martes, 8 de septiembre de 2020

DALIA Y LA SINFONÍA DEL JUICIO FINAL.


DALIA Y LA SINFONÍA DEL JUICIO FINAL. 


Pocas son las ocasiones en las que la vida, nos ofrece la oportunidad de caminar libremente por aquel paseo de nuestros sueños que nos conduce directamente a la agradable sensación de dar a la naturaleza la esencia perfecta a las inquietudes de nuestro espíritu, y yo, hasta la fecha, daba gracias a Dios por haberlo conseguido…me había dedicado a lo que más apreciaba, la ilusión de la felicidad en el amor, puesto que había tenido la suerte de contraer un matrimonio deseado, mi dulce Elisa, la mujer de mi vida desde la más temprana juventud, mi musa en la complacencia de la literatura de la que gozaba no ya sólo escribiendo un serial de cuentos e historias cortas que publicaba por entregas y tres novelas que me dieron cierto reconocimiento, y la música, de la que tenía la suerte y el deleite de haber compuesto alguna sonatas, fantasías, preludios, conciertos y tres sinfonías con determinado éxito, compartiendo mi tiempo con dar clases particulares de piano… La fuerza incansable y creativa de mi espíritu era voraz, casi febril, pletórico por la felicidad, pero el infortunio más cruel y temido, es el que llega muchas veces sin avisar, y siempre arriba asido del brazo de la fatalidad, y desamparado en el acto del coraje de buscar en la razón del tiempo acabé abandonándome en los rincones oscuros de la desesperación, incluso en algunas ocasiones, buscando el auxilio del suicidio en mis pensamientos, debido a la trágica costumbre que una enfermedad feroz tiene en apartar de nuestra vida a una persona amada hasta más allá de uno mismo en lo más profundo del corazón, arrancada de forma brutal junto con la criatura que portaba en sus entrañas, y llevarlas a las moradas de la muerte hacia el reino de Hades, a bordo de la barca de Caronte, el cruel y fatal final del camino de la dicha.




Mi mundo, se había convertido de súbito en un paisaje oscurecido, vacío de fondo y flanqueado por unos pilares de consternación y zozobra bajo una lóbrega y tenebrosa estructura a cuyo final, se dibujaba en la lontananza un horizonte sin esperanza donde un tímido claro de luna asomaba para mostrarme que la claridad de mi abatimiento no tenía ya vuelta atrás, como una sinfonía incompleta, una historia rota para la eternidad, una tenebrosa novela que ya jamás nadie podría terminar, pero que dejaba adivinar su lúgubre final…Pensaba que ya jamás el sol brillaría condenando mi existencia al ocaso eterno de las sombras, sin la esperanza de un nuevo amanecer, porque Dios me había olvidado y el Diablo había ocupado su lugar en mi atormentado espíritu, robándome la dicha de la felicidad, para vivir en la condena de la muerte en vida, sintiendo día a día el doliente zarpazo de las garras de Satanás.




Perdí todo contacto con el exterior, aborrecía a la sociedad, poco a poco me sumí en un campo barbecho, en un dique seco de la creación en el que llevaba sumergido algo más de tres años, en un delirio de abandono absoluto, con la único socorro de mi fiel asistente, amigo y consejero desde mi niñez, Severino… amo de llaves, consuelo en aquellos interminables ratos sumido en la amargura de la consternación y el descaecimiento, incluso de la irritación y la cólera. Severino había combatido como asistente junto a mi padre, Coronel del Ejército Carlista hasta su muerte en la batalla de Mendizorrotz un 29 de enero de 1876, siendo yo muy niño todavía, aunque ya desde algún tiempo antes había entrado al servicio de la familia, y acompañó a la guerra a mi padre, por quien sentía una profunda devoción. Armado de una paciencia paternal, se ocupaba de mis necesidades y de la salud que iba perdiendo poco a poco, y en verdad, de no haber sido por él, a buen seguro hubiera muerto de inanición o posiblemente víctima de un tiro en la cabeza, por lo que se encargó de hacer desaparecer el revólver y el sable que había pertenecido a mi padre, aguantado estoicamente con fuerza, valentía y firmeza esos arrebatos de ira y rabia, que a menudo me abordaban sin compasión, al igual que aquellos momentos de silencio, abandono y trance, con el simple calor de su humana mano en mi hombro, con aquellas palabras que sólo un amigo de corazón sabe remover en el entendimiento del alma ajena.




El día que cayó herido de muerte mi padre, salió por delante de la formación de vanguardia a bayoneta calada de cara a la formación de las huestes sálicas a voces, y recibió tres tiros en su cuerpo, dejándole un cojera en la pierna derecha… corpulento y fuerte como un roble, aunque ya había empezado a encorvar debido a su edad, sereno y profundo en su manera de hablar, acostumbrado a las palabras justas y medidas, y un tono que siempre invitaba a la cavilación, sabía bien elegir los instantes de silencio y ausencia, y sabía también permitirse la libertad de emitir un consejo sin molestar, compartiendo el dolor ajeno y sintiéndolo también en lo más profundo de su alma. Mil veces le había dicho que se fuera, que saliera de mi vida, y mil veces se había limitado a no contestar, como si la cosa no fuera con él. Aquella mañana que guardo en mi recuerdo, mi cólera sobrepasó casi los límites de la tolerancia, y con mayor violencia, le conminé a que me dejara morir en paz, y sus palabras demolieron, como casi siempre, la fuerza del flagelo de la cicuta y la exasperación. 

- Don Cipriano Blanco, su padre, me acogió en un momento crucial y aciago de mi vida, cuando las circunstancias de un terrible infortunio posaron en mi su mirada, como tantas veces le he recordado, y que usted vuelve a insistir y exhortar por el sufrimiento de su desdicha. Nací sin conocer a mi madre, y a mi padre hubiera sido mejor no haberlo conocido, porque vivió casi toda su miserable vida entre las rejas de un presidio, hasta que fue ejecutado por la Justicia. Viví en la más absoluta de las menguas humanas, y el hombre por el cual lleva usted su apellido, y permítame que dudo a veces si su arrojo para afrontar las circunstancias, me acogió bajo el opaco y nebuloso manto de una doliente postración que se cernía sobre mí, con la total protección de quien sabe y conoce las necesidades de un alma perdida en el más absoluto y apagado dolor del abatimiento. Me dijo que por muy difícil que fuera conseguir que se despejara la tormenta de los cielos en la penumbra de la noche, al final, llega la esperada calma de un nuevo amanecer, que nos hace más fuertes para atravesar las inclemencias de la vida. El temple se educa en el sosiego, y el valor y la entereza, en la dureza y la inclemencia de la tempestad. Yo estuve presente en su muerte, y murió en mis brazos, haciéndole prometer bajo juramento, que cuidaría de usted, y yo, Severino Balaca, no faltaré a un juramento ni bajo la amenaza del propio diablo. Puede usted echarme de su techo, pero tirado en la calle le esperaré hasta que Dios apague con su misericordia la luz de mis ojos, y esperaré como un padre espera al hijo perdido en la profundidad de la desesperación, como un testamento jurado al hombre que más aprecié en este mundo, y en el mundo del más allá. Ese es mi legado, don Ricardo. 


Acto seguido, dio media vuelta cubierto en el silencio de la tarde sin escuchar réplica o impugnación alguna de mi parte, y me quedé sumergido en el fondo de una botella de brandy, al que iba cogiendo demasiada costumbre y gusto a su compañía, pese a que el desvarío que sigue a la embriaguez iba dejando cada vez más un ácido y amargo sabor de boca y ánimo que cerraba las ventanas desde las que podía vislumbrar la luz de la reflexión. 

Tres días después, encontrándome como de costumbre a media tarde de unas circunstancias invernales de en los pensamientos de mi mente,  mientras intentaba curar, como norma, las fiebres de mi tristeza al calor del fuego de un par de copas de licor que acababan finalmente por destilarse en llantos del recuerdo y algunas frases sin demasiado sentido que morían arrugadas en el papel, sonó durante dos o tres veces la campanilla y aldaba de la puerta, y pensé que Severino habría salido a intentar conseguir sustento de víveres, pese a que no me había avisado de su ausencia y si lo había hecho, sumido en mi letargo, no le había hecho ni el menor de los casos. Me incorporé hacia la entrada para abrir, y recibí la extraña e inesperada visita de un caballero menudo, vestido de oscuro, de barba poblada y melena, con una poca ostentosa chaqueta de faldones largos y pantalón ajustado del mismo color, inmaculada camisa blanca y gabán pasado de moda, chaleco, y un siniestro sombrero de copa alta que le llegaba hasta casi las cejas, prendas que seguramente no conocían ni por asomo de la casualidad el nombre de la sastrería de Juan Utrilla en la Carrera de los Jerónimos de Madrid. Me informó que traía una especie de mensaje que quería tratar conmigo en persona, y que era de una cierta importancia como para tratarlo en la calle, por lo que sin demasiadas ganas, le invite a entrar al salón.




Desde luego, el hábito no viste al monje, porque de haber sido yo el juzgado por mi estado, pose e indumentaria al salir al recibidor, el caballero a buen seguro habría salido de allí argumentando un esquivo quede usted con Dios porque me he debido confundir. 


De aspecto serio, mirada sombría sin parpadear, voz directa y seca con un porte de seguridad que llamaba a la atención, se presentó como don Inocencio Zuzunaga Pieldelobo, al parecer, Secretario personal y Albacea con plenitud de poderes para acreditar y hacer valer la voluntad de una enigmática dama de alcurnia de rancio abolengo cuyas raíces se perdían más allá de la que la memoria de la historia podía ya casi recordar…La dama, según me indicó don Inocencio, era apasionada amante de la música, el arte, la literatura de prosa de calidad, pero también según me informó, en este sentido con una cierta cautela para quitarle importancia, tenía una puntual pasión por un místico esoterismo en el que vivía como en una especie de doctrina secreta. 


La distinguida y particular dama, la presentó como doña Sancho Abarca Catalañazor de Guzmán, nombre original, pensé, y a la que según me explicó don Inocencio, podría conocer personalmente en caso de aceptar el encargo. Me explicó el Albacea, que la razón de su particular y desde luego, bien remunerada encomienda, era la composición musical de una especie de sinfonía en la que aparecieran a su vez una serie de himnos fundamentados en un manuscrito antiguo traducido hace siglos del griego bizantino y del árabe, e incluso la última traducción al latín anexa al extraño manuscrito procedente del siglo XIII por un padre dominico excomulgado y condenado, un tal Ole Worm, en el que dedicaban cantos poéticos basados en unos seres antiguos, provenientes del Inférnum o Ínferus , guardianes de lugares donde los hombres no debían tener acceso, y gules, una especie de demonios que habitaban en lugares inhóspitos frecuentando los cementerios y alimentándose de los cadáveres o secuestrando almas de niños no nacidos o muertos al nacer, para que una especie de bruja o demonio de mujer llamada Ghouleh saciara sus bajos instintos.




A la composición musical, debía de acompañar también una publicación novelada, que ya había sido iniciada hacía muchos años, pero que estaba apenas en sus exordios y debía concluir, pues su supuesto autor de identidad desconocida, había desaparecido sin dejar ningún tipo de señal , rastro ni forma de encontrarlo, y cuyo argumento se basaba en un lugar donde este ser de mujer demonio vive habitualmente en los sótanos de una especie de ruina o castillo donde suele aparecer por las noches en los caminos para seducir a los caminantes solitarios con una extrema sensualidad, para después transformarse y enterrarlos vivos en la misma tumba de un alma inocente muerta tiempo atrás. Al parecer, según don Inocencio Zuzunaga Pieldelobo, a todo este entramado se le unía una historia real de una de la vida de una joven que, con todas las circunstancias favorables a la plenitud de una felicidad, un mal golpe del hado convertía la claridad de la mañana en la funesta sentencia a la perpetuidad de una tragedia pactada por un demonio nacido de los albores del infierno y un magnánimo y siniestro noble de nombre Barón de Asúa.

El ofrecimiento económico, desde luego, era más que generoso por mí trabajo, y en aquellos tiempos mi capacidad adquisitiva se encontraba casi en la banca rota, debido al balance productivo de mi trabajo por mi estado de ánimo. Había vendido pertenencias de la herencia de mi familia para poder casi sobrevivir, y mi buen asistente y amigo, casi más mi conciencia que amigo, Severino Balaca, dedicaba sus tardes al servicio de unas damas, hermanas solteras ya de cierta edad, a las que servía el servicio de cena, y de lectura, puestos que era muy aficionado a la lectura, sobre todo, las obras del conocido como el hijo del Conde Negro, Alejandro Dumas, y de su hijo, el otro Alejandro Dumas, aparte de mis novelas y cuentos o historias cortas…todo, por sacar algún sustento para mantenernos. 

Don Inocencio me dejó bien claras algunas circunstancias que no daban lugar a la negociación, y eran que durara lo que debiera durar el trabajo, debía hacerse en un caserón en una zona del sur de Francia, donde la familia de doña Sancho Abarca Catalañazor de Guzmán poseía una antigua posesión en un paraje solitario de particular entorno, pero bien provisto de todas las comodidades necesarias para su habitabilidad, material y muebles, y un antiguo piano al parecer, en excelentes condiciones, y un servicio para el que contaba con una sirvienta y tres hombres para las diferentes tareas, y que en ningún momento sería molestado por nadie para ejercer mi cometido. Cualquier circunstancia o necesidad del tipo que fuera, debía tratarlo directamente con don Inocencio, que se alojaba en un anexo a la finca en cuestión, y que personalmente él, se encargaría de dar solución a las necesidades que en cualquier momento y a cualquier hora pudieran ser de debida y oportuna importancia. En ningún caso y bajo ningún concepto, me dejó también advertido, debía dirigirme a los lugareños, aunque si bien las posibilidades eran escasas debido a que la distancia a la aldea más próxima era más bien larga, según me indicó. 


Las razones de la decisión del encargo en mi persona, eran que al parecer doña Sancho Abarca Catalañazor conocía mis creaciones musicales y literarias, aparte de las causas de mi forzado silencio artístico, y estaba absolutamente resuelta que en tales lances y aquel entorno adecuado, llegaría a componer una obra de las más espectaculares y de mayor éxito tanto a nivel musical, como literario, que elevaran la quintaesencia del espíritu. Puso especial ahínco en que debía tomar la decisión del encargo transcurridas dos semanas, a cuyo final, pasaría de nuevo a visitarme, y que debía estar de acuerdo con todos y cada uno de los pormenores y exigencias del cometido. Al parecer, recibiría la mitad de mis honorarios si aceptaba, y la otra mitad, una vez concluido el encargo. De aceptar, una vez en mi destino de trabajo, recibiría los manuscritos tanto del libro iniciado, como del misterioso manuscrito traducido, para estudio y composición final del encargo.



Dicho esto, se despidió a la espera de mi decisión, sin cambiar un gesto, al tiempo que hacía su entrada Severino en la casa, el cual se le quedó fijamente mirando con cierta seriedad sin mediar palabra, le cedió el paso, y Zuzunaga salió tal y como había llegado. Severino, no hizo ni preguntar.

Todo aquel entramado sobre el que me había comentado don Inocencio Zuzunaga Pieldelobo, la tentadora y muy significativa propuesta económica, y posiblemente las ganas de volver a un mundo en el que me había abandonado por completo, chocaban de lleno con los pormenores o, mejor dicho, con las especiales particularidades del tema de fondo del encargo, y mi estado de ánimo en cuanto a mi pensamiento sobre el acecho de Satanás sobre mi vida. Era como si realmente me estuviera retando la suerte de hacerle frente, o finalmente, asumir mi destino alejando ya toda esperanza de la misericordia de Dios. Entre en un periodo de contemplación absoluta, pasando la mayor parte del tiempo cavilando, tomando notas, valorando la situación, y durante ya el final de la primera semana después de la visita del personaje en cuestión, mi actitud había cambiado, y tomé la decisión de aceptar el encargo, aunque prefería escuchar antes la opinión de Severino. 


Le conté absolutamente todo, mientras escuchaba en silencio en el salón, con mirada baja, seria y sin mover ni un solo músculo…al terminar mi alocución, se dio media vuelta para marcharse de nuevo en silencio, y al ver que no aportaba ninguna opinión al respecto, opté por preguntar yo…

-Vamos a ver, Severino, ¿no va usted a decir nada?...¿Acaso le parece un asunto baladí?. Le cuento todo esto, porque me gustaría conocer su pensamiento, lleva usted conmigo más de veinte años, supongo que el tiempo suficiente y la confianza para poder dar su parecer y punto de vista. Me ha aconsejado usted muchas veces, desde que no tenía ni capacidad de conclusión y decisión ni cuando era niño, e incluso después, y ahora, en este crucial asunto, ¿se da media vuela y se marcha usted en compañía de su silencio?.


Severino se dio la vuelta despacio, y esta vez, mirándome fijamente a los ojos, me contestó:

- He deducido mientras me hablaba, que el cuervo del otro día ya había tomado la decisión por usted. Esa doña Sancho Abarca Catalañazor, ¿de que la conoce, y en qué circunstancias?, y es más, ¿para qué o cuál es el motivo de tan estrictas exigencias?, ¿cree usted que es mejor alejarse de este entorno que martiriza posiblemente sus recuerdos para adentrarse en otro desconocido que le ayude en su trabajo?...¿Realmente le atrae tanto el tema de fondo de una novela inconclusa, que lleva la premisa obligada por el encargo, con un argumento, si me permite, malhadado, casi tétrico, acompañando a todo esto, una composición musical incluyendo poemas o vaya a saber usted qué tipo de glorificaciones o clamas a los guardianes de las puertas del averno, y en particular, a su reina bruja del obscurantismo?. ¿Cuál es la razón de la exigencia de su aislamiento por el que no debe usted tratar con nadie más que con el Albacea o lo que Dios quiera que sea y represente?.

Severino Balaca continuó su arenga, esta vez cambiando a un tono algo más rígido y resolutivo:


- Ha recibido usted unos cuantos encargos de trabajo después de los desgraciados acontecimientos que ha vivido, yo he sido testigo directo de todo ello, y también parte sufrida a su lado, se lo recuerdo, don Ricardo, y no ha tenido iniciativa ninguna, y es precisamente ahora, cuando de repente, cambia usted radicalmente su actitud, y espera una semana para ponerme al corriente…señal que su decisión ya está tomada, y evidentemente, avalada por una especie de sentimiento que sigue corroyéndole por dentro, no sólo por la inmejorable propuesta económica, que lo es, desde luego, pero jamás podría imaginar que fuera usted capaz de vender su alma al diablo por dinero. Conozco bien las necesidades económicas que rodean nuestra subsistencia, y las conozco de primera mano, usted lo sabe bien, pero tengo la intuición, o más bien la certeza, de que al parecer, he pasado a ser en su vida un molesto incordio, más que otra cosa, con lo cual, no me queda otra alternativa que el silencio, y el beneplácito aun a mi pesar, de su decisión, pese a mi condena eterna por romper el juramento que le hice a mi Coronel don Cipriano Blanco el día de su muerte. Vive usted dentro de un siniestro sueño día a día, noche tras noche, buscando el devenir de una aventura con la irreflexión de no conocer que el resultado es la ignorancia del peligro, y que las consecuencias de su trabajo, se conviertan en su peor pesadilla, pero supongo que esto forma parte de los vicios de la Humanidad. 


-No cambie usted los términos de mi decisión, Severino. En primer lugar, no voy a prescindir de usted, y así se lo haré saber a doña Sancho Abarca y a su Albacea llegado el momento, ya que necesito de sus servicios de intendencia, cuidado y administración tanto de mi hacienda como de otras particularidades sobre las que pueda necesitar estar al corriente, y ese será su cometido, Severino, y mi condición será que al menos, una vez cada dos meses, pueda usted visitarme para ponerme al corriente del estado de mis asuntos, sólo y nadie mejor que usted podrá hacerlo. Y sobre la otra cuestión que nombra, lleva razón, sí, necesito enfrentarme a la realidad de la que me habla, por muy extraño extravagante y excepcional que pueda parecer el encargo, tengo esa incontrastable y pujante necesidad de enfrentarme a esos demonios que me acechan, pero no para loar sus males, sino para vencerlos. No comete usted perjurio en ningún caso, ni yo vendo mi alma al diablo por dinero, lo que hago es cobrar la recompensa por cegar su satánica mirada con el polvo de mi venganza, pues si su cometido era silenciar mi espíritu creativo y sumirlo en la tristeza y el abatimiento, lo cautivaré con la armonía de la música y las letras, para hundirlo después en la profundidad de las tinieblas de las que jamás, debería haber emergido. 


Severino, me miró de nuevo a la cara, y me dijo con semblante de preocupación y tristeza:

- Mi esperanza, don Ricardo, es que sus palabras no se conviertan en el epitafio de su propia tumba, y los acordes de su música, en el réquiem de su condena.




Llegado el día de mi encuentro con don Inocencio Zuzunaga, le hice saber mi decisión de aceptar el encargo de trabajo, pero también los pormenores sobre el mismo en cuanto al concepto particular de la asistencia para que Severino pudiera visitarme en periodo acordado para los menesteres específicos de mis intereses e informarme, por si fuera precisa la encomienda de algún tipo de gestión, a lo cual, aunque en principio guardó unos momentos de silencio reflexivo, aceptó, como no podría haber sido de otra manera, cuestión que me alivió. Quedamos para que, una semana más tarde, tuviera prevista la partida, y una vez en mi destino, tratara de forma directa con doña Sancho Abarca Catalañazor de Guzmán en la misma propiedad los términos y necesidades, así como otras circunstancias y particularidades. 

El día de mi llegada, destilaba una niebla si no densa, si notoria que me apagó un tanto el ánimo. Era una especie de mansión antigua, aunque no en muy mal estado, en medio de un bosque de olmos, robles y algunas hayas, a la que accedimos por un camino ahogado por la maleza, por lo que deduje que no era muy transitado. La mansión, envuelta en un áurea mística, nos observaba con la mirada de unos ventanales vacíos desde un paisaje de ambiente extraño, como si la propia heredad nos advirtiera a voces con un arcano y escondido sigilo el efluvio perenne de la penumbra de una maldición perdida en el tiempo de la memoria, y una terrible sensación de yermo absoluto invadió mi espíritu, pero supuse que todo era fruto de la naturaleza casi salvaje del lugar, el contorno del propio bosque, la bruma que lo envolvía y la razón del menester por el que había llegado hasta allí. Con toda seguridad, pensé que tanto el espacio como el lugar no fueran los más idóneos para una adaptación musical sinfónica de un fondo temático menos lúgubre, ni desde luego, para escribir una historia o novela que dejara trascender o manifestar un halo resuelto de sensibilidad y esperanza, todo parecía haber sido como premeditado y adaptado a la finalidad especialmente particular del encargo. 




Don Inocencio Zuzunaga me acompañó al interior, y me invitó a esperar en el salón principal, ya que la dama en cuestión, no había llegado todavía, puesto según me indicó al parecer ella no residía en la mansión, si no en una población a unas dos horas de camino llamada Conques. Aprovechó para presentar a las personas del servicio que en ese momento se encontraban allí, y estaba compuesto por una chica joven de carácter tímido y retraído, ya que ni siquiera levantó la mirada para verme, limitándose a hacer una leve inclinación, y cuyo nombre la presentó como Alizee, un hombre enorme y de apariencia hercúlea, mirada seria y fija, casi se diría de ese tipo de personas a las que resulta más tentador evitar que transitar cerca, de nombre Belmont, otro carente de dentadura, con una medio joroba, y unos ojos exageradamente saltones, como los de un pez, de nombre Adrien que se limitó a sonreír inclinando levemente también la cabeza, y por último un hombre muy parco en estatura, pero de aspecto y mirada de fiera salvaje, posiblemente para contrarrestar la carencia de su porte, de nombre Eric, y a quien intuí que fuera el capataz o líder de aquella comitiva, ya que ninguno de los cuatro pronunció ni una sola palabra, y al terminar su presentación salieron en silencio, siguiendo sus pasos tras una señal de este último. 

Pensé que el número de sirvientes era algo exagerado para el servicio, y supuse que en realidad sólo el tal Eric y la joven estaban dentro de las labores cotidianas del mismo, y los otros dos posiblemente pertenecieran al servicio personal de la residencia habitual de la Señora, y se encontraban allí para adecentar los accesos y otras labores de mantenimiento mientras durase mi permanencia, aunque no le di mayor importancia. Don Inocencio me mostró mi habitación, la Sala de estudio donde había un elegante escritorio, además del resto de las estancias de la mansión, a excepción de una pequeña compuerta que, según me indicó, permanecía cerrada, y que daba a una de almacén de sótano y primera planta. Después, me invitó a saborear un excelente vino mientras esperaba de nuevo en el salón, donde también se encontraba el piano y pude cerciorarme que en verdad estaba en un estado de conservación y afinación perfecto, y se disculpó por ausentarse para dedicar su atención a unos menesteres con el servicio, ya que Doña Sancho Abarca Catalañazor no tardaría ya mucho en llegar. 


Tuve el tiempo suficiente para hacerme una primera composición del lugar y su ambiente, y percibí claramente que el interior de la mansión, exhalaba una especie de atmósfera de una fuerza persuasiva que atrapaba. Era como si en realidad, tuviera vida propia. De entre sus descoloridas pareces, emanaba un embriagador perfume de poder casi hasta ímprobo, espiritual, que rememoraba el ambiente del interior de un templo consagrado, aunque no había observado en toda la mansión ningún tipo de imagen religiosa propiamente dicha, como podría ser algún crucifijo o cuadro de algún Santo o virgen, salvo la representación de un relieve en piedra tallada que parecía representar una escena de unos monjes condenados a una especie de suplicio por unos seres de aspecto demoníaco de extraña apariencia, y a quien podría ser el Abad, aún aferrado a su báculo, siendo devorado por una figura horrible y deforme. 

Observé también que había varios bustos repartidos por el salón tallados en mármol que representaban lo que podrían ser una especie de seres mitológicos de aspecto deforme e inquietante, aparte de una representación en mármol que exhibía la exuberancia de Hades, el dios del Inframundo junto al Can Cerbero, el perro de dos cabezas guardián de las puertas del infierno, y además, un busto algo mayor, también tallado en mármol, que representaba una figura femenina tenebrosa y espeluznante de cuya cabeza pendían serpientes en vez de pelo, de aspecto y mirada considerablemente amenazadora y terrible, aparte de una serie de pinturas con temas de seres, ilustraciones de fetiches extraños, un grabado renacentista de título “Lo stregozzo”, de Marcantonio Raimondi y Agostino Veneziano, una copia en miniatura de “El aquelarre” Francisco de Goya, y una litografía titulado La “Ronde du Sabbat” , de Louis Boulanger, todo ello, con el fondo infernal de la imagen maldita del rey del Averno. 




Regresé de nuevo a observar el relieve en piedra que representaba al Abad y el resto del conjunto, cuando a mi espalda me sorprendió inesperadamente el sobresalto de una voz que me indagaba desde un rincón en la sombra: 


-Supongo que es usted Don Ricardo Blanco. No me diga que aparte de ser escritor, y compositor musical, es también entendido en arte. 

La voz salía de una figura de mujer, que se presentó así misma como doña Sancho Abarca Catalañazor de Guzmán, pidiendo disculpas por la espera, saliendo de entre la sombra, y a la que acompañaba don Inocencio, apresurándose a dar más luz a la estancia abriendo más las cortinas que cubrían en parte el gran ventanal principal del salón. La Dama vestía de un negro inmaculado, y su rostro, cubierto en parte por una especie de velo negro de encaje, acompañaba la figura de una mujer no demasiado mayor ni demasiado joven de una inusual y esbelta belleza, sobre la que resaltaba la profunda e intensa mirada de gravedad hondamente cautivadora de unos ojos verdes con un halo de esmeralda, y de cuyo porte y tono de voz se adivinaba sin demasiado esfuerzo un poder y seguridad en sí misma muy por encima de lo común, capaz de ejercer su criterio en cualquier situación y circunstancia con una autoridad implacable, de esas que el valor de un simple gesto es suficiente para resaltar y hacer valer por encima de todo su criterio. 




-No, desde luego que no, en absoluto…no creo que fuera capaz de abarcar tanto campo, algo de arte desde luego conozco y soy capaz de valorar con cierto criterio, simplemente me ha llamado a la atención la colección de figuras esculpidas, sobre todo este que relieve del que no adivino su significado, pero quiero suponer que lo tendrá, y el esotérico y misterioso significado del resto, sobre todo el del busto de la figura femenina de la que se desprenden cabellos en figura de serpientes… Disculpe usted mi atrevida curiosidad.


Su respuesta no se hizo esperar apenas un instante, con lo cual, me demostró que además, era una mujer de una inteligencia extraordinaria. 


-Sócrates decía que la sabiduría comienza con la curiosidad, y además, si me permite, y sin ánimo de adulación de ningún tipo, su sabiduría le precede en sus artes, de lo contrario, hoy no estaría usted aquí. También Francis Bacon dijo que un hombre sabio, buscará más oportunidades de las que se le presentan, y usted las ha buscado con su oportunidad de buscar la nobleza de la curiosidad para perfeccionarse así mismo. El significado del relieve al que se ha referido en primer término, es una las tres partes del conocido como El Tímpano del Juicio Final, que forma una composición general de un amplio semicírculo del tímpano, que está dividido en tres niveles superpuestos separados por bandas reservadas a inscripciones grabadas. Todo, en efecto, se organiza alrededor de la figura central de Cristo hacia la cual la vista es irresistiblemente atraída. A su izquierda, el infierno es como la imagen negativa del paraíso, a su derecha, un anti-cielo. Todo en orden, claridad, paz, contemplación y amor, en el otro, violencia, la agitación convulsiva, el espanto. Su representación, por si desea satisfacer su más su curiosidad, se encuentra en la Abadía de Conques, población en la que tengo mi habitual residencia...esa es la explicación oficial, pero mi consejo es que la visite usted algún día. 




Tras una breve pausa, como esperando para que asimilara toda su explicación, doña Sancho Abarca continuó:

- El resto de figuras o bustos, procede de la interpretación artística basada en un manuscrito del siglo XIII , en el que dedicaban cantos poéticos basados en unos seres antiguos, provenientes del Ínferus, y sobre el cual, argumentará usted su composición musical, como supongo ha sido informado debidamente por don Inocencio Zuzunaga, aquí presente, y el busto que tanto le ha llamado también la atención, corresponde a Ghouleh, una especie de espíritu recóndito femenino, como puede observar. El resto de grabados forman parte de un espíritu que busca otra razón a una realidad artística diferente, de la que confío no se sienta usted intimidado. Sobre esta base basará usted la idea de la composición, cuyo título se dedicará a la SINFONÍA DEL JUICIO FINAL. Confío en que el haber aceptado el encargo, no le supone ninguna turbación, angustia o sufrimiento, porque el que teme sufrir, ya sufre el temor, y ciertamente de ser así, como le he dicho antes al principio, tampoco estaría usted hoy aquí.


Doña Sancho Abarca me explicó la forma y argumento de la parte literaria del encargo, es decir, la novela, basada en los recelos y las bajas intenciones de un caballero poderoso, y su pacto con un demonio, para conseguir a cualquier precio el amor de una dulce joven enamorada de otro caballero con el que acaba desposándose, pero finalmente el borrador del argumento acaba con una terrible profecía final, que yo debería concretar en forma debida contando los pormenores del entramado, los cuales no conocía más que los ya indicados por don Inocencio en nuestro primer encuentro, pero de los que me hizo entrega en aquella primera entrevista, al igual que el resto de material sobre el que debía trabajar, junto a la suma de la primera mitad de mis honorarios.


Me volvió a explicar que el proyecto de la novela, al parecer había sido iniciado por un escritor amigo de la familia, y que inexplicablemente dejó sin terminar y sin dar señales de su existencia hacía ya unos cuantos años, pero la abuela de doña Sancho Abarca había conservado el borrador del proyecto, y al fallecer, ella había decidido terminarlo dando la libertad de concluir a su gusto a quien se encargara de ello, con la única condición de que su título fuera DALIA. Tratamos también el tema de que de forma periódica, cuando yo hubiera avanzado mi trabajo, se personaría en la mansión para comprobar la marcha del mismo, y para los ensayos finales, había ya contratado la participación de una orquesta y coro, y cuya representación final se llevaría a cabo en una especie de Monasterio adquirido por la familia hacía ya algunos años, y ahora habitado por una congregación mística y espiritual de fines contemplativos dedicados a la búsqueda, según la dama, de la verdad de los fines de la Humanidad, y a cuyo estreno sólo estarían invitados un grupo de personas previamente elegidas, no muy numeroso, pero sí de gran trascendencia social y cultural. De ahí, pasaría a ser interpretada con toda seguridad por los mejores escenarios conocidos. 


Aquella misma tarde, después del almuerzo y una interesante sobremesa donde pudimos hablar sobre ciertos temas triviales, hablamos también sobre ciertos aspectos más profundos sobre el arte como una búsqueda artística, más allá de la estética, como refugio de la búsqueda espiritual que hasta ahora había estado ligado al conocimiento del mundo y de Dios. Doña Sancho Abarca me aseguró que desde los tiempos más remotos, muchos artistas como escultores, pintores, músicos y escritores se habían inspirado directamente en una especie de ocultismo esotérico al que ella denominaba como Arte Negro, que se apartaba de una corriente religiosa del arte y representaba el aura de los antiguos dominadores de la tierra para mostrar la verdadera evolución de las almas ligadas a los pueblos, condenada al Orbis Tenebrosum, a las tinieblas, y cuyo conocimiento, contiene un poder superior e ignoto. Pronunciaba sus palabras con una seguridad en sí misma determinante y axiomática, con lo cual, estipulé optar por tomar una actitud de complaciente silencio. Pasado el rato de charla de sobremesa, la Dama alegó que debería partir ya, porque el camino de regreso era largo, y se le haría muy tarde, y que sobre cualquier circunstancia podría dar aviso a don Inocencio, que se hospedaría en un apartado anexo a la mansión. 


Las dos primeras semanas, las ocupé por entero en ejercitar el piano, y dar una primera lectura inicial a los manuscritos sobre los que debía trabajar, hasta que una tarde, algo antes de la llegada del ocaso, decidí salir por primera vez de la mansión para conocer algo de los alrededores y pasear. No llevaba andado mucho tiempo por un camino bien cuidado, cuando a lo lejos avisté una figura de mujer, cosa que me pareció extraña en aquel paraje solitario. Estaba de pie, observando al suelo, y me acerqué. Al escuchar mis pasos, se volvió de repente asustada…era Alizee, que dio muestras evidentes de turbación. Le pedí disculpas por mi torpeza, y le expliqué que había salido a dar un paseo porque no conocía los alrededores, acabando en el camino en el que nos encontrábamos de forma accidental. A sus pies, había lo que parecía ser una antigua tumba, sobre la cual habían depositado un pequeño ramillete de flores silvestres frescas. 


- ¿Algún familiar Alizee?.

La joven, sin salir de su azoramiento, visiblemente nerviosa, y sin mirarme directamente a los ojos, contestó:

-En absoluto Señor, me gusta salir un rato cuando puedo a pasear, antes de preparar la cena, y conozco el lugar, y de vez en cuando le traigo un ramillete de flores para que la persona que está ahí enterrada no sienta tanto la frialdad de la soledad y el olvido. Rezo una oración por su eterno descanso, y me voy…ahora si usted me disculpa, debo regresar porque se me va a hacer tarde, y tengo trabajo que hacer en la cocina…lo único que quisiera pedirle al Señor, es que tenga la bondad de no decir a don Inocencio que me ha visto usted aquí, porque seguramente se enfadaría, ya que podría pensar que abandono mis labores y eso me traería malas consecuencias. Se lo suplico Señor, yo no hago ningún daño en traer un ramillete de flores silvestres a este santo lugar de vez en cuando mientras doy un paseo.

- Pierda  cuidado Alizee, que no le diré que me he encontrado con usted, no tema, además su iniciativa me parece muy noble y humana, que tenga usted buena tarde.


Alizee, se despidió dándome las gracias y salió a paso rápido del lugar, pero de repente se detuvo dándose la vuelta, esta vez mirándome a los ojos como si quisiera añadir algo, pero guardando silencio, siguió su camino de regreso. La tumba constaba de una lápida sin fechas, y sin ningún otro signo ni nombre más que la inscripción tallada de que decía IN AETERNUM…me resultó muy curioso y extraño, pero ya lo que había experimentado desde el día en que don Inocencio Zuzunaga Pieldelobo llegó por primera vez a mi casa con el encargo y hasta la fecha, todo lo acontecido me había parecido inusualmente insólito.




Del lugar, emanaba una conmoción de congoja y desconsuelo que mortificaba los sentidos. Era una aflicción especial a la que no podía dar explicación. Cualquier tumba puede crear un sentimiento lúgubre de profunda tristeza, desde luego, pero de aquella concretamente fluía una aciaga y desconsolada agonía…IN AETERNUM, la inscripción me producía un especial sentimiento de desolación y pesadumbre que me mortificaba especialmente. De regreso a la mansión, ya en el transcurso de la cena, le conté a Zuzunaga que había salido a dar un paseo para aclarar las ideas en mi mente sobre mi trabajo, y le dejé caer sin darle demasiada importancia para no levantar ningún tipo de sospecha que me había tropezado al final de una camino con el hallazgo de la tumba y sus circunstancias, por supuesto sin nombrar a Alizee, y don Inocencio, sin mirarme, noté que se puso un tanto descompuesto, y tardó un poco más de tiempo quizás del debido para responderme que alguna vez creía haber estado por los alrededores del lugar, desde luego, pero que desconocía quien se encontraba en aquella tumba, y que posiblemente se tratara de una antiguo antepasado de doña Sancho Abarca Catalañazor de Guzmán, y que él sólo se limitaba única y exclusivamente a los temas que se le encomendaban, ya que las trascendencias personales de la Señora no entraban dentro de sus atribuciones ni consideraba oportuno indagar sobre ello, puesto que la historia personal de la familia era un tema personal y privado, si es que fuera el caso que quien quiera que fuera que estuviese allí inhumado era familiar de doña Sancho Abarca, porque podría tratarse de una eventualidad totalmente diferente. Le di toda la razón, pero por supuesto, no me lo creí, por lo que pensé que era mejor no acrecentar suspicacias innecesarias y pasé enseguida a temas más baladís, aunque tenía la sospecha que el de Zuzunaga se dio cuenta. 


Durante el mes y medio siguiente, estudié con más detalle y analicé concretando anotaciones el manuscrito del siglo XIII sobre el que debía basar la composición musical del Juicio Final, estudiando tiempos y tonalidades diferentes adaptadas a las estructura musical, y ya empezaba mi mente a dejarse llevar por una extraña sensación de aquel misticismo que me abordó a mi llegada a la mansión, nebuloso y melancólico. Tenía la impresión de que la propia esencia espiritual de la mansión me imponía su criterio, y mi inspiración ya se empezaba a impregnar de una melodía inicial. 


Pocos días más tarde, recibí la visita de Severino Balaca, mi amigo, consejero, protector y asistente. Su impresión fue la misma que la mía al llegar, tras preguntar por mi salud, y yo por la suya, que por cierto lo vi bastante angustiado, me confesó que todos y cada uno de los días desde que nos separamos, no dejaba de pensar en mí, incluso muchas noches casi ni dormía. Intenté tranquilizarlo, argumentando que me encontraba bien, que el ambiente de trabajo era bueno, y pensaba que mi inspiración me iba a dar un buen resultado para terminar en un buen plazo el encargo que me habían confiado. 

- Don Ricardo, ¿un buen ambiente de trabajo rodeado de toda esta mesnada o regimiento de demonios?, aquí lo le falta nada más que ponga usted al propios Satanás a tocar el piano, y a Lucifer, Aamon, Belcebú y a Asmodeo a cantar los coros…Quiero suponer que bajará usted al salón todos los días, bañado en agua bendita…No he visto ni un solo crucifijo en esta catedral, dedicada a esa horda infernal que tiene usted ahí. Además, el cuervo negro que conocía sólo con la mirada en su santa casa aquel día, sin cruzar una sola palabra con él, y que ha venido a recogerme con una especie de coche fúnebre del modelo araña negro con el que se transportan a los difuntos al cementerio, durante las casi más de dos horas que ha durado el viaje, no ha pronunciado ni una sola palabra, limitándose a observarme a hurtadillas…y el tipo ese que hace de conductor del funesto carruaje, un hombrecillo menudo, tiene una mirada ominosa y si me permite, de esas a las que yo no daría la espalda en combate aun perteneciendo al mismo ejército, tampoco me parece un alma fiable. Si me da usted licencia, regreso a Madrid, y vuelvo aquí en dos semanas para acompañarle en esta horrible soledad en la que se encuentra…bueno más que horrible soledad, siniestra compañía, y de paso me traeré conmigo un crucifijo y un Sagrado Corazón de Jesús. 


- Don Severino, por el amor de Dios, son obras de arte, y muy valiosas además. No se trata de un Santuario de culto, y además no hace falta que regrese usted tan pronto, le recuerdo que debe cuidar usted de mi casa, y le dejo a cargo de la suma de dinero adelantado por mi trabajo para que se haga usted cargo de sufragar los gastos y deudas que hubieren podido surgir, aparte de estar atento por si surge un nuevo encargo…quiero y deseo regresar a la normalidad, Don Severino, pero antes tengo la necesidad de demostrarme a mí mismo que soy capaz de hacerlo, y como ya le dije en su día, salir victorioso de este trance de la vida, y esto, debo hacerlo yo solo. No soy un desagradecido, y muy posiblemente lleve usted razón en algunos detalles turbadores, pero para que vea mi plena confianza en usted, esta misma tarde, me acompañará a un lugar que en su momento me dejó una especial sensación de la que no logro deshacerme… 


A media tarde, salimos a dar un paseo en dirección  al camino por el que se encontraba la tumba misteriosa, pero desde un recodo del mismo, pudimos escuchar una confusión de voces de hombre que no pudimos identificar y un llanto amargo de mujer. Al acercarnos más, ya entonces si vimos con claridad que Alizee se encontraba de rodillas en el suelo, y don Inocencio Zuzunaga la tenía asida por las muñecas en actitud violenta dando una serie de voces que tampoco pudimos comprender desde a distancia en que nos encontrábamos. Don Severino aceleró el paso en una actitud claramente hostil hacia la posición de don Inocencio que ya nos había visto llegar, y tuve que retenerlo, porque estaba seguro de que de lo contrario, y una vez vista y conocida la malquerencia y antipatía que sentía por él, aquella situación podría haber acabado en un disgusto de dimensiones terribles. Ayudé a Alizee a levantarse y pude ver que encima de la tumba había un nuevo ramillete de flores silvestres. Pedí calma alegando que todos los problemas se podían solucionar, y que don Inocencio Zuzunaga era un caballero capaz de ello, y éste argumentó una disculpa superficial lamentando que hubiéramos sido testigos del suceso, pero que se trataba de un tema personal de gestión, hizo una señal a Alizee, y objetando una evasiva, partieron del lugar. 


Severino Balaca abrió los ojos estupefacto ante la inscripción de la tumba, y le expliqué lo que había acontecido con Alizee la última vez que nos encontramos allí, y visiblemente turbado, argumentó que allí ocurría algo abrumador que no llegaba a comprender del todo, y lo mantenía en  un estado constante de zozobra y preocupación, aunque le hice prometer que permaneciera tranquilo, y que debería partir al día siguiente hasta que lo citara de nuevo, porque me gustaría que estuviera presente en los días de ensayo de la obra musical, y el día del estreno, además de conocer su experta opinión como lector sobre la novela encargada…Don Severino me contestó: 


-Eso, don Ricardo, si con la ayuda de Dios ,sigue usted aquí vivo, o cuerdo. Pero no se preocupe, que mañana partiré de regreso aunque muy a mi pesar viendo la situación, por mucho que yo pueda pensar en el error y el disfraz que usted pretende quitar importancia al tema de fondo, como ya le he dicho en alguna ocasión, creo recordar, y además, tengo que decirle que sigo pensando que me resulta una insensatez, pero ciertamente, no hay mayor insensatez que no la apoye algún testigo…lamento que sea ese mi papel, aunque no por mi gusto, desde luego. 


Conforme iban transcurriendo los días, ciertamente, noté la evidencia palpable de que estaba siendo observado y vigilado por los hombres de servicio, y sobre todo, por don Inocencio Zuzunaga. Cada vez que salía a pasear, y lo hacía para encontrar esos momentos de soledad en busca de inspiración, algunas ocasiones iba donde el camino a la tumba, donde ya no había rastro de ramilletes de flores, y otras veces, por los alrededores intentando poner orden a mis ideas, pero en todas las ocasiones, fuera la hora que fuera, podía observar en la distancia la presencia de alguno de ellos. Opté por la prudencia del disimulo, y también a cenar y comer a horas diferentes a las que solía estar habituado el Albacea, objetando que necesitaba esos momentos para invertirlos en la soledad de la inspiración y tomar apuntes sin dar lugar a distracciones, ya que había entrado en una fase crucial de la composición. Tres veces me dio las gracias Alizee, en los contados, breves y pocos instantes que pudimos compartir a solas, y la última de ellas en la que regresaba un domingo de la iglesia de la ciudad más cercana, Carcassonne, a la que iba siempre acompañada por cualquiera de los hombres, sobre todo de Eric, el hombre menudo de aspecto y mirada fiera y salvaje, y de paso a visitar a una tía suya, el único familiar que le quedaba, de nombre Madeleine, y que por lo visto regentaba un puesto de venta de vinos cerca de la Catedral, según me comentó en una breve oportunidad que pudimos tener. Visiblemente turbada, me dijo que quería encontrar el momento para hablar conmigo, si yo lo tenía a bien, pero le resultaba muy difícil ya que ella también se había percatado de la especial custodia sobre mi persona, y también sobre la de ella misma, según me confesó con preocupación. Aquella confesión agravó un tanto mi alerta.




Cada día que pasaba, se fue apoderando de mi un espíritu de desazón por el encargo musical muy por encima de lo común, que se iba convirtiendo casi en obsesión. Empezaba a sentir una impetuosa y extravagante sensación que me obligaba a intensificar mis esfuerzos, casi diría que una especie de obstinación que emanaba de entre los muros de aquel lugar, como si de aquellos cuadros, bustos e imágenes salieran voces dictadas por un recóndito espíritu que me impulsara a trabajar sin descanso… La Sinfonía del Juicio Final avanzaba a un ritmo frenético, ya había concluido los dos primeros movimientos, y la novela la dejé un poco apartada, para que no dificultara demasiado mi inspiración, aunque ya tenía también una idea bastante concreta, con lo que decidí citarme con doña Sancho Abarca Catalañazor para que pudiera comprobar el estado y la calidad del encargo. La Dama se presentó transcurrida una semana después, asombrada por la diligencia del significativo avance, y su impresión del resultado fue extraordinaria.


Le comenté que me gustaría visitar la abadía donde iban a tener lugar los ensayos, y el estreno, y me dijo que no se encontraba demasiado lejos, cerca de Narbona, y que en su día fue un autentico bastión ortodoxo frente al Catarismo, una doctrina religiosa, contra quienes se emprendió una especie de cruzada de exterminio, emprendida por el papado,  sobre todo por Inocencio III, y los reyes de Francia, contra un nuevo movimiento religioso cuyos creyentes se hacían llamar cátaros, hombres puros, hombres buenos. Los cátaros se extendieron por el sur y el sudeste de Francia, el norte de Italia, partes de Alemania, Cataluña y Aragón, donde formaron comunas e iglesias contando con el favor de los nobles y la burguesía de esos territorios. Fue, sin embargo, en el condado de Toulouse donde adquirieron mayor implantación, y desde allí se extendieron por el Languedoc, la Provenza, Lombardía y los Pirineos orientales, así, a principios del siglo XIII, el papa Inocencio III, se decidió a combatir la herejía cátara, un movimiento religioso de carácter gnóstico. El Catarismo era una religión monoteísta, que no obstante, creía en los dos principios fundamentales el bien y el mal, el primero correspondía a la parte espiritual de la persona, y el segundo constituía la parte física que el diablo intentaba dominar, esta dualidad estaba siempre en constante lucha, hasta que la muerte con la destrucción del cuerpo, se liberaba del demonio definitivamente, por ello los fieles nunca la temían, aun bajo los más terribles sufrimientos, de hecho, muchos fueron quemados vivos en la fortaleza de Montsegur, no demasiado lejos de allí. A la mañana siguiente, muy temprano, nos dirigimos a la antigua Abadía, nuestro lugar de destino. 




El lugar era perfecto para sus fines acústicos, reducido, desde luego, pero muy loable para los términos de doña Sancho Abarca, y así se lo hice saber. Lo que me encontré allí, era una especie de comunidad, que desde luego nada me pareció tener que ver con el carácter religioso del recinto, salvo algunas imágenes talladas. Los miembros de la congregación que allí habitaban, estaban desprovistos de cogulla o colobio, la túnica utilizada  en la liturgia católica, eso sí, de color negro, pero provista de un extraño símbolo en el pecho, que me llamó mucho a atención. Doña Sancho Abarca, se dio cuenta inmediatamente tanto de mi silencio, como de mi observación, y con la cautela digna de una mente inteligente como la suya, empezó a explicarme una serie de razonamientos sobre una especial visión sobre ciertas creencias religiosas y sus consecuencias sobre la sociedad, tal como lo había hecho el día anterior sobre a lo que ella se refirió como el Catarismo…Es decir, me dio la impresión clara y cierta de que no daba puntada sin hilo, y que era una dama asombrosamente inteligente, puesto que ya había preparado el camino de una forma sutil, y mientras dábamos un tranquilo paseo por los alrededores, empezó a dar su visión de un tema del que estoy seguro que mi buen amigo don Severino Balaca, de haber estado allí presente, me habría sacado de aquel lugar con la advertencia de que ya me había sugerido. Doña Sancho Abarca comenzó a hablar mientras paseamos por los alrededores mostrándome el lugar de manera distraída y sin mirarme a los ojos:


- Desde el siglo X antes de Cristo, de una forma más seria, se empezó a tener más en cuenta a las religiones animistas, es decir, a las relativas al alma, y desde luego, según estudiosos en el tema, fueron los propios esenios una especie de secta judía, quienes introdujeron el concepto del mal en el siglo II antes de Cristo, que en un principio no tenía ninguna figura que lo representara. Aquí, génesis aparte, y el pecado original y el hombre creado a la imagen y semejanza de Dios y la importancia de la costilla de Adán, Caín, Abel, etc etc…dice al respecto la religión que la Iglesia enseña que primero el demonio fue un ángel bueno creado por Dios. Diabolus enim et alii daemones a Deo quidem natura creati sunt boni, sed ipsi per se facti sunt mali es decir, "El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos", y mi primera pregunta es, ¿con que fin creó Dios a los ángeles y para qué los necesitaba?, la segunda es, ¿Porqué Dios, con su inmenso poder creador y destructor no los destruyó, al ver que se volvieron malos?...Abreviando un poco mis pensamientos, para no tratar de aburrirle en absoluto, los esenios denominaron al mal como Sathan, y éste se volvió independiente según el libro de Job y el libro de Zacarías, y se dedicó a martirizar a los justos por mero gusto personal, hasta que finalmente, más concretamente en el siglo I antes de Cristo, en el Libro de la Sabiduría dirigido a los hermanos de raza de su autor, los judíos e israelitas avecindados en Alejandría se constituyó en un ser tan malvado que se volvió tan infame que espoleó la caída del hombre y la suya propia, exhortando a los ángeles caídos sobre la tierra, naciendo de esta manera otro de Sathan…Lucifer, aquel que da la Luz. 


Doña Sancho Abarca guardo unos minutos de silencio, posiblemente esperando que argumentara algo sobre la cuestión, disimulando muy bien, como distraída, examinando unos relieves tallados en el claustro, al tiempo que me acordé de nuevo de Don Cipriano Balaca, aquella mañana lo tenía especialmente presente. Ante mi silencio, continuó:


- Aquellos intérpretes y estudiosos de Sathan, aseguran que éste nació de una religión monoteísta, porque así, de esta manera, podían relevar a Dios de la responsabilidad del mal, de hecho, casi no aparece en los textos del Antiguo Testamento. El caso, digamos, es que todas las interpretaciones de estudio místico y espiritual que se contemplan en este lugar, son una religión y una filosofía sobre la cual no existe una verdadera diferencia, y si me permite, visto lo visto hasta ahora, podría llegar a una cuestión de fondo en la que resulta casi un error pensar que tanto el satanismo propiamente dicho como el cristianismo, ni uno es totalmente malo, ni el otro absolutamente bueno, con lo cual, las personas tendemos a justificar que un acto bueno un y un acto malo depende en sí de cada individuo, y sus circunstancias. 


Doña Sancho Abarca continuó al observar que me había fijado varias veces en el símbolo que llevaban aquella especie de ascetas en su pecho, y que yo, particularmente, vistas las disertaciones de la dama, y toda la relación de su exposición, llegué a pensar que se trataba de algo claramente satánico y siniestro, me explicó que lo que yo veía representado en aquel escudo, no era más que una especie de antagonismo, ya que si lo deseaba, podía también comprobar si quería  , que muchos símbolos del satanismo son utilizados también por el cristianismo, pero de una firma y significado muy diferente, y aquí estaba el ejemplo, ya que aquella Cruz Invertida, si era el caso de que tuviera a Cristo plasmado en la propia Cruz, eso significaba contrariar e impugnar la figura del propio Cristo y todo lo impuesto por su religión. Pero en caso contrario, como podía ver, en caso de no tener la figura de Cristo, sería el símbolo de San Pedro, un apóstol que antes de ser ejecutado en la cruz por los romanos, solicitó morir como su maestro Jesús y por ese motivo pidió ser crucificado al revés.




Estaba seguro de que aquella dama estaba empezando a influir, si es que no lo había hecho ya desde el primer momento en que la conocí, una especie de arrebato demasiado cautivador sobre mi persona, algo que me resultaba muy difícil de comprender, tenía una sensación muy parecida a la que la propia mansión y la misteriosa tumba ejercían en mi espíritu, inquietud, misterio, tenebrosidad y una especie sentimiento contradictorio que por un lado me advertía a apartárteme de esa especie de círculo vicioso de caer en sus redes y por el otro, sucumbir inevitablemente a mi destino, fuera el que fuere, pese a capitular en el fuego del infierno.


Doña Sancho Abarca continuó su razonamiento de la siguiente manera:


-Papas, obispos, prelados, cardenales…todos ellos representantes de la Santa Madre Iglesia Apostólica y Romana, cuidadores y representantes de la fe de Cristo, han sido y se han comportado como herejes, ahí tiene el caso de Montsegur y el Catarismo, ¿cree usted que acaso han sido inspirados por Lucifer, o Sathan?...¿Cuántos hombres y mujeres han sido condenados a las hogueras terrenales por cuestiones de ideología?, ¿Cuántos lo han sido por adoración al Lucifer, acusados falsamente?.


Después de razonar un momento, le respondí argumentando lo siguiente:


- Estimada Señora, Blaise Pascal, dijo que prefería equivocarse en un Dios que no existe, que equivocarse no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca los sabría al hundirse en la nada eterna, pero si hubiera algo, si hay alguien, tendría que dar cuenta de su actitud de rechazo. Ya sabe usted y conoce las vicisitudes de mi vida…perdí toda esperanza, mi mujer, mi hijo que ni siquiera tuvo la oportunidad de nacer, incluso llegue varias a pensar en poner fin a mi vida, pero verá, pensé que debía aceptar su ofrecimiento y darme una oportunidad a mí mismo de creer y crecer, de seguir luchando por hacer un mundo mejor en el que vivir, y en el que los que vengan después de haberme ido yo, vivan también mejor, con la esperanza no de darles todo el trabajo de la vida hecho, sino con la enseñanza de saber buscar el camino correcto. Fue, creo que Lao Tse quien dijo en este sentido que el dar pescado a un hombre hambriento lo alimentas durante una jornada, pero si le enseñas a pescar, le alimentarás toda su vida. Posiblemente todo sea del tipo de pescador que nos enseñe a pescar.


Doña Sancho Abarca, esta vez, me miró directamente a los ojos, y parecía que vieran más allá, como si traspasaran los límites del pensamiento, intentando llegar a los puntos más lejanos de la razón y el entendimiento, donde el ser humano se encuentra absolutamente sólo y desnudo ante el misterio de su propia creación.


- Nadie niega la existencia de Dios, Don Ricardo Blanco, al igual que nadie niega la constancia del pescador que nos enseñe a pescar para poder alimentarnos toda la vida…posiblemente, como usted muy bien a señalado, todo sea del tipo de pescador que lo haga, la reflexión es saber elegir al buen pescador. 


Pasamos el resto del día enseñándome  el lugar y la disposición del coro, la orquesta, y después de comer, me mostró una serie de piezas de arte muy interesantes de siglos de antigüedad, para después, partir con dirección a la mansión, donde la Dama pasó la noche, puesto que ya se hacía tarde para regresar a su lugar de residencia, y donde después de cenar, volví a interpretar al piano lo que hasta ahora llevaba trabajado. Antes de retirarse, sin que pudieran verme desde el rincón del Salón en que me encontraba, la observé departir con don Inocencio Zuzunaga con semblante circunspecto. El Albacea no parecía alegar nada, aunque no puede entender lo que hablaban, y la señora se retiró a sus habitaciones, aunque un gesto de ostensible preocupación atravesó el rostro del Fiduciario. 


Durante los tres meses siguientes, recibí de nuevo la visita de don Severino Balaca, para ponerme al tanto de unos asuntos menores, yo creo que más por motivo de preocupación hacia mi persona, que por otra cuestión. No hubo forma humana durante todo este tiempo de poder hablar a solas con Alizze, y lo intenté por activa y por pasiva, e incluso en varias ocasiones estuvieron a punto de sorprendernos. Pensé incluso hacerlo por carta, luego temí que el correo fuera interceptado. ¿Qué sería aquello que quería hablar conmigo?...mi inquietud en este asunto era cada vez mayor, al igual que las miradas de preocupación de Alizee. Había entrado en un periodo de trabajo casi convulsivo, en el que llegaba a trabajar muchos días más de dieciséis horas seguidas, incluso por las noches. Algunas mañanas, casi sin rayar el alba, salía a visitar la misteriosa tumba, como si algo me empujara irremediablemente a ello.


Severino Balaca había sido un excelente asistente, e incluso durante la guerra carlista, se había adentrado con éxito tras las filas enemigas para recabar información, y aparte de darse cuenta de que mi salud mermaba a pasos que reyaban algo más allá de la preocupación, conocía mi especial simpatía por Alizee, así que se las arreglo por medio de un ardid o pretexto evasivo para hacerle llegar a Alizee una especie de mensaje cifrado oculto en libro de Alejandro Dumas, el Conde de Montecristo, cuyo contenido llevaba adherido hábilmente en la cabezada interior del lomo, en la que aparecían el número de página, y el orden de la palabra. En el mensaje cifrado me hizo saber que Alizee le daría aviso mediante el mismo sistema de comunicación, pero de no tener noticias mías, tomaría las medidas oportunas, ya que de la forma que pudo, ella le hizo llegar el mensaje de que ambos nos encontrábamos en una situación comprometida…la tenaz vigilancia a la que estaba sometida era agobiante, y temía casi más por mí, que por ella misma. Severino Balaca era un hombre acostumbrado al sinsabor de la batalla, en aquellos rincones donde la vida y la muerte dejan de tener su importancia vital, pero jamás abandona a un compañero en un trance, aun a riesgo de exponer su propia vida, pero tuvo que regresar de nuevo a casa a resolver unos asuntos.


Caí enfermo. El agotamiento físico no me dio tregua, y emocionalmente estaba hundido y bastante preocupado porque no sabía bien el fondo de la situación comprometida a la que se refería Alizee, a la pobre chica no dio tiempo a concretar más, pero al menos, consiguió su propósito de alertarme en algo que si bien no conocía en el fondo, si podía llegar a sospechar de la parte que emanaba. Doña Sancho Abarca se presentó en la mansión, alertada por mi salud, y trajo consigo a una mujer de su confianza, y a una enfermera para mis cuidados y además, según me informó, Alizee se había tenido que marchar de forma precipitada por un percance familiar muy grave, con lo cual, aquella mujer ocuparía su puesto. No me lo creí, y si antes estaba turbado, ahora con más motivo mi aflicción era mayor. 


Dos semanas más tarde, mi recuperación era casi total, y tres meses después la Sinfonía del Juicio Final en do menor había concluido. 

La obra sinfónica se abordaba por una melodía o tema que marcaba la distribución del primer movimiento inicial, en un allegro moderado, es decir, una melodía rápida pero no excesivamente, que formaría la base de la obra sobre la cual se construían el resto de los otros tres tiempos, y a la que en su momento le di una tonalidad en do menor, considerablemente dulce, pero trabajada con pasajes de cierta animación, y cuyo tema, por darle un carácter unitario al conjunto de los cuatro movimientos, estaba compuesto con un matiz armónico melódicamente parecido al último, salvo que este primer movimiento no había introducido ningún tipo de aporte coral. 

El segundo movimiento, en Mi bemol Mayor, se sostenía en un adagio lento, pausado, y aquí si estaban incluidas las voces corales de los barítonos y bajos sobre todo, que desgarraban una parte de los versos basados en el mismo códice manuscrito, como una poderosa invocación a una plegaria ancestral. 

El tercer movimiento se caracterizaba por un ritmo como Scherzo, vivo, pero más pausado que el primero, con una tonalidad en Fa menor, en la que las voces corales de tenores y sopranos sólo se desplegaban únicamente al principio en una especie de canto a la herejía como un oscuro suspiro que inspiraba una letanía de adoración, que transmitía un sentimiento de melancolía aciaga en un verso a la alabanza de cultos sagrados perdidos en el tiempo. 


Ya, en el movimiento final, el cuarto, aparecía un movimiento rítmico con la misma tonalidad que el primero, do menor, pero en Allegro, un aire musical vivo, cuya melodía se parecía a veces a la del primer movimiento de la obra, y el poder de sus acordes finales sucumbían en la fuerza del coro en una especie de himno a la sombra eterna del último amanecer.




La novela estaba también en su fase final, pero no quise informar a Doña Sancho Abarca porque quería darme tiempo para hacer ciertas averiguaciones de lo que había pasado con Alizee. Lo había intentado por todos los medios posibles e imaginables, pero me había resultado imposible averiguar nada de su paradero, ni de su familia, con lo cual tuve la idea de que fuera el propio Severino Balaca quien hiciera las averiguaciones pertinentes costase lo que costase, porque algo allí no olía a limpio, y aprovechando que Severino estaba invitado para el día del estreno, aprovecharía la situación para informarle de mis temores e inquietudes, y que después del extraño e inusual estreno musical, intentara averiguar algo por los pueblos de los alrededores, como así lo hice. 


Los ensayos se llevaron a cabo durante tres semanas,  en los que Doña Sancho Abarca estaba presente, absolutamente satisfecha del resultado. Llegado el día del estreno, el mismo fue un éxito categórico. El público se encontraba total y absolutamente absorto por los acordes musicales, y la parte coral, tras unos breves instantes de silencio y quietud pasmosa, el público se puso en pie enfervorizado y maravillado, como pasmado por una especie de sortilegio que no llegué a comprender. Fue entonces, en aquel preciso momento, cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, o mejor dicho, de lo que había hecho. Severino Balaca se acercó aparte y me dijo:


- Don Ricardo, ¿sabe usted bien lo que ha creado?...

Le contesté:


-Sí, me acabo de dar cuenta ahora mismo…He creado lo que el espíritu que esa misma mansión me ha dictado, lo que su poder me ha inoculado, un sempiterno y perpetuo acecho que busca una salida a los avatares del infierno, y que inquiere entre sus acordes y versos malditos acólitas almas para de alguna manera, a través también de la música, invocar el poder del anti Cristo desde las profundidades del tártaro inframundo…Nada más terminar el último acorde final, me ha venido el recuerdo de mi mujer y  de mi hijo al que la muerte prematura me robó, y el recuerdo de Alizee. Estoy maldito Don Severino, maldito para la eternidad.

Acordamos que a la mañana siguiente don Severino partiría temprano hacia Carcassonne, e intentar contactar con Alizee, y por los datos que le di sobre su tía, Madeleine,  el único familiar que le quedaba, intentara localizarla, ya que el hacerlo yo personalmente hubiera podido resultar demasiado sospechoso, además al día siguiente Doña Sancho Abarca había organizado una especie de recepción en la mansión para celebrar el éxito del estreno. Me resultaba muy turbio todo aquel asunto. 


Pasaron dos días desde que Severino Balaca había partido en busca de noticas, y la noche del tercer día, no podía conciliar el sueño. Doña Sancho Abarca ya se había marchado por la mañana, y le dije que pronto terminaría el trabajo literario de la novela, para, si era el caso, diera su definitiva aprobación, aunque previamente me había dado licencia para introducir los cambios que yo considerara necesarios sin salirme de la trama principal, pero la realidad era muy diferente…la Novela estaba ya concluida, aunque me servía el pretexto para hacer o ganar algo más de tiempo para conocer el paradero de Alizee, y estaba concluida, con fines muy diferentes a los que doña Sancho Abarca Calatañazor esperaba, seguramente, pero el persistente empuje, la omnipresente fuerza que tantas veces me había empujado a visitar la tumba de AIN ETERNUM, me dictaba desde su interior el argumento y los misterios de una historia, y su final.


Hacía ya muchos meses, casi desde que empecé el encargo del trabajo, que no había probado ni una sola gota de licor, pero aquella noche me apetecía un buen brandy, mi bebida favorita en aquellos tiempos de desesperación, y ciertamente, ese era uno de aquellos. Deambulé por el salón amparado por la luz de una lámpara, pero no encontré lo que buscaba, por lo que decidí probar suerte en la cocina, intentando no hacer ruido. No recordaba bien si habían sido un par veces las que había estado en la cocina, pero no tuve tampoco suerte. Ya estaba dispuesto para desistir, cuando me fijé que la puerta que parecía que daba al almacén estaba algo entreabierta, y lo mismo ocurría con la que comunicaba con una especie de sótano, por la que se adivinaba la luz de una antorcha y unas escaleras que comunicaban con una primera planta, pero decidí aventurarme por bajar al sótano y a mi espalda, sentí el ruido de unos pasos, y antes de darme la vuelta del todo, un terrible puñetazo que me dejó sin sentido. 


No sabía cuánto tiempo llevaba allí, lo único que sé es que cuando recobré el sentido me dolía mucho el golpe en la parte izquierda del rostro, y mis muñecas estaban sujetas con unas argollas y unas cadenas a la pared, aunque me permitían permanecer sentado. Podía ver la escalera que descendía unos doce o quince escalones, y una pequeña rampa, a cuyo principio y al final de podían distinguir no una, sino dos antorchas. La puerta que comunicaba con el inicio de la escalera permanecía ahora cerrada, y a mi izquierda se podía también adivinar otras cadenas y argollas iguales a las que me mantenían prisionero. A mi derecha, un montón de madera, seguramente para reserva del invierno, y más allá la más absoluta oscuridad. La cabeza me daba vueltas, y no lograba entender si lo que estaba viviendo era parte de una pesadilla, pero enseguida me di cuenta de que no…escuché una especie de gemido, me armé de valor, y pregunté en voz alta quién estaba allí, y porque me había atacado de aquella manera. El ruido de unos pasos me inquietaron, más que inquietarme, sentí verdadero terror porque visto lo visto, no sabía lo que podría surgir de aquella oscuridad y me encomendé a Dios en un acto de desesperación como aquellas personas que suelen recurrir a menudo en trance de muerte inminente, pero di gracias pude reconocer una voz …la de voz de Alizee.




- ¿Don Ricardo?...¿es usted?, bendito sea Dios, ¿Cómo ha llegado a terminar aquí, en este horrible lugar?, ¿Qué ha pasado?. 


Por lo que pude adivinar, Alizee, víctima del terror, no se había atrevido ni acerarse al lugar donde me habían encadenado, hasta reconocer mi voz. Al parecer, según me fue relatando, me contó una historia que además de ser inaudita y totalmente insólita, resultaba extraordinaria y fuera de todo razonamiento. La tumba donde se enconaba la a inscripción de AIN ETERNUM ejercía un poder extraordinario hacia ella. Se había convertido casi en una especie de obsesión, y tenía la imperiosa necesidad de acudir a visitarla, porque algo misterioso y recóndito la reclamaba. Había soñado muchas veces con ella, hasta que una tarde, escuchando a hurtadillas,  descubrió su secreto aterrador …En la tumba, estaba enterrada una mujer, Dalia, y su hijo no nacido todavía, y los más horrible, era que ambos habían sido enterrados vivos. El parecer, según me relató Alizee, don Inocencio Zuzunaga y doña Sancho Abarca, tenían algo que ver en todo aquel asunto, pero la Señora, a pesar de que los hechos debieron ocurrir hace más de un centenar de años, se volvió completamente perturbada al instante, fuera de sí, y con una horrible expresión en su rostro, conminó con invocar a alguien o a algo que no pudo entender, y repetir de nuevo una especie de sortilegio o conjuro maldito. Alguien ocuparía el lugar de Dalia en la tumba, porque creen que debe hacerlo un alma de Dios, y Doña Sancho Abarca, se encargaría de algo más que Alizee no llegó a entender, porque la sorprendió detrás de aquella puerta uno de los hombres de confianza de la Señora, y desde entonces se encontraba allí prisionera.

Alizee me confesó:

- Mucho me temo, que su aparición, don Ricardo, haya precipitado los acontecimientos. Alguna trama oscura se cierne sobre nosotros. Usted inmerso en su trabajo no pudo percatarse seguramente, pero tengo muy claro que no se trataban de simples conjeturas sin importancia, ni malos entendidos. 


La noche la pasamos en la más absoluta de las angustias. Había intentado en vano liberarme de las argollas que me retenían prisionero al muro con la ayuda de Alizee y de los maderos, no sabía cuánto tiempo llevaba allí hasta que de pronto, se escucharon ruidos detrás de las puertas de la escalera. Alizee se sobrecogió aterrada, y yo intenté aferrarme con la mayor entereza posible a la serenidad para no mostrar ningún signo de debilidad, aunque realmente la realidad era bien distinta. En lo alto de la escalera apareció Zuzunaga, impasible, que fue el primero en descender por la escalera, y detrás de él, el gigante de apariencia fornida el tal Belmont, y el de los ojos saltones y mirada de pez, Adrien. Ambos portaban dos cajas de madera parecidas a una especie de ataúdes, a cuya visión Alizee entró en pánico, intentó salir de aquel lugar, pero inmediatamente fue reducida por el Albacea de la Señora, y por la mujer que había sustituido a Alizee. Me dirigí directamente a Zuzunaga:


- Es usted un miserable cobarde, y tenga claro que algún día pagarán el castigo de su crimen…IN AETERNUM, así rezan las palabras sobre la tumba de dos inocentes que usted conoce muy bien. ¿Sabe lo que dice Tolstoi?...pues que si no hubiera sufrimiento, el hombre no conocería sus límites, no se conocería así mismo, y usted no conoce los límites de su maldad, pero puede estar seguro que conocerá algún día las conclusiones de sus pecados. 


Una figura casi bestial, quimérica, como recién salida del abismo de la condenación apareció de repente en lo alto de la escalera, dándole además un brillo siniestro y aterrador a la luz de la antorcha. Doña Sancho Abarca había perdido toda imagen de humanidad, y se había transformado en una especie de bestia del inframundo. La reina del Infierno había tomado su cuerpo en la forma de Ghouleh, y una risa estentórea sonaba con estrepitosa fuerza de su garganta… 




- ¿Crees tú, pobre mortal, que estás aquí por la casualidad del destino?, el destino está escrito por ti, y por tus elecciones. Has completado la obra para ensalzar la gloria de Leviathan, y revivir el recuerdo de tu mujer y tu hijo no nato en un vano intento de vencer a la determinación de tu signo, pues bien, esta misma noche conocerás su poder, su himno está concluido, los que le seguimos, creceremos con la fuerza de su poder. No tardarán en llegar guerras terribles, muerte, hambre, desolación y desamparo, que reinaran sobre la faz de la tierra poblada de almas pobres de espíritu. Siempre habrán nuevos himnos que canten con sus acordes su voluntad, y el fuego que avive su poder. ¿Qué hizo tu Dios, aparte de sacrificar a su hijo en la Cruz?...¿De qué le sirvió?, el hombre tiene la misma misericordia que el agua y el fuego, y es incapaz de soportar las ligaduras que lo unen al bien, porque lleva a la maldad por naturaleza, y sólo Leviathan puede conducirlo. 


Descendió las escaleras y uno de los dos criados cerró la puerta de arriba, y se dirigieron a un rincón del sótano donde alumbraron una tercera antorcha que iluminaba aquel oscuro lugar de las tinieblas, donde depositaron los dos ataúdes que habían de albergar los cuerpos de Alizee, y el mío, tal como el que hicieron con Dalia…enterrados vivos. Ese debía de ser el pago de una especie de pacto con Leviathan, ¿en base a qué?...mi pregunta, tenía su respuesta escrita enterrada bajo la losa de la verdad, dictada desde el albor de una tragedia, pero escrita con la tinta de la fe y la esperanza. No pude contener mi respuesta. 


-La novela está ya terminada, demonio del Infierno, y está dictada desde un sitio maldito para ti, donde ni siquiera te atreviste a acercarte, porque su maldición te abrasaría… Sí, habrá guerras y sufrimientos en el mundo, pero nunca podréis dejar el mundo completamente en tinieblas, porque la luz de la esperanza alumbrará el camino y guiará de nuevo a la Humanidad, al igual que lo ha hecho la voz de la inocencia de Dalia, y el recuerdo de mis seres queridos.

Esta vez me dirigí directamente también al Albacea, y le clavé una mirada de sentencia…

- Y yo, el de la creación que ensalzará a Leviahtan por los tiempos de los tiempos, escupiré sobre tus cenizas, porque vuestro demonio ha sido burlado. AIN ETERNUM, Audentes fortuna iuvat, la fortuna favorece a los valientes, y usted fue un cobarde en su día, y deberá pagar su precio…Dalia, desde su tumba, me ha revelado su secreto, ¿Qué sangre vertió en su ataud?...Zuzunaga giró la mirada aterrorizado hacia la figura demoníaca de la reina del Infierno, que lo miró con una de profundidad inquisitiva, directa. 

- ¿Quieres saberlo Ghouleh?...tú, que todo lo sabes, y conoces los secretos y los designios de la Humanidad, ¿de vedad que no conoces la respuesta?...Yo te la contaré…

En ese momento, desentrañé el argumento resumido de mi novela. 

La trama de Dalia, parecía haber surgido de una mente repleta de extraños silogismos que tuve que corregir para darle un sentido más concreto y atrayente al argumento principal, del que emanaban unos acontecimientos luctuosos. Una fuerza o sentimiento misterioso, pero incontestable y axiomático se apoderaba de mi espíritu, y me forzaba a relatar una historia repleta de un evidente y palpable dramatismo. Cada vez, antes de comenzar mi trabajo literario, algo de fuerza mayor me empujaba a visitar la misteriosa tumba en la que sorprendí por primera vez a Alizee, y en cuya lápida estaba tallada la inscripción IN AETERNUM. Todo se desarrollaba alrededor de una dama, en el siglo XVII, la cual estaba enamorada de un caballero, y con el tiempo, después de muchos avatares y penalidades, lograron casarse, a pesar de los intentos frustrados y mal intencionados de un tal Barón de Asúa, un caballero malicioso en esencia, un bellaco oscuro con mucho poder, completamente obsesionado hasta la locura con Dalia, a la que pretende a cualquier precio, incluso por encima del sacrificio de su propia felicidad.



El tiempo transcurre, pero el Barón, sigue cada vez más enajenado en su delirio, casi de una forma insoportable, llegando incluso a tramar la muerte del esposo de la propia Dalia, pero temeroso de que pudiera ser descubierto, deshecha el plan, para buscar otra solución mejor. Dalia queda embarazada, y esta noticia lo lleva a rebasar el límite de la locura, dando paso a acontecimientos paranoicos de trastorno absoluto y arrebato que incluso le hacen delirar que el hijo que Dalia lleva en sus entrañas le pertenece por derecho propio. Tanto es así, que en cierta ocasión, entra en contacto con un extraño personaje, a quien al calor encendido de su cada vez más creciente y excéntrico histerismo, le confiesa el origen de sus males, y de su ignominia, y el personaje, le invita a acompañarlo a un cierto lugar tétrico y siniestro, donde le explica que allí, encontrará con toda seguridad una solución a su desdicha. El lugar es una pequeña fortaleza fronteriza, en cuyo interior guarda una especie de misteriosa congregación liderada por una extraña mujer de una extraordinaria belleza. 




El barón de Asúa, enajenado, le hacer saber a la enigmática Dama el asunto que le ha llevado hasta allí, y su disposición a hacer cualquier cosa para conseguir sus fines. La Dama en cuestión, atiende al nombre de Ghouleh, y dice ser la única llave para acceder a un pacto fáustico con un demonio llamado Leviathán, pero deberá pagar un precio…Dalia, deberá ser enterrada viva junto a su hijo no nato, para asegurar que en el inframundo donde reina Leviathán, el Barón pueda vivir sus deseos con ella para el resto de la eternidad. El Barón acepta casi sin pensarlo un instante, y aquella misma noche, ante la presencia de toda la congregación, Ghouleh practica un conjuro, en el se aparece la figura espantosa y aterradora de un ser que habla en un lenguaje arcano y desconocido, y dirigiéndose a un espeluznado Barón de Asúa, le pone la mano en su hombro derecho, dejando la marca de dos alas negras paralelas en la piel, señal de su pacto. Dalia será raptada de su morada por los acólitos allí presentes, y una vez adormecida por un brebaje y llevada a un lugar secreto para su inhumación, es enterrada en vida. El precio a pagar, será que el alma del hijo no nato le pertenecerá a Ghouleh, y que deberá ser el propio Barón quien ahonde y cave la tumba en la que Dalia será enterrada, vertiendo en el interior de su ataúd una vasija de la propia sangre del Barón, salvo condena de vivir eternamente la angustia que lo oprime si falta a los términos del pacto, y Dalia volvería reencarnada a la vida a través del espacio y el tiempo, para recordarle al Barón el pecado de su eterna condena, y perecer consumido por las llamas en el irrevocable fuego del averno infernal…

Continué ciego ya por la razón de mi argumento, respaldado por la fe y la confianza que emanaba de aquella misteriosa tumba que gritaba en conciencia desde las profundidades de la cualidad más pura de la vedad, buscando su propia justicia:


- Pero el Barón, aquí encarnado por Don Inocencio Zuzunaga Pieldelobo, vertió sangre de cerdo, porque no se atrevió a sellar el pacto final de Leviathan, por temor a una condena eterna a la que ya estaba sentenciado…el pacto no sirve, Reina del Infierno, y tú regresarás a tu mundo de tinieblas de donde jamás deberás haber salido…Mira la marca de su pecho, mírala bien, porque es la marca del perjurio y espanto hacia vuestro propio apocalipsis. 

Ghouleh, con arrebatadora furia, arrancó la camisa de Zuzunaga, y apareció en su pecho la marca de la maldición proscrita, y en un ataque de ira, le preguntó al espeluznado Albacea:


- ¿Es cierto eso que dice?...Contesta, ¿es cierto?.

El silencio de don Inocencio no hico sino confirmar mi argumento, y en un ataque de ira, la Emperatriz de los infiernos arañó la marca de las alas negras del pecho de Zuzunaga que exclamo un grito de dolor insoportable, y que dejaron una cicatriz de fuego y sangre sobre su carne. 

- Dadles el brebaje, metedlos en los ataúdes, lo que no fuiste capaz de hacer aquel día, lo harás hoy delante de mí y como Leviathtan de testigos, Zuzunaga, aunque eso no te librará de tu castigo.

En un alarde de desesperación por lo que se nos venía encima, grité con todas mis fuerzas: 

-Podrás asesinarnos enterrándonos vivos, bruja del demonio, pero tarde o temprano mi asistente vendrá a buscarme, y tu tiempo se terminará…tenlo por seguro, el tuyo, y el de estos secuaces que te siguen.


Otra risotada cavernosa llenó el habitáculo, con una respuesta que acabó por hundirme en la desesperación más absoluta…

-¿tu asistente dices, alma ingenua?...Tu asistente partió hace tres días a Carcassonne, seguido por mi fiel Eric, con órdenes expresas que ya puedes imaginar…las oscuras y solitarias calles de la ciudad, son un lugar perfecto para tender una trampa mortal de necesidad, así que tu asistente, ya habrá llegado al reino de los muertos.





Recuerdo a duras penas lo que fue pasando después, porque nos obligaron forzadamente a engullir una especie de líquido viscoso y amargo que nos adormeció tanto a Alizee, que pronto perdió las consciencia, aunque yo me mantuve en una especie de trance en el que todavía podía ver con mediana claridad, y escuchar algo…sentí que me soltaban las argollas, y pude ver como agarraban el cuerpo de Alizee para meterlo en el cajón de madera, mientras Ghouleh, o en lo que se hubiere transformado doña Sancho Abarca, le entregaba a Zuzunaga dos vasijas y una especie de daga, y preparaba una pequeña hoguera con unas hierbas al tiempo que recitaba un sortilegio o nigromancia incomprensible. 


De repente, no daba crédito a lo que pasó a continuación, porque pese a que estaba medio adormilado, y desde luego mermado de movimiento y reacción, vi que de una patada se abrió el portón de arriba de la escalera, y rodando escalones abajo una cabeza decapitada, que sin duda pertenecía a Eric, el criado o capataz encargado del Servicio…Detrás de la cabeza, apareció la imponente figura de mi buen Severino Balaca, con los ojos encendidos en sangre, seguramente al igual que cuando salía en batalla en aquellos tiempos de la guerra, y armado con el sable y el revólver Castillo Eibar que había pertenecido a mi padre, y el estupor fue general…descendía escaleras abajo, y le dio una patada enorme a la cabeza decapitada de Eric que salió rodando por el suelo de nuevo, advirtiendo con un bramido:


- ¿Buscabais esta escoria?.


Acto seguido, dirigiéndose a los dos criados que se encontraban allí, les dijo:


- Confiaréis mucho en el poder de invocar al diablo de la bruja esa que tenéis ahí, pero os aseguro que si no subís arriba ahora mismo a Don Ricardo y a Alizee, os vacío el cargador del revólver en las tripas, u os ensarto a ambos con el sable, y no lo diré dos veces, así que marchando... 

Luego se dirigió a la criada, y con una mirada que traspasaba la cólera le espetó directamente:


-Tú, encadena a la bruja esa y a su criado el cuervo a las argollas, y me das la llave, a la voz de ya, o te hago el mismo favor que ya le hice en su momento al decapitado…la llave, ¡Vamos!. 


La criada hizo lo indicado, mientras una mirada entre el inquina y la furia afloraba de Doña Sancho Abarca, y otra de desesperación de Inocencio Zuzunaga. 


Subió mi amigo primero por las escaleras, y con mucho tiento, se procuró de vigilar los movimientos de Belmont, sobre todo, que era el que parecía más reacio a convencer, ya que tuvo que darle una segunda indicación, aunque una señal hacia la cabeza decapitada pareció convencerle, y el de la media joroba, Adrien, a quien le hizo una señal con el revólver. Subieron primero a Alizee, yo pude reincorporarme un poco, pero tuvieron que ayudarme también, y una vez casi arriba, el tal Belmont se abalanzó contra don Severino Balaca haciéndole perder el revólver de la mano, mientras Adrien se abalanzó como loco a recogerlo y un grito de júbilo salió de Doña Sancho Abarca encadenada, pero pude medio reaccionar, aturdido como estaba, dándole una patada en toda la cara, con  la suerte de que se desestabilizó lo suficiente para perder el equilibrio encima de la escalera y caer hasta el final. El estruendo del golpe hizo perder por un leve instante la atención de Belmont, y esa fue su perdición, ya que para cuando quiso darse cuenta de la situación, ya tenía un tajo de muerte en el cuello, y se aferraba a la garganta sin remedio. Severino lo empujó de una patada escaleras abajo, mientas yo apuntaba a la criada que hizo un vano intento por subir a coger el revólver Castillo Eibar. La situación me había sobrepuesto lo suficiente para reaccionar, espabilarme y mejorar mínimamente mi estado y dar un tiro que no acerté, pero que frenó las intenciones de la criada. Severino bajó, sable en mano, mientras Belmont agonizaba sus últimos estertores. Adrien estaba sin sentido en el suelo, y mi amigo y asistente hizo lo propio de un culatazo de sable a la criada, acto seguido, Doña Sancho Abarca soltó una especie de maldición en el idioma de los demonios, mientas Balaca prendía fuego al montón de leña apilada, y salimos de allí atrancando las dos puertas. Gritos de horror despavorido se escuchaban desde dentro, mientras Don Severino iba prendiendo fuego con una de las antorchas al resto de la casa al tiempo que salíamos. Recuperé mi novela, y dejé las partituras encima del piano para que ardieran en el olvido de la malignidad, junto con el espíritu que las había creado.


Desde fuera, una vez ya en la calle, Alizee empezó un poco a reaccionar, y pudimos ver que el fuego, fruto de aquel Infierno, devoraba con ansia la estructura de aquella mansión maldita, lo que ya nunca podría borrar era su recuerdo. A la amanecida, una vez repuestos, y todavía con algunos rescoldos del incendio, nos adentramos por el camino hacia la tumba de Dalia, de la que esta vez nos invadió una sensación de paz y esperanza que llenó nuestras almas…Don Severino Balaca me relató que sin yo saberlo, se había llevado en su viaje a la mansión el revólver y el sable de mi padre, porque su instinto de soldado le decía que no se fiara mucho del entorno en el que me rodeaba, y como casi siempre, acertó. Nos dijo que la tía de Alizee, hacía ya dos semanas que había desaparecido de forma misteriosa, según le habían indicado en Carcassonne, con lo cual empezó a sospechar que algo extraño ocurría, y de Alizee hacía, según le informaron,  más de dos meses que no la habían visto en la ciudad, ni visitando a su tía, con lo que empezó a sospechar, y a agudizar sus sentido de soldado, hasta que la última noche, se percató de que una sombra menuda cruzaba la calle por detrás suya, y con cierto disimulo profesional de emboscada, de reojo, pudo reconocer a Eric, y el brillo delator de lo que parecía el filo de un puñal de caza. La justa espera suficiente para girarse de golpe, y ensartarle toda una estocada certera de sable que llevaba oculto en el interior del gabán, en medio del vientre, y acto seguido, decapitar su cabeza, y regresar de nuevo a la mansión dispuesto a afrontar el devenir de los acontecimientos. La suerte del destino, hizo todo lo demás.

Me repitió las mismas palabras que le dijera una vez mi padre, y que en su momento me recordara en aquellos días de zozobra: “Por muy difícil que fuera conseguir que se despejara la tormenta de los cielos en la penumbra de la noche, al final, llega la esperada calma de un nuevo amanecer, que nos hace más fuertes para atravesar las inclemencias de la vida. El temple se educa en el sosiego, y el valor y la entereza, en la dureza y la inclemencia de la tempestad”.




Pasaron los años con la mayor de las felicidades que me había regalado de nuevo la oportunidad de la vida. Compuse, y escribí, y también me casé con Alizee…Mi amigo Severino vio crecer a nuestro hijo, a quien di el honor de ponerle su nombre, y se ocupó de su educación, ya que como hiciera conmigo, no se separaba de él, hasta que Dios y la edad del antiguo asistente y amigo dieron en su final en el camino de la vida. 

Un día, durante la hora del crepúsculo , mientras la luna llena  nos mostraba sus encantos al asomo de la primavera  desde las sombras de una calle del olvido, unos ojos trasnochados con un halo  esmeralda, velados por el fuego de su penitencia, nos observaban desde la derrota de su condena. Deo Omnis Gloria.



Aingeru Daóiz Velarde.-





















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