domingo, 3 de octubre de 2021

LA LENGUA Y EL PERDÓN.

LA LENGUA Y EL PERDÓN.


Esopo, considerado el padre de la fábula, era un esclavo frigio que vivió en el siglo V antes de Cristo.

Uno de sus amos, Xantus, le ordenó que fuera al mercado y le trajese el mejor alimento que encontrara para agasajar a importantes invitados. Esopo compró solamente lengua y la hizo aderezar de diferentes modos. Los convidados se hartaron de comer lo que saborearon como un manjar. Cuando quedó solo, Xantus le preguntó qué era eso tan delicioso.

-Me pediste lo mejor -dijo Esopo- y traje lengua. La lengua es el fundamento de la filosofía y de las ciencias, el órgano de la verdad y la razón. Con la lengua se instruye, se construyen las ciudades y las civilizaciones, se persuade y se dialoga. Con la lengua se canta, con la lengua se reza y se declara el amor y la paz. ¿Qué otra cosa puede haber mejor que la lengua?

Pocos días después, Xantus le dijo que llegarían unos visitantes desagradables a los que debería atender por protocolo, pero quería manifestarles su disgusto sirviéndoles una mala comida.

-Trae del mercado lo peor que encuentres- le recomendó.

Esopo trajo lengua y la hizo preparar con un sabor tan desagradable que repugnó a los comensales.

-¿Qué porquería es esa que serviste?- le preguntó Xantus.

-Lengua -contestó Esopo-. La lengua es la madre de todos los pleitos y discusiones, el origen de las separaciones y las guerras. Con la lengua se miente, con la lengua se calumnia, con la lengua se insulta, con la lengua se rompen las amistades. Es el órgano de la blasfemia y la impiedad. No hay nada peor que la lengua.

La lengua es un arma de doble filo. ¿Cuál prefieres?"

El hombre tan indefenso por naturaleza, no tiene colmillos, no tiene garras, no escupe fuego pero tiene el don del lenguaje y una lengua tan suave como la miel y tan afilada como un puñal.

En la imagen, Esopo, por Velázquez.





De la abundancia del corazón, decía Cervantes que habla la lengua, y la nuestra, el castellano, es la que desde la lenta reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes, y a través de los siglos, ha llenado tierras y nombres allende los profundos e inmensos océanos en aquel 1492, en el que quedan abiertas las puertas de la colonización cultural, y humana,de un dilatado ámbito geográfico, en el que Elio Antonio de Nebrija publicara la gramática de la lengua castellana, dignificándola hasta el extremo de compararla con el latín.

Se fundaron casi 30 universidades en América que daban educación a más de 250.000 alumnos de todas las clases sociales y razas (Portugal no fundó ninguna en Brasil durante su periodo colonial, mientras que la Inglaterra colonial de entonces, por ejemplo, hasta ese momento se había preocupado más bien poco por educar a sus indígenas), y a través de la península, hacíamos llegar a América todas las corrientes intelectuales y las artes que la grandiosa España de entonces absorbía. A todo esto, hay que añadirle los otros tantos Colegios mayores con más de 150.000 alumnos…casi ni en Europa se llegaron a esas cifras.





El mismo Colón, en el primer viaje, trajo unos indios que fueron bautizados con gran pompa y los mismos reyes hicieron de padrinos. Es pueril presentar esta mezcla de razas como mero producto de la mayor sensualidad de los españoles que admitían por eso el trato con las mujeres indígenas que otros pueblos más exquisitos rechazan. Sin negar esto en absoluto, lo cierto es que la mezcla de razas es hija de un concepto ideológico y un criterio particular de ver la vida, que consideraba como seres humanos iguales a nosotros a los pobladores de las tierras descubiertas. El emperador Carlos V recibió en su Corte con rango de princesas a las hijas de Moctezuma, enviadas por Hernán Cortés y negoció sus matrimonios con caballeros principales de la Corte que en ello se sintieron muy honradas. Todavía el ducado de Moctezuma ilustra los linajes españoles. En la imagen, escudo linaje Moctezuma.





El resultado de esta política fue que los países que España conquistó en América, son hoy pueblos civilizados, cristianos, de tipo europeo. Las razas se han unido estrechamente en ellos, dando a los “mestizos” y “mulatos”, que son producto de la mezcla de españoles con indios y negros. Los demás pueblos no han sabido hacer esto. En América del Norte, los “pieles rojas” o indios del país, fueron aniquilados casi por completo. Hasta no hace mucho en Nueva York los blancos y los negros viajaban en sitios separados en los tranvías, y en la India oriental, los naturales del país siguen casi tan salvajes como hace siglos, sin civilizarse ni mezclarse con los conquistadores. Muchos pueblos han conquistado y dominado tierras, España se ha limitado a civilizar el Mundo.

España trasladó a las tierras americanas, sin regateo, todo su arte y su estilo de construcción, y las llenó de palacios y catedrales iguales en un todo a las que en España se hacían. Sólo en España, estilo “colonial” es sinónimo de un barroco lleno de lujo y exuberancia.


Más de treinta mil libros entraron sólo en México a finales del siglo XVI, por no nombrar en los demás territorios. El estudio universitario de las ciencias, las artes industriales y las bellas artes “colocó a Nueva España y al Perú en un alto lugar entre los pueblos cultos del mundo”. Alumnos que pasaron por las universidades fundadas por los españoles en América fueron considerados autoridades internacionales en su materia. Profesores de prestigio dieron clase en sus aulas. Las universidades europeas no eran mejores que las americanas. Si la Universidad de París, Bolonia y Salamanca fueron un referente para Europa, las universidades de Lima y México lo fueron, y lo son hoy en día para América. Y esto, no se nos puede olvidar, aunque algunas cosas de España se nos olviden, y en aquella Nueva España, también. Imagen escudo Nueva España.







Desde 1599, se fundaron en Hispanoamérica aproximadamente 700 ciudades en tan solo un siglo, toda una proeza y una tarea descomunal de creación no solo del la ciudad en sí (cabildo, iglesia, cárcel, plaza mayor, colegio, hospital, etc) sino también de sus instituciones, sus normas, sus peculiaridades urbanísticas y del tejido ganadero e industrial para el autoabastecimiento de la población.

En las ciudades de la América española se puede seguir la evolución cronológica de los movimientos arquitectónicos como si se tratara de cualquiera de los países europeos. El gótico tardío luce en algunos edificios de Santo Domingo; el plateresco americano más refinado tiene una de sus joyas más notables en el convento agustino de Acolman, México, levantado en 1536, quince años después de la conquista. El mudéjar también dejó espléndidas muestras en América el siglo XVI, como la torre mudéjar de Cali, Colombia, y el convento de San Francisco de Lima, Perú. Con el siglo XVII entró el barroco con fuerza en Hispanoamérica, que reinó durante casi dos siglos, y se enriqueció con aportaciones de los artistas y artesanos indígenas, y hoy se estudia con la denominación propia de arte criollo.

Muchos de los centenares de iglesias de América, colegios y palacios barrocos, y su recargado derivado churrigueresco, superan en cantidad y belleza a las mejores muestras de esta corriente artística en España. Los edificios barrocos hispanos representan hoy lo más notable del patrimonio de cientos de poblaciones diseminadas por los miles de kilómetros que separan las misiones de California de las reducciones jesuitas de Paraguay y los monumentos españoles de Argentina y Chile. Como ocurrió también en Europa, la sobriedad de la arquitectura neoclásica se impuso vigorosamente en América al recargado barroco, con las construcciones de este nuevo estilo que sorprendieron en México al ilustrado Alexander Von Humboldt. En 1901, el historiador estadounidense Sylvester Baxter calificaba la arquitectura colonial española, junto con sus artes auxiliares, escultura y pintura decorativas, como “el movimiento estético más importante que se haya efectuado en el hemisferio occidental”, sólo alcanzado casi cien años más tarde por el gran desarrollo experimentado por los Estados Unidos a finales del siglo XIX.

España se sentía, no “dueña” de aquellas tierras, sino “madre”. Quería desdoblarse en ellas y hacerlas iguales a sí misma. Hasta los nombres que daba a las nuevas ciudades y tierras, lo demuestran. Las llamaba Nueva España, Nueva Granada, Cartagena, Toledo... Las ponía sus mismos nombres, como se les pone a los hijos que más se quieren, a los que más se aman, y no, por eso, no vamos a pedir perdón.

Desde luego, la lengua española, hace siquiera más leve el castigo de la condena de la Torre de babel, y es el mismo diablo el que se encuentra detrás de la lengua que murmura, y es por cierto con la misma lengua, con la que se suele tropezar más veces que con los pies. Las mentiras de los maestros en el interés del odio, no enriquecen, sino al contrario, mortifican, y lo hacen precisamente con el vehículo portador del mensaje envenenado, la propia lengua.

Aingeru Daóiz Velarde.-





 



2 comentarios:

  1. No me queda más remedio que usar un galicismo ¡Chapó!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Bueno, pues es lo que hay, guste más o guste menos, la realidad es la que usted ve otra cosa, es como la vean los menos ilustrados en la materia. Muy amable y muchas gracias caballero.

      Eliminar