FERNANDO VII EN VALENÇAY Y EL
NACIMIENTO DE LA
PEPA
Mientras los españoles sacrificaban sus
vidas en el altar del Deseado (Fernando VII), él, pasaba su dulce cautiverio en
Valençay sólo amargado por el miedo a perder la vida, y muestra de este miedo
son sus palabras escritas a Napoleón sobre el intruso José:
"Señor:
He recibido con sumo gusto la carta de
V.M.I. y R. del 15 del corriente, y le doy las gracias por las expresiones
afectuosas con que me honra y con las cuales yo he contado siempre. Las repito
a V.M.I. y R. por su bondad en favor de la solicitud del
duque de San Carlos y de D. Pedro
Macanaz, que tuve el honor de recomendar.
"Doy muy sinceramente, en mi nombre
y de mi hermano y tío, a V.M.I. y R. la enhorabuena de la satisfacción de ver
instalado a su querido hermano el rey José en el trono de España. Habiendo sido
siempre objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que
habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella un monarca
mas digno ni mas propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar
al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia.
"Deseamos el honor de profesar
amistad con S.M., y este motivo ha dictado la carta adjunta que me atrevo a
incluir, rogando a V.M.I. y R. que después de leída, se digne presentarla a
S.M. Una mediación tan respetable nos asegura que será recibida con la
cordialidad que deseamos. Señor, perdonad una libertad que nos tomamos por la
confianza sin límites que V.M.I. y R. nos ha inspirado, y asegurado nuestro
afecto y respeto, permitid que yo renueve los mas sinceros e invariables
sentimientos, con los cuales tengo el honor de ser, Señor, de V.M.I. y R. su
mas humilde y muy atento servidor.
Valençay, 22 de junio de 1808.
Firmado: FERNANDO".
Napoleón le rodeó de comodidades y de
distracciones, entre las que se encontraba el bordar, labores de aguja e hilo
en las que hacía competencia a su tío don Antonio. Desde su prisión de oro en
Valençay, llegó a felicitar a Napoleón por sus victorias sobre las armas
españolas, y además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte
de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de
Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer, aunque esto fue poco antes de la guerra,
pero parecía sentirse como un miembro más de la familia Bonaparte, y no cejó en
su empeño de emparentar con ellos llegando incluso a tener la feliz ocurrencia
de pedir la mano de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia
Clary. A Talleyrand, que velaba su custodia, cuando le escribía le llamaba primo.
En la imagen, Fernando VII.
En este orden de cosas, se reunieron las
Cortes en Cádiz, baluarte de la independencia y cuna de la libertad, después de
venir de la Isla de
León (San Fernando), y promulgaron ese ideal artículado en el que prevalecen las
ideas de los oradores y políticos liberales como don Diego Muñoz Torrero,
Agustín de Argüelles y Álvarez González, quien podría ser el diputado más
reconocido de las Cortes de Cádiz y padre de la
Constitución , Isidoro de Antillón y
Marzo, Juan Nicasio Gallego y Hernández del Crespo, José María Calatrava
Peinado, o José Mexía Lequerica, entre otros. Fue sin duda uno de los
textos jurídicos más importantes del Estado español, por cuanto sentó las bases
de constituciones posteriores. Considerada como un baluarte de libertad, fue
promulgada en Cádiz en el Oratorio de San Felipe Neri el 19 de Marzo de 1812,
día de la festividad de San José, por lo que popularmente fue conocida como “La
Pepa ”, casualmente el mismo día de la
onomástica de José I Bonaparte, el rey intruso.
Compuesta de diez títulos con 384
artículos, y es considerada como el primer código político a tono con el
movimiento constitucionalista europeo contemporáneo, de carácter novedoso y
revolucionario, y esto de revolucionario es con respecto a su contenido, y
no al estilo de la Revolución francesa,
si no de carácter más español, adaptada a las circunstancias de la nación,
desde la legalidad, por quienes eran los legítimos representantes, acordándola
conforme a las normas procesales del momento, y como contrapartida o respuesta
al Estatuto de Bayona, inspirado en el modelo de Estado constitucional
bonapartista.
Si bien hay que reseñar que tenía
algunas influencias o coincidencias con la Constitución francesa
de 1791, pero es importante aclarar quiénes fueron los constitucionalistas de
Cádiz. De facto, fueron en un principio 104 diputados que asistieron a la
primera sesión y 223 que firmaron el acta de la última, aunque no son
considerables pues no se tiene una verdadera constancia, y que la mayoría de
los autores establece un número de diputados clasificados de los cuales
97 eran eclesiásticos, de los que solo 5 eran obispos, prevaleciendo los de
alto y medio clero secular, 60 abogados, 55 funcionarios públicos y 16
catedráticos, además de 4 escritores y dos médicos, añadiendo 37 militares de
los cuales no podemos contabilizar si eran o no aristócratas (más adelante
explicaremos el por qué de esto, ya que los militares de carrera eran
aristócratas, y los que se supone que respaldaron la
Constitución venían
del mundo de las guerrillas), 8 nobles titulados y 9 marinos, además de 15
propietarios y 5 comerciantes.
Podemos decir que se trata pues de
una minoría instruida que no opera según un consenso popular. La clase media
silenciosa no participa en la acción política de Cádiz, ni la respalda, y este
dato, es muy importante a tener en cuenta, para dar explicación a
acontecimientos posteriores que marcaron con yerro candente la Historia de
España.
En resumen, digamos que los integrantes
de las Cortes formaban una grupo
heterogéneo en el que figuraban muchos burgueses liberales,
funcionarios ilustrados e intelectuales procedentes de otras ciudades
tomadas por el ejército del rey José, y miembros de las Juntas, que, huyendo de
la guerra, se habían concentrado en Cádiz, ciudad-refugio protegida por la
marina británica.
A causa de las
dificultades de la guerra, la alta nobleza y la jerarquía de la Iglesia apenas estuvieron representadas en Cádiz.
Tampoco asistieron los delegados de las provincias ocupadas, (la mayoría), a los que se buscó suplentes gaditanos, lo mismo que a los representantes de los territorios españoles de América. Predominaban en las Cortes las clases medias con formación intelectual, eclesiásticos, abogados, funcionarios, militares y catedráticos, aunque no faltaban tampoco miembros de la burguesía industrial y comercial. No había, en cambio representación alguna de las masas populares: ni un solo campesino tuvo sitio en
Mientras tanto, Fernando
VII se dedicaba en Valençay a lo que mejor sabía hacer, véase como ejemplo la
siguiente carta, en la cual, felicita a Napoleón por sus victorias contra los
españoles que se batían en cuerpo y alma a muerte:
Señor: El placer que he tenido viendo en
los papeles públicos las victorias que la Providencia corona
sucesivamente la augusta frente de V.M.I. y R., y el grande interés que tomamos
mi hermano, mi tío y yo en la satisfacción de V.M.I y R. nos estimulan a
felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que
vivimos bajo la protección de V.M.I. y R.
Además era tal el grado de
adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la
mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer.
Asimismo, los miedos que Fernando arrastraba desde la infancia, le
hicieron salir de Madrid para tener un encuentro con el Emperador de los franceses,
paralizándole de tal modo que no pudo detenerse en Vitoria para intentar la
fuga, con la consiguiente abdicación del trono español. Ya que Fernando parecía
sentirse como un miembro más de la familia Bonaparte, no cejó en su empeño de
emparentar con ellos. Y entonces llegó a tener la feliz ocurrencia de pedir la
mano de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary.
En el próximo capítulo, trataremos sobre
el título de MUERTE DE UNA ESPERANZA
http://navegandoenelrecuerdo.blogspot.com.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario