domingo, 21 de febrero de 2021

PIGMALIÓN Y GALATEA

 

PIGMALIÓN Y GALATEA

En su obra ‘Metamorfosis’, en su libro X,  Ovidio recrea el mito de Pigmalión y Galatea. Esta leyenda habla de un Rey de Chipre, que además de sabio y bondadoso, era un apasionado escultor que buscó durante años una mujer para contraer matrimonio, con una única condición: debía ser la mujer perfecta. Gastaba gran parte de su tiempo en crear hermosas esculturas y a menudo se quedaba hasta tarde trabajando en ellas, lo cual inquietaba a sus súbditos quienes veían como a menudo su rey gastaba su tiempo libre en sus obra sin encontrar tiempo para buscar esposa y así poder traer descendientes. Al no encontrarla, modeló una estatua   que la recreara y fue tan bella que se enamoró perdidamente de ella. Tal era su anhelo hacia la estatua que rogó a los dioses para que la escultura cobrara vida y poder amarla como a una mujer real. Afrodita, al ver la profundidad de su deseo, decidió complacer al escultor y darle vida, convirtiéndose en su amante y compañera.




La historia, sigue de ésta manera...Durante mucho tiempo Pigmalión, el Rey de Chipre, había buscado una esposa cuya belleza correspondiera con su idea de la mujer perfecta. Al fin decidió que no se casaría y dedicaría todo su tiempo y el amor que sentía dentro de sí a la creación de las más hermosas estatuas.

El rey osó enfrentarse al amor al asegurar que no iba a enamorarse de nadie que no fuera perfecto, puesto que no encontraba en ninguna de ellas lo que buscaba, y vivió en soledad durante mucho tiempo. Cansado de la situación en la que estaba, empezó a esculpir una estatua de mujer con rasgos perfectos y hermosos, a la que a menudo hablaba desde los cimientos de su creación, para infundirle el alma que buscaba. Así, realizó la estatua de una joven,  tan perfecta y tan hermosa que se enamoró de ella perdidamente. Soñó que la estatua cobraba vida. El rey se sentía atraído por su propia obra, y no podía dejar de pensar en su amada de marmol piedra, de forma que la trataba con mucho amor y cariño, como si fuese un ser vivo, hablaba con ella todas las noches, la besaba y abrazaba, con mucha atención y mimos cuidaba de su bella creación. La vestía y la desnudaba, la palpaba con sus manos con suavidad de caricia, la imaginaba tierna y delicada, amable y cariñosa,  pero el mármol helado sólo le hacía aumentar más y más el deseo, junto a la  ingrata desesperación, por haberse enamorado  Se había enamorado irremediablemente de aquella estatua, a la que jamás podría sacar el calor de la pasión, y traspasar el umbral del amor en aquel  cuerpo inerte y frío.



En Amatonte, ciudad en la que vivía Pigmalión, en una de las grandes celebraciones en honor a la diosa Afrodita que se celebraba en la isla, Pigmalión suplicó a la diosa que diera vida a su amada estatua. La diosa, que estaba dispuesta a atenderlo, elevó la llama del altar del escultor tres veces más alto que la de otros altares. Pigmalión no entendió la señal y se fue a su casa muy decepcionado. Al regresar a casa, con pasos pesados se adentró en el alboroto de piezas engendradas de la imaginación,  que permanecían en resguardo hasta encontrar una galería más decente que decorar. Su obra maestra estaba en el centro del estudio, soberbia y magnífica, Pigmalión no encontraba falla alguna en la mujer que había raspado de las entrañas de la piedra, y la contempló durante horas...era su amor imposible, su amor platónico diría, su deseo más allá de la vida y la muerte, una escultura de la diosa Afrodita, a la que llamó Galatea. En un arrebato de éxtasis por la perfección de la figura, el escultor se lanzó a besarla. En ese instante, sintió los labios de piedra humedecerse, y el peso del material poco a poco se hizo de carne, enamorándose perdidamente de su creador. Afrodita terminó de complacer al rey concediéndole a su amada el don de la fertilidad.





Hay que aclarar un concepto, y es que el relato de Ovidio, refiere a la Diosa Venus, pero la razón es que Ovidio era un poeta romano, y Venus es la diosa del amor en Roma, pero resulta que en Chipre, a quien se venera como Diosa del amor venida de la mitología griega, es Afrodita.


El Efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera a su conducta que esta última tiende a confirmarlas, es decir, según un estudio de Rosenthal y Jacobson en 1968, llamado Efecto Pigmalión, si tratas a una persona no como lo que es, sino como lo que podría llegar a ser, probablemente esa persona mejorará más favorecido por ese efecto.




Por otro lado, de este mito también surge el Efecto Galatea el cual plantea que cuanto más convencidos estemos de nuestra capacidad para alcanzar una meta, más probable será que la logremos. Lo interesante de esta conducta es que opera a nivel interno y externo: es decir, que se proyecta a otros. Si estamos convencidos de que somos capaces, es más probable que alimentemos esa actitud en los demás y viceversa.


La ciencia actual (ciencia cuántica) sugiere la existencia de muchos futuros posibles para cada momento de nuestra vida. Cada futuro se encuentra en un estado latente hasta que lo despertamos gracias a las elecciones que realizamos en el presente.

Con todo lo visto podemos decir que cuantas más personas pongan su atención en una realidad concreta más posibilidades de que se materialice existen. Si creemos firmemente que algo ocurrirá, hay muchas posibilidades de que ocurra.

El efecto Pigmalión y el efecto Galatea nos pueden apoderar o nos pueden limitar, según sea la creencia en la que se basen. Así, estos efectos se consideran positivos cuando la creencia nos motiva y apodera para alcanzar nuestras metas. Estos mismos efectos se consideran negativos, cuando nos limitan y nos alejan de nuestros objetivos.




Pigmalión y Galatea, es más que una historia de amor, es sin duda, la culminación de un deseo, de una caricia del destino, que surge desde el más allá de los sueños, esperando que se haga realidad con el poder de las palabras dichas al mismo tiempo que late el corazón en deseo febril, en un estado de perfecta sincronía entre la avidez y la realidad, más allá de una cuarta dimensión que no logramos entender allende la fantasía de jugar a imaginar. La profecía, se encuentra en ese rincón apartado entre el espacio tiempo, donde la diferencia de edad no importa, ni la del tiempo nacido altera el sentido del sentimiento, donde no se permite ser una poesía no escrita ni recitada, ni una escultura sin terminar, una sinfonía inacabada, ni un óleo inconcluso, o una frase de un te amo sin sentimiento, o lo que es peor, una sonrisa que se pierde para siempre en el anhelo de la imaginación, en un abrazo en la distancia de un secreto, cuyo camino concluye tras el trayecto de los pasos de la sinrazón, o un te quiero en los labios sin pronunciar, en una frase escrita con el calor de una lágrima, cuya tinta indeleble es imposible de olvidar. De la magia de dos manos, un martillo y un cincel, despierta de  la  blanca piedra una mujer dormida en el lecho de la fantasía y la intensidad de la obsesión, pues, habiendo nacido rey, nada le quedaba por alcanzar si no el más puro de los sentimientos provenientes de su propia creación, o lo que es más, de su misma conciencia, pues nadie había a su alrededor para decirle que no podía hacerlo.

Aingeru Daóiz Velarde.-










7 comentarios:

  1. Yo apuesto más por el calor humano, pero me ha gustado mucho. Enhorabuena por sus relatos, me parecen geniales
    Un saludo

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    1. Tiene usted razón, yo también. Muchísimas gracias por su comentario, de verdad que me alegra el que le haya gustado, y gracias también por seguir mis relatos que, por cierto, también están inspirados en el calor humano.

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  2. Muy bello...
    Y nadie sabe cuántos Piggmalións hay en este mundo que, por mucho que lo desearon, nunca alcanzaron su Galatea !!!

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    1. Muchas gracias, muy amable. Sí, tiene usted razón, desde luego que habrá muchos, pero esa es una de las circunstancia de esta vida.

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  4. Precioso, Ainguro, como siempre, lo has bordado.
    Algunas veces caen en nuestras manos relatos que parecen destinados tí, y cuando más lo notamos es precisamente cuando estamos atravesando nuestras horas más bajas.
    Este es uno de esos momentos. Un instante en que lees un relato que te cae tan cerquita y te llega tan adentro, que acaba por arañarte el alma.
    Porque dentro de nuestro ser todos llevamos ese escultor que a lo largo de su vida encuentra y se enamora de esa obra perfecta, de ese amor imposible que desea con todos los sentidos, pero que sabe que, al contrario que Pigmalion, nunca alcanzará su Galatea.

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