sábado, 12 de diciembre de 2020

EL BESO DE LA MUERTE

 

EL BESO DE LA MUERTE





El beso de la muerte, es,  no ya la petrificación fría de la tristeza, sino el llanto escondido de la desolación del destino. Es la desesperación de un lamento cuyas garras se clavan  en el desaliento de la carne. Un esqueleto alado que le da un beso en la frente a una vida que se apaga, en el resuello de un lamento en el silencio del amor,  que se evapora en las tinieblas del ocaso. Buscar en lo lúgubre la belleza, el frío beso en el tétrico concluyente de la vida, en el siniestro y oscuro final, convirtiendo el amargo llanto en la hermosura de un sentimiento alado desprovisto de rencores, es llegar a la culminación de la más pura de las esencias de la vida. La misericordia rompe en súplica de aflicción desesperada ante la crueldad fatal del hado de la humanidad, como una fuerza irresistible a la determinación de la vida, que no es otro que la sinecura irremediable de la muerte. El escalofrío de tu caricia, hace estremecer en mi corazón apagado el pálpito final del último suspiro, sólo tu evocación más allá de las estrellas me consuela, con la esperanza de volver a sentir de nuevo el roce álgido de tu piel, ¿dónde estás muerte amada?, tu ausencia me angustia, me oprime, me acongoja en la inquietud más amarga con todo el dolor del tormento que me mortifica y entristece.  Déjate llevar, me dijiste susurrándome al  oído, y aferrando mi mano para conducirme al oscuro túnel del silencio, cerrando después la fría losa de la soledad.  El perenne recuerdo de la existencia de un abrazo, esculpe en piedra la fatalidad de un encuentro funesto, para apartar el olvido del recuerdo, y fijar la mirada en las cuencas vacías de unos ojos que contemplan insensibles,  la tragedia postrera que camina a la eternidad. El beso de la muerte, aquel que me diste en el brumoso  silencio de un atardecer, condenó para siempre a la perpetua oscuridad,  la luz que alumbraba la grata dulzura de mi sentimiento. Tu recuerdo, se me clava en lo más profundo de mi alma, y no es sino el castigo de mi condena que apaga la última palabra de mi consuelo, ¿dónde estás, muerte ingrata, con tu promesa que solivianta  el denuedo de mi deseo? La fría ternura, acaba por fin con la anhelada espera de una caricia sombría, al albor de la eternidad.


Aingeru Daóiz Velarde.-




 

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