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martes, 17 de agosto de 2021

LA EDAD DE LA INOCENCIA

 LA EDAD DE LA INOCENCIA

La edad de la inocencia, el amor cautivo de sí mismo, ese que ayer conocimos tras la distancia de una mirada escondida en la lejanía, hoy,  convertido en el reflejo de un recuerdo, en un sueño dormido que a veces despierta cuando el sabor de la vida se hace amargo, o demasiado difuso y oscuro el tiempo de la soledad.

La edad de la inocencia, un susurro vestido de largo tras los rosales del jardín de la ingenuidad, la promesa de un regalo mágico al atardecer del mañana, la ausencia de aquellos viernes con el anhelo impaciente de que llegara pronto un nuevo lunes para volverte a ver, la edad de la inocencia, aquella que aceleraba de pronto el ritmo infantil del corazón, momentos antes de que pronunciaras mi nombre,  tras el muro en el que tantas veces lloré la amargura de tu despedida.

Aquel clandestino encuentro de un crepúsculo cualquiera, horadó para siempre el frágil músculo de mi corazón, para anillarlo y sujetarlo de cadenas eternamente, en loor de tu memoria, mi primer amor.

La evocación de los tirabuzones de tu pelo negro de media melena, que con descaro rozaban tus hombros, y apuñalaban a traición mi timidez, todavía hoy me hacen perder el sentido, y me quedo un rato, como aquel entonces, ensimismado, escuchando la música de tu voz.

La edad de la inocencia, aquel lazo que con fabulosa gracia lucías a veces azul, a veces rojo, a veces…a veces. Cuantas veces he rememorado aquel último y primer beso de nuestra despedida, un simple roce, un turbado sofoco de rubor, de sonrojo, apagó nuestras miradas, y luego, las avivó de nuevo para siempre en el brillo oscuro y amplio de tus ojos negros, efecto y condena de mi perdición.   



Una promesa, un medroso roce de nuestras manos, un para siempre, aquel pajarillo que te regalé, aquella rosa que con una caricia me ofrendaste, y que todavía guardo disecada en el libro de cuentos que tantas veces juntos, pudimos vivir, soñar, y leer.

La edad de la inocencia, aquella luna, que caprichosa empujaba a la tarde para vestirla de anochecer, separaba nuestro mundo, pero unía nuestras fantasías e ilusiones que nos llevaban a añorar pronto la nueva salida del sol del amanecer.

Quien volviera a verte, inocencia, quien a sentirte de nuevo, a vivirte, a respirar tu limpieza, el aroma de la ingenuidad, el candor de la  tibieza, la pureza del primer sentimiento que justifica y da la razón al deseo de volver a sentir el calor y el color de aquella primavera otra vez.

La edad de la inocencia, hoy, la retengo en mi memoria como un tesoro más que valioso,  inestimable, único, casi más que precioso, tanto como desprecio tu ausencia, y este ingrato mundo al que no pertenezco, y me ha tocado vivir.

La edad de la inocencia, el susurro apagado de un te quiero en la despedida, una mano levantada al viento y un adiós, como un te espero en la eternidad, que reza la losa que guarda mi angustia, y el pesar de que me falta el valor para arrancarme la vida, y volverte de nuevo a encontrar.

 

Aingeru Daóiz Velarde.-

 



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