viernes, 15 de julio de 2022

EL EPITAFIO DE JEANNE HÉBUTERNE

 

EL EPITAFIO DE JEANNE HÉBUTERNE

 Jeanne Hébuterne fue la modelo, musa y amante de Amadeo Modigliani,  y la representó hasta la saciedad a lo largo de su carrera artística,   ya que la pintaba continuamente, pero el dato que pasa escondido tras el oscuro y cruel velo de la displicencia, es que Hébuterne, era también pintora, y su obra, aunque exigua y desconocida, deja su legado en el mundo del arte con significado al expresionismo, y de reconocido talento para el dibujo.

Hermana del pintor André Hébuterne, la joven Jeanne conoció a Modigliani en la Académie Colarossi, donde el pintor acudía a menudo para aprovechar a los modelos en vivo.  Conoció a Amedeo Modigliani a través de una amiga común, la escultora Chana Orloff quien acudía a la Academia, como muchos otros artistas profesionales, para aprovechar también la presencia de modelos, y allí, surgió el amor y la bohemia, pues casi de inmediato, la arrastró para llevársela a vivir a su miserable casa en la rue de la Grande-Chaumière. Se convirtieron en los amantes de Montparnasse en aquellos principios de un cambiante y frenético  siglo XX, donde todos los ávidos artistas del hambre y la bohemia de un París, la miraban con pasionales ojos, puesto que Jeanne era bellísima, una joven amable, lánguida,  tímida, tranquila y delicada, sensible e inteligente,  diferente a las mujeres de su época, vestía de forma también diferente, adoraba la música, tocaba el violín,  creaba diseños de ropa con influencias orientales, y se peinaba su pelo pelirrojo caoba en gruesas trenzas al estilo de las princesas medievales retratadas por el prerrafaelismo, con unos ojos cautivadores de cristalino y penetrante color azul, que cautivaron y fascinaron, alimentando el calor de la vehemencia.




 Su pintura, por su parte, era fresca, colorida y de firmes trazos y fue muy apreciada por el círculo de artistas de la época, pero quedó eclipsada para ceder ante el protagonismo de su cónyuge. Ella, que tenía un talento considerado, tuvo que abandonar su capacidad para rendir sumisión a su compañero de vida, amor, desamor, y tragedia. Jeanne Hébuterne, con 19 años, conoció a Amadeo Modigliani que en ese momento tenía 33 años, y ya por entonces, contaba con una dudosa fama de depravado, alcohólico y extravagante, afamado por aquellas clamorosas borracheras de alcohol y drogas, en el cruce de Montparnasse con el bulevar de Raspail, entre la Coupole, La Rotonde y el Dôme para exhibir su desdicha ante el mundo, aunque algunas veces también lo sacaron borracho dentro de un cubo de basura en un barrio de extrarradio. De hecho, se fue a vivir con Modi, como así se le conocía al pintor, en contra de la aprobación de su familia, que le llegó a cortar la asignación económica.

Modigliani, ejercía un abrumador poder de sugestión sobre las mujeres, a las que desnudaba sus cuerpos a menudo, para retratarlas, a la vez que vaciaba sus almas, para que quedaran subyugadas ante su personalidad, de ahí que sea conocido principalmente por sus largas series de mujeres desnudas recostadas, que nos dan la clave de su adoración por el cuerpo femenino. Entre sus innumerables conquistas se encuentran la poetisa rusa Anna Ajmátova, Freda Marjorie Clarance Lamb, pintora, más conocida como Beppo, Simone Thiroux, Lunia Czechowska, la pintora inglesa Nina Hamnett, la pintora rusa Marie Vassilieff o la escritora inglesa Beatrice Hasting, con la que mantuvo una tempestuosa relación durante dos años, una chica excéntrica y seductora, quien además, fue la que inició a Modigliani en el hachís y en las experiencias sensoriales fuera de toda medida, pero él no le iba a la zaga, y a la cual dejó para seducir a su nueva amante, la joven Jeanne Hébuterne.




La obsesión pictórica de Modigliani por Jeanne era casi compulsiva, ya que la representó en más de veinte ocasiones, ella, por el contrario, abandonó casi por completo su incipiente y prometedora carrera como artista, para caer en la vorágine de aquel París de la bohemia, desde Montparnasse hasta Montmartre, los cabarés, las viñas, las canciones en las calles y los pintores de la plaza del Tertre, los burdeles del barrio rojo, el alcohol, el opio, el hachís, forasteros ladrones, mendigos artistas, pícaros callejeros, prostitutas modelos, modestas lavanderas, vendedores callejeros, costureras, buscavidas, sueños cumplidos y por cumplir, ilusiones rotas, para dedicarse a tratar de sobrevivir, en mitad de la vida nocturna Modigliani. Probablemente permanecer con su amor fue la peor decisión de su vida. Entre borracheras, hambre, enfermedades románticas, celos e infidelidades, Hébuterne soportó de todo, tanto, que quedó finalmente embarazada por primera vez, para caer en la culminación del más triste de los designios.

La pareja se mudó a Niza, en la prometedora Riviera francesa, después de que a él le clausuraran su primera exposición debido a los numerosos retratos de desnudos, y donde según el marchante de Modigliani, residía una comunidad de ricos aficionados al arte que apreciarían su pintura. Modigliani fue sobre todo amado por mujeres y protegido por sus amigos. Cuando la familia de Jeanne y sus primeros, únicos y fieles coleccionistas de sus cuadros, Paul Guillaume y Zboroswski, supieron que su amante estaba embarazada, tratando de rescatar al artista de aquel circuito diabólico de Montparnasse. En noviembre de 1918, en una clínica obstétrica de Niza, donde también trataban de superar la avanzada tuberculosis de Modigliani, Jeanne trajo al mundo una niña a la que dio su mismo nombre. La pequeña fue entregada al nacer a una institución, para asegurarle unos cuidados que sus padres no podían darle, porque de nuevo, una vez más, aparecieron los demonios de Modigliani, el alcohol y las drogas, y su retorno a París, la precaria situación económica que atravesaban, prácticamente asfixiados por las deudas y viviendo en un cuartucho húmedo y frío, hizo todo mucho más insostenible, apenas tenían para comer.  Por si fuera poco, Modigliani había ocultado la tuberculosis que padecía a prácticamente todos sus conocidos. Esta enfermedad era la principal causa de muerte en Francia en la primera mitad del siglo XX. No existía cura y quienes la padecían eran temidos, marginados y compadecidos.




Jeanne Hébuterne, había nacido un 6 de abril de 1898 en Meaux, Seine-et-Marne, en Francia. Venía de una familia de ambiente católico, sencilla y austera, y sus dotes de pintura asomaron bien temprano, así lo vio también su hermano André, de la que ella, quería seguir sus pasos como artista, y el cual la presentó a la comunidad artística de aquel Montparnasse de las ilusiones y la oportunidad, donde llegó a conocer a algunos artistas de los cuales aprendió, y para los cuales, llegó incluso a posar, pero se cruzó en su vida el pintor maldito, maldito no ya sólo por su terrible enfermedad, sino por su conciencia, una conciencia a la que no supo escuchar, apagando sus voces con las miserias del alcohol, para acabar de emborronar el lienzo de su tragedia con el turbio color de las drogas, y la placentera fuga a ninguna parte, en busca del sexo como aperitivo carnal de lo que luego, intentaba ilustrar en sus cuadros. Nada más llegar a París, tuvo una segunda relación con otra mujer, ante el silencio amargo de Jeanne, que se quedó de nuevo embarazada, entre espasmos sanguinolentos, el ruido cristalino de vasos de taberna, miserias y el canto embriagado de un mundo que la vio pasar, sin ni siquiera atreverse a advertir no ya su talento, sino del peligro de caerse en un pozo del que jamás podría salir.

 De Jeanne Hébuterne, dicen los entendidos, que nada tiene que envidiar al arte de Modigliani, aunque por supuesto sus cuadros quedaron eclipsados por los de su amante, y hoy son reconocidos y cotizados a precios altísimos. La obra de Jeanne Hébuterne, cuentan los analistas que es de estilos diversos que desde el posimpresionismo de Cezanne al expresionismo, o al puro realismo, incluso en algunos se ve la sombra del propio Modigliani, de quien son característicos sus cuellos alargados. Suponemos que, de haber seguido su camino, es posible que hubiera podido brillar con luz propia en un mundo de oscuridad para la mujer, como lo ha sido para otras mujeres tanto en la pintura, como en la escultura, como en la triste realidad de la propia sociedad, pero Jeanne pagó un precio demasiado alto, sumida en su propio delirio de inconsciencia, y perdida en la más absoluta desesperación. No podríamos juzgar si en realidad fue un amor desmedido, pero podemos ver los rasgos de un lienzo en el que queda claramente visible la angustiosa imagen de una vida, que discurrió por un camino que la condujo desde la inmolación de su propio sueño como artista, pasando por la abnegación y el sometimiento a la figura de Amadeo Modigliani, hasta la tortuosa destrucción de la relación que pretendía soñar a través de los vidrios tras los que se escondía su ilusión, para culminar al final con el mito de un inexistente amor romántico, la considerable depresión, la enajenación por la desesperación, y el suicidio más cruel, como telón de fondo de un drama, o mejor dicho, una tragedia, en su máxima expresión.



En enero de 1920 Modigliani yacía inmóvil en su cama, debido a su grave enfermedad, aferrándose con poca esperanza a los últimos momentos de vida. Jeanne permanecía a su lado, embarazada de ocho meses del segundo hijo de la pareja, y llegó a retratarlo, como en un vano intento de hacerle permanecer. Finalmente, Modigliani muere el 24 de enero de 1920 a los 35 años de edad.




Su amigo y vecino, el pintor chileno Manuel Ortiz de Zárate, extrañado de no saber de ellos en unos días, fue el que les descubrió en su lúgubre apartamento en el que los amantes llevaban varios días sobreviviendo a base de latas de sardinas e incontables botellas de vino. Desgraciadamente para Modigliani era demasiado tarde. Le trasladaron al hospital, donde murió esa misma noche debido a una meningitis tuberculosa.

Jeanne, a punto de traer al mundo a su segundo hijo, estaba vacía, incompleta sin el amor de su vida. Sus padres de la llevaron a su casa, pero ella sentía que ya no pertenecía a este mundo. La misma noche que llegó, sobre las cuatro de la madrugada, mientras sus padres conversaban con su hermano sobre el futuro de Jeanne y sus hijos, ella se arrojó por la ventana del apartamento, en un quinto piso. Tenía apenas 22 años. Su familia culpó de su fallecimiento a Modigliani y no quiso enterrarla junto a él. Pero casi diez años después, en 1930, gracias al esfuerzo del hermano mayor del pintor, se convenció a la familia para que los restos de Jeanne reposaran junto a los de Modigliani en el cementerio Père Lachaise. El epitafio de él reza “Llamado por la muerte cuando había llegado a la gloria”, en la de ella se lee “Compañera devota hasta el sacrificio extremo”.

 Y es que Modigliani fue enterrado casi como un príncipe, tras un cortejo fúnebre formado por toda la comunidad de artistas que acompañaron el féretro por las calles de París hasta llegar al cementerio. pintores, músicos, poetas, actores, antiguas amantes, acompañaron al artista.   Ella, sin embargo, fue enterrada en secreto, en la más absoluta vergüenza y en la más estricta intimidad, en el cementerio de Bagneux. En un principio, parece ser que ni sus propios padres quisieron hacerse cargo del cadáver de su hija, y del nieto que llevaba en sus entrañas. Tras el suicidio de Jeanne Hébuterne, el poeta polaco Léopold Zborowsky, que ayudó económicamente a la pareja, escribió: "Su compañera, la pobrecita, no le ha sobrevivido, el día después de su muerte, a las cuatro de la mañana, se ha tirado por la ventana del quinto piso de la casa de sus padres, y se mató".




 Un día de invierno en París, bajo una lluvia de triste frialdad, ni la desolación se atreve a asomar su doliente sombra. Un lienzo queda incompleto, abandonado en un rincón del olvido, en un sombrío y frío estudio de la Rue la Grande Chaumière, donde un desecho catre, una mesa coja, tres sillas y un escuadrón de botellas de vino vacías, son testigos mudos del lastre que deja a los pies de la fosa los restos sempiternos de la última derrota. Apenas una docena de sombras aguantan el tiempo mínimamente necesario para que, tras apenas un leve y triste responso, cubran de tierra el sueño roto en añicos, aplastado contra la dureza del suelo de la displicencia. Un corazón menudo, no nacido, y otro quizás ciego, quizás devoto hasta su última consecuencia, yacen soterrados ante la nebulosa bruma de la indiferencia. Una lágrima rebelde, insurrecta ante la impotente imperturbabilidad, resbala por el rostro de una madre silenciosa, confundida entre las gotas de lluvia que le abren paso para yacer en el suelo de la sinrazón, y regar la semilla de la conciencia.  Al tiempo, mientras unas pocas paladas de tierra mojada se estrellan con su cruel ruido contra el féretro de la tragedia en el fondo, los puños cerrados con fuerza del padre, son portadores de la última sentencia dictada por el corazón. Ya nunca conciliará en paz el sueño, ni su alma descansará jamás.

 

Aingeru Daóiz Velarde.-


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