jueves, 14 de enero de 2021

EL CONCILIO TEMPLARIO DE CLERMONT

 

EL CONCILIO TEMPLARIO DE CLERMONT. 


Hay momentos en la Historia, que marcan un hito en la misma, más allá de creencias e intereses personales o incluso generales, puesto que se trata de hechos que desembocan en acontecimientos que marcan o definen el rumbo de la propia Historia, y los sucesos que imprimen el carácter de determinados personajes que en esencia, componen la propia Historia. Hablamos, hoy, del Concilio De Clermont, que fue el origen de la Primera Cruzada. 


La alocución realizada en el Concilio de Clermont, el 27 de noviembre de 1095, por el papa Urbano II estaría sin duda entre los acontecimientos más significativos que dejan su imborrable huella en la Historia, parte de la misma como clave, para explicar la Edad Media, y que supuso un acontecimiento significativo no sólo ya para definir el rumbo de Europa, sino también del Próximo Oriente, puesto que aquella arenga, aquel sermón razonado, aquel discurso, aquella predicación, fueron los cimientos que dieron lugar a la Primera Cruzada, como ya hemos dicho, incluso a la génesis de otras muchas historias de hombres y mujeres que sostuvieron unos valores y una forma de vida, marcada con el sacrificio del verdadero espíritu templario. 





Eran los Cruce Signati, aquellos que emprendían estos viajes a medio camino entre la expedición de guerra y el servicio religioso bajo el amparo de la Cruz, eran los cruzados. En el año 1071, cuando la influencia musulmana era cada vez mayor, extendiéndose el Islam en el Medio Oriente y en Jerusalén, el Papa Urbano II reaccionó con furia, ante la noticia de que un ejército cristiano perdió un enfrentamiento contra tropas musulmanas, que pasó a la historia como la Batalla de Manzikert, en el este de Anatolia, hoy Turquía. Sin embargo fueron las noticias provenientes de la Ciudad Santa lo que enfureció al Papa Urbano II. Según los relatos, un grupo de honrados peregrinos cristianos había sido sometido a “insoportables martirios por parte de infieles musulmanes”. En un alegato, quizás algo exagerado pero muy eficaz, las palabras del Santo Padre fueron claras, como veremos después.


Ciertamente, el texto íntegro del discurso no ha llegado hasta nuestros tiempos, con lo cual, también es verdad que no podemos saber la exactitud de sus palabras, pero las fuentes originales del discurso del Papa Urbano II el penúltimo día del citado Concilio de Clermont, nos llegan de parte de el autor anónimo de la Gesta Francorum, Fulco o Fulquerio de Chartres, Roberto el Monje, Baldric de Bourgueil, Guilberto de Nogent, Guillero de Tiro y una carta del propio Urbano II escrita algo después de Clermont, con lo que nos permiten reconstruir lo esencial del discurso, que lo veremos más adelante.


Evidentemente, sin lugar a dudas y alejados de exageraciones literarias, hay que decir que los gobernantes musulmanes cobraban un impuesto de entrada a Jerusalén. Para los peregrinos cristianos, se trataba de una situación insoportable, agravada aún más por la destrucción de santuarios, imágenes religiosas y monumentos en la Ciudad Santa. Solucionar esa situación fue el objetivo de la primera cruzada, en 1096, en la que participaron 300 000 caballeros europeos, que partieron con la esperanza de obtener un botín de recompensa. El Papa Urbano II reforzó la moral de los guerreros cristianos absolviéndolos de todos los pecados cometidos y por cometer sobre la Tierra. Pero ni eso pudo evitar el cuantioso tributo de sangre que tuvieron que pagar los caballeros con la cruz sobre la armadura, incluso antes de su llegada a Jerusalén. Fueron continuamente asaltados por ladrones y bandas locales que los combatieron en su camino.




De las ocho cruzadas contra el Islam mediterráneo, y digo ocho porque la novena cruzada muchos autores la tratan como parte de la octava, ciertamente, la primera fue la única que triunfó. Liberó Jerusalén del dominio musulmán en una expedición de tres años tan épica como llena de terrible violencia. Aproximadamente Cien mil personas se pusieron en camino hacia la Ciudad Santa, pero sólo una de cada diez llegó ante sus muros. Eran los ‘peregrini’ , los peregrinos, o ‘Crucesignati’, llamados así por la cruz cosida en el hombro de la sobreveste, que respondieron al dramático llamamiento formulado por el papa Urbano II. 


No vamos a exponer aquí lo que costó en tiempo y en vidas la toma de Jerusalén, ni la historia o referencia de la gesta de Pedro el Ermitaño, también llamado Pedro de Amiens, un clérigo francés, líder religioso de la llamada Cruzada de los pobres, una peregrinación espontánea y armada que a finales del siglo XI intentó avanzar hacia Tierra Santa en la llamada Cruzada de Los Pobres, que fue anterior a la Primera Cruzada, hasta ser rechazada y que sirvió de preludio a la ya denominada como Primera Cruzada, que realmente consistió en una explosión de fervor que llevó a muchos combatientes hacia el camino a Jerusalén tras la llamada a la Cruzadas del Papa Urbano II en 1095. La expedición, compuesta por 40 000 cruzaron inicialmente y sólo 20 000 en el final terminó con su masacre Civitot el 20 de octubre 1096. También tomó parte Gualterio Sin Haber era el señor de Boissy-sans-Avoir en la isla de Francia. Dirigió a sus tropas hasta llegar a Bizancio, y sus tropas sufrieron una gran masacre al llegar a Anatolia por parte de los turcos. 


El ejército de Gualterio Sin Haber no solo falló por términos logísticos, sino por el desconocimiento de su dirigente, que no supo prever la necesidad de alimentar a su ejército, que recurría al saqueo constantemente. Por otra parte, el ejército de Pedro el Ermitaño alcanzó Constantinopla en agosto, dónde aunaron fuerzas junto con otras bandas de cruzados procedentes de Francia, Alemania e Italia. Hubo otro grupo de cruzados de bohemios y sajones que no lograron superar Hungría y fueron masacrados. 



 El propósito es explicar el umbral de lo que fue esta primera Cruzada, del cómo y cuando se fraguó el argumento de Urbano II que le dio origen, de la tradición histórica que la llevó a cabo, y realmente, de los intereses cruzados que dieron lugar a las otras cruzadas, o incluso a esta misma, hay autores que dicen que no fueron, desde luego, meramente religiosos, sino también económicos, y por ende, políticos, aunque si bien es cierto que las palabras de Urbano II se dirigían al campo estrictamente religioso, y desde luego, sin ninguna duda, generalmente los primeros hermanos templarios  no vivían y luchaban por interés personal, sino por un concepto, el establecimiento de la sociedad cristiana, una civilización dedicada a la gloria de Dios, pero, insisto en que también ese fue el origen de este Concilio de Clermont, y de la Primera Cruzada…Posteriormente, aunque el dogma religioso era el principal, también hay que decir que hubo otros intereses, por otra parte, lógicos, al igual que los tuvo el Islam.


¿Qué razones impulsaron a los cruzados a combatir? Hasta el siglo XIX la respuesta parecía clara: una religiosidad ferviente. Movidos por su fe, los caballeros europeos pretendían recuperar para la cristiandad los lugares en los que vivió Jesús. Los historiadores posteriores, sin embargo, añadieron otro tipo de causas.


El factor económico, consistía en que las repúblicas del norte de Italia participaron en las cruzadas para defender sus intereses mercantiles. Venecia, Pisa y Génova controlaban las rutas comerciales por las que llegaban a Europa los productos de lujo orientales, cada vez más solicitados por una población urbana en auge.

Al servicio de Roma, la Iglesia impulsó las expediciones a Tierra Santa para consolidar su autoridad política sobre los reinos cristianos, amenazada por las rivalidades con el Imperio germánico. Además, los papas querían recuperar el control sobre la Iglesia ortodoxa bizantina, separada del catolicismo romano desde el cisma (por cuestiones de dogma) de 1054.

Los hijos de nobles que no recibían herencia, ya que solo la adquiría el primogénito, razón por la cual se dedicaron a combatir en Tierra Santa. Así, se ganaban la vida y canalizaban su ímpetu guerrero. Las clases humildes también vieron en las cruzadas un medio para mejorar su nivel económico. Preferían probar suerte en tierras lejanas y desconocidas a llevar una vida mísera en los campos de Europa.


Para el espíritu caballeresco de la época, las cruzadas constituían una oportunidad de defender a los cristianos orientales del islam. El entusiasmo colectivo fue tal que los caballeros vendían parte de sus pertenencias para adquirir un equipo militar y costearse la expedición. Me gustaría que, por encima de todo lo dicho anteriormente, resaltar el valor templario y la justicia social de los caballeros. En la siguiente imagen, Urbano II.




Existen, como hemos dicho, seis documentos al respecto, y entre todos, hemos escogido el de Fulquerio de Chartres, quien estuvo presente en el Concilio, y participó en la Cruzada de Esteban de Blois y Roberto de Normandía que viajó por el sur de Francia e Italia en 1096, pasando al Imperio bizantino desde Bari. Llegaron a Constantinopla en 1097, donde se unieron a los demás ejércitos de la Primera Cruzada. Viajó por Asia Menor hasta Marash, poco antes de la llegada del ejército a Antioquía en 1097, donde fue nombrado capellán de Balduino de Boulogne. Siguió a su nuevo señor cuando este se separó del cuerpo principal camino de Edesa, donde Balduino fundó el condado de Edesa. Tras el sitio y toma de Jerusalén en 1099, Fulquerio y Balduino viajaron a la ciudad para cumplir su voto de peregrinación. Cuando Balduino pasó a ser rey de Jerusalén en 1100, Fulquerio se trasladó con él a la capital y siguió siendo su capellán hasta 1115. Después de esta fecha, fue canónigo de la iglesia del Santo Sepulcro y probablemente responsable de las reliquias allí conservadas. Murió posiblemente en la primavera de 1127. Como muy pronto, empezó su crónica a finales del otoño de 1100, pero no más tarde de la primavera de 1101, en una versión que no nos ha llegado, pero que pasó a Europa durante su vida. Esta versión la terminó hacia 1106 y es la fuente de Gilberto de Nogent. Entre sus fuentes se cuentan la Historia Francorum de Raimundo de Aguilers y la Gesta Francorum, para aquellos asuntos de los que no fue testigo presencial. A diferencia de los demás, su obra no termina con la toma de Jerusalén en 1099, sino que se extiende durante los primeros 28 años en los que Tierra Santa estuvo constituida como un Estado Latino, lo cual nos brinda mucha información fidedigna. En la imagen, entrada a Jerusalén.




En su camino a Jerusalén, la resistencia ofrecida a las tropas cruzadas fue muy débil a su paso por la costa del Mediterráneo, realizando pactos de paz puntuales con los gobernadores locales a cambio de suministros varios. Su llegada a Jerusalén se produjo en junio de 1099, y el asedio de esta ciudad provocó un gran número de bajas debido a la falta de comida y agua en los alrededores de Jerusalén. En términos cuantitativos podríamos hablar de unos 12000 hombres, de ellos 1500 dedicados a la caballería.


 El primer asalto resultó ser un auténtico fracaso, debido de nuevo a la falta de abastecimientos, y el único aliciente lo constituyó la fe, cómo se pudo ver cuándo cuando un sacerdote con el nombre de Pedro Desiderio afirmó tener una visión divina en la cual el fantasma de Ademar o Ademar o Ademaro de Monteil, Obispo de Le Puy, y uno de los principales personajes de la Primera Cruzada muerto en 1098, les ordenó ayunar durante tres días y luego marchar en una procesión descalzo alrededor de las murallas de la ciudad, tras lo cual la ciudad caería en nueve días, siguiendo el ejemplo bíblico de Josué en el sitio de Jericó. Finalmente la ciudad caería en manos cristianas el 15 de julio de 1099, gracias a una ayuda inesperada. Las tropas genovesas dirigidas por Guillermo Embriaco, se habían dirigido a Tierra Santa en una expedición privada. Se dirigían en primer lugar a Ascalón, pero un ejército fatimí de Egipto les obligó a marchar tierra adentro hacia Jerusalén, ciudad que se encontraba en ese momento sitiada por los cruzados. Los genoveses habían desmantelado previamente las naves en las cuales habían navegado hasta Tierra Santa, y utilizaron esa madera para construir torres de asedio. Estas torres fueron enviadas hacia las murallas de la ciudad la noche del 14 de julio entre la sorpresa y la preocupación de la guarnición defensora.

 A lo largo de esa misma tarde, la noche y la mañana del día siguiente, los cruzados desencadenaron una terrible matanza de hombres, mujeres y niños, musulmanes, judíos o incluso los escasos cristianos del este que habían permanecido en la ciudad. Dos mil judíos fueron encerrados en la sinagoga principal, a la que se prendió fuego. En la imagen, entrada de las tropas cruzadas después del asedio.




Pero volvamos atrás…Como ya hemos podido saber, en el año de la Encarnación de 1095, se reunió en la Galia un gran concilio en la provincia de Auvernia y en la cuidad llamada Clermont. Fue presidido por el Papa Urbano II, cardenales y obispos; este concilio fue muy célebre por la gran concurrencia de franceses y alemanes, tanto obispos como príncipes. Después de haber regulado los asuntos eclesiásticos, el Papa salió a un lugar espacioso, ya que ningún edificio podía contener a aquellos que venían a escucharle. Las decisiones del Concilio de Clermont fueron la Indulgencia plenaria a aquellas personas que fueran hacia el este para defender a los peregrinos, ya que el Papa agregó prometer la salvación de todos los que muriesen en combate contra los paganos, la mayor parte constituida por los musulmanes. De esta forma pidió a los europeos occidentales, pobres y ricos, que acudiesen en auxilio del cristiano imperio bizantino, pues Deus vult, ‘Dios lo quiere’. La Primera Cruzada Cristiana atiende a dos objetivos: Ayudar a los cristianos ortodoxos orientales La liberación de Jerusalén "Tierra Santa" del yugo Musulmán. En la imagen siguiente, Urbano II dirigiéndose a la multitud en el exterior. 




Las palabras de Urbano II siguieron el siguiente contexto:

"Mis más queridos hermanos: urgido por la necesidad, yo, Urbano, con el permiso de Dios obispo en jefe y prelado de todo el mundo, he venido hasta estos parajes en calidad de embajador, portando una admonición divina a vosotros, servidores de Dios. He guardado la esperanza de encontraros tan fieles y celosos en el servicio del Señor como es de esperar. Pero si hay alguna deformidad o flaqueza contraria a la ley divina, invocando su ayuda haré lo más que pueda para erradicarla. Porque el Señor os ha puesto como servidores ante su familia.


Felices seréis si os encuentra fieles a vuestro ministerio. Sois llamados pastores, esmeraos por no actuar como siervos. Pero sed buenos pastores, llevad siempre vuestros báculos en las manos. No durmáis, sino que guardéis todo el tiempo al rebaño que se os ha asignado. Porque si por vuestra negligencia viene un lobo y os arrebata una sola oveja, ya no seréis dignos de la recompensa que Dios ha reservado para vosotros. Y después de haber sido flagelados despiadadamente por vuestras faltas, seréis abrumados con las penas del infierno, residencia de muerte. Ya que vosotros habéis sido llamados en el Evangelio la sal de la tierra , pero si faltáis a vuestros deberes, cómo, se preguntarán todos, ¿se podrá salar la tierra? En todo caso, es necesario que vosotros corrijáis con la sal de la sabiduría a todos aquellos necios que están entregados a los placeres de este mundo, no sea que el Señor, cuando quiera dirigirse a ellos, los encuentre putrefactos en medio de sus pecados apestosos y sin curar. Pues si Él encuentra dentro de ellos gusanos, es decir, pecados, porque vuestra negligencia os impidió asistirlos, El los declarará como inservibles, merecedores únicamente de ser arrojados al abismo donde se dejan las cosas sucias. Y ya que vosotros no pudisteis evitarle al Señor estas graves pérdidas, seguramente El os condenará y os apartará de Su dulce presencia.




Aunque, ¡Oh! hijos de Dios, vosotros habéis prometido más firmemente que nunca mantener la paz entre ustedes y mantener los derechos de la Iglesia, aún queda una importante labor que debéis realizar. Urgidos por la corrección divina, debéis aplicar la fuerza de vuestra rectitud a un asunto que os concierne al igual que a Dios. Puesto que vuestros hermanos que viven en el Oriente requieren urgentemente de vuestra ayuda, y vosotros debéis esmeraros para otorgarles la asistencia que les ha venido siendo prometida hace tanto. Ya que, como habréis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado vastos territorios de la tierra de Romania (el imperio bizantino), tan al oeste como la costa del Mediterráneo y el Helesponto, el cual es llamado el Brazo de San Jorge. Han ido ocupando cada vez más y más los territorios cristianos, y los han vencido en siete batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y han devastado el imperio. Si vosotros, impuramente, permitís que esto continúe sucediendo, los fieles de Dios seguirán siendo atacados cada vez con más dureza.




En vista de esto, yo, o más bien, el Señor os designa como heraldos de Cristo para anunciar esto en todas partes y para convencer a gentes de todo rango, infantes y caballeros, ricos y pobres, para asistir prontamente a aquellos cristianos y destruir a esa raza vil que ocupa las tierras de nuestros hermanos. Digo esto para los que están presentes, pero también se aplica a aquéllos ausentes. Más aún, Cristo mismo lo ordena.


Todos aquellos que mueran por el camino, ya sea por mar o por tierra, o en batalla contra los paganos, serán absueltos de todos sus pecados. Eso se los garantizo por medio del poder con el que Dios me ha investido. ¡Oh terrible desgracia si una raza tan cruel y baja, que adora demonios, conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo! ¡Con cuántos reproches nos abrumaría el Señor si no ayudamos a quienes, con nosotros, profesan la fe en Cristo! Hagamos que aquellos que han promovido la guerra entre fieles marchen ahora a combatir contra los infieles y concluyan en victoria una guerra que debió haberse iniciado hace mucho tiempo. 




Que aquellos que por mucho tiempo han sido forajidos ahora sean caballeros. Que aquellos que han estado peleando con sus hermanos y parientes ahora luchen de manera apropiada contra los bárbaros. Que aquellos que han servido como mercenarios por una pequeña paga ganen ahora la recompensa eterna. Que aquellos que hoy en día se malogran en cuerpo tanto como en alma se dispongan a luchar por un honor doble. ¡Mirad! En este lado estarán los que se lamentan y los pobres, y en este otro, los ricos; en este lado, los enemigos del Señor, y en este otro, sus amigos. Que aquellos que decidan ir no pospongan su viaje, sino que renten sus tierras y reúnan dinero para los gastos; y que, una vez concluido el invierno y llegada la primavera, se pongan en marcha con Dios como su guía".

Centenares de guerreros rasgaron sus ropas y cosieron en ellas una cruz, jurando abandonar sus tierras y aceptar el desafío lanzado por el Papa de acudir a Oriente, bien para ayudar al Imperio Bizantino contra el avance de los turcos selyuquíes, como dejaron escrito algunos de los testigos de la época, bien para recuperar los Santos Lugares, como afirmaron otros. Con estas palabras, dio comienzo la Universitas Christiana que unió a Europa durante un largo período de tiempo. El sentimiento de unidad de los europeos se basó en el rechazo religioso de los creyentes de otra fe. No fue una identidad con algo, sino contra algo, y a partir de entonces, ya nada sería igual. Personalmente creo firmemente, que la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén, fue sin duda la más representativa, y pido disculpas a aquellos más estudiosos sobre el tema que opinen lo contrario, y lo digo por una razón, por la prevalencia del interés espiritual de la misma.


Desde luego, el espíritu templario de hoy, cabría preguntarse si sigue existiendo dentro de discreción, tradición, espíritu caballeresco, espíritu nobiliario caracterizado por la buena educación así como la nobleza del espíritu de humanidad dentro de la Orden a la que pertenecen apartando de si el pecado o la malicia de medrar a costa de la falacia y la traición de los principios básicos, y del daño causado a otras personas. Nos permitimos dudar en algunos casos del espíritu de tradición de aquellos que dicen ser continuadores del espíritu del Temple, de su nobleza y costumbres sanas fuera del egocentrismo, de lealtad y dedicación, de fe y de cultura, y sobre todo, de valor y distinción humana hacia los demás, apartando la impiedad y la prevaricación. De ahí nace el verdadero espíritu templario, lo demás, es un engaño y una estafa, y lo peor de todo, no es que engañan a quienes les siguen, sino que se engañan a sí mismos, y sólo Dios sabe con qué fin, por lo tanto que sea el propio Dios quien se lo tenga en cuenta. Para lucir el espíritu Templario, no sólo es menester la palabra, sino también los hechos. Luchar contra el materialismo, la impiedad y la tiranía en el mundo, defender la santidad del individuo, la humildad, y afirmar la base espiritual de la existencia humana. Este es un tremendo objetivo, pero esta es la elección de la caballería. Muchas personas que de buena voluntad se acercan al Temple y se encuentran con un enorme fraude de muchos que han hecho del mismo fraude su forma de vida y no una forma de vivirla. Non nobis, Domine, non nobis. Sed Nomini Tuo Da Gloriam. No a nosotros Señor, no a nosotros. Pero a tu nombre dale Gloria. 


Aingeru Daóiz Velarde.-






 

BIBLIOGRAFÍA

 La Primera Cruzada. Daniel Pérez Sierra Historia de las Relaciones Internacionales.

 La primera cruzada novecientos años después : el Concilio de Clermont y los orígenes del movimiento cruzado. Jornadas Internacionales sobre la Primera Cruzada, Universidad Autónoma de Madrid. Editores: J. L. García-Guijarro.

PEDRO EL ERMITAÑO Y EL ORIGEN DE LAS CRUZADAS. Jean Flori.

 ABACUS, Revista digital de la asociación BAUCAN, filosofía de las armas templarias.