martes, 26 de marzo de 2019

LAS MENTIRAS DE MIS MAESTROS


LAS MENTIRAS DE MIS MAESTROS

Luis González de Alba. Escritor mexicano.




En la imagen anterior, bandera del Virreinato de Nueva España.

LA VISIÓN DE LOS VENCIDOS
La historia oficial de México es una larga serie de derrotas gloriosas y un pesado directorio de héroes derrotados. Comenzando por Cuauhtémoc y su profético nombre, águila que cae, hasta Zapata, veneramos la caída, el fracaso y lo consagramos como símbolo de pureza. Cuauhtémoc, último emperador de un imperio detestado por todos sus vecinos y vasallos, es nuestro más puro héroe, no por sus hazañas ni sus construcciones ni sus conquistas, pues no tuvo tiempo para ellas, sino porque es el gran derrotado. Hidalgo es el padre de la patria por decreto, no por sus logros, pues su fallida rebelión fue aplastada en poco tiempo, como otras durante la Colonia; Morelos encabezó otro levantamiento de poca extensión en un territorio inmenso y su derrota fue absoluta; Guerrero quedó convertido en un simple fugitivo perdido en las montañas del sur, donde se pudo haber quedado hasta morir de muerte natural a avanzada edad, pues en nada afectaba la marcha del virreinato un rebelde oculto en las montañas, como no lo habría afectado tampoco otro perdido en los desiertos de Sonora. Madero no llegó a gobernar y seguimos esperando el sufragio efectivo. Zapata cayó acribillado y el reparto de tierras tuvo que esperar hasta Cárdenas y aún más, tiempo suficiente para que el incremento en la población hiciera imposible dar tierra a cada campesino, y el reparto dejara más inconformes que beneficiados.

LOS PÉRFIDOS TRIUNFADORES.
Los malditos triunfadores están en lo más profundo de nuestro infierno oficial. El malvado mayor, Satanás del averno, es el triunfador absoluto, el hombre que hizo posible al México actual, país que sólo era viable sobre las ruinas de las naciones indígenas anteriores, ninguna de las cuales era México: sí, Hernán Cortés, sin cuyo triunfo no existiría el lector de esta publicación, ni sus autores… ni la publicación, ni la ciudad, ni el país. Es el padre de México porque sin su triunfo no existiría ni la población actual; pero optamos por definirnos como conquistados, vencidos, en negación absoluta del padre, español y conquistador, triunfador y por tanto malvado.

OTROS BELLACOS.
Cuando la rebelión del buen cura Hidalgo había desaparecido de la escena, un criollo cursi nos hizo independientes de España: Agustín de Iturbide, apenas segundo después de Cortés en el infierno de la historia oficial, por criollo -o sea hijo de otra madre que no es la nuestra- y por su cursi y breve imperio. Tener el mismo padre no da parentesco alguno para quien se define por la madre, como en las sociedades matrilineales, por tanto el criollo es extranjero aunque tenga el mismo padre que un mestizo. De ahí que sólo en México el término criollo sea despectivo. En el resto del continente americano, criollo significa simplemente nativo.



EL PROCESO DE IDENTIFICACIÓN.

La psicología social mexicana tiene un magnífico tema de investigación en nuestra identificación con los vencidos y no con los vencedores, siendo hijos de ambos. Decimos que “ellos”, los españoles, llegaron y “nos” conquistaron. ¿Por qué nos llamamos conquistados si también somos conquistadores? ¿No tenemos ojos de todos los colores y pieles de todas las tonalidades? ¿No nos llamamos Carlos, Miguel, Antonio, María, Carmen? Nos apellidamos González, López, Payán, Cárdenas, Aguilar, Toledo, Segovia, Cortés. La idílica y tonta visión que tenemos del imperio azteca la pensamos en español y cuando insultamos a España la insultamos en español. Un pueblo urgido de psicoanálisis éste, donde, a pesar de tanto indigenismo, los indios no pueden ni levantarse en armas sin que un güerito se lleve los reflectores: fatalidad digna de estudio.

EL MITO AZTECA: MITO CHILANGO.
 El mito azteca, en la enseñanza oficial, sostiene que México era un país azteca hasta que llegaron los españoles, estos hicieron de las suyas y por lo mismo 300 años después los aztecas, ya conocidos como mexicanos, los echaron al mar y México volvió a ser libre. Es un mito chilango, un mito del centro, una forma más de centralismo, hasta en la usurpación de toda la historia india como historia azteca. Algunos somos de regiones donde no hubo azteca alguno, sino esclavos de este pueblo, el menos original, el más recién llegado a Mesoamérica, el más sanguinario y el más odiado. Tenemos mestizaje otomí, chichimeca, yaqui.

REPOBLACIÓN. 
A diferencia de otras ocupaciones militares, el territorio de América fue repoblado, no sólo en el aspecto humano, también las plantas y los animales, la fisonomía completa de la vida fue cambiada: vacas, burros, ojos claros, trigo, borregos, pelo rizado, cabras, fresnos, manzanos, caballos, pelo castaño y rubio, duraznos, sandías, melones, cebollas, ajos y un largo etcétera: éste es el ejército de ocupación que cambió a América y del que no podremos dar grito alguno de independencia, porque somos parte de esa ocupación.

LA CALDA DE TENOCHTITLÁN. UN RELATO AL REVÉS.
Si este país hubiera sido conquistado por los 300 españoles de Cortés, con diez caballos hambreados y unos arcabuces viejos… vergüenza debería darnos andarlo diciendo. La “conquista” fue obra del odio indígena contra la bárbara ferocidad azteca. La caída y destrucción de Tenochtitlán, que celebramos (sic: celebramos) el 13 de agosto, es el resultado de un levantamiento popular multitudinario, el de todas las naciones entre Veracruz y esa ciudad, contra el imperio azteca y su feroz opresión. Con apenas cien años de existencia independiente en 1521, los aztecas habían llevado la humillación de sus pueblos súbditos a extremos de ferocidad que nunca alcanzaron los nazis. La versión escolar según la cual “México fue conquistado por una potencia extranjera” es infantil, ridícula y hace daño, en primer término, a quienes dice defender: los indígenas, pues si 300 españoles hubieran conquistado una ciudad que entonces tenía medio millón de habitantes, en medio de un territorio con una población de 20 millones, realmente habrían sido dioses. Pero, 1) México no podía ser conquistado, porque no existía, 2) ni España era otra cosa que un pequeño país -unas 30 veces menor que sus futuras posesiones americanas-, recién liberado de casi mil años de dominación árabe, 3) ni fueron sólo españoles, sino indígenas los miles de guerreros que tomaron Tenochtitlán y la arrasaron con el odio y la furia de los humillados largamente por el régimen de terror azteca.



EL ODIO
 El señor de Cempoala le ofrece soldados a Cortés, lo mismo hacen otros señoríos, de forma que, dice Ixtlixóchitl, por donde pasaban los españoles y sus crecientes aliados indígenas “los naturales les recibían con mucha alegría y regocijo sin ninguna guerra ni contraste”. ¿Cómo, en escasos cien años de vida independiente, habían logrado los aztecas acumular tal odio entre los pueblos vecinos? Comenzaron entregando costales de orejas a quienes todavía eran sus amos, en señal de sumisión y arrastramiento no pedida. Luego Izcóatl, a quien se puede llamar el primer rey azteca, ordenó quemar la historia y reescribirla. Finalmente, impusieron con saña el más despiadado y lacerante impuesto: el de la sangre.

LA QUEMA DE CÓDICES.
Cuando los aztecas lograron independizarse de Azcapotzalco, un siglo antes de la llegada de Cortés, resolvieron que no les gustaba la historia como estaba relatada en los códices de los pueblos que habitaban el valle mucho antes que ellos, pues el pueblo azteca no aparecía en tales relatos o no con la suficiente importancia. Es claro que así ocurriera, porque apenas si eran un pueblo nómada, recién llegado al valle por el año 1300, todavía en la etapa de los cazadores-recolectores, superada por los olmecas dos mil años antes, por los mayas y por los constructores de Teotihuacán mil quinientos antes. Ser cazador-recolector en pleno 1300 de nuestra era, cuando Teotihuacán ya estaba en ruinas, era una ignominia. Así que, como los nuevos ricos que se crean ancestros nobles, los gobernantes aztecas fueron los primeros, 100 años antes que los españoles, en ordenar la quema de códices porque “dicen muchas mentiras”. Y reescribieron la historia con ellos en primer plano.

EL CÓDICE MATRITENSE.
 Esta es la versión textual de lo afirmado arriba. Se encuentra en el Códice Matritense, vol. VIII, fol.192:
Se guardaba su historia. [de los pueblos indígenas] 
Pero, entonces fue quemada: 
cuando reinó Itzcóatl, en México. 
Se tomó una resolución,
los señores mexicas dijeron: 
no conviene que toda la gente 
conozca las pinturas. 
Los que están sujetos [el pueblo] 
se echarán a perder 
y andará torcida la tierra, 
porque allí se guarda mucha mentira, 
y muchos en ellas han sido tenidos por dioses.

EL IMPUESTO DE SANGRE.
 Nada nos da una idea más exacta de la naturaleza implacable del poder que ejercían los aztecas, como el tributo de sangre que impusieron a Tlaxcala, comenta Laurette Sejourné. Ocurrió así: tras un sitio extenuante, Tlaxcala se rindió, pero “¿qué tributo podía exigir Tenochtitlán a una ciudad tan pobre? Fue entonces cuando se decretó que se convertiría en un campo de batalla permanente para capturar hombres destinados a alimentar al Sol”, una “idea ingeniosa” de los aztecas. “Es indiscutible que la necesidad cósmica del sacrificio humano constituyó un slogan ideal, porque en su nombre se realizaron las infinitamente numerosas hazañas guerreras que forman su historia y se consolidó su régimen de terror”, continúa Sejourné en La traición a Quetzalcóatl, y concluye: “Parece evidente que los aztecas no actuaban más que con un fin político. Tomar en serio sus explicaciones religiosas de la guerra es caer en la trampa de una grosera propaganda de Estado”.

ENTRADA A TENOCHTITLÁN
 Dice Bernal Díaz del Castillo, en el capítulo 88 de la obra que todos le conocemos: “Ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques, debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y el color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchiuis, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello”.

LA DESCRIPCIÓPN DE CORTÉS.
Hernán Cortés hace, en su primera carta a Carlos V, una descripción de su entrada a Tenochtitlán que los mexicanos deberíamos aprender de memoria. Entra por Iztapalapa y comenta que “tendrá esta ciudad doce o quince mil vecinos”, pasa por otras tres ciudades que tendrán, la primera, “tres mil vecinos, y la segunda más de seis mil, y la tercera otros cuatro o cinco mil vecinos, y en todas muy buenos edificios de casas y torres”. Llega finalmente a Tenochtitlán, la capital del imperio, con medio millón de habitantes, y relata: “Aquí me salieron a ver y a hablar hasta mil hombres principales, ciudadanos de la dicha ciudad, todos vestidos de una manera y hábito, y según su costumbre, bien rico; y llegados a me hablar, cada uno por sí hacía, en llegando a mí, una ceremonia que entre ellos se usa mucho, que ponía cada uno la mano en la tierra y la besaba [no lo inventó pues el papa]; y así estuve esperando casi una hora hasta que cada uno ficiese su ceremonia”.

LLEGADA DE MOCTEZUMA.
Tras de que la nobleza azteca en pleno (que ella sola triplicaba el número de españoles) le hiciera caravanas a Cortés durante una hora, cosa que más bien lo hartó, y que se repite ahora ante presidentes y gobernadores, se presenta Moctezuma, rodeado por otros doscientos nobles. Cortés intenta darle un abrazo, pero dos acompañantes, que llevan al emperador sostenido por los brazos “me detuvieron con las manos para que no le tocase”. Moctezuma había endurecido el protocolo de la corte a extremos no imaginados en las cortes europeas. Oigamos de nuevo a Bernal Díaz del Castillo: “y venían otros cuatro grandes caciques que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma, barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas por que no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban en la cara, sino los ojos bajos y con mucho acato”.

APREHENSIÓN DE MOCTEZUMA
“Por no sé qué achaque prendió Cortés a Moteczuma y en él se cumplió lo que de él se decía, que todo hombre cruel es cobarde, aunque a la verdad, era ya llegada la voluntad de Dios, porque de otra manera fuera imposible querer cuatro españoles sujetar un nuevo mundo tan grande y de tantos millares de gente como había en aquel tiempo. La gente ilustre y los capitanes mexicanos todos se espantaron de tal atrevimiento y se retiraron a sus casas”. Fernando Alva Ixtlixóchitl. Entendamos bien: Cortés y sus soldados, que eran 300, con 13 a caballo, todos ellos con el terror de tener frente a sí una ciudad que estaba entre las más grandes de aquella época en el mundo entero, entran, atragantándose el miedo, como invitados de un monarca déspota, a quien ni siquiera la nobleza mira a los ojos, y, en el interior mismo de la capital, en el propio palacio del déspota, Cortés lo declara prisionero por quítame allá estas pajas. Lo primero, se le cae a uno la mandíbula de asombro y luego una incontenible carcajada y un aplauso rematan la lectura. Bravo por Cortés.
Como todos sabemos, y repite la Enciclopedia de México con tonillo de reproche, “a pesar de las manifestaciones de amistad del conquistador, éste lo hizo prisionero [a Moctezuma], cosa que negó Moctezuma para apaciguar los ánimos de sus súbditos”. Hagamos cuentas: nada más la corte eran 1,200 nobles, sumemos 15 mil indios en Iztapalapa, 14 mil en otras ciudades vecinas y 500 mil en la capital. Cortés estaba rodeado, en el corazón mismo del imperio, por una población de 530,000 personas, y por varios miles de kilómetros se extendían otros dominios y ejércitos y millones más de indios. ¿Cuántos españoles eran? Sigue Bernal: “por delante estaba la gran ciudad de México; y nosotros aún no llegábamos a cuatrocientos soldados”. ¿Y así aprehendió Cortés al emperador? Se entiende que por vergüenza sigamos ocultando estos números a los niños.




EL TEMOR A LO DESCONOCIDO
¿Cómo se siente un soldado, de aquellos 400, al penetrar así en un territorio del que jamás antes había oído hablar? No podemos ni imaginarlo porque ahora el mundo entero es conocido y tiene carreteras, cocacolas y tarjetas de crédito. Tendríamos que estar llegando a Marte para sentir lo mismo, y ni siquera entonces, pues de Marte poseemos cartas geográficas precisas hasta detalles de pocos metros. Una idea de esa soledad la da Bernal: “y teníamos muy bien en la memoria las pláticas y avisos que nos dijeron los de Guaxocingo y Tlaxcala y de Tamanalco, y con otros muchos avisos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar desde que dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?”. La conquista “española” la hicieron los pueblos indios levantados contra el siniestro imperio que apenas tenía 100 años como pueblo libre y había pagado su libertad entregando al señor de Culuacán costales de orejas arrancadas al enemigo. Hasta allí se entiende, pero ¿cómo ocurrió que al día siguiente de la caída de Tenochtitlán aquellos miles de recién liberados indios no dieran las gracias a Cortés y lo enviaran a su casa? ¿O, para no discutir mucho con él, lo mataran junto con sus menos de 400 soldados?

LA VICTORIA DEL 13 DE AGOSTO
 Hemos recuperado, con creces, nuestro pasado indígena. Ahora falta recuperar nuestra herencia española, sobre la cual se asienta, nada menos, que el nuevo país y la nueva población emergidas no de la derrota, como se le ha enseñado a tantas generaciones de mexicanos nacidos para perder, sino de la victoria que los pueblos indígenas, guiados por Cortés, obtuvieron un día relatado así: “Prendióse Guatemuz [Cuauhtémoc] y sus capitanes en 13 de agosto, a hora de vísperas, día de señor San Hipólito, año de 1521, gracias a nuestro señor Jesucristo y a nuestra señora la virgen santa María, su bendita madre, amén”. Bernal Díaz del Castillo. Los estrategas de esa victoria, Cortés y sus hombres, se volvieron después los nuevos opresores, y así pasaron otros 300 años: una historia muy repetida en este agobiado país, pero seguimos sin entenderla y cantando al caudillo del momento.

UN HECHO ASOMBROSO.
Vino luego lo más asombroso: 550 mil indios capitalinos, más muchas decenas de miles de aliados, vieron con horror a 12 frailes derrumbar, como iluminados, ídolos y altares, vieron a Cortés tomar el mando del imperio, trazar una nueva ciudad, fundar un país y “ni por pensamiento lo miraron a la cara”. Por eso la caída del torvo y sanguinario poder azteca, aborrecido desde la costa del Golfo hasta Oaxaca, y desde Tabasco hasta los desiertos norteños, debe ser la fecha fundadora de México, que nace del triunfo de sus habitantes actuales, indios, mestizos y blancos. Los únicos con derecho a llamarse derrotados serían los aztecas puros, si tales existieran, pero la sola mención de una pureza racial, la que sea, a estas alturas produce escalofrío y trae terribles recuerdos.

LA MAYOR ABYECCIÓN. EL TESTIMONIO TARASCO
 Entre los tarascos, el mando supremo lo ejercía el caltzontzin, señor águila, descendiente del sol. Oigamos la ignominiosa Relación de Michoacán, testimonio tarasco de la “conquista” de esos pueblos, los restos del gran Imperio de Occidente, desintegrado en múltiples cacicazgos en fecha desconocida, pero prehispánica. Dice así y comprendo al lector que, sonrojado, no termine la lectura:
“Pues vinieron las nuevas al cazonci, cómo los españoles habían llegado a Taximaroa, y cada día le venían mensajeros, que venían doscientos españoles [sic, resic, recontrasic: dice doscientos, no dice doscientos mil]… Sabiendo su venida el cazonci, cómo venía la guerra, temió que le habían de matar a él y a toda su gente, y juntó los viejos y los señores y díjoles: ‘¿Qué haremos?’. Díjoles el cazonci: ‘Vayan correos por toda la provincia, y lléguese aquí toda la gente de guerra, y muramos, que ya son muertos todos los mexicanos, y ahora vienen a nosotros… muramos todos de presto’. Díjole aquel principal al cazonci: ‘Señor, haz traer cobre y pondrémosnoslo a las espaldas y ahoguémenos en la laguna, y llegaremos más presto y alcanzaremos a los que son muertos’. El cazonci salióse huyendo y subióse al monte con sus mujeres y fueron tras él aquellos principales así borrachos como estaban… y el cazonci fuese a un pueblo llamado Urapan… Y díjoles el cazonci: ‘Estémonos a ver aquí, a ver qué nuevas hay, y qué harán los españoles cuando vengan’. Y antes que llegasen los españoles, sacrificaron los de Mechuacán ochocientos esclavos de los que tenían encarcelados, porque no se les huyesen con la venida de los españoles, y se hiciesen con ellos… y llegaron a un lugar todos los caciques de la provincia y señores con gente de guerra, obra de media legua de la cibdad, por el camino de México, en un lugar llamado Apío y hicieron una raya a los españoles y dijéronles que no pasasen más adelante, que les dijesen a qué venían, y que si los venían a matar. Respondióles el capitán: ‘No os queremos matar: veníos de largo aquí adonde estamos; quizá vosotros nos queréis dar guerra’. Dijeron ellos [los guerreros]: ‘No queremos’. Díjoles el capitán Cristóbal de Olid: ‘Pues dejad los arcos y flechas y venid donde nosotros estamos’, y dejáronlos [los arcos y flechas] y fueron donde estaban los españoles… y recibiéronlos muy bien y abrazáronlos a todos. Y llegaron todos a los patios de los cúes [templos] grandes… y como [los españoles] subieron a los cúes y echaron las piedras del sacrificio a rodar por las gradas abajo, a un dios questaba allí mirábalo la gente y decía: ‘¿Por qué no se enojan nuestros dioses? ¿Cómo no los maldicen?’. Y trujéronles mucha comida a los españoles, y como no había mujeres en la cibdad, que todas se habían huído a Pátzquaro, los varones molían en las piedras para hacer PAN para los españoles”.



SINÓNIMOS.

 Ignoro en absoluto el tarasco y a la luz de esta crónica nada me interesa menos que esa lengua, pero en castellano existen abundantes sinónimos para calificar esta antibatalla de Maratón, perdida sin disparar una flecha por esos anti macabeos: deshonor, ignominia, degradación, ruindad, infamia, afrenta, humillación, abyección, oprobio, baldón, ultraje, estigma, descrédito, vilipendio, bajeza, ludibrio. Escoja el que mejor se adecue. (Y no me pongan acento en la u.)

LOS OTROS CONQUISTADORES.
Grandes imperios militares y pequeñas naciones pacíficas eran sólo recuerdo a 50 años de la llegada de Colón. Explicación indigenista: la maldad española. Explicación que se revierte de inmediato, porque si unos cuantos malvados pueden someter un continente, y sólo en América del Norte la población indígena era de unos 20 millones, los sometidos deben ser profundamente estúpidos. Es como la caricatura de Cortés pintada por Diego Rivera en Palacio Nacional: si era jorobado, torcido, sifilítico, deforme, etcétera, y así conquistó la enorme, bella y belicosa ciudad que el mismo Rivera pinta idealizada en otro muro, ¿qué habría conseguido de estar sano?
Para que durante los siguientes decenios del siglo XVI, la población indígena fuera sojuzgada por Europa y el trabajo en las minas y en los campos acabara de diezmarla, fueron necesarias, primero, las impresionantes mortandades que dejaron pueblos enteros desiertos y una capitulación absoluta ante las nuevas enfermedades que parecían atacar exclusivamente al indio y perdonar al español. Lo cual, por si fuera poco, producía resignación ante los, al parecer, mandatos inexcrutables de los dioses.
Las enfermedades infecciosas desconocidas en América, como la viruela y el sarampión, poseen una particularidad: quien las padece muere pronto o se salva. El que se salva adquiere en adelante inmunidad contra tales enfermedades. Por eso tan pocos españoles se infectaban de viruela y aun los infectados morían en menor proporción que los indígenas, extinguidos por centenares de miles. No eran los dioses, sino los anticuerpos del sistema inmunitario, quienes salvaban a los españoles.

POR QUÉ NO AL CONTRARIO 
Hasta aquí la explicación es fácil de entender, sobre todo después de Jenner y Pasteur. Pero los europeos iban y venían a través del Atlántico, muy pronto surcado por todas las naciones costeras, ¿no había en América enfermedades infecciosas que los europeos, a su vez, contrajeran, llevaran a Europa, y los hicieran morir por millones? La peste llegaba de vez en cuando, desde Egipto o la India, a través de Nápoles y Venecia. Nunca llegó algo similar desde Veracruz a Sevilla. Los viajeros que portaban los gérmenes para los que la población americana no tenía defensas, ¿no se llevaban de regreso gérmenes americanos que hicieran su agosto entre la desprotegida población de Europa?
En The Arrow of Disease Jared Diamond plantea (Discover 13,10) una interesante hipótesis para explicar esta falta de correspondencia en la dirección de las epidemias. Nos recuerda cuatro características de las enfermedades infecciosas que resultan relevantes para responder la interrogante arriba planteada: 1. Las enfermedades infecciosas se esparcen de una persona infectada a una sana; 2. son “agudas”, esto es que en un tiempo breve la persona muere o se recupera; 3. los afortunados que sobreviven son inmunes posteriormente contra nuevas infecciones de esa enfermedad, y 4. son enfermedades que tienden a restringirse a los humanos, pues los microbios que las producen no viven ni en el suelo ni en otros animales.

UMBRAL DE POBLACIÓN.
Cuando una infección alcanza un grupo humano reducido y hace morir a todos, los gérmenes que producen la enfermedad mueren también y la enfermedad desaparece. Se requiere pues de poblaciones grandes y en estrecho contacto para que una epidemia prospere, mate a algunos, pero no a todos, pase a otra área poblada, deje nacer en la región antes atacada nuevos niños que no estarán protegidos por la inmunidad de los adultos sobrevivientes y la enfermedad vuelva entonces a atacar. Los grupos dispersos y pequeños de la Amazonia, las pampas, el norte de México o el oeste de los Estados Unidos no habían desarrollado enfermedades infecciosas porque no alcanzaban ese umbral de población que permite sobrevivir tanto al grupo como a la enfermedad. Si alguna aparecía por los azares de la mutación de algún germen, mataba a todos y el propio germen no conseguía reproducirse posteriormente, falto de hospedaje. Pero desde el centro de México hasta Perú, la población poseía la densidad requerida para que un virus o bacteria de tipo infeccioso prosperara y, a la llegada de los europeos, se les pagara con la misma moneda y llevaran a sus países epidemias desconocidas. ¿Por qué no ocurrió así?

LOS ANIMALES DOMÉSTICOS.
 ¿De dónde viene una enfermedad nueva? Diamond sostiene que las enfermedades infecciosas evolucionaron en Eurasia a partir de enfermedades que atacaban a los animales domésticos. Como sabemos, en América había pocos, apenas cinco: el pavo en México y regiones de Estados Unidos, el conejillo de Indias, la llama en los Andes, un pato y escasos perros. “La extrema pobreza del Nuevo Mundo en animales domésticos refleja la pobreza del material salvaje inicial”, dice. “Cerca del 80% de los grandes mamíferos salvajes se había extinguido al final de la última edad glacial, hace unos once mil años”. Hayan sido extinguidos éstos por los primeros pobladores o desaparecido por otras razones, “las extinciones eliminaron la mayoría de las bases para la domesticación de animales americanos nativos… y para las enfermedades infecciosas”.
Para la conquista de América, españoles e ingleses no tenían cerebros superiores, tenían enfermedades superiores cuyos gérmenes se derivaban de sus animales domésticos. Sin ellos “tales conquistas pudieron haber sido imposibles”.

EL OTRO RACISMO. LA ENFERMEDAD INFANTIL DEL MEXICANO.
Somos un pueblo infantil que busca siempre culpables en el exterior: “Los españoles nos conquistaron”, dicen aprendiendo a autocondolerse niños de ojos azules, verdes y castaños, que se llaman Fernando y se apellidan Cortés, y la autocompasión nos enferma de un infantilismo lleno de piedad por nosotros mismos, lleno de voluntarismo para el cual todo nos lo merecemos y si no lo alcanzamos es por la maldad ajena; los gringos nos robaron los territorios del norte, a los indios buenos los emborrachan los mestizos malos, los indios olvidan sus valores. La Malinche, aunque fiel a su pueblo, oprimido por los aztecas, y por tanto enemiga de estos, ha sido elevada a símbolo de la traición. Nuestra pobreza la explicamos por el imperialismo de los Estados Unidos, que ha abierto las venas de América Latina. Pero nunca nos preguntamos por qué no somos un país imperialista y Estados Unidos un país pobre y con las venas abiertas. O somos pobres porque nuestros gobernantes son ladrones y torpes. Pero no observamos que nuestros gobernantes salen de nosotros mismos.

CUANDO SEAMOS GRANDES.
Para ser adultos requerimos de dos curaciones, pues pecamos, nueva paradoja, de humildad excesiva y de soberbia altanera: primero, no suponernos el producto humillado de una derrota; luego, no creernos el hijo predilecto de una madre celestial que todo lo resuelve. Somos pobres por nuestros errores, por nuestra historia de violencia y destrucción, por nuestro católico desprecio de la ciencia, base de la industria; así como no tenemos medallas olímpicas ni ganamos campeonatos de futbol, en primer término por culpa de la virgen, pues si ella quisiera saldríamos vencedores en todo, ¿o no?, y en segundo porque somos un pueblo de panzones para quien el deporte es algo que se ve los domingos por televisión, entre cervezas y carnitas sebosas. Pero ningún taxista admitiría tal explicación: perdemos por mala suerte o por mala fe de los otros.
Como todos los inseguros, ya lo dijo Adler en su teoría de los complejos, hablamos con voz estentórea de nuestra raza, sea eso lo que sea, la hacemos lema universitario o le levantamos grotescos monumentos en forma de pirámide, así cubrimos nuestra precaria adolescencia tardía con todas las mentiras de nuestra historia, con todos nuestros héroes, siempre perdedores como requisito indispensable para ser héroes, convertidos en esperpentos por autoridades delegacionales y municipales.

¿POR LA RAZA ARIA HABLARÁ EL ESPÍRITU?.
Las feministas nos han enseñado a cambiar el género de una frase para descubrir el sexismo patriarcal que se oculta en las apariencias cotidianas. Cambiemos la raza en nuestro vociferante racismo: “Por la raza aria hablará el espíritu”, supongamos que dice el lema de la universidad de Heidelberg. ¿No serían aplaudidos los manifestantes que le arrojaran pintura? ¿O el alpinista que se trepara a la torre rectoril para arrancar a martillazos esa declaración? Un monumento a la raza germana, a la germanidad, sea eso lo que sea, ¿no sufriría toda clase de atentados plausibles? Pero en el pobre es dignidad lo que en el rico es prepotencia, digamos parafraseando el adagio sobre la borrachera y la alegría. “Deutschland über alles” nos parece racista, pero “como México no hay dos”, es sólo un límpido nacionalismo. Es verdad, por cierto, pero una verdad de perogrullo porque tampoco hay dos como Guatemala o Nigeria, y se presta para el típico chiste en contrasentido: no hay dos… por suerte.

LOS INDITOS.
Los hombres blancos, de cultura europea, origen social acomodado e ideología liberal, son muy buenos. Piden protección para todos los débiles, desde los animalitos, las mujeres y los minusválidos, hasta por supuesto los indios que no saben cultivar sus tierras. Las focas tienen a su Brigitte Bardot y los inditos a su Fernando Benítez y desde hace tres años a una pléyade brillante de consejeros casi todos blancos y barbados. Al parecer, tras 50 mil años de no dar pie con bola en este continente, un día los indios vieron llegar a los antropólogos del Instituto Nacional Indigenista, si hemos de creer el asombroso recuento de los peores lugares comunes del indigenismo publicado por Benítez (La Jornada, 5. VIII. 95), donde afirma sin rubor que estos “han enseñado a los indígenas a cultivar sus tierras y a combatir a los caciques”. ¡Sí, leyó usted bien: los antropólogos del INI! ¿Cómo habrá hecho el imperio maya para comer sin los antropólogos del INI? ¿Cómo habrán ocurrido las rebeliones indígenas coloniales sin los antropólogos del INI? ¿Qué era de los olmecas milenios antes de que Benítez dedicara “veinte años a la defensa y estudio de los indios”? ¿Por qué no dedicó esos años a la defensa y estudio de sus tías? ¿Por qué, carajo, por qué los indios necesitan “defensa y estudio”?

LAS ENSEÑANZAS DE DON JUAN.
“¿Qué me enseñaron los indios? Me enseñaron a no creerme importante, a tratar de llevar una conducta impecable, a considerar sagrados a los animales, las plantas, los mares y los cielos, a saber en qué consiste la democracia y el respeto debido a la dignidad humana”. Toda esta retahíla es producto de la fantasía occidental y europea según la cual los pueblos llamados primitivos, los marginales a la globalización de la cultura, son superiores de alguna manera “profunda”. Cuando los europeos se extendieron por la tierra llevando sus genes, sus ideas, sus valores, sus plantas y sus animales, negaron primero la humanidad de los vencidos, después el romanticismo puso de moda a los llamados primitivos y sigue de moda ensalzarlos por encima de los vencedores. Lo mismo hacen los buenos con los animalitos: cada quien defiende a su preferido, como esa muchacha directora del zoológico que no ve que un león ronronéandole en las piernas ante la tv es, también, un león menos, un león destruido en su esencia leonil. Un indio que debe aprender de antropólogos a ganarse la vida, es un indio menos.

PUNTO POR PUNTO. 
Revisemos punto por punto los mitos de Benítez, construidos a lo largo de “veinte años dedicados a la defensa y estudio de los indios” que llenaron “cinco libros voluminosos, parte de ellos traducidos a varios idiomas”, aunque ni los años ni el volumen ni las traducciones sean argumentos.
1. “Me enseñaron a no creerme importante”. Falso. Los indios y todos los pueblos llamados primitivos se creen tan importantes que su nombre genérico es siempre sinónimo de ser humano. Son “los hombres verdaderos”. Los demás somos ratas. Lo hicieron los griegos, que dividieron a la humanidad en griegos y bárbaros, lo hicieron los persas y los egipcios. Lo hacen los pueblos del Amazonas. Y cuanto lee uno de Benítez no da idea de humildad franciscana.
2. “…a tratar de llevar una conducta impecable”. Falso. Todos los pueblos del mundo creen llevar una conducta impecable. Los malos son siempre “los otros”. De ahí que la democracia sea una absoluta desconocida entre tales pueblos y la intolerancia sea su respuesta natural ante la maldad, siempre ajena.
3. “…a considerar sagrados a los animales, las plantas, los mares y los cielos”. Falso. Las selvas, económicamente, son de dos tipos: las que valen y las que no valen. Las primeras han sido destruidas por las compañías madereras que no las consideran sagradas; las segundas han sido quemadas y arrasadas por los indios para cultivar la escasa tierra hasta que las lluvias y el viento erosionan el suelo. Entonces queman otra parte y vuelven a empezar. A los primeros los condenamos porque son ricos. A los segundos los justificamos porque son pobres. Ambas partes destruyen por razones económicas y nada es muy sagrado cuando de comer se trata. No inventemos.
4. “…a saber en qué consiste la democracia y el respeto debido a la dignidad humana”. Falso. Ambos conceptos, democracia y dignidad, son novedades en la historia humana y aún no llegan a las comunidades indígenas, donde el rapto de la novia, el lanzamiento y despojo de los indios protestantes, la solución de los conflictos a machetazos, la cacería agazapada del contrario, el trato indigno a las mujeres y a los niños sólo en una imaginación obnubilada pueden parecer “democracia y respeto debido a la dignidad humana”. Benítez confunde la toma colectiva de decisiones, la cual se da en todas las comunidades pequeñas, indígenas o no, con la democracia, pues ésta requiere no sólo la discusión en grupo, sino el respeto a los disidentes dentro de la propia comunidad, lo cual los indios ni siquiera imaginan.

RESPETO.
Por supuesto debemos respetar las diferencias, mal le estaría al autor de este ensayo, objeto de tantas diferencias, incluidas las de color, decir lo contrario. Pero el tema debe ser acotado por un respeto irrestricto a los derechos humanos universales, antes que a las costumbres de una comunidad, quizá correctas, quizás infames. Y en cuanto a las tradiciones inocuas, como el vestir, son asunto de los indios y nada más de los indios: para bien o para mal, pero obviamente sin que lo podamos controlar, el mundo se uniforma y las tradiciones pueden dividirse, como las especies, en sanas y “en vías de extinción”. Los indios yanomamo (sin albur) del Amazonas traen shorts adidas, el comandante Tacho se paseaba muy orondo con su chamarrota de los Dallas Cowboys y la delegación entera zapatista se negaba a salir por la mañana a las pláticas con el gobierno antes de la conclusión de la telenovela que los tenía con el alma en un hilo. ¿Y?

LA INDEPENDENCIA PARA ADULTOS CUANDO ERA AL REVÉS.
En septiembre de 1847 los ejércitos de Estados Unidos llegaron hasta la capital de México, un país mucho mayor que ellos, e izaron su bandera en el Zócalo. El hecho fue aplaudido por Marx y Engels, pues mostraba que una (entonces) pequeña república, donde por primera vez las fuerzas de la producción eran libres, podía fácilmente aplastar al (entonces) gigante de régimen feudal y precapitalista, que en 1821 había heredado de España un territorio inmenso que tenía por fronteras a Oregon, en el norte, y a Colombia en el sur (pues Panamá era parte de ese país), sin conseguir mantener su integridad. Perdida la guerra, por parte de México, tras una serie de desastres militares, torpezas y pugnas internas en plena guerra, los Estados Unidos exigieron como botín los territorios del norte, que iban desde Nuevo México hasta California, así como el reconocimiento de la independencia de Texas, proclamada 10 años antes. Para México, estos habían sido territorios sin mayor utilidad económica.

EL INFORME SECRETO DE ARANDA. 
No fue un hecho sorpresivo la guerra, pues 65 años antes, en 1783, el conde de Aranda escribía al rey de España lo siguiente, en un informe secreto acerca de los recién independizados Estados Unidos, el país más joven del mundo y el primero en darse un régimen republicano: “Mañana será gigante, conforme vaya consolidando su constitución y después un coloso irresistible en aquellas regiones… La libertad de religión, la facilidad de establecer las gentes en territorios inmensos y las ventajas que ofrece aquel nuevo gobierno, llamarán a labradores y artesanos de todas las naciones… y dentro de pocos años veremos levantado el coloso que he indicado.” El conde de Aranda le pide al rey desprenderse voluntariamente de sus provincias americanas y crear en ellas reinos independientes, aunque fraternales. La monarquía española rechazó la idea, exactamente la misma sobre la que Inglaterra ha mantenido, hasta el presente, su influencia desde Australia a Canadá.

EL AVISO DE ONÍS. 
Pasaron 30 años de las predicciones de Aranda y en 1812, ya en plena guerra de independencia, la guerra que había querido prevenir el conde, el embajador de España ante los Estados Unidos, Luis de Onís, escribe al rey de España desde Filadelfia, pues los Estados Unidos construían su capital con las ideas urbanísticas más avanzadas de la época: “Cada día se van desarrollando más y más las ideas ambiciosas de esta República y confirmándose sus miras hostiles contra España” (eran contra México las miras hostiles, pero por ese año, y hasta 1821, todavía éramos la Nueva España). “Vuestra excelencia se halla enterado ya, por mi correspondencia, que este gobierno no se ha propuesto nada menos que el de fijar sus límites en la embocadura del río Bravo, siguiendo su curso hasta el grado 31 y desde allí tirando una línea recta hasta el mar Pacífico… Parecerá un delirio este proyecto a toda persona sensata, pero no es menos seguro que el proyecto existe”. Aquel proyecto se hizo realidad 35 años después, en 1847, con absoluta exactitud, pues Nogales, Sonora, nuestra frontera actual, está precisamente en el paralelo 31. Esto sabíamos desde 1812, pero ni los virreyes españoles ni los posteriores gobiernos mexicanos, independientes a partir de 1821, tomaron previsión alguna: estábamos muy ocupados en pelearnos entre nosotros mismos.

UN GOLPE FRACASADO.
El levantamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo la noche del 15 al 16 de septiembre de 1810, concluyó en menos de un año con la detención, fusilamiento y decapitación de los dirigentes. De ese fallido golpe quedaría el recuerdo de las matanzas de españoles, muchos de ellos favorables a la independencia, y la escalofriante respuesta que Hidalgo diera al tribunal, interrogado por no haber sometido a juicio a los prisioneros: “No era necesario, sabía que eran inocentes”. Respuesta que hemos hecho bien en ocultar cuidadosamente a nuestros niños. Pero el último punto de los Sentimientos de la Nación, que una educación hueca y estupidizante nos hace venerar sin leerlos, exige solemnizar el 16 de septiembre como, dice Morelos, “el día aniversario en que se levantó la voz de la independencia y nuestra santa libertad comenzó”. A riesgo de contradecir a uno de los héroes oficiales, recordemos que la voz de la independencia se había levantado muchas veces con anterioridad en tumultos populares y rebeliones indígenas mucho más importantes por su número que el fracasado golpe de Hidalgo, y que nuestra libertad, santa o no, debía esperar hasta 1821, a diez años de fusilado Hidalgo y dispersados sus seguidores, para ser realidad.

POR SUERTE MATARON A MORELOS.
 Mientras el conde de Aranda ve, desde 1783, la libertad de religión y las ventajas de libre comercio y libre establecimiento en un territorio inmenso, ofrecidas por los nacientes Estados Unidos, como el motor que hará del nuevo país un coloso irresistible, Morelos plantea como el segundo de los Sentimientos de la Nación: “2° Que la Religión Católica sea la única sin tolerancia de otra”. ¡Zas! “4° Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, que son el Papa, los Obispos y los Curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no plantó: omnis plantatis quam nom plantabir Pater meus Celestis Cradicabitur.Mateo, cap. XV”. ¡Recontra-zas por el buen cura Morelos! Menos mal que lo mataron a tiempo y no llegó a tener poder para arrancar las plantas que Dios no plantó; las malas yerbas, claro está, habrían sido las definidas por él. Hoy de nuevo estamos llenos de jardineros obtusos, dispuestos a arrancar malas yerbas que cada quien define según sus particulares odios. El jardín de la democracia y su sana mezcla de yerbas nos sigue siendo ajeno… y repulsivo.

OTROS “SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN”.
“9° Que los empleos los obtengan sólo los americanos”. “10° Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y libres de toda sospecha”. No aclara el intolerante cura el tipo de sospecha de la que deberán estar libres, y no podemos imaginar el examen de admisión al que habría sido necesario someter a los artesanos recién desembarcados para determinar que, además de ser artesanos, fueran “capaces de instruir”. Y luego vamos por ahí gimoteando acerca de los daños que nos han causado los estadunidenses. Nadie nos ha tratado peor de como lo hemos hecho nosotros mismos. Qué admirable capacidad de cerrazón.



INTOLERANCIA SIN SONROJO.
En 1812 Morelos lanza una advertencia a los criollos donde exige “que los gachupines se vayan a su tierra o con su amigo el francés que pretende corromper nuestra religión”. Recordemos: “el amigo francés” son las tropas liberales de Napoleón que llevaban por Europa la ideología democrática e igualitaria de la Revolución Francesa. Los liberales españoles, como los italianos y otros europeos, se apoyaban en Francia para establecer monarquías acotadas por constituciones que limitaran el absolutismo real. La masonería jugó por entonces un papel de primerísimo orden, pues por sus orígenes (maçon es albañil en francés) concentraba las fuerzas populares de cada país. También para la banca internacional, con su notoria presencia judía, las tropas napoleónicas eran portadoras de nuevas libertades económicas. Marx habría de analizar agudamente ese periodo. Ante esa primera oleada globalizadora, que acabaría creando el comercio mundial y desatando las fuerzas productivas, los morelos del mundo entero cavaban trincheras religiosas y militares para evitar la libertad de religión, indispensable en la reforma a fondo de la industria y del comercio.
El Acta de Independencia de Chilpancingo comienza por llamar al congreso allí reunido Congreso de Anáhuac, iniciando así el mito azteca, mito del centro, intocado en un país centralista, pues si representaba tan específica y pequeña región no habría sido válido ni siquiera en la propia Chilpancingo, alejada del Anáhuac, mucho menos en las Californias, entonces mexicanas las tres. Luego, tras poner a Dios como árbitro, declara que la América Septentrional: “¡no profesa ni reconoce otra religión más que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de otra alguna; que protegerá con todo su poder y velará sobre la pureza de la fe y de sus demás dogmas!”.

SALTO HASTA LA REVOLUCIÓN MORAL Y EFICACIA DE LA VIOLENCIA.
Hemos reducido el debate de la violencia al de su moralidad. Aunque es importante ese aspecto, más aún para los cristianos, obligados por el evangelio a poner la otra mejilla ante la ofensa, otros rechazamos la violencia por razones más pragmáticas: porque todavía no se ha visto su eficacia.
A favor de la lucha armada se nos recitan las diversas guerras que “nos dieron patria”. En particular la Independencia y la Revolución. Ya vimos que la Independencia fue el resultado de un pacto, de una negociación cuando ya el movimiento armado estaba extinguido. Las revoluciones de este siglo son todas, y sin excepción, un costoso fracaso, tanto en lo humano como en lo económico: la rusa es ya un mal recuerdo en los pueblos de Europa central, la cubana es una cárcel gobernada por un típico dictador latinoamericano, la sandinista acabó en la “piñata”: la feliz rebatinga de los bienes somocistas entre los revolucionarios y la consecuente pérdida de las elecciones subsiguientes. ¿Y la mexicana? Veámosla muy brevemente.

TRIUNFO EN SEIS MESES. 
El levantamiento armado contra la dictadura de Porfirio Díaz consiguió su objetivo en seis meses. Si aceptamos que comenzó el 20 de noviembre de 1910, lo cual tampoco es cierto, ya el 31 de mayo siguiente Díaz se embarcaba en el famoso Ipiranga rumbo a Europa. Y sin embargo, diez años después, diez años, los combates entre mexicanos proseguían, las haciendas estaban en ruinas y los ejidos aún no existían, la minería estaba abandonada, el desorden económico era total. El hambre llegaba a extremos desconocidos en tiempos de la dictadura, la gente salía a comer yerbas al campo entre el paso de una banda de revolucionarios y otra de rufianes, que eran más o menos indistinguibles; el terror a todas las facciones dominaba la vida cotidiana; cada uno de los autonombrados representantes del pueblo se arrebataba las alcaldías, las gubernaturas, la presidencia. El voto no era necesario porque cada comandante era el pueblo mismo en armas. Pero esas ruinas humeantes y esos millones de muertos tenían una justificación: el futuro luminoso, rico y democrático que seguiría. No hubo tal por otros diez años de discusiones a balazos, hasta que, dice la historia oficial, Calles consolidó el partido de la revolución en 1929. Entonces se abrieron las prometidas perspectivas económicas y de justicia social.

EL PLAN AYALA. 
Apenas a tres semanas de que el héroe Madero obtuviera finalmente la presidencia de México, el héroe Zapata (ahora tan de moda) lanzó el Plan de Ayala… desconociéndolo. Dice así textualmente: “Teniendo igualmente en consideración que el presidente de la República Francisco I. Madero, ha hecho del sufragio efectivo una sangrienta burla al pueblo, ya imponiendo contra la voluntad del mismo pueblo, en la Vicepresidencia de la República al licenciado José María Pino Suárez, o ya a los gobernadores de los Estados [todo ello en tres semanas], se desconoce como jefe de la Revolución al señor Francisco I. Madero y como presidente de la República, por las razones que antes se expresan, procurándose el derrocamiento de este funcionario”. En cuanto a las demandas campesinas que tan famoso han hecho a Zapata, exige el héroe solamente el reconocimiento a los campesinos de sus títulos de posesión virreinales. Y al respecto de la expropiación de tierras, pide “la tercera parte de esos monopolios”, previa indemnización. No hay mucho de dónde sacar para estatuas. Tampoco hay manera de explicarse la simultánea existencia de avenidas Madero y Plan de Ayala. Hipótesis de trabajo: ésa es una expresión más de nuestra corrupción, una corrupción moral que nos vuelve simuladores sin principios en todos los bandos y todas las épocas, ¿o no lanzó el PRD para senadora por Chiapas a la Tigresa?

¿FRUTOS DE LA REVOLUCIÓN?
Cierto, se inició el desarrollo de la industria y del campo al pacificarse el país, pero lo mismo estaba ocurriendo en muchos otros países sin la cuota de muerte y destrucción aquí pagada. No se inició antes tal desarrollo a causa de la Revolución, las revueltas, la imposibilidad para invertir en un país incendiado. Si el obstáculo para el desarrollo productivo hubiera sido la dictadura de Díaz, este obstáculo había sido removido veinte años antes, sin que produjera el anhelado progreso ni la justicia social mencionada en todos los Planes, Llamamientos y Proclamas. En cambio, la lucha violenta, tras empobrecer aún más al país e impedir el desarrollo de la industria y del sistema democrático, dejó formalizada la doble pinza fraude-corrupción contra la que se levantaron, casi un siglo después, los neozapatistas: más de lo mismo.

LOS CONTRAEJEMPLOS.
El posterior desarrollo económico de México, hecho indudable, no ocurrió a causa de la Revolución, sino a pesar de ella. Se dio en nuestro país como se dio en el resto del mundo, casi sin excepciones. Este ha sido el siglo de la ciencia, la técnica y la industria, y no a causa de las revoluciones, sino por el desarrollo científico alcanzado en la paz de los laboratorios y de las universidades. Un país sin revolución y sin nuestros enormes recursos naturales, sin petróleo ni plata ni nuestras grandes planicies agrícolas al norte, ni nuestros buenos climas al sur, Chile, ha poseído desde el siglo pasado una clase media más amplia y fuerte que México. Chile, sin lucha armada, ha sido un país con mayores niveles educativos, mejor calidad de vida, mayor justicia social, mayor equilibrio entre poderes. Chile, sin revolución, no ha padecido nuestro presidencialismo extremo ni nuestros niveles mundialmente ejemplares de corrupción; tiene menos ricos, y sus ricos lo son menos que los nuestros, pero su pobreza no alcanza la miseria extrema que vemos aquí, en el país de Zapata, Villa y otros héroes multicitados que nos heredaron viento, palabrería y destrucción. También Argentina y Uruguay son países con un reparto menos injusto de la riqueza y con más alta calidad de vida a pesar de sus sangrientas dictaduras, gracias a que no tuvieron diez años de revolución gloriosa que después les llenara sus calles y ciudades de esperpentos. Los tres países sureños tuvieron guerrilla, aunque por suerte en ninguno de ellos triunfó y entraron a una democracia más sólida que la nuestra, como España, por la vía de la democracia, sin crear nuevas élites ni nuevos y más sanguinarios y más convencidos caudillos.

EL PAIS DE LA REVOLUCIÓN. 
En cambio, el país de la Revolución por antonomasia, Cuba, sigue siendo un país dependiente en absoluto, tanto del exterior como de su monocultivo, y si de acuerdo con la propaganda oficial dejó de ser un burdel por el triunfo de las armas castristas, ahora lo ha vuelto a ser por la miseria de su población y la apertura al turismo, como casi exclusiva fuente de divisas. La diferencia entre el burdel batistiano y el burdel castrista son los precios: una blusita de 60 pesos mexicanos es todo lo que desea una bella joven que se prostituye, un pantalón vaquero es lo que piden algunos de los muchachos más guapos que hay sobre el planeta. Viajes baratos, sexo por chicles con hombres que le ganarían a Marcos esa “media filiación de la cintura para abajo”, propuesta en una de sus tantas bromas sexuales acerca de la leche y las armas. Cuba y México, con sus dos revoluciones, son los mejores ejemplos contra la vía armada como vía a la democracia y a la justicia social. Convencidos de su papel histórico, los profetas armados gobiernan a nombre de un pueblo del que se llenan la boca en los discursos, mientras el pueblo real prefiere enfrentar los tiburones en llantas de auto y tablas de surf, si nos referimos a Cuba; y ahogarse en el Bravo o morir perdidos en el desierto de Arizona, en el caso mexicano, mientras huyen de “la primera revolución de este siglo”.

INMUNODEFICIENCIA INFANTIL.
Si los virus son cadenas de información genética que infectan la célula, y los virus que nos borran de la computadora nuestra tesis doctoral son también sistemas de información parásita, la mente humana es igualmente parasitable por informaciones que no se han sujetado al filtro de la razón. Esto ocurre a cualquier edad: nos influyen los demás en el vestir, hablar y pensar; los anuncios, las modas, las ideas dominantes. En los adultos esa influencia está matizada por la razón, o debería estarlo. Pero, en la medida en que un niño fue moldeado por la evolución para absorber la cultura de su pueblo, los niños están, como los pacientes con deficiencia del sistema inmunitario, abiertos a las infecciones mentales. Los niños creen todo lo que les diga un adulto. Esta credulidad es obra de la evolución porque resulta imprescindible en la creación del lenguaje, las normas sociales y todo el equipo que la presión evolutiva produjo para que nuestros ancestros prehumanos sobrevivieran en las planicies africanas.
La infancia es por lo mismo una edad propicia a las infecciones. De algunas nos salvamos: tosferina, paperas, polio, sarampión. Otras las arrastramos durante toda la vida: Hidalgo, Morelos, Cuauhtémoc, la Gran Derrota de la Conquista, el Gran Triunfo de la Independencia, el progreso que nos trajo la Revolución y los milagros de la virgen de Zapopan, que como dijo una tía, “quién la viera tan chiquita y tan milagrosa”.
De Cuauhtémoc y Hernán Cortés hasta los saldos de la Revolución Mexicana, este ensayo desmonta muchas de las “verdades” divulgadas por la historia oficial. Son páginas para adultos, escritas con un ánimo desmitificador y, claro que sí, de absoluta anticorrección política.





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