LOS MINISTROS Y
En el nuevo gobierno
absolutista, los secretarios y los Ministros no tuvieron la estabilidad
deseable ni esperada. Las intrigas de la
Corte y las
acusaciones producían constantes cambios de ministros, pasando de treinta
los que hubo en seis años, y tanto el desorden como la inmoralidad de la
Administración llegaron
a extremos escandalosos, prueba de ello es la colección de Decretos
de Fernando VII que da una falsa idea de que se llevaron a cabo numerosas
medidas tendentes a reorganizar la situación del país, pero de hecho la
lentitud burocrática hizo que todo quedara en meros deseos de reformas.
Los nuevos
ministros son incapaces de desarrollar una buena política. Medidas como la
reinstauración de la
Mesta (Gremio o
asociación profesional de origen medieval que agrupaba a los ganaderos
dedicados a la trashumancia), los gremios, los privilegios fiscales
estamentales, la devolución de las propiedades desamortizadas, etc. llevan al
país a una situación de bancarrota. La situación económica que encontró
Fernando VII en 1814 fue deplorable: el país se encontraba destrozado, la
agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones inservibles y
las arcas de la
Hacienda vacías.
A todo ello hay que añadir el comienzo de la emancipación americana, que trajo
como consecuencia el corte brutal de la llegada de metal acuñable y del
comercio ultramarino, es decir, la disminución de la llegada de remesas
de plata americana. Pero también es conveniente recordar que el carácter del
sistema de Fernando VII es el no tener ninguno y, por tanto, no se puede hablar
de un programa coherente, de un criterio firme o de una línea política
constante, y cuyo resumen fue la bancarrota al final de esos seis años de
absolutismo, como se ha comentado.
En términos generales,
los ministros de esta época absolutista, fueron gentes mediocres elevadas por
el capricho del monarca. Macanaz fue acusado de cohecho con la venta de cargos
en Filipinas y desterrado, el duque de San Carlos (José Miguel de Carvajal,
Vargas y Manrique) separado, según reza el decreto "por su cortedad de
vista", Martín de Garay desterrado, Felipe González Vallejo al presidio de
Ceuta, estos últimos, por poner un ejemplo. Hay que decir que el monarca, en
demanda de soluciones, llegó a designar a ministros de matiz liberal, como el
propio Martín Garay o León y Pizarro, pero su gestión no fue más afortunada que
la de otros.
Los secretarios no
tuvieron más que autoridad aparente como los Consejos, ya que el poder lo tenía
la "Camarilla". La palabra "Camarilla", en realidad había
nacido ya en tiempos de Carlos IV, el cual solía conversar con sus allegados cortesanos
en una pequeña cámara o habitación de Palacio, de ahí su nombre, y estaba
cercana a sus habitaciones privadas, y de esta derivó la privanza de Manuel
Godoy, y en el mismo sitio le dio a Fernando VII a conversar con todo tipo de
gentes modestas, y no tan modestas, pero a saber de que su carácter era de
conversador impenitente, gran fumador, populachero y que realmente le gustaba
más el contacto con gentes modestas de las cuales aprendió bastante de la
chulapería de los barrios bajos de Madrid.
Esta
"Camarilla", aunque nunca fue un cuerpo organizado, sí es
cierto también que tampoco tuvieran todo el poder político que se les atribuía,
ya que aunque existían unos cuantos habituales, su presencia no era regular, y
su finalidad era por la desconfianza de Fernando VII, que quería saber a través
del pueblo cómo lo hacían sus ministros, y en algunas ocasiones, a raíz del
carácter desconfiado del rey, funcionaba como válvula de escape y órgano
consultivo. No caemos en una contradicción argumentar que la
Camarilla era la
que realmente tenía el poder, y que nunca fue un cuerpo organizado y sí de
carácter variable, ya que así se demuestra el carácter de gobierno del propio
rey absoluto: sin fundamento y carente de toda imaginación de gobierno.
Nos detendremos un poco
en desmenuzar las características de algunos de los integrantes de esta
Camarilla, para poder hacernos una idea del carácter de los acontecimientos que
vinieron después, y de la falta de gobierno y del carácter mundano de un rey
absoluto falto totalmente de ideas, y de idealistas para su pretensión.
Eran hombres de
escasas luces, y en ella figuraba el antiguo preceptor Escóiquiz, Que había
soñado con ser un ministro-cardenal de la talla de Cisneros o Richelieu, cuando
no era más que un conspirador o intrigante, el adulador Antonio Ugarte, que
había sido esportillero, maestro de baile y agente de negocios, interviniendo
en algunos escándalos, que por la oscuridad de las cuentas dio con sus huesos
en la cárcel (tema de los barcos de Rusia, por ejemplo). Otro consejero del
Deseado fue el antiguo vendedor de agua de la
Fuente del
Berro, Pedro Collado, alias "Chamorro", que le hacía reír con sus
chistes y gracias y burdas, natural de Colmenar Viejo, se encumbró á la
servidumbre de Fernando, cuando todavía era príncipe de Asturias. Su lenguaje
truhanesco y su cómica garrulidad le merecieron algunas confianzas del
príncipe, e iniciado en la conspiración del Escorial, estuvo preso e incluido
en la sentencia de aquella causa. Había servido entonces Chamorro de espía de
los demás criados, y celaba también la cocina por encargo de Fernando, que
temía le envenenasen la comida.
Sentado en el solio el
hijo de Carlos IV y de María Luisa, creció el favor de Chamorro; y habiendo
acompañado al Monarca a Valençay, y elevándose a confidente intimo, regresó a
España convertido en favorito. De tal suerte se había el Rey acostumbrado a las
gracias y libertades de su criado, que no podía vivir sin su compañía, y en más
de una ocasión esta planta, humilde pero venenosa, carcomió las raíces y abatió
los cedros más excelsos. Se dice de este bufón que se jactaba de haber
echado abajo un Ministerio con un chiste dicho al rey al tiempo de estarle
desnudando. Si al recorrer los años, cuyo cuadro trazamos, vemos cruzarse las
intrigas más torpes, y no les encontrarnos significado político alguno, será
preciso buscar la solución en el recinto del gabinete real, donde, lejos de
todas las miradas, se ataban los hilos de la red en que enredados los ministros
caían y se levantaban según el impulso de los actores.
No tardó en aparecer al
frente de la camarilla, con desdoro del soberano a quien representaba, el
bailío (agente de la administración real o señorial en un territorio
determinado) Tattischetf, embajador ruso destinado en Madrid, estímulo y
atizador de aquella fragua, siempre ardiendo y vomitando rayos contra la
felicidad pública. El bailío ruso tuvo la destreza necesaria para persuadir a
Fernando de las ventajas de su íntima alianza con Rusia para sostener el
gobierno absoluto, culpando a los ingleses, como lo hizo Napoleón, de las
novedades introducidas en España durante su estancia en Valençay. Fernando
abrió, bajo los auspicios de Tatischeff, su cordial correspondencia con el
emperador Alejandro. Según Villaurrutia, Tatischeff, con la ayuda de Antonio
Ugarte (de quien hablaremos algo más detenidamente después), personaje
destacado en la camarilla del rey, consiguió introducirse en este grupo,
ganándose el favor real hasta 1820. Seis años pasó ejerciendo, según este
historiador, funciones de valido y siendo el verdadero árbitro de la política
exterior de España. Dice también Villaurrutia que ponía y quitaba secretarios
de Estado sin más dificultad. Parece todo esto un poco exagerado, aunque es
indudable la influencia que llegó a tener Tatischeff en la
Corte y la
existencia de una camarilla que trataba de llevar al rey a su redil. Se le
entregó a Tatischeff, por sus gestiones para la firma del Acta de Viena y la
Santa Alianza , el Toisón de Oro el 9 de julio de 1816, alta
merced nunca hasta entonces concedida a un embajador extranjero, lo que supuso
un escándalo en su momento, por ser una prueba más o menos palpable de la
influencia de Tatischeff en el Gobierno. A todo esto, hay que decir el mal
efecto que había tenido esta condecoración en los británicos, ya que Inglaterra
temía que la alianza hispano-rusa le restara influencia en la
Península después
de tantos sacrificios en la
Guerra de la
Independencia. En la imagen siguiente,
Tatischeff.
D. Antonio Ugarte vino a
Madrid desde Vizcaya, su patria chica, a buscar fortuna, siendo muy joven. Por
algún tiempo estuvo de criado de esportilla, o mozo de plaza en casa del
consejero de Hacienda D. Juan José Eulate y Santa. En la misma casa pasó luego a
escribiente, pero salió de ella por un asunto desagradable. Entonces se tuvo
que dedicar a maestro de baile. Entre los discípulos pudo contar, por su
fortuna, a una señorita de Búrgos, la cual tomó en empeño favorecer a su
maestro coreográfico, proporcionándole tanto discípulos como algunos negocios
en que fuera agente: llegó a serlo de Indias, y más adelante de los cinco
gremios. La fortuna empezó a sonreírle, pero mucho más cuando tuvo la suerte de
que el embajador de Rusia, barón de Strogonoff, le encargase la
gestión de algunos negocios suyos particulares, que desempeñó con exactitud y
esmero; de modo que habiendo de salir de Madrid el embajador precipitadamente
en 1808, le dejó encargado de cuanto tenía en esta corte.
En ella siguió sirviendo
a tirios y troyanos y a cuantos le proporcionaban negocios durante la guerra de la
Independencia , de modo que, habiendo de marchar a Rusia don
Francisco Zea Bermudez (embajador español, que posteriormente en tiempos de la
regencia de María Cristina fue encargado de formar gobierno), que tenía allí
relaciones mercantiles, a fin de obtener recursos a favor de España y contra el
usurpador, fue Ugarte quien proporcionó en Madrid el pasaporte francés,
añadiendo a éste una carta para Strogonoff, que también entregó al Sr. Zea, el
cual poco después estipulaba el tratado de Velikie-Luki, en 12 de Setiembre de
1812, con el conde Nicolás de Romanzofí. Mediante este Tratado por el cual el
zar, Alejandro I, que había entrado en guerra con Napoleón establecía una
alianza con España y reconocía la
Constitución de
Cádiz.
Dos años después vino de
embajador de Rusia a España el bailío Tattischeff, de quien ya hemos hablado, y
a quien Strogonoff había recomendado a Ugarte. Éste le sirvió, no ya como
agente de negocios, sino como confidente en sus relaciones diplomáticas, lo
cual dio gran importancia al propio Ugarte, pues gestionaba en la camarilla por
cuenta del embajador, el cual a su vez le realzaba en la corte, paseando con él
del brazo y distinguiéndole con no pocos honores, causando así algo de envidia
y no poca extrañeza a sus antiguos discípulos de baile y clientela. En la
imagen, Antonio Ugarte y su esposa.
Fernando VII le confió el encargo de alistar la expedición que debía marchar al Rio de
Hay que decir también
que gracias a su habilidad como intrigante, consiguió la caída del
marqués de Campo Sagrado y su sustitución por Eguía.
Otro de la
Camarilla eran
Blas Gregorio de Ostolaza y Ríos, confesor de Fernando VII en Valençay, peruano
de nacimiento y cuyo padre era oriundo de la villa guipuzcoana de Guetaria.
Excelente orador. Fue uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas, por lo
que fue premiado con el título de confesor y capellán de honor de Fernando VII.
Este singular personaje fue nombrado director del Hospicio de la
Misericordia de
Murcia, pero su conducta con los hospicianos y con las jóvenes hospicianas fue
tal que se le denunció en 1817 por corruptor, fue encerrado en las cárceles de la
Inquisición y
después enviado, por orden del rey, al convento de las Batuecas. De allí pasó a
Sevilla, en donde se le siguió el proceso que la
Inquisición había
reclamado para sí. La llegada de la
Constitución supuso
su traslado en 1820
a la
Cartuja , desde donde intrigó contra la
Constitución. En 1823
fue desterrado a Canarias, donde se adscribe al partido liberal y, un año
después, vuelve a la
Península , a Orihuela, en donde publica otro Sermón contra los
voluntarios realistas. En 1833, se unió a la causa carlista e intrigó en
favor de los suyos hasta que, finalmente, fue detenido y luego fusilado. En
resumen, cambiaba de bando conforme a las necesidades particulares. De
absolutista y firmante de los Persas, a Liberal, y después a Carlista pasando
por intrigante anticonstitucional.
El duque de Alagón,
Francisco Fernández de Córdoba y Glimes de Brabant (después Francisco de
Espés), I duque de Alagón, señor y barón de Espés, barón de Alfajarín.
Fue Jefe de la
Guardia de Corps
de Fernando VII y su consejero y amigo personal. Popularmente era conocido como
Paquito Córdoba, individuo del real cuerpo de guardias de Corps, como hemos
dicho, y que nunca había visto la cara al enemigo, supo hallar el camino
para llegar en el corto espacio de cuatro años á ser duque de Alagon, grande de
España de primera clase, caballero del Toison de Oro, gran cruz de Carlos III y
capitan de la guardia de la real persona. Hubiera sido muy útil al Rey y
a los españoles que semejante hombre no hubiese entrado jamás por las puertas
de palacio, según palabras de D.Jose Presas. Otro integrante de la
Camarilla , y otro guardia de Corps que en la historia de
España supo valerse de las necesidades más intimas de una reina, o en este
caso, de un rey, quien le concedió el grado de Capitán General, y quien le
preparaba al rey amores extraoficiales, en ocasiones, junto a un conocido que
ya hemos nombrado, Chamorro.
Y aquí cabe
adecuar un relato interesante sobre estas costumbres del rey, ya que, sabedores
como eran los enemigos del Deseado de sus salidas nocturnas, se confabuló lo
que se dió a llamar "La
Conspiración del
Triángulo", nombre que se dio a la intentona que una sociedad secreta
masónica dirigida por el valenciano Ramón Vicente Richart, puso en marcha en
febrero de 1816. Se le conoce como del triángulo porque acentuaban el
secretismo actuando en grupos de tres personas. Cada uno de los conjurados
tenía que buscar el apoyo de otros dos, a los que sólo él conocía y así
sucesivamente. De modo que si caían en manos de la policía no pudiesen delatar
más que a dos personas.
En el mecanismo conspiratorio, estaban implicados militares y
civiles, muchos de ellos masones ya que la masonería contribuía muy activamente
en la difusión del liberalismo, pero debido al secretismo no podemos saber
exactamente quien estaba detrás, aunque también es justo decir que no podemos
caer en el error en identificar a los masones siempre con los liberales,
pues en esa asociación secreta, en España muy respetuosa con el catolicismo,
había absolutistas, liberales y profesionales, sobre todo militares, que no es
fácil de encuadrar en ideologías generales.
El presunto
objetivo era asesinar a Fernando VII en una casa de citas y
posteriormente proclamar la constitución de 1812, aunque como veremos
seguidamente el asesinato del rey no se puede decir que fuera prioritario, ya
que realmente fue desmentido posteriormente por dos cabos de granaderos llamados Francisco Leyva y
Victoriano Illán, con quienes había contactado Richart, y a quien traicionaron
después agobiados por el miedo.
Además de Richart,
pudieron participar en el intento de regicidio, Espoz y Mina, Rafael de
Riego , Juan Díez Porlier y luis Lacy, pero esto se supo después, ya que en su
momento era complicado de verificar, precisamente por su carácter esencial.
El plan consistía en matar al rey de España cerca de la
Puerta de
Alcalá, cuando se dirigía durante sus paseos nocturnos a la cita habituales de
su “vida privada”. Muchas noches salía el Rey de Palacio, disfrazado y sin más
compañía que Chamorro y el duque de Alagón, dirigiéndose a casa de una hermosa
andaluza llamada «Pepa la
Malagueña », donde debía ejecutarse el plan del regicidio, en
la habitación de aquella mujer, donde era fácil penetrar. La conspiración fue
descubierta por una traición, cuya consecuencia fue la detención
del director de la conspiración, el general Richard y un total de 50
sospechosos. Fueron juzgados y declarados culpables de traición y condenados a
la pena de muerte sólo dos, el propio Richart, y su colaborador, Baltasar
Gutiérrez, pues el mecanismo del triángulo impidió que se conociese quienes
estaban implicados. La solidaridad entre los conjurados funcionó y el silencio
en los interrogatorios hizo que a pesar de ser detenidos unos 50 sospechosos,
como hemos dicho antes, no se pudiese imputar a muchos.
Hay otros autores que
dan otra versión, dando a entender que la llamada Conspiración del Triángulo,
que por cierto fue un método ideado por el
alemán de origen judío Johann Adam Weishaupt, célebre por ser el fundador de
una rama de la masonería conocida como los “Illuminati”, no existió
verdaderamente, y que se trata más bien de un término apócrifo, basándose en
que de haber sido real, no habrían sido detenidos tantos imputados, pero lo
cierto es que sí se produjo la conspiración, aunque también se puede tener duda
si su finalidad era la muerte de Fernando VII, ya que este hecho hubiera
propiciado el reinado de su hermano Carlos, de ideología mucho más absolutista
y hermética, con lo cual, se tiende más a la idea de que la finalidad era raptar
al rey, para obligarle a jurar una Constitución más abierta, más ilustrada y en
definitiva más reformista.
Lo cierto es que el 6 de
mayo de 1816 fueron ahorcados y posteriormente decapitados en la
Plaza de la
Cebada de
Madrid. Conviene recordar este sitio, para más adelante, pues volverá a ser
testigo de otro suceso importante.
En la imagen, la
Plaza de la
Cebada en la
época.
En un escrito de la época, se dice lo siguiente:
»El mismo duque (se refiere al duque de Alagón), el conde de Puñonrostro
(Juan José Matheu y Arias Dávila. 1802-1836. XII conde de Puñonrostro. Firmante
de la Constitución
de Cádiz, la Regencia lo nombró
diputado suplente por Quito, de donde era natural), gentil hombre de cámara, y
otros palaciegos, presumidos de graciosos, en las conversaciones familiares,
procuraban con chistes y palabras lisonjeras persuadir a Fernando que nadie era
capaz de sorprender su perspicacia.
»No era fácil que el Rey pudiese presumir ni aún remotamente que éstos y
otros palaciegos en aquella misma ocasión lo engañaban, pues entonces fue,
cuando lograron para sí y para otros, empleos, dignidades, distinciones y la
particular gracia con que S.M. premió su fidelidad mal entendida, con la cesión
de una parte del territorio de las Floridas, en la que fueron considerados Alagón,
Puñonrostro y D. Pedro Vargas, tesorero particular de S. M.; pero estos
miserables, sin tener conocimiento alguno del estado de los negocios, y
confiados únicamente en sus intrigas y manejos clandestinos, se vieron poco
tiempo después, y cuando menos lo pensaban, privados de esta propiedad, lo que
se verificó en virtud del tratado hecho con los Estados-Unidos, que S. M.
ratificó en 25 de Octubre de 1820,
a cuyo favor dio y donó en toda propiedad y soberanía la Florida Oriental
y Occidental, anulando expresamente las tres concesiones hechas a favor del
duque de Alagón, Puñonrostro y Vargas.»
Estos eran, entre otros, los miembros de la "Camarilla", y decimos
entre otros porque hubo algunos más, y de las más bajas escalas de la sociedad,
pero por carecer de renombre e importancia, nos hemos limitado en poner aquí a
algunos de los más importantes, para hacernos una idea de cómo funcionaba el
gobierno del Deseado Fernando VII. Lo cierto, es que en la tertulia del regio
Alcázar se despachaban asuntos de Gobierno, se elevaba o se decretaba la caída
de altos funcionarios, se preparaban aventuras galantes, se repartían prebendas
o cargos a políticos, se escuchaban delaciones y se premiaba a los delatores
pues los tertulianos se denunciaban también entre sí, y se imponían castigos de
puño y letra del rey.
La popularidad real disminuyó de forma progresiva, y el malestar
producido originó varias sublevaciones que fracasaron, pero triunfó la de 1820,
que se conoce vulgarmente como la sublevación de Riego, de la que más adelante
hablaremos, y que dio pie al Trienio Constitucional.
Otra prueba de la nefasta actuación del gobierno de Fernando VII en esta
época, es la política internacional, en cuanto a la defensa de los intereses de
España, ya que se puede catalogar de desorientada. Prueba de ello fue la
negociación llevada a cabo en el Congreso de Viena por el enviado de Fernando
VII Pedro Gómez Labrador, Marqués de Labrador (Valencia de Alcántara 1772 -
París 1850). Don Pedro Gómez Labrador fue un diplomático y noble español que
representó a España en el Congreso de Viena (1814-1815). Labrador no consiguió
los objetivos diplomáticos que se le encomendaron, que pasaban por restaurar en
el trono de las antiguas posesiones españolas de Italia a los Borbones, que
habían sido depuestos por Napoleón, y de restablecer el control de España sobre
las colonias americanas, las cuales se habían rebelado durante la invasión
napoleónica de España.
El Marqués de Labrador ha sido casi universalmente condenado por los
historiadores por su incompetencia en el congreso, en el cual España no logró
ninguna de sus metas diplomáticas. En algunos libros de historia aparece que
fracasó debido a: "... Su mediocridad, su carácter altivo y su total
subordinación a los caprichos del círculo íntimo del rey, es decir, a la Camarilla , por lo que no
consiguió nada favorable. El Duque de
Wellington lo refirió como "el hombre más estúpido que he visto en mi
vida". Lo único que consiguió fue
el desprecio hacia los intereses españoles, como eran los derechos relativos a
la devolución de Luisiana y el reconocimiento de las posesiones
americanas. Su decadencia política se vio
evidenciada posteriormente debido a su
apoyo al Carlismo.
No es nuestra intención formar aquí capítulo aparte, o adosado al
principal sobre el papel de este hombre en lo que se refiere al famoso Congreso
de Viena, pero, intentando hacer justicia histórica, es preciso mencionar que
si realmente no se consiguió nada en el mencionado Congreso, no debemos juzgar
como culpable absoluto al ilustre extremeño, prueba de ello puede servirnos
tomando como base algunos documentos del Fondo documental del Marqués del
Labrador. En un artículo de la revista La España , fechado el día 11 de septiembre de 1855 y
Conservado en este fondo documental, se hace referencia al papel del Marqués en
el Congreso de Viena y queda claro de que el Marqués defendió sus tesis con
gran energía y patriotismo, pero no pudo hacer todo lo que le hubiera gustado,
por las presiones recibidas desde la corte española:
“La Revista
invoca el grande interés que tendrá España en que su voz sea escuchada el día
en que se trate de un nuevo arreglo territorial en Europa. Títulos más
poderosos que ninguna otra nación nos asistían cuando en 1815 se hicieron los
tratados de Viena, y sin embargo, sabido es el triste papel que representamos
en aquel congreso. El espíritu de partido ha vulgarizado la especie de que los
diplomáticos españoles sacrificaron vergonzosamente los intereses de su patria,
y éste es un error manifiesto. El Marqués de Labrador, de cuya capacidad podrá
haber muchos que duden, pero cuyo patriotismo está al abrigo de toda sospecha,
hizo cuanto pudo para sacar el partido a que tan justamente tenía derecho
España. No sólo abogó con energía en pro de los intereses que representaba,
sino que protestó todos los actos y decisiones que consideraba perjudiciales, y
llevó su tenacidad hasta tal punto que, por su negativa, estuvieron mucho
tiempo abiertos los protocolos, y no los hubiera firmado de no haber recibido orden
expresa de la corte de Madrid. Era tan grande la insistencia del Marqués, que
fatigado un día Lord Wellington de sus repetidas protestas, le dijo en tono un
tanto burlón, que hablaba como si fuera el embajador de Carlos V, a lo cual
contestó Labrador con notable oportunidad «Si yo fuera, señor duque, embajador
de Carlos V, no hablaría tanto, pero en cambio haría más de lo que ahora puedo
hacer «. Con tan significativa respuesta queda explicado el Congreso de Viena
por lo que respecta a España”.
En resumidas cuentas, queda aquí de manifiesto que el verdadero culpable
fue quien condujo la política exterior e
interior de España, que bien pudo ser el propio rey, directamente, o la Camarilla a la que hemos
aludido en el presente capítulo, pero no debemos obviar la responsabilidad
directa de la toma de decisiones. En una de sus cartas, fechada el 20 de mayo
de 1815, sobre el Congreso de Viena,
Labrador dice lo siguiente:
“... Los ministros de cuatro potencias que se creen árbitros de la Europa , se reunían y reúnen
casi diariamente, pero lo que tratan o no lo sabemos los demás o lo sabemos por
contrabando... He notado que los ingleses miran a Londres como el centro del
Universo, y quieren que sea su gobierno el tribunal de apelación hasta del
Congreso Europeo...”.
En la imagen, Pedro Gómez Labrador.
En el próximo capítulo sobre el tema de la Constitución española de 1812, trataremos sobre el título OPOSICIÓN Y CAÍDA DEL ABSOLUTISMO.
Oye,tu blog está a la altura de los mejores libros de Historia felicidades Aingeru.
ResponderEliminarSi está a la altura, como dices, es por gente como tu, la razón por la que me sacrifico es por personas como tu, desde luego. Gracias por tu comentario y un fuerte abrazo desde este rincón de la virtualidad, donde se echa de menos el contacto de la piel de una mano amiga.
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