sábado, 13 de septiembre de 2014

LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL SEXENIO ABSOLUTISTA


LOS MINISTROS Y LA CAMARILLA DEL 
SEXENIO ABSOLUTISTA       

En el nuevo gobierno absolutista, los secretarios y los Ministros no tuvieron la estabilidad deseable ni esperada. Las intrigas de la Corte y las acusaciones producían constantes cambios de ministros, pasando de  treinta los que hubo en seis años, y tanto el desorden como la inmoralidad de la Administración llegaron a extremos escandalosos, prueba de ello es  la colección de Decretos de  Fernando VII que da una falsa idea de que se llevaron a cabo numerosas medidas tendentes a reorganizar la situación del país, pero de hecho la lentitud burocrática hizo que todo quedara en meros deseos de reformas.

  Los nuevos ministros son incapaces de desarrollar una buena política. Medidas como la reinstauración de la Mesta (Gremio o asociación profesional de origen medieval que agrupaba a los ganaderos dedicados a la trashumancia), los gremios, los privilegios fiscales estamentales, la devolución de las propiedades desamortizadas, etc. llevan al país a una situación de bancarrota. La situación económica que encontró Fernando VII en 1814 fue deplorable: el país se encontraba destrozado, la agricultura esquilmada, la industria deshecha, las comunicaciones inservibles y las arcas de la Hacienda vacías. A todo ello hay que añadir el comienzo de la emancipación americana, que trajo como consecuencia el corte brutal de la llegada de metal acuñable y del comercio ultramarino, es decir,  la disminución de la llegada de remesas de plata americana. Pero también es conveniente recordar que el carácter del sistema de Fernando VII es el no tener ninguno y, por tanto, no se puede hablar de un programa coherente, de un criterio firme o de una línea política constante, y cuyo resumen fue la bancarrota al final de esos seis años de absolutismo, como se ha comentado.

En términos generales, los ministros de esta época absolutista, fueron gentes mediocres elevadas por el capricho del monarca. Macanaz fue acusado de cohecho con la venta de cargos en Filipinas y desterrado, el duque de San Carlos (José Miguel de Carvajal, Vargas y Manrique) separado, según reza el decreto "por su cortedad de vista", Martín de Garay desterrado, Felipe González Vallejo al presidio de Ceuta, estos últimos, por poner un ejemplo. Hay que decir que el monarca, en demanda de soluciones, llegó a designar a ministros de matiz liberal, como el propio Martín Garay o León y Pizarro, pero su gestión no fue más afortunada que la de otros.


Los secretarios no tuvieron más que autoridad aparente como los Consejos, ya que el poder lo tenía la "Camarilla". La palabra "Camarilla", en realidad había nacido ya en tiempos de Carlos IV, el cual solía conversar con sus allegados cortesanos en una pequeña cámara o habitación de Palacio, de ahí su nombre, y estaba cercana a sus habitaciones privadas, y de esta derivó la privanza de Manuel Godoy, y en el mismo sitio le dio a Fernando VII a conversar con todo tipo de gentes modestas, y no tan modestas, pero a saber de que su carácter era de conversador impenitente, gran fumador, populachero y que realmente le gustaba más el contacto con gentes modestas de las cuales aprendió bastante de la chulapería de los barrios bajos de Madrid.

 Esta "Camarilla", aunque nunca fue un cuerpo organizado,  sí es cierto también que tampoco tuvieran todo el poder político que se les atribuía, ya que aunque existían unos cuantos habituales, su presencia no era regular, y su finalidad era por la desconfianza de Fernando VII, que quería saber a través del pueblo cómo lo hacían sus ministros, y en algunas ocasiones, a raíz del carácter desconfiado del rey,  funcionaba como válvula de escape y órgano consultivo. No caemos en una contradicción argumentar que la Camarilla era la que realmente tenía el poder, y que nunca fue un cuerpo organizado y sí de carácter variable, ya que así se demuestra el carácter de gobierno del propio rey absoluto: sin fundamento y carente de toda imaginación de gobierno.


Nos detendremos un poco en desmenuzar las características de algunos de los integrantes de esta Camarilla, para poder hacernos una idea del carácter de los acontecimientos que vinieron después, y de la falta de gobierno y del carácter mundano de un rey absoluto falto totalmente de ideas, y de idealistas para su pretensión.


 Eran hombres de escasas luces, y en ella figuraba el antiguo preceptor Escóiquiz, Que había soñado con ser un ministro-cardenal de la talla de Cisneros o Richelieu, cuando no era más que un conspirador o intrigante, el adulador Antonio Ugarte, que había sido esportillero, maestro de baile y agente de negocios, interviniendo en algunos escándalos, que por la oscuridad de las cuentas dio con sus huesos en la cárcel (tema de los barcos de Rusia, por ejemplo). Otro consejero del Deseado fue el antiguo vendedor de agua de la Fuente del Berro, Pedro Collado, alias "Chamorro", que le hacía reír con sus chistes y gracias y burdas,  natural de Colmenar Viejo, se encumbró á la servidumbre de Fernando, cuando todavía era príncipe de Asturias. Su lenguaje truhanesco y su cómica garrulidad le merecieron algunas confianzas del príncipe, e iniciado en la conspiración del Escorial, estuvo preso e incluido en la sentencia de aquella causa. Había servido entonces Chamorro de espía de los demás criados, y celaba también la cocina por encargo de Fernando, que temía le envenenasen la comida.



Sentado en el solio el hijo de Carlos IV y de María Luisa, creció el favor de Chamorro; y habiendo acompañado al Monarca a Valençay, y elevándose a confidente intimo, regresó a España convertido en favorito. De tal suerte se había el Rey acostumbrado a las gracias y libertades de su criado, que no podía vivir sin su compañía, y en más de una ocasión esta planta, humilde pero venenosa, carcomió las raíces y abatió los cedros más excelsos.  Se dice de este bufón que se jactaba de haber echado abajo un Ministerio con un chiste dicho al rey al tiempo de estarle desnudando. Si al recorrer los años, cuyo cuadro trazamos, vemos cruzarse las intrigas más torpes, y no les encontrarnos significado político alguno, será preciso buscar la solución en el recinto del gabinete real, donde, lejos de todas las miradas, se ataban los hilos de la red en que enredados los ministros caían y se levantaban según el impulso de los actores.




No tardó en aparecer al frente de la camarilla, con desdoro del soberano a quien representaba, el bailío (agente de la administración real o señorial en un territorio determinado) Tattischetf, embajador ruso destinado en Madrid, estímulo y atizador de aquella fragua, siempre ardiendo y vomitando rayos contra la felicidad pública. El bailío ruso tuvo la destreza necesaria para persuadir a Fernando de las ventajas de su íntima alianza con Rusia para sostener el gobierno absoluto, culpando a los ingleses, como lo hizo Napoleón, de las novedades introducidas en España durante su estancia en Valençay. Fernando abrió, bajo los auspicios de Tatischeff, su cordial correspondencia con el emperador Alejandro. Según Villaurrutia, Tatischeff, con la ayuda de Antonio Ugarte (de quien hablaremos algo más detenidamente después), personaje destacado en la camarilla del rey, consiguió introducirse en este grupo, ganándose el favor  real hasta 1820. Seis años pasó ejerciendo, según este historiador, funciones de valido y siendo el verdadero árbitro de la política exterior de España. Dice también Villaurrutia que ponía y quitaba secretarios de Estado sin más dificultad. Parece todo esto un poco exagerado, aunque es indudable la influencia que llegó a tener Tatischeff en la Corte y la existencia de una camarilla que trataba de llevar al rey a su redil. Se le entregó a Tatischeff, por sus gestiones para la firma del Acta de Viena y la Santa Alianza, el Toisón de Oro el 9 de julio de 1816, alta merced nunca hasta entonces concedida a un embajador extranjero, lo que supuso un escándalo en su momento, por ser una prueba más o menos palpable de la influencia de Tatischeff en el Gobierno. A todo esto, hay que decir el mal efecto que había tenido esta condecoración en los británicos, ya que Inglaterra temía que la alianza hispano-rusa le restara influencia en la Península después de tantos sacrificios en la Guerra de la Independencia. En la imagen siguiente, Tatischeff.

D. Antonio Ugarte vino a Madrid desde Vizcaya, su patria chica, a buscar fortuna, siendo muy joven. Por algún tiempo estuvo de criado de esportilla, o mozo de plaza en casa del consejero de Hacienda D. Juan José Eulate y Santa. En la misma casa pasó luego a escribiente, pero salió de ella por un asunto desagradable. Entonces se tuvo que dedicar a maestro de baile. Entre los discípulos pudo contar, por su fortuna, a una señorita de Búrgos, la cual tomó en empeño favorecer a su maestro coreográfico, proporcionándole tanto discípulos como algunos negocios en que fuera agente: llegó a serlo de Indias, y más adelante de los cinco gremios. La fortuna empezó a sonreírle, pero mucho más cuando tuvo la suerte de que el embajador de Rusia, barón de Strogonoff,   le encargase la gestión de algunos negocios suyos particulares, que desempeñó con exactitud y esmero; de modo que habiendo de salir de Madrid el embajador precipitadamente en 1808, le dejó encargado de cuanto tenía en esta corte.
En ella siguió sirviendo a tirios y troyanos y a cuantos le proporcionaban negocios durante la guerra de la Independencia, de modo que, habiendo de marchar a Rusia don Francisco Zea Bermudez (embajador español, que posteriormente en tiempos de la regencia de María Cristina fue encargado de formar gobierno), que tenía allí relaciones mercantiles, a fin de obtener recursos a favor de España y contra el usurpador, fue Ugarte quien proporcionó en Madrid el pasaporte francés, añadiendo a éste una carta para Strogonoff, que también entregó al Sr. Zea, el cual poco después estipulaba el tratado de Velikie-Luki, en 12 de Setiembre de 1812, con el conde Nicolás de Romanzofí. Mediante este Tratado por el cual el zar, Alejandro I, que había entrado en guerra con Napoleón  establecía una alianza con España y reconocía la Constitución de Cádiz.


Dos años después vino de embajador de Rusia a España el bailío Tattischeff, de quien ya hemos hablado, y a quien Strogonoff había recomendado a Ugarte. Éste le sirvió, no ya como agente de negocios, sino como confidente en sus relaciones diplomáticas, lo cual dio gran importancia al propio Ugarte, pues gestionaba en la camarilla por cuenta del embajador, el cual a su vez le realzaba en la corte, paseando con él del brazo y distinguiéndole con no pocos honores, causando así algo de envidia y no poca extrañeza a sus antiguos discípulos de baile y clientela. En la imagen, Antonio Ugarte y su esposa.







Fernando VII  le confió el encargo de alistar la expedición que debía marchar al Rio de la Plata, para la pacificación de aquellos Estados. Faltaban buques, pero el bailío ofreció los que sobraban en Rusia, y al efecto se trajeron de allí á Cádiz cinco navíos y tres fragatas que estaban pudriéndose y casi desechados en los puertos de aquel país, que resultaron del todo inservibles para los mares meridionales y se pudrieron en la bahía de Cádiz,  Costaron aquellas piraguas apolilladas quinientas mil libras,  por lo que fue encarcelado en el alcázar de Segovia. Ugarte fue exiliado después de la revolución de 1820 y, tras restaurarse el régimen absolutista (1823), fue nombrado secretario del Consejo de Estado, pero, advertido el rey del poder que estaba adquiriendo, fue enviado como embajador a Cerdeña en 1825.
Hay que decir también que gracias  a su habilidad como intrigante, consiguió la caída del marqués de Campo Sagrado y su sustitución por Eguía.



Otro de la Camarilla eran Blas Gregorio de Ostolaza y Ríos, confesor de Fernando VII en Valençay, peruano de nacimiento y cuyo padre era oriundo de la villa guipuzcoana de Guetaria. Excelente orador. Fue uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas, por lo que fue premiado con el título de confesor y capellán de honor de Fernando VII. Este singular personaje fue nombrado director del Hospicio de la Misericordia de Murcia, pero su conducta con los hospicianos y con las jóvenes hospicianas fue tal que se le denunció en 1817 por corruptor, fue encerrado en las cárceles de la Inquisición y después enviado, por orden del rey, al convento de las Batuecas. De allí pasó a Sevilla, en donde se le siguió el proceso que la Inquisición había reclamado para sí. La llegada de la Constitución supuso su traslado en 1820 a la Cartuja, desde donde intrigó contra la Constitución. En 1823 fue desterrado a Canarias, donde se adscribe al partido liberal y, un año después, vuelve a la Península, a Orihuela, en donde publica otro Sermón contra los voluntarios realistas.  En 1833, se unió a la causa carlista e intrigó en favor de los suyos hasta que, finalmente, fue detenido y luego fusilado. En resumen, cambiaba de bando conforme a las necesidades particulares. De absolutista y firmante de los Persas, a Liberal, y después a Carlista pasando por intrigante anticonstitucional.


El duque de Alagón, Francisco Fernández de Córdoba y Glimes de Brabant (después Francisco de Espés),  I duque de Alagón, señor y barón de Espés, barón de Alfajarín. Fue Jefe de la Guardia de Corps de Fernando VII y su consejero y amigo personal. Popularmente era conocido como Paquito Córdoba, individuo del real cuerpo de guardias de Corps, como hemos dicho,  y que nunca había visto la cara al enemigo, supo hallar el camino para llegar en el corto espacio de cuatro años á ser duque de Alagon, grande de España de primera clase, caballero del Toison de Oro, gran cruz de Carlos III y capitan de la guardia de la real persona.  Hubiera sido muy útil al Rey y a los españoles que semejante hombre no hubiese entrado jamás por las puertas de palacio, según palabras de D.Jose Presas.  Otro integrante de la Camarilla, y otro guardia de Corps que en la historia de España supo valerse de las necesidades más intimas de una reina, o en este caso, de un rey, quien le concedió el grado de Capitán General, y quien le preparaba al rey amores extraoficiales, en ocasiones, junto a un conocido que ya hemos nombrado, Chamorro.

 Y aquí cabe adecuar un relato interesante sobre estas costumbres del rey, ya que, sabedores como eran los enemigos del Deseado de sus salidas nocturnas, se confabuló lo que se dió a llamar "La Conspiración del Triángulo", nombre que se dio a la intentona que una sociedad secreta masónica dirigida por el valenciano Ramón Vicente Richart, puso en marcha en febrero de 1816. Se le conoce como del triángulo porque acentuaban el secretismo actuando en grupos de tres personas. Cada uno de los conjurados tenía que buscar el apoyo de otros dos, a los que sólo él conocía y así sucesivamente. De modo que si caían en manos de la policía no pudiesen delatar más que a dos personas.


En el mecanismo conspiratorio, estaban implicados militares y civiles, muchos de ellos masones ya que la masonería contribuía muy activamente en la difusión del liberalismo, pero debido al secretismo no podemos saber exactamente quien estaba detrás, aunque también es justo decir que no podemos caer en el error  en identificar a los masones siempre con los liberales, pues en esa asociación secreta, en España muy respetuosa con el catolicismo, había absolutistas, liberales y profesionales, sobre todo militares, que no es fácil de encuadrar en ideologías generales.

 El presunto objetivo era  asesinar a Fernando VII en una casa de citas y posteriormente proclamar la constitución de 1812, aunque como veremos seguidamente el asesinato del rey no se puede decir que fuera prioritario, ya que realmente fue desmentido posteriormente por dos cabos de granaderos llamados Francisco Leyva y Victoriano Illán, con quienes había contactado Richart, y a quien traicionaron después agobiados por el miedo.

 Además de Richart, pudieron  participar en el intento de regicidio, Espoz y Mina, Rafael de Riego , Juan Díez Porlier y luis Lacy, pero esto se supo después, ya que en su momento era complicado de verificar, precisamente por su carácter  esencial.  El plan consistía en matar al rey de España cerca de la Puerta de Alcalá, cuando se dirigía durante sus paseos nocturnos a la cita habituales de su “vida privada”. Muchas noches salía el Rey de Palacio, disfrazado y sin más compañía que Chamorro y el duque de Alagón, dirigiéndose a casa de una hermosa andaluza llamada «Pepa la Malagueña», donde debía ejecutarse el plan del regicidio, en la habitación de aquella mujer, donde era fácil penetrar. La conspiración fue descubierta por una traición,  cuya consecuencia  fue la detención del director de la conspiración, el general Richard y un total de 50 sospechosos. Fueron juzgados y declarados culpables de traición y condenados a la pena de muerte sólo dos, el propio Richart, y su colaborador, Baltasar Gutiérrez, pues el mecanismo del triángulo impidió que se conociese quienes estaban implicados. La solidaridad entre los conjurados funcionó y el silencio en los interrogatorios hizo que a pesar de ser detenidos unos 50 sospechosos, como hemos dicho antes,  no se pudiese imputar a muchos.

Hay otros autores que dan otra versión, dando a entender que la llamada Conspiración del Triángulo, que por cierto fue un método ideado por el alemán de origen judío Johann Adam Weishaupt, célebre por ser el fundador de una rama de la masonería conocida como los “Illuminati”, no existió verdaderamente, y que se trata más bien de un término apócrifo, basándose en que de haber sido real, no habrían sido detenidos tantos imputados, pero lo cierto es que sí se produjo la conspiración, aunque también se puede tener duda si su finalidad era la muerte de Fernando VII, ya que este hecho hubiera propiciado el reinado de su hermano Carlos, de ideología mucho más absolutista y hermética, con lo cual, se tiende más a la idea de que la finalidad era raptar al rey, para obligarle a jurar una Constitución más abierta, más ilustrada y en definitiva más reformista.

                                                                                                          

Lo cierto es que el 6 de mayo de 1816 fueron ahorcados y posteriormente decapitados en la Plaza de la Cebada de Madrid. Conviene recordar este sitio, para más adelante, pues volverá a ser testigo de otro suceso importante.

En la imagen, la Plaza de la Cebada en la época.




En un escrito de la época, se dice lo siguiente:

»El mismo duque (se refiere al duque de Alagón), el conde de Puñonrostro (Juan José Matheu y Arias Dávila. 1802-1836. XII conde de Puñonrostro. Firmante de la Constitución de Cádiz,  la Regencia lo nombró diputado suplente por Quito, de donde era natural), gentil hombre de cámara, y otros palaciegos, presumidos de graciosos, en las conversaciones familiares, procuraban con chistes y palabras lisonjeras persuadir a Fernando que nadie era capaz de sorprender su perspicacia.

»No era fácil que el Rey pudiese presumir ni aún remotamente que éstos y otros palaciegos en aquella misma ocasión lo engañaban, pues entonces fue, cuando lograron para sí y para otros, empleos, dignidades, distinciones y la particular gracia con que S.M. premió su fidelidad mal entendida, con la cesión de una parte del territorio de las Floridas, en la que fueron considerados Alagón, Puñonrostro y D. Pedro Vargas, tesorero particular de S. M.; pero estos miserables, sin tener conocimiento alguno del estado de los negocios, y confiados únicamente en sus intrigas y manejos clandestinos, se vieron poco tiempo después, y cuando menos lo pensaban, privados de esta propiedad, lo que se verificó en virtud del tratado hecho con los Estados-Unidos, que S. M. ratificó en 25 de Octubre de 1820, a cuyo favor dio y donó en toda propiedad y soberanía la Florida Oriental y Occidental, anulando expresamente las tres concesiones hechas a favor del duque de Alagón, Puñonrostro y Vargas.»


Estos eran, entre otros, los miembros de la "Camarilla", y decimos entre otros porque hubo algunos más, y de las más bajas escalas de la sociedad, pero por carecer de renombre e importancia, nos hemos limitado en poner aquí a algunos de los más importantes, para hacernos una idea de cómo funcionaba el gobierno del Deseado Fernando VII. Lo cierto, es que en la tertulia del regio Alcázar se despachaban asuntos de Gobierno, se elevaba o se decretaba la caída de altos funcionarios, se preparaban aventuras galantes, se repartían prebendas o cargos a políticos, se escuchaban delaciones y se premiaba a los delatores pues los tertulianos se denunciaban también entre sí, y se imponían castigos de puño y letra del rey.

La popularidad real disminuyó de forma progresiva, y el malestar producido originó varias sublevaciones que fracasaron, pero triunfó la de 1820, que se conoce vulgarmente como la sublevación de Riego, de la que más adelante hablaremos, y que dio pie al Trienio Constitucional.

Otra prueba de la nefasta actuación del gobierno de Fernando VII en esta época, es la política internacional, en cuanto a la defensa de los intereses de España, ya que se puede catalogar de desorientada. Prueba de ello fue la negociación llevada a cabo en el Congreso de Viena por el enviado de Fernando VII Pedro Gómez Labrador, Marqués de Labrador (Valencia de Alcántara 1772 - París 1850). Don Pedro Gómez Labrador fue un diplomático y noble español que representó a España en el Congreso de Viena (1814-1815). Labrador no consiguió los objetivos diplomáticos que se le encomendaron, que pasaban por restaurar en el trono de las antiguas posesiones españolas de Italia a los Borbones, que habían sido depuestos por Napoleón, y de restablecer el control de España sobre las colonias americanas, las cuales se habían rebelado durante la invasión napoleónica de España.


El Marqués de Labrador ha sido casi universalmente condenado por los historiadores por su incompetencia en el congreso, en el cual España no logró ninguna de sus metas diplomáticas. En algunos libros de historia aparece que fracasó debido a: "... Su mediocridad, su carácter altivo y su total subordinación a los caprichos del círculo íntimo del rey, es decir, a la Camarilla, por lo que no consiguió nada favorable.  El Duque de Wellington lo refirió como "el hombre más estúpido que he visto en mi vida". Lo único que   consiguió fue el desprecio hacia los intereses españoles, como eran los derechos relativos a la devolución de Luisiana y el reconocimiento de las posesiones americanas.  Su decadencia política se vio evidenciada posteriormente  debido a su apoyo al Carlismo.

No es nuestra intención formar aquí capítulo aparte, o adosado al principal sobre el papel de este hombre en lo que se refiere al famoso Congreso de Viena, pero, intentando hacer justicia histórica, es preciso mencionar que si realmente no se consiguió nada en el mencionado Congreso, no debemos juzgar como culpable absoluto al ilustre extremeño, prueba de ello puede servirnos tomando como base algunos documentos del Fondo documental del Marqués del Labrador. En un artículo de la revista La España, fechado el día 11 de septiembre de 1855 y Conservado en este fondo documental, se hace referencia al papel del Marqués en el Congreso de Viena y queda claro de que el Marqués defendió sus tesis con gran energía y patriotismo, pero no pudo hacer todo lo que le hubiera gustado, por las presiones recibidas desde la corte española:

La Revista invoca el grande interés que tendrá España en que su voz sea escuchada el día en que se trate de un nuevo arreglo territorial en Europa. Títulos más poderosos que ninguna otra nación nos asistían cuando en 1815 se hicieron los tratados de Viena, y sin embargo, sabido es el triste papel que representamos en aquel congreso. El espíritu de partido ha vulgarizado la especie de que los diplomáticos españoles sacrificaron vergonzosamente los intereses de su patria, y éste es un error manifiesto. El Marqués de Labrador, de cuya capacidad podrá haber muchos que duden, pero cuyo patriotismo está al abrigo de toda sospecha, hizo cuanto pudo para sacar el partido a que tan justamente tenía derecho España. No sólo abogó con energía en pro de los intereses que representaba, sino que protestó todos los actos y decisiones que consideraba perjudiciales, y llevó su tenacidad hasta tal punto que, por su negativa, estuvieron mucho tiempo abiertos los protocolos, y no los hubiera firmado de no haber recibido orden expresa de la corte de Madrid. Era tan grande la insistencia del Marqués, que fatigado un día Lord Wellington de sus repetidas protestas, le dijo en tono un tanto burlón, que hablaba como si fuera el embajador de Carlos V, a lo cual contestó Labrador con notable oportunidad «Si yo fuera, señor duque, embajador de Carlos V, no hablaría tanto, pero en cambio haría más de lo que ahora puedo hacer «. Con tan significativa respuesta queda explicado el Congreso de Viena por lo que respecta a España”.


En resumidas cuentas, queda aquí de manifiesto que el verdadero culpable fue quien  condujo la política exterior e interior de España, que bien pudo ser el propio rey, directamente, o la Camarilla a la que hemos aludido en el presente capítulo, pero no debemos obviar la responsabilidad directa de la toma de decisiones. En una de sus cartas, fechada el 20 de mayo de 1815, sobre el Congreso de Viena,  Labrador dice lo siguiente:

“... Los ministros de cuatro potencias que se creen árbitros de la Europa, se reunían y reúnen casi diariamente, pero lo que tratan o no lo sabemos los demás o lo sabemos por contrabando... He notado que los ingleses miran a Londres como el centro del Universo, y quieren que sea su gobierno el tribunal de apelación hasta del Congreso Europeo...”.

En la imagen, Pedro Gómez Labrador.




  



En el próximo capítulo sobre el tema de la Constitución española de 1812, trataremos sobre el título OPOSICIÓN Y CAÍDA DEL ABSOLUTISMO.








2 comentarios:

  1. Oye,tu blog está a la altura de los mejores libros de Historia felicidades Aingeru.

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    1. Si está a la altura, como dices, es por gente como tu, la razón por la que me sacrifico es por personas como tu, desde luego. Gracias por tu comentario y un fuerte abrazo desde este rincón de la virtualidad, donde se echa de menos el contacto de la piel de una mano amiga.

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