GODOY. EL VALIDO SIN MESURA.
En estos Recuerdos de la Historia , haremos memoria
hoy sobre un personaje que entró en la historia de la mano de un afortunado
infortunio, y salió de ella de la mano del olvido, y abandonado a su recuerdo. Manuel
Godoy, valido en España, una España que casi doscientos años antes de su
llegada al poder mal gobernada por otros validos como Nithard, el padre Juan
Everardo Nithard, confesor de la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV
y regente como madre de Carlos II, un hombre carente de las condiciones
necesaria que sin desearlo, se convirtió en valido, sus desaciertos fueron
enormes y llevó a España por los caminos de la derrota (Paz de Aquisgran,
independencia de Portugal etc), otro valido más que dejó desvalida a España, o
por el llamado Duende de Palacio o Corredor de Orejas, que era como antes
llamaban a los alcahuetes, nos referimos a Fernando Valenzuela, ejemplar
degenerado y que fuera conductor de las desdichas de una monarquía nefasta y de
un desgraciado pueblo español. Fue un pícaro napolitano y corrido pendenciero
carente de escrúpulo, listo más que inteligente y con sobradas prisas por trepar,
otro valido en el resumen de un tiempo en el que una herida casual en una
cacería era motivo suficiente para ser Grande de España, o por el narciso Almirante, Juan Tomás
Enrríquez de Cabrera y Ponce de León, el del motín del pan, genovés Almirante
de Castilla, que supo apoyarse en la debilidad de la reina Maria Ana de
Neuburgo, la segunda esposa de Carlos II, otro favorito más, y quien antes
también había asediado a su predecesora María Luisa de Orleans, parece ser que
en la historia de España era el oficio principal de los validos, o por Anne
Marie de la Trémoille, la Princesa de los Ursinos, quien tuvo en sus manos el
destino de una España en guerra (Guerra de Sucesión) gobernada por un endeble
Felipe V, maestra de intrigas en la Corte de un rey que no sabía cómo reinar.
Esta mujer tuvo su pago de la mano de Isabel de Farnesio.
Reyes y reinas
extranjeras que hacen una política anti-española y derraman la sangre y los
caudales españoles por los campos de Europa buscando tronos para sus hijos que
algunos como Felipe, hijo de Isabel de Farnesio, se jactaba y alardeaba de
ignorar la lengua castellana. O por el habilidoso cocinero y abate italiano
Julio Alberoni, de profesión valido, maestro en la intriga y cuyas previsiones
resultaron fallidas en su totalidad y todas sus esperanzas frustradas. O por el
aventurero holandés, el barón de Riperdá, Juan Guillermo Ripperdá, un personaje
que fue nombrado primer ministro con la influencia de la Farnesio, atenta
siempre al bien de sus hijos y no al de España, y que una vez fueron
descubiertas las mentiras e intrigas del de Riperdá por divulgar secretos de Estado, fue depuesto, encarcelado y fugado.
Convertido al Islam, intentó después apoderarse de Ceuta. Este es el pasado glorioso, entre otros, que
entrega España a Napoleón, en manos de otro valido, Godoy.
Manuel Godoy y Álvarez de Faria,
hijo de Don José Godoy y Mª Antonia Álvarez de Faria, es uno de los políticos
más controvertidos y de más rápido encumbramiento de la Historia de España. Hijo
de un Coronel del Ejército, en 1784 fue admitido con 17 años en la Guardia de
Corps de Carlos III, donde tenía un hermano mayor, Don Luis, sirviendo en este
mismo Cuerpo, al que entonces iban a parar los jóvenes pobres de buena cuna. En
este Cuerpo ingresó y no mucho después era favorecido por la amistad de María
Luisa de Parma, que le doblaba la edad. Cuatro años después falleció el rey
(Carlos III) y comenzó el meteórico ascenso de Godoy, que había intimado con
los príncipes herederos desde su llegada a la Corte. Parece ser que una
oportuna caída del caballo del joven Godoy, quien se levantó de los pies del
animal con furia para volver a montarlo, fue visto por María Luisa y quedó
impresionada del vigor del joven Godoy por dominar al animal.
En la imagen, Godoy en uniforme de Guardia
de Corps. Agustín Esteve y Marrqués (1753 - 1825) Academia de Bellas Artes de
San Fernando.
En 1789 ya era Coronel de
Infantería, en enero de 1791 fue designado Ayudante General de la Guardia de
Corps, con grado de General de Brigada, en febrero ascendió a Mariscal de Campo
y en julio a Teniente General, Comandante General de la Guardia de Corps y
Consejero de Estado. El 15 de noviembre de 1792, ocho años después de su
ingreso como cadete en la Guardia, fue nombrado Primer Secretario de Estado,
cargo similar al de Primer Ministro. Finalmente, en 1801 alcanzó el cargo de
Generalísimo, rango militar de más alto grado y nunca hasta entonces usado en
España, y un largo etcétera de títulos que nos sería muy difícil resumir aquí,
sin contar también con las más preciadas condecoraciones, Gran Cruz de Carlos
III, duque de Alcudia y de Sueca, Toisón de Oro, y pese a perder la guerra la
guerra con Francia a la que nos condujo Godoy, y la firma de la Paz de Basilea,
Príncipe de la Paz, título éste que años después Fernando VII declararía ilegal
y Godoy reemplazaría, ya en el exilio, por el italiano de príncipe de Bassano.
La compra del feudo de Bassano del Sutri, cerca de Roma, le dio derecho a este
título, tras la concesión del Papa Pío VIII, pero esto último, ocurrió mucho
después, lo que más interesa es concluir que tan rápida carrera tenía por
motivo secretos inconfesables que tenían mucho que ver con su intima amistad
con la reina María Luisa de Parma.
En la imagen, Maria Luisa de Parma.
Los contemporáneos no vacilaron en atribuir la
fortuna de Godoy a su intimidad con la reina, y hay quien también le atribuye
la paternidad de los dos últimos hijos de ésta. Las correspondencias de los
embajadores acreditados en Madrid están llenas de escabrosos pormenores que
reflejan las hablillas de la corte de Carlos IV, de índole mansa e ingenuo
carácter, dominado por la voluntad de la reina, había elevado súbitamente a
Godoy sin notar siquiera las maliciosas insinuaciones de las gentes que hacían
picantes comentarios a la predilección de María Luisa por el arrogante
extremeño. Desde luego no fue Godoy ni el primer Godoy, ya que hubo otro
anterior, aunque no de la misma estirpe familiar que el valido, ni el primer
Guardia de Corps en disfrutar de las atenciones de María Luisa de Parma. Un
cortesano tan documentado como el Marqués de Villa-Urrutia escribió sobre la
cónyuge de Carlos IV que era una ninfómana irremediable, hembra chulapona y
bravía y buscadora incansable de las sensaciones de cuantos apuestos cortesanos
la rodeaban y de los más granados Guardias de Corps. Una mujer asqueada del
tedio de la Corte, y de un marido, sin demasiadas luces en una mente ya apagada
desde su más tierna juventud.
El monarca le profesó una entrañable
amistad, siendo para él indispensable la compañía de Manuel, como siempre le
llamaba, y es más, “la Trinidad en la Tierra”, como denominaba la reina la
relación entre el matrimonio regio y Manuel, y algún que otro autor afirma
también de forma categórica la relación homosexual del monarca con su valido,
de hecho, al anochecer del día en el que se propagó el llamado “motín de
Aranjuez”, Godoy comparece en Palacio y cuenta a Carlos y María Luisa los
rumores. Carlos paternal le dice: Duerme en paz por esta noche; yo soy tu
escudo, Manuel mío, y lo seré toda la vida. Godoy debía ser incansable en
materia sexual, pasó el día del motín dedicado a juegos de cama con una dama
cuyo nombre ha ocultado pudorosamente la historia. También se benefició de la
agitación que provocó la Revolución francesa en España y de la incapacidad del
Conde de Aranda, que le precedió en el cargo de primer Secretario de Estado
para frenar la inquietud que despertaba el radicalismo francés.
En la imagen, el Conde de Aranda.
Se casó con María Teresa de Borbón y
Vallabriga, prima del rey Carlos IV y Condesa de Chinchón, aunque su verdadero
amor fue Pepita Tudó, huérfana de un oficial de artillería, amante de Godoy,
quien nunca cuidó de ocultar su relación con ella, y tuvo dos hijos del mismo
valido. Tras la muerte de María Teresa, contrajo matrimonio con Godoy. Según el
embajador alemán, Godoy tras cobrar la dote de cinco millones de reales por el
matrimonio con María Teresa, tiene la osadía de llevarse a Pepita Tudó a vivir
a su casa y de ocupar el lugar preferente, junto a él, en sus actos públicos y
privados. Al mes de casados Jovellanos sintió vergüenza ajena al almorzar en la
casa de Godoy sentado a la misma mesa con la esposa y la amante de este.
En la imagen, la condesa de Chinchón,
primera esposa de Godoy.
La actuación de Godoy como jefe del
Ejército fue muy controvertida. En su primera etapa intervino en la Guerra de la Convención , desatada
por el ajusticiamiento en la guillotina del rey francés Luis XVI, haciéndose
eco del sentimiento monárquico y del espíritu religioso español. La guerra duró
del 1793 al 1795 con suerte desigual y tras la invasión de Cataluña, Navarra y
el País Vasco por las tropas republicanas, en 1795 Godoy se vio obligado a
firmar la Paz de
Basilea, por la que España cedió a Francia su parte de la isla de Santo
Domingo. A pesar de que fue el propio Godoy el que alentara la guerra, su papel
en la firma del armisticio le valió el título, como hemos dicho antes, de
Príncipe de la Paz.
Anteriormente, ya había entregado
Nutka a los ingleses en 1794-95, y cabe recordar, también, el papel fundamental
que tuvo en el presidio y destierro de una de las figuras más importantes que
ha tenido España en la mar, Alejandro Malaspina, cuyo artículo ya hemos
publicado, y merece la pena recordar aquí.
A partir de ese momento, Godoy
partió con los franceses y el 18 de agosto de 1796 ratificó el Tratado de San
Ildefonso, por el que ambos Estados se obligaban a la defensa mutua frente a
Inglaterra, a la que no había gustado la firma de la Paz de Basilea, esto
supuso la ruptura con la Pérfida Albión. Albión es el nombre que se le daba a
Inglaterra por la blancura de las rocas de la costa de Dover, y la expresión de
pérfida Albión se le atribuye al emperador Napoleón, que se refirió así a la
Gran Bretaña por desconfianza hacia ese país en los momentos de máxima tensión.
Imagen de las costas de Dóver. La blanca costa de Dover es lo primero que se ve al llegar a
Gran Bretaña por el Canal de la Mancha, desde el Norte de Francia.
Como consecuencia de esta alianza,
cabe decir que se cosecharon grandes desastres; la escuadra española que
mandaba Córdoba es derrotada junto al Cabo de San Vicente por la inglesa de
Jerwis en 1797. Nelson ataca Cádiz y el almirante Harvey se apodera de la isla
de Trinidad, aunque fracasa en su empeño contra la de Puerto Rico. Nelson
desembarca en Santa Cruz de Tenerife, pero es rechazado y pierde un brazo. Este
revés, la creciente impopularidad contra Godoy y las intrigas contra su
gobierno le hicieron caer en desgracia en 1798, a pesar de la reina.
Durante dos años permaneció apartado del poder gracias a la mediación del
embajador francés y fue sustituido por Saavedra y en la secretaría de justicia
por Jovellanos, uno de los hombres más cultos e íntegros de su época, de quien
Godoy se encargaría después desterrándolo en venganza. No obstante, el favorito
ni se retiró de la corte ni dejó de influir en el gobierno, siendo consultado y
obedecido, maniobrando en la sombra para conseguir su regreso, siempre, claro
está, con el favor de la reina y el beneplácito del rey. En octubre de 1800
negoció un tratado secreto con Napoleón por el que España se comprometía a
intervenir en la ocupación de Portugal, para obligar a este país a romper su
alianza con Inglaterra. A cambio, Napoleón ofreció a la duquesa de Parma, hija
de Carlos IV, el nuevo reino de Etruria (Italia) como propiedad de la familia
real española.
Un año después, en 1801, Godoy
consiguió el nombramiento de primer secretario para su primo político Pedro
Cevallos. Inmediatamente, y siguiendo las instrucciones de Napoleón, se
enfrentó a Portugal en la Guerra de las Naranjas, la cual duró dieciocho días y
se conoce así porque Godoy ofreció a la reina un ramo de naranjas cogido en los
fosos de Olivenza. El valido nombrado Generalísimo dirigió personalmente las
operaciones. La guerra fue corta, como hemos dicho antes (20 de mayo-6 de
junio); Portugal pidió la paz, se satisfizo a Napoleón y España consiguió la
plaza de Olivenza, (la cual, por cierto, no se disparó ni un solo cartucho en
su defensa por parte de Portugal) y el compromiso portugués de cerrar sus
puertos a Inglaterra, éxito que elevó la popularidad de Godoy hasta sus más
altas cotas. Hay que decir, que en este caso, Godoy acertó de pleno, ya que de
haber sido las tropas francesas quienes hubieran entrado en batalla, Portugal
hubiera perdido de pleno su independencia.
Imagen de Godoy retratado por Goya.
El valido, en estos años, intentó
unir su estrella a la ascendente del Emperador. Fue precisamente esta política
de seguidismo de Napoleón la que le llevó a la firma en París de un tratado
llamado de neutralidad, por el que España se comprometía a pagar seis millones
mensuales, y en 1805 un Convenio de Alianza, cuya consecuencia más directa se
manifestó con la derrota de la flota franco-española en Trafalgar el 21 de
octubre de 1805, operación que se llevo a cabo por el Almirante francés
Villeneuve cuando iba a ser destituido por Napoleón y decidió jugárselo todo a
una carta y desobedecer las órdenes del Emperador, en contra de la opinión de
los militares españoles como Gravina, el Teniente General Álava, Jefes de
escuadra Escaño y Cisneros, Alcalá Galiano y al ilustre Churruca, que eran de
la opinión de no salir en busca de los ingleses y esperarles cerca de la costa
puesto que corrían el riesgo de navegar a barlovento, es decir, en contra del
viento favorable, que al final es lo que pasó, ya que recibieron orden desde
Madrid de obedecer, con las consecuencias de la destrucción de la invencible
armada española.
Aquí es importante señalar la
actitud de los españoles, ya que éstos se oponían a salir en busca del inglés,
como ya se ha dicho, pues nuestra tropa de a bordo era gente inexperta, en su
mayoría gente de leva, holgazana, díscola, de perversas costumbres y mal conocedora
de su oficio, y nuestros mandos, sobre todo Gravina, que tuvo un acalorado
enfrentamiento con algo más que palabras, no comprendía la apresurada y
arriesgada insistencia del francés, ni entendía el porqué de un mando superior
francés cuando los mandos españoles estaban más y mejor preparados. Pero la
sumisión de la Corte española era tajante. Obedecer hasta la muerte, tal y como
ocurrió. Don Manuel Godoy tuvo mucho que ver en esto, por no decir todo, y vino
el desastre.
En la imagen, batalla de Trafalgar.
Godoy comprendió que su estrella
comenzaba a declinar, pues desde ese momento Fernando, el heredero (Fernando
VII) comenzó a aglutinar en torno a sí a los políticos y militares descontentos
con las actuaciones del favorito. Empieza ahora el periodo más tenebroso de la
historia de Godoy. Las confidencias de éste y Napoleón llegaron a los más
graves extremos. Acarició Godoy el sueño de reinar en España, o al menos en un
Estado entre España y Portugal.
La reacción de Godoy ante el cada vez más
descontento popular hacia su figura fue acercarse aún más a Napoleón, al que
propuso invadir Portugal y repartir el país con Francia, con el fin de obtener
el título de Príncipe de los Algarves. Las pretensiones de Napoleón eran más
concretas: dinero, hombres y adhesión de España al bloqueo continental, y el
Príncipe de la Paz le complace en todo, y así se plasmó en el Tratado de
Fontainebleau en octubre de 1807. También pone a los pies del corso emperador
el cargo de gran almirante, con tratamiento de Alteza Serenísima, y la
presidencia del Consejo de Estado, que los reyes le habían otorgado. El valido,
creyéndose dueño de la situación, llega a los mayores atrevimientos: a su
amante Pepita Tudó Catalán, la hace condesa de Castelfiel o Castillo Fiel y
vizcondesa de Rocafuerte, títulos reservados a los bastardos que había dado a
Godoy; a su hermano Diego lo convierte en Grande de España y jefe de la guardia
walona, incluso pretendió que el Príncipe de Asturias, (Fernando VII) que se
había quedado viudo, se casase con la hermana de su mujer. La idea de ser
cuñado, indignó a Fernando.
Es interesante recalar y
pormenorizar en lo comentado anteriormente sobre el acercamiento más estrecho
de Godoy hacia el insaciable y astuto Napoleón, ya que esto propició que un
ejército francés de 28.000 hombres entrara en España sin alarmar más que a unos
pocos patriotas perspicaces, apoderándose de varias ciudades en el norte. El
futuro Rey Felón, (Fernando VII) también llamado el deseado, se apresuró,
aconsejado por Escóiquiz, y a espaldas de su padre, a solicitar la protección
de Napoleón y la mano de una princesa de su familia, receloso de lo que Godoy
pudiera pretender, pero Napoleón, ambicioso y endiosado no desaprovechó
semejante coyuntura para intervenir de una manera más inmediata en nuestros
asuntos.
El mismo día de firmarse el tan
degradante Tratado de Fontainebleau tuvo lugar la conspiración tramada por
Fernando contra su madre, María Luisa de Parma, que dio lugar al llamado
Proceso de El Escorial, y todo acabó con el felón hijo corto de espíritu y
largo de lengua pidiendo perdón por las desvergüenzas de su madre y obtuvo ese
perdón, pero esta, es otra historia, simplemente sirve este apunte para plasmar
que Fernando, quien bien podría haber levantado toda una nación para defenderla
del ultraje de quienes la mal gobernaban, era digno hijo de tales padres.
Fernando, acusado de proyectar la muerte de su padre y de haber pedido ayuda a
Napoleón, dando pruebas de la bajeza que confirmará en su reinado, denuncia a
todos sus compañeros de conspiración: Escoiquiz, Infantado, Orgaz, Ayerbe, a
los criados que obraron de correo e incluso a su difunta esposa. El rey perdona
a su hijo y en el juicio, en medio de una farsa, se absuelve a todos los
procesados, aunque fueron enviados al exilio todos, menos el felón.
Godoy, una vez entrado ya el
ejército francés en España, advirtió las intenciones, que no eran otras que las
de invadir toda la Península. Pero ya era demasiado tarde para rectificar. Las
tropas francesas se apoderaron de Portugal y se asentaron en España; el rey
Carlos IV, asustado, publicó un bando en el que acusaba a Godoy del
desaguisado. La noche del 19 de marzo de 1808 estalló el Motín de Aranjuez, un
grupo de paisanos detuvo el coche de Pepita Tudó y la muchedumbre, enfurecida,
invadió el palacete de Godoy y lo saqueó y quemó. Carlos IV, desconcertado,
como era lo normal en el, cede a sus cortesanos; la hora de la desgracia había
sonado para el privado: el incapaz monarca le destituye y le retira los honores
y empleos otorgados. El valido había pasado treinta y seis horas en un desván
de su casa, escondido bajo unas esteras, y la sed le obligó a salir de su
escondite y entregarse. Los guardias de corps le escoltan y protegen contra la furia
popular, pero no pueden evitar que llegue al cuartel golpeado, herido el
rostro, cubierto con un viejo manto y en la cabeza un tricornio abollado. El
rey llama a su hijo el Príncipe de Asturias para salvar al valido, y creyendo
que su seguridad personal y la del odiado privado dependían de su abdicación,
cedió la corona a su hijo Fernando, convirtiéndolo en Fernando VII, quien como
primera medida de gobierno ordena la confiscación de todos los bienes de Godoy
y su encarcelamiento en el castillo de Villaviciosa de Odón (propiedad de la
esposa de Godoy, heredado de su padre el infante don Luis).
En la imagen, el Motín de Aranjuez.
María Luisa pide ayuda a Murat,
General francés y cuñado de Napoleón que ocupa Aranjuez, para que libere a
Godoy y le traslade a su presencia en Bayona, y éste es liberado encontrándose
en un estado lamentable, tal y como lo describe el propio Murat a Napoleón, sin
camisa, sin vestido y sin limpieza alguna, con la barba crecida y mugrienta,
descalzo y varias de sus heridas sin cerrar.
Godoy llega a Bayona el día 26 de
abril de 1808, unos días antes lo había hecho Fernando temeroso de que su padre
hablase con Napoleón antes que él, los reyes con la hija de Godoy, Carlota, el
30 y Pepita Tudó con su familia el 1 de mayo, todo un vergonzoso espectáculo.
Las fuerzas de Murat intentan sacar de Madrid
al resto de la familia real el día 2 de mayo, lo que provocó el levantamiento
del pueblo contra los franceses. Tras una serie de engaños por parte de Napoleón,
que no vamos a desmenuzar aquí, Napoleón se hace con el gobierno de España que
entrega a su hermano José, como José I Bonaparte (Pepe botella). El 9 de mayo,
Carlos IV, Godoy y sus familias emprenden un periplo por Francia que los
llevaría por Fontainebleau, Aix-en Provence, y Marsella, donde permanecerán
cuatro años, hasta que en julio de 1812 llegan a Roma. En 1814, concretamente
en el mes de abril, y una vez terminada la Guerra de la Independencia, Fernando
VII retorna a Madrid desde Valençay donde estuvo retenido desde 1808, y
mantiene el destierro a sus progenitores y a Godoy, mandando sobornar a sus
criados para mantenerse informado de sus movimientos y pormenores de su vida.
El rey deseado, o el felón, según se mire, consigue el destierro por parte del
papado, de Godoy y de Pepita Tudó, junto con la familia de ésta, a Pésaro, en
el mar Adriático, concretamente en la bellísima Villa Mattei adquirida por
Godoy en 1812. Este destierro se consigue después de que el propio Fernando VII
comprara la renuncia de su padre por 8 millones de reales, dato a tener en
cuenta para saber la importancia para Carlos IV que tenía la corona de España.
También la tuvo para su digno hijo, cuando en su momento (5 de mayo de 1808) el
propio Napoleón le dice “Príncipe, aquí se opta entre la abdicación o la
muerte”, y el felón, claro está, abdicó.
No vamos a extendernos aquí en el
periplo de Godoy en su destierro, y de lo que allí le aconteció, sólo resumir
que María Luisa en su lecho de muerte, después de que su consorte intentara
divorciarse de ella, se acordó de Manuel, recomendándoselo a su hija Luisetta.
¿Qué pasó con el tesoro Real?, unos dicen que fue expoliado por Napoleón como
gastos ocasionados por la guerra, pero Pepita Tudó y su amante Godoy fueron
acusados de tal expolio, junto con Maria Luisa, con tales motivos y acusaciones
se somete a un interrogatorio brutal a Pepita por parte de la policía francesa
y se manda registro sobre sus posesiones en Pisa, pero, Pepita los engaña a
todos: Un informe de la policía parisina de 1831 (época en que pepita y Godoy
residían en París), indica que Pepita exhibe joyas valoradas en 4 millones de
francos, así mismo enajenando algunas joyas adquirió un palacete, una casa de
campo y aún pudo aportar dinero para auxiliar a varios compatriotas y avalar un
cuantioso préstamo, garantizado con parte de unas joyas no de su propiedad,
sino de unos compatriotas amigos refugiados en Francia. ¿Casualidad? Al lector
le compete juzgar.
Fernando VII prohibió la vuelta de
Godoy y su familia a España y consiguió que se les suprimiesen todas sus
pensiones. Impidió también a Carlota (hija de Godoy y si primera esposa, la
condesa de Chinchón) que se casara con varios pretendientes, pero esta
aprovechó el pronunciamiento de Riego para casarse el 8 de noviembre de 1821
con el príncipe italiano Camilo Rúspoli (sus descendientes viven hoy en Madrid
y poseen una gran influencia y patrimonio, que incluso se han permitido
publicar unas memorias para limpiar la imagen del valido). Después sus tíos
regentes del gobierno provisional la autorizaban a volver a España (que no a
Godoy).
En 1828 muere en París la condesa de
Chinchón y el siete de febrero del año siguiente, teniendo ya cinco hijos,
Godoy y Pepita logran casarse.
En la imagen, Pepita Tudó.
El 11 de abril de 1832 la familia
Godoy se traslada a París. El 29 se septiembre de 1833 asciende al trono Isabel
II y los Godoy ven la oportunidad de recuperar sus posesiones. En 1836 Godoy
publica sus memorias (cumpliendo la promesa, hecha a Carlos IV, de no hacerlo
en vida de su hijo Fernando VII; pero, cuando todos los personajes importantes
ya habían muerto, y no se podía dilucidar la veracidad de sus escritos) y
Pepita se desplaza a Madrid a reclamar las propiedades familiares. Pepita deja
a su hijo Manuel y a sus nietos en París con Godoy y no vuelve nunca más con
ellos. Previamente Godoy había puesto todos sus bienes a nombre de Pepita para
prevenir males mayores, aunque esto pudo suponer un error por su parte.
Pepita Tudó falleció en su piso de
la calle Fuencarral a los 92 años, en el año 1869, víctima de las quemaduras
producidas por un brasero que prendió en sus ropas. Fue sepultada en el
Cementerio de San Isidro, en un nicho que se halla en la fila superior de la Galería nº 4 (contando
seis nichos desde la izquierda).
Sobre esta mujer, habría mucho que decir, pero
ni es el lugar, ni el momento apropiado. Nos limitaremos a comentar que en
realidad, existen muchas posibilidades de que la maja vestida y desnuda que
pintó Goya, es Pepita Tudó, no la duquesa de Alba como se pretende. Pero esto será
aclarado en otra ocasión, y en otro artículo diferente.
En las imágenes, el cuadro famoso de
Goya, en sus dos versiones, Las cuales eran propiedad además de Manuel Godoy,
al igual que otro número importante de obras de su colección.
El 30 de abril de 1844, con Isabel
II en el trono, el ministerio de Hacienda acordó la devolución a Manuel Godoy
de todos los bienes que estuvieran en poder del estado, así como la
indemnización por los vendidos y enajenados, pero la medida no se pudo aplicar
puesto que muchas obras habían desaparecido en sucesivos expolios. En cambio, a
su hija Carlota, en 1829, se le había devuelto la propiedad de los bienes de su
madre la Condesa
de Chinchón y la mitad de los confiscados a su padre. Godoy tampoco quiso
regresar jamás a España, pudiendo hacerlo desde que fue autorizado por el
gobierno español el 31 de mayo de 1847, concretamente el gobierno de Joaquín
Francisco Pacheco (otro salvador de la
memoria histórica interesada del momento) fue el que rehabilitó a Godoy, pero
este nunca quiso regresar. Abandonado por todos, muere en París en 1851, sólo y
arruinado en un cuchitril. Su cuerpo fue depositado en principio en la iglesia
de Saint-Roch y trasladado en 1852 al cementerio de Père-Lachaise en una tumba
situada en dicho cementerio, en la
División 45 (3ª línea O, 19.donde reposa actualmente, en un
apartado que se llama Lísle des espagnoles, donde están enterrados los
españoles afrancesados o sus descendientes que en su día, salieron de España o
bien desterrados o por propia voluntad. En la imagen, tumba de Godoy en París.
En 1873 llegó la derrota definitiva de la
familia con la nacionalización por el gobierno de Emilio Castelar de todos los
bienes pertenecientes a Godoy. Hacía 4 años que había muerto Pepita Tudó.
JUICIO A GODOY
Godoy ha sido uno de los personajes
más apasionadamente tratados por la Historia. El llamado choricero y Gran Visir es
juzgado hoy en día sin acritud ni pasión, ya se ve en las iniciativas tanto de
algún Ayuntamiento como Iglesia-Convento como de algún que otro Ministerio
Público, de intentar traer sus restos a España. Lo cierto es que tuvo el
singular infortunio de sobrevivir muchos años a su desgracia y esta
circunstancia desventurada incita hoy a la piedad y a la benevolencia hacia el
que contempló durante cerca de medio siglo el doloroso contraste entre su
pasada grandeza y el triste presente, lleno de miserias y tribulaciones.
Es
calificado de mediocre y ambicioso, anhelante en acumular riquezas, aunque no
carecía de talento, pues era de una inteligencia clara y despierta. Es verdad
que tuvo algunos aciertos, Godoy como gobernante fue un decidido partidario de
las luces, suprimió censuras, dejo entrar los libros enciclopedistas, puso
trabas a la actuación de la inquisición, fue quien autorizo el regreso de los
judíos a España. La herencia educativa y cultural de Godoy es muy superior a la
de cualquier otro periodo: Creación del Real Colegio de Medicina, el Cuerpo de
Ingenieros y Cosmógrafos, las escuelas de Veterinaria, Sordomudos, Relojería,
etc. el Observatorio Astronómico, el Jardín Botánico, los museos de Industria e
Hidrográfico, ordenó el primer reglamento para médicos y farmacéuticos, apoyó
publicaciones y expediciones de estudios botánicos, etc., pero, las guerras en
que nos metió costo a España aproximadamente medio millón de muertos, sin
contar los que murieron por el hambre, ya que resultó verdaderamente costosa.
Los guerrilleros se aprovisionaron sobre el terreno mediante requisas, la
devastación destructora diezmó la producción agraria, la gente del campo temía
cultivar por miedo a la incertidumbre, las cosechas fueron malas y escasas y la
mortandad por la hambruna se disparó. La industria textil disminuyó casi hasta
desaparecer, el transporte de mercancías se paralizó por completo, y la guerra
generó un fuerte déficit en las finanzas públicas generando un déficit que
superaba los 12.000 millones de reales, cifra veinte veces superior a los
ingresos anuales ordinarios, sin contar las pérdidas de las guerras como
aliados de Napoleón, la pérdida de la Armada Española, la de tantos buenos
héroes sin parangón de la patria, y sobre todo, que a raíz de la guerra en que
nos vimos metidos gracias a la, por decirlo de alguna manera, desconsideración
del mozo extremeño, las Colonias de América empezaron su periplo
independentista de una nación débil, y en quiebra.
Los intereses creados por una
muchedumbre de servidores interesados sólo en su propio beneficio forjaron la
leyenda de su exagerada competencia y la aureola de prestigios que trataban de
encubrir sus grandes dislates. Los acontecimientos que se desarrollaron a su
vista eran de trascendencia muy superior a su preparación. La gloria de
Napoleón le deslumbró en un principio, le atemorizó después su poder y desde
entonces su servilismo no tiene nombre. La vanidad y el instinto de conservar
su relevante posición le cegaron en la última época de su gobierno y vendió a
su patria sin darse cuenta del crimen que cometía. También es justo decir que
la responsabilidad fue también de los reyes que lo elevaron, de los aduladores
de la época y de esos españoles que se resignaron en aquel orden de cosas.
Ante todo esto expuesto, compete al
lector enjuiciar si Manuel Godoy y Álvarez de Faria fue un noble político que
sufrió los desmanes y desatenciones de unos reyes nefastos (como muchos otros
por no decir casi todos, tanto Austrias menores como Borbones mayores), y
merecedor de ser repuesto en el papel de la Historia de España como ilustre y
grande, y que sus restos acaben en la tierra que lo vio nacer y desaparecer por
la frontera, o bien, que termine donde siempre ha estado y querido estar, pues
ya se ha visto que nunca quiso regresar, más bien lo que quería era sólo, su
extenso patrimonio fruto de lo que la fructífera caída a tiempo de un caballo,
le quiso regalar.
Para finalizar, cabe reseñar el
famoso dicho de Santayana, “Quien olvida su historia, está condenado a
repetirla”. Así sea.
Aingeru Daóiz Velarde.-
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