jueves, 4 de septiembre de 2014

MUERTE DE UNA ESPERANZA



MUERTE DE UNA ESPERANZA


Tras la llegada Valencia  el 16 de abril de 1814, después de haber visitado algunas ciudades españolas,  se encontró allí con el cardenal arzobispo de Toledo y de Sevilla, Luis de Borbón y Vallabriga, hermano de quien fuera  María Teresa de Borbón y Vallabriga, esposa de Godoy.  Era presidente de la Regencia y favorable a las reformas liberales de 1812. También se reunió con una representación de las Cortes de Cádiz presidida por Bernardo Mozo de Rosales, encargado de entregar al rey un manifiesto firmado por 69 diputados absolutistas (de los 284 que componían las Cortes), llamado Manifiesto de los Persas, que propugnaba la supresión de la Cámara gaditana y justificaba la restauración del Antiguo Régimen.




El manifiesto toma el nombre de una referencia que se contiene, al principio del mismo, sobre la costumbre de los antiguos persas de tener cinco días de anarquía tras la muerte del rey. Los firmantes comparan esa anarquía con el periodo de liberalismo imperante hacía dos años ("en los mayores apuros de su opresión", reza el título), equiparan la Constitución de 1812 a la Revolución Francesa y piden la restauración de los estamentos tradicionales del Antiguo Régimen. El documento sirvió de base al rey para decretar, el 4 de mayo siguiente, el restablecimiento del absolutismo. Aquí se deja constancia del párrafo en concreto:

"SEÑOR:
1.- Era costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días en
anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin de que la
experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a
ser más fieles a su sucesor. Para serlo España a V. M. no necesitaba
igual ensayo en los seis años de su cautividad, del número de los
Españoles que se complacen al ver restituido a V. M. al trono de sus
mayores, son los que firman esta reverente exposición con el
carácter de representantes de España; mas como en ausencia de V.
M. se ha mudado el sistema que regía al momento de verificarse
aquélla, y nos hallamos al frente de la Nación en un Congreso que
decreta lo contrario de lo que sentimos, y de lo que nuestras
Provincias desean, creemos un deber manifestar nuestros votos y
circunstancias que los hacen estériles, con la concisión que permita
la complicada historia de seis años de revolución".

Entre otros artículos el Manifiesto declaraba las siguientes intenciones:

La monarquía absoluta es una obra de la razón y de la inteligencia; está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus reyes. Así que el soberano absoluto no tiene facultad de usar sin razón de su autoridad (derecho que no quiso tener el mismo Dios); por esto ha sido necesario que el poder soberano fuese absoluto, para prescribir a los súbditos todo lo que mira al interés común, y obligar a la obediencia a los que se niegan a ella. Pero los que declaman contra el poder monárquico, confunden el poder absoluto con el arbitrario;
sin reflexionar que no hay Estado donde en el constitutivo de la soberanía no se halle un poder
absoluto. 
Los más sabios políticos han preferido esta monarquía absoluta a todo otro gobierno. El hombre en aquélla no es menos libre que en una república; y la tiranía aún es más temible en ésta que en aquélla. España, entre otros reinos, se convenció de esta preferencia y de las muchas dificultades del poder limitado, dependiente en ciertos puntos de una potencia superior, o comprimido en otros por parte de los mismos vasallos [...]
No pudiendo dejar de cerrar este respetuoso Manifiesto en cuanto permita el ámbito de nuestra representación y nuestros votos particulares con la protesta de que se estime siempre sin valor esa Constitución de Cádiz, y por no aprobada por V. M. ni por las provincias [...] porque estimamos las leyes fundamentales que contiene de incalculables y trascendentales perjuicios, que piden la previa celebración de unas Cortes españolas legítimamente congregadas en libertad y con arreglo en todo a las antiguas leyes.
(...) 20. Quisiéramos grabar en el corazón de todos, como lo está en el nuestro, el convencimiento de que la democracia se funda en la inestabilidad y la inconstancia; y de su misma formación saca los peligros de su fin (...) O en estos gobiernos ha de haber nobles, o puro pueblo: excluir la nobleza destruye el orden jerárquico, deja sin esplendor la sociedad.

21. La nobleza siempre aspira a distinciones; el pueblo siempre intenta igualdades: éste vive receloso de que aquélla llegue a dominar.
40. En fin, Señor, esta Constitución, firmada el 18 del propio marzo (...) dice: Que la Nación española es libre e independiente y no es ni puede ser patrimonio de nadie, ninguna familia o persona. Y el artículo 14 expresa que el gobierno de la nación española es una monarquía hereditaria: artículos inconciliables.
134. La monarquía absoluta es una obra de la razón y de la inteligencia: está subordinada a la ley divina, a la justicia y a las reglas fundamentales del Estado: fue establecida por derecho de conquista o por la sumisión voluntaria de los primeros hombres que eligieron sus Reyes (...) En un gobierno absoluto las personas son libres, la propiedad de los bienes es tan legítima e inviolable que subsiste aún contra el mismo soberano (...)
Madrid. 12 de abril de 1814 



El 17 de abril, el general Francisco Javier de Elío (Pamplona, 1767 - Valencia, 1822) , al mando del Segundo Ejército, puso sus tropas a disposición del rey y le invitó a recobrar sus derechos. Para darle más fuerza a su juramento, los oficiales gritaron "¡Viva el rey! ¡Muera el que así no piense!".  Este hecho puede ser considerado el primer pronunciamiento de la historia de España, y digamos que  fue posteriormente uno de los principales responsables en la represión absolutista de la restauración borbónica de Fernando VII, siendo ejecutado  tras el triunfo de la Revolución Liberal de 1820, Revolución de la que luego hablaremos. En la imagen el general  Elío.




El 4 de mayo de 1814, Fernando VII promulgó un decreto, redactado por Juan Pérez Villamil     (instigador y autor intelectual del célebre Bando de Independencia o Bando de los alcaldes de Móstoles, que ha trascendido históricamente como el documento que inició Guerra de la Independencia)  y Miguel de Lardizábal ( en 1815 perdió el favor del rey que lo encarcelaría en el castillo de Pamplona, este ilustre personaje fue el único mexicano pintado por Francisco de Goya y Lucientes, en 1815 ) que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de Cádiz:

" mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes  sino el de declarar aquella Constitución y aquellos decretos nulos y de ningún valor ni efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquiera clase y condición a cumplirlos ni guardarlos".

El 5 de mayo, Fernando VII sale de Valencia y emprende una marcha triunfal hacia Madrid. El entusiasmo popular ante el retorno de El Deseado es inmenso. El régimen constitucional no es capaz de oponer resistencia y las Cortes son disueltas el 10 de mayo de 1814.

Toda esta tarea legislativa no significó un triunfo definitivo de los liberales, el pueblo se siente absolutista, no conoce este proceso revolucionario de Cádiz y por ello aclamará la llegada de Femando VII como rey absoluto.  A partir de 1814, los españoles están divididos ideológicamente, esta ruptura se hará sangrienta a lo largo del XIX.



La restauración del absolutismo llenó las cárceles y presidios de África de patriotas que habían luchado por España en la Guerra de la Independencia, mientras el monarca pasaba su presidio dorado en Valençay, pero las razones de la sociedad estaban más que claras, y era que la Constitución no significaba en realidad el sentimiento de toda una Nación, y los desengaños serían significativos, ya que desde un principio, no se contó con los factores sociales más evidentes, entre ellos, la directa participación del pueblo. Comenzaba un período de seis años de gobierno en el que iban a dominar los sectores más reaccionarios de la sociedad:

La Iglesia encabezó una cruzada contra las ideas de libertad y democracia, y defendió a los partidarios del antiguo régimen; se restableció el Tribunal del Santo Oficio (la Inquisición), que se suprimió en las Cortes de Cádiz. Se suprime libertad de expresión y de asociación, donde muchas universidades expulsaron a profesores más abiertos a las ciencias e ideas liberales.

Toda esta tarea legislativa que significó la Constitución de 1812 no significó un triunfo definitivo de los liberales, el pueblo se siente absolutista, no conoce este proceso revolucionario de Cádiz y por ello aclamará la llegada de Femando VII como rey absoluto, y más que nada, por temor a otra Revolución como la francesa, contra la que habían luchado. A partir de 1814, los españoles están divididos ideológicamente, y esta ruptura se hará sangrienta a lo largo del XIX.

La realidad era que  no pocas cuestiones se solventaban no en las Cortes de manera abierta, sino en los pasillos y en reuniones secretas o de que los diputados parecían más estar en una tertulia que al servicio de la nación. También de que, buscando el lucimiento, se elevaban perdiendo el contacto con la realidad, además  las Américas, parte de España a la sazón, no estaban suficiente y legítimamente representadas; cómo además se pretendía que los diputados no tuvieran empleo en el Estado y, sobre todo, cómo constituía un gran error que las Cortes no fueran las que decidieran la regulación de los impuestos. Asimismo,  la Constitución carecía de realismo al abordar las relaciones entre las Cortes y la Corona. Digamos que  acabó fracasando no por la falta de patriotismo o de brillantez de sus redactores sino, fundamentalmente, por la manera en que éstos se dejaron llevar. La constitución refleja un marcado carácter liberal, incluso bastante desparejado con la forma de vivir a la que el pueblo estaba acostumbrado.  Proponía medidas liberales imposibles de ser absorbidas por la sociedad de la época. Una constitución que obligaría a cambiar las estructuras de una nación frágil de un golpe, quizás demasiado, y además se vieron superados por un idealismo que les cegó ante la reacción que los grandes beneficiarios del Antiguo Régimen como fueron la monarquía absoluta y la iglesia católica, quienes se opondrían con las armas de un pueblo principalmente analfabeto,  a sus avances.

En resumen, La mayoría de la nobleza se sentía herida por la supresión de los señoríos, y la mayoría de la jerarquía eclesiástica se oponía a las reformas liberales de forma hostil y belicosa. El pueblo llano experimentaba la esperanza, lógica después de los padecimientos de una guerra, en un futuro feliz en el que todos los males pasados tendrían remedio. Para los españoles de 1814 esa esperanza se centraba en la persona de Fernando VII el Deseado. La tensión entre partidarios y enemigos de las ideas liberales se trasladó al choque entre el rey y la Regencia. En este conflicto de poder ganará el más fuerte. Las tropas del segundo ejército mandadas por Elío, rindieron honores reales al monarca a pesar de haberlo prohibido la Regencia. Podemos decir en consecuencia que el rey desaprovechó una oportunidad única de lograr una convivencia entre las dos Españas que durante la guerra de la Independencia se habían formado, o que posiblemente, aprovechó la falta de apoyo del pueblo a una Constitución que no acababa de comprender, y en la que una importante parte de la sociedad estaba sin representar.




En el próximo capítulo trataremos sobre  
LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA       

domingo, 31 de agosto de 2014

SIMÓN BOLÍVAR, EL LIBERTADOR DESENGAÑADO.

SIMÓN BOLÍVAR, EL LIBERTADOR DESENGAÑADO.

INTRODUCCIÓN  
   
En esta serie de capítulos pertenecientes a la historiografía hispanoamericana, vamos a tratar con el merecido cuidado para no dañar la sensibilidad de nuestros pueblos hermanos, la figura de Simón Bolívar, pero tratando de contar sobre todo, la verdad.
 La verdad os hará libres. Esta frase del Evangelio es la que sintetiza uno de los dogmas de fe que diferencian la leyenda, la fábula o el mito, de la Historia real o pragmática o genética que no sólo pretende sacar un provecho fiel de los hechos, si no que además, indaga sobre el origen de los mismos y las causas que los han producido. En esta relación de capítulos pertenecientes a la serie de Simón Bolívar, aparecerán determinadas personalidades que consideramos importantes, y sobre las cuales nos extenderemos lo más específicamente que la necesidad nos apremie, dada la extensión del artículo, y de forma anticipada, pedimos perdón si nos dejamos alguno en el traidor contenido de nuestro tintero virtual, ya que la intención no es analizar todas y cada una de las biografías de aquellos que tuvieron algo que ver con la independencia de las provincias hispanoamericanas, término que nos parece más apropiado al de colonias, por lo tanto, pedimos comprensión, e intentaremos tratar más adelante sobre cada particularidad, con lo que damos las gracias anticipadamente.

Simón Bolivar es el libertador de América, pero la primera pregunta es... ¿De qué los liberó? La historia, en algunos casos, es la manipulación del sentimiento de las masas, y desde luego, cada investigador de la Historia, puede considerar legítimamente los pasados acontecimientos desde un punto de vista particular, pero apartarse de las consecuencias reales, dando una imagen distorsionada, no ayuda en nada a las generaciones venideras a sentar las bases para no caer en lo errores del pasado.

El libertador, cuando cumplió sus objetivos para los latifundistas, lo traicionaron, y siglos después es aupado como el gran libertador. Teniendo en cuenta, que en el resto de  Sudamérica, no consideran a Bolívar como el libertador, Miguel Hidalgo y Costilla, San Martín, Sucre, O´higgins,  o Miranda, entre otros, comparten foros de opinión particular en cada país.

En 1815 el general español Pablo Morillo reconquistó Venezuela y después Nueva Granada. Desde su exilio en la isla británica de Jamaica, Bolívar escribió una célebre carta en la que justificaba la secesión de toda Hispanoamérica de España. De vuelta al continente, convocó al Congreso de Angostura ante el cual presentó un proyecto de Constitución que unía a Venezuela (Capitanía General) con Colombia (Virreinato de Nueva Granada). Se dirigió con sus tropas a Nueva Granada y triunfó sobre los ejércitos españoles del General Pablo Morillo en la gran batalla de Boyacá en 1819. Este triunfo le abrió las puertas de Bogotá, donde proclamó la República de Colombia, que se integraba con Nueva Granada (Colombia) y Venezuela unidas, e incorporó la presidencia de Quito (Ecuador) formando la Gran Colombia.

En 1822 se entrevistó con San Martín en Guayaquil (Ecuador) y éste le entregó su ejército con el que Bolívar entró triunfante a Lima en 1823. Su lugarteniente, Antonio José Sucre (1795-1830), que actuó primero junto a Miranda, derrotó totalmente a los españoles en Junín y Ayacucho en 1824. Sucre fundó la república de Bolivia, de la que fue presidente de 1826 a 1828.

De regreso a Colombia, Bolívar asistió a la guerra civil cuyo resultado fue la separación de Colombia y Venezuela en 1829. El Perú abolió la Constitución de Bolívar y la presidencia de Quito se proclamó república independiente con el nombre de Ecuador. Lleno de amargura por su fracaso, Bolívar renunció al poder en 1830 y se retiró con el propósito de regresar a Inglaterra. Al respecto dice García Márquez: Para su instalación inmediata en Europa contaba con la gratitud de Inglaterra a la que había hecho tantos favores, los ingleses me quieren, solía decir, pero, ¿quién fue Bolívar?...


Desde luego, cuando se trata de hablar de Bolívar, es difícil no encontrar un comentario teñido por alguna pasión, tanto amiga como enemiga, pero de lo que se trata en el presente artículo es hablar sin pasión ninguna, más que la que suscita la propia historia de los hechos, consecuencia posible de un error pasional de nuestro protagonista, o víctima de un engaño al que fue concienzudamente conducido, cuyo resultado final es precisamente, un desengaño. Recordemos  el último deseo de su testamento político, después de veinte años recorriendo todo un continente a caballo que le habían minado la salud y los ánimos después de haber dedicado su vida y su fortuna a cumplir un juramento: "Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro".

 Nos apoyamos aquí, por supuesto, no ya sólo con datos biográficos e historiográficos que contados de forma cronológica pueden resultar absurdos e incluso aburridos y vacíos no ya de interés, si no de respeto hacia la vida de Simón Bolívar y otros muchos, y sobre todo, al sentimiento de todos aquellos pueblos hispanoamericanos que, de una u otra manera, fueron absorbidos por la vorágine fiebre de la emancipación bolivariana sin entender tal siquiera tanto los intereses como la finalidad de la misma, y lo que posteriormente se razona con la sucesiva progresión de las guerras civiles que azotaron el continente Americano y que incluso hasta hoy en día, tiene su repercusión consecuente. Nos apoyaremos, como veníamos diciendo, con las manifestaciones y estudios de eruditos en la materia como pueden ser el ilustre doctor argentino Julio Carlos González, o Robert Harvey, John Linch o Arturo Uslar Pietri, y recomendar la lectura de la novela de Gabriel García Marquez “El General en su laberinto”, sin olvidar a Manuel Lucena Sanmoral, o Ricardo Lorenzo Sanz.



No podemos si no recomendar una especial atención, al papel de la masonería, llegado el momento, pero, también sobre todo, a la pérdida traumática de quien fue su primer amor, o posiblemente, el único, además de la perspicaz injerencia de la que venimos pasionalmente a llamar Pérfida Albión.

En el próximo capítulo de esta serie sobre Simón Bolívar trataremos del título BOLÍVAR Y LOS INICIOS DE UNA DESDICHA.

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viernes, 29 de agosto de 2014

FERNANDO VII EN VALENÇAY Y EL NACIMIENTO DE LA PEPA


FERNANDO VII EN VALENÇAY  Y EL NACIMIENTO DE LA PEPA

Mientras los españoles sacrificaban sus vidas en el altar del Deseado (Fernando VII), él, pasaba su dulce cautiverio en Valençay sólo amargado por el miedo a perder la vida, y muestra de este miedo son sus palabras escritas a Napoleón sobre el intruso José:

"Señor:
He recibido con sumo gusto la carta de V.M.I. y R. del 15 del corriente, y le doy las gracias por las expresiones afectuosas con que me honra y con las cuales yo he contado siempre. Las repito a V.M.I. y R. por su bondad en favor de la solicitud del
duque de San Carlos y de D. Pedro Macanaz, que tuve el honor de recomendar.

"Doy muy sinceramente, en mi nombre y de mi hermano y tío, a V.M.I. y R. la enhorabuena de la satisfacción de ver instalado a su querido hermano el rey José en el trono de España. Habiendo sido siempre objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella un monarca mas digno ni mas propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia.

"Deseamos el honor de profesar amistad con S.M., y este motivo ha dictado la carta adjunta que me atrevo a incluir, rogando a V.M.I. y R. que después de leída, se digne presentarla a S.M. Una mediación tan respetable nos asegura que será recibida con la cordialidad que deseamos. Señor, perdonad una libertad que nos tomamos por la confianza sin límites que V.M.I. y R. nos ha inspirado, y asegurado nuestro afecto y respeto, permitid que yo renueve los mas sinceros e invariables sentimientos, con los cuales tengo el honor de ser, Señor, de V.M.I. y R. su mas humilde y muy atento servidor.
Valençay, 22 de junio de 1808.

Firmado: FERNANDO".

Napoleón le rodeó de comodidades y de distracciones, entre las que se encontraba el bordar, labores de aguja e hilo en las que hacía competencia a su tío don Antonio. Desde su prisión de oro en Valençay, llegó a felicitar a Napoleón por sus victorias sobre las armas españolas, y  además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer, aunque esto fue poco antes de la guerra, pero parecía sentirse como un miembro más de la familia Bonaparte, y no cejó en su empeño de emparentar con ellos llegando incluso a tener la feliz ocurrencia de pedir la mano de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary. A Talleyrand, que velaba su custodia, cuando le escribía le llamaba primo.


En la imagen, Fernando VII.




En este orden de cosas, se reunieron las Cortes en Cádiz, baluarte de la independencia y cuna de la libertad, después de venir de la Isla de León (San Fernando), y promulgaron ese ideal artículado en el que prevalecen las ideas de los oradores y políticos liberales como don Diego Muñoz Torrero, Agustín de Argüelles y Álvarez González, quien podría ser el diputado más reconocido de las Cortes de Cádiz y padre de la Constitución,  Isidoro de Antillón y Marzo, Juan Nicasio Gallego y Hernández del Crespo, José María Calatrava Peinado, o José Mexía Lequerica, entre otros. Fue sin duda  uno de los textos jurídicos más importantes del Estado español, por cuanto sentó las bases de constituciones posteriores. Considerada como un baluarte de libertad, fue promulgada en Cádiz en el Oratorio de San Felipe Neri el 19 de Marzo de 1812, día de la festividad de San José, por lo que popularmente fue conocida como “La Pepa”, casualmente el mismo día de la onomástica de José I Bonaparte, el rey intruso.

 Compuesta de diez títulos con 384 artículos,  y es considerada como el primer código político a tono con el movimiento constitucionalista europeo contemporáneo, de carácter novedoso y revolucionario, y esto de revolucionario es con respecto a su contenido, y no  al estilo de la Revolución francesa, si no de carácter más español, adaptada a las circunstancias de la nación, desde la legalidad, por quienes eran los legítimos representantes, acordándola conforme a las normas procesales del momento, y como contrapartida o respuesta al Estatuto de Bayona, inspirado en el modelo de Estado constitucional bonapartista.

 Si bien hay que reseñar que tenía algunas influencias o coincidencias con la Constitución francesa de 1791, pero es importante aclarar quiénes fueron los constitucionalistas de Cádiz. De facto, fueron en un principio 104 diputados que asistieron a la primera sesión y 223 que firmaron el acta de la última, aunque no son considerables pues no se tiene una verdadera constancia, y que la mayoría de los autores establece un número de  diputados clasificados de los cuales 97 eran eclesiásticos, de los que solo 5 eran obispos, prevaleciendo los de alto y medio clero secular, 60 abogados, 55 funcionarios públicos y 16 catedráticos, además de 4 escritores y dos médicos, añadiendo 37 militares de los cuales no podemos contabilizar si eran o no aristócratas (más adelante explicaremos el por qué de esto, ya que los militares de carrera eran aristócratas, y los que se supone que respaldaron la Constitución venían del mundo de las guerrillas), 8 nobles titulados y 9 marinos, además de 15 propietarios y 5 comerciantes.

 Podemos decir que se trata pues de una minoría instruida que no opera según un consenso popular. La clase media silenciosa no participa en la acción política de Cádiz, ni la respalda, y este dato, es muy importante a tener en cuenta, para dar explicación a acontecimientos posteriores que marcaron con yerro candente la Historia de España.

En resumen, digamos que  los integrantes de las Cortes formaban una grupo heterogéneo en el que figuraban muchos burgueses liberales, funcionarios ilustrados e intelectuales procedentes de otras ciudades tomadas por el ejército del rey José, y miembros de las Juntas, que, huyendo de la guerra, se habían concentrado en Cádiz, ciudad-refugio protegida por la marina británica. 

A causa de las dificultades de la guerra, la alta nobleza y la jerarquía de la Iglesia apenas estuvieron representadas en Cádiz. 

Tampoco asistieron los delegados de las provincias ocupadas, (la mayoría), a los que se buscó suplentes gaditanos, lo mismo que a los representantes de los territorios españoles de América. Predominaban en las Cortes las clases medias con formación intelectual, eclesiásticos, abogados, funcionarios, militares y catedráticos, aunque no faltaban tampoco miembros de la burguesía industrial y comercial. No había, en cambio representación alguna de las masas populares: ni un solo campesino tuvo sitio en la Asamblea de  Cádiz; y tampoco hubo mujeres, carentes todavía de todo derecho político.

Mientras tanto, Fernando VII se dedicaba en Valençay a lo que mejor sabía hacer, véase como ejemplo la siguiente carta, en la cual, felicita a Napoleón por sus victorias contra los españoles que se batían en cuerpo y alma a muerte:

Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias que la Providencia corona sucesivamente la augusta frente de V.M.I. y R., y el grande interés que tomamos mi hermano, mi tío y yo en la satisfacción de V.M.I y R. nos estimulan a felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la protección de V.M.I. y R.

 Además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer.   Asimismo, los miedos que Fernando arrastraba desde la infancia, le hicieron salir de Madrid para tener un encuentro con el Emperador de los franceses, paralizándole de tal modo que no pudo detenerse en Vitoria para intentar la fuga, con la consiguiente abdicación del trono español. Ya que Fernando parecía sentirse como un miembro más de la familia Bonaparte, no cejó en su empeño de emparentar con ellos. Y entonces llegó a tener la feliz ocurrencia de pedir la mano de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary.


En el próximo capítulo, trataremos sobre el título de MUERTE DE UNA ESPERANZA

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martes, 26 de agosto de 2014

EL PASADO GLORIOSO DE LA DECADENCIA

EL PASADO GLORIOSO DE LA DECADENCIA


Creo que es interesante recordar determinados pasajes de la historia, y hacerlo de una forma amplia y clara, o por lo menos, lo más amplia y clara que el entendimiento pueda dar de sí. Debido a la extensión del tema, voy a procurar hacerlo en varias partes, para no cansar en demasía, y esclarecer los puntos y apartes de una Constitución que pretendió romper con el Antiguo Régimen que tantos sufrimientos causo a España, y a Hispanoamérica, testigo mudo de unos años tristes e importantes en la Historia de España.

Merece la pena detenernos un poco en aquella Constitución, para comprender el sentimiento que enfrentó ideológicamente a una nación que se debatía en una guerra que tanto dolor causó. Fue la primera Constitución que se dio en España, y puede ser considerada como una Constitución Liberal, término este del que Larra hablaría mucho en tiempos aún por venir, y de hecho, se especula como una de las causas prendieron la mecha de su triste final, la desesperación que sentía frente al fracaso del ideal del liberalismo en el mundo político de los tiempos que le tocaron vivir.

Posiblemente fuera causa y efecto de una necesidad, pero una necesidad mal entendida, o mal interpretada por aquellos que en su momento, pudieran ver la oportunidad de dar un giro brusco en el rumbo de la política nacional, posiblemente con la culpabilidad de las prisas y el derroche de la urgencia, sin detenerse demasiado en buscar el respaldo de una sociedad hastiada de guerra, pero a su vez, parte dogmática en cualquier pretensión que sobre el futuro del Estado se pudiera buscar. Una sociedad conocedora del infructuoso pretérito más cercano, parte esencial de una decadencia triste y abandonada a su suerte, pero una sociedad con la que al fin y al cabo, se debería contar, aunque nos permitimos dudar que así fuera.

Una Constitución que consigna que la soberanía reside en la nación, que el catolicismo es la única religión,  el texto consagraba a España como Estado confesional católico, prohibiendo expresamente en su art. 12 cualquier otra religión, y el rey lo seguía siendo "por la gracia de Dios y la Constitución" (aunque posteriormente se legislara en contra por medio de los veinteañistas), que la monarquía es hereditaria y no absoluta, que propugna la división de poderes, habla sobre los derechos y deberes de los ciudadanos,  el sufragio universal masculino indirecto, la libertad de imprenta, la libertad de industria, el derecho de propiedad o la fundamental abolición de los señoríos, no incorporó una tabla de derechos y libertades, pero sí recogió algunos derechos dispersos en su articulado. Además, incorporaba la ciudadanía española para todos los nacidos en territorios americanos, prácticamente fundando un solo país junto a las excolonias americanas. Del mismo modo, este texto constitucional no contempló el reconocimiento de ningún derecho para las mujeres, ni siquiera el de ciudadanía (la palabra "mujer" misma aparece escrita una sola vez, en una cita accesoria dentro del art. 22), aunque con ello estaban en plena sintonía con la mayoría de la sociedad española y la Europa del momento,  pero, sobre todo y ante todo, derroca el absolutismo, que era la quintaesencia del problema.


En la imagen, la promulgación de la Constitución de 1812.


Frente a algunos historiadores y personajes influyentes que ensalzaban a todo trance el espíritu absolutista y tradicional se enfrentaban los que tenían la pasión puesta en defender las ideas liberales y europeizantes pero adaptadas la forma de vida del español de la época. Los primeros, es decir, los absolutistas, argumentaban el lamento de que con la Constitución se rompe totalmente con el pasado glorioso, pero olvidaban que no todo ese pasado fue glorioso, ya que España llevaba casi doscientos años mal gobernada por Nithard, el padre Juan Everardo Nithard, confesor de la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV y regente como madre de Carlos II, un hombre carente de las condiciones necesaria que sin desearlo, se convirtió en valido, sus desaciertos fueron enormes y llevó a España por los caminos de la derrota (Paz de Aquisgran, independencia de Portugal etc), otro valido más que dejó desvalida a España, o por el llamado Duende de Palacio o Corredor de Orejas, que era como antes llamaban a los alcahuetes, nos referimos a Fernando Valenzuela, ejemplar degenerado y que fuera conductor de las desdichas de una monarquía nefasta y de un desgraciado pueblo español. Fue un pícaro napolitano y corrido pendenciero carente de escrúpulo, listo más que inteligente y con sobradas prisas por trepar, otro valido en el resumen de un tiempo en el que una herida casual en una cacería era motivo suficiente para ser Grande de España,  o por el narciso Almirante, Juan Tomás Enrríquez de Cabrera y Ponce de León, el del motín del pan, genovés Almirante de Castilla, que supo apoyarse en la debilidad de la reina Maria Ana de Neuburgo, la segunda esposa de Carlos II, otro favorito más, y quien antes también había asediado a su predecesora María Luisa de Orleans, parece ser que en la historia de España era el oficio principal de los validos, o por Anne Marie de la Trémoille, la Princesa de los Ursinos, quien tuvo en sus manos el destino de una España en guerra (Guerra de Sucesión) gobernada por un endeble Felipe V, maestra de intrigas en la Corte de un rey que no sabía cómo reinar. Esta mujer tuvo su pago de la mano de Isabel de Farnesio.
En la imagen, Isabel de Farnesio.



 Reyes y reinas extranjeras que hacen una política anti-española y derraman la sangre y los caudales españoles por los campos de Europa buscando tronos para sus hijos que algunos como Felipe, hijo de Isabel de Farnesio, se jactaba y alardeaba de ignorar la lengua castellana. O por el habilidoso cocinero y abate italiano Julio Alberoni, de profesión valido, maestro en la intriga y cuyas previsiones resultaron fallidas en su totalidad y todas sus esperanzas frustradas. O por el aventurero holandés, el barón de Riperdá, Juan Guillermo Ripperdá, un personaje que fue nombrado primer ministro con la influencia de la Farnesio, atenta siempre al bien de sus hijos y no al de España, y que una vez fueron descubiertas las mentiras e intrigas del de Riperdá  por divulgar secretos de Estado,  fue depuesto, encarcelado y fugado. Convertido al Islam, intentó después apoderarse de Ceuta.

 Este es el pasado glorioso, entre otros, que entrega España a Napoleón, en manos de otro valido, Godoy, como siempre, con desastrosos resultados, los de otra monarquía absoluta y decadente, fruto de la dejadez de los gobernantes demasiado hastiados por gobernar, y contra todo este pasado glorioso, es el que lucha el pensamiento político español, el liberalismo plasmado en la Constitución como amparo ante cualquier tipo de despotismo y con vistas a potenciar los esfuerzos por iniciar una nueva historia que camine paralela al resto de Europa. Pero su camino fue corto, y su final, si es que tuvo alguna vez algún principio, trájico, tanto como lo han sido otros finales de gloriosas luchas de un pueblo que se debate a dos bandas entre la aclamación y la adoración de los gobernantes de un despotismo y neopotismo ilustrado propio de una dinastía francesa maestra del gobierno con tedio y arrogancia sin parangón,  y el desengaño y frustración de unos austrias menores que dejaron en España la humillante costumbre de caer, levantarse, y volver a caer. Y España, ha dado muestras en muchas ocasiones que el levantarse de nuevo, cada vez, cuesta más.

Por otro lado, existe también el hecho de que los impugnadores de la Constitución de 1812 afirmaran a su vez que no era en absoluto española ni en espíritu ni en letra, y al contrario que los reformadores de Cádiz afirmaron que era una obra en la que se hundían sus raíces en la más pura tradición española, los que postulaban en contra de esta idea afirmaban que la obra de los legisladores gaditanos tenía más de Revolución francesa que de la tradición española, pero, además, cuando llegó el momento de la promulgación, no ya la Comisión» sino las Cortes, se creyeron en el deber de ilustrar a la generalidad del pueblo acerca de la fidelidad con que la Constitución había respondido al deseo general de renovación y corrección de defectos políticos, y en el Manifiesto dirigido al país fueron todavía más explícitas y rotundas de lo que la propia Comisión había sido (pues ésta cuidó de especificar que no había nada nuevo en la sustancia).

Según decía el propio Manifiesto al que nos hemos referido,   «Asegurar para siempre la libertad política y la civil de la nación, restableciendo en todo su vigor las leyes e instituciones de nuestros mayores, era uno de los principales encargos que habían puesto a su cuidado...; la Religión santa de vuestros mayores, las leyes políticas de los antiguos reinos de España, sus venerables usos y costumbres, todo se halla reunido corno ley fundamental en la Constitución política de la Monarquía.»


Sin embargo, y pese a todas estas manifestaciones y seguridades, pese también a que el texto del proyecto se entregó a los diputados casi en vísperas de comenzar su lectura y discusión, hasta el punto de que apenas hubo tiempo para que lo leyeran despacio,  algunos suspicaces no acabaron de casar las declaraciones de la Comisión acerca de la inspiración que la había guiado con lo que habían leído del proyecto, y es más, ni siquiera se llegaron a expresar lo que vinieron en llamar en su momento como los antecedentes jurídicos de cada uno de los artículos debido a las prisas por aprobarlos con rapidez, más aún, cuando, en palabras del propio presidente de la Comisión, se aludía al amor a la brevedad, para no perder tiempo, cosa que más bien inclinan el ánimo en pensar que así se hizo. Según el marqués de Miraflores, en sus memorias, advierte que esa misma Constitución escrita, dada a Francia en su primer ensayo constitucional, fue por la que se modeló la Constitución de 1812 en Cádiz, punto que está hoy fuera de controversia. Tómense ambas Constituciones en la mano y se conocerá la afinidad.

Unido a esto, existe otro factor principal, que es al que, por lo general, no se le suele conceder gran atención, como es las aspiraciones del pueblo, de la inmensa mayoría de los españoles que se batían contra los franceses o sufría la ocupación de las tropas de Bonaparte. 


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En el próximo capitulo, hablaremos de FERNANDO VII EN VALENÇAY Y EL NACIMIENTO DE LA PEPA.



jueves, 26 de junio de 2014

RODERICO Y LAS DOS ESPAÑAS, RECUERDOS DE LA HISTORIA

RODERICO  Y LAS DOS ESPAÑAS

La historia política de los reyes visigodos, que marcaría el final del imperio romano de occidente,  es penosa y deplorable. De los treinta y cinco reyes (a falta de investigaciones posteriores), si contamos a Akhila, el hijo de Witiza, o treinta y seis, si decidimos sumar el reinado de Ardón, cuyos reinados argumentamos más adelante,  diez murieron asesinados, perdiendo la corona y la vida la mayoría, a manos de sus propios hermanos. Siete fueron destronados, pero salvaron la vida, y solamente quince acabaron de muerte natural o en batallas (diecisite de tener en cuenta a estos dos últimos).

Muchos de estos monarcas escalaron el trono valiéndose de la traición y de la sublevación, y otros tantos, jamás pisaron España,  y además, cabe el detalle de que la monarquía y la nobleza visigoda, jamás se mezcló con la población hispano romana, y argumentamos esto ya que había una diferencia en las jerarquías o clases sociales: por un lado, estaban los "señores" a los que pertenecían la nobleza visigoda, y los senatores, a los que pertenecía la nobleza hispano-romana. También existían los hombres libres que eran colonos, patrocinados, labradores, industriales y obreros, y una clase intermedia denominada "bucelarios" que eran hombres libres puestos bajo la protección de un noble y contaban asímismo con vínculos que les obligaban a prestaciones personales, recibiendo a cambio protección, tierras y armas, pero para tener acceso a la sucesión al trono, se debía  ser godo, de noble estirpe y buenas costumbres: no tener origen servil, no haber recibido la tonsura ni sufrido la pena de decalvación, que para los godos era peor que la de muerte.

Para contar el porqué del hundimiento de una monarquía  de dos siglos en una sola batalla, es conveniente explicar las vicisitudes de la misma, las leyendas que engendraron una invasión de ocho siglos,  las vicisitudes de un cambio de religión, las costumbres de la elección de un rey, y el poder, no sólo de una iglesia si no de una nobleza interesada solamente en liderar los designios de la historia en su propio beneficio.


EL MORBUS GOTHORUM O ENFERMEDAD DE LOS GODOS.


Ataulfo es asesinado en Barcelona, a instancias de Sigerico, que le sucede, y a los siete días muere por consejo de Walia, que le substituye en el trono. Turismundo es asesinado por su hermano Teodorico, que pierde, a su vez, corona y vida en manos de su hermano Eurico. Gesaleico arrebata el cetro a su hermano Amalarico y es a su vez destronado y asesinado a manos de sus tropas; Teudis cae a golpe de puñal, y Teudisclo pierde la vida en un escandaloso banquete. Al año, Agila es destronado y asesinado. Liuva II perece a manos de Witerico, que le sucede, y pierde la vida violentamente y su cadáver es arrastrado por las calles de Toledo. Suintila es destronado por Sisenando, que le reemplaza. A Tulga y a Wamba les arrebatan la corona con malas artes y los encierran en conventos. Ervigio es un usurpador y Witiza y Akhila fueron destronados. En la imagen, Wamba renunciando a la corona.



Esta  era la realidad de una monarquía de dos siglos, que a decir verdad, estaba gravemente herida en 711. Rodrigo sólo fue el último de una dinastía que se había debilitado de forma cada vez más escandalosa en beneficio de una nobleza liberada cada vez más, del vasallismo real, y los monarcas, para asegurarse apoyos dentro de la nobleza, se intentaban rodear de "fidelis regis", nobles leales al rey, a los que a cambio concedía privilegios, tierras y un poder cada vez mayor.


LA RELIGIÓN Y SU INFLUENCIA

El arrianismo es el conjunto de doctrinas cristianas desarrolladas por Arrio, sacerdote de Alejandría, quien consideraba que Jesús de Nazaret no era Dios o parte de Dios, sino una criatura.  Hoy en día, la cristología de los Testigos de Jehová guarda similitudes con el arrianismo, aunque mantiene ciertas diferencias. Esta era la religión oficial hasta los  tiempos de Recaredo, y por la que hubo pugnas importantes con la población católica hispano-romana. Los Concilios tuvieron vital importancia en la vida política y social del Reino visigodo. Estas  asambleas político-religiosas de la monarquía visigótica eran convocadas por el Rey y presididas por el Arzobispo más antiguo (posteriormente por el de Toledo), donde la representación se reducía a las altas jerarquías eclesiásticas y a la nobleza. La iglesia era la que solía legitimar a los nuevos monarcas en los Concilios Generales y sancionaba su elección mediante la unción real, otorgando un carácter sagrado a la realeza.



 Aquí es donde aparecen las dos Españas por primera vez en la historia, la división de la iglesia entre el arrianismo, y el catolicismo, a quien Leovigildo, en su lecho de muerte, encargó a su hijo Recaredo a que se convirtiese. Una España reaccionaria y otra revisionista, una España oficial, y la otra real, a pesar del enorme esfuerzo integrador y pacificador del propio Recaredo, el enfrentamiento entre los dos bandos se haría más cruento después, entre las familias de Chindasvinto y Wamba, como veremos después.
Conversión de Recaredo


LA ELECCIÓN DE RODERICO (RODRIGO)

La sucesión electiva de la monarquía era el verdadero sistema legal de la realeza visigótica, si bien, la monarquía hereditaria era una práctica comúnmente consolidada. Esto último fue lo que procuraron los reyes, por ejemplo, asociando a sus hijos al trono para asegurar el traspaso de poderes. Así paso con el mismo Witiza, que fue asociado al trono por su padre Egica, primo de Wamba, y creemos que es interesante dar a conocer que este mismo Egica, hizo sacar los ojos al hijo de Khindasvinto (Chindasvinto) Teodofredo, padre del futuro monarca Rodrigo (Roderico). Aquí se puede apreciar claramente el enfrentamiento de los dos clanes, el de Wamba, y el de Chindasvinto, importante tenerlo en cuenta para entender los acontecimientos posteriores.

  El propio Witiza también, asoció al trono a su hijo Akhila II.  Witiza falleció a principios de 710. Murió joven,y muy jóvenes serían todavía los hijos que dejó. La mayor parte de la aristocracia gótica procedió a la designación de un sucesor a la corona. Magnates y obispos se reunieron en asamblea electoral -senatus- y, mediante una acción tumultuosa, pero de legitimidad irreprochable, elevaron al trono a Roderico (Rodrigo), Dux de la Bética, y decimos lo de acción tumultuosa porque fue de por sí conflictiva y sólo lo habrían apoyado algunos sectores de la nobleza más rancia, localizados principalmente en Toledo y hacia el sur, tanto en las tierras de la Bética, como era de esperar, como en la región de Mérida. De hecho, no se conservan monedas acuñadas ni en la Tarraconense ni en la Narbonense, en cambio, si se conservan acuñaciones de Akhila II en ambas provincias, por lo que debió reinar en ambas zonas fieles al clan de Witiza una vez se había iniciado la conquista islámica, es más, podemos datar el fin del reinado de Agila II (Akhila II) con las victorias árabes  en el Valle del Ebro y cerca de Zaragoza, en 713, y tras su muerte en combate, el reinado de  Ardón, que parece ser que gobernó entre siete u ocho años,  de quien se han encontrado monedas acuñadas en la zona del Rosellón, pudiéndose preveer que los historiadores hayan preferido inmortalizar como último rey a quien gobernó la totalidad del territorio del Regnum Visigothorum.



Deberíamos hacernos pues la siguiente pregunta ¿fue entonces Roderico (Rodrigo) el último rey visigodo, y el responsable de la pérdida de España?. A la primera parte de la pregunta, podemos insinuar que no a la respuesta, y a la segunda parte, nos mantenemos en la prudencia del silencio, para que el intérprete juzgue por sí mismo. Lo que podemos asegurar es que la aceptación de Rodrigo como rey fue sólo aparente, por parte del clan de Witiza, pero con una abierta hostilidad al principio, como es de presumir, ahora bien, ¿cómo podríamos catalogar la actuación de los partidarios de este clan (Witiza) en los acontecimientos que vinieron después?. En la imagen, don Rodrigo en Guadalete.



LA CAVA, CRÓNICA DE UNA LEYENDA O EL PRINCIPIO DEL FIN

A la caída de la monarquía visigoda va unida una interesante leyenda que su popularidad nos impulsa a tratar de ella, nos referimos a la "Leyenda de la Cava". La violación hecha por el considerado históricamente último monarca del Regnum Visigothorum a la hija del conde don Julián, la que fue la causa,  según el decir popular de los romances medievales, del "injusto forzador", don Rodrigo, de la traición del Conde don Julián (Olián-Olbán), su padre, y de la pérdida de España. Se cuenta en las diversas crónicas que seguidamente estudiaremos de forma esquemática pero comprensible, que el conde don Julián, un personaje enigmático y poco o nada contrastado históricamente, fue gobernador de Ceuta y uno de los "fideles" del clan de Witiza, quien entró en contacto con los musulmanes del norte de África para pedir ayuda y luchar contra Rodrigo, traicionando al rey facilitando la entrada a la Península de las tropas de Tariq.
El primer autor que hace mención de la hija de don Julián y de haber sido corrompida por don Rodrigo, es el egipcio Ibn Abd al-Hakam, en el siglo IX, siguiendo con la leyenda otros historiadores árabes posteriores como Isá y Abén Alkutiyá, y de los autores cristianos, el primero que lo admite es el silense ( Crónica Silense, escrita en latín en la primera mitad del siglo XII, 1110, nos relata el linaje real desde los reyes godos hasta el rey de León y Castilla Fernando I, y se la denomina silense al ser atribuida, en primera instancia, a un monje del monasterio de Silos), y la divulgan luego Jiménez de Rada, Lucas de Tuy y Alfonso el Sabio.

 Pedro del Corral en la "Crónica Sarracina" es el primero que la llama Cava en 1430, Miguel de Luna , médico morisco y traductor de árabe, es una de las figuras prominentes de la sociedad morisca granadina de finales del siglo XVI, y  su obra, de evidente carácter enaltecedor de los árabes, es considerada como falsaria en sus argumentos investigadores, quien, sabiendo que en árabe "Cahaba" significa ramera, inventó el poético nombre de Florinda.

 Fernández Guerra y Menéndez Pidal han estudiado concienzudamente la leyenda, y aunque no lo digan claramente, rechazan todo valor histórico al relato. En cambio, el sesudo arabista Francisco Codera y Zaidín dice que no debe extrañar que Olbán (don Julián), enviase a la Corte a su hija, y que el silencio del Pacense (historiador contemporáneo) no es bastante, pues sólo constituye un argumento negativo el hecho de que los árabes invadieran España gracias a una traición, ¿por qué?, pues por que el Cronicón Pacense es una crónica latina publicada por Flórez en la España Sagrada, este Cronicón es de autor desconocido y que se supone vivió entre el 649 y el 754, y por tanto contemporáneo de los hechos que relata. Se le atribuye la obra tanto a Isidoro Pacense (o de Beja), como a algún autor anónimo de Córdoba o Toledo. En este cronicón no se menciona la Batalla de Covadonga ni a Pelayo.

 El Marqués de Mondéjar interpretó que en el Cronicón Pacense, el príncipe llamado Teodomiro que en el año 712 mató muchos árabes en algunas partes de España" es Pelayo, pero esta tesis es infundada y ningún otro dato del libro la apoya. Para Antonio Alonso Rodríguez, el hecho de que la batalla no aparezca reflejada en el pacense se debe a que ha desaparecido un epitome, una parte del Cronicón, en la que se enumerarían los hechos importantes no recogidos por la crónica, entre los que se encontraría la batalla de Covadonga. Para Bernardo Acevedo, el hecho de que la batalla de Covadonga no aparezca mencionada obedece únicamente, a que no hubiese sido prudente para el autor, si residía en tierras musulmanas, haber recordado la ofensa de Covadonga, por lo que no quiere decir que no existiese sino que fue ocultada.

Lo mismo ocurre pues con la Leyenda de la Cava, la cual, entre los autores mozárabes se atribuye la maldad a Witiza, y en la historia de Jiménez de Rada la deshonrada no es la hija, sino la mujer del conde.  En la imagen, elección de Rodrigo como rey de los visigodos.



La versión que argumentan las crónicas mozárabes escritas más trescientos años después  en  la llamada Chronica Pseudo-Isidoriana (Isidoro de Sevilla, eclesiástico católico y erudito polímata hispanogodo de la época visigótica. Fue arzobispo de Sevilla durante más de tres décadas 599-636 y canonizado por la Iglesia católica), cuenta lo siguiente:
"Mientras tanto, en el palacio real de Sevilla comenzaron a hablar, entre otras cosas, sobre la hermosura de las mujeres. Uno de ellos rompió a hablar diciendo que en toda la tierra no había ninguna más hermosa que la hija de Julián. Al oír esto Witiza hizo un aparte con uno de los otros tratando de cómo podría hacer llegar hasta ella un mensajero en secreto para que la trajera cuanto antes. El otro le dijo: "Envía por Julián. para que venga. Y quédate con él unos cuantos días de francachela, comiendo y bebiendo". Mientras Julián andaba de banquete, Witiza escribió con el nombre de Julián una carta que envió lacradas con el sello de éste a su esposa la condesa para que le trajera enseguida a su hija Oliba a Sevilla (Aquí se cambia el nombre de la supuesta Florinda, de la que anteriormente hemos hablado). Mientras Julián estuvo entretenido en aquel festín de bebida y comida, Witiza la tuvo y la violó durante varios días".
Es importante recordar que esto es según las  crónicas mozárabes, para situarlas en el contexto argumental de una realidad más o menos interesada, debido a lo que se ha comentado anteriormente en referencia al interés de si el hecho de la invasión de España pudo ser fruto de una traición, y facilitada por ésta, como se argumenta en el silencio que asimismo se hace en el Cronicón Pacense.
En la imagen, conde don Julián.  



Es difícil entender que fuera Witiza el supuesto forzador, ya que   no residía en Sevilla sino en Tuy y, además, porque de haber sido el ofensor el conde Julián nunca se habría puesta del lado de sus familiares en la lucha sucesoria. Podría resultar más cierta la versión de que fuese don Rodrigo el presunto forzador, pues  la historia resulta más creíble que fuera en Sevilla que enToledo; la capital de la Bética estaba bastante más accesible para los ceutíes y era muy importante como para que la hija se educase en el refinamiento cortesano. No había ninguna necesidad de que Julián fuese o enviase a nadie de su familia a Toledo, debido a las intrigas por la lucha al poder del reino, y es más creíble que don Julián la habría mandado para completar su educación y preparar un buen matrimonio con algún noble visigodo a  Sevilla y no a Toledo, por lo que de ser cierta la leyenda, que podemos pensar que lo fue, se produjo mientras Rodrigo no era rey electo, sino dux de la Bética, y con esto, no  podemos ni es nuestra intención deshonrar la ciencia de  Fernández Guerra y Menéndez Pidal, ni mucho menos, pues nos encontramos a años luz de mentes como las suyas.

Ahora bien, si Rodrigo accedió al trono en el verano de 710 y Tariq cruzó el estrecho hacia abril-mayo del 711, hay un espacio de tiempo muy corto para que suceda la historia de la leyenda, el aviso al ofendido padre y el viaje de éste a la capital visigótica para llevar de vuelta a Ceuta a la hija deshonrada por el reciente rey, parece todo demasiado ajustado en tiempo. Teniendo en cuenta  además, que los fieles de Akhila (Agila II) que escaparon de Toledo al coronarse Rodrigo lo hicieron, según suele aceptarse, o sería lo más  normal, al norte de África, para ser acogidos en  Ceuta donde gobernaba el conde don Julian, y eso tuvo que ocurrir lo más tarde en el otoño del 710,   así que no sería lógico que don Julián mandase a su hija a la corte de un rey al que consideraba como enemigo, ni tampoco que fuera a buscarla cuando ya se había declarado como tal.

 Es más probable que Julián prefiriese disponer de la amistad de los ejércitos  islámicos antes que de la conflictiva monarquía española, con muchas intrigas por el trono como para asegurarle un buen futuro, y aunque poco o nada está contrastado históricamente sobre el conde don Julián, gobernador de Ceuta, podemos suponer de su existencia, como tampoco lo es una supuesta incursión en 710 a cargo de unos cuatrocientos hombres en una expedición de reconocimiento, en cuatro naves puestas a su servicio por el conde Julián, que desembarcaron en Charizat Tarif o isla Tarif, la actual Punta de Tarifa cuyo Comandante era un tal Tarif ibn Malluk, que desde aquella fecha quedó bautizada con su nombre. Todos estos datos son suposiciones no contrastadas, que no hechos fundados. Tengamos en cuenta que las crónicas, silenciadas durante casi ocho siglos, dejan lugar a conjeturas que sólo pueden ser esclarecidas por un ordenado análisis del contexto histórico de la posibilidad real. En el buen juicio de un agudo lector, cabe la veracidad y el grado tanto de la Leyenda de la Cava, como de la existencia del conde don Julián, aunque el Ajbar Maymúa, que es una recopilación de la historiografía árabe sobre el período omeya en al-Andalus, reconoce su existencia, aunque no deja de ser una obra polémica, pero podríamos considerar dos preguntas necesarias, ¿existió el tal conde don Julián?, posiblemente sí, aunque no con ese nombre, y ¿puede ser cierta la leyenda de una violación o entendimiento interesado de la leyenda?, podemos pensar que también, pero no cuando Roderico era rey, si no dux de la Bética.  Lo único fundamentado es lo que vino después.

BATALLA DE GUADALETE O DE LA JANDA

En la primavera del 711 (se cree que hacia el 27 de abril) un ejército musulmán mandado por tariq ibn Ziyad, lugarteniente del gobernador del norte de África, Musa Ibn Nusayr, desembarcó en las costas españolas, concretamente fue escogido el promontorio de Calpe, que desde entonces pasó a llamarse Chabal al-Tariq (monte Tariq), es decir, Gibraltar, para prestar la ayuda solicitada por los herederos de Witiza con el fin de derrocar a Rodrigo, al que ellos consideraban usurpador. Coinciden las crónicas de la época que la finalidad de este ejército, en un principio, y según las órdenes de Musa Ibn Nusayr, no era efectuar una invasión en toda regla, pero al parecer, Tariq, actúo por su cuenta, y efectúo un desembarco tras el cual,  quema sus barcos y se dirige a sus hombres en una arenga que todavía sigue siendo coreada por los escolares árabes y musulmanes 14 siglos después:  Al bahru wara'akum ual ad'duo amamakum» («el mar está detrás de vosotros y el enemigo está frente a vosotros»), posteriormente fue castigado y severamente reprendido después por el propio Musa Ibn Nusayr.

Las tropas invasoras se componían de unos 12.000 hombres en total, y en un principio se emplearían en consolidar sus puntos de apoyo en la costa, estableciéndo el grueso de sus fuerzas en la que denominaron en un principio Isla Verde (Al-Chazirat al-Jadra), hoy la actual  Algeciras. Teodomiro, lugarteniente de Roderico, al mando del ejército godo, hace frente con mil setecientos jinetes a los doce mil hombres mandados por Tareg-ben-Zain (Tariq) a quienes no puede contener en Algeciras. La petición de ayuda a Roderico lo sorprende en el norte luchando contra los partidarios de Witiza: “intentó inmediatamente aliarse con ellos frente a aquellos que él, ignorante de la traición, llamaba el enemigo común… Roderico envió rápidamente lo que le quedaba de la caballería para reforzar el insuficiente ejército de Teodomiro. Esta ayuda, de por si escasa, llegó agotada e incapaz de detener las incursiones que ya habían alanzado Medina Sidonia”. Dejamos constancia de que este tal Teodomiro, fue un noble visigodo con un gran patrimonio territorial al sureste de la península, centre Murcia y Alicante actualmente, y que después de la batalla de Guadalete y la desaparición de Rodrigo, pactó con los musulmanes, concretamente con  Abd al-Aziz ibn Musa, hijo del Gobernador Musa Ibn Nusayr, para garantizar la posesión de sus propiedades.

Rodrigo (Roderico) se encontraba entonces sitiando Pamplona contra los vascones sublevados en una bagauda (una rebelión de campesinos), tal vez, apoyados por partidarios de la dinastía de Wamba, cuando se le informó de los nuevos acontecimientos que se estaban dando en el transcurso de la guerra civil, que enfrentaba a los leales de Agila II, hijo de Witiza, y heredero al trono, según éllos, y los partidarios de la dinastía de Chindasvinto, o sea, leales a Rodrigo. Las informaciones que recibió sobre el asentamiento musulmán en el sur, hizo que partiera a marchas forzadas, dejando parte de sus tropas en el asedio a Pamplona, no sin antes enviar emisarios a los partidarios de  Agila II, para hacerle saber que el enemigo  eran los musulmanes, y hacer causa común, ignorante de la realidad de los hechos. Los dos ejércitos se encontraron a orillas del Guadalete cerca del lugar donde más tarde se elevaría Jerez, por eso la denominan "Batalla del Lago", el Wadi Lakka, como se nombra en algunas crónicas, y teniendo en cuenta que Xeric (Jerez) significa lago, pero su determinación no se ha fijado, pues no se sabe si es el Barbate o el Salado, aunque estudios realizados por autores Aurelio Fernández Guerra y Eduardo Saavedra se inclinan más que pudo ocurrir entre Medina-Sidonia y Vejer de la Frontera, junto a la Laguna de La Janda  y el río Barbate, lo más preciso es que puede hablarse del Valle del Guadalquivir como escenario de la misma.

EL DESASTRE DE UNA TRAICIÓN Y LA LEYENDA DE UNA MALDICIÓN

Parece ser que el choque tuvo lugar el 19 de junio del 711, y debió prolongarse durante más de una jornada. No sabemos con absoluta claridad la certeza de quién comandaba las dos alas del ejército visigodo, no muy numeroso, pero unos autores atribuyen a que eran capitaneadas por Oppas y Sisberto, hermanos de Witiza, que es la versión más creíble, mientras que existen otros autores que dicen fueron los hijos menores de Witiza los que estaban al mando de esas posiciones, no sería de extrañar que estuvieran ambos, tanto los hermanos, como los hijos, lo cierto es que ambas alas, en el momento de la primera carga, hicieron defección (deserción o abandono), lo cual dejó a Rodrigo en una situación desesperada de desamparo, que aún así hizo frente como mejor pudo hacerlo, pero la derrota visigoda fue absoluta.

Los testimonios más antiguos que se conocen afirman la muerte del rey en la batalla, ya que encontraron su caballo muerto, así como parte de sus enseres de guerra, sin embargo, hay quién cree que escapó llegando a la localidad lusitana de Viseu, ya que en la Crónica de Alfonso III se menciona que allí se encontró una lápida que decía “Hic requiescit rodericus rex gothurum” (Aquí yace Rodrigo rey de los godos), además, investigaciones más modernas como las de Aurelio Fernández Guerra y Eduardo Saavedra niegan que muriera en la batalla, y creen que organizó la defensa de  Mérida y dirigió la batalla de Segoyuela de los Cornejos, cerca de Tamames, donde perdió la vida. Es esta supuesta  batalla librada en 713 d.C., en el lugar citado de Segoyuela de los Cornejos,  en la prov. de Salamanca) entre el rey visigodo Rodrigo y los caudillos musulmanes Tariq y Muza. Según la hipótesis de Eduardo Saavedra en sus Estudios sobre la invasión de los árabes (1892), después de la derrota de Guadalete (711) el destronado rey se habría retirado con parte de su ejército hacia el norte, refugiándose en la Sierra de Francia. Allí, en la cercana localidad de Segoyuela, habría sido localizado, derrotado y muerto por las tropas Tariq y Muza a fines del verano del año 713.
 Esta reconstrucción histórica fue desacreditada en su día por Sánchez Albornoz por estar apoyada únicamente en la Crónica del moro Rasis, conocido en el mundo musulmán como Ahmad ibn Muhammad al-Razi, o como al-Tariji (el Cronista), ya que fue  un historiador andalusí que desarrolló su labor literaria en tiempos del Califa Abderramán III del  Ajbar Muluk Al-Andalus (Noticias de los reyes de al-Ándalus)  que tradujo el clérigo lusitano Gil Pérez en el año 1300, y cuya traducción original al portugués Saavedra identificó Saguye con Segoyuela en un manuscrito castellano de esta crónica precisamente defectuoso, eligiéndolo entre otros también redactados en el s. XV pero que se refieren al río Sangonera. Concretamente se conservan tres escritos en castellano de entre los siglos XV y XVI, aunque parece poco cierto, de hecho, lo más probable es que tras la conquista de Mérida (30-VI-713) y el encuentro con Tariq en Talavera, Muza ben Nusayr se dirigiera directamente a Toledo para tomar posesión de los tesoros reales y de los bienes confiscados a las iglesias.

Otra de las leyendas sobre el reinado de Rodrigo, es la que se cuenta relativa a una maldición y que habla sobre una cueva excavada por el héroe griego Hércules. Los reyes visigodos construyeron un palacio que cerraron para que nadie pudiera entrar, cada nuevo rey añadía un nuevo candado o cerradura, hasta que años más tarde llegó Don Rodrigo que no haciendo caso a la leyenda abrió dicho palacio, encontrando en una de sus salas una mesa, supuestamente la mesa de Salomón, y un cofre, que pensando que estaba lleno de joyas lo abrió, sin embargo en su interior solo había un pergamino en el que había dibujos de unos guerreros de piel oscura y turbantes en la cabeza, con una leyenda que decía “Cuando la mano del tirano abra la puerta del palacio y profane su secreto, guerreros como éstos penetrarán en España y se apoderarán del reino” .

  En la imagen, retirada de las tropas visigodas en la batalla de Guadalete.


Posteriormente a la batalla de Guadalete,  pese a la insistencia de los hijos de Witiza de recuperar el trono, Tariq, debido a la facilidad de la victoria y a la posibilidad de poder presentarse ante muchos más como libertador que como conquistador, debieron alentar sus pretensiones e impulsarlo a desatender las instrucciones de Musa al confiarle el mando, persiguiendo a los restos del ejército visigodo y propiciando una nueva victoria en Astigi (Écija), mandando un destacamento contra Córdoba y entrando en  la capital, Toledo. No vamos a extendernos aquí sobre el fabuloso tesoro real del que se hizo cargo, incluyendo la famosa mesa de Salomón, a la que parece ser que cortó una pata, y por la que fue doblemente reprendido por Musa, pero éste, al contemplar el fabuloso botín, calmó los ánimos no pasando a mayores con su lugarteniente.

Si los partidarios de Witiza (Agila II) podrían tener alguna esperanza de ser restituidos en el trono, ésta acabó desmoronándose al ver que Musa se instalaba en Toledo como un auténtico soberano, enviando al Califa Al-Walid una embajada ratificándole su sumisión con la del territorio conquistado, y acuñando moneda. Triste final para un triste principio. La población hispano-romana, impasible ante los primeros acontecimientos de la invasión, empezó entonces un camino que duraría ocho siglos en recorrer, un camino en muchas ocasiones bañado de sangre, terror y muerte, pero también de pasión y gloria para un pueblo demasiado acostumbrado a sufrir.

Aquí hay un documento en PDF, sobre diversas crónicas de los hechos que dieron origen a la invasión musulmana en España.

http://www.alqantir.com/10.pdf


Aingeru Daóiz Velarde.-

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