CATALINA DE ERAUSO. LA
MONJA ALFÉREZ.
Ésta es la historia de una
de las mujeres más controvertidas que llegaron al Nuevo Mundo, en un tiempo de
conquistadores y pendencieros a los que no importaba dejar sus vidas en el fútil empeño de aumentar riquezas
y hacienda. Disfrazada de hombre, transgredió las rígidas normas establecidas y
consiguió para sí una merecida leyenda que la convirtió en una de las primeras
aventureras europeas que llegaron a los vírgenes territorios americanos. En la imagen, retrato de Catalina de Erauso hecho en 1630, en Sevilla, por el célebre Francisco
Pacheco.
Nacida en 1592 en San
Sebastián (Guipúzcoa), era hija del capitán don Miguel de erauso y de doña
María Pérez de Galláraga y Arce, un matrimonio acomodado que no hubiese pasado
a la crónica de lo insólito de no ser por su díscola descendiente.
La pequeña no tuvo
excesivas oportunidades en cuanto a su educación, dado que con cuatro años fue
internada en un convento dominico de san Sebastián cuya priora era tía carnal
suya, al igual que lo hicieron sus tres hermanas : María Juana, Isabel y Jacinta, quienes permanecieron en él hasta su
muerte. De este modo, nuestra
protagonista fue creciendo entre oraciones y hábitos hasta que, a la edad de
quince años, su corazón libre la empujó a escapar de aquel recinto sagrado,
tras haberse peleado con una novicia. Parece ser que su carácter, inquieto y rebelde, no iba en
consonancia con la tranquila forma de vida de intramuros, y una discusión en el claustro con una robusta
novicia, cuyo nombre era Catalina de Aliri, una mujer casada y con tres hijos
antes de coger los hábitos en la que nuestra protagonista recibió varios golpes, motivó
que se decidiera a marchar del convento, en definitiva, una mujer curtida en
los avatares de un matrimonio del siglo XVI , frente a una niña de apenas
quince años que no conocía otra vida que la del propio convento. Por entonces, el aspecto físico de la forzosa
monja no daba a entender que tras sus ropajes pudiera esconderse mujer alguna.
Era poco agraciada, de gran altura para la época y sin formas femeninas;
incluso ella misma presumía de haber utilizado una receta secreta para secar
sus pechos. También
se dice que nunca se bañaba, y que debió adoptar comportamientos masculinos
para así poder ocultar su verdadera identidad.
Durante meses deambuló por
el país, concretamente estuvo en las poblaciones de Vitoria, Valladolid,
Bilbao y Estella, ciudad esta última de donde volvió a San Sebastián, su
patria, a los tres años cumplidos de su fuga, vestida como un labriego y desempeñando oficios exclusivos del
género masculino, o incluso vivir en los bosques y alimentarse de hierba,
cuando no había otro remedio al que acudir, y lo hacía bajo el nombre de
Francisco de Loyola. Poco después, según cuenta en sus memorias con el título
de “Historia de la Monja
alférez”, que se publicó mucho más tarde, en el año 1829, salió para Sanlúcar
de Barrameda, donde se pertrechaban
buques con destino a las Indias. Catalina consiguió un empleo de grumete en uno
de esos barcos; para ello, utilizo uno de tantos nombres falsos de los que
aparecen en su biografía: Alonso Díaz, Ramírez de Guzmán, Pedro de Orive,
Francisco del Loyola o Antonio de Erauso. Según su historia, cuenta que se
embarcó en un barco
que partía para América, del que era capitán Esteban Eguiño, “tio mio, primo
hermano de mi madre, que vive hoy en San Sebastián, y embarquéme, y partimos de
Sanlúcar lunes santo, año de 1603.”
Hay que decir que Sanlúcar
es una ciudad y un municipio español situado en la provincia de Cádiz, asentada
en la margen izquierda del río Guadalquivir, y que tuvo en la época una gran
relevancia en relación con la exploración del Nuevo Mundo. Desde su puerto
zarparon expediciones marítimas de gran importancia, como el Tercer Viaje de
Cristóbal Colón en 1498. A
su vez, fue el punto de partida y llegada de la primera circunnavegación
marítima de la Tierra ,
es decir, la primera vez que se daba la vuelta al mundo, cuya expedición fue
comenzada por Fernando de Magallanes en 1519 y finalizada por Juan Sebastián
Elcano en 1522. En el siglo XVI, la
Corona dio un privilegio de reserva un tercio de la carga de
los barcos que comerciaban con las Indias para el transporte de vino, cuyo
monopolio comercial tenía hasta entonces el puerto de Sevilla. Asimismo, al ser
uno de los lugares de espera naturales de los misioneros que iban al Nuevo
Mundo, y gracias al
patronato de la Casa
de Medina Sidonia, muchas órdenes religiosas se establecieron en Sanlúcar,
llegando a ser una auténtica ciudad sacralizada, conocida como la Ciudad Convento de
Sanlúcar de Barrameda.
En la imagen, vista de
Sanlúcar de Barrameda en 1567, dibujada por Antonio de las Viñas.
Una vez su nave arribó a
las costas de América, cuyo primer destino es Araya, en Venezuela, y de allí, se dirige a Cartagena de Indias donde
permanece alrededor de ocho días, al servicio del Capitán Eguiño, del que ya
hemos hablado, y de aquí pasa a Nombre de Dios, en Panamá. Cuando la Armada está lista para
partir con la mercancía en su viaje de regreso a la España peninsular, no se le
ocurre otra cosa a nuestra protagonista que robarle 500 pesos a Eguiño y bajar
a tierra, permaneciendo en Panamá algún tiempo mientras gasta el dinero
sustraído, y posteriormente se emplea con un mercader de la ciudad de Trujillo,
en el Perú, donde mata en duelo a un hombre, por lo que se ve obligada a
afincarse en Lima.
En todo caso, estas
aburridas tareas no suplían la necesidad de emociones fuertes que tenía la
vasca, se enroló como soldado en las unidades reales que combatían a los indios
araucanos por el norte de Chile. Gracias a una una circunstancia extraordinaria fue separada del resto de los hombres
apenas al llegar al país austral: fue ella que su hermano Miguel, quien se
había embarcado para América en 1587, se encontraba de secretario del
Gobernador Alonso de Ribera; al enterarse del lugar de procedencia de Catalina
-la cual, conveniente es advertirlo, jamás reveló ni su sexo ni su verdadera
identidad al hermano-, intercedió para que fuera asignada a su propia compañía,
en la que estuvo durante casi tres años. Se dice que, en palabras textuales: “Luego que oí su nombre (el de su propio
hermano) me alegré, y vi que era mi hermano, porque aún no le conocía, ni había
visto, porque partió de San Sebastián para estas partes siendo yo de dos años,
tenía noticia de él, y no de su residencia. Tomó la lista de la mente, fue
pasando y preguntando a cada uno su nombre y Patria, llegando a mí y oyendo mi
nombre y Patria soltó la ,pluma y me abrazó, me fue haciendo preguntas…” parece ser que estuvo como soldado en la casa
de su propio hermano durante tres años, y que debido a un lío con una dama,
amante de su propio hermano, quien la sorprendió en una incómoda situación por
así decirlo, y tuvieron una pelea en la que nuestra protagonista se defendió,
pero tuvo que acogerse a sagrado para que la cosa no fuera a más. El acogerse a
sagrado, tenía como finalidad que cualquier
perseguido por la justicia podía acogerse a la protección de iglesias y
monasterios. Se basaba en el concepto jurídico de que cualquier oprimido por las leyes
de su país podía ser protegido por otra autoridad, fuese civil o religiosa, y
derivaba de la antigua costumbre de la hospitalidad.
Tras
este acontecimiento, aconteció que fue desterrada durante tres años, partiendo
a Paicabí. En sucesivos encuentros con los indios araucanos dió muestras de su
valor temerario, al punto de alcanzar con honores el grado de Alférez, por el
que es más conocida; pero en una pendencia de juego -al que fue muy aficionada,
y que le ocasionó innumerables conflictos- mató a otros dos hombres; como en
varias ocasiones similares pasadas y futuras, también pudo evadir la acción de
la justicia en tal oportunidad al acogerse al resguardo sagrado de un templo
(el de San Francisco en este caso).
Catalina, como hemos
visto, tenía algunos defectos que la
comprometieron en diversas ocasiones. Su adicción al juego y su inclinación a
la violencia le hicieron formar parte de broncas, algarabías y duelos a muerte
de los que siempre salió indemne, quitando en cambio la vida a varios oponentes.
Lo más trágico para ella aconteció cuando en 1615 en la ciudad de
Concepción, un amigo la pidió ser
padrino suyo en un lance que se iba a celebrar para salvar su honor. Comoquiera
que los dos oponentes quedaron heridos tras el primer intercambio de mandobles,
los padrinos, cumpliendo con el protocolo, se vieron obligados a continuar con
el desafío. Catalina desenvainó y con fiereza arremetió contra su rival,
hiriéndolo de muerte. Éste, viéndose moribundo, dijo su nombre en voz alta: era
su hermano, Miguel de Erauso. Sin apenas remordimientos, volvió a huir, dando
tumbos por buena parte de la geografía americana, como por ejemplo Tucumán, Potosí, la Plata, Charcas, Piscobamba,
nuevamente la Plata, Cochabamba, la Paz, el Cuzco, Lima, el Callao, Guamanga y
Huancavélica, en algunas ocasiones víctima de bribonadas y trapisondas, pero
las más de las veces como ejecutora o propiciatoria de las mismas, lo que le
ocasiona el cerco de las autoridades.
En 1624, estando en la ciudad peruana de Huamanga, participó en una de sus habituales
pendencias por el amor de una mujer o por deudas contraídas en el juego de
naipes, cuando recibió una terrible herida que la hizo pensar en su inminente
óbito. Fue entonces cuando quiso confesarse ante un obispo, concretamente
Agustín de Carvajal, desvelando su verdadera condición femenina y explicando
que en origen había sido monja. Nunca sabremos si reveló su más íntimo secreto
para ponerse a bien con Dios o posiblemente para escapar de la más segura pena
capital por sus crímenes. Pero lo cierto es que el clérigo se compadeció y la
amparó bajo su protección, aunque pasando, eso sí, por un riguroso examen médico,
a cargo de unas matronas de confianza. Éstas no sólo confirmaron que era
mujer, sino que también era virgen, y la
noticia se extendió como la pólvora. En seguida, la historia de la antigua
novicia reconvertida a militar bravucón recorrió las latitudes americanas y
europeas. Procede entonces el Obispo a
instalarla en el Convento de Santa Clara de Guamanga, con el hábito
correspondiente; entre tanto, la noticia se propagó por la ciudad, cuyos
habitantes no tardaron en llenar las calles adyacentes al convento, con la
esperanza de conocer a tan extraordinario personaje. Cinco meses después, luego
de haber socorrido y aconsejado de muchas maneras a Catalina, murió el Obispo
Carvajal. Conocido el suceso en Lima, el Arzobispo de la ciudad, Bartolomé Lobo
Guerrero, ordenó el traslado hacia allí de la Monja Alférez, donde fue recibida
y agasajada también por el Virrey Francisco de Borja; durante casi los dos años
y medio siguientes vivió en el Convento de la Santísima Trinidad de la capital
peruana, hasta cuando llegó prohibición de España para continuar en él, por no
ser Catalina monja profesa. Decidido su retorno a la Península, se embarca
-otra vez en traje de civil- en la armada del General Tomás de Larraspuru, que
llega a Cádiz el 1 de noviembre de 1624; durante el trayecto participó en otro
lance de cuchillo, por rivalidades originadas en el juego. esta forma, precedida por su fama, Catalina de
Eraso llegó a España. El propio Felipe IV la recibió en audiencia personal,
ratificándola en el grado de alférez y concediéndole una pensión anual, a
petición de élla misma, de ochocientos
escudos por los servicios prestados a la Corona española. Esta fue la primera
vez que la llamó con el nombre de monja alférez, autorizándola además a
utilizar nombre masculino. Posteriormente, viajó a Roma para entrevistarse con
el papa Urbano VIII, quien la autorizó para seguir usando atuendos masculinos. Príncipes y cardenales italianos la agasajaron durante
el mes y medio que permaneció allí. La autobiografía de Catalina termina con el
dato de que el 5 de julio de 1626 se dirigió hacia Nápoles; las informaciones
posteriores sobre su vida son apenas fragmentarias: durante unos
años vivió en Madrid, pero la necesidad imperiosa de nuevos avatares la impulsó
a regresar a América, donde había experimentado sus más intensas pasiones, en julio de 1630 se encuentra en Sevilla; el 21 del
mismo mes y año se embarca con destino a Méjico, en donde transcurren el resto
de los años de su increíble vida.
Y es precisamente aquí, donde la bruma de lo
épico confunde la realidad. Se dice que murió ahogada al desembarcar en el
mexicano puerto de Veracruz en 1635; otros afirman que se transformó en arriera
regentando un negocio entre la capital mexicana y Veracruz y que de esa guisa vivió hasta su
fallecimiento en Cuitlatxla, localidad cercana a Puebla, en 1650, donde dicen
que murió ahogada o asesinada, otros dicen que se la llevó el propio diablo.
Como vulgarmente se suele decir, una mujer de armas tomar. Sea como fuere,
sabemos que existió gracias a un manuscrito supuestamente dictado por ella y
que se encuentra en el Archivo de Indias con el título “El memorial de los méritos
y servicios del alférez Erauso”. Además, contamos con un cuadro pintado por
Pacheco en 1630 en el que podemos contemplar a la monja alférez en todo su
esplendor masculino, que aparece al principio de este artículo.
Existen
diversos estudios y teorías sobre la vida de este personaje, y que me permito
la licencia de copiar en este artículo la versión de alguno de los estudios que
sobre esta mujer se han hecho, siendo Joaquín María de Ferrer el verdadero difusor de las
aventuras de Catalina de Erauso, pues no sólo editó en 1829 y por primera vez
(París, en la imprenta de Julio Didot) un antiguo manuscrito que perteneció a
Cándido María Trigueros, sino, además, lo adicionó con importantes documentos
originales e inéditos que no dejan dudas sobre la existencia de la misma. Sin
embargo, Ferrer hace notar en el prólogo de la obra, decisivas e irrefutables
inconsistencias y contradicciones (que le llevan a suponer que la Monja Alférez
usurpó el nombre de la verdadera Catalina de Erauso, a quien habría conocido de
cerca y a quien le llevaría al menos siete años de edad. Estos pormenores
pueden parecer secundarios, pero son necesarios para aclarar otra de las
incongruencias notables, precisamente relacionada con el paso del alférez por
territorio peninsular en 1624, y única referencia a Santafé de Bogotá (p.
104-105): “...Proseguí mi viaje á la ciudad de Santa Fe de Bogotá, en el Nuevo
reino de Granada: vide al señor obispo D. Julián de Cortázar, el cual me instó
mucho á que me quedase allí en convento de mi orden: yo le dije que no tenía yo
orden ni religión, y que trataba de volverme á mi patria, donde haría lo que
pareciese más conveniente para mi salvación: y con esto y con un buen regalo
que me hizo, me despedí. Pasé á Zaragoza por el rio de la Magdalena arriba: caí
allí enferma, y me pareció mala tierra para Españoles, y llegué a punto de
muerte: y después de unos días convaleciendo algo, antes de poderme tener, me
hizo un médico partir, y salí por el rio, y fuíme á Tenerife, donde en breve me
recobré...”. Pues bien: aunque no hay duda de que el regreso de la Monja
Alférez a España se efectuó en 1624, Julián de Cortázar sólo fue nombrado como
Arzobispo de Santafé el 7 de abril de 1625 y su arribo a la ciudad -procedente
de Tucumán- apenas se produjo el 4 de julio de 1627; desde enero de 1618 hasta
el 30 de julio de 1625 el Arzobispo de la ciudad fue el santafereño Hernando
Arias de Ugarte. Por errores como el aludido, no extraña que el bibliógrafo
chileno José Toribio Medina se muestre incrédulo acerca de esta historia “por
su estilo, por lo inverosímil del asunto, i por los muchos anacronismos que
encierra”, aunque, como se conoce la partida de bautismo de Catalina, se
conservan documentos de la época sobre ella, además de los testimonios de
quienes la trataron, a renglón seguido afirma que “Sobre lo que no cabe duda es
que en Chile vivió en cierta época una mujer de su nombre i apellido, de
honestidad averiguada i de un comportamiento militar distinguido...”
(Literatura Colonial de Chile, II, p. 289-291). Parece no ser aventurado
extender igual afirmación a favor de Cartagena de Indias.
Lo que resulta evidente, habida
cuenta, es que existió como tal, y que no es menos cierto que los documentos y
fechas de la época, debido a la falta de medios en la mayoría de las ocasiones,
pudiera llevar a errores como los que se han aludido, por lo que resultaría una
falta de rigor tratar de la veracidad o no de determinados aspectos que no
podemos demostrar, por lo que caeríamos en el pecado de la especulación.
Durante 176 años estuvo
prácticamente olvidada la historia de tan singular mujer, hasta que el
romanticismo descubrió un filón temático en la publicación de Joaquín María de
Ferrer (Historia de la Monja Alferez, doña
Catalina de Erauso, escrita por ella misma, é ilustrada con notas y documentos,
por D. Joaquin Maria de Ferrer, Paris, en la imprenta de Julio
Didot, 1829); se reimprimió en Barcelona,
Tauló, 1838; la sacó nuevamente a luz José María de Heredia,
en Madrid, Tipográfica Renovación,
1918; hay también dos ediciones recientes: una, debida a Virgilio
Ortega, apareció en Barcelona, Orbis,
1984; la otra, bajo la responsabilidad de Jesús Munárriz, es
de Madrid, Hiperión, 1986;
todas estas reimpresiones castellanas llevan el título de Historia de la Monja Alférez; otra más,
con nueva documentación, sacó José Berruezo en San Sebastián, Caja de Ahorros Municipal, 1975, con el
título Catalina de Erauso, La Monja
Alférez.
Existen también, como es de suponer,
varias versiones novelescas, que se basan en algunos datos históricos, pero en
las que predomina la libre y arbitraria imaginación del autor; entre ellas
están la del periodista chileno Raul Morales Álvarez (La Monja Alférez, Santiago de Chile, Ed.
Ercilla, 1938); la de Joaquín Rodríguez Durán (Mujeres de todos los tiempos, Buenos Aires, 1940); la de
Blanca Ruiz de Dampierre (La Monja Alférez, Madrid, Ed. Hesperia, s.a., 1943);
la de Luis de Castresana (Catalina de Erauso,
la Monja Alférez, Madrid, Afrodisio Aguado, 1968); la de María del
Carmen Ochoa (La Monja Alférez,
Madrid, García del Toro, 1970) y la de Armonía Rodríguez (De monja a militar, Barcelona, La Gaya
Ciencia, 1975).
http://navegandoenelrecuerdo.blogspot.com.es/
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