LA SERRANA DE MONFRAGÜE O SERRANA DE LA VERA.
Seguramente, pocos son los extremeños que conocen los legendarios pasos de una serrana extremeña, bandolera y asesina, que se enseñoreó de toda la abrupta naturaleza de lo que hoy es el Parque Natural de Monfragüe.
Cuentan las bocas ancianas que esta serrana, apuesta y valiente, era de un pueblo de Ávila, donde al parecer incluso tenía buena hacienda, pero en realidad era de Garganta la Olla, en la provincia de Cáceres, cerca de Plasencia.
Su nombre era Isabel de Carvajal, desde luego de buena familia, que fue abandonada por el joven con el que iba a casarse, un sobrino del obispo de Plasencia. Esta deshonra marcó a la joven Isabel y a toda su familia. Para evitar las malas lenguas, tan acostumbradas al locuaz poderío de la murmuración, la crítica y el chismorreo, desengañada y resentida por la afrenta, jura echarse al monte y no descansar hasta vengar su honor, concretamente, a alguna de las cuevas que se encuentran en la Sierra de Tormantos, cerca de Garganta la Olla.
La Serrana de la Vera tentaba y seducía con palabras y gestos a los hombres que encontraba por los alrededores, y los llevaba a la cueva donde les ofrecía una suculenta cena además de otros placeres carnales.
Una vez descansados ella los mataba en venganza al sufrimiento que padeció, y transformaba sus huesos y calaveras en utensilios de la vida cotidiana. Además clavaba cruces por sus almas a modo de enterramiento.
Los romances de la época cuentan diferentes versiones, tanto de las fechorías de la mujer como de su aspecto. Además se mezclan en ellos otros mitos y leyendas que hablan de seres encantados que habitan las sierras y hacen desaparecer a las personas que se adentran en determinados parajes.
Habitaba en una cueva de la “Cuesta de la Serrana”, cerca de lo que más tarde sería Villareal de San Carlos, y se dedicaba a asaltar los carros que transitaban entre Plasencia y Trujillo.
Un mal día, cansados los carreteros de ser robados y malheridos, cuando no asesinados, deciden unirse para atacarla, pero al verse hostigada la Serrana decide cambiar su escondite a la otra orilla del río, en una cueva que arranca a los pies del castillo y desemboca junto al Salto del Gitano.
Con una flecha en los hombros,
saltando de breña en breña,
salteaba en los caminos
los pasajeros que encuentra.
A la cueva los llevaba
y después de estar en ella,
hacía que la gozasen,
si no de grado, por la fuerza.
Y después de todo aquesto,
usando de su fiereza
a cuchillo los pasaba
porque no la descubrieran.
Envueltas La Serrana y su cueva en la leyenda, lo cierto es que Villareal de San Carlos se llama así porque Carlos III la fundó con el propósito de asentar población y acuartelar tropas que combatiesen a todos aquellos bandidos que se habían convertido en amos y señores de aquellas tierras, siendo frecuentes los asaltos y asesinatos a todo el que se atreviese a llegar a su lugar.
En esta zona sitúa en el siglo XVIII el historiador Antonio Ponz un total de 28 cruces, todas ellas pertenecientes, según la tradición, a hombres muertos por la Serrana, y que Ponz atribuye simplemente a la acción de los bandoleros, tan abundantes en el lugar.
Dura y firme como una roca, temeraria más que ninguno, amiga de la misma luna, guardaba en la noche su misterio, en la soledad de su escondite.
Hoy ya no quedan bandidos valientes ni Serranas apuestas, y solo nos queda de esta legendaria bandolera el Alto y la cueva que llevan su nombre y el recuerdo cada vez más débil de sus andanzas. Su cueva, alguna vez repleta de riquezas, ha sido cubierta por la vegetación de la zona y lo escarpado del terreno, y solo los buitres que sobrevuelan el Tajo alcanzan a ver, desde lo alto, las entradas secretas del refugio de la más valiente bandolera de Monfragüe, o de la Vera. Tan popular y misteriosa es la figura de la Serrana de la Vera que el pueblo de Garganta la Olla le tiene dedicada una estatua en su honor, en un mirador desde el que hay unas vistas increíbles del pueblo y de esta zona tan bonita de la comarca de La Vera.
Gabriel Acedo de la Berrueza, en 1667, nos cuenta en un romance la historia de aquella fantástica mujer:
"Allá en Garganta la Olla, -en la Vera de Plasencia, salteóme una serrana, -blanca, rubia, ojimorena. Trae el cabello trenzado -debajo de la montera, y porque no le estorbara -muy corta la faldamenta. Entre los montes andaba -de una en otra ribera, con una honda en sus manos -y en sus hombros una flecha. Tomárame por la mano -y me llevara a su cueva: por el camino que iba -tantas de las cruces viera. Atrevíme y preguntéle -qué cruces eran aquellas, y me respondió diciendo -que de hombres que muerto hubiera. Esto me responde, y dice -como entremedio risueña: "-Y así haré de ti, cuitado, -cuando mi voluntad sea." Dióme yesca y pedernal -para que lumbre encendiera, y mientras que la encendía -aliña una grande cena. De perdices y conejos -su pretina saca llena, y después de haber cenado -me dice: "Cierra la puerta." Hago como que la cierro -y la dejé entreabierta: desnudóse y desnudéme - y me hace acostar con ella. Cansada de sus deleites -muy bien dormida se queda, sintiéndome dormida -sálgome la puerta afuera. Los zapatos en la mano -llevo porque no me sienta, y,poco a poco me salgo -ya camino a la ligera. Más de una legua había andado -sin revolver la cabeza, y cuando mal me pensé -yo la cabeza volviera. Y en esto la vi venir, -bramando como una fiera, saltando de canto en canto, -brincando de peña en peña. "Aguarda (me dice), aguarda, -espera, mancebo, espera, me llevarás una carta -escrita para mi tierra. Toma, llévala a mi padre, -dirásle que quedo buena." "Enviadla vos con otro, -o sed vos la mensajera."
Pero no sólo el pueblo se hacía lenguas del asunto, sino que algunos dramaturgos de aquella época buscaron en aquel tema argumento para sus comedias. Tal ocurrió con Lope de Vega y Vélez de Guevara. En conmemoración a las víctimas que murieron a manos de la Serrana de la Vera, se levantó una cruz en lo alto de la torre de Garganta la Olla. Además, también en esta localidad, puede verse la casa de la familia Carvajal, donde vivió la Serrana hasta el momento de su deshonra.
Aingeru Daóiz Velarde.-
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