lunes, 7 de diciembre de 2020

CARLOS DE AUSTRIA. LA TRAGEDIA DE UNA LOCURA.

CARLOS DE AUSTRIA. LA TRAGEDIA DE UNA LOCURA. 


Era la oscura noche del 18 de enero de 1568, la cual recordaría Felipe II con la más grande de las penas hasta su último aliento, asado y consumido del fuego maligno que le tenía ya en los huesos, allí en el Monasterio de El Escorial. Sobre las 11 de la noche, el vencedor de San quintín, el rey prudente, el Monarca más poderoso de su tiempo, vestido con la armadura real, condujo a un grupo de cortesanos y hombres armados y toda una santa compaña de corchetes, alguaciles y ministros en derechura por los oscuros pasillos del Alcázar de Madrid, sin antorchas ni velas, y el mayor de los silencios en compañía de las amargas penas, al aposento del Príncipe Carlos, el hijo del Rey y su único heredero. 


El rey ordenó al duque de Lerma y a Rodrigo de Mendoza que en cuanto vieran abiertas las puertas de su habitación le avisaran, lo que hicieron sobre las once de la noche. Entonces el rey se personó dentro de los aposentos con su privado Ruy Gómez de Silva, que llevaba una vela en un candelero, y don Luis Quixada…Ambos cerraron primero las puertas y luego las bloquearon con ayuda de otros dos gentileshombres y dos ayudantes de cámara, que llevaban martillos y clavos para condenar las ventanas. Entraron por la puerta del retrete, que Ruy Gómez había abierto con una llave maestra, por lo que inicialmente nadie los oyó. El príncipe estaba de espaldas a la puerta por donde entró su padre, hablando con Rodrigo de Mendoza y el duque de Lerma. El rey le quitó la espada que tenía a la cabecera de la cama y el duque de Feria cogió el arcabuz que tenía bajo la almohada…Al hallarse rodeado de hombres armados, Don Carlos exclamó: “¿Qué quiere Vuestra Majestad?, ¿qué hora es?, ¿Quiéreme matar o prender?”... “Ni lo uno ni lo otro, hijo”, contestó Felipe II instantes antes de que el Príncipe se llevara la mano a la pistola cargada de pólvora que guardaba siempre en la cabecera de su cama. En la imagen, Don Carlos de Austria, hijo de Felipe II.



La consternada historia de este Príncipe comienza desde que viera sus primeras luces en este desterrado valle de lágrimas, si es que en realidad llegó a ver alguna vez la luz, puesto que su vida estuvo plagada de sombras como podremos ver más adelante. Fruto del matrimonio entre Felipe II y María Manuela de Portugal, primos hermanos por doble vínculo, nacería un 8 de julio de 1.545, no muy agraciado físicamente, y deforme, aparte de enfermo perenne tanto de cuerpo, como de mente, de desigual humor e iracundo carácter, posiblemente a buen seguro víctima de la costumbre endogámica de aquellas casas reales de la época, tuvo también la mala estampa de que su madre falleciera pocos días después de nacer él, sin llegar siquiera a ser reina de España. A todo esto se le unió la enfermedad padecida a los 11 años que mermó más si cabe su ya degradado desarrollo físico, la malaria, y debido a un accidente en el cual se cayó por las escaleras persiguiendo a una sirvienta, golpeándose en la cabeza. Este episodio marcaría su vida y salud mental, ya que entretenido en una de aficiones, es decir, perseguir a una criada con ánimo levantar sus faldas y masajear sus nalgas, pero la chica salió huyendo por en una angosta escalera y Don Carlos, todo encelado y muy dispuesto por los vapores de su edad, fue tras ella y vino en caer de cabeza haciendo mermar más si cabe maltrecho entendimiento, esto ocurrió en la medianoche del 19 de abril de 1562. Tras intentar con él muchos tratamientos de todo tipo, así como brujerías diversas como último remedio, finalmente se le realizó por medio de un afamado médico de la época una trepanación arriesgada, que sanaron en cierto modo sus males, pero que le trajeron secuelas que acrecentaron su crueldad y sus excentricidades.



Continuando con el relato de la noche a que nos referíamos al principio, y que marcaría un nuevo después en la vida de este Príncipe de la casa de Austria, el joven heredero fue arrestado, sin que nadie llegara a apretar el gatillo, y acusado de conspirar contra la vida de su padre. Días antes, uno de sus mejores amigos, Don Juan de Austria, hermano bastardo del Rey y a la postre héroe de Lepanto, y partidario acérrimo del rey a toda costa, se había visto obligado a desvelar los planes de su sobrino al percatarse de la gravedad de su locura. El caso es que el Rey, después de aguantar estoicamente la efervescencia verbal de su hijo el Príncipe, el cual se encendía cada vez más viendo a los ministros merodear en sus pertenencias con la tonta excusa de buscar papeles comprometedores, decidió dejarlo encerrado en sus aposentos, y con limitada comunicación con el mundo exterior. En la imagen representación del arresto de DonCarlos de Austria.




A la mañana siguiente, conocedora Isabel de Valois, la nueva esposa de Felipe II, de lo acontecido durante la noche, solicitó permiso a su esposo para reconfortar a su hijastro prisionero, pero la audiencia le fue denegada. Tras el desaire que le infligió su esposo la reina lloró amargamente delante de toda la Corte…esto traería sus consecuencias, puesto que esta romántica situación fue aprovechada por los cronistas aprovechados de la época, que no eran si no el cuerpo diplomático caracterizado por su aversión y hostilidad animosa hacia Felipe II y a España, y retorcieron más si cabe el episodio, de forma que absolutamente nada tenía que ver con la realidad, ya que argumentaron que entre el Príncipe Carlos de Austria e Isabel de Valois, su madrastra, existía un amor incestuoso, episodio totalmente quimérico e inexistente, pero que con el tiempo, en el XVIII, en esta página negra de la monarquía española se inspiró un drama extenso en una Ópera de de cinco actos del italiano Giuseppe Verdi, inspirada en un drama del alemán Johann Christoph Friedrich Schiller. 


Entre italianos y alemanes se reparten el rencor de la falacia, cantando y contando los desgraciados amores de Don Carlos de Austria y Portugal con su dulce enemiga, Isabel de Valois, que al albor de la verdad, como ya se ha dicho, es el resultado de una gran mentira, pero como ya dijera Göbbels en su momento, estando al frente de la labor de la propaganda del Partido Nazi, y luego del Tercer Reich, “una mentira repetida mil veces, se convierte en una verdad”… y más si es cantada en una ópera de Verdi, y escrita en un cuento de alta cuna y baja cama alemán. Lo de dulce enemiga que hemos comentado sobre Isabel de Valois, es que Carlos estaba ciego de deseo por ella, pero sólo por la enemistad con su padre, y ciertamente la Reina era de carácter afable, y se da la circunstancia que fue precisamente un francés posiblemente resentido, César Vichard de Saint-Réal, quien escribiera en un afán por los sueños literarios, una novela histórica basada precisamente en eso, sueños, incluyendo esta supuesta relación incestuosa sin fundamento real, pero si con interés oscuro, Don Carlos (1673) es que sirvió de fuente para varios diálogos en la obra de teatro de Friedrich Schiller. En la imagen, óleo de José de Uría representa la reacción de don Carlos, sostenido por el duque de Alba, al saber que no mandaría las tropas de Flandes. Museo del Prado, Madrid.




Sí que resulta cierto, por otro lado, que desde la llegada de Isabel de Valois a España, en 1560, surgió una estrecha amistad entre la nueva reina y su "hijastro". Ella se compadecía de la enfermedad del príncipe y se esforzaba por consolarlo. Impresionado por la reina y las atenciones que le prestaba, don Carlos la agasajaba con costosos regalos como sortijas de rubíes o alfombras de tejidos preciosos, y la ayudó a recuperarse del primer parto. En una ocasión en que ella cayó gravemente enferma, el príncipe mostró gran tristeza y durante varios días visitó iglesias y organizó procesiones para pedir por la salud de Isabel. 


El afecto que sentía la reina por el príncipe no se desmintió cuando Felipe II ordenó arrestarlo. Al día siguiente de la detención confesó al embajador francés Fourquevaux: "Lamento esta desgracia como si se tratara de mi propio hijo". Al parecer, pasó dos días llorando, igual que cuando se anunció la muerte del príncipe. La salud de la reina había quedado muy afectada después del nacimiento de su segunda hija, en octubre de 1567. Tras quedar embarazada de nuevo, su mal se agravó y falleció en octubre de 1568, apenas dos meses después de que muriera el príncipe. Afecto existía, pero de ahí a que hubiera una relación carnal e incestuosa, hay un largo trecho, y más tratándose de la personalidad de don Carlos, como vamos viendo. Digamos que era más digno de la más profunda lastima y compasión, que el dulce, entrañable y afectuoso carácter de Isabel de Valois podía albergar en su corazón. En la imagen, Isabel de Valois.



Volviendo de nuevo al episodio principal, digamos que el cautiverio de seis meses, lejos de calmar a Don Carlos, empeoró su salud mental y terminó costándole la vida en un arranque de demencia a los 23 años de edad. En medio de una huelga de hambre, el heredero de la Monarquía Hispánica se acostumbró a calmar sus calenturas volcando nieve en su cama y bebiendo agua helada, lo cual terminó consumiendo su quebradiza salud. Por supuesto, la propaganda holandesa acusó directamente al Rey de ordenar el asesinato de su hijo y argumentó que lo único que quería Don Carlos era acabar con la tiranía de su padre en los Países Bajos. El melancólico y misterioso carácter del Monarca, a su vez, prestó los ingredientes para que Giuseppe Verdi, recogiendo la leyenda negra, compusiera siglos después una de sus óperas más famosas, de la que ya hemos hablado, “Don Carlo”, y de la que ya conocemos también su realidad…Sin duda, la personalidad del heredero de la Corona nos ha llegado desfigurada por el silencio de los eruditos, la perniciosa influencia de la Leyenda Negra y la mistificación de la ficción literaria, amamantada además por el hecho de que la Reina y el Príncipe se llevaran poca diferencia de edad, y además, ambos murieron con poco tiempo también de diferencia…casualidades del destino, lo que no es casualidad, y sí verdaderamente cierto, es que se han construido en el imaginario diversos arquetipos del mismo Príncipe y sus circunstancias, en primer lugar, el que sin duda cuenta con algunos fundamentos precisos y contundentes, el príncipe enfermo físico y psicológico que generaría múltiples problemas al rey y a su entorno cortesano y que determinaría primero dudas y luego convicciones, de que no estaba en condiciones de reinar; en segundo lugar, el joven ansioso, enamorado apasionadamente de Isabel de Valois, su madrastra, la tercera esposa de Felipe II, con el conflicto sentimental y emocional subsiguiente; y, por último, el rebelde, enfrentado a su padre por el poder y con relaciones con los enemigos, los protestantes flamencos, lo que lo podía aproximar a la herejía protestante. En la imagen, Felipe II.




La propaganda holandesa que alimentaba lo que se conoce como la Leyenda Negra anti española, sin embargo, no podía estar más equivocada en este caso. Felipe II fue excesivamente permisivo con la actitud de Don Carlos, el cual arrastraba problemas mentales desde que era niño. Del Príncipe maldito se ha dicho, sin excesivo rigor, que siendo solo un infante gozaba asando liebres vivas y cegando a los caballos en el establo real. A los once años hizo azotar a una muchacha de la Corte para su sádica diversión: un exceso por el que hubo que pagar compensaciones al padre de la niña. No en vano, junto a su sobrino biznieto Carlos II, conocido como el Hechizado, el primer hijo de Felipe II es el máximo exponente de las consecuencias de la endogamia practicada por la Casa de los Habsburgo, como ya se ha comentado, aunque si bien es cierto que el heredero a la Corona fue un niño relativamente normal, de inteligencia media-baja, que no sufrió graves episodios de demencia hasta la edad madura. Sobre esto, cabría destacar un episodio, y es que sólo por hacer enfadar a su padre, el rey, gustaba de redimir cautivos de las mazmorras reales entalegados por conspiradores y otros motivos políticos, y de su bolsillo, corría de su cuenta la manutención de una legión de niños desarrapados que de ser no ser por él habrían pasado por el mismísimo infierno. Esto último fue utilizado por Felipe II para aturrullar a los fulleros diplomáticos europeos representando a su hijo como una buena alma pese a sus extravagancias. 


El Príncipe heredero, al igual que le ocurrió a su padre Felipe II, se crió lejos de sus padres. Como ya hemos conocido antes, huérfano de madre a los pocos días de nacer, Carlos quedó bajo la custodia de sus tías, las hijas de Carlos V que todavía no tenían compromisos matrimoniales, puesto que su padre estuvo ausente de España en los primeros años de su reinado. 


En los años previos a aquella caída que le provocaron daños irreparables en su comportamiento y de la que también hemos hablado antes, Don Carlos vivió su periodo más feliz en la Universidad de Alcalá de Henares, donde estudió junto a su tío, Don Juan de Austria, y Alejandro Farnesio, que contaban prácticamente su misma edad. Su padre se preocupó que recibiera ya desde niño la más exquisita educación, puesto que el príncipe estaba llamado a sustituirle, asunto nada baladí, desde luego, pero fiel a su forma y talento, enturbió su aprendizaje de las mismas extravagancias que lo hizo con su vida, posiblemente por su falta más de cordura, que por maldad, y lejos de someterse al estudio y al aprendizaje, se dedicó a más atrocidades a las que era muy aficionado, y a las que sacaba más provecho y diversión.


Sin destacar en los estudios, sino todo lo contrario, como hemos anunciado, Don Carlos, al menos, se contagió del ambiente juvenil y saludable del lugar, y ya en 1560, Felipe II, juzgando aceptable su comportamiento, le reconoció como heredero al trono por las Cortes de Castilla, pero ciertamente, después de aquel desgraciado accidente que le provocó la caída, ya nunca más nunca volvió a ser el mismo. Las fiebres que le afectaban periódicamente, y que fueron recuerdo de la malaria que también padeció a los 11 años, empezaron a repetirse con demasiada frecuencia. Con un temperamento impulsivo y violento, además de temerario, perdía los estribos muy a menudo, haciendo y diciendo lo primero que se le pasaba por su debilitada mente, con frecuentes cambios de humor. 


Por el miedo de los embajadores a que se interceptaran sus informes y el Rey pudiera ofenderse, muchas de las actuaciones contra el joven no han podido ser documentadas y se basan en testimonios indirectos. Pero consta, por la correspondencia de embajadores que Don Carlos era muy aficionado y frecuentaba con poca dignidad y mucha arrogancia los burdeles madrileños y trataba con violencia al servicio. En una ocasión, Don Carlos arrojó por una ventana a un paje cuya conducta le molestó, e intentó, en otra jornada, lanzar a su guarda de joyas y ropa. También trascendió por aquellas fechas su intento público de acuchillar al Gran Duque de Alba, al que acusaba de inmiscuirse en los asuntos de Flandes. Los conflictos entre padre e hijo no tardaron en llegar.


Llamado a capítulo a la Corte por su padre, el rey, éste afeó la conducta de su heredero y le llamó al orden pero tuvo el mismo resultado que con sus estudios, es decir, completamente nulo, como que el tema no iba con él. Los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, el príncipe siguió con sus diabluras. Gustaba frecuentar sitios de mala nota y no hubo taberna, tasca o club nocturno madrileño que no cerrara pues se volvió aún más antojadizo, zascandil, enredador y un revoltoso. Esquilmó las arcas reales convidando a sus compinches, apostando ingentes cantidades en carreras de mulas o caballos y, no contento con esto, se aficionó a acicalarse de manera suntuosa con los vestidos y joyas más caros con los que se topaba en toda suerte de escaparates. 


Tras su recuperación, después de la caída que ya conocemos, Felipe II le nombró miembro del Consejo de Estado en 1564, en un último intento por fingir normalidad, y barajó la posibilidad de casarlo con María Estuardo o con Ana de Austria, la cual sería posteriormente la cuarta esposa del Rey. Pero dentro de su mente enferma, sus prioridades eran otras. Obsesionado con los Países Bajos, que en ese momento se encontraban en rebeldía contra Felipe II, contactó con varios de esos líderes rebeldes, como el moderado Conde de Egmont o el Barón de Montigny, para organizar su viaje a Bruselas, donde pretendía proclamarse su soberano. En efecto, el Rey en el pasado había sopesado la posibilidad de que su hijo gobernara allí, pero las actuales circunstancias políticas y la mala salud mental del Príncipe descartaban por completo esta opción.


En una reunión mantenida con Don Juan de Austria, al que pidió ayuda para fugarse a Italia, el Príncipe le comunicó sus planes. El general español le reclamó veinticuatro horas a su sobrino para tomar una decisión, e inmediatamente salió a informar al Rey. Advertido de la traición, según varios informadores, Don Carlos cargó una pistola y pidió a su tío que regresara a sus aposentos. La pistola no pudo efectuar el disparo que habría matado al futuro héroe de Lepanto, puesto que fue descargada previamente por un cortesano, pero Don Carlos se abalanzó daga en mano contra Don Juan de Austria, que, superior en fuerza y habilidad en el combate, redujo a su sobrino. “¡Qué vuestra Majestad no dé un paso más”, gritó, apuntándole con su propia daga. Este arrebato también le vino cuando se enteró de que no iba a mandar las tropas de Flandes. En la imagen, don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II.



Las noticias de esta agresión precipitaron los acontecimientos que ya hemos conocido al principio, cuando Felipe II mandó el 18 de enero de 1568 encerrar a su hijo en sus aposentos, y ya en los días posteriores, licenció a los servidores de su hijo y trasladó a éste a la torre del Alcázar de Madrid que Carlos V usó como alojamiento para otro distinguido cautivo: Francisco I de Francia, capturado tras la batalla de Pavía. La lectura de la correspondencia privada del joven sacó a la luz una conspiración, más bien el amago de una puesto que ningún noble le prestó mucha atención, para acabar con la vida de Felipe II. Y precisamente porque las cartas descubiertas cada vez elevaban más la gravedad de sus crímenes, el Monarca decretó su cautiverio indefinido en el Castillo de Arévalo.




Durante los seis meses que el Príncipe permaneció cautivo, en el mismo régimen que había padecido Juana a la que llamaban la Loca, fue perdiendo los pocos hilos de cordura que quedaban sobre su cabeza. Acorde a los síntomas clásicos de las personas que han padecido malaria, sufría súbitos cambios de temperatura, cuya mente enferma convirtió en peligrosos y mortales hábitos. Cada vez que padecía uno de estos ataques, ordenaba llenar su cama de nieve así como ingerir agua helada en grandes cantidades. En medio de sospechas infundadas sobre su posible envenenamiento, falleció el joven a los 23 años el 28 de julio de 1568, probablemente a causa de inanición, ya que se había declarado en huelga de hambre como protesta, cosa que hacía de forma repetida en sus arrebatos.

Las vagas explicaciones de Felipe II y su empeño por destruir las cartas que incriminaban a su hijo, quizás buscando ocultar las miserias de su heredero, situaron su muerte en el terreno predilecto para alimentar la leyenda negra que los holandeses, franceses e ingleses usaban en perjuicio del Imperio español. La ópera «Don Carlo» escrita por Giuseppe Verdi siglos después y un drama del poeta alemán Schiller tomaron por referencia el ensayo “Apología”, del holandés Guillermo de Orange, el máximo representante de la rebelión contra la corona española, que presenta la vida del Príncipe de forma muy distorsionada. El holandés inventó una relación amorosa entre Don Carlos y la esposa de su padre, Isabel de Valois, y colocó al joven como adalid de la independencia holandesa y al malvado Rey como el asesino de ambos. Más allá de una inocente literatura, este episodio se convirtió en el más importante pilar de la leyenda negra contra los españoles, gracias a la triste y desvencijada historia de este cándido Príncipe de Asturias del siglo XVI cuya andanzas políticas y desgraciada vida amorosa fue aprovechada por mendaces infamadores alemanes e italianos, y por qué no decirlo, también ingleses y franceses a la espera, como aves de rapiña, para desacreditar la memoria de su padre, el llamado Rey prudente, y ya de paso, la de España entera. En la imagen siguiente, Guillermo de Orange, impulsor de la Leyenda Negra.



Como ya se ha comentado, Don Carlos, en sus arrebatos, gustaba de hacer huelgas de hambre y acto seguido pegarse grandes comilonas, en plan protesta. Una infausta noche en pleno bochorno de calor castellana, a mediados de julio, los sirvientes a su servicio le trajeron para cenar unas sabrosísimas perdices estofadas aderezadas con perejil, nuez moscada, cardamomo, salsa agridulce, ají picante y demás aderezos y otras especias traídas desde el último rincón del interminable imperio español. Don Carlos, de natural curioso en cuestiones gastronómicas y al tener una gula exagerada ya que al parecer acababa de finalizar una de sus interminables huelgas de hambre, dio buena cuenta de la opípara cena, a pesar del peligro del hartazgo y la mezcla, y se pasó toda la noche devolviendo, y se puso enfermo. Atacado por la fiebre y disentería en pocos días entregó su alma al Señor. Murió a la temprana edad de veintitrés años al poco de celebrar su cumpleaños, el 24 de julio de 1568 En la imagen, últimos momentos del Príncipe Don Carlos, por Antonio Gisbert.




Éste es el final de la historia de Don Carlos de Austria. Algunos historiadores, literatos y músicos vulgares, sin mucho argumento, han buscado desde siempre malintencionadamente gustan de achacar su conducta perturbada y desconcertante a un asunto de desamores con una dama con la que su propio padre casó, Isabel de Valois, y se asegura con determinada desvergüenza que con la que de antaño se tenía concertado el matrimonio con el príncipe Carlos, resultando el argumento de una novela de poca estima en una reconstrucción histórica basada en datos hipotéticos sin prueba, ni testimonio alguno, ya que sólo basta tener en cuenta que el príncipe español tenía trece años y la princesa francesa doce cuando diplomáticos reales concretaron la futura boda de Estado. La cuestión era muy diferente, y es que Felipe II no contaba con Don Carlos para discutir asuntos de Estado, por una parte lógica, ya que mentalmente no lo veía asentado, con lo cual Carlos, se obsesionó con intrigar contra su padre el Rey, quien por cierto, podría haber estado más al lado de su hijo, pero es menester conocer también el día a día de una mente poco lúcida, a sabiendas de su forma de ser, presa, en la mayoría de su tiempo, de la más absoluta demencia.

Aingeru Daóiz Velarde.- 


BIBLIOGRAFÍA



Geoffrey Parker:

El rey imprudente, la biografía esencial de Felipe II, Editorial Planeta, 2015, ISBN 9788408141990



La gran estrategia de Felipe II, Alianza Editorial, S.A. 1998 ISBN 84-206-2902-2Felipe II, Alianza Editorial, S.A. 2003 ISBN 84-206-5575-9



Felipe II: La biografía definitiva, Editorial Planeta, S.A. 2010 ISBN 9788408094845



El rey imprudente, la biografía esencial de Felipe II, Editorial Planeta, 2015, ISBN 9788408141990



Artículo Historia National Geografic Fernando Bruquetas de Castro y Manuel Lobo Cabrera.

















 

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