LA LEYENDA DEL NEGRO DE TRIANA
Las leyendas nunca mueren, sobreviven, y se transmiten en la memoria, de generación en generación, como si de un caro regalo se tratara del pretérito de la historia, envuelto en el misterio de la tradición y el credo, como un dulce que mezcla el sabor del pecado a veces, la lucha contra la resignación las más, y siempre, todas, con el calor de la esperanza.
El rey Alfonso X, que tenía una enfermedad en la vista que se le denominaba el dolor de clavo, los glaucomas actuales, era muy devoto de Santa Ana, la madre de la Virgen María, y le pedía cada día por la desaparición de su dolencia. Le prometió llevar a cabo algo grande en su nombre si conseguía mejoría y así ocurrió en 1266, haciendo construir la Iglesia de Santa Ana, la más antigua de Sevilla.
La Parroquia de Santa Ana es conocida también como la Catedral de Triana, y la razón es que durante siglos, la iglesia de Santa Ana fue a Triana lo que la catedral era a Sevilla. Hasta el XIX era destino de la estación de penitencia de las hermandades del barrio de Triana que partían en procesión de Semana Santa, en tanto que las de la otra orilla del río se dirigían a la Catedral. En 1.830, la Hermandad de Nuestra Señora de la O fue la primera en cruzar el puente de barcas para hacer estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral, a lo que en años sucesivos se sumarían el resto de las hermandades trianeras. El puente de Isabel II, conocido popularmente como puente de Triana, se terminó de construir en 1.852, lo que permitió una más fácil comunicación entre Triana y Sevilla. Aunque a simple vista si la observamos a pie de calle no nos parezca tan antigua, esto se debe a las muchas reformas exteriores que ha vivido a lo largo de la historia, especialmente la que sufrió a causa del famoso Terremoto de Lisboa (1755) que dañó gravemente su estructura externa.
Sin embargo adentrándonos en su interior, entre sus secretos, tiene entre sus muros un gran número de obras de arte de gran importancia histórica fruto de sus más de 700 años de antigüedad, pero en la nave derecha del templo, junto a la capilla de la Divina Pastora, a poca distancia del suelo se encuentra un sepulcro con una lapida de azulejos de la que es fruto una de las leyendas más particulares de Sevilla, pero no por ello es muy conocida.
Cuenta esta leyenda popular, que en el año 1842 , después de un invierno de terrible crudeza, un alfarero del barrio de Triana, acudió a la parroquia trianera de Santa Ana para dar gracias a la Santa por ser curado de unas fiebres que lo habían tenido postrado varios meses, casi al borde mismo de la muerte, y para ofrecer para bautizar a un nieto suyo, estando rezando frente al altar de las Ánimas del Purgatorio lo que hoy es actual capilla de la Virgen del Carmen junto a la capilla de la Divina Pastora, un anciano apareció de la nada junto a él y le dijo enérgicamente mientras señalaba el altar de Santa Cecilia: – “Ahí está enterrado el esclavo asesinado por un Marques... Sorprendido por tal repentina intervención, el alfarero giró la cabeza y miró donde apuntaba la mano del hombre pero cuando volvió la vista a éste no se encontraba nadie en dicho lugar.
Aterrado y confundido, Castro , que así se llamaba el alfarero, salió de la Parroquia y volvió a su taller para intentar olvidar esta aparición, y debió pensar que con total probabilidad, se trataba de una especie de ofuscamiento fuera de la realidad, debido a la enfermedad y las fiebres que había sufrido hacía poco tiempo, con lo cual, ya creyendo que estaba totalmente repuesto de fiebres y de visiones, pasadas unas semanas, decidió regresar a la Parroquia, para acabar de dar las gracias con sus oraciones, y mientras rezaba en el mismo altar de las Ánimas, en la misa de doce, notó que lo agitaban del hombro y el mismo hombre de la anterior vez le refería aun con más excitación: -“ ¡Castro, Castro! Ahí está el esclavo asesinado, el que te dije la última vez, debes comunicárselo al Señor Cura… ¡Ahí está!”- .
En esta ocasión, convencido de la veracidad de dicha aparición, Castro corrió a comunicarlo a los curas de la Iglesia obteniendo solo burlas y respuestas incrédulas, siendo pronto extendida esta historia por el barrio acompañada de la fama de loco y embustero sobre el alfarero, mácula que perduró hasta que murió el pobre hombre al poco tiempo.
Después de tres años y ya fallecido el señor Castro, se llevaron a cabo unas obras de restauración y ajuste de dicho altar de Santa Cecilia, para las cuales se debió retirar la parte inferior de éste, descubriéndose detrás un sorprendente sepulcro…Ante tal descubrimiento, de forma inmediata, todo el mundo empezó a recordar la historia del alfarero y las apariciones, con lo cual, el cabildo de la Parroquia decidió retirar permanentemente el altar y dejar al descubierto la susodicha lápida. Además de ello se comenzó a investigar la identidad de dicho personaje y se dio con unos legajos que hacían referencia al tal Íñigo Lopes…como así consta…En la imagen siguiente, antigua foto de la Lauda (Lápida) sepulcral de Iñigo Lopes, aun con el rostro reconocible, sin sufrir los pormenores de los que hablaremos seguidamente.
La sepultura que guarda una curiosa historia, tiene una altísima calidad artística, y cuyo autor no es otro que Francisco Niculoso Pisano, uno de los más grandes ceramistas de la historia, el cual tiene muy pocas obras documentadas y que introdujo el oficio de la alfarería en el arrabal, y es una historia que se cuenta en la obra de José Gestoso y Pérez, “Sevilla monumental y artística”, la cual se compone de tres tomos, y cuya primera edición data de 1889, y aquí dejo constancia de la curiosidad…
En la páginas 186 y 187 del Tomo I, el cual he podido inspeccionar, se lee lo siguiente… (sic) En el ángulo opuesto al en que se halla la capilla de San Francisco, hay otra igual á ésta y de tan desatinado gusto que no contiene nada notable, y pasada la inmediata, en el trozo de zócalo que desde ella se comprende hasta la puerta lateral del templo, hay una laude de azulejos ante la cual hemos de detenernos. Es de forma rectangular, mide de largo 1 Metro 43 de largo y 0,71 de alto, y se representa en ella sobre fondo azul muy oscuro la figura yacente de un hombre con un bonetillo morado en la cabeza, el cabello cortado á la usanza del siglo XVI, las manos cruzadas sobre el pecho y vestido de una loba ó sotana amarilla, calzas verdes y zapatos negros. Por dos aberturas laterales, aparecen los brazos con mangas de tela morada. En la parte lateral derecha de la figura tiene el siguiente letrero con caracteres góticos:
ESTA FIGURA ES DE IÑIGO LOPES
Otros han leído en vez de Iñigo mingo como contracción de Domingo.
Siguen unas carclinas de estilo ojival, y después En caracteres romanos esta fecha:
EN EL AGNO DEI MIL CCCCCIII
En una cartelilla sobre la cabeza de la figura;
NICVLOSO FRANCISCO—ITALIANO ME FEClT
Curiosa tradición corre acerca de esta sepultura, asegurándose por ella que en el espacio destruido en el epitafio después del apellido del difunto, Lopes, se leía la palabra esclavo, la cual se destruyó, quizá, para evitar las hablillas del vulgo, que señalaban al sugeto allí sepultado como víctima del asesinato del Marqués de…y aquí, enlaza con la Leyenda antes comentada del Alfarero.
De los legajos encontrados, se pudo conocer la historia que aquí dejamos. El 16 de noviembre de 1493, las naves españolas comandadas por Colón avistaron la isla caribeña de Borinquén, lo que hoy se conoce como el actual Puerto Rico. Los españoles no tardaron en encontrar un poblado habitado por indígenas, gentes dóciles y ermitañas, que se sometieron a los que entendían ellos que eran dioses. Colón dispuso su marcha y pidió como tributo a algún joven que le sirviera de ayudante, lejos de negarse el jefe de la tribu le ofreció a su propio hijo. Colón a su vuelta a España lo manda a un convento Sevillano de San Francisco. Allí el Negro, como así le apodaban, aprendió a seguir la llamada de Dios a amarlo y como buen fraile permaneció en el convento, algo más de 8 años. Durante ese tiempo, fue bautizado por su padrino y benefactor de la orden franciscana, un Marqués, cuyo nombre desconocemos, por las razones que luego, vendremos a dar…
Poco a poco, el Marqués fue consiguiendo que el Íñigo Lopes “el Negro“, confiara en él, hasta tal punto que consiguió un día arrancarlo del convento para ponerlo a su servicio. Íñigo no tardó en adaptarse al nuevo cambio, disponía de todo lo que podía desear, ese mismo deseo fue lo que le costó la vida…Una mañana, Íñigo se estaba bañándose desnudo en un estanque de la casa, cuando el Marqués le asaltó y le pidió, o más bien le obligó, a que le dejara estar junto a él para bañarse juntos, lo que Íñigo por su educación de castidad que había recibido en el convento se negó. Poco acostumbrado a que nadie le llevara la contraria, lo mató a golpes acabando así con la vida de Íñigo. Arrepentido de dicho acto, el Marqués estableció que el esclavo tan amado por él debía ser enterrado en el suelo sagrado de la parroquia con una lápida lujosa y con azulejos renacentistas.
Debido a esta historia que se escuchaba por Triana del amante asesinado, se extendió el rumor que las mujeres solteras en busca de maridos, tendrían que ir a la tumba del popularmente conocido como Negro de Triana, y que dieran siete patadas con el zapato a la tumba y en poco tiempo se casarían. Es por ello que desde su descubrimiento hacia 1850, mujeres de todo el barrio se han acercado al sepulcro de Íñigo Lopes a cumplir dicho ritual, con el consiguiente daño sufrido por los azulejos. En las imágenes siguientes, se puede observar el estado actual de la lápida sepulcral.
En los años 70 del siglo XX se coloco una reja protectora para que de esta manera no dañara así la tumba de unos de los personajes más conocido en toda Triana.
A continuación del apellido Lopes, algo está borrado, como ya se ha comentado, y además, intencionadamente y no como consecuencia de las patadas...la pregunta sería, ¿pudo haber otro apellido, y otra sería ¿Quién lo borró? A buen seguro la historia real sería más interesante que esa siniestra leyenda. La cabeza es la parte más deteriorada del cuerpo, posiblemente también de una forma intencionada. Según testimonios como el de Antonio Murillo, coadjutor de la parroquia, corroboran la certeza de las patadas de costumbre, aunque también dice que posiblemente ninguna moza llegó a darle las siete patadas de rigor, porque allí estaba, al quite, El Mudo, que se había convertido en fiel vigilante y guardián de la lauda sepulcral del negro o esclavo.
Aparte de la leyenda, invita la posibilidad puede realizar un breve estudio histórico artístico del sepulcro.
En realidad no se sabe si dicha tumba es efectivamente del sirviente o de dicho Marqués, ya que ha desaparecido la palabra que prosigue al nombre “Iñigo Lopes” y no se tiene constancia de la razón de dicha pérdida aunque se piensa que fue eliminada intencionadamente por algún interesado en el desconocimiento del dato que ella ofrecía, y que ya hemos podido exponer con anterioridad, como también se ha expuesto que aparece un hombre de apariencia joven de piel oscura, con ropajes tardo medievales y de buen aspecto, con una cruz en el pecho y un gran almohadón bajo la cabeza...No aparece por tanto ningún elemento que dé a pensar que se tratara de un caballero ni de un clérigo. Tampoco existe algún elemento característico de alguna familia nobiliaria de la época, pero las ropas y la novedad de la técnica de la sepultura para dicho momento da a pensar que se trataría de un miembro de alguna familia importante de Sevilla ya fuese legitimo o no, y es que la ausencia de elementos que ayuden a su identificación hacen decantarse más por esta segunda opción.
En relación a la cara del difunto, a pesar de ser conocido como el Negro se debe decir que Niculoso Pisano efectúa la misma técnica en toda su obra para reflejar el color de la carne humana siempre de un tenue color azulado por lo que no se puede extraer de esta que fuese un hombre de otra etnia diferente a la europea. Por último se debe indicar que algunos historiadores del arte piensan que no se encuentra en su lugar original por las diferentes marcas que muestran los azulejos en sus bordes, siendo probable su origen en el suelo y posteriormente su traslado a la pared donde hoy se sitúa…De ahí, surge una incógnita, pues no se sabe si está enterrado Íñigo López o uno de sus sirvientes negros, a quien asesinó. De ahí el nombre de la leyenda.
Ésta es la legendaria historia de aquel indio conocido como El Negro, que murió asesinado, fue enterrado como un noble y acabó recibiendo patadas de las trianeras sin novio, quién sabe si como recuerdo a ese amor no correspondido hacia el marqués, que le provocó la muerte… tal vez como consecuencia de siete patadas recibidas…en conclusión, leyendas de enamorados, que como muchas de sus historias, acaban con un final trágico y regado de la tragedia cruel, pero retraigámonos en el tiempo para culpar a la diosa Astarté, estrella de la tarde, diosa del amor apasionado, la cual huyendo de la persecución amorosa de Hércules, fundador mitológico de Sevilla, vino a refugiarse en la orilla occidental del Guadalquivir fundando Triana, y aquellos que navegan la historia del río Guadalquivir, conocen bien interesantes historias de las leyendas del amor y el desamor que sus aguas atestiguan, ahí tenemos el ejemplo de dos alfareras trianeras, Justa y Rufina, que al no sucumbir a los deseos de Diogeniano, las asesinó, o el de Florinda, la hija del conde don Julián, cuyo palacio se encontraba en la vega de Triana, y el ardor no correspondido de don Rodrigo, último rey visigodo, la convirtió para siempre en La Cava, y en mito y leyenda de España a costa de una traición…no creo que las muchachas casaderas de Triana, necesiten darle siete patadas a compás a una lauda sepulcral, para oler el aroma eterno del azahar, el simple brillo del espejo del río, es testigo directo de su belleza, y ésta, navega más allá de su imagen, justo en las profundidades del sentimiento sincero de su corazón, y sus leyendas.
Aingeru Daóiz Velarde.-
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