera dejado tan gratos recuerdos, es más, precisamente lo contrario ha sido lo que más ha abundado a la sazón alrededor de aquellos monarcas que han regido los destinos de España…su nombre, Ruy Gómez de Silva.




Este Caballero, Ruy Gómez de Silva, aunque su tronco familiar procedía de Galicia, se trasladaron a Portugal sobre el siglo XI, una vez constituido el reino, y nacido en 1516, era el segundo de los hijos de una noble familia perteneciente a la aristocracia menor portuguesa, de Francisco de Silva y de doña María de Noroña, señores de Ulme y la Chamusca, aunque no es menos cierto que poseían escasos bienes. Vino a España siendo un niño, con apenas 10 años, en compañía de su abuelo materno Ruy Tellez de Meneses, mayordomo mayor de la infanta doña Isabel, quien sería después la madre de Felipe II, formando parte de la servidumbre de ésta, y el pequeño Ruy, fue destinado para asistir al servicio del Príncipe Felipe desde su infancia. En la imagen, Isabel de Portugal, esposa de Carlos V y madre de Felipe II.




Posteriormente, cuando ya el todavía Príncipe Felipe tuvo que organizar su casa y servicio, nombró a Ruy Gómez de Silva como uno de sus cortesanos de servicio, es más, era Ruy Gómez la primera y la última persona con quien su amo hablaba cada día; usualmente dormía en la cámara de Felipe II si no estaba viajando fuera del país en comisiones personales del Príncipe, las más veces llevando mensajes del hijo al Emperador, a quien aventajaba en diez años de diferencia, y poco después, cuando ya accedió al trono como Felipe II, su consejero de Estado y contador mayor de Castilla , concediéndole en el trascurso del reinado otras mercedes y distinciones, y principalmente el título de Príncipe de Éboli y la grandeza de España con la denominación de Duque de Estremera y de Pastrana…con lo cual, el rey caviló la idea de ofrecer un casamiento a su ilustre amigo y consejero con alguna de las familias más ilustres de Castilla, y concertó de primeras un casamiento con una cierta dama, que no prosperó por razones que no vienen al caso, con lo cual, se hizo necesaria una segunda elección. 

Doña Ana de Mendoza no se hallaba todavía en edad de casarse, ya que sólo tenía doce años, pero se presentó como uno de los mejores partidos de su tiempo, y se juzgó oportuno por parte del rey que se solicitara su mano en la persona de Don Juan Baltasar de Silva, quien fuera Conde de Cifuentes y hermano de la madre de nuestra dama protagonista, antes de que fuera ésta comprometida en otro enlace, y como ya hemos podido comprobar en párrafos anteriores, se prescindió de la edad de Ana de Mendoza. Aquí se dio una circunstancia muy favorecedora al respecto de los fines, y es que el propio abuelo materno de doña Ana, había ocupado el cargo de Mayordomo real de la madre del rey, tras el fallecimiento del abuelo de Ruy Gómez de Silva, y su propio hijo, don Juan de Silva de quien hemos hablado y a quien se le había encargado para efectuar la proposición, era a su vez cortesano de la cámara de Felipe II al mismo tiempo que Ruy Gómez de Silva, y pese a la coincidencia del apellido, no eran parientes, pero también resultó que eran amigos y compañeros desde la infancia, con lo que los Condes de Mélito, padres de Ana de Mendoza, aceptaron gustosos, y la boda quedó concertada para finales de 1552 o principios de 1553, y fue el propio Rey Felipe II quien acompañara a Ruy al domicilio de Diego Hurtado de Mendoza, que por aquel entonces vivía en Alcalá de Henares, para firmar las capitulaciones de boda, aunque en realidad la consumación matrimonial no se hizo hasta 1557.

También existe una doble versión al respecto, y es que Los Mendoza, clan extenso, ansioso de poder, planearon asegurar como su aliado político al favorito del futuro Rey, cuya influencia sobre su amo era prácticamente sin límite, y puesto que este partido se estimaba el mejor, con mucho, por Ruy Gómez, Felipe II se lo permitió como privilegio especial…después de haber indagado sobre ambas versiones, modestamente, pensamos que casi con total seguridad, esta última es la más cercana a la realidad. Una niña solitaria y consentida, no podemos medir bien hasta qué grado o desagrado de felicidad, mantenía viva la idea de los trovadores de antaño viajando por las villas cantando al amor cortés, el amor trabajado diría, aquel que día a día arranca un suspiro en el corazón de una dama, y la mantiene ensoñando hasta que de nuevo amanezca el astro de luz…miraba a su casa y pensaba que enamorarse quizás, resultara más fácil que mantener el amor, y que aquel amor de trova no era más que un mito antiguo y muerto en los cuentos de luna, un amor romántico que trata a duras penas de alargar el presente, mientras que el concertado mantenía la ventaja de asegurar el futuro de un mañana mejor. 

Fue justamente a partir de ese momento, el de la firma de las capitulaciones de boda, cuando Ruy se preocupó por conseguirle a su suegro algunos cargos de mérito en la Corte, aunque realmente, a decir verdad, no los mereciera, como ya hemos visto e iremos viendo…ya en 1555, fue nombrado Virrey de Aragón, de donde tuvo que regresar de forma precipitado por quebrantar los fueros existentes en aquel momento al enfrentarse a los aragoneses y requerir demasiado celo en las prerrogativas reales, debido a su carácter intransigente y poco moderado, además de muy mal negociador. Es en esta época donde sucede la grave infidelidad de Diego que antes hemos comentado, en su estancia en la corte de la regente Juana de Austria en Valladolid, en 1557, donde de nuevo Diego fue infiel a su esposa por lo que el matrimonio tuvo abundantes discusiones y una separación de hecho, marchando Diego a Pastrana (con su amante) y quedando Ana y su madre en Simancas. En un nuevo intento por alejarle, Ruy logró que fuera nombrado miembro y Presidente del Consejo de Italia en 1558, siendo llamado para ello a Flandes, dónde estaba el rey. Evidentemente, la mala relación conyugal influyó en la educación de Ana, la única hija del matrimonio, quien tomaría partido por su madre frente a su padre…como vemos, su juventud y su infancia fueron realmente turbulentas en cuanto a su ambiente familiar, y nada se le puede reprochar al que fuera su esposo, Ruy Gómez, ya que intentó todo lo posible por evitarle todo sufrimiento en este sentido.

Fue precisamente durante este tiempo cuando se le atribuye la pérdida en su rostro de la visión de uno de sus ojos, que sería su característica física principal, y se la conoce con uno de sus ojos tapado con un parche, lo cual, no tapaba para nada su belleza…hay diferentes versiones, pero no ceñiremos a la más aceptada, y es que en un lance de esgrima tuvo un accidente fatal que la marcaría de esta manera en su ojo derecho, aunque se habla de otras circunstancias, una caída, una mala estocada jugando a esgrima o un defecto en el ojo, lo cierto es que nunca se supo con seguridad la razón por la que Ana ocultó siempre en público esta parte de su cara. Algo que por otro lado parece ser que no le importó pues lució su defecto con dignidad e incluso dejó inmortalizarse con él.



Volviendo nuevamente al asunto de su matrimonio previo a la consumación posterior, no consistió más que de forma verbal, y se estipuló la consumación matrimonial debería esperar, al menos, dos años más…por aquella época de la que hablamos, las niñas novias o casaderas, como lo era el caso de Ana de Mendoza, era costumbre muy utilizada que fueran a vivir con los padres del esposo con la intención de recibir la educación necesaria respecto del matrimonio, y la guarda obligatoria, pero en el caso de nuestra dama, el orgullo por posición familiar no consintió que su hija marchara a Portugal a una casa notoriamente más modesta, como lo era la de los Gómez Silva, por lo que contrariando las costumbres, permaneció en casa de sus padres. Con respecto a Ruy Gómez de Silva, hay que decir que permaneció ausente de España durante unos cuatro años, ya que acompañó al rey Felipe a Inglaterra por la boda de éste con la Reina de Inglaterra María Tudor, una mujer, reina de Inglaterra, que a sus 37 años la reina centró toda su atención en buscar marido y procrear un heredero para evitar que accediera al trono la protestante Isabel (quien todavía era su sucesora según las condiciones del testamento de Enrique VIII). María I rechazó al pretendiente Eduardo Courtenay, conde de Devon, ya que tenía propósito de desposar al entonces príncipe Felipe de España, futuro Felipe II e hijo de su primo-hermano el emperador Carlos V. Se dice que tras haber visto el cuadro de cuerpo entero pintado por Tiziano (ahora expuesto en el Museo del Prado), María declaró haberse enamorado de él. En la imagen, Felipe II pintado por Tiziano.




Después de Inglaterra, acompañó a Felipe II a Flandes, y pasados los dos años estipulados, el contrato matrimonial se llevó a cabo en 1555 en Zaragoza, sin la presencia del esposo, y el padre de Ana, que por aquel entonces era Virrey de Aragón y Duque de Francavila, le cedió todos los derechos a los esposos y a sus descendientes sobre el Reino de Nápoles y los títulos de Condes de Mélito, aunque este último título también se lo había procurado Ruy Gómez de Silva, en un intento por apartar a Ana y a su madre, del mujeriego y problemático padre. Felipe II envió a Ruy Gómez a entrevistarse con Carlos V en Yuste, lo que aprovechó para visitar a Ana, consumar el matrimonio (hacia 1557 o 58) y engendrar el primer hijo de ambos (Diego, que murió en la primera infancia). Embarazada, Ana y su madre se refugiaron en la fortaleza de Simancas, dónde no hacía más que padecer y llorar por la separación de sus padres…ni que decir tiene las razones de su carácter despótico cuando más tarde, enviudó nuestra dama, y un factor a favor de esta circunstancia es, sin duda, el hecho de que su propio padre no la quería, como podremos ver y hemos visto, y un sentimiento profundo de amor y odio a la vez por su padre, le amargaban la existencia, por lo que pronto le mostraría su total y absoluto desprecio.

Sentada medio a oscuras en un rincón de su habitación, el silencio se rompía con profundos suspiros de zozobra desesperada pues, la esperanza había muerto en brazos de la lujuria más sucia, y de la traición más lóbrega y siniestra que pudiera acontecer. Desdichada, se rogaba y perjuraba a sí misma no copiar posturas en su matrimonio que hicieran revivir la terrible angustia de la que era presa, y con total dulzura, acariciaba una y otra vez su vientre preñado, intentando hacer fuerza y sacar la entereza posible que la llevara a conocer, por vez primera en su vida, la verdadera felicidad.

Mil preguntas sin respuesta se quedaban latentes en el aire, al tiempo que escribía una secreta misiva en su corazón, rogando que transcurriera raudo el tiempo que la separaba de la dicha de volver a respirar la serenidad de la paz… unas lágrimas resbalaban frías por su rostro, provenientes de un alma atormentada, y al palparlas con su mano para secarlas con su pañuelo blanco bordado, se percataba de su carencia, y que brotaban de un único ojo, disponiéndose a entregarlo y permanecer ciega de por vida, si esta situación, le propiciaba la fortuna de despertar de un mal sueño…a lo lejos, en la calle, se escuchaba lejano el murmullo de risas de algunos zagales que ajenos a las penas y a la paciencia de sus mayores, alborotaban la melancolía de un otoño, lanzando riscos a los chopos dorados para ahuyentar a la bandada de pájaros postreros de la migración…esto la sacó de golpe de su ensimismamiento y su aflicción, y se recordó a sí misma en voz alta quién era, y repetía su nombre, Ana Mendoza de la Cierva y Silva, descendiente directa de la Casa de Mendoza, cuya grandeza habían visto los siglos pasar sin sigilo, para pisotear la adversidad de la vida, y que en tantas batallas y guerras habían enarbolado con orgullo el pendón de la dignidad con la mano izquierda, y con la diestra, empuñado una espada ensangrentada por defender la honra de su propia estirpe…puesta de repente en pie, se dispuso a caminar encontrándose de frente en su camino con un marco de madera adornado, que mantenía la imagen y la mirada al frente de su abuelo, y recordaba la estirpe de la que venía, la Guerra de Granada, la campaña de Italia a las órdenes directas del Gran Capitán, la heroica toma de Mélito…puso enhiesta su todavía moldeada figura que la incipiente preñez le permitía, apartó la silla de un manotazo al tiempo que inflamaba su orgullo, y bajó todo lo rauda que pudo las escaleras del infierno en que había postrado sus penas, con la humedad del pañuelo en su mano, para salir al solar y soplarle de un manotazo los mocos al primero de los mozos con que se encontrara, por haberla osado despertar del letargo más profundo en los pensamientos de su intimidad…después de todo, Ana de Mendoza sólo había una.




Durante este primer embarazo, Ana creyó estar enferma, o posiblemente lo estuviera, y para darnos cuenta de la realidad de la situación, también hay que decir que las relaciones con su madre tampoco eran todo lo halagüeñas que se pudiera desear, es más, pasados los años, negaría la palabra también a su madre, al igual que lo había hecho ya con su padre, y Ana ya es sabido que tenía un temperamento brusco y fogoso muy temido por su madre, la cual era una persona dominante a su vez y de quien la hija no se permitía fiar, y esta circunstancia iba a tener unas adversas consecuencias en el futuro cuando dejara de hablar a ambos progenitores ya que doña Catalina, su madre, moriría con un dolor y una amargura profunda debido al sufrimiento por esa situación…sirva esto para comprender en cierta manera su estado de ánimo, teniendo en cuenta que en aquellos tiempos el porcentaje de mujeres que morían en el parto era muy grande, sobre todo al primer parto, y se consideraban vulgarmente “escapadas”, es por eso que las primerizas eran tratadas de forma muy especial y con mucho cuidado por todo el mundo, incluyendo a las personas con poca delicadeza. Pero Ana se encontraba sufriendo la presión persecutoria de su padre, estaba siendo mal confortada y humillada incluso por su madre, lejos de su marido con quien tenía puestas todas las esperanzas para salir del trance personal en el que se encontraba, y al que no volvería a ver hasta dentro de años o quizá, como ella misma escribiría, nunca, así que se enclaustró dentro de su habitación en cama, quejándose constantemente de de dolores, bien en el estómago, bien en el pecho, pese a hallarse todavía a meses de la fecha del parto.

El padre de Ana de Mendoza, la culpó directamente de lo que acontecía, e incluso echó en cara a Ruy Gómez que mediara entre el matrimonio para intentar salvar la situación, y tampoco es menos cierto que Ana hubiera podido intrigar o hacer tomar partido en su favor a la Princesa Regente, la hermana del Rey, Juana, para que su madre de Ana de Mendoza pudiera ponerse en situación de hacer frente a su esposo y desafiarlo abiertamente, poniendo así encima de la mesa una situación complicada, ya que los ministros de la Corte presionaban a la madre de Ana para que obedeciera a su infiel marido, y en este caso, doña Juana, de carácter espontáneo, muy generosa y apasionada y de una personalidad y entereza firme ante las adversidades y circunstancias, personalidad muy diferente a la de su propio hermano el Rey, tomó partido por Ana y por su madre.

Ya en 1558, estando viviendo todavía en Simancas, Doña Ana de Mendoza dio a luz a su primer hijo, y no vería a su marido hasta dieciséis meses después, concretamente en agosto de 1559, tras una larga separación. En la imagen, vista antigua de la fortaleza de Simancas y su entrono, en la provincia de Valladolid.





Hay que aclarar que tanto Ana como su madre, vivían en esta fortaleza, debido al temor a que su padre, tomara alguna represalia en su contra.

Desde su reencuentro con su marido, podemos decir que vivió plenamente feliz durante los catorce años siguientes, concretamente hasta la muerte de Ruy Gómez en julio de 1573, y llegados a este punto del relato en el artículo, nos proponemos desmitificar un mito falso, que tristemente ha sido mal interpretado, y lo consideramos así, después de haber leído de forma detenida varios argumentos en uno y otro sentido…

DEL AMOR A LA VIUDEDAD, PASANDO POR UN MITO MAL INTERPRETADO.

En mucha de la literatura que he podido leer sobre esta dama, se interpreta que fue amante de Felipe II, y es que en este sentido, considero al igual que lo hacen autores de relevancia reconocida, que no se han tenido en cuenta algunos factores, y otros, se han mal interpretado. 

Ruy Gómez fue a visitar a Carlos V a su retiro, con la finalidad encomendada de abrir una serie de negociaciones por falta de recursos económicos para a pedir su ayuda para sacar de España cantidades de dinero para la guerra de Flandes, y por mediación del Emperador, consiguió arrancar a cerca de sesenta ricos hombres castellanos dos millones de ducados de oro.

Al mismo tiempo, aparte de otra visita al Emperador, contrató una armada de 2.500 infantes. Acabó todos estos negocios en tres o cuatro meses, cruzando Castilla varias veces y partiendo por último de Valladolid el 30 de julio. Además de esto, ya hemos hablado antes de que fue representante personal del rey, Jefe de Hacienda, y miembro de varios de sus Consejos de Gobierno, y que era la primera y la última persona con quien el rey hablaba cada día, y que incluso de manera usual, dormía en la misma Cámara de Felipe II si no se encontraba fuera del país en comisiones personales cuando era Príncipe o llevando mensajes del hijo del Emperador…era su hombre de confianza, dotado de un entendimiento superior para las cosas, prudente y discreto, tenía todas las buenas dotes de un gran Primer Ministro, y el mismo rey, cuando accedió al trono de su padre, le siguió dando toda la confianza posible y merecida, y no es menester nombrar aquí todas las encomiendas del rey, pero sí vamos a dar unos pocos ejemplos, y es que fue uno de los plenipotenciarios que negociaron la paz de Cateau- Cambresis, que fue el tratado de mayor importancia de la Europa del siglo XVI, que dio lugar al inició de la supremacía española firmado entre los reyes Felipe II de España, Enrique II de Francia e Isabel I de Inglaterra, y de ahí, pasó á París á fin de entregar a doña Isabel de Valois las joyas y regalos del Rey por su concertado casamiento consolidado en la mencionada Paz de Cateau Cambresis, una pretendiente que él mismo había recomendado, y en reconocimiento a su servicio, el Rey lo nombró como Príncipe de Éboli, título por el que sería conocido en la historia. La firma del Tratado tuvo lugar los 2 y 3 de abril de 1559. Después de cuarenta años de luchas, conflictos y batallas entre los Valois y los Hasburgos. En la imagen, representación de la Paz de Cateau Cambresis.




Inmediatamente después, el nuevo Príncipe tuvo que hacer un viaje de emergencia a París, llevando consigo al doctor Andreas Vesalius, médico de la Corte de Carlos V, en la espera de salvar la vida de! Rey francés, el nuevo suegro de Don Felipe, herido fatalmente en un torneo, pero al llegar Ruy a París, el 11 de Julio, Enrique II había fallecido y Francisco II estaba ya en el trono. Durante varias audiencias, Ruy Gómez ofreció el pésame de su amo y el suyo a la Reina viuda, Catalina de Médicis, quien siempre le consideró su mejor aliado en su afán por salvaguardar la paz entre los dos países…incluso el propio rey le encomendó como Jefe del cuarto del Príncipe Carlos, un joven de mala condición, perturbado por el odio que le tenía a su propio padre, y en consecuencia, de una personalidad sádica, y teniendo en cuenta toda la repugnancia que le tenía a todo aquello que procedía de su padre, Felipe II, acabó por apreciar en gran medida al hombre de confianza, Ruy Gómez…es más, hay un triste episodio que me permito contar aquí, y que hace referencia a un lamentable recuerdo que acompañaría a Felipe II hasta el mismo día de su muerte, y fueron los sucesos de la noche del 18 de enero de 1568… En la imagen, Isabel de Valois.




La noche oscura, no permite ver más allá de lo que alcanza apenas la mano extendida de un hombre. El rey más poderoso del mundo, el que en su reinado no osa postrarse tal siquiera el sol, se viste con su armadura de gala para engalanar, precisamente, el momento más triste de su vida, no de su vida de rey, si no de padre, y es el dolor de padre quien, hasta el mismo instante final de su muerte, acabaría rogando que llegara pronta para no recordar más el dolor que su corazón persistía en alumbrar...acompañan a Su Majestad un nutrido grupo de hombres armados y cortesanos cabizbajos y prudentes, con el único sonido de unas pisadas y el latir del corazón del Rey, por los serios pasillos de Alcázar de Madrid, cuyas paredes se lamentan en silencio al paso de la comitiva real. No hay antorchas, ni velas, ni luz que alumbre el apagado sentimiento de un hombre que reina en el mundo, pero incapaz de reinar donde más quisiera en estos momentos lúgubres de mal sueño...entran en el aposento del Príncipe Carlos, el hijo del Rey, su único heredero, un niño consentido por la malcrianza de sus tías en ausencia de su madre, retorcido, cruel hasta la saciedad, sádico más allá de la crueldad y perturbado, enfermo de inquina animadversión que le corroe el alma insaciable de odio mortal, que despierta alterado ante el sofoco del gentío y la alarma de los rostros que miran sin querer mirar. 

Se incorpora con imperturbabilidad en su lecho, y con la insolencia en la mirada, pregunta saboreando con paciencia cada palabra, cada pausa…¿qué quiere vuestra Majestad?, ¿quiéreme matar o prender?...el rey, cabizbajo y serio, no pestañea, y con calma, contesta, “ni lo uno, ni lo otro, hijo mío” casi instantáneamente y sin apartar la mirada del padre, el Príncipe se lleva la mano a la pistola cargada con pólvora guardada siempre en la cabecera de su cama, como si esperara en el tiempo el momento para descargar el fuego mortal que apagara su angustia, y la rapidez de Ruy Gómez sujetando el brazo asesino del mal nacido de los hijos, paralizaron la escena convertida ya en un drama, para que no pasara a tragedia...Don Carlos, ¡Por Dios!, templad vuestra angustia, sosegad vuestra alma Señor…las palabras salieron ahogadas del alma del valido real, que no hubiera dudado un instante en interponer su cuerpo ante el abrasador metal en busca de carne y de muerte, al tiempo que tres hombres armados se abalanzaron a la vez hacia el intencionado parricida, para prenderlo y arrestarlo, sin que nadie apretara gatillo.

Allí, en presencia de todos, un Gentilhombre de voz chillona y nerviosa, acusaba al Príncipe heredero de un Imperio sin noche, el mismo ante quien con una sola genuflexión, seis reinos se postraban a sus plantas, de conspirar contra la vida de su padre, y del reino. La comitiva, salía después de que se llevaran al Príncipe, a quien sacaron medio desnudo, dando alaridos que salían ininteligibles y oscuros de una boca deformada y espumosa por la fiebre de cólera, desgreñado y retorciendo su cuerpo como si quisiera desprenderse de todos sus miembros a la vez, y Ruy Gómez de Silva permanecía en un margen apagado de luz del habitáculo, observando la mirada cabizbaja y pensativa del rey, que rememoraba cuando unos días antes, uno de sus mejores amigos, Don Juan de Austria, el hermano querido y bastardo a la vez, aquel que más allá del tiempo resultara ser el héroe de Lepanto, se había visto obligado a ejercer su lealtad, y desvelar los planes de su sobrino al percatarse de la gravedad de su locura…el acompañamiento al cautiverio del Príncipe, le fue encomendado a Ruy Gómez, quien se ganó la confianza del perturbado heredero, aunque lejos de apaciguar el cautiverio su alma, lo que hizo fue empeorarla, y su salud, a la par que su triste demencia, ya que se negó a recibir el alimento necesario para vivir, calmaba sus fiebres revolcándose en su propio lecho con nieve y bebiendo agua helada en el colmo de su demencia, acabando así por consumir su quebradiza salud, que lo llevó finalmente a la muerte seis meses después…La razón del odio, aparte de la manifiesta locura del joven príncipe, pudiera ser Isabel de Valois… El primer pretendiente de Isabel fue Eduardo VI de Inglaterra, pero falleció en 1553. Su sustituto fue el Príncipe Carlos, pero al quedar viudo por segunda vez su padre, Felipe II de España, los planes se modificaron y Felipe se convirtió en el esposo de la joven Isabel.

La propaganda holandesa alimentaría su Leyenda Negra después, acusando al Rey de ordenar el asesinato del hijo, y daba voces en papeles manchados en tinta de quimera, con el sucio argumento de que el deseo del Príncipe, era solo acabar con la tiranía de su padre en los Países Bajos…un guiso perfecto para dar condimento para que, tiempos más tarde, Guisseppe Verdi recogiera los frutos del manjar de la oscura Leyenda, y compusiera una famosa ópera titulada “Don Carlo”, o el mismo Friedrich Schiller argumentara su dramático poema con el nombre de Don Carlos…¿acabaría un rey, dueño y señor de dos mundos, traicionando de alguna manera su propia confianza apuñalando con perfidia en lo más profundo del corazón a su más fiel compañía?...mala consejera es la Leyenda Negra. En la imagen, Carlos de Austria, hijo de Felipe II. 




Luego también, se da por supuesto una predilección del rey por Ana de Mendoza, y lo que resulta más grave, que Ruy Gómez había consentido el enlace de su boda para asegurar el favor del Rey…desde luego, a veces hablar por hablar, resulta además de barato, gratificante, y más pena que gloria dan aquellos pseudo-historiadores o novelistas de tres al cuarto, que sustentan cualquier barbaridad en el aire de su propia imaginación. Vamos a ver, bastaría recordar que cuando se concertó la boda de Doña Ana de Mendoza con el principal gentilhombre de la Corte del Rey, Ruy Gómez, y fuera aparte de que es casi con total seguridad la primera vez que la veía, y además, ni siquiera residía en Madrid, donde estaba ubicada la Corte, pero también es menester recordar que Ana sólo tenía doce años y Felipe II veintiséis…¿Hasta ese punto se podía llegar a demostrar el grado de corrupción?, permítanme que lo ponga en duda, pero es que además de esto, hay otro dato concreto, y es que tan ajeno debió de quedar de preocuparse de ella, que de allí á poco se ausentó de España para no regresar en mucho tiempo…recordemos su viaje a Inglaterra, su boda con María Tudor, y su viaje a Flandes…En la imagen, María Tudor.




Hay algunos otros datos que la fantasía de la literatura pseudo-histórica olvida sin ningún tipo de rubor, y es que durante su matrimonio, al menos, no hay ningún tipo de sospecha que avale ni confirme que tuvo relaciones extramatrimoniales con nadie…y menos con el Rey. Catalina de Médicis, madre de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II en aquella época, era informada muy a menudo por contactos directos con más de una de las Damas de Honor, francesa también por cierto, de la Reina, sobre los más pequeños detalles de su vida doméstica en la Corte, e incluso de su vida privada, y no se desprende absolutamente nada cuestionable que pueda hacer alguna alusión al respecto de infidelidad matrimonial del rey con nadie, es más, se observa en su lectura que la reina tenía mucha intimidad con la Princesa de Éboli, y la asociaba a sus fiestas y representaciones públicas, e incluso salía a pasear a caballo con ella, además de invitarla a comer cuando la ausencia del rey permitía salirse del protocolo, y todo ello porque ambas damas, tenían más o menos la misma edad…y mantenían una gran amistad. Si la joven reina hubiera tal siquiera sospechado la menor duda al respecto, no habría dejado de advertirlo en ningún caso, ni siquiera es admisible dar valor a la libre imaginación para pensarlo…ya hemos comentado la inestimable confianza que tenía la reina madre de Francia, Catalina de Médicis, con Ruy Gómez, argumento que se demuestra cuando saltara en su momento el rumor de que fuera el Príncipe Carlos el que viajara a los Países Bajos en nombre de su padre, acompañado de Ruy Gómez, y entonces, alarmada, la reina madre envió al embajador francés en España Jean Ebrard, señor de Saint Sulpice, a suplicar a su hija que ejercitase su mejor influencia en su esposo, Felipe II, para retener a Ruy Gómez a su lado, enviando en vez de éste al Duque de Alba con el Príncipe fuera del país. La vieja Reina no toleraba la idea de que posiblemente faltara la influencia moderadora de Ruy Gómez sobre el rey español.

Luego, existe además otra razón de peso, y podemos acogernos a la vida y obras de Santa Teresa de Jesús, con quien por cierto, no mantenía muy buenas relaciones con nuestra dama, ya que quiso Doña Ana establecer un convento de religiosas carmelitas en Pastrana, y los príncipes de Éboli le solicitaron a la religiosa Teresa de Jesús, por entonces Teresa de Ávila, que formalizara no ya sólo la acometida de un convento de monjas, sino además, otro de frailes, para lo cual, Teresa de Jesús pasó unos meses hospedada en la Villa, donde surgieron algunos problemas con la Princesa de Éboli, ya que ésta pretendía ordenar todos los detalles del convento donde quería aparentar toda la grandeza de los Mendoza, y esto iba contra los principios de Santa Teresa, que defendía ante todo la pobreza de sus fundaciones…fueron unos días en los que se discutía acaloradamente en los salones del Palacio-Residencia de los Príncipes de Éboli, entre nuestra dama y la Religiosa, debido al fuerte carácter de ambas, incluso Santa Teresa amenazó con regresar a Madrid, sin llevar a cabo el proyecto, pero la mediación de Ruy Gómez, hizo las aguas volvieran a su cauce, y que la Princesa de Éboli reconsiderara sus pretensiones de grandeza en lo que al convento Carmelita se refiere…en este sentido, cabe decir que conociendo el carácter y la firmeza de la Santa, en ningún caso habría prolongado su estancia en Pastrana ni se habría ofrecido a participar en la creación del Convento, si de alguna manera hubiera albergado la más mínima sospecha de que la Princesa hubiera sido pretendida por el Rey Felipe II, o fuera su favorita, además de que durante su matrimonio, llegara a criar diez hijos…y viviera la época más dócil y feliz de toda su vida, hasta que ya en 1573, sobreviniera la muerte de su esposo Ruy Gómez de Silva, y con ella, el inicio de todas sus desgracias…En la imagen, Teresa de Ávila, por Rubens.




Existen una serie de documentos que avalan la certeza de que Ana de Mendoza no tuvo ninguna relación extramatrimonial mientras estuvo casada con su esposo, y que no han sido tenidos en cuenta por quienes se han dedicado a escribir biografías basadas en inciertos datos de la habladuría costumbrista, unos documentos basados en una correspondencia epistolar relativa a Ruy Gómez de Silva, en una colección de documentos inéditos para “La Historia de España (CODOIN), provenientes del Archivo de Simancas, y perdidas entre documentos del siglo XVII y XVIII, concretamente se trata de unas cartas fechadas del 13 de Septiembre 1557 a Febrero 1558, conservadas en el Archivo de Simancas, Consejo de Hacienda, legajos 30, 32, y 34; y Patronato Real; legajo único, y que anotamos en la Bibliografía al final del artículo. 

Existe además, una correspondencia relativa a Juan de Escobedo, entonces secretario de la familia de Ana de Mendoza, y quien veinte años después, siendo secretario de Don Juan de Austria, Escobedo caería víctima de la famosa intriga, de la que hablaremos después, tramada por Antonio Pérez , caso tras del cual comenzarían las futuras desgracias de Doña Ana de Mendoza, nuestra Princesa de Éboli, y de sus cartas de entonces puede verse que este hombre de confianza de Ana y de su madre sabía demasiado y hablaba también demasiado y de forma indiscreta sobre los que fueran sus amos de entonces. En la imagen, Juan de Escobedo, secretario de don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, y antiguo secretario de la familia de Ana de Mendoza.



Otro de los argumentos que dan por hecho las relaciones extramatrimoniales de Felipe II con Ana de Mendoza, resulta también insostenible para todo aquel que pretenda un verdadero estudio de la cuestión y no se conforme con pasar a confirmar datos y hechos sin detenerse a justificar su autenticidad…nos referimos en este caso a un mal entendido acontecimiento que la nobleza española, conocedora de la influencia de Ruy Gómez sobre Felipe II y su amistad, odiaba y supuraba envidia por el portugués por ser valido del Rey, y por ser además, el preferido por la diplomacia extranjera, conocedora del sentimiento de amistad del rey Felipe II hacia Ruy Gómez, le preferían a todos los demás consejeros, por lo que las habladurías en contra de la de Éboli eran, además de crueles, mal fundadas, por lo menos en este aspecto… pero el episodio en concreto trata de un regalo en forma de un anillo precioso que la madre de Isabel de Valois, la esposa de Felipe II, enviara a la Princesa de Éboli, lo cual se vio como una especie de señal delatora de que la Reina Madre creía a Ana de Mendoza amante del rey, dado que ella misma debía repartir los favores de su difunto marido Enrique II con la Duquesa de Valentenois, Diana de Poitiers, eso es lo que dicen las malas lenguas, pero sabido es que tras la muerte de Enrique II su amante fue obligada a devolver todas las joyas de la corona con las que el rey le había obsequiado…pero vueltos de nuevo al anillo en cuestión, no se ha tenido en cuenta un detalle no menos importante, y es que Catalina de Médicis, la suegra de Felipe II, envió regalos semejantes a la propia Duquesa de Alba y a la Condesa de Ureña, unas damas españolas que acompañaban a su hija reina, y las cuales ya tenían una cierta edad y posición social, y de cuyo trato y amabilidad dependían seguro la felicidad y el bienestar de la joven reina.

Muchos son los argumentos en contra de la idea de la infidelidad de Ana de Mendoza con Felipe II, ni antes, ni tal siquiera después de la muerte de su esposo Ruy Gómez de Silva…otra sería la cuestión de una posibilidad de relación tras su fallecimiento, con Antonio Pérez, aunque me permito asegurar que desde luego, no hubo ninguna relación de carácter sexual…pero de este individuo y la continuación de nuestra historia, hablaremos después.

EL ORIGEN DE LA DECADENCIA Y LA RAZÓN DE LA DESGRACIA

En 1573, el Príncipe de Éboli falleció de forma súbita y repentina, en una Corte en la que Ana no era absolutamente querida, puesto que sentían por ella una creciente antipatía debido a su carácter, y a sus intenciones políticas, que veremos seguidamente…lo que acaeció tras la muerte de su esposo, quisiera resguardarlo un poco más, para antes, recordar que en aquella época, había dos facciones claramente diferenciadas, conocidas como Albistas, partidarios de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba y los Ebolistas, bajo la enorme influencia de Ruy Gómez de Silva en la Corte española, tal era su influencia, que le llamaban “Rey Gómez”. Tras la muerte de este último, esposo de la Princesa de Éboli, el partido Ebolista siguió encabezado por Antonio Pérez, secretario del rey, aunque su caída fue inminente. Ambos partidos constituían facciones rivales en la corte del rey Felipe II, enfrentadas por cuestiones como la sublevación de los Países Bajos en la que Ruy prefería solucionar por la vía del compromiso, proponiendo un sistema particularista o pactista o pacifista, menos centralista, similar al del Reino de Aragón, mientras que Alba confiaba más en la fuerza y la represión…pero, cabría otra cuestión, tras la muerte de Ruy Gómez, ¿cuál fue el verdadero papel de la Princesa de Éboli en el partido que lideraba Antonio Pérez?...¿realmente se sirvió Antonio Pérez de Ana Mendoza, o, conociendo la personalidad de nuestra dama, fue la Princesa de Éboli quien se sirviera del Secretario del Rey?...



Hay un dato muy curioso al respecto, y es que el rey, como es sabido, encargó al Príncipe de Éboli la tarea de Gobernador de la Casa del Príncipe Carlos, heredero de la Corona, el cual ya se encontraba en un trance de locura muy avanzado, con lo que la tarea resultaba bastante desagradable, y una prueba de ello la tenemos acontecimiento que ya hemos referido antes, con lo cual, los Príncipes de Éboli tenían que residir en el Palacio, ya que doña Ana no quería separarse de su esposo bajo ningún concepto…la Reina Isabel, por aquel entonces, tuvo un parto muy malo, y una enfermedad que hizo temer por su vida, ya que era una mujer muy frágil y enfermiza…Ana asistía a la reina en aquel tiempo, durante el cual, todavía no había comenzado esa guerra interna entre las facciones nobiliarias que hemos comentado antes, y la antipatía que luego le tendrían, todavía no había dado comienzo…los Príncipes de Éboli residían en habitaciones contiguas a las del heredero Don Carlos, debajo del apartamento de la reina Isabel de Valois, pero no existe ningún dato que certifique que Ana, durante ese tiempo, se acercara al Rey Felipe II, ni el rey a ella…este tema es fruto de las murmuraciones y habladurías posteriores con motivo de la animadversión que había despertado por motivos que ya conocemos debido a los conflictos entre las dos facciones encontradas en la Corte, los Albistas, y los Ebolistas. 


En aquellos tiempos, tanto Ana como la reina Isabel, dieron a luz, y las tensiones políticas entre ebolistas y albistas creció de forma muy significativa, de tal manera que la reina, fue entonces asistida por la Duquesa de Alba, María Enríquez de Toledo y Guzmán o María Enríquez Álvarez de Toledo, y como ya es sabido, el temperamento susceptible de Ana y su incapacidad de controlarlo cuando se le contrariaba le llevaba a sentirse en un estado de molestia y enfado de forma casi constante ante la presencia de la Duquesa de Alba, que pese a ser una persona admirable en el trato y las formas, y de una dignidad y un equilibrio envidiables, también era muy orgullosa y altiva, con lo cual, la situación era casi insostenible…Los Príncipes de Éboli perdieron a su hija menor, y de repente, abandonaron las estancias del Palacio, y se fueron a vivir a una de las casas que les cediera de Antonio Pérez, la cuestión es ¿cuál fue la razón?...se podría argumentar que podría ser el temor de Ana a las condiciones del Palacio, o posiblemente, con más acierto, que fuera la propia Duquesa de Alba, por temor a un mal presagio ya que la reina se encontraba de nuevo embarazada, forzara la salida de los Príncipes de Éboli.




Retomando de nuevo el hilo del capítulo, diremos que tras la muerte de su marido, Ana cayó en un estado de abatimiento total y absoluto…tanto es así, que en el mismo día se decidió a abandonar todo lo que hasta ahora conocía y disfrutaba, y partió inmediatamente de la corte de Madrid hacia la Villa de Pastrana, donde ella y su esposo habían fundado el Convento de religiosas Carmelitas del que antes ya hemos hablado en su relación con Santa Teresa de Jesús, para ingresar como monja en el mismo, y llevar una vida de retiro…Era muy llamativo en la Corte y Villa de Madrid el observar el comportamiento de Ana de Mendoza, acostumbrada a un carácter soberbio y engreído, pero que su casamiento le había proporcionado una cierta estabilidad emocional y de sosiego, y el fallecimiento de su marido le había hecho hundirse en el pozo negro de la desventurada incertidumbre, a la que se sumó la desgracia de la muerte de la Princesas Doña Juana, la hermana del rey Felipe II, en cuya Corte de Valladolid estuvo hospedada junto a su madre, como recordaremos, tras la separación de sus padres y el oscuro asunto de infidelidad de su padre. Este hecho de la muerte de la Princesa Juana, acabó por romper todo vínculo con la Corte, puesto que era ya el único sustento de apoyo y amistad, una vez rota también la relación con su propia madre. Sus intentos por encontrar salida al porvenir de sus seis hijos que le sobrevivían en aquel momento, le habían conducido por una senda de maquinaciones e intrigas de todo orden, que todavía no habían dado el fruto esperado, con lo cual, su abatimiento era mayor si cabe, pero fuera de sosegar su espíritu, el encierro en el Convento de Pastrana lo que supuso fue acrecentar los impulsos subversivos de su comportamiento, acostumbrada como estaba a que todo el mundo le obedeciese, alejada de todo acercamiento a la humildad que el encierro religioso aconsejaba, y le llevó a una situación de complejidad extrema al tener un duro enfrentamiento con la misma priora del Convento, cuya paciencia iba minando día a día, ya que acostumbraba a recibir a los que fueran sus vasallos en el propio convento, y a abrir discusiones sobre negocios mundanos fuera de toda lógica de recogimiento, advirtiendo a la misma priora de que ella, Doña Ana de Mendoza, no estaba sujeta a ningún mandato imperativo que no fuera el de su esposo Ruy Gómez, ya difunto…con lo cual, le dejaba claras sus intenciones. En la imagen, Convento del Carmen, en Pastrana.



Sor Ana de la Madre de Dios, como así fue rebautizada en su nueva vida de Religiosa, al poco tiempo, apenas dos meses después de su ingreso en el convento, fue requerida por el Prior de la Orden para solicitarle que abandonara el convento y volviese a su mundanal vida, para la que estaba dedicada a vivir, respetando así las normas monacales mínimas exigidas para un correcto retiro religioso…pero ella se resistía, a así se lo manifestaba al propio rey, y éste, le ordenó dejar la vida religiosa, y dedicarse, según el testamento de Ruy Gómez, a atender los intereses de su hacienda y a sus hijos. Sabido es que su carácter y sus formas de manejar los asuntos de su vida, no ayudaban mucho a la hora de resolver el planteamiento de problemas de tipo pecuniario, y la toma de decisiones en su mayor parte era equivocada o contraria, prueba de ello la encontramos en su propiedad sobre el ducado de Pastrana convertido en una minúscula monarquía autoritaria, cargada de deudas y problemas administrativos sin resolver, bajo el áurea de una Princesa de Éboli altiva y demasiado orgullosa, que se veía ahora en la obligación de buscar nuevas salidas para refinanciar las deudas contraídas por su esposo Ruy Gómez anteriormente, y las que ella misma iba contrayendo para mantener sus posesiones y fomentar nuevas planificaciones de su interés y agrado, con un gran número de pleitos y querellas por cuestiones de la herencia, y un cúmulo incesante de gastos a los que era muy acostumbrada y resuelta en regalos de un valor muy elevado, por lo que se vio resuelta a vender algunas propiedades en Madrid, a la vez que fundaba y reconstruía un nuevo convento en Pastrana que sustituiría a aquel que la conocida Santa Teresa había disuelto sacando a las monjas durante la estancia de doña Ana de Mendoza.


Compraría títulos para sus hijos, como por ejemplo para su hijo mayor, y llevaría a un camino sin retorno hacia la quiebra a sus negocios y a una severa disminución de sus rentas, con unas relaciones financieras con su propio padre tan malas como las personales, y como muestra, contaremos que tras la muerte de su madre, regreso a un Madrid y a una Corte que no la quería, y que sentía por ella una antipatía total y absoluta, y acaecería un hecho muy revelador en las relaciones con su padre, que denotarían el estado de sus malas relaciones, un regreso a Madrid que acabará por complicar el resto de su existencia, ya que su estrecha relación con Antonio Pérez, amigo de su difunto marido desde hacía años, y Secretario del rey, y que la implicaría en el turbio episodio del que hablaremos enseguida, pero antes contaremos que su padre se casaría de forma precipitada con una joven con el único fin de engendrar un hijo varón que despojara a Ana de la herencia de la Casa de Mendoza, a así s consolidó, al poco tiempo, muriendo su padre, y dejando en estado de buena esperanza a su joven viuda Princesa de Mélito, hija que fuera del Duque de Segorbe, uno de los mejores amigos de Ruy Gómez, que demostraba así la mala idea de sus sentimientos y pretensiones hacia su propia hija, Ana de Mendoza y al que fuera su yerno al que tanto debía, Ruy Gómez…pero los acontecimientos se precipitarían de nuevo hacia una nueva disposición, ya que la viuda que había dejado su padre, había dado a luz, sí, pero dio a luz una niña, que por cierto nació muerta además, en uno de esos caprichos del destino cruel, o la sensata suerte del merecido, con la crueldad que ese propio destino despiadado de vidas y muertes, regala a placer de su propia insensibilidad…esta circunstancia, le dio un impulso a su vida, una vida que de repente invocaba un impulso de libertad hasta ahora desconocido para Ana, en el que se sentía plenamente de sus actos de los cuales, ya no tendría ni la presión benevolente y protectora de su esposo, ni la hostilidad de su padre, lo que acrecentaría su carácter egocéntrico y dominante sobre las personas que la rodeaban, y dio comienzo a una hostilidad y una antipatía más que notoria por parte de la Corte hacia su persona, pese a que ella, debido a su carácter, no supiera ver, y de esta forma, procurarse una moderación adecuada en sus actos para no engendrar enemistades que a posteriori le perjudicarían tanto, a la vez que mantener alejadas a determinadas amistades cuyas circunstancias le serían tan adversas como veremos después.


LA CONJURA DEL ESCORIAL

Paseamos por un renovado Madrid de los Austria, entre cuyas engalanadas balconadas y calles resalta una nombrada y conocida mansión como “La Casilla”, amueblada de forma exquisita y adornada con una valiosa galería de obras de arte que el gusto y el decoro pudiente ha permitido, donde en cuyo lugar, se dan cita a cualquier hora del día, o en ocasiones de la inquietante y sospechosa noche, cortesanos, nobles, eclesiásticos, diplomáticos, banqueros y algún que otro embozado cuya mirada oculta no distingue ni intención ni mucho menos tal siquiera condición…


Recordemos un momento en la historia de un año tal como lo fuera aquel de 1573, en el que una lucha entre el III duque de Alba y el de Éboli acaba inesperada y repentinamente con la vida de este último, y se hace también necesario recordar que Ruy era el caudillo del llamado partido "pacifista" en la corte frente al "belicista" acaudillado por el duque de Alba. La mayoría de los Mendozas eran afines al partido "ebolista" y contrarios al partido "albista". Curiosamente, el "pacifista" partido de Ruy era partidario de la guerra con Inglaterra que no deseaba el duque de Alba. Tras la muerte de Ruy su partido sería acaudillado por Antonio Pérez...un hombre algo más que oscuro en la historia de España, a quien el mismo Ruy Gómez de Silva había recomendado como Secretario de los asuntos de Flandes, entonces perteneciente a España, e Italia española, cuya denominación historiográfica pasa a designar al conjunto de territorios italianos dependientes de la Monarquía Hispánica del Antiguo Régimen , como lo fueron, en uno u otro momento, el Ducado de Milán, los Presidios de Toscana y los reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña.

¿Quién fue Antonio Pérez?...de forma oficial, Antonio Pérez del Hierro, como así se llamaba, era hijo de Gonzalo Pérez, Secretario de Carlos I y después de su hijo, Felipe II, quien fuera también un cultivado humanista español, propietario de una de las mejores bibliotecas de su tiempo, traductor de “La Odisea”, y quien se ordenó sacerdote en fechas anteriores a su paternidad supuesta, o no tan supuesta, y jamás quedó claro tampoco la identidad de la madre, pero se da por supuesto también que fue una doncella de nombre Juana Escobar…Este mismo Gonzalo Pérez ocultó su paternidad haciéndole pasar por su sobrino hasta 1567 en que la asumió de forma reconocidamente legal, lo cual dio pie a que se haya cuestionado su paternidad y ha dado pie a que se alimentara la sospecha de que fuera hijo de uno de los personajes más influyentes de la Corte, es decir, se ha llegado a argumentar que pudiera ser el resultado de una relación extramatrimonial del propio Príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva, el esposo como sabemos de Ana de Mendoza, es decir, nos referimos a que tuvo una relación con una mujer ya casada, puesto que tanto Antonio Pérez y la princesa de Éboli nacieron en el mismo año, con lo cual, se deduce que lógicamente su relación con otra mujer fuera antes de su matrimonio con nuestra dama, y Gonzalo Pérez se especula que asumiría su paternidad por lealtad al poderoso noble Ruy Gómez de Silva.

Antonio Pérez del Hierro, fue educado en las más prestigiosas universidades de su tiempo, tanto españolas como italianas, y estuvo siempre bajo la tutela y protección de la familia Mendoza, y a la muerte de Ruy Gómez de Silva, se convirtió en la mano derecha del rey Felipe II, hasta el punto de que llegó a estar por encima del propio Duque de Alba, Fernando Álvarez de Toledo, y Ana de Mendoza, sin dudarlo un instante, haciendo uso de su personalidad intrigante, buscó una asociación de intereses con Antonio Pérez, el cual, había concentrado un gran poder y popularidad en la Corte debido a la protección de Ruy Gómez, y heredaría como hemos podido ver, la dirección del ideal Ebolista y además, la lealtad interesada de la esposa del que fuera su protector…Se ha escrito mucho sobre la supuesta relación amorosa de Ana de Mendoza con el citado Antonio Pérez, pero es un hecho que no se puede concluir de forma certera, y de forma generalizada, con la excepción de algunas salvedades, se tiende a pensar que pudo más bien tratarse de una relación de carácter político y financiero que amorosa y sexual, aunque esto, en realidad, carezca de la más mínima importancia. En la imagen siguiente, Antonio Pérez del Hierro.



Como hemos comentado, la popularidad de Antonio Pérez en aquellos momentos era enorme, con una fama que le precedía de caritativo y excesivamente generoso con el populacho que llegaba más allá de los límites del entendimiento más razonable y las circunstancias de un interés creado para sustentar su posición social, y sin duda alguna, por esta razón, era motivo generalizado y principal de comentarios y razonamientos en todas aquellas fiestas de máscaras que el propio Antonio Pérez acostumbraba a organizar en un Madrid de los Austrias, que crecía de forma vertiginosa ya no solo a niveles urbanísticos y monumentales, si no culturales, artísticos, sociales y políticos de gran envergadura, unas fiestas organizadas para obsequiar a la alta sociedad y la aristocracia del momento, y cuya finalidad, sin duda alguna, era cautivar y recolectar adeptos e influencias para sus fines y asuntos particulares, todo ello, en un ambiente creado más allá de los extramuros de la doble intención donde el espacio barroco dejaba ver los generosos escotes cuyos rostros encubiertos por el enigma silencioso de las máscaras, daban paso libre a miradas veladas cuyo lenguaje de abanicos alternaba con los susurros de sabor dulce y misterioso de una fragancia sensual, con el telón de fondo de la intención de una conjura…En la imagen, Madrid de la época.




Un silencio sepulcral se apodera del ambiente de forma súbita, ante la aparición en la escena de una dama engolada a la usanza, y cuyo ojo parcheado no oculta la belleza de una mirada embrujada y un rostro fino que roba el sentido de la razón y el deseo, que con la levedad de un gesto apenas perceptible en el silencio, aparta su máscara con la elegancia de una mueca de grandeza, y desciende la escalinata precedida por un criado portador de una caja misteriosa con la música de fondo de un murmullo, y la mirada silenciosa y sepulcral desde un apagado rincón de la estancia de un arcediano nombrado Secretario Real, para desgracia del anfitrión…Mateo Vázquez de Leca, un clérigo al que acompañaba una fama sin precedentes de seriedad y entrega total y absoluta, y que sería el protagonista junto a Antonio Pérez del Hierro, de un duelo político encarnizado sin pausa ni tregua de ningún tipo, y con el uso de las armas más sofisticadas que la intriga ni siquiera podía imaginar, un hombre dueño de una personalidad pragmática, inteligente, decidida y entregada, y cuya señal previamente acordada ponía en guardia a unos hombres estratégicamente posicionados para la observación y la escucha, en una lucha en el fragor de una batalla cuyo final, solo podía considerar la derrota absoluta y aplastante, sin lugar a ningún tipo de consideración… Mateo Vázquez de Leca ejerció una enorme influencia en las decisiones del monarca, convirtiéndose en uno de los más estrechos colaboradores del rey. Su rivalidad con Antonio Pérez y Ana Mendoza de la Cierva, Princesa de Eboli, le llevó a intrigar en su contra, siendo uno de los que hicieron estallar el escándalo que provocaría el final y la desgracia que el horizonte de los tiempos atisbaba. En la imagen, Mateo Vázquez de Leca, Secretario de Felipe II.



El ilustre anfitrión de la fiesta, cambia su semblante ante la gentileza del majestuoso gesto de la dama cuya elevación de la mano ofrece la elegancia sublime a la invitación de un caballeresco saludo cuyo suspiro reprimido en el pecho apenas hace audible el eco de la cortesía, al tiempo que una orden daba paso a la entrega del sirviente que acompaña a la dama de un pequeño obsequio para el ilustre anfitrión en forma de pulsera, gruesa, flexible, con grandes y claros topacios engarzados que llevaba un broche de diamantes en forma de corazón…toda una declaración de intenciones que no pasa desapercibida para el enlutado observador cuyos diez pares de ojos y oídos no pierden detalle alguno del momento…

Ana de Mendoza, como ya se ha comentado, había regresado a la corte en 1576, obligada por mandato real, tras una más que discutida estancia en aquel convento carmelita de Pastrana, y daba inicio a una mundanal vida pletórica de argucias y medios a su alcance, para defender con todos los medios imaginable y por imaginar los intereses políticos como económicos de su familia, adentrándose en un ambiente y un mundo creado a imagen y semejanza de los intereses de hombres de influencia soberana, donde las límites que marcaban la frontera entre el acceso lícito y la prohibición a determinados fines de interés brillaban por su ausencia, ya que estaba en juego el poder y la supremacía de dos pendones estandartes que sustentaban el honor de mantener y hacer perdurar en el tiempo la importancia nobiliaria y estratégica en una España donde no se ponía el sol, un enfrentamiento entre la casa de Alba, que pugna por recuperar el favoritismo que goza su oponente la casa de los Mendoza en la corte de Felipe II, encabezada por Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el “Gran Duque de Alba”, hombre que había sido el de mayor confianza y obediencia en tiempos del rey Carlos I, y de su hijo y sucesor Felipe II, Mayordomo Mayor de ambos reyes, miembro destacado de su Consejo de Estado y de Guerra, Gobernador del Ducado de Milán, Virrey del Reino de Nápoles, Gobernador de Los Países Bajos españoles, Virrey y Condestable del Reino de Portugal, representante de Felipe II en sus esponsales con Isabel de Valois, y con quien fuera su cuarta esposa, Ana de Austria.

Considerado uno de los más gloriosos generales de la historia de la humanidad, y sin duda, el mejor de la época, recordado en la memoria por acciones y hechos que harían erizar la piel del asombro y que sin duda, ha robado el sueño de sus enemigos y los enemigos de España como Luis de Nassau, Guillermo de Orange, o Antonio de Portugal, Prior de Crato, llamado el determinado, y sin duda alguna, una historia la de este hombre que merece la pena recordar pues sintetiza una figura muy importante en la Leyenda Negra española que lo encuadra en la historia como auténtico señor de la guerra al frente de los famosos y temibles Tercios de Flandes, legendaria unidad de combate de la Monarquía Española reconocida como la mejor infantería del mundo, un mundo que se rendía a sus pies no sólo en los comentarios de la época, si no por las tropas enemigas y los historiadores posteriores, brazo ejecutor de las mayores gestas de aguerridos combatientes, que fueran soporte de que en los dominios españoles no se pusiera el sol…y provenientes de varias nacionalidades que los formaban, sin embargo, eran los españoles los más apreciados por su capacidad de combate, que hicieron honor a su estirpe más allá de la muerte, cuando humanamente superados por el gran número de frentes abiertos merced a la nefasta política de las guerras de religión, sucumbieron entre lanzas, picas, arcabuces y espadas, en un mar de lodo, sangre y orina entre tripas de animales y humanos que ante la interpelación de un oficial enemigo sobre el número de infantes españoles en el frente, uno mal trecho y herido de muerte le respondiera…contad los muertos…



Un Duque de Alba intrépido, brutal, severo al extremo, y valiente hasta perder la razón del entendimiento que triunfó en Italia y Alemania, sometió a las provincias díscolas de los Países Bajos, organizó las campañas de Lepanto y San Quintín, y apuntaló la unificación de los tronos de España y Portugal. Tales fueron los méritos del tercer duque de Alba, el hombre que forjó con su ejército el futuro de España durante el siglo XVI. Admirado por unos y odiado por otros, pero siempre temido y respetado, y entre sus hazañas más notables se encuentra la forma en que llevó su ejército de 15.000 hombres desde Italia a Flandes, en lo que fuera un prodigio de logística, bordeando territorios hostiles, sentando las bases de lo que a partir de entonces se llamó el “Camino Español”, la arteria femoral que mantuvo la presencia española en los Países Bajos durante 80 años de guerra, pese a que allí se le considerase un monstruo, cuyo nombre se usaba para asustar a los niños, hay ciudades de Italia y Francia, por donde discurría el Camino Español, que le levantaron monumentos en su memoria…enfrente, la Casa de Éboli, partidaria de una paz pactada en Flandes, que gozarían con la mayor confianza del rey Felipe II incluso, después de la muerte de Ruy Gómez de Silva, el Príncipe de Éboli. En la imagen siguiente, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba.



En la escena, aparece una trama contra el hermanastro del rey, don Juan de Austria, y su secretario Juan de Escobedo, cuya raíz es la situación política en Flandes, bajo el mando del carismático hermano bastardo del Rey, Juan de Austria, desde el año 1576, es extremadamente delicada, ya que por una parte el líder rebelde Guillermo de Orange, por el otro, como siempre en la historia, Inglaterra, y de forma aún disfrazada en la intenciones, la conocida herejía protestante, hacen de los Países Bajos un lugar inhóspito y en continuo conflicto, donde quien posea información privilegiada puede llegar a hacerse con una inmensa fortuna y el control de una posición política y social absoluta. Para la primavera de 1577 parecía que todos los problemas de Flandes estaban resueltos, en julio de ese mismo año, don Juan mandó retornar a Juan de Escobedo , el cual había sido recomendado por el propio Antonio Pérez , en 1575, para que fuese nombrado secretario de don Juan de Austria, de forma y con la intención de espiar al hermano bastardo del rey, pero el asunto le salió mal, ya que se hicieron amigos…



Juan de Escobedo porta una misiva para Su Majestad Felipe II, en aquel postrero día de 31 de marzo de 1578, cuando el cielo ya había empezado a oscurecer hacía rato, entre las siete y las nueve de una tarde noche fría y silenciosa como la muerte, hacía su entrada en lo que hoy se conoce como la Calle de la Almudena de un Madrid peligroso y acostumbrado a los crímenes oscuros en sus estrechas calles…llegaba de casa de Ana de Mendoza, la Princesa de Éboli, acompañado por unos sirvientes de escolta, donde había mantenido una acalorada discusión, y en la misiva, se reclamaba el tratamiento de infante para don Juan, así como armas, dinero y hombres para una expedición contra Inglaterra. En la corte, Escobedo reclamaba para sí la concesión de una encomienda en una orden militar castellana, al mismo tiempo que conseguía pruebas de los negocios ilícitos de Antonio Pérez y la Princesa de Éboli con los banqueros genoveses de la venta de cargos, especialmente eclesiásticos, sobornos admitidos, así como de sus posibles relaciones con los rebeldes de los Países Bajos.

Juan de Escobedo, Secretario de don Juan de Austria, había llegado a Madrid en aquel otoño de 1577, enviado desde Flandes por su amo don Juan de Austria, su visita fue vista por Antonio Pérez como una amenaza directa a su posición. Se ha especulado mucho sobre lo que temía Pérez: quizá que Escobedo denunciara al rey sus tráficos aceptando sobornos, oscuros negocios y dádivas o bien, según una tesis más novelesca, que descubriera la relación amorosa entre Pérez y la princesa de Éboli, la gran aristócrata que se había convertido en aliada del secretario.

Cuando Escobedo llegó a la corte, Pérez lo pintó ante el rey como instigador de las peligrosas maniobras políticas de don Juan. Felipe II estaba dispuesto a detenerlo, pero Pérez le convenció de que eso no era suficiente. Le aseguraba que si éste, el tal Escobedo, volvía a Flandes, revolvería el mundo; si se prendía, se alteraría don Juan, y que lo mejor era “tomar otro expediente, darle un bocado o cosa tal”…. Con un “bocado” se refería a envenenarlo… El rey y su ministro discutieron largamente el asunto, hasta que el monarca dio su consentimiento al asesinato. Pese a que algunos historiadores lo han desmentido, lo cierto es que años después el propio rey reconoció estar al corriente del plan y haberlo autorizado. En un mensaje que dirigió a los jueces durante el posterior proceso de su secretario afirmaba que Pérez “sabe muy bien la noticia que yo tengo de haber él hecho matar a Escobedo, y las causas que me dijo que había para ello”. 

De ese modo, tras algunos intentos fallidos de envenenamiento, en la noche del 31 de marzo de 1578 don Juan de Escobedo fue asesinado en Madrid por cinco criminales a sueldo… el Rey, si bien no conocía los detalles ni habría estado de acuerdo posiblemente con un plan tan escandaloso, había autorizado tres meses atrás a Antonio Pérez para que preparara el asesinato del secretario de Don Juan de Austria…

La garduña había afilado sus garras, y se mantenía agazapada en la siniestra espera de la clandestina nocturnidad, cuyo manto encubría la intención de desgarrar la carne inocente y deleitarse con la cruel voracidad de sorber la sangre que brota de la herida abierta con soez crueldad…la mala pécora degustaba de nuevo el fruto de su crimen, para apresurarse a huir enlutada de muerte en el manto terrible del silencio, y la oscuridad… En la imagen siguiente, “Muerte en Madrid” del pintor Lorenzo Vallés, que escenifica el asesinato de Juan Escobedo por unos sicarios, a instancias de Antonio Pérez, quien fuera un siniestro personaje, además de conspirador, secretario del rey Felipe II.



Antonio Pérez parecía haber triunfado finalmente, y durante los meses siguientes gozó de la protección de Felipe II, ante las acusaciones de los enemigos de Pérez. Poco tiempo después, en el mismo año, murió en Flandes don Juan de Austria, liberando a FelipeII de preocupaciones por ese lado. Pero los enemigos de Pérez no se dieron por vencidos, especialmente el secretario real, Mateo Vázquez, al que ya hemos podido conocer… Al mismo tiempo, el rey se sentía cada vez más molesto con la princesa de Éboli, gran aliada de Pérez y que al parecer aspiraba a casar a uno de sus hijos con el heredero de la Corona de Portugal…después de ciertas averiguaciones, finalmente, el rey llegaría a la conclusión determinante de que Antonio Pérez le había engañado, y que le había hecho creer falsamente en la traición de don Juan para autorizar el asesinato de Escobedo. De este modo, la noche del 28 de julio de 1579, Felipe envió al alcalde de corte de Madrid y veinte alguaciles a casa de Antonio Pérez. Éste, que esa misma mañana había despachado con el soberano, estaba desprevenido. Al oír llamar a la puerta se levantó de la cama; cuando el alcalde le dijo de parte del rey que estaba preso, “tambaleó y no tenía fuerzas para vestirse”, dice un informe de la época, hasta el punto de que los criados tuvieron que vestirlo a la fuerza. Poco después, la princesa de Éboli fue detenida en su residencia. Felipe creía que así terminaba con el escándalo que agitaba la corte desde hacía más de un año; pero Antonio Pérez se encargaría de mantenerlo vivo durante largos años, ya que lograría fugarse…


En el curso del Proceso criminal por el asesinato de Escobedo, del que se habían apartado los hijos de éste en 1589, fue sometido a tormento y confesó su participación en el crimen. En este momento debió tomar conciencia de haber sido abandonado por el Rey y decidió huir. Su situación se había agravado. Tras la confesión, la condena en el Proceso criminal era inevitable. Sin embargo, cuando se dictó su sentencia de muerte, Pérez se encontraba fuera del alcance de los jueces castellanos. La fuga a Aragón tuvo lugar el 19 de abril de 1590. A partir de este momento, constatada la imposibilidad de llevarle de nuevo a Castilla sin vulnerar la legislación aragonesa, se instruyen nuevos procesos a fin de obligarle a permanecer en ese reino, evitando así lo que más temen: su huida a Francia y la colaboración con uno de los Estados enemigos de Felipe II. Durante el tiempo en que permaneció en Zaragoza prosiguieron su curso nuevos procesos criminales de los que se le acusaba, entre ellos, el de vender secretos de Estado.

La Princesa de Éboli, después de su detención ordenada por el rey, fue encerrada, primero en el Torreón de Pinto y más tarde en la fortaleza de Santorcaz. Finalmente fue trasladada a su Palacio Ducal de Pastrana, donde fallecería once años después…En las imagenes, el antiguo Castillo de Santorcaz, y la Torre de Pinto.








SOBRE LOS PAPELES DE ANTONIO PÉREZ

Existe un dato curioso, y a la postre, poco conocido, y es que el mismo rey Felipe III, hijo del anterior monarca Felipe II, tuvo un especial interés en cierta documentación, al parecer inédita y perdida tras la muerte de Antonio Pérez, la cual estaba en poder de un tal Gil de Mesa, y que al parecer, podrían ser muy perjudiciales. El rey dio el encargo de recogerlos en París de manos del nombrado Gil de Mesa, y al parecer, no se trataba de papeles políticos, y la razón es una pregunta sencilla, ¿cuáles de esta clase no habría ya comunicado Antonio Pérez á Enrique IV, a Isabel de Inglaterra, y a todos los enemigos de España después de su manifiesta rebeldía?...el caso es que en un archivo de cuentas en Alcalá de Henares, a cargo del rey, venía una cierta cantidad de dinero, treinta y cinco años después de la muerte de Antonio Pérez, hacia su familia, y del bolsillo particular del rey…en palabras del propio Cánovas del Castillo, se incide en la sospecha de que los descendientes de Felipe II no consideraban de todo punto culpable a Antonio Pérez, ni creían que toda la razón estuviese del lado del Rey ?


Precisamente en aquellos tiempos se juzgaba, sin el menor escrúpulo, á los hijos ó nietos responsables de los crímenes ó faltas de sus ascendientes, así como legítimos partícipes de sus méritos y servicios, y sería difícil encontrar otro caso en que un rey de España pagase de su bolsillo particular ninguna pensión á los descendientes de persona tan justamente condenada, como al fin y al cabo debió serlo el tal Antonio Pérez, aunque se tratara sólo de sus notorios delitos de infidelidad…


Pero, sugiero que en este punto, recordemos el conflicto que poco más de veinte años antes había provocado el levantamiento de una parte importante del reino de Aragón contra Felipe II. La rebelión aragonesa de 1591, episodio que en los siglos XIX y XX se ha venido conociendo como «alteraciones de Aragón», comenzó con la huida de Castilla de Antonio Pérez (1540-1611), antiguo secretario del rey, como ya es sabido, preso desde 1579 tras haber caído en desgracia al ser descubiertas sus intrigas y manejos en la corte. En su intento de librarse de la justicia regia, en abril de 1590 Pérez buscó refugio en Aragón con el apoyo de la red de contactos que había tejido en este reino durante su etapa cortesana, en la que se incluían don Luis Ximénez de Urrea, IV conde de Aranda (1562-1592), don Fernando de Aragón, v duque de Villahermosa (1546-1592), y el justicia de Aragón don Juan de Lanuza mayor (a. 1532-1591), entre otros…hasta aquí, la información de texto, pero, investigando un poco más, he llegado a descubrir que, entre esos otros que no nombra, están dos personajes, cuyos nombres atienden a Juan y a Gil de Mesa, tío y sobrino respectivamente…el primero, Juan de Mesa, fue cómplice en la muerte de Escobedo y su sobrino Gil, que no tomó parte en la trama, se convirtió en compañero inseparable del fugitivo Antonio Pérez, a partir de su huida de Aragón, y de hecho, le acompañó en su exilio a Francia, donde acabó haciéndose cargo de la última voluntad y custodió una parte de sus papeles, que al parecer, resultaban muy comprometedores para los intereses de España…lo cierto es que hubo un grupo de servidores aragoneses, que por un cierto interés, estuvieron siempre alrededor de Antonio Pérez, y desde luego, a los que siempre consideró gente muy útil para sus manejos. 

Dicho lo anterior, me permito, con perdón del lector, la suspicacia de emitir mi particularidad, y es que sustento un cierto recelo sobre la veracidad del contenido de los papeles que tanto interés despertaron en Felipe III o primero de los Austria menores, a mi entender, ya que bien se pudo producir una especie de chantaje económico, del cual se desprende que no se darían a conocer ni la totalidad de los documentos en cuanto a su número y en cuanto a su contenido, ni la veracidad de los mismos en cuanto a esto último…en fin, puestos a especular, podríamos hablar de otra de esas presunciones que tanto han gustado a la alta política de todos los tiempos.

JUICIO FINAL

Al observar un retrato engolado de Ana de Mendoza, señora y Princesa de Éboli, nos queda el recuerdo de quien fue, sin duda, uno de esos rostros más conocidos de un siglo XVI, y de una España inmersa en escribir una historia, a través de otras historias, como lo hemos intentado nosotros hoy.




Como hemos podido ver, el rey Felipe II, arrepentido por haber autorizado el crimen, o por decirlo de otra manera, la muerte en extrañas circunstancias de Juan Escobedo, el Secretario de su hermanastro, ordenó poco tiempo después, sabidas ciertas circunstancias, el apresamiento al mismo tiempo de Antonio Pérez, ya reconocido políticamente ebolista, y de la propia princesa de Éboli, acusada de complicidad en los subterfugios oscuros del que fuera Ministro de confianza del rey, y mientras Antonio Pérez lograba escapar, nuestra protagonista se vio enterrada en vida en su Palacio Ducal, posiblemente una decisión inhumana que pudo acelerar el camino hacia su muerte cuando contaba con tan solo 52 años de vida.

Desde luego, no cabe ninguna duda de que el episodio en concreto que llevaron a la Princesa de Éboli a su situación final de confinamiento, supuso un escándalo de una gran magnitud, y esta circunstancia, dio pie a que, debido al infranqueable secretismo que se había impuesto por parte del rey, se divulgaran toda una serie de rumores en torno a este asunto, acabando siempre con la misma cuestión sobre las razones de que una princesa de la alta aristocracia sufriera un trato de tal severidad por parte del rey Felipe II, además de tan poca flexibilidad…pero España, es reino de dimes y diretes, de chismes y sortilegios, habladurías y sobre todo, de grandes jueces que estiman sus sentencias al calor de una taberna o en el soportal del tedio más abrumador.

Las respuestas que se daban a sí mismos todos aquellos que intrigaban y requerían de razones a los comportamientos reales, así como a los acontecimientos, era siempre la misma, y es presuponer, y con esta respuesta, condenar, y la suposición que daba lugar a la condena no era otra que una intriga amorosa, de esas que tanto valor tienen al calor de una nación como la española, y gran número de intrigantes en sus habladurías cotidianas creían a ciencia cierta que la Princesa de Éboli mantenía una relación amorosa e íntima con Antonio Pérez, e incluso llegaron a afirmaciones de haberlos sorprendido en más de una situación comprometida, y se da la circunstancia además, que alimentaba la voraz imaginación del vulgo y la de no tan vulgo, de que en una ocasión, uno de los hijos de la Princesa abandonara la casa de su madre escandalizado seguramente por su liviano comportamiento, sin caer en la cuenta de que pudiera tener algún otro motivo de interés personal…no cabría descartar que pudiera haber habido algo al respecto, pero a decir verdad, las probabilidades no son ni más, ni menos, pero al mismo tiempo, llama la atención en cuanto a su credibilidad, la circunstancia de que Ana, hubiera mantenido en su juventud, una relación amorosa con el propio rey, Felipe II, y que despechado por la amistad de la Princesa con Antonio Pérez, hubiese urdido la venganza fatal…el mismísimo Antonio Pérez, conocedor del mundanal ruido del chisme, llegó a sugerir desde su exilio en varias ocasiones esta circunstancia, en contra de Felipe II, sin tener en cuenta de que en España, se encontraba prisionera del rey la que hubiera sido su amante, y sin tener en cuenta el daño que le pudiera ocasionar…con lo cual, que cada cual, saque su propia conclusión, y resurja la pregunta de que, ¿De haber existido amor, por qué razón enviarlo directamente al cadalso y a la condena?...de estos escritos, y otros del mismo estilo, se han llegado a escribir literaturas que, desde el siglo XVII en España, han venido a alimentar lo que se denominó siglo de oro, pasando de la novela de ayer, a la Opera, y al cine, con alguna que otra serie de televisión, pero de todas formas, me apresuro a argumentar que, conociendo las inclinaciones mujeriegas del rey, tampoco sería absurdo pensar o concluir que pudo haber algún intento de acercamiento amoroso hacia la Princesa de Éboli en su momento, pero desde luego, jamás mientras estuvo casada.

En mucha o en casi toda la literatura que se ha escrito sobre ella, es tildada con el apelativo de Mujer Fatal…posiblemente, en algunas cuestiones, tengan razón, pues hay datos históricos que no admiten discusión, y desde luego, tampoco se pretende desde aquí, ejercer de abogado defensor de ninguna causa, pero hay que recordar, y siempre lo digo, el contexto de la época, antes de juzgar de forma prematura.

Sabido es que la princesa de Éboli no era un personaje cualquiera en la sociedad española de aquel siglo tan complicado. Fue sin duda una aristócrata, que perteneció al linaje nobiliario más rico e influyente en Castilla desde el siglo XV, el de los Mendoza. Las propiedades de las diversas familias que integraban el clan se extendían por toda Castilla, y fue una mujer que, conocedora de su estirpe, y de un linaje de una riqueza inmensa, además de históricamente muy influyente y orgullosa de su poder, ya hemos podido ver qué era y en qué consistió la Casa de Mendoza, y Ana, por razón de su nacimiento, era sabedora de su ventaja social, que en el pasado, habían ostentado un cierto privilegio de independencia frente a la monarquía, al igual que la Casa de Alba, pero en el caso de la Casa de Mendoza, habían mantenido ciertas posiciones políticas calificadas con un cierto trasfondo liberal ideológicamente hablando… con lo cual, el apelativo de mujer fatal, sea en parte cuestionable.

LA AMARGA DESPEDIDA

De las raíces del valle formado por el Arlas, que navega despacio por una vega ancha y suave hasta el Tajo, crecen unos muros blancos que se confunden con la solana orientada al mediodía para aprovechar los suspiros invernales del astro que da calor. Atrás, quedan las horas felices de un honrado matrimonio que la ventura le prestara en suerte concertada, pero digno y dichoso cuyo fruto multiplicaba por diez lo que la vida le había restado en su infancia y juventud…de las huertas y cultivos que herían la tierra, ascendían con el aire los humores del trabajo del hombre y la mujer que nacían en aquel humano paisaje, cuya comarca había heredado la costumbre de una tierra dura y áspera, trabajosa, y de cuyas entrañas se arrancara antaño la arraigada roca que convirtiera en muros de frontera del por siempre enemigo musulmán, y diera a sus gentes el mismo carácter nato de la propia tierra, noble, duro, áspero y trabajador, pero como diría cierto viajero laureado mucho tiempo después, un carácter institucional y sacramental de esas mismas gentes, a quien preguntadas por cierta dama cuyo semblante nace del recuerdo de una mirada ladeada para esconder a medias la falta en su rostro, la llaman con insolencia desmedida la puta, ya que como diría el andante escritor de la Alcarria, son gentes que no perdonan ni tal siquiera por error, que los ricos se salten los mandamientos que voceara Moisés, y se permiten la osadía feroz de llamar al divino alimento con su nombre de pila, al igual que lo hacen con caldo de la fruta de la vid adorada por Baco, haciendo acopio del viejo refranero que argumenta aquello de que a castellano fino, al pan pan, y al vino, vino…pero el proceder con ingenua franqueza no significa sentenciar con justicia…Imagen panorámica de la Villa Ducal de Pastrana.





Condenada a una sola hora para asomarse al mundo a través de un enrejado antiguo que el viajero profano observa con la curiosidad que arrebata el misterio de una condena tan cruel, Ana de Mendoza da rienda suelta a su pena, privada de letrado que defienda su causa, o de paladín que escude su razón y su honra, y se resigna a ser enterrada en vida, para luego pasar a ser enclaustrada en muerte tras las frías losas de un sepulcro junto al amor que nunca le faltó hasta el día de su finada suerte, justamente el mismo día que ella empezó a fenecer. Desde la Torre de Pinto primero, para pasar después por la fortaleza de Santorcaz, y acabar en el Palacio Ducal de la medieval y bella Villa de Pastrana, rememora con tristeza sin llanto como si de un calvario se tratara, el negro destino de su peregrinación cautiva. Pese a que la muerte aceptada con resignación no es ningún honor, sentada en su vieja silla de madera rancia, apoya las palmas de sus manos palpando la suave textura de una mesa vacía, para escribir en su alma la reminiscencia del origen de sus males con tinta indeleble, aquellas palabras que nadie jamás leerá. La tarde se apresta a apagarse despacio pero sin remedio, para dar de nuevo color a un paisaje del mismo color que la luz que da la bujía que alumbra su estancia, y suspira el deseo de que llegue presto el final de su vida, con la esperanza de que la Justicia Divina le propine una sentencia mejor. Una pequeña jarra de barro rojizo curado la observa en la esquina de la mesa puesta para la lúgubre cena, y recuerda las palabras de Séneca haciendo eco de que el vino lava las inquietudes, enjuaga el alma hasta el fondo y asegura la curación de la tristeza, y piensa en el silencio de la penumbra que la resignación, es un suicidio que dura toda la vida.

Nos despide así nuestra dama, sin levantar su altanera mirada de la estirpe de Mendoza, con un delicado amago de prestar su blanca mano de porcelana fina para la cortesía, y nos argumenta en un par de frases contadas que la razón de su sentencia no fue la traición, sino la creencia en una idea que en el fragor de la lucha por el dominio de la razón, le hizo equivocar el camino que debió tomar, y que la huída hacia atrás de quien debiera haber pagado la culpa de sus errores, no ha sido más que la piedra angular de su desdicha, y su corazón se obstina en recordarle cada día la perpetua insatisfacción de una duda, mientras una mirada nuestra que se cruza levemente en la inclinación de la despedida, le responde en silencio que el poder de la duda puede albergar el vínculo de la solidez de la roca que afirma la certeza. 


Salimos con el silencio que nos permite el decoro por el portal principal del Palacio Ducal, caminando despacio por la amplia explanada, y antes de llegar al final donde nos acoge el atisbo perpetuo de un arco de piedra, damos media vuelta para mirar hacia atrás, y una figura oscura desaparece del enrejado ventanal como si de un fantasma se tratara, nublando la vista y el tiempo, a la vez que una suave neblina se funde con los primeros brillos de una luna llena que comienza a bostezar…seguimos nuestro camino por la Calle Mayor para girar a la derecha, hasta la Plaza de los Cuatro Caños, la misma en la que se instaló el antiguo Concejo y el mercado franco, y a cuyo costado nos llama el murmullo del agua que brota fresca de la fuente de pilón octogonal y una bola esférica con una cruz en su parte superior, cuyos cuatro caños orientados hacia los puntos cardinales nos invitan a refrescar nuestra sed, apagar la angustia, y elegir el camino que más convenga a nuestra suerte… las carátulas, que parecen representar las cuatro edades del hombre, por cuyas bocas fluyen los caños de agua nos recuerdan a la fuente del Claustro del Monasterio de Yuste, por el que ya pasamos una vez, cada una de ellas en una dirección de la rosa de los vientos…el destino, quizás, nos envíe una respuesta que nos conduzca a encontrar el camino de la verdad, por la cual la crueldad de una trama, da como fruto la ferocidad de un castigo, tras las rejas de un sepulcro en vida, con el único respiro de una sola hora para asomarse al mundo.





Dedicado a una dama cuya amistad que me complace tanto como su compañía en estos fríos mundos virtuales, donde el calor de una palabra, alienta la dicha de regresar y soñar un sueño que nunca jamás se podrá cumplir…con todo mi afecto y gratitud, Teresa Gaspar Gutierrez.


Aingeru Daóiz Velarde.- 








BIBLIOGRAFÍA

Vida de la Princesa de Éboli.    Gaspar Muro.

Alzar banderas contra su rey. La rebelión aragonesa de 1591 contra Felipe II. Jesús Gascón Pérez.

Éboli, Princesa de la Alcarria.    Fernando Bermejo.


La Princesa de Éboli.  Erika Spivakovsky (Estudio).

César Leante.  El bello ojo de la tuerta (Novela).

Almudena de Arteaga, La Princesa de Éboli (Novela).

Colección de documentos inéditos para “La Historia de España (CODOIN) de autoría de los miembros de la Academia de Historia Fernández de Navarrete, Martín;Salvá, M.;Sainz de Baranda, Pedro;Pidal, S.;Miraflores, marqués de;Sancho Rayón, José;Zabálburu, Francisco de;Marqués de la Fuensanta del Valle. Colección de documentos inéditos para la Historia de España [Codoin]. , impreso en Madrid, Imprenta  Viuda de Calero , 1842-1895. Cartas fechadas del 13 de Septiembre 1557 a Febrero 1558, conservadas en el Archivo de Simancas, Consejo de Hacienda, legajos 30, 32, y 34; y Patronato Real; legajo único.



La Princesa de Éboli cautiva del Rey (Los hombres del Rey).   Helen H Reed y Trevor J. Dadson.