OPOSICIÓN Y CAÍDA DEL ABSOLUTISMO
La caída del régimen absolutista, no podría explicarse
sólamente por una simple pérdida de la popularidad, ya que esto, visto desde un
ángulo más analítico e historiográfico y menos pasional, sería absurdo.
Primeramente, entrarían en consideración los llamados ideólogos, partidarios
por principios y convicciones del régimen liberal-constitucionalista, que en su
mayor parte pertenecían a una clase social media, y de una cierta capacidad
intelectual y profesional de cierta consideración, entre los que se encuentran,
como no podía ser menos, la plana mayor de la facción liberal de las Cortes de
Cádiz, junto con sus más allegados colaboradores. Ya hemos visto en el capítulo
anterior cómo Fernando VII había hecho partícipes de su sexenio absolutista a
hombres de ideal liberal como Martín Garay o León y Pizarro, con lo cual, de
alguna manera, se podría desmentir el apelativo de "represión brutal"
que se puede interpretar en algunos autores sobre esta época, por lo menos, en
esta parte del reinado del Deseado Fernando VII, ya que las condenas impuestas
a los encarcelados oscilaba entre los dos y ocho años de cárcel, en su mayor
parte, y un importante número del resto, quedaron el libertad, incluso, como
hemos visto, ocupando cargos en la
Administración absolutista. Pero a decir verdad, aquéllos que
habían luchado tanto por traer a España un Nuevo Régimen en el que creían
ciegamente en contra de ese pasado glorioso que como vimos en el capítulo EL
PASADO GLORIOSO DE LA
DECADENCIA tantas desgracias ocasionó, no podían, como era
lógico pensar, conformarse con una imposición forzosa, ingobernable y
desastrosa teniendo en cuenta lo que
hemos visto hasta el momento, y menos, de una manera autoritaria y absolutista,
ya que paulatinamente y desde el principio de la restauración fernandina, el
movimiento liberal se pone a trabajar desde una posición que en principio
podríamos tildar de débil, pero no cabe duda de que se trata de hombres
inteligentes, que saben ganar alianzas provechosas, como podrían ser gentes de
negocios, cosa que en un principio, llama la atención de que en sus primeros
albores de las Cortes de Cádiz, hubiera un número casi insignificante del mundo
comercial o mercantil, aunque esto no quiere decir que el proyecto constitucional
fuera rechazado de pleno por esta clase social, es sólo que más bien se
prefería a gentes de letras, clérigos, juristas, abogados, profesores o
catedráticos, en vistas de darle un impulso más intelectual y una gran
capacidad oratoria para la hora de convencer.
Entre las mujeres, que aunque su presencia no estaba
"legalizada", por así decirlo, en el ámbito constitucional, se
encuentran María Magdalena Fernández de Córdoba y Ponce de León, Margarita
López de Morla y Virués, figura pública notable en Cádiz a principios
del siglo XIX, era la promotora de una de las tertulias políticas de Cádiz de
signo liberal o María del Carmen Silva, Lisboeta de nacimiento, y como se
define a si misma, española por elección, editora de El Robespierre español,
Doña María Tomasa Palafox y Portocarrero, duquesa de Medina Sidonia y Marquesa
de Villafranca, mujer ilustrada, pintora, y semilla de la igualdad, entre otras
dignas señoras.
En la imagen, la marquesa de Villafranca, pintada por
Goya.
Ahora bien, en este momento al que nos referimos,
posterior al primer descalabro Constitucional, el papel moneda se convierte en
protagonista indispensable frente a la facilidad de palabra intelectual. Prueba
de ello, sin lugar a dudas, fue la primera, y casi anecdótica, de Espoz y Mina
(en realidad, su verdadero nombre era Francisco Espoz Ilundáin), participante
también en la conspiración del Triágulo, de la que antes hemos hablado,
quien encabezó una conspiración en
Pamplona (1814),en la que un grupo de gentes del comercio respaldó la empresa
en un intento fallido de proclamar la Constitución de 1812. Fracasada la intentona,
tuvo que refugianrse en Francia.
En la imagen, Espoz y Mina.
Los comerciantes de La Coruña , respaldaron y
financiaron el intento de Juan Díaz Porlier en 1815, quien solicitaba la convocatoria de Cortes elegidas por el
pueblo, las cuales deberían tener la libertad de realizar en la mencionada
constitución los cambios que exigía la situación, pero fue traicionado por un grupo de 39 sargentos
del 6º Regimiento de Marina comprados por un agente infiltrado en la columna
que el mandaba, detenido y ahorcado en La Coruña en el Campo da Leña (actualmente Plaza de
España, donde existe una estatua suya) el 3 de octubre de 1815, o la burguesía
de negocios catalana, quien apoyó el intento de Luis Lacy y Gautier, quien
junto a Milans del Bosch Arquer se pronunciaba a favor de la Constitución española en
1817. Fue hecho prisionero y murió
fusilado en el castillo de Bellver de Palma de Mallorca el 5 de julio de 1817,
mientras que Milans lograba escapar. En
la imagen, Luis de Lacy.
Como vemos, es mucho más normal la participación en
este tipo de conjuras de personas de la burguesía mercantil que de la
industrial, posiblemente favorecidas por la doctrina liberal del libre cambio,
que ofrecía mejores perspectivas al comercio. De todas formas, y analizando un
poco el contexto de esta oposición al régimen absolutista, fuera aparte del
innegable hecho de que era una política de fracaso, como hemos visto, más que
nada por la difícil situación económica
que era lamentable. La decadencia de la agricultura, fruto de 5 años de guerra y
la crisis económica mundial. La restitución de los poderes de la nobleza y de la Mesta que provocó el
malestar campesino. El inicio de la emancipación de las colonias americanas que
era un amplio mercado que ayudaba a equilibrar la balanza comercial. La quiebra
financiera: 850 millones de reales de gastos frente a sólo 650 millones de
reales de ingresos y 12.000 millones de deuda pública, y la inoperancia del
Absolutismo, cosas que ya han quedado explicadas en el capítulo anterior sobre
los ministros y la camarilla.
En resumen, tenemos ya, por tanto, los que podríamos
denominar como tres elementos que configuran la insurrección u oposición
violenta contra el Antigüo Régimen, que son, por un lado, los intelectuales del
Liberalismo, que proporcionan el ideal, por otro lado, los que aportan el dinero,
que son los hombres de negocios, más concretamente, como hemos podido ver, los
comerciantes, y por último, la fuerza armada del sistema, es decir, los
militares.
En la
Guerra de la
Independencia , la intervención de los militares fue algo
tardía, debido a la fidelidad al régimen establecido como norma fundamental,
por lo que en un principio contó mucho y de forma fundamental el ejército
irregular, cuya base eran las guerrillas que tanto daño hicieron al ejército
imperial de Napoleón, y de la que salieron grandes hombres y mujeres que
llevaron a cabo verdaderas hazañas de heroísmo, y debido a ello, y al
entusiasmo de los guerrilleros y la euforia de las victorias, se llevaron a
cabo ascensos no demasiado acordes con la normativa militar, y es que cabe
recordar que aunque las Cortes de Cádiz suprimieron las pruebas de nobleza
(para ingresar en las Academias militares era preciso hasta entonces demostrar
pruebas de nobleza en el Antiguo Régimen) los ascensos de estos valientes
guerrilleros no se llevaron a cabo de una forma demasiado legal, por decirlo
así, aunque la regencia o las mismas Cortes de Cádiz no tuvieron más remedio
que reconocer los méritos y las
jerarquías militares alcanzadas por métodos irregulares, para a su vez,
reconocer el mérito de estos audaces que estaban salvando a la nación.
En la imagen, Juan Martín "El Empecinado"
Una vez finalizada la Guerra , se planteó un
problema, y es que no se sabía bien qué hacer con estos guerrilleros que se
habían elevado a las más altas cimas de la Jerarquía Militar , pues algunos eran analfabetos,
y con un sentido de la disciplina no demasiado acorde con el profesionalismo y
el espíritu militar, recordemos que por ejemplo, Espoz y Mina era un campesino
navarro, que apenas sabía leer, El Empecinado era jornalero y carbonero en un
pueblo de Valladolid, Juan Díaz Porlier era un ocurrente idealista cadete que
se hacía pasar por sobrino del Marqués de la Romana y hombres como
Palafox, Castaños, Eguía o Elío por ejemplo, profesionales de carrera, tuvieron
puestos clave al regreso de Fernando VII, y a los que venían de esa milicia
irregular (Guerrilleros) se les rebajó un grado o dos en la escala, y fueron
destinados a guarniciones de provincia. Esto provocó un descontento
generalizado en esta parte del ejército (guerrilleros), prueba de ello, es que
todas las intentonas militares sin excepción que se realizaron durante el
denominado sexenio absolutista contra el absolutismo de Fernando VII están
dirigidas por hombres de esta nueva rama del ejército.
A lo largo del ya mencionado sexenio, se produjeron
como se ha podido ver varios intentos de rebelión, o si se quiere,
pronunciamientos en favor de la
Constitución de 1812, o incluso de intento de rapto del rey
en la Conspiración
del Triángulo (de la que ya hemos hablado en el capítulo anterior), es decir,
que además de Espoz y Mina o Juan Díaz
Porlier, el del propio Vicente Richart en la supuesta Conspiración del
Triángulo o la del mismo Conde de Montijo con el llamado Gran Oriente de la
masonería española, cosa que, por cierto, sorprendió mucho a Fernando VII ya que en
parte le debía la corona, de hecho, no fue detenido hasta 1819, casi tres años
después (nos referimos a Eugenio Eulalio Palafox y Portocarrero). Poco después
llegó la de Lacy, en Cataluña, la de
Torrijos y Van Halen en Murcia, la de Polo en Madrid o la de Vidal en Valencia,
que fallaban por la falta de apoyo popular o la de incluso entre los propios
soldados que se negaban a obedecer a sus superiores, o la traición.
Entre los años 1814 y 1820, no transcurre un año sin
que se produzca un pronunciamiento, o un conato de tal, pero no sería cierto
afirmar que el hecho, refleja un intenso malestar generalizado desde el
principio. Posiblemente lo fue al final, pero desde el principio, los impulsos son
ciertamente individuales, y luego de ciertos grupos politizados, ligados casi
siempre a las sociedades secretas, que supieron ganarse de forma muy hábil a la
oficialidad joven e inquieta para la causa revolucionaria. El caso es que todas bajo la Revolución liberal
fueron fracasando, pero hubo una, la última, a comienzos de 1820, que
inesperadamente, consiguió triunfar. Nos referimos por supuesto, al
Pronunciamiento de Rafael de Riego.
En la imagen, Rafael de Riego.
Por primera vez, la soldadesca secunda el movimiento
de sus jefes, y es que el ejército acantonado en las cercanías de Cádiz,
destinado para marchar a América con el fin de intentar aplastar el movimiento
separatista o de independencia de nuestras colonias, se sublevó el 1 de enero
de 1820 a
las órdenes del Comandante don Rafael de Riego, en Cabezas de San Juan,
proclamando la Constitución
de 1.812.
En un acto solemne y brillante de parada militar
, Riego emite el siguiente bando:
" Las órdenes de un rey ingrato que asfixiaba a
su pueblo con onerosos impuestos , intentaba además llevar a miles de jóvenes a una guerra estéril , sumiendo en la
miseria y en el luto a sus familias. Ante esta situación he resuelto negar
obediencia a esa inicua orden y declarar la constitución de 1812 como válida
para salvar la Patria
y para apaciguar a nuestros hermanos de América y hacer felices a nuestros
compatriotas. ¡Viva la
Constitución !"
Los insurgentes trasatlánticos, en particular los
argentinos, enviaron a Cádiz varios agentes con instrucciones muy concretas,
las cuales trataban de ganarse a la oficialidad para la causa revolucionaria, y
fomentar el temor a la aventura, hablando de barcos podridos, naufragios
inevitables, de ratas que devoraban los pies de quienes dormían a bordo y de
una "guerra a muerte" sin remisión y sin prisioneros. Lo cierto es
que por muy ilusorias que pudieran parecer las amenazas, surgieron efecto,
teniendo en cuenta que la mayor parte del trabajo, lo llevaron a cabo las
logias gaditanas tales como "El Soberano Capítulo" y "El Taller
Sublime", ganándose la simpatía de la oficialidad, entre la que se
encontraban los "héroes de la isla" Riego, Quiroga, Arco Agüero y
López Baños. El batallón Galicia, los siguió al completo, unos 5.000 hombres de
los 20.000 que componían el ejército expedicionario.
Aunque en un principio fracasó el intento de extender
el movimiento a otras plazas de Andalucía, tampoco las tropas leales al rey
hicieron demasiado por comprometerse. Todo fue algo parecido a una espera para
ver cómo se resolvían los acontecimientos, hasta que el Coronel Acevedo
respaldó el pronunciamiento en la
Coruña. La rebelión se propagó a varias ciudades, aparte de la Coruña , fueron también
en Pamplona, Barcelona, Cádiz y Madrid, donde los motines callejeros
desconcertaron al monarca y a sus ministros. El conde de la Bisbal (Enrique José
O'Donnell y Anethan), se sublevó al
frente de las tropas que le había confiado el gobierno para sofocar el
movimiento y el general Ballesteros, llamado por el gobierno para dirigir las
tropas leales, hizo lo mismo. Aquí es importante reseñar un acontecimiento
sobre este militar, Francisco Ballesteros, quien anteriormente había sido
destituido en el Ministerio de la
Guerra , debido a su caída en desgracia por culpa de la camarilla clerical de la
corte y es que si bien es cierto que el 7 de julio de 1822, con su victoria
sobre la guardia real se evitó la caída de la Constitución , como se
verá, hay que decir que en su entrevista con el rey, en el Palacio Real, cuando
se le ofreció para dirigir las tropas leales a la monarquía absoluta, en la
entrevista no ha trascendido nada, pero lo que si es cierto es que después de
la misma, el rey se resignó a jurar la Constitución de 1812 y publicó un manifiesto ya
conocido (10 de marzo de 1820) en el que decía: "Marchemos francamente, y
yo el primero, por la senda constitucional", famosas palabras que retratan
el dolo y el perjurio.
Ballesteros, es nombrado Capitán General de Madrid
después, dando pruebas de acrisolado liberalismo, formando parte de la sociedad
de los "Comuneros", es enviado
después por lel gobierno liberal para combatir a los cien mil hijos de San
Luis, pero se retiró sin luchar hasta
la batalla de Campillo de Arenas (Jaén). Tuvo que capitular el 21 de agosto de
1823, sin que se sepan los motivos ocultos que lo movieron, o los secretos
compromisos adquiridos en su entrevista con el monarca.
En la imagen, el manifiesto de Fernando VII.
Hay que decir que Fernando VII, tuvo muchas opciones
de reprimir esta sublevación que se fue generalizando poco a poco, pero parece
ser, según muchas versiones, que quiso evitar el peligro de una guerra civil,
aunque posteriormente se tomaran medidas que poco tenían que ver con la
búsqueda de la paz, como veremos más adelante. Con este golpe de estado, termina el gobierno absolutista desarrollado
por Fernando VII durante la primera etapa de su reinado, y se establece un
gobierno liberal, es el denominado Trienio Liberal: 1820-1823, o Trienio
Constitucional, como hemos dicho anteriormente, y del que en el siguiente
capítulo hablaremos.
Próximo capítulo EL TRIENIO CONSTITUCIONAL
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