domingo, 15 de agosto de 2021

LA DAMA DORADA

LA DAMA DORADA.

Cuenta una historia puesto el sol en la media tarde, donde al tiempo de sonar los clarines, una mirada que arrebata los corazones tienta a la suerte de la muleta, al ponerse con arte delante de un toro, y limar sus asperezas, dando cuenta de la vida y hazañas de las bravas y nobles damas que durante ya casi dos siglos, vienen contando la historia en femenino singular, tradicional, romántico e incomparable mundo de una historia que no es otra que la mujer en el arte, y en la moda del ruedo, y a la vez, en la muerte o el triunfo desde el mismo toreo, el tradicional rejoneo, ganadera, y en las más, esposa y madre de toreros...Deja su impronta en el ruedo, venteando seis verónicas seguidas sujetando el capote antiguo con la firmeza de dos manos paridas al tiempo que el bramido de un becerro ve por primera vez la luz del sol al amanecer, en un quite que recibe al toro de la casta de Costillares, en el lance más antiguo descrito en la carta de torear que Pepe Hillo dejara grabado a sangre y fuego en sus tauromaquias, flequillo de mujer suelto al viento, peinada con larga trenza recogida, con la suerte de frente, y una mirada de ojos negros que retienen el suspiro de la pasión.





El bravo pasa de largo, se detiene, se revuelve, y mira desconcertado el plante de la dama dorada, que mira de frente citando con la cabeza, mentón de la barbilla hacia arriba, clamando con un eh otras tres, avanzando la pierna diestra con fuerza y firmeza hacia adelante, chula, compuesta, impasible, provocadora y dispuesta a la vida y la muerte en la embestida, sosteniendo enseguida el capote con ambas manos a la altura del pecho, con chicuelinas, recogiendo seguido por abajo, y envolviéndose en el trapo, como si se adornara a la vez en un traje de seda al estilo de un palabra de honor.

El hijo de Islero que arrebatara la vida a Manolete, se revuelve con despecho, y arrastra la pata en la arena del ruedo, advirtiendo la amenaza de fuerza y bravura, que sólo un Miura es capaz de crear en su sombra. Medio millar de kilos de furia de negro color, estrapelao y bragao, olfatea y ruge a la agonía y la muerte en el ruedo, cortando el silencio y arremetiendo de nuevo con la furia de los pitones a media altura, al tiempo que la dama de oro lo recibe  esta vez, tentando a la suerte con unas gaoneras, de espaldas al animal, ojos abiertos al tendido que observa espantado el atrevimiento, dejando la mayor parte del vuelo a la derecha, levantando el capote al paso del astado y dando rápidamente medio giro hacia el lado opuesto de la embestida, acariciando con suavidad el lomo del animal, que levanta la cara horadando el cálido viento, absorbiendo a su paso el perfume a jazmín de la pasión, vestida de luces.




 De seguido, la Dama Dorada, se da cuenta que ha recibido un roto en el traje de luces, a la altura del muslo, sin herida ninguna, asomando la piel morena, y recibe inmediato al bravo con lances alternos de larga cambiada con el extremo del capote, con lagartijeras, dando muestras de tacto y arte, sin perder la vista al animal, que la sigue, la roza, casi la acaricia con la suavidad aterciopelada de piel con la piel, en un juego de lances de baile, movimientos alternos precisos, sofoco, deseo y susurro, y el plante del toro, que la mira embelesado, arrima la cara a la arena sin perder de vista a la mujer, que lo cita otra vez, y recibe el nuevo lance con la suerte del quite arriesgado de Delantales, acercando el capote a la cintura al paso del toro, tentadora y valiente, para tentar enseguida a la suerte Navarra, girando en dirección contraria a la embestida del Islero, intercalando de nuevo con tres verónicas y un suspiro ahogado al momento que Cúchares, desde el cielo de los toreros, cierra los ojos para no ver el final.


El roble, bufa con furia, y se revuelve  cegado por el sabor de la piel del muslo que asoma, y de seguido, la dama dorada que lo observa, tapa con la traidora muleta, y lo tienta de nuevo con un eh arrebatador, y lo recibe con una giraldilla con la muleta asida con la mano zurda por detrás, y el otro extremo con la diestra, con la figura inmóvil, girando sobre sí misma lentamente, para alcanzar tres pases seguidos más.

El público revienta en aplauso, y el toro, desconcertado , mira al tendido, y gira la cara para observarla de nuevo. Esta vez, la trenza le cuelga por la parte delantera de su pecho, esbelto, firme, mirada seca, seria, labios entreabiertos…Se da media vuelta con gracia, camina cuatro pasos al centro, y se gira tentando a la suerte con tres pases de trincherilla, rematando con un pase del Desprecio que acaba la tanda.

El bocel Sansón embiste de repente, sin esperarlo, y la Dama Dorada lo recibe sorprendida, pero maestra en la suerte de una arrucina en un pase de muleta montado con prisas con la mano derecha para pasarla de por la espalda con la izquierda citando de nuevo al Isleño, girando al tiempo para vaciar la embestida y tornar su brazo derecho a la posición natural, pero esta vez, le quema el costado, y el astado, se lame la sangre vertida de ella en una herida pequeña, simple, pero suficiente para saber que ahora, el morlaco, a probado no solo el tacto y el olor de su piel, sino el sabor de su sangre, y el duelo, terminará con el trance final, y el recuerdo, o el llanto.





El de Lidia se sabe ganador, el sabor dulce de la sangre de la Dama Dorada, le da fuerza, aspira el perfume de jazmín mezclado con el aroma del sudor, en una mixtura jenízara de locura, pasión, deseo y muerte. Recuerda a Barbudo y a Pepe Hillo, a Antonio Bienvenida y a Conocida, a Navajito indultado, a Pocapena y a Granero llamado a ser el sucesor de Joselito, a Manolete y a su antecesor, aquel otro Isleño negro y bravío de casta, la tragedia de Burlero y el Yiyo en Colmenar, o Bailaor y el Gallo, el rey de los toreros en Talavera, o la que tan bellas canciones inspiró la de Avispado y Paquirri en la cordobesa Pozopblanco, o en ésta, en la que Dios repartirá de nuevo, la misma suerte, a su manera…

La Dama dorada lo cita con una mirada profunda, de fuego, y entra el astado a la Capeína como un remolino de viento y fragancias añorando rozarla de nuevo y sentir el calor de su piel herida, y hacerlo sin rencor por penúltima vez, al aguardo de recibir en el medio camino del empeño a pie. La ve de reojo cambiar el hierro, y la ve de nuevo mirar, con ese brillo en sus ojos, esa mirada que se pierde en los pensamientos escondido, como dice la canción, entre la jara, mirando a la luz de la luna en los espejos del río, los sonidos del agua, la duda en el corazón de la bestia, como una marca de vida, lo hace recelar si de verdad es ganador, o se pierde en la derrota en el fondo de aquella mirada, sin la cual, será incapaz de seguir viviendo en una eterna condena de amor, y de olvido o recuerdo, y acude a la suerte suprema, para entrar en la historia del Cossío, no sin antes reflejar su contemplación con aquella otra oscura y fonda vestida de oro y herida de sangre, aunque sólo sea, por una última vez.


Aingeru Daóiz Velarde.-





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