Había limpiado su última lágrima un tiempo atrás, observando
las camelias al final de una tarde de ponzoñosa primavera, acompañada por la
soledad de un banco de jardín de un lugar cualquiera. Hoy, se vestía de
riguroso encaje negro, adornada de ejecutor encanto con aroma de lilas,
mientras que las piezas del juego se pasean engalanadas de plata y oro por el
tablero de los desengaños. Una apertura española y la posterior defensa de dos
caballos fue el inicio de lo que se aventuraba como algo más que una simple
partida de juego de pensamiento en la aventura de escaque, manteniendo el
recuerdo de un tiempo pasado, en el que el dolor por la traición, había
desembocado en el terrible incendio del alma, de cuyas cenizas, resurgía ahora
como esa emblemática criatura consumida por el fuego, capaz de elevarse
majestuosamente desde las cenizas de su propia destrucción, simbolizando en su
propia esencia también el poder de la resiliencia, esa capacidad inigualable que
nos hace superar los traumas más insoportables de nuestra existencia.
Una jugada de sostén
había detenido un doble ataque con el contraataque de un jaque a la
descubierta, y una atracción fatal de mirada negra vestida de escaso rímel
atravesaba como una daga la sensación al otro lado del casillero. La Dama
Negra, altiva, seductora, casi divina y embriagadora, con suaves movimientos de
espacio y captura, obligaba al rey de plata a la transposición con
consecuencias funestas en la defensa de un alfil demasiado amigo del descaro.
El recuerdo de una rosa negra y un colgante de corazón, eran
testigos mudos de la infamia que había derramado el último suspiro de la
desgarrada pasión de una tarde de ensueño, al calor de una copa de vino, y una
promesa de amor escrita en un poema de tinta olvidada. El amor verdadero y
eterno, que simbolizaba el compromiso de aquella rosa negra iba más allá de lo
físico, era algo espiritual, era un para siempre, más allá de la eternidad, y
la elegancia y la distinción de su color era más que una cualidad o un simple
símbolo, era el mensaje de un sentimiento de confianza y entrega, que había
sido descuartizado sin contemplaciones por una desilusión, por una sucia
traición que rompió sin consideración ninguna la profundidad del más bello de
los sentimientos, dejando un vacío que se llenó de amargura, congoja,
pesadumbre y dolor... Embelesada ahora por una jugada de doble filo, afilaba
sus garras de mantis religiosa, casi de viuda negra a la espera de que su
presa, ofreciera algún sacrificio más, pues no tenía ninguna prisa en terminar.
Con un suave
movimiento de su siniestra mano, se acaricia los labios vestidos de rojo fuerte
carmín, con un movimiento horizontal de un desafiante pulgar, que rompe la
postrera estrategia insolente de la torre del rey cándido, con una seria
amenaza de doblete del equino negro. Atrás, su oscura majestad observaba
abstraído los movimientos flexibles de su Reina Negra, seudónimos de un doble
propósito, de un doble sentido que hacían transpirar a las torres de la
fortaleza defensiva. Los peones blancos avanzaban a la desesperada en un trajín
compulsivo buscando una maniobra de jugada intermedia, convirtiendo en final
romántico su sacrificio por salvar al corcel de la dama blanca, descompuesta
ahora de ropa de abrigo, ante el gélido ambiente de la partida.
Un movimiento transversal en dos tiempos, casi divino del
alfil oscuro, ofrecía una cobertura bizarra a la Dama Negra en el propósito de
socavar las intenciones impúdicas de la torre plateada del lado de la dama
blanca, que, conmocionada, en un
arrebato de desesperada locura solicitaba a gritos el galope del alazán albino
del lado opuesto del rey. Un leve amago de maliciosa sonrisa de desagravio
asomaba ahora por la comisura de los labios de la Dama Negra, a quien la
tentadora caricia y el suave sabor de un sorbo de Cardhu Gold Reserve, le
habían proporcionado una procacidad terrible en un movimiento restrictivo de
bloqueo con la torre dorada de la audacia, descomponiendo a mandobles de sable
la desordenada vanguardia lateral de un rey nevado que, enrocado en su
consecuencia, intentaba reparar su defensa flanca, ante la gélida mirada de la
fuliginosa soberana, que le arrebataba ahora la pétrea esperanza de su torre de
marfil.
El alfil nacarado del
rey, resentido, pero sabedor de su heroico final, ofrece un postrero suspiro de
esperanza albergada en los confines de la batalla, pero un cautivador colgante
de oro, había entretenido la fugaz mirada en la profundidad de un descarado
escote que la Dama Negra lucía con el embaucador encanto que la distingue, y
con la distinción y la excelencia de una exuberante reina, se carda con la
elegancia de su ensortijada mano el cabello oscuro de la perdición, al tiempo
que emite la sentencia de un jaque directo al corazón contendiente. El pálido
adversario, se va tornando rosado, síntoma febril del acaloramiento interno y
en un vano intento por apagar el fuego de sus entrañas, vacía su copa
intentando pasar el mal trago que lo descompone por momentos.
A una mirada fija, directa, profunda de unos ojos sombríos
de la gótica figura, le escolta un desplazamiento aterrador que propicia una
terrible y atroz sacudida en los cimientos ya descompuestos de la albina
cohorte, y la dama blanca se entrega fulminada en un póstumo intento por salvaguardar
la integridad de su alba majestad, pero éste, conocedor de la insaciable
voracidad de la Dama Negra, se clava asimismo el irrevocable puñal de su propia
expiración, y en un último estertor, con la mirada fijada de la muerte en sus
ojos, observa desconcertado la relamida sonrisa inapelable de la Dama negra,
evocando en su memoria el recuerdo de aquella fría y solitaria madrugada, como
amanecida del escalofrío de un panteón, cuando la observaba pasear su
distinguida presencia por los alrededores de aquel mal recuerdo, pero, envenenado por el silencio, jamás se acercó a
solicitarle la caricia del perdón, y ahora,
caía víctima de su propia conciencia, bajo las sombrías garras de la
venganza.
Un hilo de sangre en
la postrimería de la agonía, sentencia el temido final, al tiempo que unas
sedosas y esbeltas piernas de mujer fatal, se alejan vestidas de unos tacones
de aguja negros y adustos como la mirada de la lóbrega providencia. El reflejo
de una fosca contemplación, a la luz de la luna, asoma entre las sombras de la
oscuridad, mientras derramados, los sueños, sucumben ante el jaque final de la
mirada de la inocencia.
Aingeru Daóiz Velarde.
Preciosa...
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro de que le haya gustado.
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