lunes, 29 de junio de 2015

TORQUEMADA Y LA INQUISICIÓN. EL FLAGELO DE ABRAHAM.






TORQUEMADA Y LA INQUISICIÓN. EL FLAGELO DE ABRAHAM.





INTRODUCCIÓN.





En estos Recuerdos de la Historia, nos encontramos de frente con uno de los personajes más introvertidos de la Historia, que ha sido ensalzado por unos, y por otros odiado y cubierto de ignominia, pero desconocido por todos, pese a una figura ilustre en compañía de una fama de azote de herejes, o cruel personalidad que lo acompaña sin tregua, en el recorrido de la Historia inmortal que, a falta de una biografía completa, nos conduzca al quebranto de dar palos de ciego en la selva del desconocimiento, y cómo no, a ser acusados por el Santo tribunal de la libre opinión de demasiada pasión y apasionamiento que de veraz realidad, de una figura de sombra alargada y oscura que supera con creces esa misma realidad. Nos referimos, a Fray Tomás de Torquemada.








A pesar de contar con una actividad pública densa a partir de su promoción desde el Priorato del Convento de Santa Cruz de Segovia a nada más y nada menos que confesor de los Reyes Católicos e Inquisidor General, y haber sido de forma permanente motivo de atención para los historiadores de todos los tiempos, llama la atención que no hayamos encontrado una biografía personal y completa del mismo, para poder acercarnos a un estudio con la intención de valorar la enorme magnitud de una personalidad tan discutida como la suya, a excepción de la Crónica de la Orden de Predicadores que otro dominico como nuestro protagonista, de nombre Fray Juan de la Cruz, publicara en Lisboa en 1567 sobre su orden. 


Su realidad histórica, se ha visto sepultada de opiniones y juicios diversos envueltos en la aureola de Leyendas negras y de otros colores sobre la Inquisición, y sobre la propia España, traspasando las fronteras para hacerse universal sobre todo, a partir de que el romanticismo literario comenzase a dar la imagen de inquisidores crueles pintados en oscuros habitáculos rasgando sus plumas a la luz de un candil sobre vetustos papeles acompañando a la escena la imagen doliente de una doncella a medio vestir y con la faz descompuesta por el miedo y el suplicio, ante la fría mirada del Inquisidor General, cuyo brazo acusador se extiende a la vez que la cavernosa voz de su pregunta cae como la fría losa de un sepulcro anticipando la sentencia fatal del Santo Oficio.






En el presente artículo, no se pretende dar un juicio sobre el papel de la Inquisición, puesto que el postularse a uno u otro lado, podría a buen seguro dar una imagen difícil de salvar ante el lector paciente que aguanta estoicamente los tediosos artículos del que suscribe, pues la intención es otra bien distinta, y en ello trabajamos aquí intentando dar no ya sólo una opinión entre líneas de detractores sistemáticos del Tribunal inquisitorial ajenos a la fe católica, si no de católicos sinceros que cuanto menos, no están del todo de acuerdo con algunos de los procedimientos inquisitoriales así como con las derivaciones de los mismos y sus consecuencias, por lo que no pecaremos si al preguntar sobre la necesidad en su época y momento histórico fue realmente necesaria la Inquisición, y la figura de quien lleva su leyenda acuñada a ella como si de un escudo heráldico se tratara, Fray Tomás de Torquemada, ya que al hablar de Inquisición, es el primero de los nombres que sin pensarlo, vienen a la mente, pese a que ha habido otros muchos después de él, e incluso antes, pero Torquemada es el Gran Inquisidor por antonomasia, del que sólo novelistas certeros han hablado de él, aunque sin profundizar demasiado o llegar a las últimas consecuencias sobre su vida, sin soslayarse a la de otros grandes inquisidores como el cardenal Cisneros, este último de los más conocidos también, o incluso otros de carácter más burocrático como el cardenal y obispo de Sigüenza Diego de Espinosa Arévalo, o don Fernando Niño de Guevara cuya temible imagen fue acto de vandalismo en un cuadro pintado por El Greco, o el propio sobrino nieto del Cardenal Cisneros, Antonio Zapata y Cisneros, también conocido como Antonio Zapata y Mendoza, imágenes que a la postre, nos dibujan la figura de un gran Inquisidor recorriendo las calles departiendo con canónigos y letrados, con caballeros e hidalgos, con gentes humildes, una figura con una personalidad propia adquirida como dogma de fe y sumida al empleo de funcionario imparcial.


Se asocia a los dominicos de forma directa con la Inquisición, y debemos recordar en este sentido que hubo seis Inquisidores Generales dominicos: Tomás de Torquemada, Diego de Deza, García de Loaysa, Luis Aliaga, Antonio de Sotomayor y Juan Tomás de Rocaberti, pues es de sobra conocida la vinculación de los dominicos con la defensa de la “Verdad”. Pero hay que decir también que los dominicos no eran los agentes principales ni de la institución ni de su mecanismo procesal, pero Torquemada era algo más, la imagen pura de un carácter recto hasta romper el molde del razonamiento, como si la vida pasara ante él obligada a rendirle tributo, cuyos pasos sonaban al eco de un corazón asfixiado y acelerado ante su proximidad, con la voz profunda que hace desdibujar la sonrisa inocente de la felicidad, ante el terror aplastante de una sentencia con pena de vida en los infiernos para la eternidad, o lo que es peor, el suplicio alentado por una bofetada en el alma de la misericordia.


LA INQUISICIÓN COMO ARMA POLÍTICA 


En España y en las provincias españolas de América que se mantuvieron fieles a la metrópoli, la abolición de la Inquisición en 1834, el papel de Torquemada y de todos aquéllos que de una u otra manera sirvieron al Santo Oficio, se convirtió en arma arrojadiza entre las opiniones conservadoras y el liberalismo más reaccionario, y así lo argumentaba Larra en su artículo “El día de difuntos de 1836”: “Aquí yace la Inquisición, hija de la fe y del fanatismo: murió de vejez”.



Mientras que por un lado, se hacía una defensa, en algunas ocasiones encendida, de la moralidad de los tribunales de justicia, bien por la calidad de sus magistrados, por la rectitud de las sentencias y la prontitud de los juicios, la historiografía del liberalismo decimonónico llena legajos blancos con negras tintas cargadas de proclamas y acusaciones en contra de las cualidades de la Inquisición sobre la falta de cualificación y arbitrariedad de sus sentencias, con un retrato en blanco y negro más parecido a los dibujos de Theodor Bry que a una velada y total realidad, dando a entender que la Inquisición era la única alternativa para individuos inútiles formados en los colegios mayores castellanos, encontrándonos con una especie de potaje literario del Romanticismo cuya prosa da el condimento necesario para forzar al paladar falto de sustancia en probar el sabor y llenar el estómago con la prisa necesaria en satisfacer el hastiado apetito del interés sin dar espacio a la prudencia. 


Ninguna de las dos opiniones es del todo cierta, ya que se dieron muchos casos en los que, como era de costumbre, la acción fiscal pedía siempre de oficio la pena más dura, es decir, la muerte por hoguera al principio, o la horca y garrote después, y la defensa, que se limitaba a asesorar en un principio sobre el consejo de confesar las culpas lo más rápidamente posible alegando atenuantes o incluso haciendo una refutación de cargos fiscales, también es cierto que las mismas calidades que se pedían para la magistratura civil, se pedían para la Inquisitorial, es decir, sobriedad, modestia, paciencia, mansedumbre, diligencia, clemencia y culto acérrimo a la justicia, pero también obcecación convertida en una enfermiza obsesión, más allá de lo racional, de lo real, de lo lógico que traspasa la linde de lo inhumano degenerando en lo absurdo, pues se dieron casos en los que se desenterraban los huesos de algún difunto para, tras el sumario juicio y sentencia de hoguera, ser quemados en un acto de fe sin sentido en el que la idea de la muerte quedaba en un plano inferior al despropósito de la llama, que no sólo quema los restos, si no también las almas.





Ante estas dos visiones, no es menos cierto que hubo casos de depravación judicial, pero también los hubo de justicia cierta, más o menos como en la actualidad, lo que verdaderamente cambia, son las formas de llegar a una cierta confesión mediante el suplicio en casos más oscuros, concluyendo que los herejes que fueron castigados con total firmeza, fueron los protestantes convictos y los pertinaces en mantenerse en la Ley de Moisés después de bautizados, pero no debemos obviar un dato muy importante que a menudo, se pasa por alto, que es las circunstancias de la época que tratamos, con una España que pugnaba por salir de la barbarie islámica y que recordaba aún las pirámides de cabezas decapitadas a la salida de un pueblo cualquiera, y desde luego, el entendimiento del falso mito de la convivencia entre las tres culturas, árabe, cristiana y judía, y pruebas, hay de sobra para llenar páginas de libros enteros.


Hay que recordar que la judía, era la comunidad mas culta de la península y que la educación y la riqueza de un buen número de sus miembros les permitieron colocarse entre la élites gobernantes de los reinos taifas, como ejemplo sirvan los de Samuel ben Nagrela o su propio hijo Yosef, y además, los judíos fueron embajadores ante los monarcas cristianos, y otro dato que tampoco debemos olvidar es que esa actitud de insistente rechazo antijudío induce a los musulmanes, incluso una vez perdido el poder, a querer salvaguardarse de cualquier preeminencia de hebreos sobre ellos, por lo cual se cuidan de incluir una cláusula en las Capitulaciones de Santa Fe entre Boabdil y los Reyes Católicos que les ponga a cubierto de tal eventualidad “Que no permitirán sus altezas que los judíos tengan facultad ni mando sobre los moros ni sean recaudadores de ninguna renta”. 






No quisiéramos pasar de largo en este capítulo uno de los principios fundamentales del procedimiento inquisitorial, el secreto. La prevalencia de la eficacia en la defensa de la fe, la salvaguarda de la integridad de sus colaboradores, la protección de la honra de acusados y testigos, así como la preservación de la imagen institucional del Santo Oficio, determinan la consolidación del secreto, por encima de los inconvenientes aparejados para el derecho de defensa. Las exigencias de discreción que distinguen entre las causas de fe y las que no lo son, pasando por las informaciones de limpieza o la custodia de los papeles, hasta llegar a la conducta pública y la vida privada de ministros y oficiales del Santo Oficio, hacen del secreto el arma y el alma de la Inquisición española de un modo absoluto y radical como norma de decisión del Santo Oficio constituyéndose como pauta de poder, un sigilo total y absoluto en las actuaciones que sin duda, ha actuado como ingrediente principal de su leyenda negra, un mutismo crudo y cruel que solivianta el ánimo hasta la desesperación más absoluta en un sin vivir a veces como si de una novela kafkiana se tratara, más allá de los límites que la misericordia humana raya en la frontera entre la coherencia y la irreflexión.


LOS INICIOS DEL ODIO

Cabría explicar un poco en consecuencia el odio y la animadversión hacia el pueblo judío recordando que en un principio la invasión musulmana en España fue recibida por los judíos como una fuerza liberadora ya que generaron condiciones favorables para los judíos con una total libertad para practicar su religión y ganar posiciones altas en la sociedad, con un notable desarrollo de las comunidades judías plasmadas en las aljamas que se administran de forma autónoma.


Con la implantación del estudio del Talmud en la Península se llega a la culminación del momento de grandeza del judaísmo en la España musulmana en el siglo X, e incluso en el Corán se muestran posturas favorables hacia las gentes del Pueblo del Libro, como se les conocía, al igual que pasaba con los cristianos, aunque en menor medida, pero los judíos, vistos en un principio como correligionarios por los musulmanes, rechazan la religión musulmana y a Mahoma como profeta y son desechados como infieles aunque en un ambiente moderado que únicamente les obligaba a pagar impuestos, pero el ambiente empieza a enrarecerse pronto y se plasma con el aumento de la salida de al-Andalus durante los siglos X y XI debido a la presión que sufren los reinos taifas por los cristianos sumándose a todo esto la política de tolerancia abierta por Alfonso VI que tuvo como consecuencia la participación de numerosos judíos en la administración del reino concluyendo que la historia de los judíos en la península esta aliada estrechamente con el poder político sobre todo por los vínculos económicos y profesionales ya que únicamente trabajaban en la agricultura en casos excepcionales al igual que en el ganado, pero era muy raro, ya que en su ocupación predominaba la artesanía unida con el textil, manufactura de cuero y metal, y una gran parte de ellos se dedicaba al comercio de dinero y ejercieron de administradores, algunos de ellos aun funcionaron como intermediarios de los intereses reales, sin olvidar que un importante grupo de judíos que se establecieron en profesiones libres, ante todo en medicina. De este grupo provinieron médicos judíos que cuidaban de los cristianos y también del rey, a pesar de prohibiciones legislativas.


La aristocracia y monarquía prefería a los judíos o los conversos dándose la circunstancia de que reyes, nobles y jerarcas de la Iglesia recibían de los judíos acomodados el dinero que necesitaban para campañas militares y otros fines y a cambio de ese dinero adelantado aquellos poderosos hebreos compraban el derecho a cobrar sus tributos (usuras) y con su producto se satisficieron. Pero esa ventaja económica llevaba consigo su parte negativa ya que para la mayor parte del pueblo era el judío el quien le cobraba los impuestos, quien le causaba la mengua económica y quien representaba el desagradable oficio del que tanto los reyes como los nobles se habían librado, pero la situación empieza a cambiar de forma drástica cuyo inicio fue la expulsión de judíos de los países europeos como Inglaterra en 1290 y Francia en 1306 que se fue oscureciendo llegando incluso a culparles de la epidemia de Peste Negra en una especie de conspiración judía de la cual se decía que envenenaban los pozos, pese a que a causa del contagio murieron judíos también en masa.

Todo eso creo una atmosfera de animadversión hacia la comunidad hebrea, atmosfera en la que ya eran discriminados todos sin diferencia, por el simple hecho de formar parte de la aljama, con los recelos evidentes hacia los conversos que desde 1391 provocara una conversión masiva debido a toda una serie de ataques hacia las juderías hispánicas aunque en muchos casos siguieron practicando secretamente su antigua religión en un fenómeno conocido como criptojudaismo, y llegados a este punto, es menester recordar estos datos para poder comprender no ya los medios, si no más bien los fines.


NACE Y SE HACE EL INQUISIDOR


Tomás de Torquemada Valdespino nació el año 1420, no se sabe a ciencia cierta si en Valladolid o en la villa de Torquemada (comprendida actualmente en la provincia de Palencia), en el mismo seno de una influyente familia de ascendencia judía establecida en Castilla desde hacía siglos y que había decidido convertirse al cristianismo dos generaciones atrás, debido a la creciente presión social de la comunidad hebrea, sobre todo, en el siglo XV del que tratamos, que desembocó en la conversión al Cristianismo de casi la mitad de los 400.000 judíos que habitaban España por aquel entonces, y los hijos de muchos de ellos, acabaron ingresando en el clero, para, de alguna manera más real, demostrar su compromiso con la nueva religión. Sus padres fueron don Pedro Fernández de Torquemada y doña Mencía Ortega. Uno de estos nuevos conversos, fue su tío, el cardenal y teólogo dominico Juan de Torquemada, el cual, había sido confesor de Juan II de Castilla, y se hizo cargo personalmente de la educación de su sobrino, quien profesó en el convento de San Pablo de Valladolid, por lo que nos inclinamos a pensar que posiblemente naciera en esta ciudad.


La ascendencia judía de Torquemada, se desprende del libro “Claros Varones de Castilla”, publicado en 1484, de Fernando o Hernando del Pulgar, quien sirvió como embajador a Enrique IV y a los Reyes Católicos y que la reina doña Isabel lo elevó a la condición de secretario y cronista real, con esta afirmación, cerramos de un plumazo las tesis de determinados librepensadores historiográficos que plantean la duda, pero cabe añadir que no fue el único miembro del Santo Oficio con antecedentes judíos, ya que sobresalen dos de los más importantes colaboradores de la Inquisición que también tuvieron orígenes hebreos, nos referimos a Alonso de Espina, principal autor antijudío de la Península Ibérica en el siglo XV con su libro “Fortalitium Fidei”, y más concretamente el “Liber III” del título en el que se dedica a atacar a los judíos de una forma sistemática y rotunda, y otro eclesiástico, Alonso de Cartagena, una de las personalidades más relevantes de la vida política y cultural castellana del siglo XV, nacido en el seno de uno de los más importantes linajes de conversos, con una sólida formación jurídica que se pone al servicio de la institución monárquica, dentro de los altos cuadros de la Administración, lo cual, nos lleva a plantearnos la duda de que de alguna manera quisieran camuflar sus orígenes dando muestras de un rigor extremo ante los conversos, o que ciertamente lo hicieran acorde con su conciencia, en una época histórica cuyo contexto y desarrollo no podemos juzgar a día de hoy sin situarnos en las vicisitudes de aquel ayer.


Del Convento de San Pablo de Valladolid, pasó al Monasterio de la Santa Cruz de Segovia, llegando a ser prior, y donde llegó a imponer el estricto criterio de la regla dominica, con una severa austeridad que caracterizaría su vida y formaba parte esencial de su carácter, con una marcada austeridad alimenticia propia de un hombre entregado a la vida que había elegido, ya que nunca comía carne, y la severidad a la hora de vestirse, ya que no permitía que el fino lino tocase jamás su cuerpo, ni en la ropa de su cama, pues dormía sobre una sencilla tabla, completamente desnudo. 


Nada sabemos de sus padres ni de sus abuelos, pero si llegamos a conocer que la austeridad que marcaba su vida alcanzó a su familia en una hermana pobre a la que no consintió dotar para el matrimonio, limitándose únicamente a concederle una ayuda para que viviera bajo la regla de las beatas de Santo Domingo.


Sobre el Monasterio de la Santa Cruz, digamos que fue el primer convento dominico en España y cuyo origen es la Cueva de Santo Domingo de Guzmán donde se instaló a orillas del río Eresma, el que fuera fundador de la orden de los dominicos creada en el contexto de la denominada Cruzada Albigense para combatir la conocida como herejía de los Cátaros. El citado Convento fue ampliado y embellecido durante la época de Torquemada merced a la fortuna embargada a un mercader judío condenado a la hoguera, pero tiene una larga historia de misterios amén de la cueva que permanece tapiada y de la visita famosa de Santa Teresa de Jesús. Digamos también que el Monasterio contó con el favor de los reyes Católicos. Imagen antigua del Monasterio de la Santa Cruz.






Por mediación de su tío, del que ya hemos hablado antes, estableció contactos con la Corte, y se postuló a favor de la princesa Isabel en las guerras por la sucesión de Enrique IV de Castilla, llamado de forma despectiva como “el impotente”, hermano de padre de la princesa Isabel, la cual disputaría el trono en el conocido como conflicto por la sucesión de Enrique IV de Castilla. En este estado de acontecimientos, y al tomar parte por la Princesa Isabel, Torquemada gozó del favor real, gracias al cual se ocupó de la fundación del Monasterio de Santo Tomás de Ávila en 1479.


Torquemada gozó de numerosas oportunidades y situaciones favorables para obtener beneficios eclesiásticos relevantes, pero no quiso disfrutar de ninguno, y optó por no aceptar ningún tipo de prebenda ni aportación económica optando por hacer llegar las concesiones a sus más allegados colaboradores y las aportaciones económicas a diversos monasterios con los que había tenido relación, aunque sí aceptó, como ya hemos comentado antes, el cargo de confesor real, y posteriormente el de Inquisidor General, por lo que nos permite dilucidar que Torquemada pudo ser un hombre místico, despegado posiblemente de las contingencias de este mundo, muy estricto tanto consigo como con los demás, e incorruptible, pero culpable a la vez de una tentación contra la que no sabía resistirse, la del poder, el mismo poder total y absoluto que le permitiera llevar a cabo un ideal convertido en fanatismo religioso, casi inhumano, terrible, desasosegador. En la imagen el óleo Auto de Fe presidido por Santo Domingo de Guzmán del pintor Pedro Berruguete.






Sobre el primero de los cargos, el de confesor real, ya hemos avanzado antes que gozó del favor de la reina Isabel, la cual le escogió como confesor por su prudencia marcada, rectitud y un halo de santidad de la que gozaba a vista de la época y que se había ganado en fama de sus actos como dogma de rectitud, austeridad, y falta de ambición, aunque esta última podría ser debatible. La reina, a su vez, influyó en el rey para que rindiera su alma y sus pecados en la figura cabizbaja y silenciosa del confesor Torquemada, e incluso tal fue el influjo que despertó con los reyes, que ciertamente hubo celos por el afecto del confesor, y su influencia fue tal, que llegó hasta límites incluso de razón extrema para posponer asuntos de justicia como es el caso de alumbramiento de la reina en el que Torquemada insistió en que se acatará su consejo de no aplazar el despacho porque era cuestión divina, u otros asuntos como el permiso real para determinados actos en días festivos a los que la estricta severidad del confesor hacían mella en la conciencia real, tal era esta, que los reyes se mantenían en un silencio total ante las cada vez más desatadas libertades a la hora de actuar en actos de conciencia de una forma tan aferrada a las buenas intenciones que casi se podría decir que rozaba el fanatismo, siendo una de las pocas personas que se atrevió a amonestar a los reyes, quienes le presentaban un respeto casi convertido en temor. En la imagen siguiente, ilustración de Torquemada y los Reyes Católicos de Stefano Bianchetti.





EL INQUISIDOR GENERAL


Sixto IV fue el Pontífice que instituyó la Inquisición en 1478, aunque más bien se puede decir de alguna manera, que toleró sus actividades hasta un cierto grado, ya que se enfrentó a la misma desaprobando sus abusos, que ciertamente los hubo, pero también vendió indulgencias. Es curiosa la manera y formas de este Papa franciscano de nombre Francesco Della Rovere, de una formación intelectual envidiable, maquinador maquiavélico, con un cinismo más que marcado que casi se podría tildar de despótico y amante de jóvenes muchachos, y muchachas, quien compró por mediación de uno de sus allegados la voluntad del Colegio cardenalicio para que le nombraran Papa.

 La enemistad manifiesta con Lorenzo de Médicis le condujo a llevar a cabo un golpe de Estado en Florencia denominada la Conspiración de los Pazzi, pero fracasó en sus intenciones, con lo cual, pidió ayuda a Fernando el Católico y este se la dio, pero con la condición de que emitiera la bula de 1478 bajo la amenaza de retirarle su apoyo, y no tuvo otro remedio que aceptar que el rey católico nombrara a Torquemada como Inquisidor prescindiendo de la autoridad del Pontífice, así pues, el 1 de noviembre de 1478 el Pontífice, mediante la bula Exigit sincerae devotionis affectus, concedía a los Reyes Católicos el poder de nombrar obispos o sacerdotes seculares o regulares para desempeñar el oficio de inquisidores en las ciudades o diócesis de sus reinos, y así dio comienzo en Castilla un nuevo Santo Oficio con matices muy diferentes y determinantes de carácter moderno alejados de la inquisición medieval, es decir, dio comienzo la inquisición moderna, y en un periodo muy corto de tiempo, los Reyes Católicos hicieron de ésta, uno de los poderes del Estado, aunque a través de las bulas, el Papa se aseguraba al mismo tiempo su posición como depositario de la legitimidad del Santo Oficio como base espiritual de su poder.

 A su vez las bulas también fueron empleadas con el fin de expresar los nombramientos de los inquisidores generales, una de las pocas preeminencias que en teoría consiguió reservarse el pontífice, aunque en la práctica, su designación estaba en manos de los monarcas, y ya en 1482 se concedió otra bula para el territorio comprendido en la Corona de Aragón.


Con el aumento de inquisidores que actuaban en el territorio hispano debido a la creación de un mayor número de tribunales, se hizo necesario el nombramiento o la designación de un Inquisidor General para coordinar las actuaciones del organismo, y en 1483 nombraron para este cargo a fray Tomás de Torquemada, delegando la corona su autoridad en él, un cargo en el que se vio ratificado en 1486 por el papa Sixto IV, y lo cierto, es que se aplicó de forma muy estricta a la tarea de organizar y hacer eficaz la nueva Inquisición.


LAS RAZONES Y EL CELO DE TORQUEMADA


Se nubla la luz de los ojos mientras el desdentado Cerbero, maldito sea su nombre, susurra a la espalda con su apestoso aliento la insolencia que acompaña a un suspiro sepulcral, y da un golpe más a la rueda de la agonía apagando el silencio con los gritos de angustia que la fútil misericordia ha dejado de escuchar. Rememoro los huesos desenterrados del viejo judío, quemados a la luz del día en un vano intento por ejecutar la justicia, y siento la envidia por no sentir el dolor y la zozobra que inunda mi alma mortal mientras el celoso guardián de las puertas del infierno espera su turno, impaciente por dar una vuelta más a la insaciable desesperación. Pregunta de nuevo el enlutado de las dos jorobas, y sus palabras se pierden cada vez más en los ecos del sepulcro fatal, de forma tal, que el terror a seguir sufriendo la vida en martirio, me hacen gritar el confieso mea culpa de haberle pagado las treinta monedas a Judas en la sagrada noche del rito final. El potro, me observa callado enfrente, vacío, desnudo, insensible a la desdicha, ávido a la espera de carne que alimente su noble final, la confesión, y el perdón del fuego en la hoguera letal.


Torquemada daba a conocer su preocupación por el peligro que causaba a la creencia cristiana el ya mencionado criptojudaismo por sus creencias vacilantes, pues, fuera de toda duda, es del todo incomprensible que los descendientes de los forzados conversos resultaran ahora cristianos sin fisura de espíritu, y no eran pocos los que conservaran el recuerdo de su antigua fe volviendo a ella de una manera irregular y contaminada por la cruz de Cristo. Y no es menos cierto, a la vez, que el rigor de Torquemada y sus hombres no se frenó ante ninguna instancia, ni siquiera la real. 

En la imagen, pintura con el título de “Ceremonia secreta en España en la época de la Inquisición”, del artista ruso-judío Moshe Maimon, 1893.





En lo concerniente a la expulsión de los judíos de España en 1.492, hay que decir que fue Torquemada quien siempre y en todo momento dio muestras de su rigor para con los conversos, y fue el que implantó el estatuto de limpieza de sangre en su propio monasterio, el de Santo Tomás de Ávila, persiguiendo la herejía criptojudía con obsesión, es decir, la Inquisición no actuaba sobre los judíos, y esto, es muy importante recordarlo, ya que tan solo actuaba sobre los judeoconversos que mantenían ritos propios del judaísmo.

 El objeto de la Inquisición era corregir los errores de fe en los católicos, es decir combatir la herejía. A pesar de que Fernando e Isabel intervinieron repetidas veces para proteger a los judíos de los abusos, los monarcas fueron convencidos por el inquisidor general Tomás de Torquemada de la necesidad de aislarlos. Después de más de diez años, en los que se comprobó que las expulsiones locales habían fracasado en detener las herejías atribuidas a los conversos, la corona tomó la decisión más radical de todas las aplicadas hasta ese momento: la total expulsión de los judíos. Los reyes, vacilaron algún tiempo acerca de la idea de la total expulsión. La corona perdería las rentas que recibía de una comunidad que le pagaba directamente sus impuestos y que por añadidura había contribuido a financiar la guerra de Granada, pero la expulsión había sido decidida, al parecer por razones puramente religiosas.

 Cuando se conoció la noticia, una delegación de judíos encabezada por Isaac Abravanel (teólogo, comentarista bíblico y empresario judío que estuvo al servicio de los reyes de Portugal, Castilla y Nápoles, así como de la República de Venecia) fue a ver al rey para solicitar la derogación de tal medida. La respuesta fue negativa. En un segundo encuentro le ofrecieron una considerable suma de dinero si reconsideraba la decisión. Se cuenta que cuando Torquemada se enteró de la contraoferta realizada por los judíos, irrumpió en la cámara real, una imagen plasmada en un óleo sobre lienzo del pintor Emilio Sala Francés en 1889.







Torquemada, una vez en la sala de Palacio donde los reyes daban audiencia al comisionado judío, y sacando un Crucifijo de debajo de los hábitos, le presentó exclamando: «Judas Iscariote vendió a su maestro por treinta dineros de plata; Vuestras Altezas le van a vender por treinta mil; aquí está, tomadle y vendedle». Y dicho esto, aquel frenético sacerdote arrojó el Crucifijo sobre la mesa, y se salió. Los reyes, en vez de castigar semejante atrevimiento, o de despreciarle como simple arrebato de un loco, se quedaron aterrados, tal y como se puede observar en el óleo, la cara de la reina es de terror mudo petrificado, y la del rey, todo un semblante de circunstancias, incapaz de salir de su asombro. Torquemada, figura de personalidad aplastante, ni mira a la legación judía, se limita a señalar a los judíos, inclinarse levemente mientras pronuncia sus palabras, y salir tal como ha entrado, ante el pasmo general y el silencio más absoluto de la concurrencia.


Aunque no da lugar en este artículo, no me gustaría pasar de largo, sin dar a conocer un detalle muy importante sobre el cuadro, a modo de anécdota, y es que don José María de Francisco Olmos, académico de número de la Real Academia matritense de Heráldica y Genealogía, apreció en su momento un error de heráldica en el cuadro. Como es bien sabido el Decreto de Expulsión de los Judíos fue firmado en la Alhambra de Granada el 31 de marzo de 1492, dándoles de plazo para salir del territorio hasta el 31 de julio de ese mismo año, aunque al final hubo una prórroga hasta las doce de la noche del 2 de agosto.

Dado que los hechos que aparecen en el cuadro se suceden después de la toma de Granada, la Heráldica presente en el acto es la tradicional del cuartelado que se pueden ver en otros cuadros anteriores, salvo el añadido de la Granada en punta, que de forma inmediata empezó a aparecer en los sellos, reposteros, etc… Ahora bien, si nos fijamos en las figuras de los heraldos que aparecen a los lados del Trono, su tabardo heráldico no tiene el diseño “correcto”, ya que en ellos se aprecia claramente que el segundo cuartel no lleva las armas de Aragón junto a las de Aragón-Sicilia, sino que se aprecia claramente como el lugar correspondiente a Aragón-Sicilia lo ocupan la Cruz de Jerusalén y las Fajas de Hungría, que representan al reino de Nápoles (del que se ha suprimido la referencia a Anjou).

Por tanto este modelo heráldico nos indicaría que los Reyes Católicos serían en este momento (1492) soberanos de Nápoles, lo cual no ocurrió hasta 1503, un año antes de la muerte de la Reina y fecha en que el Rey Fernando empezó a utilizar este nuevo diseño para sus armas. Dicho esto, pido mil disculpas por alargar en demasía el artículo, pero he creído que merece la pena, por lo que volvemos al tema principal diciendo como colofón que la expulsión fue una experiencia traumática, que dejó su huella durante siglos en la mentalidad occidental, aunque no todos se fueron, de echo, sirva como ejemplo el de Abraham Seneor, una de las figuras más destacadas de la comunidad judía castellana durante la Edad Media y, sin duda, la más relevante en toda la historia de la aljama hebrea de Segovia, y uno de los grandes cargos de la hacienda del Reino de Castilla (Almojarife). Además de rabino, fue representante de la Comunidad Judía y banquero, ya que la familia Senior, Senneor o Seneor formaban parte de un importante grupo financiero que hasta fue prestamista de la Corona de Castilla. En la imagen, última página del Edicto de Granada.






FINAL Y MUERTE DE UN INQUISIDOR.


Debido a su personalidad, Torquemada se granjeó la enemistad manifiesta y no manifestada de mucha gente, y temió por su vida, sobre todo, a raíz de ir perdiendo el favor real, cosa que se hizo palpable tras la bula del papa Alejandro VI en 1494 la cual marcó la retirada de Torquemada que justificaba el papa debido a la edad, pero la medida había obedecido a la voluntad papal de poner coto al poder del dominico y de la institución inquisitorial. En la corte, se hablaba sobre aquel fraile severo, rígido y autoritario que quería controlar todo tipo de decisiones, llegando incluso a que la propia reina Isabel se saturara y llegara incluso a manifestar que los reyes querían apartarle de si.


El miedo por su vida, mientras fuera Inquisidor, había llevado a los reyes a proporcionarle un fuerte contingente de agentes del Santo Oficio para acompañarle, se dice que cincuenta a caballos, y un número de hasta doscientos a pie, e incluso por temor a un posible envenenamiento, le llevó a guardar en su mesa el asta de un unicornio (posiblemente un cuerno de rinoceronte) que se suponía que su polvo neutralizaba las ponzoñas venenosas.

Tras perder el favor real, Torquemada se retiró al monasterio de Santo Tomás de Ávila en 1496, aunque todavía seguía ejerciendo sus funciones inquisitoriales pero ya en menor grado, pues su salud también se había resentido, y allí falleció sin saber las causas de su muerte el 20 de septiembre de 1498, posiblemente le sucediera el mismo final que argumentaba Larra para la Inquisición, como al principio hemos argumentado, murió de vejez, aunque no estuviera solo, posiblemente, acompañado por la propia miseria que suele caminar al lado en el tramo final de la vida, a aquellos que suelen enfermar de mal de conciencia. Su labor consistió en convertir lo que era un proyecto político para la religión en un proyecto religioso para la política, pasando los últimos años de su vida intentando recaudar fondos para la que fuera su tumba, una tumba profanada dicen, por la tropas de Napoleón, pero podemos constatar que enemigos, no le faltaron, aún después de su muerte.  En la imagen, escudo del Santo Oficio de la Inquisición.




LA ÚLTIMA VÍCTIMA DE LA SANTA INQUISICIÓN

La beata Dolores, que  arrastra su ceguera desde el San Benito de su juventud, instigada por el dogma quietista de Miguel de Molinos,  espera la muerte que acecha tras las puertas de una celda del Castillo de Triana, silenciosa como siempre, negra como nunca…más de cinco millares de personas sedientas del olor de la carne que arde esperan pacientes en su impaciencia desde las horas que el sol todavía duerme y la luna comienza a bostezar.

El Guadalquivir, se hunde ante el peso del gentío que pugna con los codos para ver el paso de la procesión de la negra Cruz y de blanca figura vestida con sombrero de llamas, subida en el asno que la conduce a la jaula que encierra el vacío de la esperanza, al tiempo que el que predica en nombre del Oratorio de San Felipe Neri, se esfuerza en vano al levantar la voz que dice culminar en la piedad de la Inquisición…el gentío brama en el silencio que el murmullo deja al paso de la procesión enlutada, hasta que la Dolores beata, es metida en su prisión andante hasta el Convento de San Pablo que mañana cambiará su nombre por el de la Parroquia de aquella mujer que con sus manos aferró de rodillas el madero del Salvador y difundió su mensaje, con el inmerecido apellido de la primera cárcel de la Inquisición.

Más de treinta lustros de pergamino dan color a su sentencia mientras su boca es cerrada por la mordaza muda para que la última locura que se traba al espíritu rebelde del condenado sea apagada y evite erizar más la piel del gentío que observa en silencio la condena a la misericordia del fuego…y en el último instante, las lágrimas brotan abrasando a su paso el hielo del Inquisidor, solicitando la confesión para evitar el dolor de la llama en vida, y ser quemada en muerte puesto que ya, apenas todo a dejado de importar.

Después de un largo pertrecho de tiempo donde el tiempo no existe y se convierte en instante de sueño pesado, es conducida Dolores al quemadero del Prado cuyo nombre lleva el de aquel jefe de la Guardia Pretoriana azotado hasta morir, enterrado en la célebre catacumba que conmemora a San Sebastián, donde es entregada al garrote vil, y su cuerpo, quemado durante un tiempo en el que el gentío protesta en silencio desilusionado por no haber visto el encendido espectáculo de la llama en vida, y el atronador grito del dolor de la inocencia muda…la religiosa ciega, se convierte en cenizas por fin, recordada en un instante por un pueblo hostil, y una imagen negra, repugnante y más horrenda que la Vieja Cañizares del “Coloquio de los Perros”, con el indeseado mérito de la última víctima de la Santa Inquisición.







CONCLUSIONES.

Su figura ha quedado asociada a la de un fanático que disfrutaba torturando y quemando a la gente. No obstante, Torquemada estaba considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, un trabajador pulcro y un hombre imposible de sobornar, como ya se ha manifestado, paradigma de la virtud personificada para su época, una época que debemos tener en cuenta a la hora de juzgar, para no caer en el error de emitir un veredicto de culpabilidad sin haber tenido en cuenta ni los tiempos que corrían, ni las formas de aquella sociedad que pugnaba por escapar del Islam tras casi ocho siglos, e intentaba reconstruir lo que la especial política goda había permitido destruir en muy poco tiempo.

Pero tampoco podemos pasar de largo ante la visión de que las practicas de la Inquisición en tiempos de Torquemada hubieran sido sumamente crueles a vista de hoy, como también lo fue a la vista de ayer, desde luego, pero permítaseme revolver una vez más en lo que en tiempo atrás ya quedó patente de forma escrita en testimonios coetáneos acerca de la existencia del criptojudaismo, “marranos”, como que se les llama de forma vulgar, pero esta definición de “marranos”, es más válida para aquellos judíos expulsados de España, que fueron a Portugal o incluso para los propios judíos portugueses, ya que en hebreo prefieren llamar anusím, literalmente “forzados”, o “bnei anusím” (hijos o descendientes de conversos forzados), un término legal rabínico que se aplica a los obligados a dejar el judaísmo contra su voluntad de forma general, sin identificar el origen geográfico, y la documentación inquisitorial que se conserva de la época que está fuera de toda duda en cuanto a su veracidad, e incluso, la documentación más confidencial, como la correspondencia de la Suprema con los tribunales de distrito, dan la idea de que se tomaban muy en serio su papel de averiguar la verdad de las denuncias que pesaban sobre los reos, como ya lo argumentó en su momento el insigne historiador don Antonio Dominguez Ortiz, puesto que resulta raro que los reyes se tomaran tanto trabajo para organizar una red inquisitorial complicada, costosa, dotada de instrucciones detalladas, ya que para hacer un trabajo sucio no se necesitaban tantas precauciones por parte de los inquisidores, fiscales, secretarios, y un largo etcétera de funcionarios puestos al servicio de la maquinaria inquisitorial, pero es que, además, durante los quince años de gobierno del inquisidor general Tomás de Torquemada se promulgaron cuatro instrucciones generales.


Insisto, y lo hago de forma reiterada para que el presente artículo no sea tildado de defensor ni de Torquemada ni de la Inquisición, de que es necesario aferrarse al contexto histórico de la época, y no es menos cierto el echo de que la Inquisición no atacó a la minoría conversa en bloque sino un sector minoritario y muy variable según las regiones, y que acogiéndonos a los datos conocidos, puede estimarse que la Inquisición abrió unos treinta y cinco mil procesos entre 1482 y 1532, que fue el medio siglo de máxima actividad, y teniendo en cuenta el número de la población judía de la época (unos 400.000 como hemos comentado antes), como argumenta también el profesor Antonio Domínguez Ortiz, la discordancia entre conversos y procesos es tan grande que se impone la evidencia de que sólo una minoría fue directamente afectada. 


Además de todo esto, hay un dato no menos relevante, y es que de esos treinta y cinco mil penitenciados seis o siete mil lo fueron a la pena capital, la mitad en persona y la otra mitad en efigie (se denomina así cuando el condenado había fallecido, y se ponía una especie de muñeco representativo en su lugar) los restantes, en no pocos casos, consiguieron rehabilitarse. Juan Sánchez de Toledo, abuelo de santa Teresa, llevó varios años el infamante sambenito, y una vez terminada la condena cambió de apellido y de residencia, prosperó en Ávila, sus nietos consiguieron hidalguía, varios hicieron fortuna en Indias y una nieta se carteó con Felipe II y subió a los altares, y desde luego, no se trata de un caso único ni excepcional.

Hablamos al principio de un tema recurrente, la conocida como Leyenda Negra, de la que ya se habló en un artículo del que suscribe el presente autor, uno de esos numerosos mitos silenciados por el opaco color que la cubre con su halo de misterio y resentimiento, apartada pero visible a todas horas en el rincón de la conciencia característica de la esencia latina, el auto inculparse y el flagelo constante hacia uno mismo, fundamento y arma arrojadiza bien utilizada por los intereses de aquellos que esconden su propia suciedad y barren presurosos hacia fuera, y no hace falta ser demasiado inteligente e investigar un poco para llegar a la conclusión de que muchos de los ataques contra la Inquisición fueron alentados por la propaganda protestante en el marco de la lucha contra España por la hegemonía en el Atlántico. Es decir, lo que se esconde en esos ataques es una motivación geopolítica de una época. Y esos ataques y exageraciones repetidos a lo largo de los siglos han creado lo que finalmente estudian en las Universidades.






Hubo algunos inquisidores después de Torquemada, mucho más sanguinarios que el propio Torquemada, si se me permite la expresión, como es el caso deFernando Valdés y Salas, poderoso político y eclesiástico español Inquisidor General muy influyente durante el siglo XVI, que se cobró muchas vidas en nombre de la Iglesia, pese a que realmente no era la Iglesia la que intervenía de forma directa, ya que en una especie de ironía se utilizaba lo que hemos venido en llamar durante los procesos como la Relajación del Brazo Secular, en el que el reo era entregado a las autoridades civiles. Fernando Valdés promovió además por pura envidia un proceso contra el mismo arzobispo de Toledo, Bartolomé Carranza, el cual acabó siendo condenado...en la imagen el Inquisidor Valdés.





Si, es cierto que el celo de Torquemada y de la Inquisición provocaran imágenes sobrecogedoras, pero tribunales europeos de similar finalidad no lo hicieron menos, sirvan como ejemplo la conocida noche de San Bartolomé en la que los católicos franceses mataron a más protestantes que la Inquisición en tres siglos, y que los alemanes, dieron justicia de hoguera a más brujas en un solo año que la propia Inquisición española en toda su historia, de echo, la Inquisición en España quemó por supuesta brujería a 59 mujeres, 36 en Italia y 4 en Portugal, mientras que en Europa los tribunales civiles juzgaron por el mismo delito a cerca de 100 mil mujeres, de ellas alrededor de 50 mil fueron condenadas, unas 25 mil aproximadamente sólo en Alemania, la patria seguidora de Martín Lutero, pero para no hacer sangre del protestantismo luterano, podemos nombrar los acontecimientos provocados por Felipe IV contra los templarios en Francia, también Teodosio I o incluso el propio Carlomagno son testigos de la indigna crueldad, pero Torquemada perdurará para siempre en la historia como el sinónimo de la barbarie brutal.

 Torquemada, su propio nombre empuja al sentimiento de escalofrío, una imagen de rostro severo, rasgos de una dureza inusitada cuyo más señalado ejemplo es la tonsura que resalta sobre unos rasgos de dureza extrema y fanática en busca de la herejía, esa misma que se esconde en la oscura esquina donde agazapado,  espera al acecho el maligno judaizante…Según palabras del historiador e hispanista francés Joseph Pérez, en su libro Crónica de la Inquisición en España, argumenta que  hasta por lo menos finales del s. XVIII no hubo tolerancia religiosa en ningún país de Europa, fuera católico o protestante.

 En la Edad Media, lo mismo que en la Moderna, nunca existió lo que llamamos tolerancia, libertad de conciencia, respeto del otro. Pero, digo yo que  sabiendo esto, es curioso que sea precisamente la inquisición española la señalada por el dedo de la intolerancia, mientras los hugonotes por ejemplo, en Francia, o los propios católicos ingleses tras la Reforma anglicana, han dado muestras y números mucho mayores que los que cargan a las espaldas de la Inquisición española. La visión de Torquemada, no creo que deba ser más que la de un funcionario eficaz y celoso que se manifestó y actuó en consecuencia y con precisión sobre la tarea que los gobernantes de la época le encomendaron.




Uno de los padrinos de esa parte de la Leyenda Negra, es, precisamente, de casa, y además, de ideología liberal y afrancesado por interés, después de haber sido fiel servidor de la Inquisición. Nos referimos a Juan Antonio Llorente, que estuvo a punto de ser Inquisidor, pero si fue Secretario de la Inquisición durante unos cuantos años, y aprovechó el filón para enriquecerse personalmente con su publicación en Francia de la Historia de la Inquisición Española, llena de contradicciones, pero con un espíritu afrancesado y jansenista, una obra que tuvo muchos compradores, pero, según palabras de Menéndez Pelayo, muy pocos la llegaron a leer o tuvieron el valor de llegar hasta el final, uno de los principales historiadores de la Inquisición que, sin embargo, pese a exagerar los datos sobre la misma, él mismo reconoció y confesó que quemó todos los datos oficiales de los que se sirvió para su obra. En la imagen siguiente, Juan Antonio Llorente.





Nos dice Llorente, con datos que asombran por sus registros tan acercados, que durante el mando de Torquemada (1483-98) 8800 personas fueron quemadas y 9654 fueron castigados de diferentes formas, datos que no están sujetos a ningún tipo de documentación que los apoye, y que han sido contrarrestados por opiniones más contrastadas, como pueden serlo la de los periodistas en artículos de investigación y opinión como Marina Jacinto o Victor Messori, o profundizando más, de autores como el hispanista Henry Kamen, Karl Joseph von Hefele, Pius Bonifatius Gams, o el propio autor de origen judío Heinrich Graetz, el más importante historiador judío del siglo XIX, quien escribió una obra monumental sobre la historia de los judíos en 11 volúmenes además de escribir ensayos y contribuir notablemente en la cultura judía en la Alemania del siglo XIX, pero, además, y como dato fundamental, es el que se desprende de las actas publicadas de los estudios de más de 30 historiadores que investigaron en los archivos vaticanos tras el simposio internacional que convocó Juan Pablo II en la preparación para el Jubileo del año 2.000, contenidas en un volumen de casi 800 páginas, que constatan que las torturas y autos de fe (muerte en la hoguera) y otros castigos para los condenados por los tribunales no fueron tantos como se suponen, y la literatura anti-inqusitorial publicada en los países protestantes se encargó en su momento de abultar las cifras, al igual que el método de la tortura, que afirman que fue en un 10 por ciento de los casos. 


En España, concretamente, la cifra ronda entre unas 2000 y 3000 personas sentenciadas a la hoguera y un número mucho mayor de procesados, y hay que saber diferenciar en que una cosa es ser procesado, y otra, ser condenado a la hoguera, pero repito, esto no quiere decir que no se cometieran abusos, que ciertamente, si los hubo ahí está Torquemada para recordarlo, ya que sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos que aplicó el inquisidor general, quien consideraba a cualquier niño mayor de 12 años susceptible de ser juzgado por la de todos modos, sangrienta institución que vertebró, como si la pena de mal recuerdo perenne a través de los tiempos que recorren la historia, no fuera con él.






Aingeru Daóiz Velarde.-







BIBLIOGRAFÍA:

Claros Varones de Castilla.    Fernando o Hernando del Pulgar. 1484.

Los judíos en la España moderna y contemporánea. Julio Caro Baroja.

El secreto de la Inquisición española. Eduardo Galván Rodriguez.

La diáspora judía en España durante el reinado
de los Reyes Católicos.  Lenka Galovska

HISTORIA Y DOCUMENTACIÓN DEL SANTO OFICIO ESPAÑOL: EL PERIODO FUNDACIONAL
 Juan Carlos Galende Díaz
Susana Cabezas Fontanilla


Los Dominicos y la Inquisición. Antonio Larios Ramos.


Joseph Pérez.  Crónica de la Inquisición en España.















14 comentarios:

  1. Muy interesante, la escena de Torquemada irrumpiendo en la Cámara Real que relata el cuadro de Emilio Sala, seguro que fue digna de ser vista. Saludos.

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    1. Cierto, y date cuenta además de la situación embarazosa, la cara de circunstancias de los reyes, y el silencio más absoluto que debió romperse con alguna frase, posiblemente del rey Fernando, digna de haberse recogido para la Historia. Un saludo amigo.

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    2. Cuando una persona de innegable inteligencia,tiene un comportamiento tan criminal como Torquemada, solo merece que se hable de sus crímenes

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  2. Excelente artículo, nos proporcionas una amplia visión sobre la figura de Torquemada y su época. Cuán difícil es juzgar siempre, pero mucho más cuando ha pasado tanto tiempo, lo que nos mueve a extrapolar las figuras de su entorno, con lo cuál nos invade la parcialidad. Muy valiente por tu parte analizar una figura histórica tan polémica. Gracias por el artículo.

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    1. Gracias a ti por el comentario, que viniendo de una persona como tu, para mi, es todo un honor y un privilegio.

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  3. Como un estudioso más de la Inquisición, reconozco que este post es un valioso aporte para quien desee documentarse sobre el tema, la figura de Torquemada y las consecuencias políticas y sociales que se derivaron por sus intervenciones.
    A nivel personal, opino que fue un personaje fanático, poderoso a la vez que servil, al cual se debe una parte de la Leyenda Negra, aunque si hurgamos históricamente en lo acontecido en el resto de la antigua Europa, Alemania, Holanda etc, quizá nuestra Leyenda Negra se queda en pañales.
    De todas formas todos los reinos que se han valido de la Cruz y la espada han sometido a sus vasallos. O bien bajo el signo de la cruz, o bien a golpe de espada.
    Un cordial saludo, estimado amigo.

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    1. Gracias José Luis, y tienes toda la razón en tu comentario, la cruz y la espada, o viceversa, pero sobre todo, la inestimable Leyenda Negra, que no fue tan negra como la que otros tuvieron, pero sí más famosa. Cabría preguntarse el porqué, y la razón que se me viene a la mente, es que hemos sabido vendernos muy mal. Un saludo también para ti, José luis, y muchas gracias por tus estimables palabras.

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  4. Es muy interesante hay algunas cosas en las que concuerdo mucho sobre todo me llamo la atencion lo de la falsa convivencia de culturas, algo que siempre he pensado e idea que ultimamente resulta molesta en aras de a saber que intereses políticos, pero en fin.. como siempre ese es otro tema.
    He de confesar que mi tiempo escasea tanto que no he podido leerlo con la total atencion que requiere pero me gusta tu blog, seguramente volveré para leerlo con la dedicación que merece el que hayas hecho estos articulos tan completos.
    Un saludo.

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    1. Muchas gracias Arisa Aki por tu comentario, además de compartir contigo el falso mito de la convivencia pacífica entre las tres culturas, también comparto la escasez de tiempo que tengo, he intento aprovecharlo para construir artículos sobre temas que en parte son considerados tabú por la nueva historiografía de pensamiento liberal que por una parte hace lo posible por cambiar la historia a su interés, y por otra, olvidar lo que le conviene, pero intentaremos estar ahí para recordar en estos Recuerdos de la Historia. Repito, muchas gracias por tu comentario, y sobre todo, por por invertir tu tiempo y tu interés en mi trabajo. Esto último, me anima a seguir haciendo cosas.

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  5. Excelente y apartado de lo mitológico y legendario. Me encanta que no sea precisamente políticamente correcto. Saludos.

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    1. Muchas gracias por su comentario, para mi, es todo un gran honor. Si, tiene razón, no suelo ser demasiado políticamente correcto...ni en este, ni en otros artículos, por eso no los lee nadie.

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  6. alguien me puede responder que escritos hubo en contra de a inquisición

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    1. Le pido disculpas por no haber contestado antes, pero otros asuntos me han limitado el tiempo, y no había visto su comentario…le respondo si no le importa yo mismo. Sí, mire los escritos en contra de lnquisición los podrá usted encontrar en las fuentes provenientes del Protestantismo, y sobre todo, de aquellos intereses políticos que favorecieron la creación de la Leyenda Negra anti-española, propiciada por autores que consideraron en su momento la imagen absolutamente fantaseada y exagerada de la Inquisición española como conclusión o ejemplo de terror y barbaridad humana contra la humanidad…pero no es más que un compedio de falsedades, que ya han sido demostradas, y como ejemplo, le podría aconsejar la lectura de Edward Peter, Profesor emérito de Historia de la Universidad de Pensilvania, que en 1989 ya publicó un libro titulado Inquisición…muy interesante, por cierto.
      Yo, personalmente, le recomiendo sobre esto último, un artículo mío en este mismos Blog, titulado LA LEYENDA NEGRA. EL MITO DE LA SINRAZÓN.
      Espero haberle contestado a su pregunta. Un saludo.

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  7. Buenas tardes quisiera saber si de los decedientes de Torquemada queda alguno en espana.

    Mil gracias

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