LA
SOBERBIA Y LA HUMILDAD
La soberbia, con su mirada altiva y provocadora de desprecio y
superioridad, envenenada por la rabia y el exagerado enfado por la contrariedad de no ser la
protagonista esencial en la danza de la vida, reta a la humildad en un duelo a
muerte sobre las tablas de un escenario, en el cual, escondidas entre las
bambalinas, se encuentran la impudicia y la obscenidad, dispuestas a jalear el
ánimo de la soberbia en su danza. El premio para la vencedora, es el amor del
tiempo y de su historia, la derrota, lleva consigo la infamia y el olvido.
En otra estancia, la humildad,
vestida de sencillez, preocupada no por el triunfo o la fatalidad de la derrota
que la condene a la indiferencia, si no por aprender algo de la situación y
mostrar en la danza una enseñanza para sí misma y para el mundo que nos haga
recordar no dónde estamos, si no de dónde venimos, y lo que no resulta menos
importante, que es nuestro destino,
donde vamos y las vivencias inolvidables llenas de sensaciones
agradables del camino de la vida, a pesar de la naturaleza de cada cual, y
llenar de color agradable los recuerdos, para que el olvido no alcance su fatal
desenlace en el tiempo y en la historia.
Ensimismada en la melancolía, la humildad piensa en recrear su danza en la remembranza de aquellos que no han tenido la oportunidad de vivir después de haber nacido, u observar la mirada de la vida postrados en la soledad de la indiferencia. Mientras tanto, en la encimera de una mesa, una orquídea blanca alumbra la estancia, y un reflejo de esperanza, da color en un espejo cuya imagen, desprende todas las tonalidades en verde y azul como si de una composición de sinfonía musical en color se tratara.
Ensimismada en la melancolía, la humildad piensa en recrear su danza en la remembranza de aquellos que no han tenido la oportunidad de vivir después de haber nacido, u observar la mirada de la vida postrados en la soledad de la indiferencia. Mientras tanto, en la encimera de una mesa, una orquídea blanca alumbra la estancia, y un reflejo de esperanza, da color en un espejo cuya imagen, desprende todas las tonalidades en verde y azul como si de una composición de sinfonía musical en color se tratara.
En el foro del escenario, sola,
se debate en angustia la honestidad, deseosa del triunfo de la humildad, pero
desconfiada ante los movimientos de la soberbia, ya que segura de sus
maquinaciones, se inquieta temerosa en los fondos del teatro, conocedora que
desde el foso, manipulada por el temor, la música, con su arte de combinar los
sonidos y el tiempo, dando a las notas su valor y duración, sonará pletórica y
radiante ante la demostración del movimiento de la soberbia, y lo hará
desacompasada fuera del libro de la buena armonía cuando la humildad de
comienzo a su interpretación. La honestidad, mantiene apenas el anhelo de que
el tiempo, y la música, son capaces de juzgar la gracia de una danza agradecida
por la sabiduría del corazón, y no por la arrogancia ignorante de la soberbia,
y la sencillez plástica de los movimientos que salen de un alma limpia, sean
valorados ante la desfogada danza embriagadora del deseo y la mala intención
escondida detrás del arte.
La palabra, será Juez, pero a veces, la palabra, se confunde y ensucia con un interés adornado detrás de un beneficio oscuro y siniestro, en el que unas frases engalanadas con la pretensión de un propósito de mala intención, confunden las Leyes del decoro y la limpieza, y la imagen de la justicia, inclina su balanza hacia el lado del interés, apartando de sus ojos la venda con la mano que antes asía la espada, y ahora recoge las monedas de oro del perjurio.
La palabra, será Juez, pero a veces, la palabra, se confunde y ensucia con un interés adornado detrás de un beneficio oscuro y siniestro, en el que unas frases engalanadas con la pretensión de un propósito de mala intención, confunden las Leyes del decoro y la limpieza, y la imagen de la justicia, inclina su balanza hacia el lado del interés, apartando de sus ojos la venda con la mano que antes asía la espada, y ahora recoge las monedas de oro del perjurio.
La murmuradora y aborrecida
fatalidad, mira de reojo a la implacable grandeza de la hidalguía y el valor, y
el ambiente apasionado y pasional, nos habla de un duelo de baile que
se deja ver en un teatro en el que se adivina la figura fina y silenciosa de la
humildad que sale a escena, pudorosa pero firme, en un minué fantástico y de
ensueño, provisto de una delicadeza sublime que la estirpe de la nobleza otorga
a la humildad, en un salón de butacas repleto, silenciado por la fuerza del
arte…Contraataca la soberbia, descalza, morena y gitana, salvaje, vestida a
medio lucir entre el escándalo y la lujuria salpicando con el flagelo de su
pelo suelto el ambiente, en una danza embrujada y brutal, expresiva como un
jadeo nocturno en una luna de pasión que despierta el deseo.
Aingeru Daóiz Velarde.-
Qué sensibilidad!!!!
ResponderEliminarPrecioso!!!
Muchas gracias, muy amable.
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