viernes, 14 de agosto de 2020

LAS DOS CARAS DE CURRO JIMÉNEZ, EL BARQUERO DE CANTILLANA.

LAS DOS CARAS DE CURRO JIMÉNEZ, EL BARQUERO DE CANTILLANA.



Por la Historia de España, pasean nombres de personajes ilustres, que a golpe de grandes hazañas, se han ganado un sitio en el recuerdo, cuando no el más triste olvido, traicionados bien por el desinterés político, bien por el abandono miserable de la desidia, pero hay otros personajes, no tan ilustres, ni tal siquiera capaces de gesta alguna, pero cuyas andanzas han podido ser recreadas a gusto del vulgar parroquiano, mediante cuentos de taberna a veces demasiado empalagados de vino, y cantares de gesta en las noches y tardes de hastío a la luz de una fogata de cocina o de los tenues parpadeos de un candil, o aquellos conocidos pliegos de ciego que se cantaban y contaban allá por el siglo XV en la compañía de un lazarillo, que abarcaban sucesos históricos convertidos en imaginación ficticia, quedando elevados al grado de héroes de ensueño, entrando en la historia por la puerta de atrás, allá donde la inmortalidad de la leyenda, concede la gracia de perdurar a través del tiempo, y sobrevivir incluso al mito y a su realidad, coronada con un aurea de romanticismo, y que en mu has ocasiones el pueblo llano, necesita de leyendas de héroes y de mitos, para satisfacer sus noches y días de la dureza del trabajo y la falta de sueños que realizar.





Hoy, en estos Recuerdos de la Historia, conoceremos la de un conocido bandolero cuyo nombre atiende al de Curro Jiménez, más bien conocido como Francisco Antonio Jiménez Ledesma, como se hacía llamar, o también como el Barquero de Cantillana, o incluso Andrés Francisco López Jiménez, todo dependía del interés del ilustre, para esconder el nombre de su cuna, y confundir así el rastro de su existencia de las pesquisas de la Ley. 

Su verdadero nombre era el de Andrés López Muñoz, nacido en Cantillana, provincia de Sevilla, tierra entre dos ríos, el Guadalquivir y Viar, al amparo de la Sierra Morena, cuna por antonomasia de los bandoleros del siglo XIX, en el marco mejor conseguido de aquella Andalucía romántica, a la sombra de la pobreza germinada por guerras y epidemias, al amparo que alimenta la avaricia de la humanidad, al cobijo en una orografía tallada en la Leyenda de hombres de campo, vaso y navaja, forjados a la fuerza del destino que miran de reojo a la Serranía de Ronda, donde unas veces héroes, y otras villanos, escribían sus historias a base de escaramuzas de oficio, y muerte temprana, dando la oportunidad de dejar un legado literario que nos acerca al llanto por un bandolero en la noche cerrada de una moza soñadora, que suspira la ventura del valor del rapto por amor.


Las durezas del río y de la vida no daban tregua bregando con el tiempo y las mareas, y alguna coplilla intencionada donde una niña bonita pagaba su tributo pese a la consideración del barquero, broma aparte, el oficio de desgaste acababa pronto pasando la factura, y así la pagaba su padre, Andrés Gómez Santos, cabeza de una familia humilde que transportaba mercaderes, mercancías y otros menesteres desde Cantillana a Sevilla, ya que antes no resultaba tan sencillo cruzar el Guadalquivir, sobre todo si se llevaban mercancías para comerciar, de ahí la necesidad de contar con los barqueros. Aunque nuestro protagonista ciertamente ayudaba a su buen padre en el oficio de barquero, el cual aprendía, el trabajo desde luego, era duro. El padre de Curro se estaba haciendo viejo y le costaba cada vez más realizar su trabajo, vadeando con pértiga o tirando de remo, y a una vida ligada a las inclemencia y bondades del tiempo, y a la tradición de un oficio que venía desde más allá de los tiempos de las guerras entre la Cruz y el Corán o de Tartessos y Roma, cuando su río atendía al nombre de Betis, e Híspalis y Córdoba reinaban en el mosaico de la historia de sus riberas.


Ya desde muy temprano tuvo problemas con el alcalde del pueblo, pues no se le ocurrió a éste otra cosa que destituir a su padre como barquero y, tras la muerte del mismo, y penurias por la falta de pan y menester, le negó el trabajo a Curro, con lo que fue creando una obsesión en su mente que finalizara en venganza contra el regidor, y como se hacía en aquellos tiempos, escrita con tinta de sangre, puesto que el recuerdo de la tinta de sangre es indeleble al paso de los polvos del tiempo.


Entre pensamientos y maquinaciones, joven, el corazón no atiende a razones, y velado por la turbada vista del amor, le hizo la corte a María, ni más ni menos que la prometida de Enrique, hijo del alcalde, una imprudencia que le costó una paliza del afrentado y de dos de sus primos, de la que le resultaron varios huesos rotos y un juramento de muerte, y que a pesar de que hubo una denuncia y un proceso de agresión, el poder de persuasión del Alcalde en cuestión, hizo que los imputados fueran eximidos de sus cargos de culpabilidad, con lo que la losa de la afrenta se hizo imposible de levantar sin la fuerza de la venganza, y ésta, no se haría de esperar, y una mañana de un domingo cualquiera, al borde de la amanecida, Andrés López Muñoz, quien todavía no apodaba el célebre de Curro Jiménez, se fue sereno a casa del Alcalde, y a razón de navaja certera, acabó con la vida de Enrique, y de sus dos primos al tiempo, para huir, y esconderse después en las agrestes sombras y el abrupto relieve de Sierra Morena, donde el agitado paso del rio Despeñaperros se convertía en testigo lejano del nacimiento de un bandolero.




Pasando las penurias y los trajines de buscarse la vida, a la suerte de un drama o la fortuna, apareció por primera vez la banda de Curro Jiménez en su Cantillana natal, a la muerte de su madre, de la que consideró responsable el ya afamado bandido al propio Alcalde antes citado, de nombre don Antonio. 

La primera aparición de la banda de Curro Jiménez fue en Cantillana, a la muerte de la madre de Curro. El bandido, considerando a D. Antonio responsable del fallecimiento, prendió fuego al cortijo donde éste almacenaba la cosecha anual. El edil consiguió que los alcaldes de varios municipios de la comarca solicitaran ayuda al gobernador de Sevilla, quien organizó diversas partidas de Escopeteros para capturarle. Ninguna tuvo éxito. En pocos meses la banda del “Barquero de Cantillana” se hacía famosa. Entre sus miembros destacaban “el Mochuelo”, “el Malos Pelos”, “el Guindilla”, “el Zurdo” o “el Algarrobo”, entre otros. Aunque desde Sevilla se mandaron varios partidas de los llamados “escopeteros”, no conseguían atrapar a Curro Jiménez y su banda. Mientras tanto, Curro se movía con soltura por la sierra de Andalucía sin demasiados problemas.


Y parece ser que María, la primera pretendida de Curro, y personaje principal en el comienzo de la vida delincuencial del mismo, nunca más se cruzó en su vida. Así el corazón del bandolero quedaba libre para ser ocupado por Amparo, sobrina del alcalde de La Algaba (resulta curiosa la poderosa atracción que los bandoleros ejercieron sobre las mujeres, sobre todas las de buena posición) y uno de los más encarnizados perseguidores de Curro.


La pareja se estuvo viendo hasta que el tío de la joven se enteró. Entonces ofreció una espectacular recompensa para quien presentase al bandolero vivo o muerto. Esta situación sólo sirvió para que la mujer se marchara con Curro al cortijo de Las Cañas, guarida de la banda. Pasado un tiempo, y temiendo por la seguridad de la dama en el cortijo, ésta se ocultó en Burguillos, en casa de Dolores Muro, una parienta del padrino de Amparo.





Pero lo que “el Barquero” ni Amparo podían prever era que Dolores se enamorara del proscrito. Y pasaron los días y las visitas del hombre a su amada hasta que una noche Dolores le declaró su amor. Curro la rechazó y en venganza la resentida mujer envenenó a la joven. Si el amor por Amparo estuvo a punto de regenerar al bandolero, la muerte de ésta forzó que su agresividad se duplicara. “El Barquero de Cantillana” se convirtió entonces en uno de los criminales más sanguinarios de Andalucía.

Meses más tarde llegó a oídos de Curro que una nueva banda estaba cometiendo numerosos robos en la comarca, y que todos ellos le eran falsamente atribuidos a la suya. Averiguó que el grupo estaba encabezado por el alcalde de Posadas y un acaudalado terrateniente de esa población. Como venganza, y tras tenderles una trampa, los dos hombres fueron ahorcados en la misma fachada del Ayuntamiento de Posadas, no sin antes hacer suyos unos documentos que poseía el primer edil en los que se indicaba el nombre de los miembros de la partida que estaba cometiendo los robos en nombre de la banda de Curro.




Tras peligrosas gestiones el Barquero de Cantillana consiguió entrevistarse con Jaime de Almirola, Gobernador de Sevilla y, tras unos minutos de “convincente negociación”, consiguió que éste publicase la lista de la banda, entre cuyos nombre se encontraba el de Juan de Guzmán, alcalde de La Algaba. El edil, tras salir airoso de las acusaciones contra él vertidas tras el aireamiento de la lista, crea una nueva partida de 25 miembros para la captura del bandolero. Al frente de la misma pone a “Matasiete”, un temido matón a sueldo.


Pero la confianza en su número, y en el supuesto factor sorpresa para la captura, les hizo olvidar el entramado de espías de que disponía, Matasiete y sus hombres no contaban con que Curro Jiménez tenía confidentes y colaboradores en todas partes. Curro envío información falsa para que sus perseguidores cayeran de nuevo en una trampa. Los hombres de Curro Jiménez tendieron una emboscada a sus perseguidores, propiciando el mayor crimen de la banda al asesinar a la totalidad de la partida. Esto hizo que la fama de Curro se disparada aun más en Andalucía y el resto de España.


Por si fuera poco, después de acabar con todos los hombres de Matasiete, Curro fue al pueblo de La Algaba a por el alcalde. No dudó en colgar a Juan de Guzmán de la rama de un olivo. En este punto, el bandolero se había convertido en casi una leyenda. 


La mañana del día 01 de noviembre de 1849, y tras más de tres meses de ocultación en la Sierra de Cazalla, “el Barquero” decide hacer una visita a la venta de su compadre Juan Galindo. Allí, un buhonero atraído por la fuerte recompensa que daban por Curro, delató su presencia a la Guardia Civil. Poco después numerosos agentes rodeaban el cortijo esperando la salida del bandolero. Al romper el día y a lomos de “Pantalones”, el caballo alazán que tantas veces le había salvado la vida, el bandolero salía de la venta.


En esta ocasión el galope de su montura no fue lo suficientemente veloz. El animal sería el primero en caer al suelo mortalmente herido. Parapetado detrás de un árbol, y tras una brava resistencia en la que provocó algunas de las primeras bajas en el recién creado Cuerpo de la Benemérita, Francisco Antonio Jiménez Ledesma, alias “el Barquero de Cantillana” y popularmente conocido en la actualidad como “Curro Jiménez”, moría tras el enfrentamiento con la Guardia Civil, a los 29 años de edad. 


LA OTRA CARA DE LA HISTORIA.

Las leyendas, y la necesidad de crear mitos y héroes, como hemos dejado entrever, una especie de arma de doble filo en la que se mezclan la fantasía con la realidad, haciendo que la verdad, con el paso del tiempo, tienda a diluirse muchas veces en la distorsión y el romanticismo de una época, donde el aplauso o casi mejor dicho devoción hacia el pícaro ladrón era una costumbre que en muchas ocasiones había conseguido elevar a los altares a muchos bandoleros con razón, y la mayoría de las veces, sin ella…cosas de nuestra España rural y profunda, pero también gracias a las novelas de escritores con ingenio reveladas por entregas, mezclando hábilmente la fantasía con la realidad. 

El Guerrillero, ya cansado de la inactividad la inicial sobradamente conocida del gobierno ante la invasión francesa, cogía su mosquete o su trabuco y se arrojaba al monte para enfrentarse a los hombres de Napoleón en aquellos tiempos de la Guerra de la Independencia, que realmente fue el momento en que cambió el concepto popular de esta especie de delincuentes para gloria de ese pueblo llano contra el Estado que lo oprimía con la injustica, cosa que el caso de nuestro protagonista, está muy lejos de la realidad, habida cuenta de que el conocido popularmente como Curro Jiménez, había nacido en 1819, y la Guerra de la Independencia empezó en 1808 y terminó en 1814…es decir, ni siquiera había nacido.



La esencia del bandolero en sí misma, es que se trataba de malhechores aprovechados, con tintes de héroes locales. La sociedad española del momento, acababa de salir de una invasión exterior. No es de extrañar que el medio de vida consistente en saltarse las leyes y apoderarse de todo lo de los demás fuera atractivo para muchos, de hecho, abundaban muchos soldados que se habían distinguido en la guerra, pero que después no encontraron sitio en la sociedad puesto que se ha acostumbrado a vivir a sangre y fuego, luego resultaba muy costoso volver a labrar la tierra, y como eran personas que habían adquirido experiencia con las armas, se arrojaron al monte en aquellos parajes míticos de Sierra Morena y la Serranía de Ronda.


En el caso de Andrés López Muñoz, alias Curro Jiménez, o los anteriores alias que al principio hemos comentado, lleva cosida a su leyenda una muy diferente en gran medida a la realidad de su historia, aunque ciertamente es verídico el hecho sucedido con el Alcalde sobre el hecho de no darle continuidad en su demanda de trabajo, sucedió entre ellos una pendencia en la que las amenazas de Curro no hicieron más que empeorar la situación, él necesitaba trabajar para sacar adelante a su madre, pero cuando pedía trabajo, todas las peticiones del chico recibían un no como respuesta, ya que todos aquellos que podían darle trabajo tenían miedo a una posible represalia por parte de Don Antonio, posiblemente influyera mucho en el Alcalde que nuestro Curro Jiménez se encaprichase de la misma joven de la que estaba enamorado el hijo del mandatario, como ya se ha comentado…y hasta aquí todo concuerda, y llega la primera confusión, ya que al parecer víctima de la ira, optó por asesinar al Alcalde, según algunas fuentes, y huir has Cazalla de la Sierra, en la Sierra Norte sevillana para darse al pillaje, con toda probabilidad, es aquí donde se mezcla la leyenda, con el romanticismo literario. 

Pero es justo a partir de aquí, cuando nuevos datos de la prensa y medios de la época, dan a conocer la otra cara de una historia paralela, que argumentaba con hechos y señales que el ya por entonces célebre Andrés López Muñoz natural de Cantillana trae a tributo a todas las personas de algún tener de los pueblos de este partido, especialmente del de su naturaleza, donde exigía a varios, en distintas sumas de dinero, quemando porción de pajares de los propietarios que no han respondido a sus exigencias, manteniendo en otros pueblos aterrado al vecindario en términos que ninguno se atreve a salir de casa, con especialidad desde las ocho a las doce de la noche, porque llega su audacia al extremo de entrar en las casas para hacer sus exacciones por medio de la amenaza, o incluso el secuestro, acompañado de su único compañero llamado Negrete, que al principio se convirtió en su único compañero, al que más tarde se le unirían a sus filas se sumaron personajes como Mochuelo, Malos Pelos, Guindilla el Algarrobo o el Zurdo. Desde luego, natural es que de algo tenía que vivir, pero no debían tener demasiados miramientos con las formas. 


Su fama se extendió muy rápido. Y lo mismo sucedió con las tierras que saqueaba, lo que le llevó a huir a Portugal donde fue detenido en Barrancos en octubre de 1845, aunque no tardaría en fugarse del presidio y que, incluso, se unió a una partida carlista que se levantó por la Sierra de Cazalla y llano de Extremadura. 


Poco después, se le imputaron los asesinatos de tres mercaderes de paños y había cometido varios robos en las cercanías. Uno de ellos, a un rico labrador de Peñaflor, último pueblo de la provincia, a orillas del Guadalquivir, confinante con la de Córdoba, por cuyo rescate dio su angustiada mujer treinta mil reales, que era todo el dinero que tenia…estos datos no sabemos ya a ciencia cierta, si darle una veracidad, habida cuenta de su otra historia romántica, pero la bibliografía, fuera aparte, hace que cada cual sea libre de emitir su veredicto y consecuencia.





CRÓNICA DE UN ESPERADO FINAL.

Los medios, y la propia sociedad culpaban y cargaban frontalmente contra una Administración incapaz, a pesar del gran número de empleados, en todos los ramos del Ejército, como para permitir que de forma impune se cometieran esta serie de crímenes sin tomar medidas más eficaces y dar un cierto sosiego a la ciudadanía temerosa, levantando un clamor por la necesidad de asegurar los caminos y acechar de forma insistente a los bandoleros, imponiendo rigurosas condenas, todo esto llegó también a determinar solución, sobre todo el hecho del asesinato del Alcalde de La Algaba, y el número de asaltos de diligencias y todo tipo de carruajes en el camino que llevaba de Sevilla a Huelva, sobre todo, mostrando una gran habilidad para escapar.




El momento final de la partida de bandoleros de Andrés López Muñoz, alias Curro Jiménez, vino a raíz de la creación del Cuerpo de la Guardia Civil en 1844, cuya finalidad primera era acabar con el molesto bandolerismo que asolaba los caminos rurales de España.

La Guardia Civil nació de la necesidad de establecer una fuerza de seguridad en un país que no la tenía de manera funcional. En un país donde el Estado tenía problemas para llegar a todas las regiones, la seguridad estaba encomendada a la Milicia Nacional, que era una fuerza armada de ocasión en manos de los caciques locales. En base a todo ello, se intentó crear una fuerza de seguridad que tuviera solidez institucional, prestigio y respeto, que estuviera al servicio de la nación, que no estuviese sometida a los vaivenes políticos y que fuese profesional. 


Y así fue como la propia La Guardia Civil, y en particular el teniente Francisco del Castillo, iniciaron una persecución contra la banda de López que terminó el 6 de noviembre de 1849 en circunstancias que, a día de hoy, siguen causando controversia.

Una de las versiones más extendidas sobre el final de Curro Jiménez, es que el Cuerpo de la Benemérita se enteró, gracias a un chivatazo, de la hacienda en la que se escondía Curro Jiménez, y el Teniente Del Castillo rodeó la casa con sus uniformados. Según parece, los bandoleros salieron entonces de su escondite con sus armas preparadas y dispuestos a plantar batalla, puesto que la rendición hubiera supuesto juicio y pena de muerte a buen seguro, y el resultado no es difícil imaginar, ya que las fuerzas de la Guardia Civil, mejor provistas en número y armamento, dieron final a la totalidad de la partida de bandoleros, aunque de nuevo, persiste el final romántico que cuenta que Curro Jiménez fue tiroteado a traición, mientras dormía con una de sus amantes. Se cree que estuvo entre siete y diez años, al margen de la Ley. 

La escarpada orografía y la tradición caciquil hicieron de los montes del sur de la península cuna de salteadores y forajidos. Cuesta distinguir los hechos en medio de la leyenda, y el legado literario de un romanticismo que pugna entre el mito, y la realidad, por lo que esta es la razón que nos invita a seguir contando historias de un bandolerismo que forma parte innata de la historia de una España iniciada en los avatares algo más allá de la novela picaresca, llevada al límite de la mala acción, o la forzada circunstancia de la supervivencia en su sentido más hostil. 


Aingeru Daóiz Velarde.-




BIBLIOGRAFIA:


Periódico El Observador.

Novela,  El barquero de Cantillana, Historia de un bandido célebre, de Rafael Benítez.

Bandoleros: Historias y Leyendas románticas españolas. José Antonio Adell y Celedonio García.

El barquero de Cantillana, entre la Historia y la Leyenda. Antonio García Benítez. 




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