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viernes, 2 de julio de 2021

EL CURSO DEL IMPERIO. THOMAS COLE.

EL CURSO DEL IMPERIO. THOMAS COLE.

Thomas Cole - “El curso del imperio. El estado salvaje” (h. 1834, óleo sobre lienzo, 99 x 160 cm, New-York Historical Society, Nueva York)



A Thomas Cole se le considera el fundador de la Hudson River School (escuela del río Hudson), un importante grupo de paisajistas románticos norteamericanos. Una de sus obras más famosas es la serie “The Course of Empire”, El Curso del Imperio, compuesta por cinco lienzos que representan el nacimiento, auge y caída de una ciudad imaginaria. Pero estos cinco cuadros de Cole no son solo paisajes: nos cuentan la historia de una civilización y nos invitan a meditar sobre la condición del ser humano y su relación con la naturaleza, que no es poca cosa.





Este de aquí es el primer cuadro de la serie, que iremos viendo poco a poco, se titula “El estado salvaje” y representa un mundo bastante primitivo, en que el hombre es un simple cazador recolector que no aún domina la naturaleza, sino que se tiene que adaptar como buenamente puede a ella. Estos salvajes visten con pieles, navegan en canoas, viven en tipis (estilo indio americano) y hacen danzas rituales alrededor del fuego.





Los cinco estados de esta civilización están lógicamente ubicados en un mismo paisaje, en un valle fluvial, justo al lado de la desembocadura del río. Aunque los puntos de vista que utiliza Cole son diferentes, la montaña que vemos al fondo de esta escena aparece en todos ellos, como un elemento inmutable del paisaje. La escena que vemos en este cuadro transcurre al amanecer (el nacimiento del día simboliza el nacimiento de esta civilización), aunque los nubarrones de tormenta que llenan el cielo no nos auguran un buen final.

Este lienzo, concretamente, muestra un valle desde las orillas de un río. En primer y segundo plano el valle presenta pequeños acantilados, pero en el fondo sobresale un gran promontorio puntiagudo. La escena se desarrolla bajo la tenue luz del amanecer de un día tormentoso. Las nubes y la niebla esconden parte del paisaje distante, ocultando un futuro impredecible. Un cazador vestido con pieles persigue a un ciervo. En la parte inferior derecha, unas canoas navegan por el río. En segundo plano se puede ver un claro con varios tipis alrededor de una hoguera, el núcleo de la futura ciudad. Las referencias visuales son las de la vida aborigen en América del Norte. Esta pintura representa el estado ideal de la vida natural. Es un mundo silvestre pero saludable, no dañado por el hombre.



Thomas Cole - “El curso del imperio. El estado pastoral” (h. 1834, óleo sobre lienzo, 99 x 160 cm, New-York Historical Society, Nueva York)





Este es el segundo cuadro de la serie “El curso del imperio” de Thomas Cole. El poblado de salvajes que veíamos en el cuadro anterior de esta serie, titulado “El estado salvaje” y del que ya hemos hablado aquí, ha evolucionado hasta convertirse en una pequeña ciudad costera. Ya no tienen que recurrir a la caza para alimentarse, han aprendido a cultivar las tierras y a domesticar animales. Agudizando un poco la vista y ampliando la imagen, claro está, podemos ver a un hombre arando con un buey y a un pastor con un rebaño de ovejas y cabras. Aunque sus casas son todavía bastante modestas, ya son capaces de levantar templos estilo primitivo para sus dioses. Gracias al resto de figuras que encontramos dispersas por el paisaje. El Estado Simple o Arcadiano, representa la escena después de que pasaron las edades. El avance paulatino de la sociedad ha provocado un cambio en su aspecto. Lo 'desatendido y grosero' ha sido domesticado y suavizado. Los pastores cuidan sus rebaños; el labrador, con sus bueyes, está removiendo la tierra y Comercio comienza a estirar las alas.


 Un pueblo está creciendo junto a la orilla, y en la cima de una colina se ha erigido un tosco templo, del cual ahora asciende el humo del sacrificio. En primer plano, a la izquierda, está sentado un anciano que, al describir líneas en la arena, parece haber hecho algún descubrimiento geométrico. A la derecha de la imagen, una hembra con una rueca, a punto de cruzar un tosco puente de piedra. En la piedra hay un niño, que parece estar haciendo un dibujo de un hombre con una espada, y ascendiendo por el camino, se ve en parte a un soldado. Debajo de los árboles, más allá de la figura femenina, se ve un grupo de campesinos; algunos bailan, mientras que uno toca una pipa. En esta imagen, tenemos agricultura, comercio y religión. En el anciano que describe la figura matemática -en el rudo intento del niño de dibujar, en la figura femenina con la rueca, en la vasija del cepo, y en el templo primitivo del cerro, es evidente que la útil las artes, las bellas artes y las ciencias han realizado progresos considerables. Se supone que la escena debe verse unas horas después del amanecer y a principios del verano.

Podemos adivinar además que están en auge la música y la danza, ya que se observan un grupo de chicos y chicas que parecen celebrar alguna fiesta a la izquierda, y que además, han aprendido a hilar como muestra la mujer de blanco que está a punto de cruzar el puente. El punto de vista escogido es el mismo que el del cuadro anterior de esta serie, con la montaña que tiene el pedrusco encima al fondo, pero el panorama es mucho más apacible, con buen tiempo y sin apenas nubes. Este estado de civilización representaría la Arcadia, la perfección máxima, un mundo ideal en el que el ser humano vive en total armonía con la naturaleza. A partir de aquí, todo cambia dramáticamente, como podremos observar.




Thomas Cole - “El curso del imperio. La consumación del imperio” (1835-1836, óleo sobre lienzo, 130 x 193 cm, New-York Historical Society, Nueva York)





El tercer cuadro de la serie “El curso del imperio” de Thomas Cole es algo más grande que el resto, y también es el que más trabajo le costó pintar, por la gran cantidad de detalles que tiene. La pequeña ciudad costera que hemos visto en el cuadro anterior de esta misma serie, ha ido creciendo hasta convertirse en esta gigantesca mole de mármol, el colmo del lujo y la ostentación. Ha alcanzado el punto máximo de su esplendor, el paso previo a la inevitable decadencia.

La consumación del imperio , cambia el punto de vista hacia la orilla opuesta. El artista ha variado el punto de vista, de forma que el mar lo tenemos ahora enfrente y la montaña del pedruscoaproximadamente el sitio del claro en la primera pintura. Es mediodía de un glorioso día de verano. Ambos lados del valle del río están ahora cubiertos de estructuras de mármol con columnas , cuyos escalones descienden hacia el agua. El templo megalítico parece haberse transformado en una enorme estructura abovedada que domina la orilla del río. La desembocadura del río está custodiada por dos pharoi , y los barcos con velas latinas salen al mar más allá. Una multitud alegre se reúne en los balcones y terrazas mientras un rey vestido de escarlata o un general victorioso cruza un puente que conecta los dos lados del río en una procesión triunfal. En primer plano, brota una elaborada fuente. El aspecto de la pintura sugiere la altura de la Antigua Roma . La decadencia que se ve en cada detalle de este paisaje urbano presagia la inevitable caída de esta poderosa civilización.

Si nos fijamos, las dos escenas anteriores transcurrían al amanecer y a media mañana, mientras que la de hoy está ambientada al mediodía, el punto central del día, y de la serie que nos ocupa. Los habitantes de la urbe aclaman a su gobernante que se representa con capa roja y que marcha en procesión por el puente, sentado en un recargado carro tirado por un elefante. En el cuadro anterior, los hombres vivían en armonía con la naturaleza, pero ahora la han domesticado del todo, llenando el valle de edificios, incluso la montaña del pedrusco está llena de construcciones. A excepción de los jardines y macetas, la vegetación brilla por su ausencia.

Se supone que han pasado otras épocas, y el pueblo rudo se ha convertido en una ciudad magnífica. La parte vista ocupa ambos lados de la bahía, que ahora el observador ha atravesado. Se ha convertido en un puerto espacioso, en cuya entrada, hacia el mar, se encuentran dos phari. Desde el agua en cada mano, ascienden montones de arquitectura: templos, columnatas y cúpulas. Es un día de regocijo. Una procesión triunfal atraviesa el puente cerca del primer plano. El conquistador, vestido de púrpura, está montado en un carro tirado por un elefante y rodeado de cautivos a pie, y una numerosa fila de guardias, senadores, etc., se llevan ante él cuadros y tesoros dorados. Está a punto de pasar por debajo del arco de triunfo, mientras las niñas esparcen flores.

De las columnas agrupadas cuelgan alegres festones de cortinas. Trofeos de oro brillan arriba al sol, y el incienso se eleva de los incensarios de plata. El puerto está lleno de numerosos barcos: galeras de guerra y barcas con velas de seda. Delante del templo dórico de la izquierda, se eleva el humo del incienso y del altar, y una multitud de sacerdotes vestidos de blanco se paran en los escalones de mármol. La estatua de Minerva, con una victoria en la mano, se encuentra sobre el edificio de las Cariátides, sobre un pedestal de columnas, cerca del cual hay una banda con trompetas, platillos, etc. A la derecha, cerca de una fuente de bronce y a la sombra de Altos edificios, es un personaje imperial que asiste a la procesión, rodeado de sus hijos, asistentes y guardia. En esta escena se representa la cima de la gloria humana. La arquitectura, los adornos ornamentales, etc., muestran que la riqueza, el poder, el conocimiento y el gusto han trabajado juntos y lograron la más alta mera del imperio y los logros humanos. Como indicaría la fiesta triunfal, el hombre ha conquistado al hombre, las naciones han sido subyugadas. Esta escena se representa cerca del mediodía, a principios de otoño.




Thomas Cole - “El curso del imperio. Destrucción” (1836, óleo sobre lienzo, 99 x 161 cm, New-York Historical Society, Nueva York).





Éste, es el cuarto lienzo de la serie “El curso del imperio”, una serie de cinco cuadros de tema histórico en los que relata la evolución del imperio romano. En el cuarto cuadro de esta serie, "Destrucción", muestra el saqueo de Roma por las tropas de Alarico en 410 d.C. en un estilo apocalíptico: El ejército invasor saquea la ciudad, quemando edificios y dejando el suelo sembrado de cadáveres. El humo de los incendios se funde con espesos nubarrones como un funesto presagio. En una esquina destaca una estatua colosal de un guerrero (inspirada en el gladiador Borghese del Louvre), que avanza decidido hacia el enemigo. Pero su intento es vano: ya ha perdido una mano derecha y la cabeza yace despedazada en el suelo. Una bella metáfora de un imperio que ve como avanza inexorablemente su fin. El autor, Thomas Cole, aleja un poco la perspectiva para ofrecernos una panorámica más amplia de la tragedia.

En la época de Cole la naturaleza cíclica de las civilizaciones y la tensión entre lo atemporal de la naturaleza y lo fugaz del progreso humano preocupaba a muchos pensadores. Las revoluciones francesa y norteamericana eran recuerdos recientes, y lo que historia conoce como la revolución industrial, estaba ya en su apogeo.

El propio Cole emigró de joven desde el nuevo centro industrial de Lancashire, en su Inglaterra natal, hasta los espacios abiertos de América .En Destrucción la postura adelantada de la estatua colosal de conquistador del primer plano, que es en lo que busca llamar la atención, y que irónicamente preside la destrucción de la ciudad, y nos introduce en el cuadro, en una apoteosis de la devastación. El cielo retruena, el mar se rebela, arden puentes majestuosos y los ejércitos en liza hacen caer un puente.

Es la abrumadora destrucción que provoca la guerra y la naturaleza. Los edificios, de estilo romano antiguo, nos recuerdan que los imperios caen y Cole parece ver la misma arrogancia y decadencia potencialmente fatales en la América de su tiempo. El cielo oscuro y las columnas de humo bien plasmadas muestran la influencia de los cuadros de Turner, aunque conoció otros artistas británicos con los que mantuvo relación y que le influyeron en su trabajo, como John Constable y Joseph Mallord William.

La imagen, sin duda, representa el Estado Vicioso o Estado de Destrucción. Es posible que hayan pasado siglos desde el escenario de la gloria, aunque el declive de las naciones es generalmente más rápido que su ascenso. El lujo se ha debilitado y degradado. Un enemigo salvaje ha entrado en la ciudad. Se desata una tempestad feroz. Se han derribado muros y columnatas. Se están quemando templos y palacios. Un arco del puente, por el que pasaba la procesión triunfal en el escenario anterior, ha sido derribado, y los pilares rotos y ruinas de máquinas de guerra, y el puente temporal que ha sido derribado, indican que este ha sido el escenario de feroz contención. Ahora hay una multitud mezclada que lucha en el estrecho puente, cuya inseguridad hace que el conflicto sea doblemente temible. Los caballos y los hombres se precipitan en las aguas espumosas de abajo; Las galeras de guerra compiten: un barco está en llamas y otro se hunde bajo la proa de un enemigo superior. En la parte más distante del puerto, los barcos contendientes son aplastados por las furiosas olas y algunos están ardiendo.

A lo largo de las almenas, entre las Cariátides arruinadas, la contienda es feroz; y los combatientes luchan entre el humo y la llama de edificios postrados. En primer plano hay varios muertos y agonizantes; algunos cuerpos han caído en la palangana de una fuente, haciendo cosquillear las aguas con su sangre. Se ve a una mujer sentada en muda desesperación sobre el cadáver de su hijo, y una joven escapa de las garras rufianes de un soldado, saltando por encima de la almena; otro soldado arrastra a una mujer por los pelos por los escalones que forman parte del pedestal de una colosal estatua mutilada, cuya cabeza destrozada yace en la acera. Un enemigo bárbaro y destructor conquista y saquea la ciudad. La descripción de esta imagen tal vez sea innecesaria; la matanza y la destrucción son sus elementos, y dando una paso más, como si de la propia involución de la Humanidad se tratara. Es la Historia del Hombre, en su máximo y más real reflejo.


Thomas Cole - “El curso del imperio. Desolación” (1836, óleo sobre lienzo, 99 x 160 cm, New-York Historical Society, Nueva York)





Finalmente, rematamos la serie “El curso del imperio” de Thomas Cole con este precioso lienzo, titulado “Desolación”. Ha pasado mucho tiempo desde la batalla que veíamos en el cuadro anterior. La ciudad ha desaparecido casi completamente y la naturaleza ha vuelto a recuperar el mando, cubriendo de color verde las ruinas. El día se acaba y asoma la luna en el horizonte, reflejándose en el río, mientras los últimos rayos de sol iluminan con fuerza la columna que tenemos en primer término, donde ahora vive una familia de aves. Una luz casi mágica para un mundo tranquilo y silencioso, sin humanos que lo estropeen. La montaña del pedrusco sigue ahí, como testigo inmutable de la ascensión y caída de una de las muchas civilizaciones creadas por el hombre. Aquí, en el desenlace de la serie, es donde vemos realmente al pintor romántico que era Cole, reclamando el verdadero poder de la naturaleza.

El sol acaba de ponerse, la luna asciende por el cielo crepuscular sobre el océano, cerca del lugar donde salió el sol en la primera imagen. La luz del día se desvanece y las sombras de la noche se deslizan sobre las ruinas destrozadas y cubiertas de hiedra de esa ciudad que alguna vez fue orgullosa. Una columna solitaria se levanta cerca del primer terreno, en cuyo capitolio, que está iluminado por los últimos rayos del sol que partió, una garza ha construido su nido. El templo dórico y el puente triunfal, aún pueden reconocerse entre las ruinas. Pero, aunque el hombre y sus obras han perecido, el escarpado promontorio, con su roca aislada, aún se alza contra el cielo inmóvil, sin cambios. La violencia y el tiempo han derrumbado las obras del hombre, y el arte vuelve a resolverse en naturaleza elemental. El hermoso espectáculo ha pasado, el rugido de la batalla ha cesado, la multitud se ha hundido en el polvo, el imperio se ha extinguido.

Un argumento personal a esta serie, sería que el mundo en el que habitamos vive una espiral ascendente de desconcierto social, que nos va llevando a un final poco prometedor, que nos lanza más bien al comienzo de una permanente angustia social en la que comenzamos a percibir los efectos de la destrucción. A pesar de estar conscientes de nuestra manifiesta descomposición social y de nuestro empírico conocimiento sobre sus causas, no logramos volver nuestros esfuerzos de supervivencia hacia el sano desarrollo de nuestro entorno, sino más bien hacia una devastadora destrucción del mismo.

Franz Kafka nos decía en "La Muralla China", que La criatura humana, frívola, ligera como el polvo, no soporta ataduras; y si se las impone ella misma, pronto, enloquecida, comenzará a tironear hasta despedazar murallas, cadenas y a sí misma, y en “La aplicación del psicoanálisis humanista” nos recuerda Erich From lo siguiente: La libertad no implica” actuar con la conciencia de las necesidades”, sino que se asienta sobre la conciencia de las verdaderas posibilidades y de sus consecuencias, en contraste con la creencia en posibilidades ficticias e irreales que son narcóticas y destruyen la posibilidad de libertad. Incluso Karl Mark en “Werke” nos avisa del mismo tipo de peligro: El peligro mortal para cada persona consiste en el peligro de perderse a sí misma. En consecuencia, la falta de libertad es el verdadero peligro mortal para el hombre, e incluso para la sociedad que habita.





 

 

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