sábado, 13 de septiembre de 2014

LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA


LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL 
SEXENIO ABSOLUTISTA       

En el nuevo gobierno absolutista, los secretarios y los Ministros no tuvieron la estabilidad deseable ni esperada. Las intrigas de la Corte y las acusaciones producían constantes cambios de ministros, pasando de  treinta los que hubo en seis años, y tanto el desorden como la inmoralidad de la Administración llegaron a extremos escandalosos, prueba de ello es  la colección de Decretos de  Fernando VII que da una falsa idea de que se llevaron a cabo numerosas medidas tendentes a reorganizar la situación del país, pero de hecho la lentitud burocrática hizo que todo quedara en meros deseos de reformas.

  Los nuevos ministros son incapaces de desarrollar una buena política. Medidas como la reinstauración de la Mesta (Gremio o asociación profesional de origen medieval que agrupaba a los ganaderos dedicados a la trashumancia), los gremios, los privilegios fiscales estamentales, la devolución de las propiedades desamortizadas, etc. llevan al país a una situación de bancarrota. La situación económica que encontró Fernando VII en 1814 fue deplorable: el país se encontraba destrozado, la agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones inservibles y las arcas de la Hacienda vacías. A todo ello hay que añadir el comienzo de la emancipación americana, que trajo como consecuencia el corte brutal de la llegada de metal acuñable y del comercio ultramarino, es decir,  la disminución de la llegada de remesas de plata americana. Pero también es conveniente recordar que el carácter del sistema de Fernando VII es el no tener ninguno y, por tanto, no se puede hablar de un programa coherente, de un criterio firme o de una línea política constante, y cuyo resumen fue la bancarrota al final de esos seis años de absolutismo, como se ha comentado.

En términos generales, los ministros de esta época absolutista, fueron gentes mediocres elevadas por el capricho del monarca. Macanaz fue acusado de cohecho con la venta de cargos en Filipinas y desterrado, el duque de San Carlos (José Miguel de Carvajal, Vargas y Manrique) separado, según reza el decreto "por su cortedad de vista", Martín de Garay desterrado, Felipe González Vallejo al presidio de Ceuta, estos últimos, por poner un ejemplo. Hay que decir que el monarca, en demanda de soluciones, llegó a designar a ministros de matiz liberal, como el propio Martín Garay o León y Pizarro, pero su gestión no fue más afortunada que la de otros.


Los secretarios no tuvieron más que autoridad aparente como los Consejos, ya que el poder lo tenía la "Camarilla". La palabra "Camarilla", en realidad había nacido ya en tiempos de Carlos IV, el cual solía conversar con sus allegados cortesanos en una pequeña cámara o habitación de Palacio, de ahí su nombre, y estaba cercana a sus habitaciones privadas, y de esta derivó la privanza de Manuel Godoy, y en el mismo sitio le dio a Fernando VII a conversar con todo tipo de gentes modestas, y no tan modestas, pero a saber de que su carácter era de conversador impenitente, gran fumador, populachero y que realmente le gustaba más el contacto con gentes modestas de las cuales aprendió bastante de la chulapería de los barrios bajos de Madrid.

 Esta "Camarilla", aunque nunca fue un cuerpo organizado,  sí es cierto también que tampoco tuvieran todo el poder político que se les atribuía, ya que aunque existían unos cuantos habituales, su presencia no era regular, y su finalidad era por la desconfianza de Fernando VII, que quería saber a través del pueblo cómo lo hacían sus ministros, y en algunas ocasiones, a raíz del carácter desconfiado del rey,  funcionaba como válvula de escape y órgano consultivo. No caemos en una contradicción argumentar que la Camarilla era la que realmente tenía el poder, y que nunca fue un cuerpo organizado y sí de carácter variable, ya que así se demuestra el carácter de gobierno del propio rey absoluto: sin fundamento y carente de toda imaginación de gobierno.


Nos detendremos un poco en desmenuzar las características de algunos de los integrantes de esta Camarilla, para poder hacernos una idea del carácter de los acontecimientos que vinieron después, y de la falta de gobierno y del carácter mundano de un rey absoluto falto totalmente de ideas, y de idealistas para su pretensión.


 Eran hombres de escasas luces, y en ella figuraba el antiguo preceptor Escóiquiz, Que había soñado con ser un ministro-cardenal de la talla de Cisneros o Richelieu, cuando no era más que un conspirador o intrigante, el adulador Antonio Ugarte, que había sido esportillero, maestro de baile y agente de negocios, interviniendo en algunos escándalos, que por la oscuridad de las cuentas dio con sus huesos en la cárcel (tema de los barcos de Rusia, por ejemplo). Otro consejero del Deseado fue el antiguo vendedor de agua de la Fuente del Berro, Pedro Collado, alias "Chamorro", que le hacía reír con sus chistes y gracias y burdas,  natural de Colmenar Viejo, se encumbró á la servidumbre de Fernando, cuando todavía era príncipe de Asturias. Su lenguaje truhanesco y su cómica garrulidad le merecieron algunas confianzas del príncipe, e iniciado en la conspiración del Escorial, estuvo preso e incluido en la sentencia de aquella causa. Había servido entonces Chamorro de espía de los demás criados, y celaba también la cocina por encargo de Fernando, que temía le envenenasen la comida.



Sentado en el solio el hijo de Carlos IV y de María Luisa, creció el favor de Chamorro; y habiendo acompañado al Monarca a Valençay, y elevándose a confidente intimo, regresó a España convertido en favorito. De tal suerte se había el Rey acostumbrado a las gracias y libertades de su criado, que no podía vivir sin su compañía, y en más de una ocasión esta planta, humilde pero venenosa, carcomió las raíces y abatió los cedros más excelsos.  Se dice de este bufón que se jactaba de haber echado abajo un Ministerio con un chiste dicho al rey al tiempo de estarle desnudando. Si al recorrer los años, cuyo cuadro trazamos, vemos cruzarse las intrigas más torpes, y no les encontrarnos significado político alguno, será preciso buscar la solución en el recinto del gabinete real, donde, lejos de todas las miradas, se ataban los hilos de la red en que enredados los ministros caían y se levantaban según el impulso de los actores.




No tardó en aparecer al frente de la camarilla, con desdoro del soberano a quien representaba, el bailío (agente de la administración real o señorial en un territorio determinado) Tattischetf, embajador ruso destinado en Madrid, estímulo y atizador de aquella fragua, siempre ardiendo y vomitando rayos contra la felicidad pública. El bailío ruso tuvo la destreza necesaria para persuadir a Fernando de las ventajas de su íntima alianza con Rusia para sostener el gobierno absoluto, culpando a los ingleses, como lo hizo Napoleón, de las novedades introducidas en España durante su estancia en Valençay. Fernando abrió, bajo los auspicios de Tatischeff, su cordial correspondencia con el emperador Alejandro. Según Villaurrutia, Tatischeff, con la ayuda de Antonio Ugarte (de quien hablaremos algo más detenidamente después), personaje destacado en la camarilla del rey, consiguió introducirse en este grupo, ganándose el favor  real hasta 1820. Seis años pasó ejerciendo, según este historiador, funciones de valido y siendo el verdadero árbitro de la política exterior de España. Dice también Villaurrutia que ponía y quitaba secretarios de Estado sin más dificultad. Parece todo esto un poco exagerado, aunque es indudable la influencia que llegó a tener Tatischeff en la Corte y la existencia de una camarilla que trataba de llevar al rey a su redil. Se le entregó a Tatischeff, por sus gestiones para la firma del Acta de Viena y la Santa Alianza, el Toisón de Oro el 9 de julio de 1816, alta merced nunca hasta entonces concedida a un embajador extranjero, lo que supuso un escándalo en su momento, por ser una prueba más o menos palpable de la influencia de Tatischeff en el Gobierno. A todo esto, hay que decir el mal efecto que había tenido esta condecoración en los británicos, ya que Inglaterra temía que la alianza hispano-rusa le restara influencia en la Península después de tantos sacrificios en la Guerra de la Independencia. En la imagen siguiente, Tatischeff.

D. Antonio Ugarte vino a Madrid desde Vizcaya, su patria chica, a buscar fortuna, siendo muy joven. Por algún tiempo estuvo de criado de esportilla, o mozo de plaza en casa del consejero de Hacienda D. Juan José Eulate y Santa. En la misma casa pasó luego a escribiente, pero salió de ella por un asunto desagradable. Entonces se tuvo que dedicar a maestro de baile. Entre los discípulos pudo contar, por su fortuna, a una señorita de Búrgos, la cual tomó en empeño favorecer a su maestro coreográfico, proporcionándole tanto discípulos como algunos negocios en que fuera agente: llegó a serlo de Indias, y más adelante de los cinco gremios. La fortuna empezó a sonreírle, pero mucho más cuando tuvo la suerte de que el embajador de Rusia, barón de Strogonoff,   le encargase la gestión de algunos negocios suyos particulares, que desempeñó con exactitud y esmero; de modo que habiendo de salir de Madrid el embajador precipitadamente en 1808, le dejó encargado de cuanto tenía en esta corte.
En ella siguió sirviendo a tirios y troyanos y a cuantos le proporcionaban negocios durante la guerra de la Independencia, de modo que, habiendo de marchar a Rusia don Francisco Zea Bermudez (embajador español, que posteriormente en tiempos de la regencia de María Cristina fue encargado de formar gobierno), que tenía allí relaciones mercantiles, a fin de obtener recursos a favor de España y contra el usurpador, fue Ugarte quien proporcionó en Madrid el pasaporte francés, añadiendo a éste una carta para Strogonoff, que también entregó al Sr. Zea, el cual poco después estipulaba el tratado de Velikie-Luki, en 12 de Setiembre de 1812, con el conde Nicolás de Romanzofí. Mediante este Tratado por el cual el zar, Alejandro I, que había entrado en guerra con Napoleón  establecía una alianza con España y reconocía la Constitución de Cádiz.


Dos años después vino de embajador de Rusia a España el bailío Tattischeff, de quien ya hemos hablado, y a quien Strogonoff había recomendado a Ugarte. Éste le sirvió, no ya como agente de negocios, sino como confidente en sus relaciones diplomáticas, lo cual dio gran importancia al propio Ugarte, pues gestionaba en la camarilla por cuenta del embajador, el cual a su vez le realzaba en la corte, paseando con él del brazo y distinguiéndole con no pocos honores, causando así algo de envidia y no poca extrañeza a sus antiguos discípulos de baile y clientela. En la imagen, Antonio Ugarte y su esposa.







Fernando VII  le confió el encargo de alistar la expedición que debía marchar al Rio de la Plata, para la pacificación de aquellos Estados. Faltaban buques, pero el bailío ofreció los que sobraban en Rusia, y al efecto se trajeron de allí á Cádiz cinco navíos y tres fragatas que estaban pudriéndose y casi desechados en los puertos de aquel país, que resultaron del todo inservibles para los mares meridionales y se pudrieron en la bahía de Cádiz,  Costaron aquellas piraguas apolilladas quinientas mil libras,  por lo que fue encarcelado en el alcázar de Segovia. Ugarte fue exiliado después de la revolución de 1820 y, tras restaurarse el régimen absolutista (1823), fue nombrado secretario del Consejo de Estado, pero, advertido el rey del poder que estaba adquiriendo, fue enviado como embajador a Cerdeña en 1825.
Hay que decir también que gracias  a su habilidad como intrigante, consiguió la caída del marqués de Campo Sagrado y su sustitución por Eguía.



Otro de la Camarilla eran Blas Gregorio de Ostolaza y Ríos, confesor de Fernando VII en Valençay, peruano de nacimiento y cuyo padre era oriundo de la villa guipuzcoana de Guetaria. Excelente orador. Fue uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas, por lo que fue premiado con el título de confesor y capellán de honor de Fernando VII. Este singular personaje fue nombrado director del Hospicio de la Misericordia de Murcia, pero su conducta con los hospicianos y con las jóvenes hospicianas fue tal que se le denunció en 1817 por corruptor, fue encerrado en las cárceles de la Inquisición y después enviado, por orden del rey, al convento de las Batuecas. De allí pasó a Sevilla, en donde se le siguió el proceso que la Inquisición había reclamado para sí. La llegada de la Constitución supuso su traslado en 1820 a la Cartuja, desde donde intrigó contra la Constitución. En 1823 fue desterrado a Canarias, donde se adscribe al partido liberal y, un año después, vuelve a la Península, a Orihuela, en donde publica otro Sermón contra los voluntarios realistas.  En 1833, se unió a la causa carlista e intrigó en favor de los suyos hasta que, finalmente, fue detenido y luego fusilado. En resumen, cambiaba de bando conforme a las necesidades particulares. De absolutista y firmante de los Persas, a Liberal, y después a Carlista pasando por intrigante anticonstitucional.


El duque de Alagón, Francisco Fernández de Córdoba y Glimes de Brabant (después Francisco de Espés),  I duque de Alagón, señor y barón de Espés, barón de Alfajarín. Fue Jefe de la Guardia de Corps de Fernando VII y su consejero y amigo personal. Popularmente era conocido como Paquito Córdoba, individuo del real cuerpo de guardias de Corps, como hemos dicho,  y que nunca había visto la cara al enemigo, supo hallar el camino para llegar en el corto espacio de cuatro años á ser duque de Alagon, grande de España de primera clase, caballero del Toison de Oro, gran cruz de Carlos III y capitan de la guardia de la real persona.  Hubiera sido muy útil al Rey y a los españoles que semejante hombre no hubiese entrado jamás por las puertas de palacio, según palabras de D.Jose Presas.  Otro integrante de la Camarilla, y otro guardia de Corps que en la historia de España supo valerse de las necesidades más intimas de una reina, o en este caso, de un rey, quien le concedió el grado de Capitán General, y quien le preparaba al rey amores extraoficiales, en ocasiones, junto a un conocido que ya hemos nombrado, Chamorro.

 Y aquí cabe adecuar un relato interesante sobre estas costumbres del rey, ya que, sabedores como eran los enemigos del Deseado de sus salidas nocturnas, se confabuló lo que se dió a llamar "La Conspiración del Triángulo", nombre que se dio a la intentona que una sociedad secreta masónica dirigida por el valenciano Ramón Vicente Richart, puso en marcha en febrero de 1816. Se le conoce como del triángulo porque acentuaban el secretismo actuando en grupos de tres personas. Cada uno de los conjurados tenía que buscar el apoyo de otros dos, a los que sólo él conocía y así sucesivamente. De modo que si caían en manos de la policía no pudiesen delatar más que a dos personas.


En el mecanismo conspiratorio, estaban implicados militares y civiles, muchos de ellos masones ya que la masonería contribuía muy activamente en la difusión del liberalismo, pero debido al secretismo no podemos saber exactamente quien estaba detrás, aunque también es justo decir que no podemos caer en el error  en identificar a los masones siempre con los liberales, pues en esa asociación secreta, en España muy respetuosa con el catolicismo, había absolutistas, liberales y profesionales, sobre todo militares, que no es fácil de encuadrar en ideologías generales.

 El presunto objetivo era  asesinar a Fernando VII en una casa de citas y posteriormente proclamar la constitución de 1812, aunque como veremos seguidamente el asesinato del rey no se puede decir que fuera prioritario, ya que realmente fue desmentido posteriormente por dos cabos de granaderos llamados Francisco Leyva y Victoriano Illán, con quienes había contactado Richart, y a quien traicionaron después agobiados por el miedo.

 Además de Richart, pudieron  participar en el intento de regicidio, Espoz y Mina, Rafael de Riego , Juan Díez Porlier y luis Lacy, pero esto se supo después, ya que en su momento era complicado de verificar, precisamente por su carácter  esencial.  El plan consistía en matar al rey de España cerca de la Puerta de Alcalá, cuando se dirigía durante sus paseos nocturnos a la cita habituales de su “vida privada”. Muchas noches salía el Rey de Palacio, disfrazado y sin más compañía que Chamorro y el duque de Alagón, dirigiéndose a casa de una hermosa andaluza llamada «Pepa la Malagueña», donde debía ejecutarse el plan del regicidio, en la habitación de aquella mujer, donde era fácil penetrar. La conspiración fue descubierta por una traición,  cuya consecuencia  fue la detención del director de la conspiración, el general Richard y un total de 50 sospechosos. Fueron juzgados y declarados culpables de traición y condenados a la pena de muerte sólo dos, el propio Richart, y su colaborador, Baltasar Gutiérrez, pues el mecanismo del triángulo impidió que se conociese quienes estaban implicados. La solidaridad entre los conjurados funcionó y el silencio en los interrogatorios hizo que a pesar de ser detenidos unos 50 sospechosos, como hemos dicho antes,  no se pudiese imputar a muchos.

Hay otros autores que dan otra versión, dando a entender que la llamada Conspiración del Triángulo, que por cierto fue un método ideado por el alemán de origen judío Johann Adam Weishaupt, célebre por ser el fundador de una rama de la masonería conocida como los “Illuminati”, no existió verdaderamente, y que se trata más bien de un término apócrifo, basándose en que de haber sido real, no habrían sido detenidos tantos imputados, pero lo cierto es que sí se produjo la conspiración, aunque también se puede tener duda si su finalidad era la muerte de Fernando VII, ya que este hecho hubiera propiciado el reinado de su hermano Carlos, de ideología mucho más absolutista y hermética, con lo cual, se tiende más a la idea de que la finalidad era raptar al rey, para obligarle a jurar una Constitución más abierta, más ilustrada y en definitiva más reformista.

                                                                                                          

Lo cierto es que el 6 de mayo de 1816 fueron ahorcados y posteriormente decapitados en la Plaza de la Cebada de Madrid. Conviene recordar este sitio, para más adelante, pues volverá a ser testigo de otro suceso importante.

En la imagen, la Plaza de la Cebada en la época.




En un escrito de la época, se dice lo siguiente:

»El mismo duque (se refiere al duque de Alagón), el conde de Puñonrostro (Juan José Matheu y Arias Dávila. 1802-1836. XII conde de Puñonrostro. Firmante de la Constitución de Cádiz,  la Regencia lo nombró diputado suplente por Quito, de donde era natural), gentil hombre de cámara, y otros palaciegos, presumidos de graciosos, en las conversaciones familiares, procuraban con chistes y palabras lisonjeras persuadir a Fernando que nadie era capaz de sorprender su perspicacia.

»No era fácil que el Rey pudiese presumir ni aún remotamente que éstos y otros palaciegos en aquella misma ocasión lo engañaban, pues entonces fue, cuando lograron para sí y para otros, empleos, dignidades, distinciones y la particular gracia con que S.M. premió su fidelidad mal entendida, con la cesión de una parte del territorio de las Floridas, en la que fueron considerados Alagón, Puñonrostro y D. Pedro Vargas, tesorero particular de S. M.; pero estos miserables, sin tener conocimiento alguno del estado de los negocios, y confiados únicamente en sus intrigas y manejos clandestinos, se vieron poco tiempo después, y cuando menos lo pensaban, privados de esta propiedad, lo que se verificó en virtud del tratado hecho con los Estados-Unidos, que S. M. ratificó en 25 de Octubre de 1820, a cuyo favor dio y donó en toda propiedad y soberanía la Florida Oriental y Occidental, anulando expresamente las tres concesiones hechas a favor del duque de Alagón, Puñonrostro y Vargas.»


Estos eran, entre otros, los miembros de la "Camarilla", y decimos entre otros porque hubo algunos más, y de las más bajas escalas de la sociedad, pero por carecer de renombre e importancia, nos hemos limitado en poner aquí a algunos de los más importantes, para hacernos una idea de cómo funcionaba el gobierno del Deseado Fernando VII. Lo cierto, es que en la tertulia del regio Alcázar se despachaban asuntos de Gobierno, se elevaba o se decretaba la caída de altos funcionarios, se preparaban aventuras galantes, se repartían prebendas o cargos a políticos, se escuchaban delaciones y se premiaba a los delatores pues los tertulianos se denunciaban también entre sí, y se imponían castigos de puño y letra del rey.

La popularidad real disminuyó de forma progresiva, y el malestar producido originó varias sublevaciones que fracasaron, pero triunfó la de 1820, que se conoce vulgarmente como la sublevación de Riego, de la que más adelante hablaremos, y que dio pie al Trienio Constitucional.

Otra prueba de la nefasta actuación del gobierno de Fernando VII en esta época, es la política internacional, en cuanto a la defensa de los intereses de España, ya que se puede catalogar de desorientada. Prueba de ello fue la negociación llevada a cabo en el Congreso de Viena por el enviado de Fernando VII Pedro Gómez Labrador, Marqués de Labrador (Valencia de Alcántara 1772 - París 1850). Don Pedro Gómez Labrador fue un diplomático y noble español que representó a España en el Congreso de Viena (1814-1815). Labrador no consiguió los objetivos diplomáticos que se le encomendaron, que pasaban por restaurar en el trono de las antiguas posesiones españolas de Italia a los Borbones, que habían sido depuestos por Napoleón, y de restablecer el control de España sobre las colonias americanas, las cuales se habían rebelado durante la invasión napoleónica de España.


El Marqués de Labrador ha sido casi universalmente condenado por los historiadores por su incompetencia en el congreso, en el cual España no logró ninguna de sus metas diplomáticas. En algunos libros de historia aparece que fracasó debido a: "... Su mediocridad, su carácter altivo y su total subordinación a los caprichos del círculo íntimo del rey, es decir, a la Camarilla, por lo que no consiguió nada favorable.  El Duque de Wellington lo refirió como "el hombre más estúpido que he visto en mi vida". Lo único que   consiguió fue el desprecio hacia los intereses españoles, como eran los derechos relativos a la devolución de Luisiana y el reconocimiento de las posesiones americanas.  Su decadencia política se vio evidenciada posteriormente  debido a su apoyo al Carlismo.

No es nuestra intención formar aquí capítulo aparte, o adosado al principal sobre el papel de este hombre en lo que se refiere al famoso Congreso de Viena, pero, intentando hacer justicia histórica, es preciso mencionar que si realmente no se consiguió nada en el mencionado Congreso, no debemos juzgar como culpable absoluto al ilustre extremeño, prueba de ello puede servirnos tomando como base algunos documentos del Fondo documental del Marqués del Labrador. En un artículo de la revista La España, fechado el día 11 de septiembre de 1855 y Conservado en este fondo documental, se hace referencia al papel del Marqués en el Congreso de Viena y queda claro de que el Marqués defendió sus tesis con gran energía y patriotismo, pero no pudo hacer todo lo que le hubiera gustado, por las presiones recibidas desde la corte española:

La Revista invoca el grande interés que tendrá España en que su voz sea escuchada el día en que se trate de un nuevo arreglo territorial en Europa. Títulos más poderosos que ninguna otra nación nos asistían cuando en 1815 se hicieron los tratados de Viena, y sin embargo, sabido es el triste papel que representamos en aquel congreso. El espíritu de partido ha vulgarizado la especie de que los diplomáticos españoles sacrificaron vergonzosamente los intereses de su patria, y éste es un error manifiesto. El Marqués de Labrador, de cuya capacidad podrá haber muchos que duden, pero cuyo patriotismo está al abrigo de toda sospecha, hizo cuanto pudo para sacar el partido a que tan justamente tenía derecho España. No sólo abogó con energía en pro de los intereses que representaba, sino que protestó todos los actos y decisiones que consideraba perjudiciales, y llevó su tenacidad hasta tal punto que, por su negativa, estuvieron mucho tiempo abiertos los protocolos, y no los hubiera firmado de no haber recibido orden expresa de la corte de Madrid. Era tan grande la insistencia del Marqués, que fatigado un día Lord Wellington de sus repetidas protestas, le dijo en tono un tanto burlón, que hablaba como si fuera el embajador de Carlos V, a lo cual contestó Labrador con notable oportunidad «Si yo fuera, señor duque, embajador de Carlos V, no hablaría tanto, pero en cambio haría más de lo que ahora puedo hacer «. Con tan significativa respuesta queda explicado el Congreso de Viena por lo que respecta a España”.


En resumidas cuentas, queda aquí de manifiesto que el verdadero culpable fue quien  condujo la política exterior e interior de España, que bien pudo ser el propio rey, directamente, o la Camarilla a la que hemos aludido en el presente capítulo, pero no debemos obviar la responsabilidad directa de la toma de decisiones. En una de sus cartas, fechada el 20 de mayo de 1815, sobre el Congreso de Viena,  Labrador dice lo siguiente:

“... Los ministros de cuatro potencias que se creen árbitros de la Europa, se reunían y reúnen casi diariamente, pero lo que tratan o no lo sabemos los demás o lo sabemos por contrabando... He notado que los ingleses miran a Londres como el centro del Universo, y quieren que sea su gobierno el tribunal de apelación hasta del Congreso Europeo...”.

En la imagen, Pedro Gómez Labrador.




  



En el próximo capítulo sobre el tema de la Constitución española de 1812, trataremos sobre el título OPOSICIÓN Y CAÍDA DEL ABSOLUTISMO.








viernes, 12 de septiembre de 2014

BOLÍVAR Y LOS INICIOS DE UNA DESDICHA

Simón Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Ponte Palacios y Blanco, nació el 24 de julio de 1783 en Caracas, hijo de dos importantes linajes criollos de origen español, destinado a manejar la administración de las cuantiosas propiedades de la familia, pero, de forma inesperada, pronto se cebó la desgracia en su vida, ya que a los tres años murió su padre, y a los nueve, su madre, que nunca le demostró demasiado cariño. Después de la muerte de doña Concepción Palacios y Blanco, su madre, el niño Simón Bolívar quedó bajo la protección de las negras esclavas Hipólita y Matea, el no nombrarlas aquí sería injusto, y hay que decir que la primera, lo amamantaba y velaba por su salud y bienestar, mientras que Matea lo cuidaba, se encargaba de su crianza, educación y compartía con él los momentos más hermosos de su niñez y adolescencia. Años más tarde, recordaba el cariño que siempre sintió por Hipólita, a quien llegó a considerar "su madre y su padre". En la siguiente imagen. María concepción Palacios, madre de Bolívar.





 El pequeño simón, quedó al cuidado de su abuelo materno, don Feliciano Palacios.   Huérfano prometedor de una riqueza muy considerable, heredero de extensas plantaciones, esclavos y casas, ni tuvo una feliz infancia, ni una educación adecuada, aunque luego él, se obstinara en decir lo contrario,  además de que la rebeldía de su carácter  desobediente formó en él una barrera difícil de superar.
Su abuelo murió un año después de la muerte de su madre, en 1793, dejando a Simón bajo la tutoría de su tío don Esteban, pero aquel mismo año, su tío, tuvo que ir a Madrid para ocupar un puesto en el Tribunal de la Correduría de Cuentas, recayendo la tutela en don Carlos Palacios, otro tío de Simón, solterón empedernido, de mal carácter y en plena ruina por la mala administración de sus bienes.

A los doce años, se escapó de casa de su abuelo  en la que residía junto a su tío,  a la de una hermana, y conllevó un pleito judicial que concluyó finalmente con el forzado traslado a casa de quien, por fortuna, se preocuparía de la educación del joven Simón, un hombre que desde un principio se dio cuenta de las necesidades del pequeño en un ambiente y trato que era diferente al hasta entonces recibido. Pero como ya hemos dicho anteriormente, su carácter rebelde le volvería a inducir a la fuga, una vez más, recayendo finalmente la tutela en su tío Carlos Palacios, a petición del pequeño Simón.

 Simón Rodríguez se encargó de que al joven Bolívar le despertara la curiosidad por aprender, aunque si bien es cierto que esta relación no debe ser considerada más que un mito que es necesario clarificar, al igual que la que mantendría con el que fuera considerado padre de las letras de América, Andrés Bello.

 La relación maestro-discípulo en esa época, de Simón Rodríguez, ha sido también parte del fabulario tejido alrededor de la figura de Bolívar, y  forma parte de la teatralidad ritual que tanto influyó en el alma del “Libertador”. Tanto es así, que se habla de que Rodríguez cultivaba su mente hablando al niño de un mundo de ideas y sentimientos nuevos, y poco a poco le fue presentando en forma simple los principios ilustrados. Le habó de la democracia, del liberalismo, del radicalismo, a la vez que le incitaba a desarrollar su gusto por la naturaleza…lo cierto, es que parece demasiada materia en tan poco tiempo para influir de forma tan determinante en la mente del joven Simón, con una infancia difícil, posiblemente por la soledad en que la vivió.

 Más allá de la dulce nostalgia proferida por Bolívar en su cartas desde el Perú en 1825, sobre Simón Rodríguez (Robinson) y Bello, además de ser un producto natural de la añoranza de su infancia caraqueña, sus palabras eran nada más que una forma pragmática de encontrarles lugar en la administración pública de la república grancolombiana a sus coterráneos más próximos, existencialmente hablando, ya que Ambos, Simón Rodríguez y Bello, se encontraban  en situaciones económicas difíciles.   pero sigamos hablando de Simón Rodriguez y Andrés Bello.


 Nada menos que el primero, “Robinson”, el amanuense de su abuelo Palacios y Sojo, fue un soñador errante, un romántico, escritor, ensayista y posiblemente, de los primeros pensadores de América como tal, y ferviente seguidor de las ideas de Jean-Jacques Rousseau . Fue un personaje curioso que apenas tenía trece años más que el pequeño mantuano (criollo perteneciente a la aristocracia local), nacido en una humilde familia de Caracas. Estuvo empleado como secretario en la casa de don Feliciano Palacios, abuelo del pequeño Bolívar, habiendo sido antes maestro en Caracas, donde había presentado un plan de reforma escolar que fue rechazado. Se ha escrito mucho sobre las ideas revolucionarias que Simón Rodríguez imbuyó en el futuro libertador, y aunque lo cierto es que la enseñanza de Rodríguez sobre Simón Bolívar duró exactamente dos meses, desde el 13 de agosto, al 15 de octubre de 1795, aunque también es verdad que posteriormente se volverían a ver en Europa. Tuvo que huir tras Su participación en la Conspiración de Gual y España en contra de la corona española en 1797, adoptando el nombre de Samuel Robinson.
En la imagen siguiente, Simón Rodríguez, “Robinson”.
 




El segundo, Bello, su contemporáneo, y, cómo no decirlo, la mente más clara del humanismo americano del siglo XIX. Andrés Bello, a pesar de su cultura y educación no tuvo una buena relación con Bolívar, incluso cuando El Libertador murió Bello no cambió su opinión sobre él. Y no fue el único, varios maestros de Bolívar tiraron la toalla, como se dice vulgarmente, en lo relacionado con la instrucción del padre de la patria, y la consideración que tenían sobre Bolívar en su infancia y juventud, era de un niño mal criado, Se llevaban apenas tres años en diferencia de edad.     Bello Es considerado uno de los intelectuales más importantes de la historia latinoamericana.  Sus contribuciones se dieron en campos como la filología, la literatura, la traducción de obras clásicas, la política, el derecho y la educación.  Bello fue fundador y el primer rector de la Universidad de Chile, en 1843. Viajó con Simón Bolívar a Inglaterra, como veremos más adelante,  en donde fueron enviados como diplomáticos de la nueva nación de Venezuela, con el objetivo de conseguir el apoyo británico a la consolidación de la independencia.  Debido a la situación política de entonces, no logran su cometido, por lo que Bolívar regresa a Venezuela para asumir el liderazgo de las batallas que se libraban en los demás países de la región.  Bello se queda en Londres por casi veinte años, para más tarde trasladarse a Chile.  Adoptó la nacionalidad chilena y fue senador y redactor del primer Código Civil de ese país. Publicó una gramática española que se considera uno de los mayores aportes a nuestro idioma desde América Latina. En la siguiente imagen, Andrés Bello.



Por otro lado, Bolívar se jacta de que aquellos dos hayan sido maestros suyos, se puede decir que la instrucción en Caracas se desarrollaba desde el Colegio de los Jesuitas, pasando por las escuelas locales municipales, las episcopales, las que dependían de los religiosos, y claro está, las privadas y el Seminario de Santa Rosa, hasta alcanzar la Universidad, pero a falta de un elemento definitivo para dibujar el estilo o el nivel de la formación primaria de Bolívar, el mismo Libertador en la famosa carta a Santander, quien había criticado su educación,  expone:
                                 
… no es cierto que mi educación fue muy descuidada, puesto que mi madre y mis tutores hicieron cuanto era posible porque yo aprendiese; me buscaron maestros de primer orden en mi país. Robinson, que Vd. conoce, fue mi maestro de primeras letras y gramática; de bellas letras y geografía, nuestro famoso Bello; se puso una academia de matemáticas sólo para mí por el padre Andujar, que estimó mucho el barón de Humboldt. Después me mandaron a Europa a continuar mis matemáticas en la academia de San Fernando; y aprendía los idiomas extranjeros con maestros selectos de Madrid; todo bajo la dirección del sabio marqués del Ustariz, en cuya casa vivía…
                                                                    
Tras la muerte de  su abuelo, pocos años después,  en 1799, Bolívar fue enviado a estudiar a Madrid, y con 15 años de edad.  Zarpa Simón Bolívar de La Guaira el 19 de enero de 1799, en el navío “San Idelfonso”, un navío de línea de 74 cañones, que posteriormente combatió en Trafalgar,  y llegará a España en mayo del mismo año. Dicha travesía tuvo el siguiente itinerario: Veracruz, ciudad de México, La Habana, Santoña y finalmente, Madrid. Desde finales de febrero de 1800 vive Bolívar en casa del marqués de Uztáriz, y es, según el mismo Bolívar, quien guió sabiamente sus primeras letras.

El marqués de Uztáriz, caraqueño como su nuevo discípulo, es una figura que determinará la suerte intelectual de Bolívar en Madrid, que aunque muy joven se acomodará obsequioso de cara a la gran oportunidad de recibir el verbo muy corrido y experimentado en la política dieciochesca española del marqués, y es importante saber quién fue este Uztáriz, debido a la importancia que tuvo con el joven Bolívar.

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En el próximo capítulo sobre el Libertador, trataremos del título BOLÍVAR Y EL MARQUÉS DE USTÁRIZ.



jueves, 4 de septiembre de 2014

MUERTE DE UNA ESPERANZA



MUERTE DE UNA ESPERANZA


Tras la llegada Valencia  el 16 de abril de 1814, después de haber visitado algunas ciudades españolas,  se encontró allí con el cardenal arzobispo de Toledo y de Sevilla, Luis de Borbón y Vallabriga, hermano de quien fuera  María Teresa de Borbón y Vallabriga, esposa de Godoy.  Era presidente de la Regencia y favorable a las reformas liberales de 1812. También se reunió con una representación de las Cortes de Cádiz presidida por Bernardo Mozo de Rosales, encargado de entregar al rey un manifiesto firmado por 69 diputados absolutistas (de los 284 que componían las Cortes), llamado Manifiesto de los Persas, que propugnaba la supresión de la Cámara gaditana y justificaba la restauración del Antiguo Régimen.




El manifiesto toma el nombre de una referencia que se contiene, al principio del mismo, sobre la costumbre de los antiguos persas de tener cinco días de anarquía tras la muerte del rey. Los firmantes comparan esa anarquía con el periodo de liberalismo imperante hacía dos años ("en los mayores apuros de su opresión", reza el título), equiparan la Constitución de 1812 a la Revolución Francesa y piden la restauración de los estamentos tradicionales del Antiguo Régimen. El documento sirvió de base al rey para decretar, el 4 de mayo siguiente, el restablecimiento del absolutismo. Aquí se deja constancia del párrafo en concreto:

"SEÑOR:
1.- Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en
anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la
experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a
ser más fieles a su sucesor. Para serlo España a V. M. no necesitaba
igual ensayo en los seis años de su cautividad, del número de los
Españoles que se complacen al ver restituido a V. M. al trono de sus
mayores, son los que firman esta reverente exposición con el
carácter de representantes de España; mas como en ausencia de V.
M. se ha mudado el sistema que regía al momento de verificarse
aquélla, y nos hallamos al frente de la Nación en un Congreso que
decreta lo contrario de lo que sentimos, y de lo que nuestras
Provincias desean, creemos un deber manifestar nuestros votos y
circunstancias que los hacen estériles, con la concisión que permita
la complicada historia de seis años de revolución".

Entre otros artículos el Manifiesto declaraba las siguientes intenciones:

La monarquía absoluta es una obra de la razón y de la inteligencia; está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus reyes. Así que el soberano absoluto no tiene facultad de usar sin razón de su autoridad (derecho que no quiso tener el mismo Dios); por esto ha sido necesario que el poder soberano fuese absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que mira al interés común, y obligar a la obediencia a los que se niegan a ella. Pero los que declaman contra el poder monárquico, confunden el poder absoluto con el arbitrario;
sin reflexionar que no hay Estado donde en el constitutivo de la soberanía no se halle un poder
absoluto. 
Los más sabios políticos han preferido esta monarquía absoluta a todo otro gobierno. El hombre en aquélla no es menos libre que en una república; y la tiranía aún es más temible en ésta que en aquélla. España, entre otros reinos, se convenció de esta preferencia y de las muchas dificultades del poder limitado, dependiente en ciertos puntos de una potencia superior, o comprimido en otros por parte de los mismos vasallos [...]
No pudiendo dejar de cerrar este respetuoso Manifiesto en cuanto permita el ámbito de nuestra representación y nuestros votos particulares con la protesta de que se estime siempre sin valor esa Constitución de Cádiz, y por no aprobada por V. M. ni por las provincias [...] porque estimamos las leyes fundamentales que contiene de incalculables y trascendentales perjuicios, que piden la previa celebración de unas Cortes españolas legítimamente congregadas en libertad y con arreglo en todo a las antiguas leyes.
(...) 20. Quisiéramos grabar en el corazón de todos, como lo está en el nuestro, el convencimiento de que la democracia se funda en la inestabilidad y la inconstancia; y de su misma formación saca los peligros de su fin (...) O en estos gobiernos ha de haber nobles, o puro pueblo: excluir la nobleza destruye el orden jerárquico, deja sin esplendor la sociedad.

21. La nobleza siempre aspira a distinciones; el pueblo siempre intenta igualdades: éste vive receloso de que aquélla llegue a dominar.
40. En fin, Señor, esta Constitución, firmada el 18 del propio marzo (...) dice: Que la Nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de nadie, ninguna familia o persona. Y el artículo 14 expresa que el gobierno de la nación española es una monarquía hereditaria: artículos inconciliables.
134. La monarquía absoluta es una obra de la razón y de la inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus Reyes (...) En un gobierno absoluto las personas son libres, la propiedad de los bienes es tan legítima e inviolable que subsiste aún contra el mismo soberano (...)
Madrid. 12 de abril de 1814 



El 17 de abril, el general Francisco Javier de Elío (Pamplona, 1767 - Valencia, 1822) , al mando del Segundo Ejército, puso sus tropas a disposición del rey y le invitó a recobrar sus derechos. Para darle más fuerza a su juramento, los oficiales gritaron "¡Viva el rey! ¡Muera el que así no piense!".  Este hecho puede ser considerado el primer pronunciamiento de la historia de España, y digamos que  fue posteriormente uno de los principales responsables en la represión absolutista de la restauración borbónica de Fernando VII, siendo ejecutado  tras el triunfo de la Revolución Liberal de 1820, Revolución de la que luego hablaremos. En la imagen el general  Elío.




El 4 de mayo de 1814, Fernando VII promulgó un decreto, redactado por Juan Pérez Villamil     (instigador y autor intelectual del célebre Bando de Independencia o Bando de los alcaldes de Móstoles, que ha trascendido históricamente como el documento que inició Guerra de la Independencia)  y Miguel de Lardizábal ( en 1815 perdió el favor del rey que lo encarcelaría en el castillo de Pamplona, este ilustre personaje fue el único mexicano pintado por Francisco de Goya y Lucientes, en 1815 ) que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de Cádiz:

" mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes  sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquiera clase y condición a cumplirlos ni guardarlos".

El 5 de mayo, Fernando VII sale de Valencia y emprende una marcha triunfal hacia Madrid. El entusiasmo popular ante el retorno de El Deseado es inmenso. El régimen constitucional no es capaz de oponer resistencia y las Cortes son disueltas el 10 de mayo de 1814.

Toda esta tarea legislativa no significó un triunfo definitivo de los liberales, el pueblo se siente absolutista, no conoce este proceso revolucionario de Cádiz y por ello aclamará la llegada de Femando VII como rey absoluto.  A partir de 1814, los españoles están divididos ideológicamente, esta ruptura se hará sangrienta a lo largo del XIX.



La restauración del absolutismo llenó las cárceles y presidios de África de patriotas que habían luchado por España en la Guerra de la Independencia, mientras el monarca pasaba su presidio dorado en Valençay, pero las razones de la sociedad estaban más que claras, y era que la Constitución no significaba en realidad el sentimiento de toda una Nación, y los desengaños serían significativos, ya que desde un principio, no se contó con los factores sociales más evidentes, entre ellos, la directa participación del pueblo. Comenzaba un período de seis años de gobierno en el que iban a dominar los sectores más reaccionarios de la sociedad:

La Iglesia encabezó una cruzada contra las ideas de libertad y democracia, y defendió a los partidarios del antiguo régimen; se restableció el Tribunal del Santo Oficio (la Inquisición), que se suprimió en las Cortes de Cádiz. Se suprime libertad de expresión y de asociación, donde muchas universidades expulsaron a profesores más abiertos a las ciencias e ideas liberales.

Toda esta tarea legislativa que significó la Constitución de 1812 no significó un triunfo definitivo de los liberales, el pueblo se siente absolutista, no conoce este proceso revolucionario de Cádiz y por ello aclamará la llegada de Femando VII como rey absoluto, y más que nada, por temor a otra Revolución como la francesa, contra la que habían luchado. A partir de 1814, los españoles están divididos ideológicamente, y esta ruptura se hará sangrienta a lo largo del XIX.

La realidad era que  no pocas cuestiones se solventaban no en las Cortes de manera abierta, sino en los pasillos y en reuniones secretas o de que los diputados parecían más estar en una tertulia que al servicio de la nación. También de que, buscando el lucimiento, se elevaban perdiendo el contacto con la realidad, además  las Américas, parte de España a la sazón, no estaban suficiente y legítimamente representadas; cómo además se pretendía que los diputados no tuvieran empleo en el Estado y, sobre todo, cómo constituía un gran error que las Cortes no fueran las que decidieran la regulación de los impuestos. Asimismo,  la Constitución carecía de realismo al abordar las relaciones entre las Cortes y la Corona. Digamos que  acabó fracasando no por la falta de patriotismo o de brillantez de sus redactores sino, fundamentalmente, por la manera en que éstos se dejaron llevar. La constitución refleja un marcado carácter liberal, incluso bastante desparejado con la forma de vivir a la que el pueblo estaba acostumbrado.  Proponía medidas liberales imposibles de ser absorbidas por la sociedad de la época. Una constitución que obligaría a cambiar las estructuras de una nación frágil de un golpe, quizás demasiado, y además se vieron superados por un idealismo que les cegó ante la reacción que los grandes beneficiarios del Antiguo Régimen como fueron la monarquía absoluta y la iglesia católica, quienes se opondrían con las armas de un pueblo principalmente analfabeto,  a sus avances.

En resumen, La mayoría de la nobleza se sentía herida por la supresión de los señoríos, y la mayoría de la jerarquía eclesiástica se oponía a las reformas liberales de forma hostil y belicosa. El pueblo llano experimentaba la esperanza, lógica después de los padecimientos de una guerra, en un futuro feliz en el que todos los males pasados tendrían remedio. Para los españoles de 1814 esa esperanza se centraba en la persona de Fernando VII el Deseado. La tensión entre partidarios y enemigos de las ideas liberales se trasladó al choque entre el rey y la Regencia. En este conflicto de poder ganará el más fuerte. Las tropas del segundo ejército mandadas por Elío, rindieron honores reales al monarca a pesar de haberlo prohibido la Regencia. Podemos decir en consecuencia que el rey desaprovechó una oportunidad única de lograr una convivencia entre las dos Españas que durante la guerra de la Independencia se habían formado, o que posiblemente, aprovechó la falta de apoyo del pueblo a una Constitución que no acababa de comprender, y en la que una importante parte de la sociedad estaba sin representar.




En el próximo capítulo trataremos sobre  
LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA       

domingo, 31 de agosto de 2014

SIMÓN BOLÍVAR, EL LIBERTADOR DESENGAÑADO.

SIMÓN BOLÍVAR, EL LIBERTADOR DESENGAÑADO.

INTRODUCCIÓN  
   
En esta serie de capítulos pertenecientes a la historiografía hispanoamericana, vamos a tratar con el merecido cuidado para no dañar la sensibilidad de nuestros pueblos hermanos, la figura de Simón Bolívar, pero tratando de contar sobre todo, la verdad.
 La verdad os hará libres. Esta frase del Evangelio es la que sintetiza uno de los dogmas de fe que diferencian la leyenda, la fábula o el mito, de la Historia real o pragmática o genética que no sólo pretende sacar un provecho fiel de los hechos, si no que además, indaga sobre el origen de los mismos y las causas que los han producido. En esta relación de capítulos pertenecientes a la serie de Simón Bolívar, aparecerán determinadas personalidades que consideramos importantes, y sobre las cuales nos extenderemos lo más específicamente que la necesidad nos apremie, dada la extensión del artículo, y de forma anticipada, pedimos perdón si nos dejamos alguno en el traidor contenido de nuestro tintero virtual, ya que la intención no es analizar todas y cada una de las biografías de aquellos que tuvieron algo que ver con la independencia de las provincias hispanoamericanas, término que nos parece más apropiado al de colonias, por lo tanto, pedimos comprensión, e intentaremos tratar más adelante sobre cada particularidad, con lo que damos las gracias anticipadamente.

Simón Bolivar es el libertador de América, pero la primera pregunta es... ¿De qué los liberó? La historia, en algunos casos, es la manipulación del sentimiento de las masas, y desde luego, cada investigador de la Historia, puede considerar legítimamente los pasados acontecimientos desde un punto de vista particular, pero apartarse de las consecuencias reales, dando una imagen distorsionada, no ayuda en nada a las generaciones venideras a sentar las bases para no caer en lo errores del pasado.

El libertador, cuando cumplió sus objetivos para los latifundistas, lo traicionaron, y siglos después es aupado como el gran libertador. Teniendo en cuenta, que en el resto de  Sudamérica, no consideran a Bolívar como el libertador, Miguel Hidalgo y Costilla, San Martín, Sucre, O´higgins,  o Miranda, entre otros, comparten foros de opinión particular en cada país.

En 1815 el general español Pablo Morillo reconquistó Venezuela y después Nueva Granada. Desde su exilio en la isla británica de Jamaica, Bolívar escribió una célebre carta en la que justificaba la secesión de toda Hispanoamérica de España. De vuelta al continente, convocó al Congreso de Angostura ante el cual presentó un proyecto de Constitución que unía a Venezuela (Capitanía General) con Colombia (Virreinato de Nueva Granada). Se dirigió con sus tropas a Nueva Granada y triunfó sobre los ejércitos españoles del General Pablo Morillo en la gran batalla de Boyacá en 1819. Este triunfo le abrió las puertas de Bogotá, donde proclamó la República de Colombia, que se integraba con Nueva Granada (Colombia) y Venezuela unidas, e incorporó la presidencia de Quito (Ecuador) formando la Gran Colombia.

En 1822 se entrevistó con San Martín en Guayaquil (Ecuador) y éste le entregó su ejército con el que Bolívar entró triunfante a Lima en 1823. Su lugarteniente, Antonio José Sucre (1795-1830), que actuó primero junto a Miranda, derrotó totalmente a los españoles en Junín y Ayacucho en 1824. Sucre fundó la república de Bolivia, de la que fue presidente de 1826 a 1828.

De regreso a Colombia, Bolívar asistió a la guerra civil cuyo resultado fue la separación de Colombia y Venezuela en 1829. El Perú abolió la Constitución de Bolívar y la presidencia de Quito se proclamó república independiente con el nombre de Ecuador. Lleno de amargura por su fracaso, Bolívar renunció al poder en 1830 y se retiró con el propósito de regresar a Inglaterra. Al respecto dice García Márquez: Para su instalación inmediata en Europa contaba con la gratitud de Inglaterra a la que había hecho tantos favores, los ingleses me quieren, solía decir, pero, ¿quién fue Bolívar?...


Desde luego, cuando se trata de hablar de Bolívar, es difícil no encontrar un comentario teñido por alguna pasión, tanto amiga como enemiga, pero de lo que se trata en el presente artículo es hablar sin pasión ninguna, más que la que suscita la propia historia de los hechos, consecuencia posible de un error pasional de nuestro protagonista, o víctima de un engaño al que fue concienzudamente conducido, cuyo resultado final es precisamente, un desengaño. Recordemos  el último deseo de su testamento político, después de veinte años recorriendo todo un continente a caballo que le habían minado la salud y los ánimos después de haber dedicado su vida y su fortuna a cumplir un juramento: "Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro".

 Nos apoyamos aquí, por supuesto, no ya sólo con datos biográficos e historiográficos que contados de forma cronológica pueden resultar absurdos e incluso aburridos y vacíos no ya de interés, si no de respeto hacia la vida de Simón Bolívar y otros muchos, y sobre todo, al sentimiento de todos aquellos pueblos hispanoamericanos que, de una u otra manera, fueron absorbidos por la vorágine fiebre de la emancipación bolivariana sin entender tal siquiera tanto los intereses como la finalidad de la misma, y lo que posteriormente se razona con la sucesiva progresión de las guerras civiles que azotaron el continente Americano y que incluso hasta hoy en día, tiene su repercusión consecuente. Nos apoyaremos, como veníamos diciendo, con las manifestaciones y estudios de eruditos en la materia como pueden ser el ilustre doctor argentino Julio Carlos González, o Robert Harvey, John Linch o Arturo Uslar Pietri, y recomendar la lectura de la novela de Gabriel García Marquez “El General en su laberinto”, sin olvidar a Manuel Lucena Sanmoral, o Ricardo Lorenzo Sanz.



No podemos si no recomendar una especial atención, al papel de la masonería, llegado el momento, pero, también sobre todo, a la pérdida traumática de quien fue su primer amor, o posiblemente, el único, además de la perspicaz injerencia de la que venimos pasionalmente a llamar Pérfida Albión.

En el próximo capítulo de esta serie sobre Simón Bolívar trataremos del título BOLÍVAR Y LOS INICIOS DE UNA DESDICHA.

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